Bajo el signo del descontento
Desde principios de este año, el escenario mundial de las variadas crisis políticas y geopolíticas tiene su epicentro en los EEUU de Trump. Sin embargo, aunque eso sea de primordial importancia, también están pasando cosas en otras latitudes.
En América Latina, las dos grandes experiencias de reacción neoliberal –las de Temer en Brasil y la de Macri en Argentina– comienzan a enfrentar dificultades crecientes, aunque mucho más en el último caso. Pero simultáneamente la catástrofe del chavismo se profundiza en Venezuela, alimentando las fuerzas de la derecha continental. Asimismo, la segunda vuelta de las presidenciales en Ecuador el 2 de abril será reveladora de las tendencias presentes. Más al norte, la abyecta sumisión del gobierno mexicano al amo de Washington ha puesto sordina en el conflicto con EEUU… pero esto puede acabar, en cuanto Trump pase a la acción con el muro, las deportaciones en masa y otras medidas anti-mexicanas que tiene en su agenda.
En Medio Oriente, con el telón de fondo de la interminable guerra de Siria, el referéndum del 16 de abril en Turquía es también otro hecho político de trascendencia internacional. Mediante ese referéndum, Erdogan quiere legalizar su régimen presidencialista autoritario y represor, instaurado gracias el fracasado golpe del año pasado. Una secuela de este hecho político, son los serios roces de Erdogan con los gobiernos de Alemania y Holanda al tratar de extender la campaña electoral y la realización del plebiscito a las comunidades de origen turco que viven en esos países. Esto aviva el fuego de otra cuestión de fondo (y conflictiva) no resuelta: las relaciones de Turquía y la Unión Europea. Al mismo tiempo, estimulada por Trump, que alienta la “limpieza étnica” del sionismo, vuelve al centro de la escena la cuestión palestina.
El Asia-Pacífico, después de la crisis de destitución presidencial en Corea de Sur, aparece como una región más “calma”. Pero esto puede ser engañoso, tanto por las tensiones sociales y políticas presentes en varios países, como porque aún Trump no ha desplegado medidas concretas de enfrentamiento a China.
Por último, en Europa, se desarrollan y entrelazan varias crisis, con consecuencias potenciales muy serias. Aquí veremos algunos aspectos de esa situación.
A 60 años de la fundación de la Unión Europea, un continente cada vez más agrietado
Sesenta años atrás, el 25 de marzo de 1957, Alemania Federal, Bélgica, Francia, Holanda, Italia y Luxemburgo firmaron en la capital italiana los Tratados de Roma, que serían el origen de la actual “Unión Europea”[1].
De seis miembros iniciales, la entidad europea llegó a incluir 28 Estados. El Brexit, la ruptura británica del año pasado, los bajó a 27. Pero esta “marcha atrás” parece que no se detiene con en el Brexit.
Hoy las grietas no pasan solamente por el Canal de la Mancha. Se extienden –y se amplían– a ambos lados del Canal. En la Unión Europea, se ha abierto un curso de crisis que esboza una partición por la mitad, en Europa occidental y oriental… un abismo de larga tradición histórica que evidentemente la UE ha sido incapaz de remontar.
Por otro lado, en el Reino ¿Unido?, las cosas podrían ir en el mismo sentido. Escocia vuelve a ser candidata firme a la separación. Pero también el fiel Ulster (Irlanda del Norte) podría estar haciendo las valijas para marcharse.
Por supuesto, mucho de eso está en esbozo, tanto en el continente como en las islas británicas. Pero el sólo hecho de que se hayan instalado como alternativas posibles, indica la profundidad de la crisis europea, y en primer lugar de la UE.
El Reino ¿Unido?… entre signos de interrogación…
En estos días, la primera ministra británica Theresa May logró finalmente el voto de la Cámara de los Comunes y de la Cámara de los Lores refrendando la decisión del referéndum de salida de la Unión Europea. A fines de este mes, la separación comenzaría a ser “activada”. Aunque habrá negociaciones con la Unión Europea, lo que se prevé es un Brexit “duro” y no un divorcio “amigable” con la UE.
Pero, simultáneamente, al inicio de la etapa final del Brexit, resurge la amenaza de ruptura del mismo Reino “Unido”. La primera ministra de Escocia, Nicola Sturgeon, proclama que Londres “no ha tenido en cuenta las necesidades e intereses escoceses” en la negociación del Brexit. Por lo tanto, reclama un nuevo referéndum de separación de Escocia del Reino Unido.
