May - 11 - 2017

Minuta nacional para el Plenario Nacional de Cuadros

“ ‘Todo el mundo desea que la Argentina sea un modelo, un ejemplo de contrapeso al populismo. Pero esto todavía no está escrito, hay elecciones en octubre’ recordó Peter Schetcher, vicepresidente del Consejo Atlántico. En Washington ‘todos quieren que al gobierno argentino le vaya bien’, agregó. ‘Es como si fuéramos todos espectadores en una cancha hinchando para el mismo equipo, pero todavía el partido no se ha acabado y hay que jugarlo hasta el último segundo’ graficó”. (La Nación, 26/04/17)

Presentamos a continuación la minuta nacional para el Plenario Nacional de Cuadros de nuestro partido. Lo hacemos al calor de la histórica movilización que acaba de derrumbar el 2 x 1 a los genocidas que pretendía Macri; una movilización de masas que le mostró los dientes a Macri donde más le duele: en el terreno de las relaciones de fuerzas creadas no solamente en el 2001, sino incluso desde 1983.

  1. Una nueva coyuntura política

La primera definición es que las jornadas de marzo y abril, aparentemente concluidas después del paro general del 6 de abril, se han continuado con la histórica movilización de este miércoles 10 de mayo, movilización que colocó 300 o 400 mil personas en Plaza de Mayo derrotando el 2 x 1 a los genocidas.

Es verdad que no se ha logrado quebrar el ajuste (aunque el gobierno ha debido postergar medidas para después de las elecciones). Sin embargo, la movilización de masas contra el 2 x 1 ilustra que ante el menor “desliz” gubernamental, existen amplios sectores prestos a ir a las calles sobre todo, claro está, cuando se intenta pasar por encima de la enorme sensibilidad democrática que posee la sociedad.

Con estas históricas jornadas –marzo, abril, mayo- se abrió una nueva coyuntura. Y es todavía difícil anticipar cuándo se irá a cerrar, en qué condiciones se llegará a la campaña electoral (teniendo presente, además, que en el futuro próximo está el segundo aniversario del #NiUnaMenos).

Esta realidad contrasta con lo ocurrido el año pasado. Durante el 2016 Macri gozó de una extendida “luna de miel”; estaba “omnipresente” la crítica a los 12 años K, razón por la cual la “coalición electoral” que se expresó en el balotaje con el 51% de los votos, se mantuvo apegada al gobierno de Cambiemos.

Ya durante el verano de 2017 se veía que ese apoyo masivo se comenzaba a resquebrajar. La salida de Prat Gay marcó el alerta de que algo no andaba bien en el oficialismo. Y ese algo tuvo que ver con que el esquema de ajuste gradual y endeudamiento multiplicado que venía sosteniendo el gobierno (“gradualismo”), significa la acumulación de contradicciones económicas eventualmente explosivas en el mediano plazo.

La llegada de Dujovne marcó el intento de ir a una orientación más agresiva: redoblar el ajuste atacando el salario y las condiciones de trabajo (los convenios), al tiempo que buscar reducir los costos laborales empresariales (de ahí la reforma tributaria que se vendría en el 2018). Es decir: buscar la manera de hacer más atractivo el país a la inversión extranjera.

También se marcó la necesidad de dar pasos en la reducción del déficit fiscal, cuestión que sin embargo aparece postergada para después de las elecciones[1].

Es importante marcar este elemento porque denota la intencionalidad del gobierno de endurecerse, de ir a la ofensiva con el ajuste, incluso si esto podría parecer paradójico desde el punto de vista de un “año electoral”: se tuvo cuidado con el ajuste en un año no electoral; se redobla el mismo cuando se vienen unas elecciones que serán fundamentales para el futuro del oficialismo.

Una somera explicación de esta contradicción tiene que ver con que el gobierno debe demostrarle al empresariado y el imperialismo, así como a las capas sociales reaccionarias que lo sostienen, su voluntad de ir adelante con una gestión “transformadora” (esto amén, evidentemente, de las exigencias impostergables que le coloca la economía).

Si no redobló su ofensiva antes es porque estaba aprendiendo a manejar los “hilos del poder”. Sin embargo, es posible que sus tiempos políticos no sean los de la sociedad; que su intento de redoblar el ajuste y los zarpazos reaccionarios, lo termine pagando muy caro en materia política y electoral.

Esto deja planteada la contradicción general que preside la actual coyuntura: un gobierno obligado y decidido a ir a una orientación más dura, hacia la derecha, y una amplia franja de la sociedad desplazándose hacia la izquierda.

Aquí es donde se colocan las jornadas de marzo y abril continuadas ahora con la inmensa movilización democrática de este 10 de mayo, las primeras jornadas de irrupción realmente masiva contra Macri; jornadas que a diferencias del acto de la CGT de abril del 2016 y de la primera Macha Federal de septiembre de dicho año, colocaron elementos “disruptivos” en el sentido de facturarle un alto costo político al gobierno.

Como parte de su renovada ofensiva, Macri fijó pautas inflacionarias inalcanzables para el 2017. Estableció el objetivo que los precios se muevan entre el 12 y el 17%, intentando fijar paritarias del mismo orden. Gracias a la burocracia, se podría decir que se están firmando paritarias en promedio algo en torno al 18 o 20% anualizado, un índice por detrás de la inflación real, que se estima alcanzará este año el 28% o más.

En concreto se eligió el gremio docente como caso testigo, lo que desató el conflicto sindical individual más importante bajo la gestión de Macri; conflicto que arrancó con una importantísima movilización el lunes 6 de marzo, se extendió a lo largo de mes y medio y todavía no se ha cerrado formalmente (en lo real las medidas de lucha han sido levantadas)[2].

De manera concomitante ocurrió el desborde del acto de la CGT el 7 de marzo pasado, así como el primer paro general bajo el macrismo el 6 de abril; una medida de fuerza impuesta al triunvirato por el repudio general a su negativa a convocarla.

