Compartir el post "A cien años de la Revolución rusa – La teoría de la revolución después de la burocratización"
“Todo acontecimiento es a la vez definitivo y transitorio. Se prolonga en el tiempo, bajo aspectos a veces imprevisibles” (Víctor Serge, “Treinta años después de la Revolución rusa”)
Continuamos aquí con la versión editada de nuestra charla en febrero pasado en el Hotel Bauen, en este caso con la parte referida a la teoría de la revolución luego de la experiencia de la burocratización de las revoluciones del siglo XX.
Ocurre que el cien aniversario de la Revolución rusa es una evidente oportunidad para retornar sobre la teoría de la Revolución socialista. La formulación contemporánea de la misma fue realizada por León Trotsky en La Revolución Permanente; sintetizaba allí la experiencia de la Revolución rusa y las revoluciones que le fueron contemporáneas hasta ese momento (1930).
Completar la teoría de la revolución
El curso de la Revolución rusa dio lugar a comparaciones con la Revolución francesa, revolución burguesa por antonomasia y mayor revolución histórica hasta 1917. Los orígenes de la teoría política del marxismo se forjaron estudiándola críticamente y asimilando los desarrollos ocurridos durante el siglo XIX con los levantamientos abortados de 1830 y 1848 así como con la primera experiencia de la dictadura proletaria, la Comuna de París.
Todas estas experiencias hablaron de la impotencia de la pequeño burguesía para cumplir un rol independiente. La teoría de la revolución por etapas (que desempolvó Stalin en su lucha contra la Oposición de izquierda), no pasó la prueba de los hechos: terminó en tremendas derrotas en China y España (esto por no olvidarnos de la capitulación ignominiosa en Alemania por cuenta de la teoría ultraizquierdista del “Tercer período” estalinista).
En la segunda posguerra el patrón pareció cambiar: direcciones pequeño burguesas de base campesina o de las clases medias urbanas parecieron llevar adelante la revolución “socialista” en China, Cuba y la ex Yugoslavia. Incluso sin revolución alguna, desde arriba y en frío, el estalinismo expropió al capitalismo en los países del Este europeo a la salida de la Segunda Guerra (en 1939 había hecho lo propio en la porción de Polonia que le tocó de su reparto con Hitler).
Por otra parte, en su giro “izquierdista” a finales de los años ‘20 Stalin la emprendió contra los campesinos y liquidó lo que restaba de la propiedad privada agraria. Escritores “trotskistas” como Isaac Deutscher hablaron de una “segunda Revolución rusa” realizada por el dictador, cuando lo que estaba concretándose era una contrarrevolución burocrática: “Stalin (…) se anotó una inmensa victoria política: quebró la columna vertebral del arcaico individualismo rural que amenazaba frustrar la industrialización” (Deutscher, 2007; pp. 99)[1].
Trotsky no llegó a apreciar en toda su cabalidad estos desarrollos[2]. Tuvo la suficiente sensibilidad, sin embargo, para calificar la colectivización estalinista como una “monstruosidad”: “Nunca se le había ocurrido que una clase social tan numerosa como la burguesía rural pudiera o debiera ser destruida por decreto y por la violencia, que millones de personas debieran ser despojadas y condenadas a la muerte social y, en muchos caso, a la muerte física también” (Deutscher; 2007; 91).
Algunos desarrollos los pudo observar en tiempo real aunque quizás no con la suficiente distancia histórica (de ahí que mantuviera hasta el final su definición de la ex URSS como Estado obrero burocratizado); otros ya no viviría para apreciarlos. De todas maneras, hizo un enorme esfuerzo de interpretación durante la colectivización forzosa del campo y la industrialización acelerada, lo mismo que sentó posición sobre la primera ocupación de Polonia. De ahí que haya colocado en El Programa de Transición esa idea –que habían estado dando vueltas con Lenin durante 1917- de que en condiciones excepcionales de crisis, guerra, revolución, crack económico, la pequeña burguesía podría verse empujada a romper con la burguesía en una vía anticapitalista, aunque condicionando este desarrollo a la idea de que eso sería sólo “un corto período de tiempo”: una suerte de “interregno” hacia la verdadera dictadura del proletariado.
