Socialismo o Barbarie
N° 19

Tendencias de la situación mundial

Por Roberto Ramírez

Primera parte

La situación mundial muestra hoy un cuadro de tensiones y tendencias contradictorias, cuyo análisis es imprescindible para tratar de determinar, como decía Trotsky, los “puntos de apoyo para la acción política”.

Lo que podríamos llamar el “nudo” de la actual situación, es el de cuál será el desenlace final de la aventura político-militar emprendida por el imperialismo yanqui después del 11 de septiembre, y que tenía varios objetivos, entre ellos, el de establecer un “orden mundial” en el que EEUU jugara un papel absolutamente hegemónico, “superimperialista”. Este objetivo, que esperaba lograr jugando la carta de su poder militar, está fracasando estrepitosamente con el desastre de Irak. Adónde irá a parar esto, es el gran interrogante, cuya respuesta va a tener influencia decisiva sobre los futuros desarrollos de la situación mundial.

En el campo de la izquierda y del marxismo revolucionario se vienen desenvolviendo algunas elaboraciones y debates que encaran la problemática de la situación mundial o regional latinoamericana. Esto ha sido estimulado por un vertiginoso (y violento) desarrollo de los acontecimientos de los últimos años, que no tiene nada que ver con el paisaje idílico que pronosticaban los escribas periodísticos y universitarios al iniciarse en los 90 la “posguerra fría”, pero que también nos pone ante problemas nuevos y complejos. En ese marco, lo más importante para nosotros es que esos “puntos de apoyo” para la acción de los socialistas revolucionarios se han ido ampliando desde las vísperas de este nuevo siglo.

Efectivamente, en todo el mundo, y particularmente en América Latina, a los socialistas revolucionarios se nos presenta un panorama cualitativamente distinto y más favorable que hace dos décadas, cuando la ofensiva capitalista-neoliberal obtenía un triunfo aplastante tras otro. En esos momentos, todo aparecía marchando de conjunto en el mismo sentido reaccionario. La flecha apuntaba en esa dirección en todos los niveles de la realidad económica, social, política e ideológica, y también, en mayor o menor medida, sucedía lo mismo en las distintas regiones del planeta. Hasta un hecho en el fondo históricamente progresivo, como la caída de los regímenes stalinistas en la ex URSS y el Este europeo, sólo mostraba inmediatamente en esos momentos su faz más negativa: la impotencia de la clase trabajadora de esos países para actuar en esa crisis e imponer una salida propia e independiente, con las desastrosas consecuencias de la restauración capitalista y –lo peor de todo– la difusión a escala mundial de la ideología del “fracaso del socialismo”, que no ha sido aún superada. Esta última es un componente primordial de la enorme crisis de subjetividad de los explotados –es decir, una crisis de la conciencia de clase de los trabajadores y, más en general, de la conciencia social de las masas populares–. Este factor sigue pesando como el lastre número uno en las luchas sociales y políticas del siglo XXI, aunque hay avances en comparación con los días negros de comienzos de los 90.

Efectivamente, la situación actual presenta diferencias radicales... y no sólo en ese sentido. Sin embargo, la situación de hoy no admite definiciones simplistas ni unilaterales. No es que ahora, sencillamente y en todas las esferas, la flecha apunta siempre y sin oscilaciones en sentido opuesto. Lo que se está desarrollando dentro de esa compleja totalidad que llamamos “la situación mundial”, es un choque cada vez más duro y polarizado de tendencias contradictorias, sin que se hayan producido aún “vuelcos” concluyentes en uno u otro sentido, revolucionario o contrarrevolucionario. Pero esto se da en el marco de una crisis global de la configuración económica y política neoliberal adoptada por el capitalismo imperialista en las últimas décadas, de una progresiva y enorme pérdida de la “legitimidad” que había conquistado con sus triunfos de los 80 y 90, y, sobre todo, del descontento generalizado, las protestas y las luchas de los que sufren las consecuencias: las masas trabajadoras y empobrecidas, principalmente de la periferia pero también de varios países centrales, sobre todo europeos.

En los movimientos de masas, comienzan a darse en varios países luchas y organizaciones que expresan una nueva clase trabajadora –matrizada por las transformaciones económico-sociales de la “globalización”– y también nuevos sectores de vanguardia. Pero este (re)surgimiento de luchas de masas de todo tipo (y, dentro de ellas, de esa nueva clase trabajadora), se presenta estrechamente combinado con esa inmensa y no superada crisis de subjetividad que señalábamos.