Y no hay que olvidarse del histórico Paro Internacional de mujeres del 8 de Marzo, así como otras manifestaciones de rechazo a la opresión de la mujer, un movimiento que ha adquirido un carácter realmente de masas en nuestro país a partir del #NiUnaMenos, que tendrá su segundo aniversario el próximo 3 de junio.

Cerrando esta dinámica movilizadora contra el ajuste y los zarpazos reaccionarios, acabamos de concluir la histórica jornada por el 2 x 1.

La combinación de estos reclamos ha producido cambios en el panorama nacional, sobre todo el alejamiento de una franja de masas con el gobierno. No se ha llegado a abrir una crisis política debido, fundamentalmente, a los sólidos apoyos de clase que tiene Macri (veremos esto enseguida).

Pero los procesos tienen su lógica. Macri necesita revalidar su apoyo en las próximas elecciones, so pena de quedar debilitado.

El oficialismo está adelantando (extraoficialmente) un duro ajuste económico para después de las elecciones. ¿Cómo podría redoblar la apuesta si sale derrotado? En ese caso se abriría una crisis política; crisis política que de ser grave podría colocar su salida anticipada.

Porque lo que está en juego no es una mera elección, sino la estabilidad y las perspectivas mismas de Macri; una definición que hay que retener para entender la dinámica de los procesos en curso.

Las jornadas de los últimos meses mostraron a la sociedad argentina como una sociedad movilizada; una sociedad explotada y oprimida en la que si bien el gobierno tiene la iniciativa, no le resultará fácil revertir las relaciones de fuerzas creadas. El macrismo se anticipa como uno de los gobiernos más reaccionarios de los últimos 30 años. Pero para serlo realmente deberá imponerles una derrota a los trabajadores que no luce nada sencilla.

  1. Un sector de masas rompe con el gobierno

La movilización del 2 x 1 (y la que seguramente ocurrirá el próximo 3 de junio), sigue mostrando que la coyuntura es todavía “mixta”: combina desarrollos políticos y políticos-electorales de importancia creciente; pero también eventos directos de la lucha de clases. De ahí que sería equivocado caer en definiciones reduccionistas que anulen uno u otro término de la “ecuación política” que domina actualmente el país.

En el mismo sentido, pero desde otro punto de vista, podríamos decir que el país ya está en una suerte de “precampaña electoral”; pero una precampaña caracterizada, precisamente, por este “entrecruzamiento” de eventos de la lucha de clases y lento encaminamiento electoral.

Hay todavía un elemento más “estructural” en la nueva coyuntura. Si las movilizaciones atañen a importantes sectores activos, el fenómeno más masivo tiene que ver con el alejamiento del gobierno de una amplia franja de masas que apoyó en la segunda vuelta a Macri, pero hoy aparece en ruptura con él.

Esto no parece tener retorno salvo que mejoren sustancialmente las condiciones económicas (algo que no se ve por ninguna parte). Y se trata de otro dato distintivo en relación al 2016, cuando el macrismo gozaba de las mieles de un apoyo social mayoritario aparentemente a-crítico.

Si bien los encuestadores dicen haber detectado una “recuperación” del gobierno en abril (luego de su masiva caída en febrero), que Macri gozaría hoy de una popularidad del 52%, según Poliarquía el gobierno como tal sólo muestra un apoyo del 33%, y las intenciones de voto a Cambiemos en la provincia de Buenos Aires se derrumban hasta un 32%; volveremos sobre esto más abajo.

En todo caso, no es tan difícil comprender qué es lo que está detrás de este alejamiento masivo de Cambiemos. Fundamentalmente, el deterioro económico que viene sufriendo la población trabajadora por cuenta del ajuste económico sin fin[3]; la creciente bronca contra Macri sobre todo entre amplios sectores de la clase trabajadora, así como entre las llamadas “clases medias progresistas” y la juventud, un alejamiento que se funda en la continuidad del estancamiento económico y también en el rechazo a sus medidas reaccionarias.

Si esta ruptura es un elemento central de esta nueva coyuntura, podríamos afirmar que el desarrollo político de conjunto se encuentra en una suerte de punto intermedio entre una nueva coyuntura y una nueva situación política.

Una nueva coyuntura en el sentido que la situación se dinamizó; el gobierno perdió el apoyo de una porción de las masas. Pero no todavía una nueva situación política en regla, esto en la medida que no logró frenarse la ofensiva oficialista de conjunto ni abrirle una crisis política.

El gobierno se sostiene por el apoyo cerrado de toda la patronal y el imperialismo, y también por el sostenimiento de ese 30% de las clases medias y medias altas reaccionarias.

Sin embargo, debe demostrar que no ha quedado en minoría; que ganando las elecciones reafirmará su primacía. Expresar no solamente un mandato (que no le alcanzaría para imponer los cambios que pretende), sino un nuevo ciclo político de restauración de condiciones similares a los años 90, cual es su verdadera aspiración; que tendrá, repetimos, la suficiente fuerza para revertir las relaciones de fuerzas.

Por el tipo de gobierno en minoría institucional que es el de Cambiemos, por su voluntad manifiesta de reestablecer las condiciones de explotación del capitalismo neoliberal, por el hecho de que es, en definitiva, un gobierno de base electoral, si perdiera las elecciones se vería sumamente debilitado para llevar adelante su agenda.

Peor aún cuando se trata de una agenda que se adelanta, como la multiplicación del ajuste.

Que esta perspectiva pueda hacerse plausible luego de octubre es lo que coloca en un lugar central las próximas elecciones; y lo que dificulta también anticipar definiciones categóricas de la situación en su conjunto antes que la realidad hable por sí misma.

  1. El endurecimiento del gobierno

Nada de lo anterior significa que el gobierno de Macri sea débil. Esta definición es un error, y por varias razones. La primera, la más estructural, es que no debe perderse de vista, ni por un instante, que el gobierno de Cambiemos es un gobierno de unidad burguesa e imperialista. Si el kirchnerismo llegó debilitado a las elecciones del 2015 fue, entre otras razones, porque desde el 2008 cuando la crisis del campo, la burguesía se había dividido en torno a él.