Las revoluciones china, cubana, yugoslava, etcétera, constituyeron un enorme desafío para la teoría de la revolución permanente. La revolución no fue por etapas: el capitalismo fue expropiado. Pero los que llevaron adelante estas tareas no fueron la clase obrera, sus partidos y organizaciones: fueron las direcciones pequeñas burguesas burocráticas por exclusión expresa de la clase obrera. Lo mismo ocurrió con el proceso de transición (bloqueado) abierto luego de la toma del poder por parte de esas direcciones.
Durante el debate en el seno de la Oposición de izquierda en 1928/9, Trotsky había insistido en que para apreciar el carácter de los desarrollos, no alcanzaba con evaluar las tareas llevadas adelante sino quién y cómo las realizaban. Siempre hemos dicho que esta simple afirmación encierra una clave teórica para comprender las revoluciones de posguerra (y, más en general, los procesos de transición bloqueados). El hecho de que, finalmente, la clase obrera no haya tomado el poder, o haya sido desalojada del mismo, de que no se hayan constituido realmente dictaduras proletarias (o que se haya perdido ese carácter en la Rusia soviética), dejó colocada la discusión sobre el carácter de las sociedades donde el capitalismo fue expropiado, pero la clase obrera no tuvo arte ni parte en los asuntos: el problema del sustituismo social de la clase obrera.
Nuestra posición es que la teoría de la revolución y de la transición socialista se enriquecieron críticamente con esos desarrollos, demostrando que el carácter socialista de ambos eventos quedó cuestionado: que no se trata solamente de qué tareas se llevan adelante, sino quién y cómo las ejecutan.
El “determinismo paramétrico” del que hablara Mandel (en relación a un orden de determinación no mecánico), señalaba que las revoluciones eran anticapitalistas: no podían ser otra cosa cuando expropiaban a los capitalistas. Pero la estructura no podía determinar mecánicamente que se constituyeran Estados proletarios y sociedades de transición al socialismo cuando la clase obrera no fue llevada al poder. Una cuestión decisiva a la que una parte del trotskismo no le dio la menor importancia. Ocurre que se si trataba del evento de una revolución social y se la definía por exclusión de los sujetos sociales y políticos que la protagonizaban se llega es a un absurdo: ¿cómo podría definirse una revolución, el evento político- social por antonomasia, haciendo abstracción de las clases en lucha?
En todo caso, el siglo XX demostró que la estructura social podía determinar dos desarrollos posibles y no sólo uno: hacia el Estado obrero o hacia un Estado burocrático como subproducto de que era una burocracia, y no la clase obrera, la que quedaba al frente del poder: “Tales especulaciones sobre las posibles variantes de la historia son legítimas e incluso necesarias, si se quiere comprender el pasado y orientarse en el presente; para condenarlas, habría que considerar la historia como un encadenamiento de fatalidades mecánicas y no como el desarrollo de la vida humana en el tiempo” (Serge; 2017).
Así las cosas, la riqueza contradictoria de los desarrollos en el siglo pasado, la emergencia de la revolución y la contrarrevolución, nos llaman a “completar” la teoría de la revolución socialista (permanente) en función del balance de la experiencia real ocurrida el último siglo.
Una contrarrevolución también social
Un primer elemento teórico-estratégico de importancia tiene que ver con la analogía entre la revolución proletaria y la burguesa. Dos de las más grandes revoluciones en la historia de la humanidad (la francesa y la rusa) no podían carecer de elementos comunes, al menos en lo que hace a la mecánica de la revolución y la contrarrevolución. La experiencia de los jacobinos llevados a la cúspide y luego derrotados por la reacción, era una guía para la comprensión de los desarrollos revolucionarios y posrevolucionarios en la Rusia soviética. De ahí que la Oposición de izquierda trabajara con la analogía del Termidor[3].
