El pasado viernes 19 se realizaron elecciones presidenciales en Irán. En la complicada y conflictiva situación de Medio Oriente, se impuso por el 57% de los votos la reelección del actual presidente Hasán Rohaní. Teniendo en cuenta que además votó más del 70% de los electores, es un porcentaje aplastante si lo comparamos con otras votaciones como las recientes de Francia, por ejemplo. Supera, además, el porcentaje con que ganó por primera vez la presidencia. Algo que tampoco es común en estos tiempos de crisis, donde presidentes y primeros ministros se incineran a velocidad supersónica.
Sin embargo, eso no implica automáticamente que Rohaní sea idolatrado por las masas trabajadoras populares iraníes. Ni tampoco que en su primer mandato –iniciado en 2013– se registrase una avalancha de bienestar para ellas. Lo que parece más determinante es que su reelección se debe también a otro factor decisivo: el saludable terror a que se impusiese su principal rival, Ebrahim Raisi. Más que votar por la reelección de Rohaní, muchos votaron contra Ebrahim Raisi.
Este es otro clérigo y ex juez, que se ha distinguido no sólo por su fundamentalismo religioso y su negación de cualquier apertura o concesión. Raisi tiene además las manos –o más bien todo su persona, de pies a cabeza– manchadas de sangre. En la campaña electoral, Rohaní y sus partidarios agitaron la denuncia de sus crímenes, entre ellos el haber integrado un “Comité de Matanza” que a fines de los 80 asesinó a 4.500 presos políticos, en su mayoría militantes de izquierda.
Denuncias como estas dejaron a Raisi atrás en la carrera por la presidencia. Y motivaron que la mayoría de los electores, encabezados por los de las grandes ciudades –con sus clases medias ilustradas y sus obreros y trabajadores asalariados– votaran contra Raisi, (re)eligiendo al “mal menor”, Rohaní, otro clérigo chiíta pero con “cara de bueno”, que se presenta como “reformista” y “tolerante”.
Asimismo, Hasán Rohaní tiene el crédito de haber promovido y firmado en julio del año pasado los acuerdos de “desnuclerización” de Irán con las potencias del G5+1 (Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido, Francia y Alemania), Esto evitó (o por lo menos postergó) un conflicto bélico que habría sido arrasador para Irán. Es un pacto que el derrotado candidato Raisi (al igual que Trump y el gobierno de Israel) abominan y rechazan.
¡Con Raisi de presidente en Irán, sumado al impredecible Trump, la extrema derecha sionista gobernando Israel y una Arabia saudita armada hasta los dientes por EEUU, podía entrarse en zona de peligro!
Las elecciones más antidemocráticas del planeta
De todos modos, aunque salió ganador el candidato que se presenta como más “sensato” y “pacifista”, esto no cambia el carácter nada democrático de estas elecciones y, en general, del régimen autocrático-clerical que padecen el pueblo y los trabajadores iraníes. A tal punto que la dictadura de los ayatolás puede competir en primera fila por el “Oscar” de los regímenes anti-democráticos del planeta.
Una exiliada escritora iraní –Nazanín Armanian–, que salvó su vida escapando a tiempo de las masacres desatadas por la dictadura clerical a fines del siglo pasado, resume bien el mecanismo singular de estas “elecciones”:
“La República Islámica no es una república donde los ciudadanos son iguales ante la ley, sino una versión singular de apartheid con la venia de Dios, en el que, por ejemplo, no pueden presentarse como candidatos en las elecciones presidenciales:
“La mitad de la población, o sea, las mujeres.
“Las minorías religiosas, entre ellos los 18 millones de musulmanes sunnitas baluches, kurdos, turcomanos, árabes, persas, así como los cristianos, judíos, zoroastrianos, budistas y bahaíes.
“Los no creyentes y ateos;
“Los críticos, disidentes políticos, los cientos de miles de ex presos políticos, y los actuales activistas encarcelados, que llevan varias semanas en huelga de hambre, entre ellos Atena Daemi, condenada a 11 años por criticar la pena de muerte que cada día arranca la vida de unas tres personas, incluidos los menores. O la pintora Atena Farahani, que cumple una condena de 14 años por una ilustración satírica sobre las autoridades, o el clérigo Hosin Brouyerdi, que lleva 11 años encerrado por denunciar el abuso de la religión por los hombres de sotana que gobiernan el país.
“El candidato, además de ser hombre y chiíta, debe ser leal al «líder» Ayatolá Alí Jamenei, que ocupa el cargo inventado por Jomeini del Welayt-e Faghi (Tutela del Jurista Islámico). El “líder” es designado por una élite religiosa afín, y no por los ciudadanos y ostenta los atributos de un monarca absolutista: él ejerce todos los poderes, determina la política exterior e interior, y tiene facultad de vetar las decisiones de los órganos electos, como la Presidencia y el Parlamento, e incluso suspender dichas instituciones. El presidente debe ejecutar sus órdenes, y responder ante él, no ante los ciudadanos.” (Nazanín Armanian, “Entresijos de las elecciones presidenciales de Irán”, Publico.es, 19/05/2017)
Concesiones para calmar a las fieras
En el 2009, tuvo lugar en Irán una inmensa rebelión popular en las grandes ciudades –similar a la “Primavera Árabe” que estallaría tiempo después. Su detonador fueron otras elecciones presidenciales, en que un escandaloso fraude electoral impuso al candidato conservador Mahmud Ahmadineyad.