Claro que los gobiernos kirchneristas fueron 100% capitalistas; en ningún caso llegaron a veleidades del tipo Chávez o Evo Morales. Sin embargo, si Néstor Kirchner gozó de los favores de la burguesía durante su mandato, fue en función de apagar incendio del 2001. La burguesía giró posteriormente a la oposición al considerar que las medidas progresistas no tenían más razón de ser.

La crisis con el campo alejó al grueso de la patronal del gobierno K; esto nunca se reestableció siendo un factor de división permanente entre los de arriba (hay que entender que un gobierno burgués no deja de serlo cuando parte importante de la burguesía se aleja de él; mientras siga defendiendo la propiedad privada y el Estado patronal, sigue siendo burgués[4]).

De manera simultánea, el ciclo progresista fue entrando en crisis en toda la región, operándose un recambio por derecha. En Brasil el PT fue echado del gobierno por una maniobra parlamentaria –el impeachment que llevó al gobierno de Temer[5]-, Macri se impuso por elecciones normales, y Venezuela va camino a una explosión subproducto del desastre chavista (que no se ve cómo podría evitarse que sea capitalizada por los escuálidos).

¿Qué sostén de clase está detrás de estos nuevos gobiernos derechistas? Una, la burguesía que volvió a unificarse detrás de los mismos; detrás de un programa de restablecimiento de las condiciones de explotación de los años 90, lo que es concomitante con tratar de liquidar las relaciones de fuerzas existentes: “Este gobierno va a marcar un antes y un después en la historia de la Argentina. El presidente Macri, hasta donde yo lo conozco y sé, está decidido a hacer las cosas y las está haciendo. Pero, ¡ojo!, necesita tiempo. En este camino de crear riqueza no hay atajos, hay que sufrir, hay que tomar decisiones impopulares… para que luego vengan unos resultados” (Francisco González, presidente el banco español BBVA, La Nación, 7/05/17)[6].

Este mismo carácter de Macri de gobierno expresión de la unidad burguesa imperialista, se expresa en otro dato en el que hicimos hincapié desde su asunción: ser un gobierno agente directo de los empresarios.

En el Plenario de Cuadros de noviembre del 2015 nuestro partido definió correctamente –un acierto político de importancia anticipándonos a toda la izquierda- que Macri marcaba una suerte de punto de inflexión y ruptura respecto de los K, que venía a operar un quiebre hacia la derecha en los asuntos, que constituía la novedad de un gobierno agente directo de los empresarios, expresado esto incluso en su composición.

Existe en esto un matiz respecto de los gobiernos burgueses normales. Los mismos suelen estar integrados por políticos profesionales (que no son empresarios). Esto tiene que ver con las formas tradicionales de la democracia burguesa, que habitualmente funciona como mediación para que la responsabilidad política no recaiga directamente en la clase capitalista como tal.

Un gobierno empresarial directo como el de Macri coloca dos cuestiones contradictorias: una, estar demasiado identificado con los capitalistas, con los ricos, un poco como le está ocurriendo a Macri hoy. Dos, que al ser un gobierno tan directo puede eventualmente realizar un arbitraje más directo sobre el empresariado, amonestarlos, gozar de un apoyo más categórico de los mismos: ser un igual.

Puede llamarlos al “orden” como lo hace habitualmente Macri, aunque con la contradicción que este “llamado al orden” es puramente verbal, porque está incapacitado de tomar ninguna medida, aunque sea parcial, contra ellos; cualquier presión, cualquier regulación económica, sería vista como un retorno al “populismo K”, que es justamente lo que temen como la peste: una vuelta al “régimen populista” (como define a los K el actual presidente de la Asociación Empresaria Argentina, Jaime Campos)[7].

En este contexto, el plantarse “thatcherianamente” contra los docentes, el negarse a convocar a la paritaria nacional (y seguir ofreciendo hoy día un 20% en cuotas), el amenazar con instaurar el presentismo (una medida abiertamente antisindical), el sostener contra viento y marea (con la complicidad de la burocracia) acuerdos paritarios miserables del 16% como en el SMATA, el haber impuesto un convenio a la baja a los petroleros en Vaca Muerta (obvio que con la complicidad de la burocracia de Pereira), etcétera, son otras tantas medidas de este endurecimiento gubernamental.

Es decir, de su carácter de gobierno “amarga theatchers”, que si se ha topado con el rechazo masivo del 2 x 1, no desmiente que su curso sea a un endurecimiento creciente avalado por toda la patronal y el imperialismo, administre como lo administre (tan del “palo” es el gobierno que le admiten incluso su “gradualismo”, con el que de todas maneras afirma tener que manejarse, al menos hasta que pasen las elecciones[8]).

  1. La traición de la burocracia

Si la dinámica movilizadora –más específicamente en materia reivindicativa- se cortó en seco luego del 6 de abril, es por exclusiva responsabilidad de la burocracia. Una muestra de esto es como en otros terrenos -el democrático y el del movimiento de mujeres- la cosa sigue, mostrando el dinamismo de la actual coyuntura; el carácter “mixto” que eventualmente tendrá una campaña electoral cruzada por procesos de movilización (aunque esto habrá que ir viéndolo en concreto).

Sobre la burocracia las definiciones que fue tomando el partido se demostraron correctas. No quería el paro general. De ahí el desborde en el acto del 7. Y también la desprolija borrada de la CGT luego del paro general.

La razón es simple: la burocracia sigue como la sombra al cuerpo a la burguesía. Y, sencillamente, su apuesta por Macri continúa. Macri gobierna; ellos están para colocar “reivindicaciones”. Ese es el histórico rol sindicalista de la burocracia. No participan del gobierno. No es su rol habitual (aunque pueden integrar gobiernos, lo que no es el caso actual).

El gobierno se decide por elecciones (lo define la clase capitalista); ellos apuestan a uno y otro candidato burgués; y una vez que hay un nuevo gobierno, vuelven a los reclamos (¡y a las entregadas de los mismos!). Punto. Sindicalismo, tradeunionismo (como lo definiera Lenin), no cuestionar el marco estructural de la explotación capitalista. Esta es la “división del trabajo política” que rige el Estado y el régimen de democracia de ricos y de la cual es funcional la burocracia sindical.