En principio y a lo largo de muchos años Trotsky pensó dicha analogía en el sentido que el Termidor constituía una contrarrevolución social (más abajo veremos las apreciaciones de Rakovsky al respecto). Desde ese punto de vista consideró (hasta mediados de los años ‘30), que el Termidor estaba por delante: no se había consumado a finales de los años ‘20. Pero en 1935 corregiría dicha analogía (ver “Estado obrero, Termidor y bonapartismo”) señalando que, en realidad, el Termidor se venía consumando desde 1924, sólo que no como contrarrevolución social sino como contrarrevolución política: la clase obrera había sido desplazada políticamente del poder. No sería así socialmente, la clase obrera seguía siendo la clase dominante en la sociedad, la contrarrevolución estalinista había preservado las bases sociales del Estado.
Trotsky afirmó que había que ajustar la analogía con la Revolución francesa, comprenderla mejor. La caída de los jacobinos no había avanzado sobre los fundamentos sociales (burgueses) de la revolución sino que los había preservado: “así como Napoleón no ‘reestableció la economía del feudalismo’, argumentó Trotsky, ‘el contenido social de la dictadura de la burocracia está determinado por las relaciones productivas creadas por la revolución proletaria” (Murphy; Octubro; 2017).
La Revolución rusa había expropiado a la burguesía, la contrarrevolución -social- rusa debía devolverles la propiedad. Lo que se había consumado era una contrarrevolución sólo política porque la propiedad seguía estatizada. De ahí que Trotsky excluyera como hipótesis una tercera posibilidad (aunque habló de ello a finales de los años ‘30, pero siempre como algo no consumado).
Sin embargo, a nuestro modo de ver, la contrarrevolución estalinista sí constituyó una contrarrevolución social porque afectó las bases sociales del Estado obrero aunque sin llegar a la restauración del capitalismo: configuró un Estado burocrático con restos proletarios comunistas, lo que era, repetimos, una tercera variante histórica. “La reacción política que se abre con el Termidor consiste en que el poder comienza a pasar, formalmente y de hecho, a las manos de un número cada vez más restringido de ciudadanos. Las masas populares, al comienzo por una situación de hecho, posteriormente igualmente de derecho, fueron poco a poco separadas del gobierno del país” (Rakovsky citado en Broue; Cahiers León Trotsky).
En esto es agudo Bensaïd cuando afirma que una contrarrevolución no es necesariamente una revolución en reversa sino que se configura un desarrollo inédito que puede dar lugar a fenómenos nuevos. La contrarrevolución estalinista no significó una vuelta al capitalismo sino otra cosa: la emergencia de la burocracia, del Estado burocrático. De ahí que la analogía con el Termidor francés no fuera del todo correcta tampoco en la versión modificada por Trotsky en 1935.
De todas maneras, ese valioso texto que anticipaba La Revolución Traicionada (nos referimos a “Estado obrero, Termidor y bonapartismo”), Trotsky presentaba algunas definiciones de importancia que nos interesa volver a sumariar aquí. Establecía una suerte de diferenciación principista entre la revolución burguesa (más espontánea en sus desarrollos) y la revolución socialista que, al entregarle el mando al Estado como “economista y organizador”, era inseparable de una construcción consciente. No era secundario que la clase obrera estuviera al frente del Estado (ver “Los problemas de la propiedad estatizada” del mismo autor de esta nota).