Todo este cuadro nos coloca en una situación mundial de crecientes tensiones. Por un lado, el final del siglo XX presenta un categórico “giro” o “punto de inflexión” en relación al período reaccionario que alcanzó su cenit emblemático con la caída del Muro de Berlín. Este “giro” se advierte con claridad cuando se produce el hecho también emblemático de la movilización de Seattle. Pero, por otro lado, poco después de iniciarse este “giro histórico”, se ha desatado –después de una tercera fecha emblemática, la del 11 de septiembre del 2001–, una embestida global encabezada por el principal imperialismo. Sin embargo, a su vez, esto va teniendo un “efecto boomerang” sobre el imperialismo yanqui, aunque todavía no ha desembocado en derrotas categóricas como la de Vietnam.

Es en este contexto complejo que se desarrollan los dos elementos más dinámicos, que aparecen hoy como los factores “claves” de la coyuntura mundial.

Por un lado, tenemos la agresión global emprendida por el imperialismo yanqui, bajo la conducción política de su corriente “neoconservadora”, justificada con la farsa de la “guerra contra el terrorismo”. Este importante factor determinante de la situación mundial representa, en parte, una continuidad de la política seguida por el imperialismo norteamericano desde los ’80, pero también expresa nuevas orientaciones que generan una violenta resistencia de los pueblos que pretenden ser colonizados (como Irak), un aborrecimiento creciente de la opinión pública mundial contra EEUU (especialmente contra el gobierno Bush), roces con varios de sus socios-rivales imperialistas de la Unión Europea, y también divisiones en la misma burguesía estadounidense.

Por el otro, se presenta la eclosión de una multiplicidad de expresiones de protesta, resistencia y movilizaciones que en algunos casos han llegado a configurar grandes rebeliones sociales. Este fenómeno se desarrolla con enormes diferencias de sujetos sociales, formas de lucha, organizaciones, programas, direcciones e ideologías, aunque también en ese conjunto comienza a advertirse la vuelta a escena de la clase trabajadora (dada por muerta por la charlatanería posmoderna). Aquí se expresan tanto los reclamos de las masas en una etapa del capitalismo donde no hay lugar a mayores reformas ni concesiones, como el enfrentamiento directo o indirecto al ataque imperialista lanzado desde EEUU.

Por supuesto, nada está más lejos de nuestro pensamiento que una simplificación que reduzca a esos dos factores la compleja maraña de elementos, relaciones y contradicciones que constituyen la situación mundial. Pero un análisis de la coyuntura por la que atraviesa esa totalidad, debe comenzar por señalar sus principales factores determinantes, los de hoy. Lógicamente, mañana pueden cambiar. Por ejemplo, si se produjese la temida corrida contra el dólar, por el desequilibrio cada vez mayor de los déficits presupuestario y de cuenta corriente de EEUU, el centro de la escena mundial pasaría a ocuparlo la crisis económica. Pero, en estos momentos, la principal determinación de la situación política mundial no es ésa (aunque a nivel de la economía hay una acumulación de graves desequilibrios, que pueden tornar insostenible a mediano plazo la actual configuración de una economía mundial estructurada principalmente sobre las relaciones comerciales y financieras de EEUU con el resto del mundo).

Entonces, hoy en el centro de la escena se encuentran, por un lado, el intento de la actual conducción del imperialismo yanqui de establecer el “nuevo siglo (norte)americano” –un proyecto “superimperialista” que amenaza transformarse en una pesadilla para sus guionistas–, y, por el otro, los cuestionamientos y sobre todo las luchas que de una u otra manera, directa o indirectamente, están chocando, en general, contra el “orden” capitalista-imperialista y, en particular, contra ese proyecto hegemonista de EEUU.

Para apreciar mejor esto, conviene retroceder en el tiempo, tratando de definir las fases por las que ha atravesado la situación mundial de la lucha de clases en las últimas décadas. Es que, por otra parte, muchos elementos y hechos que fueron parte de esos ciclos pasados, están presentes hoy en sus consecuencias.

 

1. TRES FECHAS EMBLEMÁTICAS Y UN NUEVO CICLO HISTÓRICO

Aunque no estemos de acuerdo en otros sentidos más amplios, hay mucho de verdad en la idea del historiador Eric Hobsbawm de que, como época o período histórico, el siglo XX se inicia con la Primera Guerra Mundial de 1914-18 y la Revolución Rusa de 1917, y finaliza en l989/91, cuando, con la caída del Muro de Berlín y sobre todo el derrumbe de la Unión Soviética, se desintegra el mundo que había cobrado forma en ese inicio. [[1]]

Este “corto siglo XX” no tuvo un desarrollo “regular” ni “evolutivo”. Se fueron sucediendo las más diversas situaciones... y convulsiones, jalonadas por guerras, crisis económicas, revoluciones y contrarrevoluciones. Pero dentro de este complejo período, pueden distinguirse, desde el punto de vista de la lucha de clases, dos ciclos históricos. Aunque en cada uno de ellos se presentaron diversos momentos y situaciones, las luchas sociales y de clase, y los conflictos geopolíticos discurrieron dentro de parámetros que marcaron notables diferencias entre uno y otro.