Durante varias semanas, esta rebelión tuvo al régimen totalitario-clerical al borde del abismo. Las protestas fueron derrotadas mediante un baño de sangre, pero dejaron malparado al régimen Además, luego, bajo la presidencia de Ahmadineyad (2009-2013), fue empeorando la situación de las masas trabajadoras y las clases medias… y por lo tanto acumulando más presión el descontento político-social.
Esto motivó ciertos cambios de forma aunque sin ninguna rectificación de fondo, que se materializaron con el sucesor del fraudulento Ahmadineyad, el hoy reelecto Hasán Rohaní, que inició su presidencia en el 2013.
Como ya apuntamos, Rohaní no sólo logró los acuerdos del G5+1, sino que en el “frente interno” “aflojó” en alguna medida la represión por el incumplimiento de las normas de barbarie religiosa aunque sin derogarlas de ningún modo.
Esto da a Irán –especialmente en el mundo de las ciudades– el carácter contradictorio de una sociedad civil que en los hechos es cada vez más laica, en el marco de una legislación y un régimen político que impone las más horribles normas de barbarie religiosa, desde la obligatoriedad del velo y la inferioridad oficial de la mujer hasta el castigo a las personas LGBTI. A eso se suma que el Estado iraní constituye una teocracia, donde el poder político supremo –como ya subrayamos– lo posee en última instancia una autoridad religiosa designada por el clero chiíta.
Otro frente de tormenta, el descontento de los trabajadores y las masas populares
Pero el conflicto entre una sociedad urbana cada vez más laica y las normas de un Estado teocrático, no es la única contradicción que retumba en Irán. También hay en curso una crisis económico-social con factores que tienden a agudizarla. Una de sus expresiones más peligrosas es el descontento social, en especial en la combativa clase trabajadora iraní…
Irán es un país relativamente industrializado, pero por supuesto no a nivel de EEUU, China o Europa occidental, sino más bien similar a Brasil, Argentina o México. Además es un país petrolero, rubro fundamental en su relación con la economía mundial. Y recordemos que estamos en un período de bajón mundial de ese mercado… con consecuencias como las de Venezuela.
Tras los acuerdos en 2015 con el G5+1, Irán esperaba una “lluvia de inversiones”, especialmente europeas, que iban a levantar la economía. Pero, como sucede frecuentemente con estos pronósticos, la lluvia resultó ser una sequía. Las explicaciones son variadas. Pero el hecho es que la economía de Irán no va bien y, sobre todo, que la crisis social se ha ido agudizando y también lógicamente el descontento.
A esto se suma que Irán, pese al salvajismo represivo de su régimen, tiene una clase trabajadora con una larga tradición de luchas sindicales y políticas, donde los activistas de izquierda han jugado históricamente un papel importante. En cambio en las masas populares la cosa es más contradictoria. Allí opera con más éxito el aparato religioso, como también diversos mecanismos de cooptación, entre ellos incorporarse a las fuerzas militares y represivas.
Sin embargo, de conjunto, la resultante de la crisis social es el esbozo de frentes de tormenta, ante los cuales el régimen tiene menos márgenes para concesiones. Es que una cosa es hacer la “vista gorda” frente a los crecientes “pecados” de la sociedad civil –como que las mujeres lleven velos cada vez más mínimos– y otra es aflojar ante los reclamos de la clase trabajadora movilizada. Allí el bondadoso clérigo-presidente Hasán Rohaní pierde la paciencia y acude al garrote de Alá.
Recientes episodios ilustran lo que decimos. El 4 de diciembre pasado, se realizó una gran concentración de conductores de buses de Teherán, frente a la sede del gobierno municipal. La había citado el sindicato Vahed de esa rama de trabajadores. Reclamaban por sus salarios congelados desde largo tiempo mientras sigue avanzando la inflación. También exigían que se cumplieran las promesas de construir viviendas sociales, que el gobierno hace pero nunca realiza.
La respuesta del gobierno, por intermedio del alcalde de Teherán, fue una brutal represión con un saldo de decenas de choferes presos y/o heridos.
Pero esa represión salvaje no atemorizó a los conductores. A continuación decidieron, como medida de fuerza, manejar los buses a una mínima velocidad, menos de 30 km/hora, lo que provocó un caos de tránsito en la capital (A l’encontre, 17/12/2016).
Pero estos no son los únicos incidentes “pre-electorales” registrados en los últimos meses. También hubo conflictos en la industria automotriz, como en la fábrica Pars Khodro (del grupo Renault Nissan) y otros establecimientos, también en la enseñanza… todos seguidos de la acostumbrada represión… (« Iran la répression antisyndicale continue », On Vaulx Mieux que ça !, 30 décembre 2016).
Por supuesto, es difícil prever tan a la distancia, qué resultará finalmente de este segundo mandato del bondadoso clérigo reformista Hasán Rohaní. Pero lo seguro son las nubes de tormenta que están a la vista, tanto en el “frente interno” como las que se dibujan en toda la región.
Por Elías Saadi, 25/5/17