Esto no quiere decir que la burocracia no haga política. Claro que sí: se alinea con el gobierno de turno; en otros casos rompen con él y van hacia otro sector burgués, hacia la oposición. Esta es la dinámica que siguió, por ejemplo, el moyanismo: alineado al comienzo con Néstor Kirchner, en determinado momento pasó a la oposición (bajo Cristina), llegando incluso a apoyar abiertamente a Macri en las últimas elecciones.

El triunvirato cegetista se formó con este criterio: apoyar a Macri, que no es lo mismo que integrar su gobierno. El “Momo” Venegas es el único que expresamente participa de Cambiemos. El triunvirato es un acuerdo de los gordos, el moyanismo y el Frente Renovador, ninguno de los cuales es oficialista.

Pero no ser oficialistas no quiere decir, mecánicamente, ser opositores. No señor: la CGT hace reclamos (entrega las luchas) pero no es opositora. No es que solamente cuidan -como buenos traidores que son- la gobernabilidad; es más que eso. Se trata de que no están decididos a volcarse a la oposición; al menos no hasta que las elecciones canten su veredicto y, simultáneamente, se decante un proyecto patronal alternativo.

Esto tiene que ver con otra cuestión. En la CGT ningún sector es actualmente K; el sindicalismo kirchnerista se recuesta actualmente en la CTA de Yasky que, por otra parte, a pesar de su rol entregador en docentes y estatales, viene fortalecida y va a la reunificación con el sector residual de Micheli.

La CTA juega su juego; de ahí que haya aparecido -en marzo y abril- a la “izquierda” de la CGT. Pero esto no ha impedido que donde tiene responsabilidad directa cumpla el mismo rol entregador que sus pares cegetistas: el año pasado, al no dar continuidad a la pelea de los estatales; este año, llevando a un callejón sin salida el conflicto docente, aunque haciéndolo de manera más “prolija” que la CGT, carpa itinerante y no firma del acuerdo paritario mediante[9].

Esto no quita que la CTA sea opositora. Pero tiene la misma profesión de fe que el triunvirato: quieren que Macri “gobierne hasta el último día”, cuidan la gobernabilidad, no apuestan al desborde del gobierno; de ahí que no le den continuidad a las medidas de fuerza; de ahí que sean una enorme traba en la posibilidad de derrotar al gobierno.

El rol de la CGT y la CTA es lo que explica que luego de las inmensas jornadas de marzo y abril viniera un “planchazo” en materia reivindicativa[10]. La CGT simplemente parece definida a esperar al resultado electoral antes de tomar una definición, firmando mientras tanto vergonzosas paritarias a la baja como se puede apreciar en el SMATA (¡16% real para todo el año!) o la UOM.

Al final, parece que los gremios industriales terminaron firmando paritarias tan bajas como los docentes y estatales; levemente distinto ha sido el caso de bancarios, aceiteros y otros rubros vinculados a alguna renta –financiera o agraria- particular; mientras tanto, los petroleros están directamente entregando partes del convenio.

Luego del paro general, la CGT siquiera ha reclamado una mesa nacional con el gobierno. Se ha adaptado a las negociaciones sector por sector planteada por Macri y Triaca sin siquiera chistar. Y no se ve que esto vaya a modificarse de aquí a octubre; después, se verá. Una cuestión que dependerá de la suerte electoral del gobierno y de cómo evolucione la situación en su conjunto (económica y política).

  1. ¿Hacia una nueva crisis de la deuda?[11]

En este punto debemos ir someramente a los fundamentos materiales de las cosas: la situación de la economía; sobre todo al carácter insostenible del actual ritmo del endeudamiento externo del país.

Es necesario ratificar, primero, que la transición de Cristina a Macri se vivió sin una crisis (económica y política) general. Este elemento hizo a la estabilidad relativa de la misma a diferencia de lo ocurrido en 1989 y en el 2001[12].

Al mismo tiempo, Macri tomó una serie de medidas que reestablecieron la confianza de los hombres de negocios, sacando de paso al país del default con los fondos buitre, lo que reabrió para la Argentina el crédito internacional.

Esta realidad se expresa en el festival de endeudamiento que se vive desde el año pasado, año en que el país creó deuda nueva por 80.000 millones de dólares, y la dinámica ha seguido este 2017 (se trata del mayor endeudamiento desde comienzos de siglo).

Pero aquí hay un grave problema: no es lo mismo si el país crece que si no; no es lo mismo si el saldo exportador es favorable o no; tampoco es igual si ingresan divisas para inversiones reales que puramente financieras (“golondrina”, que vienen y se van).

El gobierno se ha negado a emitir moneda sin respaldo. Esto significa que por cada emisión de pesos crea una nueva obligación en divisas: se endeuda.

Y esta emisión en pesos –que de todas maneras trata todo el tiempo de recuperar por otra vía, absorbiendo estos pesos con nuevo endeudamiento para que no redunde en más inflación- sirve a los efectos de financiar un déficit fiscal que no para, entre otras razones, también por la falta de crecimiento del país.

Si el país tuviera déficit fiscal pero superávit comercial podría afrontar de manera genuina el mismo. Pero al estar en una posición deficitaria también en el comercio exterior, termina tapando los baches fiscales –tanto el gobierno nacional, como los provinciales- mediante la permanente creación de nueva deuda.

¿Hasta cuándo seguirá esta calesita? Precisamente aquí está el grave problema para Macri. Debe reducir sustancialmente el déficit en condiciones donde no hay crecimiento, esto para paliar el ritmo loco de un endeudamiento externo que, de no detenerse, podría llevar –a mediano plazo- a una nueva crisis de la deuda.

De ahí el compromiso de un “superajuste” después de las elecciones; compromiso frente al cual el “gradualismo” actual oficia como tributo a las relaciones de fuerzas hasta ahora vigentes.