Sin embargo, a pesar de la enorme riqueza de los análisis de Trotsky, la Oposición de izquierda se mantuvo atada al esquema del “tercero excluido” (Estado obrero burocratizado o vuelta al capitalismo, ninguna tercera alternativa), cuando la variante que finalmente se dio fue la emergencia política y social aún inestable de la burocracia. Esta variante fue intuida con más claridad por Rakovsky quien se mostró agudo en entender qué de específico había en la emergencia de la burocracia como una “nueva clase de gobernantes” (ver su “Carta a Valentinov”).
Sujetos, tareas y métodos de la revolución socialista
Otro antecedente que enriqueció enormemente la teoría de la revolución fue la dramática crisis de los años 1928/9 en el seno de la Oposición de izquierda, que colocó en cuestión su razón de ser.
La Oposición estaba en el destierro interior. De repente, Stalin pareció asumir su programa en el súbito giro “izquierdista” a la colectivización forzosa (la liquidación de la propiedad privada en el campo) y la industrialización acelerada (una exigencia de la Oposición desde 1923).
Simultáneamente, continuaba con su mano de hierro sobre el partido y el régimen, amén de una política internacional de capitulaciones (China, Comité Anglo-ruso, etcétera).
Preobrajensky, Radek y Smilga, el primero y el último no casualmente economistas (nunca se subrayará lo suficiente que el punto de vista revolucionario es global, político), vieron una oportunidad para capitular en el hecho que Stalin había tomado “partes” del programa de la Oposición.
El “giro izquierdista” de Stalin (en verdad, un giro contrarrevolucionario) introdujo una dramática crisis en las filas de la Oposición. Muchos lo vieron aplicando el programa de la misma. El propio Trotsky señaló que Stalin giraba a la izquierda “espoleado por la Oposición”. Pero subrayaba, a la vez, “que una parte del programa no es todo el programa”, que el mismo es una totalidad.
Una totalidad donde la parte más importante no era la eventual industrialización, sino el restablecimiento de la democracia partidaria y soviética (Rakovsky). Las cuestiones de régimen de partido se habían hecho fundamentales en la medida que era el partido (y la clase obrera por intermedio de él) el que estaba en el poder: “Radek y Preobrajensky veían en el primer Plan Quinquenal un punto de partida radicalmente nuevo. “La cuestión central”, replicó Trotsky, “no es la de las estadísticas de este Plan Quinquenal burocrático per se, sino el problema del Partido”[4], el espíritu con el que se dirigía al Partido, porque eso determinaba también su política. ¿Estaba el Plan Quinquenal, en su formulación y ejecución, sujeto a algún control desde abajo, a crítica y discusión? Y, sin embargo, de esto dependían también los resultados del Plan” (Deustcher; 2007; 74).
El problema que se colocó –y que la experiencia histórica permitió evaluar- fue la necesidad de una apreciación doblemente crítica del verdadero carácter de las medidas de Stalin. Porque, a priori, acabar con la propiedad privada agraria y avanzar en la industrialización planificada del país, aparecían como medidas “socialistas”… Sin embargo, el problema fue la desnaturalización de estas medidas en manos de la burocracia. Ocurre que no fue la clase obrera la que llevó adelante las mismas bajo un régimen de democracia obrera sino que las concretó la burocracia al servicio de sus propios beneficios, y lo hizo de manera brutal.
El propio Deutscher (que expresa una visión justificatoria in toto de Stalin), reconoce que fue la clase obrera la que pagó los costos de la industrialización estalinista: “Fue por lo tanto en un sentido literal que, por medio de la inflación, Stalin tomó la mitad del salario del obrero para financiar la industrialización” (Deutscher; 2007; pp. 94).
Aquí ya se ve lo que estamos señalando: cómo el carácter de las tareas llevadas adelante no pueden ser apreciadas per se (en sí mismas, el propio Trotsky lo da a entender) en exclusión de quién y cómo las concreta. “Para juzgar la política de Stalin, es necesario considerar no solamente qué es lo que se hace, sino también cómo se lo hace” le escribiría Trotsky a Palatnikov, un “profesor rojo” y economista exiliado por Stalin. (Deutscher; 1964; 599).