1.1. Entre las revoluciones obreras y la contrarrevoluciones burguesas y burocráticas

* El primer ciclo se desarrolla desde Primera hasta la Segunda Guerra Mundial de 1939-45. Es un período marcado esencialmente por tres fenómenos:

1) Grandes procesos de luchas y revoluciones obreras, que se desarrollaron principalmente en Europa pero también en algunas regiones de la periferia. La primera de ellas resultó triunfante en Rusia, pero las siguientes (Hungría, Italia, Alemania, China, Francia, España...), fueron cruelmente derrotadas. Aunque en estas revoluciones intervinieron también grandes masas populares de la ciudad y del campo, su carácter de clase fue netamente proletario y urbano, su programa, socialista, y sus bases teóricas e ideológicas, las del marxismo clásico, actualizado principalmente por Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburgo, y también con un aporte peculiar de Gramsci. Asimismo, en estrecha relación con esas características sociales e ideológicas, en sus momentos de ascenso desarrollaron extraordinarias experiencias de autodeterminación y autoorganización de las masas movilizadas.

En ese contexto, frente a estas revoluciones se presentaron dos fenómenos contrarrevolucionarios nuevos (y en cierta medida “gemelos” o “simétricos”): el stalinismo, que aplastó “desde adentro” el proceso en la URSS y determinó además la burocratización del movimiento obrero mundial, y el fascismo, que masacró a los movimientos obreros y populares “desde afuera”. Es, entonces, en este período que al movimiento socialista y a la clase trabajadora les estalla entre las manos un problema (relativamente) inesperado: el de los aparatos burocráticos.

2) A nivel geopolítico (o sea, de las relaciones entre los estados y naciones), el período de “paz” entre 1918 y 1939 es sólo una tregua relativa o un intervalo en la guerra entre las potencias imperialistas que disputan el dominio global, encabezadas respectivamente por Alemania y EEUU, con la presencia discordante luego de la URSS burocratizada. La Primera Guerra Mundial no había terminado de saldar esta cuestión, ni menos aun había logrado establecer alguna forma de “orden mundial” (como el de la “paz armada” que regía antes de 1914). Por eso, el período de entreguerras puede definirse como de “caos”, donde fracasan estrepitosamente todos los intentos (como la “Liga de las Naciones”) de establecer un “orden” o “legalidad” internacional.

Asimismo, como consecuencia de esa Primera Guerra hay, por un lado, un avance territorial de la colonización de varias potencias imperialistas (principalmente Francia y Gran Bretaña, ya en decadencia, y secundariamente de Japón e Italia), pero simultáneamente comienzan a tomar forma grandes movimientos antiimperialistas que en la segunda posguerra estallarían a lo largo de todo el mundo colonial, y que serían decisivos para determinar la fisonomía particular de los procesos revolucionarios después del 45.

3) Por último, es también en este período que detona en 1929/30 la crisis económica más grave de la historia del capitalismo. Esta crisis tiene como uno de sus rasgos centrales que golpea especialmente en los países imperialistas y en primer lugar en los dos más avanzados, Estados Unidos y Alemania.

1.2. De la Segunda Guerra al Muro de Berlín

* El segundo ciclo se extiende desde la Guerra Mundial de 1939-45 hasta la caída del Muro de Berlín (1989), la disolución de la Unión Soviética (1991) y el definitivo vuelco de la burocracia china a la restauración del capitalismo. Con todos los riesgos de simplificación que tiene un breve esquema, esas tres “notas” principales que señalamos en el ciclo anterior varían notablemente:

1) Las grandes revoluciones, sobre todo en la inmediata posguerra, se producen en la periferia y en ellas la clase trabajadora asalariada no juega ningún papel independiente como tal. La única excepción (que es a larga derrotada) lo constituyó la Revolución Boliviana de 1952, donde el proletariado tuvo un rol central.

La Revolución China fue el máximo ejemplo de este cambio en relación a las revoluciones del ciclo anterior que, si bien movilizaban a amplias masas pobres de la ciudad y del campo, eran centralmente obreras y urbanas. Son revoluciones democrático-nacionales, antiimperialistas y algunas de ellas anticapitalistas, pero no obreras ni socialistas (aunque algunas lleguen a la expropiación del capitalismo).