Se combinan dos problemas graves: el país no crece y la inflación no para; todo en el contexto de que la inversión no llega (al menos no la inversión productiva, sí la financiara bicicleta mediante).

El problema de fondo tiene que ver con que no hay un sector dinámico que arrastre el conjunto de la economía: “La segunda fase [el autor se refiere a la segunda parte de la gestión K, cuando se deterioraron los índices económicos] mostró, precisamente, el paulatino deterioro y la ‘normalización’ de esos parámetros y, por ende, el fin de esos mayores márgenes de acción estatal.

“Es a partir de allí que, terminada la nafta del período anterior [entre otras cosas los altos precios de las materias primas], la economía argentina volvió a mostrar los límites crónicos de su capacidad de acumulación capitalista genuina. Frente a este cuello de botella histórico, la ‘salida’ que encontró el kirchnerismo para sostener el ciclo de crecimiento fue ‘estimular la demanda’, es decir, apuntalar el consumo interno para que no se viniera abajo la actividad económica. Cosa que logró en cierta medida, pero con un límite insalvable: desde el punto de vista de la acumulación capitalista, el crecimiento sólo se logra con mayor inversión de capital (la única que puede generar más riqueza u ‘oferta de bienes’ en términos capitalistas), no en el mayor nivel de consumo.

“Por eso el crecimiento 2011-2015 fue tan raquítico; porque aunque la economía argentina, de bajo nivel de desarrollo, depende mucho del consumo, es imposible que despegue sin modificar su base productiva y su infraestructura. Sólo con consumo interno no hay desarrollo. Pero el PRO, que sabe perfectamente esto, promete lo que no puede cumplir: un nuevo esquema productivo basado en mayores inversiones capitalistas que no aparecen por ninguna parte” (Marcelo Yunes, ídem).

En estas condiciones, el campo se recuperó en parte. Pero los precios de las materias primas no son los de diez o cinco años atrás; además está el problema que, de todos modos, el campo no atañe a más que el 10% del PBI.

Luego está el problema que el consumo es responsable del 70% del producto, pero está deprimido, desalentado por las medidas de ajuste de Macri, razón por la cual ha dejado de ser un factor dinámico.

El gobierno presenta como sectores “dinámicos” las industrias extractivas, el petróleo, eventualmente los servicios, el campo, las telecomunicaciones, el turismo, las obras en infraestructura, etcétera. Pero ninguno de estos sectores termina de despegar[13].

Por otra parte, está el problema de que la inflación no cede; esto incluso por responsabilidad del gobierno que le dio un golpe hacia arriba a los precios con los aumentos de tarifas de febrero y marzo últimos.

Otros factores se conjugan para este salto inflacionario, lo que tiene como consecuencia no querida, que para paliar su dinámica, el dólar esté quedando retrasado (el mismo tipo de “ancla antiinflacionaria” que utilizaron los K), lo que amenaza con una nueva devaluación el año que viene[14].

Así las cosas, hasta el FMI corre por la izquierda a Macri diciéndole que ninguno de sus índices se van a cumplir.

Es este deterioro económico (que se palpa en los lugares de trabajo, en los comercios, en los barrios), el que está por detrás del crecimiento de la bronca entre los trabajadores.

Una vez más las variables de ajuste son el salario a la baja, las suspensiones y los despidos, el ataque a los convenios, los aumentos por productividad. Todos elementos que alimentan el malestar popular.

En síntesis: el actual ritmo de creación de deuda externa no es sostenible. De ahí que el gobierno se plantee un ajuste brutal el año próximo so pena de caer –como ya hemos señalado- en una nueva crisis de la deuda: “El gobierno de Mauricio Macri analiza una reestructuración de la administración tras las elecciones del 22 de octubre. El objetivo es reducir el gasto público, lograr un recorte significativo del déficit fiscal en 2018, dar señales convincentes de lucha contra la inflación y poder avanzar en una reforma tributaria” (La Nación, 8/05/17).

  1. Elecciones con pronóstico reservado

Es aquí donde se coloca la importancia de las elecciones de este año.

El hecho que el gobierno haya quedado políticamente en minoría (o cerca de estarlo), no es un dato menor: marca un nuevo momento político.

También es un dato que se lee desde el exterior, desde los grupos empresarios que le dan el mismo mensaje a Macri: “lo apoyamos de todo corazón. Pero para invertir, queremos ver si su gobierno tendrá continuidad”.

Es decir: lo quieren ver ganando las elecciones de medio término, y consolidando un proyecto que tiene que ver con lo señalado: la restauración de un esquema tipo los años 90, al tiempo que impone un retroceso en las relaciones de fuerzas[15].

Esto nos lleva al problema de las perspectivas electorales. Es muy difícil hacer pronósticos por adelantado, sobre todo en materia electoral y faltando varios meses para las elecciones. De todos modos, podemos adelantar algunos elementos generales.

Comenzando por el gobierno, es obvio que no aspira a volver a obtener el 51% del balotaje, algo imposible; se conformaría con guarismos similares a los de agosto y octubre del 2015 que rondaron algo en torno al 35%.

El tema es si un porcentaje así les alcanzará para ganar las elecciones, para ser la primera minoría, para permanecer como primera fuerza (ninguna fuerza burguesa es mayoritaria hoy; un dato político que no deja de tener importancia porque hace a la debilidad relativa de todas ellas).

Lo característico aquí es que no sería lo mismo obtener nacionalmente un 35% que un 30%. ¿Por qué? Simple: porque entre uno y otro guarismo está el problema de si surgirá otra primera minoría.

Nadie puede apostar a sacar el 50 %, siquiera aparentemente al 40% nacional; entonces, la línea es muy delgada. Porque se juega en un juego bipartito o tripartito, donde el tema es quién sale primero (siempre en un rango que va del 30 al 40%).

Esto nos lleva al peronismo/kirchnerismo. Existe una contradicción. La burguesía querría que el eje vertebrador del PJ no fuera Cristina Kirchner. Pero por la expectativa de votos en provincia de Buenos Aires (entre otros factores), y por los dirigentes que hay del lado del peronismo no K, no se ve a nadie con quilates para reemplazarla.