A un materialista vulgar este criterio podría parecerle “idealista” o abstracto: expropiar a la burguesía es expropiarla y eso es lo que queda, lo demás sería “secundario”. Pero resulta que en la dialéctica marxista, es el todo el que determina las partes. Siquiera la expropiación agota el carácter de la cosa. La expropiación de la burguesía es una tarea anticapitalista y, por lo tanto, progresiva. Pero una expropiación socialista es la que se consuma llevando a la clase obrera al poder. Si la expropiación no tiene esta dinámica, si no lleva a la clase obrera al poder, si es apreciada sólo económicamente, su carácter no es el mismo: “La más importante crítica de Twiss al análisis de Trotsky se refieren a la colectivización forzosa de Stalin y a los kulaks (supuestamente campesinos ricos). Observa que Trotsky aceptó la propaganda estalinista de una ‘huelga de los kulaks’ o ‘kulaks ideológicos’ para los campesinos medios o pobres que resistían la colectivización (…) Solamente en 1939 Trotsky comenzaría a aceptar el catastrófico costo humano de la colectivización en Ucrania (…) Incluso las distorsionadas estadísticas soviéticas (…) reconocieron que la mayoría de los 2.5 millones de campesinos envueltos en 13.754 rebeliones, solamente en 1930, estaba formada por campesinos medios o pobres (…) A pesar de sus reservas y revisiones posteriores, la posición de Trotsky en la época de la colectivización lo colocó en el lado equivocado de la rebelión campesina más violenta del siglo XX” (Murphy; 2017)[5].
De ahí que hayamos diferenciado las connotaciones anticapitalista y socialista de los procesos. Socialista sólo es cuando la expropiación es llevada adelante por la clase obrera. Si así no fuera, sería indistinto que la clase obrera tomara el poder: cualquier sujeto podría reemplazarla en la obra de la transformación social. Esto no debía ser apreciado de manera doctrinaria. Pero ocurre que toda la experiencia del siglo pasado puso sobre el tapete esta conclusión: “Las implicaciones anti-marxistas de deslizarse [para definir el carácter del Estado] del poder de la clase obrera a la propiedad estatizada fueron estrictamente limitadas en el trabajo del propio Trotsky. Él fue cuidadoso en enfatizar en sus últimos textos que la propiedad nacionalizada era un remanente; un último vestigio del Estado obrero, y que el contenido progresivo de la nacionalización solo podría realizarse luego de tirar abajo la burocracia” (Davidson; International Socialist Journal; 2004).
Con la expropiación (nos referimos ahora a las revoluciones de posguerra) se abre una transición: la burguesía fue echada del poder. Pero a partir de ahí se inaugura un nuevo proceso en el sentido de si la clase obrera logra tomar el poder en sus manos. Las direcciones pequeñoburguesas hicieron lo posible (y lo imposible) para evitar este desarrollo. El corto período que debía mediar entre el gobierno revolucionario pequeño burgués y la verdadera dictadura del proletariado, se congeló (se hizo infinito en términos del proceso anticapitalista).
Esto se aplica a Polonia y a las expropiaciones de posguerra. Pero vale también para el giro de Stalin a comienzos de los años ‘30: su brutalidad, su carácter convulsivo, su realización a expensas de los explotados y oprimidos del campo y la ciudad, estaba indicando no una “revolución complementaria” (como la definiera Trotsky algunas veces), mucho menos “la segunda revolución” que vio Deutscher, sino el inicio de la contrarrevolución política y social de la burocracia.
Desde ya que alguna medida había que tomar frente a la levantada de cabeza de los elementos burgueses, kulaks y nepmens (en esto cabe la crítica a la orientación derechista de Bujarin, que fue primariamente el que condujo al callejón sin salida de finales de los años ‘20). Pero cómo se llevara adelante estas tareas, no abría una vía sino dos: podía dar lugar, en condiciones de democracia obrera y socialista, al reforzamiento del Estado obrero, a su desarrollo revolucionario. O abrir la vía, como efectivamente ocurrió, al Estado burocrático[6].