El hecho es que la mayoría de los escoceses votó en contra del Brexit y a favor de seguir en la UE. Si ratificasen esto en un nuevo referéndum, el Reino “Unido” quedaría partido por el medio.
Esto se agrava por un proceso relativamente inesperado en otro de sus componentes, el Ulster (Irlanda del Norte). Tradicionalmente, los “unionistas” –el partido pro-británico Democratic Unionist Party (DUP)– lograba amplia mayoría, garantizando la continuidad de la integración en el Reino Unido.
Pero las últimas elecciones realizadas el 3 de marzo pasado, dieron una gran sorpresa. El DUP probritánico se hundió y el Sinn Fein –partidario de la ruptura con el Reino Unido y la unión con Irlanda– casi superó al DUP. Por sólo 1.000 votos sobre 800.000 no logró la mayoría en la Asamblea que gobierna el Ulster.
Fue esencialmente un voto de protesta por el Brexit. Es que el Ulster había votado masivamente contra el Brexit. Esto borró parcialmente la delimitación tradicional entre ciudadanos de origen irlandés que votan al Sinn Fein o británicos que votan por el DUP.
En conclusión: la unidad del Reino Unido está en cuestión… especialmente si con el Brexit se agrava la crisis social en vez de resolverla, como creyeron muchos.
La Unión Europea… ¿una “crisis existencial”?
Si ése es el panorama en la “triunfante” Gran Bretaña del Brexit, la cosas no pintan mejor en continente y la Unión Europea.
Un año atrás, poco después del Brexit, uno de los autócratas de la UE, el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, había diagnosticado que la Unión Europea sufría una “crisis existencial”. Desde entonces, este diagnóstico se ha vuelto un lugar común.
Por supuesto, es charlatanería aplicar categorías “psicológicas” a una realidad que no lo es. No estamos frente a una “neurosis” que inexplicable haya contagiado a un continente.
Efectivamente, la “existencia” de la UE está en veremos. La Unión Europea se ve cada vez más cuestionada, porque bajo su imperio los pueblos del continente están cada vez peor, especialmente los trabajadores. Además, esto se cruza con los intereses no siempre idénticos de los 27 Estados restantes en la UE, y sus respectivas burguesías. Y la crisis económica que se prolonga hace más tensas las contradicciones.
Poco después del Brexit, esto se expresó por arriba en la Cumbre de la UE realizada en Bratislava en julio del año pasado. Allí fue imposible votar nada importante. De esa manera –no decidir nada– se logró mantener la “unidad”, aunque con fuertes protestas del entonces primer ministro italiano Mateo Renzi.[2]
Ahora, en Bruselas, el 9 y 10 de marzo, volvieron a reunirse los 27 países que restan en la Unión Europea. Pero allí, a diferencia de Bratislava, las votaciones fueron motivo de duros enfrentamientos.
Los “patrones” de la UE, a saber Alemania y Francia, formaron previamente con Italia y España un “cuarteto” para “disciplinar” al resto e imponer –quieras que no– una “reorganización” global, que establece miembros de primera, segunda o tercera categoría…
En una reunión previa realizada de ese cuarteto en Versalles, se tiró abiertamente al tacho de basura el mito de la igualdad entre Estados miembros. En reemplazo de esa fábula –ya desmentida por hechos como el martirio de Grecia–, se estableció el proyecto de la “Europa a varias velocidades”.
Habría un “núcleo duro” –encabezado por esos cuatros Estados y secundados por otros países ricos de Occidente como Holanda, Bélgica, Luxemburgo, etc.– que tomarían mayores “compromisos” de planes neoliberales… y por lo tanto mandarían en la UE. Y, detrás de ellos, marcharía disciplinada la plebe de Europa oriental.
Esto desató duros enfrentamientos entre el “núcleo duro” y varias delegaciones del Este europeo, encabezadas por Polonia.
La primera ministra polaca, Beata Szydlo, lo rechazó así rotundamente: “«No lo aceptaremos jamás. La diferencia de velocidades abriría la puerta a construir clubes de élites y a dividir la Unión Europea», denunció. Temerosos de que este concepto sirva para castigar a Estados que desafían a la mayoría, los socios del Este se oponen con fuerza a las velocidades múltiples. La gobernante polaca interpreta el debate como un intento de los miembros ‘pata negra’ de la UE de «imponer soluciones» a los últimos en sumarse al proyecto. Con más o menos matices, esta visión es compartida por todo el bloque del Este…”[3] Esta confrontación se prolongó en el tema de la reelección del polaco Donald Tusk en la Comisión Europea. La delegación de su propio país lo rechazó, por considerarlo un títere de Berlín.