No está claro si Cristina será candidata. En todo caso, aparece adelgazado el perfil de una figura peronista no K. ¿Quién podría encarnarla? ¿Urtubey de Salta? El tema es que su perfil se pisa mucho con el de Massa. Y está también Randazzo en la provincia de Buenos Aires. Pero no está claro qué posibilidades tendría frente a Cristina.

Hoy por hoy lo más probable es que el peronismo se reorganice detrás de una variante K (o “neo K”) aspirando nacionalmente a un 30%.

La tercera variante burguesa es la del Frente Renovador ahora con su acuerdo con la centroizquierda de Stolbizer (estaría segundo en la provincia de Buenos Aires). Han pasado de la ceca del apoyo casi incondicional a Macri, a la meca de una oposición más a “ultranza”… Un “cocoliche” (la apuesta a la “ancha avenida del medio” que se verá qué peso real tiene), que de todos modos los podría mantener nacionalmente en un 20%.

Así las cosas, no está claro quién ganará las elecciones (¡lo que es un dato de importancia nada menor!). Si será el gobierno consolidando sus aspiraciones de girar más a la derecha, o el peronismo (más o menos K) actuando como un factor mediador (aunque siempre apostando a la gobernabilidad[16]).

No es descartable que el gobierno termine imponiéndose, no solamente por el apoyo de la patronal y el imperialismo, sino también por el rol desmovilizador de la burocracia sindical (y el hecho que lo que más quieren los K, es recuperar los favores del empresariado). Todos ellos van a trabajar por la estabilidad. Por llegar a las elecciones sin conflictos apostando a planchar la coyuntura.

  1. Las perspectivas de la izquierda

El deterioro del gobierno con un amplio sector y el hecho que esté tan fresca la experiencia con los K, abre una vacancia política.

Está claro que la manera en que se exprese esta vacancia, para dónde vaya el voto popular, dependerá también –aunque no mecánicamente- del desarrollo de la lucha de clases los próximos meses. No debe olvidarse que la burguesía cuenta con el “grupo tapón” del Frente Renovador sobre la base, además, de que si bien ha habido un giro de amplios sectores a la ruptura con el gobierno, no está claro que se trate de un giro político hacia la izquierda más de conjunto.

Esto no quita que la izquierda no esté cada vez más presente entre la población. Se podría decir que es la “cuarta fuerza política” del país, aunque está claro quede una magnitud mucho menor a las tres fuerzas burguesas dominantes; una magnitud mucho menor tanto desde el punto de vista político y electoral, como desde el punto de vista de su peso social (todavía más decisivo); si la izquierda resta todavía como una fuerza de amplia vanguardia, es obvio que las fuerzas patronales son de masas.

La izquierda es considerada honesta y que está del lado de las luchas. Durante las jornadas de los últimos meses muchos se preguntaban si no era “el momento de apoyar a la izquierda”. En almuerzos o encuentros familiares se charlaba si no era “hora de votarla”, de apoyarla; aunque subsiste al mismo tiempo la idea de que es “pequeña”, que está “dividida”, que sus propuestas no serían “reales” y cuestiones por el estilo a ser verificadas en la propia actividad de la campaña electoral que se avecina.

Por lo demás, a favor del voto a la izquierda está el hecho que enfrentamos elecciones de medio término, habitualmente más favorables para nosotros que las presidenciales.

El fenómeno de la vacancia política no es sólo nacional sino internacional. En medio del desplazamiento hacia la derecha, se da el fenómeno de la polarización (social y política, y que también tiene distorsionadas manifestaciones electorales).

El año pasado en los EEUU no solamente ocurrió el fenómeno Trump, sino también el de Sanders, por poner un ejemplo (sobre todo entre amplias franjas de la juventud, que es el sector políticamente más dinámico a nivel internacional[17]).

Por otra parte, formaciones centroizquierdistas como Podemos en España o Jean Luc Melenchon en Francia, obtienen altas votaciones.

¿Cuál es la particularidad en la Argentina? Que la centroizquierda viene sumamente debilitada. En un sentido su “espacio” fue ocupado por los K; sus expresiones quedaron pegadas a los campestres en el 2008. Se caracterizan por un enorme raquitismo político (ver los fracasos de proyectos electorales como el de De Gennaro, entre otros).

En estas condiciones, y por un conjunto de razones, es la izquierda revolucionaria, roja, la que ha venido ocupando un lugar más que proporcional, por así decirlo, en nuestro país. Desde ya que para alcanzar cifras mayores debería haber un proceso de radicalización política y de ruptura de los trabajadores muchísimo mayor al que se vive hoy. Una cuestión que reenvía a un ascenso en regla de la lucha de clases.

Pero en las actuales condiciones de relaciones de fuerzas y políticas, de acumulación constructiva y política de la propia izquierda trotskista, alcanza para transformarla en un actor político real, y obtener votaciones nada despreciables que giran en torno al millón de los votos (números más, números menos, según la elección de que se trate).

En este contexto se debe entender el éxito del FIT en los últimos años acaparando, por lo demás, de manera non sancta el voto de toda la izquierda por la vía de la utilización de la ley proscriptiva, en primer lugar contra nuestro partido.

Pero la constitución de la Izquierda al Frente por el Socialismo puede venir a cambiar completamente el panorama: a forzar un reparto electoral entre los dos frentes de la izquierda; frentes que fueron identificados como tales por los medios masivos de comunicación el último 1ª de Mayo, lo que constituyó un primer triunfo en materia de instalación de nuestro frente.

Tampoco es igual la estratificación social y generacional del voto. La izquierda se hace fuerte entre la juventud en general, el sector más dinámico de la sociedad. Otro cantar son los trabajadores. Una franja activista, de vanguardia, de las nuevas generaciones obreras y trabajadoras, vota de manera creciente a la izquierda. Pero el grueso de la clase obrera todavía “rebota” entre las opciones patronales: los K, Macri o el Frente Renovador, según las circunstancias.