Estado, propiedad y burocracia
Las dificultades para apreciar cabalmente el carácter de la burocratización se vincularon a una definición demasiado reduccionista de la propiedad estatizada (para un desarrollo más pormenorizado de esta temática ver el ya citado “Los problemas de la propiedad estatizada”).
Existía aquí un matiz profundo respecto de la revolución burguesa. Con la propiedad privada no puede haber dudas de quién es la misma: es la propiedad del capitalista. Es su propiedad privada, lo cual establece una vinculación directa entre el bien y su dueño; de aquí que la propiedad privada capitalista sea la forma de la propiedad más absoluta, la forma absoluta de la propiedad[7].
Pero la propiedad estatizada plantea un problema más complejo: está mediada por relaciones políticas[8]. La propiedad es del Estado, muy bien. ¿Pero el Estado de quién es, en manos de quién está? Y otra cuestión: el Estado en cuanto “comunidad política” real o ilusoria, lo mismo da aquí, ¿en qué instituciones está representado?, ¿cómo se representa la voluntad colectiva, popular?. Ocurre que no hay manera de atribuir la propiedad al pueblo entero, si este “pueblo entero” no está en el poder.
La propiedad estatizada está mediada por el poder del Estado -entendido como ámbito de representación de los intereses colectivos de la sociedad-, y en tanto es así supone determinaciones no solamente económicas sino políticas.
Dicha propiedad entraña, necesariamente, un plano político: de alguna manera se debe hacer valer esa colectividad (mediante asambleas, soviets, o como sea). Va de suyo entonces, que la propiedad estatal como forma transitoria hacia la disolución de toda propiedad, entraña un nivel necesariamente político: contiene el problema de quién está al frente del Estado como colectivo, sus formas de representación de la voluntad colectiva de los trabajadores.
Se ha dicho, correctamente, que es malo fetichizar una forma de Estado y de propiedad, aunque sea un Estado obrero[9]. El Estado se afirma como obrero en la medida que comienza a dejar de ser un Estado (en el sentido pleno de la palabra); en la medida que es un “semiestado proletario” organizado bajo formas de democracia proletaria. Y lo mismo ocurre con la propiedad estatizada: cumple su función en la medida que va camino a dejar de ser propiedad como tal (en la vía de la socialización real de la producción, de que los productores directos la tomen realmente en sus manos). “La revolución proletaria no es, según creo, nuestro fin; la revolución que proponemos debe ser socialista, en el sentido humanista de la palabra; más exactamente, socializante, democrática, libertariamente realizada…” (Serge, 2017)[10].
Naville decía que este tipo de propiedad (se refería a la forma cooperativa) entrañaba amplias posibilidades de saqueo, apropiación indebida, parasitismo. Lo mismo afirmaba Trotsky respecto de la propiedad estatal, y se entiende: si la propiedad está estatizada pero no está en manos de los propietarios directos porque el Estado es burocrático, da lugar entonces a indebidas relaciones de apropiación. Puede ser el “parabrisas” (el concepto es de Naville), el “espejo” para el retorno de la explotación del trabajo aunque esto no se establezca de manera orgánica, jurídica, aunque no se retorne a una relación de propiedad tan absoluta como la propiedad privada (“La burocracia considera al Estado como su propiedad”, Marx).