Ellas son, en verdad, la expresión más avanzada y “extrema” del vasto movimiento de luchas por la independencia nacional de la periferia colonial y semicolonial. En muchos de esos países llegan a producirse grandes rebeliones y procesos revolucionarios, como los de Indonesia, Iraq, Egipto, Argelia, etc. Incluso en algunos, como en el caso de Iraq, comienza a asomar un movimiento obrero con cierto protagonismo. Pero, bajo programas y direcciones nacionalistas burguesas o pequeñoburguesas (que generalmente contaban con la colaboración sumisa de los partidos comunistas), este inmenso proceso revolucionario del “tercer mundo” no llega a ser “permanente”: es decir, no llega a desarrollarse consecuentemente bajo alguna alternativa independiente de la clase trabajadora. Este es el motivo último de que su expresión más gigantesca y avanzada –China– sea hoy la locomotora del capitalismo mundial... Y que esos países, casi sin excepciones, estén hoy en mayor o menor grado sometidos al capital financiero y a los dictados del imperialismo.

Pero también es importante, para analizar la situación del presente, comprender el porqué y el cómo de esta ausencia de la revolución obrera en Europa y otros países centrales. Esto fue paradójico, ya que al finalizar la guerra en 1945 había en varios de los países más importantes de Europa una situación revolucionaria, con grandes masas obreras y populares que aún creían en el socialismo y que se habían organizado y armado en el curso de la resistencia contra la ocupación alemana, y con burguesías en bancarrota económica, política y moral, ya que en buena medida habían sido colaboradoras del nazifascismo. Asimismo, en esos momentos, el ejército estadounidense era incapaz de enfrentarse a una revolución en Europa continental. [[2]]

Sin embargo, para que no hubiese revolución socialista en Europa pesaron, entre otros, tres factores entrelazados: a) los pactos contrarrevolucionarios entre la burocracia stalinista y el imperialismo yanqui, que dividieron Europa en dos y dejaron Occidente para el capitalismo y Oriente para Moscú (lo que convirtió a los fuertes partidos comunistas en fieles guardianes del orden en uno y otro lado del territorio europeo); b) la política “democrática” adoptada por las burguesías imperialistas de cooptación de los aparatos sindicales y políticos “obreros”, y de concesiones sociales a las masas; c) el rápido inicio de un ciclo de extraordinario crecimiento económico y de superganancias, que permitieron que esas concesiones fuesen de gran envergadura en los países centrales e incluso hasta en muchas semicolonias “prósperas”.

Frente a las masas trabajadoras y los movimientos obreros de sus países, las burguesías europeas dejaron de lado lo que habían sido sus principales políticas durante el ciclo de entreguerras –conservadorismo cerril, bonapartismo y, sobre todo, fascismo–, para adoptar la línea ya experimentada exitosamente por el presidente Roosevelt en EEUU: la del Welfare State (Estado de Bienestar Social), que no consiste simplemente en dar concesiones, sino también (y muy importante) en la cooptación, burocratización y aburguesamiento de las organizaciones políticas y/o sindicales de la clase trabajadora. También parte fundamental de esto fue la promoción de la “democracia” burguesa, principalmente en los países centrales. [[3]] Esto estableció un doble contraste muy favorable para los flamantes regímenes “democráticos” de Europa Occidental, tanto si se los comparaba con los pasados regímenes nazifascistas, como en relación al “totalitarismo” stalinista de partido único en Europa Oriental. Frente a la democracia burguesa, el stalinismo era orgánicamente incapaz de oponerle una democracia obrera y socialista. De esa manera, también en ese terreno, le hacía el juego a la burguesía mundial, al ayudarle a estampar, en la conciencia de las masas, signos iguales entre “socialismo” y “dictadura”, y “capitalismo” y “democracia”

Este “pacto social de posguerra”, que según los casos se aplicó con mayor o menor profundidad –y en Europa más que en ninguna otra parte–, significó una notable disminución de las desigualdades de preguerra y sobre todo una gran transferencia de ingresos directos (salario) o indirectos (beneficios sociales) de la gran burguesía a los trabajadores. En ese sentido, las (contra)reformas neoliberales que comenzaron a aplicarse en los 80, consisten en recorrer el camino de vuelta. Del “contrato social de posguerra” lo que va quedando es la cooptación y aburguesamiento de los aparatos sindicales y de los (ex) “partidos obreros”.

2) En el orden geopolítico, el caos de entreguerras fue sustituido por el orden mundial pactado en las Conferencias de Yalta y Potsdam entre el imperialismo yanqui y la burocracia de Moscú, que emergen como los dos grandes vencedores. Cada uno de ellos encabeza un bloque de estados y sendos pactos militares (OTAN y Pacto de Varsovia). La Organización de las Naciones Unidas y otros “organismos internacionales” fueron montados no sólo como espacio de negociación entre ambos bloques sino también como un encuadramiento del resto de los estados en un “sistema mundial” y una pretendida “legalidad internacional” a la que todos deben someterse. A pesar del enfrentamiento, a veces muy agudo, de la llamada “guerra fría” entre el bloque Occidental y Oriental, nunca fue dejado de lado este profundo acuerdo contrarrevolucionario, que repartía el mundo en dos “esferas de influencia”, encuadraba las luchas sociales y políticas en uno y otro lado, y acotaba los alcances nacionales e internacionales de las revoluciones y de las luchas de masas en general. Si una cara de la moneda era la “guerra fría”, la otra cara era la “coexistencia pacífica”.