Esto coloca el enorme desafío electoral de este año: apostar a que, subproducto de la vacancia política que estamos identificando, una franja mayor de los trabajadores, las mujeres y la juventud voten a la izquierda; y dentro de ella, a nuestro frente. Y tampoco hay que olvidarse que desde 1983 existe una franja importante de voto a la izquierda; una suerte de “voto cautivo” de un par de cientos de miles que también se verá sometido seguramente a una “redistribución” entre ambos frentes de la izquierda.

El conjunto de estas determinaciones son las que colocan al trotskismo, electoralmente, en un lugar relevante en nuestro país; razón por la cual es una enorme oportunidad la participación electoral para una proyección hacia amplios sectores; sobre todo si, a la vez, esta proyección electoral sirve a los efectos de multiplicar su construcción más orgánica.

Dentro de estas coordenadas se colocan los desafíos para el partido los próximos meses. Venimos del enorme triunfo de la constitución de la Izquierda al Frente por el Socialismo, lo que ya mismo nos está dando mayores perspectivas de romper el piso proscriptivo en varios distritos, así como constructivas[18].

Además, es categórica la instalación de Manuela como una de las figuras más importantes de la izquierda; un logro extraordinario si tenemos en cuenta que ha sido realizado sobre una base puramente “política”, por así decirlo; sin aparato y desde afuera de toda representación parlamentaria.

Y no hablemos del esfuerzo sostenido de toda la militancia por sostener una docena de legalidades en las condiciones donde, al no pasar las PASO, una y otra vez hay que renovarlas.

El desafío es claro: aprovechar el nuevo frente y la figura de Manuela para romper el piso proscriptivo; y hacer esta apuesta, en primer lugar, en el distrito más estratégico del país: la provincia de Buenos Aires, donde está la mayor concentración obrera y trabajadora de la Argentina.

Se trata de una batalla que se puede dar incluso porque, a pesar de que el FIT está instalado y nuestro frente aún no, es probable que con el correr de la campaña esto vaya variando y logremos un reparto de los votos de la izquierda que en varios distritos nos permita quebrar el 1.5%, lo que replantearía inevitablemente todo el debate en el seno de la izquierda[19].

Está claro que en ningún lugar es más importante quebrar el piso que en la provincia de Buenos Aires, y en ningún lugar es más difícil: de ahí la apuesta estratégica de mudar a Manuela allí. Además por el desafío de la construcción de una figura joven pero que se está construyendo con cada vez mayor empatía con sectores de los trabajadores.

  1. Una campaña independiente por un plan de emergencia “antiajuste”

“Está en estudio una norma para congelar ingresos en todo el sector público. ‘Todo está en análisis pero hasta octubre no se define nada para evitar ruido. La prioridad hoy es ganar las elecciones. Luego de octubre habrá otro gobierno’ señaló a La Nación un funcionario cercano a Macri” (Mariano Obarrio, 8/05/17).

Pasemos ahora a los ejes políticos para la campaña[20]. En realidad, siempre hemos dicho que la política electoral es una suerte de “popularización” de la política más general del partido, y volvemos a refirmarlo aquí.

Durante el 2016 el eje fue la unidad de acción y “pararle la mano a Macri”. Con las jornadas de marzo y abril ya se colocó en primer plano la disputa por la dirección de los conflictos a la burocracia y el problema de la derrota del gobierno.

El hecho de que no esté planteada la salida del gobierno, que no se haya abierto una crisis política en regla, plantea más bien las cosas en el terreno de un plan alternativo al ajuste oficial.

De ahí que hayamos salido con la “precampaña de Plan B”, la que de todos modos plantea un desafío de “pedagogía” en su formulación, una cuestión que debemos ir resolviendo en la práctica, en el desarrollo y diálogo concreto en la propia campaña.

Pero mas allá de la formulación del plan, el tema remite a la alternativa, a qué alternativa plantear frente al ajuste del gobierno; de ahí que la campaña de un plan de urgencia antiajuste obrero y popular tenga su lugar.

Esto hay que bajarlo a tierra con una serie de consignas; consignas tanto económico sociales como democráticas y del movimiento de mujeres y la juventud, que son las que se han expresado en los primeros spots, tapas de periódicos, carteles, etcétera, y que debemos precisar colectivamente a partir de la experiencia, de manera tal de formular una suerte de “programa de campaña”.

Al mismo tiempo, desde hace varios meses la táctica de la unidad de acción contra el gobierno viene siendo “dosificada”, tanto por el rol concreto de la burocracia (la entrega de los conflictos), como por el hecho que la coyuntura ya está siendo determinada por elementos políticos y políticos electorales más generales, y que la campaña, si bien tiene como centro el gobierno, debe delimitarse tajantemente también de la otra “pata política” de la patronal: el peronismo K y no K; pata política que junto con el Frente Renovador ha venido sosteniendo la gobernabilidad oficialista desde la asunción de Macri, así como le ha votado sus leyes más importantes, por no olvidarnos de su rol en la aplicación del ajuste en las provincias que gobiernan (ver el caso de Alicia Kirchner en Santa Cruz).

En la medida que será una campaña electoral de independencia de clase, subrayaremos todo el tiempo la responsabilidad de los K tanto en sus 12 años de gestión capitalista, como actualmente en la gobernabilidad de Macri, en llamar a votar “calladitos” en octubre (como ha dicho Magario, intendenta K de La Matanza), en dejar pasar el ajuste, en votarle al gobierno todo tipo de leyes, en colocar todo en la espera al 2019.

En todo caso las tareas y los desafíos que se vienen para el partido son inmensos, partido que viene fortalecido tanto por nuestros aciertos políticos como por la constitución de la Izquierda al Frente, y que debe prepararse hacia el Plenario Nacional de Cuadros incorporando al debate a todos los nuevos compañeros y compañeras que se están acercando en este momento que configura una instancia de crecimiento partidario evidente.

Porque el plenario servirá para poner en marcha la campaña electoral, para precisar nuestra intervención más cotidiana en una coyuntura que se adelante “mixta” (es decir, marcada por la continuidad de las luchas), y donde el objetivo de romper el piso proscriptivo, si bien muy complejo, puede colocarse como una eventualidad real.