De ahí que haya sido un error esa idea que, a pesar de todo, la burocracia “trabajaba para el socialismo”. Aquí se coloca el problema de la burocracia: si puede ser independiente sin llegar a ser una clase. Un poco la idea es que la burocracia, como tal, no tendría contenido social propio: debe traducir las presiones de la burguesía o del proletariado[11]; por esto mismo, el Estado burocrático sería una contradicción en los términos, evitaría dar cuenta del carácter social del Estado: “Twiss sustenta que, en 1936, Trotsky creía que la burocracia se alejaba de la ‘autonomía relativa’ yendo en dirección a una ‘extrema autonomía’ y, según Twiss, ‘eso sugería un grado de autonomía de una clase’ (…) Ciertamente, Trotsky nunca afirmó haber redefinido la teoría marxista del Estado, como sugiere Twiss. O la burocracia era un fenómeno temporario que oscilaba entre las clases en disputa o representaba intereses de una determinada clase, mismo si esa clase fuera la propia burocracia. Esta era la posición hacia la cual estaba moviéndose Trotsky, a pesar de la afirmación de Twiss de que, en la instantánea de 1936, habíase congelado su veredicto final” (Murphy; Octubro; 2017).
¿No sería una interpretación demasiado mecánica de la burocracia considerar que la misma sólo puede trasmitir los intereses de una u otra clase? De ahí que, en este punto, nos parezcan (abordadas muy sumariamente) pertinentes las analogías con el Estado asiático, donde una burocracia estaba al frente del Estado sin que se hubieran desarrollado todavía clases sociales en el sentido moderno del término.
Aquí ocurre lo mismo que respecto del problema de la propiedad: las clases sociales clásicas (como están caracterizadas bajo el capitalismo), se definen por exclusión del Estado, económicamente, por su relación con la propiedad de los medios de producción.
Pero en el Estado asiático la burocracia se apropiaba de sus privilegios por el control del Estado. De ahí que la definición de las clases sociales combinara elementos más complejos, lo que puede dar lugar a la idea de un Estado burocrático o que el estalinismo, sin llegar a ser una clase orgánica, se asentó de todas maneras –mediado por su control del poder político- en relaciones de explotación: “La querella terminológica no agota sin embargo el enigma de una ‘clase’ particular, donde las relaciones de producción y de propiedad no garantizan los automatismos de la reproducción” (Bensaïd; 1995; pp. 127).
¿Qué consecuencias tendría esto para la teoría de la revolución socialista? Simple: si, como dijera Trotsky, la revolución permanente es la transformación de la revolución democrática en socialista, la transformación integral del país y la revolución internacional en manos de la clase obrera, esto no ocurrió en la posguerra.
No fue la burocracia la que, “objetivamente”, llevó adelante una revolución socialista y la transición; la revolución fue anticapitalista y la transición quedó bloqueada, sencillamente porque la burocracia no fue la “mandadera -en última instancia- de la clase obrera”, sino que aportó su propia impronta social abriendo una tercera vía inesperada. “Se hacía necesario pensar esas contradicciones reales en lugar de negarlas en provecho de simplificaciones. Para el II Congreso [de la IV Internacional] de 1948, la URSS era una sociedad de transición entre el capitalismo y el socialismo. La fórmula tiene el inconveniente de inscribirse en una visión lineal de la historia y en un lógica del tercio excluso en lugar de comprender una realidad social singular” (Bensaïd; 2002; pp. 53)
Bibliografía
Rolando Astarita, “Trotsky, el giro de 1928/9 y la naturaleza social de la URSS (conclusión)”.
Daniel Bensaïd, Trotskismos, El Viejo Topo, España, 2002.
–La discordance des temps, Essais sur les crises, les clases, l’historie, Les Éditions de la Passion, Paris, 1995.
Pierre Broué, “Khristian Rakovsky et l’analogie de Thermidor”, Cahiers León Trotsky nª30.
- “Trotsky y la Revolución francesa”, sinpermiso.info.
Isaac Deustcher, Trotsky, el profeta desarmado, Rene Julliard, París, 1964.
- Trotsky, el profeta desterrado, LOM Ediciones, Santiago de Chile, 2007.
Neil Davidson, “The prophet, his biografer and the watchtower”, International Socialis Journal, 104.