3) Como señalamos, en la esfera de la economía, después de la guerra comienza uno de los ciclos de expansión más notables de la historia del capitalismo, con tasas de ganancia también inéditas, especialmente en los años 50. Pero, a principios de los 70 esto ya presentaba síntomas de agotamiento. En 1974, la crisis petrolera, que lleva los precios del crudo a niveles inéditos, va a marcar claramente un cambio del ciclo, y el inicio de un largo período de dificultades.

La tasa de ganancia y el crecimiento finalmente se recuperan en los 90, pero muy desigualmente (lo hacen sobre todo en EEUU) y sin volver a alcanzar los niveles del boom de posguerra. Además, a diferencia de la crisis del 29/30, el capitalismo ha establecido no sólo mecanismos anticíclicos más eficientes, sino también de exportación de la crisis a la periferia. Este es uno de los factores por el cual en los países imperialistas, hasta ahora, no se ha producido una crisis equivalente a la de los años 30. Ha sido, en cambio, en la periferia donde, desde los 70 se suceden un colapso tras otro, crisis financieras, catástrofes económico-sociales... En ese aspecto, el ciclo de crisis iniciado en los 70 se presenta como diametralmente opuesto al del 29/30.

Pero lo más significativo es que el capitalismo fue desarrollando desde principios de los 80 –en gran medida como respuesta a la crisis– un conjunto de transformaciones que culminan en los 90 con lo que se conoce como “globalización” (o más propiamente, “mundialización”) del capital, o que otros también llaman “etapa neoliberal” (aunque, como veremos, estas denominaciones no son equivalentes, sino que aluden a fenómenos distintos aunque relacionados). Pero esto nos lleva al tema de la configuración actual del capitalismo mundial, y sus tensiones y contradicciones estructurales, que analizaremos más adelante.

Aquí lo importante es subrayar que este curso no se produjo simplemente gracias a mecanismos “automáticos” –que por supuesto tienen gran importancia por el carácter mismo del capitalismo–, sino también y fundamentalmente por el desarrollo y los resultados de la lucha de clases en esas décadas, que permitieron a los principales estados imperialistas imponer cambios fundamentales de trascendencia mundial en la regulación de las finanzas, la producción y el comercio internacional, y las relaciones laborales. En la imposición del neoliberalismo no intervino ninguna “mano invisible” del mercado, sino la bien perceptible de los gobiernos imperialistas, encabezados por Reagan y Thatcher. Y esto fue posible gracias a la derrota del gran ascenso de las luchas obreras y revolucionarias que marcó las décadas finales del ciclo iniciado en la posguerra.

En efecto, a fines de los 60 y sobre todo en los 70 se desarrolla un ascenso mundial de las luchas sociales y revolucionarias, que suele fecharse a partir del Mayo Francés de 1968. Fue un ascenso obrero, estudiantil y popular que produjo no sólo luchas “económicas” sino también batallas políticas muy importantes (muchas abiertamente revolucionarias), sobre todo en Europa y América Latina. En esos sectores en ascenso, se generó mundialmente una nueva e inmensa vanguardia revolucionaria. Ésta desbordó en cierta medida a los viejos aparatos de los partidos comunistas, socialdemócratas y nacionalistas, aunque pudo ser mayoritariamente represada por corrientes que aparecían como algo “nuevo” y “revolucionario”, como el castrismo y el maoísmo. Pero a esto se añadió otro rasgo que lo diferencia notablemente del panorama de la inmediata posguerra: en algunos de esos procesos, sobre todo en Europa y el Cono Sur de América Latina, el movimiento obrero volvió a jugar nuevamente un papel de primer orden.