Las fracturas en la UE se expresan asimismo en la “activación” de bloques y grupos regionales con políticas y dinámicas propias. En Oriente, el grupo de Visegrad (formado por Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia), en Occidente, se ha reactivado el tradicional Benelux (Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo).
Aprovechar esta crisis para combatir a la Unión de los explotadores europeos
Europa y sus instituciones están viviendo una crisis de múltiples y desiguales aspectos. Las bases económicas de esta crisis se asientan en el ciclo de estancamiento que se inicia –o, más correctamente, se profundiza– desde la crisis del 2008, y que ha golpeado particularmente allí.
Sus bases sociales están centralmente en el inmenso y justificado descontento de los pueblos europeos, en un escenario en que la Unión Europea y sus anexos (eurozona, BCE, etc.) han sido el principal instrumento del gran capital para hacerle pagar a los trabajadores y las masas populares los costos de la crisis.
Y es una crisis que no tiene final a la vista, pese a los recientes comunicados triunfalistas que festejan… un “fabuloso” 1,5% de crecimiento!!! Sobre esta farsa estadística (que se repite anualmente) un periodista comenta: “A lo largo de los años, el crecimiento económico de la eurozona ha sido un poco como el canto de las sirenas en la Odisea, de Homero: una canción llena de promesas que termina conduciendo hacia las rocas”[4].
El descontento y deslegitimación de la Unión Europea no obedecen sólo a la crisis, sino también a cómo se la maneja desde las cumbres de Bruselas. Esta funciona como una autocracia elegida por nadie, que decide lo que se le da la gana, por encima y en contra de la opinión y los intereses de los distintos pueblos que componen la UE.
Un ejemplo reciente ha sido el “Acuerdo de Libre Comercio con Canadá”. La inmensa mayoría de la opinión pública europea estaba en contra. Las manifestaciones de repudio fueron enormes. Y en los lugares donde se sometió a referéndum el rechazo fue aplastante, como en Valonia… Pero a los emperadores de Bruselas esto les importó un pito… y firmaron el Tratado con Canadá.
Este mecanismo facilita, además, a los gobiernos nacionales cómplices “lavarse las manos” al aplicar las medidas de “austeridad” más sanguinarias. “¡No se puede hacer nada!, porque fue decidido por la Comisión Europea, el BCE, etc.” Esa es, por ejemplo, la eterna disculpa que utiliza el traidor Tsipras, para continuar con el genocidio que la Unión Europea ha decretado en Grecia.
La Unión Europea no es “reformable”. Ese mito, que estuvo detrás de la tragedia de Grecia con la capitulación de Syriza, ha tenido graves consecuencias a escala europea. Ha paralizado la lucha consecuente contra ese enemigo mortal y lubricado las peores traiciones, como la de Tsipras y Syriza.
En Grecia, esto llevó a una derrota de consecuencias continentales. Su traición, y la desmoralización que provocó en toda Europa, dejó casi totalmente en manos de la extrema derecha (como el Front National francés o en Holanda el Partij voor de Vrijheid de Geert Wilders) la denuncia de la Unión Europea. No sólo les permitió ganar fuerzas, sino que su “enfrentamiento” en el fondo fortalece a los caníbales de Bruselas: permite a los genocidas del pueblo griego presentarse como “democráticos”.
Hay que remontar esta situación impulsando las luchas obreras y populares en toda Europa. Pero también, en cada una de ellas, es necesario marcar a fuego, sin concesión alguna, a los hambreadores de la UE, a los genocidas de Bruselas.
La unión de los pueblos europeos no se logrará por medio de ese engendro del capital financiero. Por el contrario, hoy es un factor creciente de división, opresión y explotación. Sólo una federación socialista y de los trabajadores de Europa, podrá construir una unión de los pueblos del continente sin explotadores ni explotados.
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1.- Su nombre inicial fue el de “Comunidad Económica Europea (CEE)”. Simultáneamente se establecieron la Comunidad Europea de la Energía Atómica (CEEA o Euratom) y la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA). La Unión Europea
2.- Ver “Merkel en el ojo del huracán que azota la UE”, SoB nº 398, http://www.socialismo-o-barbarie.org/?p=8656
3.- Lucía Abellán, “Polonia encabeza el rechazo a la Europa con varias velocidades”, El País, 10/03/2017.
4.- Jeremy Gaunt, «Eurozona, los giros políticos hacen temblar todo», Agencia Reuters, 27/02/2017.
Por Claudio Testa, SoB 417, 16/3/17