Kevin Murphy, “Trotsky e o problema da burocracia soviética”, Revista Octubro, nª 28, abril 2017.
Roberto Sáenz, “Los problemas de la propiedad estatizada”, en www.socialismo-o-barbarie.org
Víctor Serge, “Treinta años después de la Revolución rusa”, con nota introductoria de C. A. Udry, 30/03/17.
León Trotsky, “Estado obrero, Termidor y Bonapartismo, 1935.
- “Las tendencias filosóficas del burocratismo”, diciembre 1928.
[1] Para Deutscher “Stalin estaba socializando la tierra a su manera”, lo que formulado así daba a entender que estaba llevando adelante la revolución.
[2] Murphy señala con agudeza que, de todas maneras, los análisis de Trotsky tuvieron la plasticidad de ir dando cuenta de los desarrollos de manera permanente, razón de más por la cual es difícil no cometer injusticias cuando se quiere dar un juicio “definitivo” sobre sus opiniones (sobre la burocratización de la ex URSS). De ahí que siempre nos haya parecido más atinado tomar sus análisis con “beneficio de inventario”: como un punto de apoyo para una elaboración ulterior.
[3] Termidor es, según el calendario instaurado por la Revolución Francesa, el mes del golpe contra Robespierre que terminó echando a los Jacobinos del poder (Julio de 1794).
[4] Es decir: lo que determina el carácter de clase del Estado, en última instancia, es qué clase está en el poder.
[5] Murphy agrega: “Twiss cita un estudio de Alec Nove sobre la economía soviética que muestra que el primer Plan Quinquenal resultó en ‘miseria y hambre de masas’ en 1933 y que fue la ‘culminación de la más profunda caída en tiempos de paz según los patrones de vida registrados históricamente” (Murphy; 2017).
[6] En un reciente trabajo Astarita llega a conclusiones parecidas a las nuestras a este respecto; esto más allá que se le pierdan siempre los matices de la reflexión de Trotsky: “Un punto central del argumento que presento es que la estatización no define, de por sí, una relación socialista, o proletaria. Sólo puede adquirir un carácter socialista si está puesta al servicio de la socialización de los medios de producción. Pero esto requiere la intervención consciente de los trabajadores” (“Trotsky, el giro de 1928/9 y la naturaleza social de la URSS, conclusión”)
[7] Como digresión, señalemos que es interesante la caracterización de Trotsky sobre los jacobinos: “utopistas que querían una república igualitaria sobre la base de la propiedad privada” (Broue; Sin permiso).
[8] “En la sociedad burocrática, la propiedad es una categoría de hecho más que de derecho” (Bensaïd; 1995; pp.127).
[9] Ver el debate de Altamira en el seno del Partido Obrero de la Argentina.
[10] Otra digresión: veamos lo que señala Serge respecto de la propiedad privada a diez años de la Revolución Rusa: “[Para] 1927 (…) un nuevo sistema de producción colectivista ha sustituido al capitalismo y funciona bastante bien. Las masas trabajadoras de Rusia han demostrado su capacidad de victoria, de organización, de producción. Se han instalado nuevas costumbres así como un nuevo sentimiento de dignidad del trabajador. El sentimiento de la propiedad privada, que los filósofos de la burguesía consideraban como innato, está en vías de extinción natural” (Serge; 2017).
[11] Trotsky daba por sentado esto en un artículo por otra parte brillante: “Las tendencias filosóficas del burocratismo”, diciembre 1928: “La burocracia no ha sido nunca una clase independiente. En última instancia, siempre ha servido a una u otra de las clases fundamentales de la sociedad –pero sólo en última instancia, y a su manera”. Pero está claro que dada la plasticidad de sus análisis (que ya señalamos), su posición sobre la burocracia estalinista se iría enriqueciendo, incorporando matices, a lo largo de los años.
Por Roberto Sáenz, SoB 422, 20/4/17