 

[1] El gobierno ensayó un aumento de tarifas desde febrero. Pero su impacto inflacionario y el malhumor de la sociedad lo han llevado administrar y/o postergar aumentos para después de las elecciones. En su conjunto, toda la problemática del déficit fiscal y los subsidios sigue sin resolverse (aunque se ha avanzado: de una cobertura del 9% del costo de los servicios se ha pasado a un 50%). En estas condiciones los baches fiscales se están tapando con un crecimiento geométrico del endeudamiento, lo que coloca a mediano plazo una nueva crisis de la deuda. Retomaremos la temática económica más adelante.       

[2] Para cubrirse ahora Baradel está dejando correr que se podría llamar a nuevos paros, aunque parecen anuncios más vinculados a cubrirse frente a unas elecciones de gremio que se vienen picantes para la Celeste.

[3] Adelantémonos a señalar que mientras Cambiemos anticipaba un crecimiento del 3.5% del producto para este año, el FMI ha reducido ya dicha expectativa a un miserable 2.2% y esto luego que el año pasado la economía cayera en el orden del 2%.

[4] El kirchnerismo en ningún caso configuró un gobierno nacionalista burgués (independiente del imperialismo) o de frente popular (con participación gubernamental de organizaciones obreras). Fue un gobierno burgués progresista normal que en determinado punto perdió las mieles del apoyo patronal directo; perdió la simpatía de los capitalistas aunque las corporaciones –salvo casos puntuales como con el grupo Clarín o Shell- nunca rompieron abiertamente con él.

[5] Aprovechemos para señalar que al no tener Temer una base electoral directa, al ser un gobierno instaurado mediante una maniobra parlamentaria reaccionaria, al no aspirar a una continuidad, intenta gobernar casi impunemente. Busca imponer medidas de ajuste inigualables en la Argentina, como el congelamiento del gasto público por 20 años, o el aumento de los aportes para jubilarse de 35 a 49 años, algo brutal que le quita la jubilación a casi toda la población trabajadora.

[6] Y el mismo libreto repiten en general todos los empresarios: que “entienden” al gobierno, que “hay que darle tiempo”; tienen absoluta claridad que es uno de ellos.

[7] Está claro que hablar de “régimen” para el gobierno K, que no operó ninguna transformación sustancial en la democracia burguesa, es una exageración que no resiste el menor análisis (tener en cuenta que siquiera se convocó a una Asamblea Constituyente, como sí se hizo en Venezuela y Bolivia).

[8] Señalemos que en este aspecto existe todo un coro de economistas ultra neoliberales como José Luis Espert y Miguel Ángel Broda, que le recriminan que sus medidas no terminan de ser todo lo duras que sería necesario.

[9] Para la firma de la entrega y el balance final del conflicto, hay que ver el resultado de las elecciones del SUTEBA el próximo 17 de mayo.

[10] La CTA es opositora pero está atada al carro de los K. Tiene algún margen de maniobra, de ahí la convocatoria a una nueva Marcha Federal para el 20 de junio (marcha frente a la cual fijaremos posición en su momento). Pero dicho margen no llega a plantearse siquiera derrotar a Macri con la movilización (el temor al desborde desde abajo siempre está); menos que menos a echarlo antes de que cumpla su mandato.

[11] Para completar este punto recomendamos leer “Bicicleta mata economía (pero no inflación)” de Marcelo Yunes, una nota económica muy pedagógica aparecida en nuestra prensa algunos números atrás.

[12] Un desarrollo contradictorio de es que los traumas sociales de la hiperinflación y la hiperdesocupación (sobre todo la primera), sirvieron como justificación para legitimar duras medidas económicas; una justificación de la que paradójicamente carece ahora Macri (incluso en Brasil Temer tiene una mayor justificación a su ajuste brutal en las condiciones donde el país vive su mayor depresión desde los años 30).

[13] Yunes comenta en su nota que lo único que crece son los sectores más concentrados del campo, los bienes de lujo y el sector financiero; nada más. También se ve un mayor dinamismo en obra pública –¡se vienen las elecciones!- pero ninguna que tenga que ver con algo estructural. Un interrogante en este terreno es, por ejemplo, qué ha pasado con el tan promocionado Plan Belgrano, que iba llevar el ferrocarril al norte del país.

[14] El reclamo por el retraso del dólar viene siendo una referencia obligada en cada entrevista a empresarios, otro factor de características potencialmente explosivas porque no hay nada que desprestigie más a un gobierno que llevar a cabo devaluaciones a repetición. Si la primera se le perdonó a Macri porque recién asumía, muchas otras ocurridas en la historia reciente del país adquirieron dinámicas dramáticas; así que si el gobierno está pensando en una nueva a comienzos del 2018, más vale que en octubre haya salido airoso de las elecciones… 

[15] Atención que cuando nos referimos a los años 90 lo hacemos más en el sentido de las relaciones de fuerzas adversas y de la perspectiva de una economía neoliberal abierta, más que en alguna similitud más específica que no corresponde porque las condiciones económicas y políticas son otras. De todas maneras, la idea de una “restauración” de las condiciones de explotación anteriores, creemos que es útil para entender el carácter del proyecto oficialista.

[16] Decimos estos para que no quede sombra de duda que si del peronismo o los K depende, ninguna maniobra “desestabilizadora” vendrá de ellos; solamente un desborde del tipo del 2001 podría llevar a una salida anticipada de Macri.

[17] Es conocido que entre los menores de 30 años en los Estados Unidos, la palabra socialismo tiene más prestigio que la palabra capitalismo.

[18] Sobre este punto se trabajará una minuta específica hacia el plenario.

[19] Señalemos que al ir el FIT casi seguramente en listas separadas, es probable que esto beneficie a nuestro frente, que se muestra de manera unificada.

[20] En este texto haremos un planteamiento general, el que será desarrollado en un texto de trabajo ulterior.

Por Roberto Sáenz, SoB 425, 11/5/17

Categoría: América Latina, Argentina Etiquetas: ,