Recordemos algunos de esos acontecimientos: el Mayo Francés (1968), la oleadas posteriores de luchas obreras en otros países europeos y especialmente en Italia (con el surgimiento de los consigli en las grandes fábricas del Norte), las fuertes luchas del movimiento obrero británico a principios de los ’70, la Revolución Portuguesa (1974), donde la clase obrera fue un actor de fundamental importancia, el gran movimiento de lucha antifranquista y de Comisiones Obreras en España, en EEUU el movimiento contra la guerra de Vietnam (que llevó a su derrota en 1974/75) y el ascenso del movimiento negro con alas combativas como los Black Panthers y Malcom X. Asimismo, en el Este, hay que recordar la Primavera de Praga (1968), las grandes huelgas de principios de los ‘70 en Polonia y la crisis de la Revolución Cultural en China y las convulsiones posteriores. En América Latina, el ascenso de los ’60, acicateado por el triunfo de la Revolución Cubana, con el movimiento de Tlatelolco (1968) en México, en Argentina el período de luchas desde el “cordobazo” (1969), con el clasismo y las coordinadoras obreras de 1975 hasta el golpe de 1976, el poder dual en Bolivia en el período Ovando‑Torres, en Chile los “cordones industriales” y la situación de poder dual hasta la derrota de 1973, el ascenso de Uruguay que llegó hasta la huelga general revolucionaria de 1972 cuya derrota abrió el paso a la dictadura, etc. Otros países, como Brasil o Sudáfrica, siguieron procesos más desiguales, con tiempos distintos. Las últimas expresiones tardías de esta ola mundial de luchas fueron la Revolución Nicaragüense de 1979 (proceso revolucionario que abarcó en verdad a toda Centroamérica) y el estallido del proletariado polaco en 1981, donde surge un ala izquierda aunque minoritaria.

Pero, de conjunto, estas grandes luchas y procesos revolucionarios fueron, en uno u otro momento, frenados y desmontados (en Europa) o sangrientamente aplastados (en América Latina). Así, a mediados de los 80, el factor determinante de la situación mundial no eran esos grandes movimientos de luchas y revoluciones, ya derrotados o en total retroceso, sino la llamada “Revolución Conservadora” de Reagan y Margaret Thatcher. Esto fue inseparable y simultáneo con la imposición, desde los estados imperialistas (y luego del resto del mundo), de las normas (o “regulaciones”) del neoliberalismo, tanto a nivel general, como de las relaciones laborales, y las relaciones entre el centro imperialista y la periferia. Un nueva “regulación” que tenía como objetivos principales restaurar la tasa de ganancia afectada por la crisis y simultáneamente recuperar, para la burguesía en general y sobre todo para la “fracción superior de las clases capitalistas” en particular, el porcentaje del ingreso perdido con la crisis del 30 y el “estado de bienestar social” de posguerra. [[4]]

Creemos, entonces, que sin tener en cuenta como un factor fundamental la derrota de la última oleada revolucionaria del siglo XX, no se pueden entender ni los acontecimientos que marcaron el fin del ciclo iniciado tras la Segunda Guerra Mundial, ni tampoco muchos rasgos esenciales de la situación actual.

1.3. La caída del Muro de Berlín y las consecuencias del fin del “socialismo” burocrático

Como dijimos, nos parece que el siglo XX, como época histórica, termina anticipadamente con el derrumbe de los regímenes stalinistas en el Este y la disolución de la Unión Soviética. Se trata, efectivamente, del fin de una época, que incluye el final de muchas cosas... pero también el comienzo de otras...

La caída del Muro de Berlín (noviembre 1989) –la primera de las “fechas emblemáticas” que mencionamos– y el también ruidoso derrumbe de la URSS en agosto-diciembre de 1991 fueron acompañados por el proceso algo más “evolutivo” pero no menos importante de restauración capitalista en China. [[5]] Aquí, por supuesto, no pretendemos desarrollar un análisis global de los históricos acontecimientos de 1989-91. Pero sí es importante detenernos en algunas de sus secuelas que hoy son elementos de trascendental importancia en la situación mundial.

La asimilación por el capitalismo mundial de esas economías nacionales no capitalistas administradas por las burocracias ha tenido, en primer lugar, consecuencias económicas trascendentales. Por primera vez en la historia, el capitalismo llena directamente la casi totalidad del “espacio” mundial. A eso hay que agregar el papel que cumple hoy China en la economía global (que veremos luego con más detalle). Rusia, las ex repúblicas de la URSS y los países de Europa del Este, aparecen como los que han salido malparados en mayor o menor medida de este cambio. Sin embargo, para el capitalismo global su importancia económica ha sido también de extrema importancia. Por ejemplo, como espacio de saqueo de materias primas (Rusia) y de colonización (Europa del Este en relación a la Unión Europea, y el Cáucaso y Asia central para EEUU).

Pero las secuelas más importantes de los acontecimientos de 1989-91 se dan a nivel ideológico-político y geopolítico. Aquí las consecuencias son más contradictorias y su despliegue se ha dado en distintos tiempos. Para evaluarlas hay que comenzar por distinguir dos fenómenos que suelen presentarse confundidos, tanto en los balances vulgares de la propaganda burguesa como, curiosamente, en las lamentaciones retrospectivas de muchas viudas de Stalin.

Hay que distinguir en efecto, dos hechos diferentes: Uno, la legítima rebelión antiburocrática de nacionalidades oprimidas, sectores populares y en menor medida de segmentos de la clase trabajadora que, combinados con una crisis global –desde económica hasta ideológica y de legitimidad– de esos estados, llevó a la caída de los regímenes stalinistas en la ex URSS y el Este. Otro, el curso restauracionista en que desembocó finalmente este proceso. Lo primero no determinó fatal ni automáticamente lo segundo.

¿Qué medió entre uno y otro hecho? Un doble determinación subjetiva: por un lado, amplios sectores de la misma burocracia tenían una política consciente y precisa frente a la crisis: el giro al capitalismo; [[6]] por el otro lado, pesó decisivamente la ausencia de una alternativa independiente de la clase trabajadora en la crisis.

En efecto, el cambio de régimen político y la restauración capitalista en esos países ocultó una continuidad social: en prácticamente todos esos estados, la burocracia simplemente se “recicló”, en la mayoría de los casos hasta con los mismos personajes al frente. En Rusia, el corazón del sistema, no es casual que los conductores hayan sido Yeltsin (ex Politburó) y luego Putin (ex KGB). En China, siguiendo un curso político-institucional muy diferente y hasta opuesto, la burocracia sin embargo efectuó un “reciclaje” social parecido. [[7]]

Pero el hecho determinante fue la incapacidad o imposibilidad de la clase trabajadora de esos países de intervenir con un programa independiente y alternativo al de la restauración, que era impulsada por buena parte de la misma burocracia. A ese hecho político contribuyeron una variedad de causas: desde la atomización de la clase que caracteriza al stalinismo (que, por definición, no tolera la menor actividad independiente), hasta las derrotas de las precedentes rebeliones antiburocráticas en el Este europeo, donde se habían presentado fuertes corrientes socialistas. Este último hecho se combinó con las derrotas generalizadas del movimiento obrero y revolucionario en Europa y Occidente que caracterizó a los 80. Desde Occidente ya no venía ningún estímulo ni ejemplo socialista y revolucionario o de independencia de la clase trabajadora.

Se puede comprender mejor esto comparando 1968 con 1989. En 1968, al mismo tiempo y no por casualidad, se inicia un ascenso revolucionario en Occidente, y en el Este se produce una rebelión antiburocrática (la Primavera de Praga) que mayoritariamente se reivindica socialista. En 1989, en cambio, lo determinante en Europa y Occidente era el avance arrollador de la “Revolución Conservadora” iniciada por Reagan-Thatcher. Esto “hace juego” en el Este con los burócratas restauracionistas estilo Gorbachov-Yeltsin o los “opositores” no menos procapitalistas tipo Lech Walesa.

Todo esto hace que la caída de los regímenes stalinistas tenga efectos contradictorios. El que se manifiesta primero y con más fuerza es lo que hemos llamado la crisis de la alternativa socialista al capitalismo, que afecta gravemente la conciencia de los trabajadores y en general de todos los explotados.

Desde el siglo XIX, con mayor o menor claridad, la mayoría de la clase trabajadora mundial desarrolló la idea de la necesidad y la posibilidad de un cambio del sistema social. Es decir, que frente al capitalismo estaba abierta la alternativa de lograr otro tipo de sociedad sin explotadores ni explotados, el socialismo. Desde la Comuna de París de 1871, esa fue la bandera que levantaron las revoluciones, incluso muchas que no movilizaban masas obreras y que tenían al frente direcciones pequeñoburguesas y/o burocráticas.

Por supuesto, esta colosal generalización de la idea socialista no implicaba que todos fuesen revolucionarios, ni que hubiese una conciencia clara de qué significaba el socialismo, ni que esta idea no se presentara combinada con una variedad de falsedades, como el evolucionismo socialdemócrata y luego el nacionalismo tercermundista. Pero esta idea-fuerza de una alternativa socialista al capitalismo era tan poderosa, que, por ejemplo, hasta el nacionalismo burgués de la periferia, desde Argentina hasta la India y desde el mundo árabe al África negra, estaba obligado a presentarse como “socialismo nacional” para ganar demagógicamente a las masas explotadas.

Por supuesto, ya en los 80 esto venía en una seria crisis... Pero, para las masas, el final bochornoso del falso socialismo burocrático –de lo que las masas creían que eran “países socialistas” significó un salto cualitativo de esa crisis. El colosal aparato mediático de la burguesía tomó este hecho para grabar en la cabeza de millones la ideología del fracaso del socialismo”. Este es el problema ideológico-político más grave que enfrentamos, y que tiñe el conjunto de los procesos, los movimientos y las luchas del presente. Como dijimos, es el componente quizás más importante de la crisis de subjetividad de las masas trabajadoras y populares, y de sus movimientos políticos y sociales.

Es por eso que el relanzamiento de la lucha por el socialismo es una de las coordenadas políticas fundamentales del nuevo siglo. El relanzamiento de la perspectiva y la lucha socialista en las nuevas condiciones del siglo XXI no sólo es agudamente necesario –como lo han demostrado entre otros experiencias las recientes rebeliones latinoamericanas y el paralelo desastre de los reformistas sin reformas–, sino que es también posible, como veremos más adelante.

Pero, junto a estas secuelas extremadamente negativas, el derrumbe del aparato stalinista mundial con sede en Moscú trajo consecuencias positivas, aunque ellas se están manifestando más tardíamente y todavía con menos fuerza.

En primer lugar, la liquidación del falso “socialismo” estatista y burocrático abre al fin las posibilidades para reconstruir una perspectiva socialista auténtica. Íntimamente ligado a eso, está el hecho verificado en las pequeñas o grandes luchas de este siglo, de la tendencia a sacarse de encima a los aparatos burocráticos, a tratar de romper sus controles y a desarrollar formas de autodeterminación, y de democracia obrera y de masas. Este aspecto es decisivo, no sólo para el impulso a las luchas sino también para la perspectiva de relanzamiento del combate por el socialismo, y en general para la recuperación de la conciencia de clase. En otras palabras, ir desarrollando hoy en las luchas, los movimientos sociales y las organizaciones de masas, lo que será mañana la trama de la construcción socialista consciente y democrática.

Pero junto a estos resultados políticos, el derrumbe de la ex URSS trajo también una importante consecuencia geopolítica: el fin del “orden mundial” de Yalta-Potsdam. Este problema también es parte –y cada vez más grave– de la actual situación mundial. El intento del gendarme norteamericano de pretender resolver esta cuestión imponiendo mediante intervenciones militares un “nuevo orden” basado en el hegemonismo absoluto de EEUU, no ha hecho más que fortalecer los elementos de caos.

1.4. Seattle, la crisis de legitimidad del neoliberalismo y la transición a un nuevo ciclo histórico

La resolución en sentido capitalista de las crisis y rebeliones en la ex URSS, el Este y también, bajo otras formas, en China, significó un indiscutible triunfo de la burguesía en general y del capitalismo imperialista en particular. De allí que en esos años la burguesía mundial viviese una especie de borrachera triunfalista, que alcanzó dimensiones delirantes.

Su euforia se vio además abonada con el inicio de un ciclo de ocho años de crecimiento sostenido de la economía y de las ganancias en EEUU, que duraría hasta el 2000. A escala mundial esto fue muy desigual –con Europa y sobre todo Japón muy a la zaga, y con serias crisis en el Sudeste de Asia, América Latina y África– y terminó con el estallido de la burbuja bursátil en el 2000. Pero, mientras duró, la burguesía de todos los países (incluso de la periferia) se llenó los bolsillos, dado el papel peculiar de EEUU como recolector y a su vez redistribuidor de gran parte de la plusvalía mundial (mecanismos que veremos luego más en detalle). Todo lo veían color de rosa –o, mejor, de verde-dólar– y el recetario neoliberal se había convertido en un dogma que pocos se atrevían a cuestionar.

Fue en esos años donde florecieron infinidad de mitos e ideologías que la realidad habría de arrojar luego al basurero. La más tonta (y quizás por eso la más publicitada) fue la del “fin de la historia”, pero duró poco en cartelera. Más sofisticada fue la de los historiadores franceses –entre ellos varios ex stalinistas– que descubrieron que se había cerrado la era de las (malditas) revoluciones, que había durado exactamente dos siglos, desde 1789 (Toma de la Bastilla) hasta 1989 (Muro de Berlín). ¡El fantasma de las revoluciones por fin se había desvanecido para siempre! Pero ésas no fueron la únicas. La “globalización”, por ejemplo, implicaba que el mundo iba a hacerse cada vez más “homogéneo” y se acortarían las distancias entre los países pobres y ricos. El “libre comercio”, la “libre circulación de capitales” y las privatizaciones traerían prosperidad a todo el mundo. De la pobreza, la indigencia y el hambre no había, entonces, que preocuparse: ya el Banco Mundial y la ONU habían hecho planes para erradicarla antes del 2015. En Brasil, Argentina y otros países latinoamericanos, los presidentes juraban que las privatizaciones y los planes neoliberales implicaban el “ingreso al Primer Mundo”. Por supuesto, el fin de la guerra fría iba además a traer paz y seguridad en todas partes, no habría guerras ni conflictos internacionales y se alejaría el peligro de la bomba atómica. Había surgido, asimismo, una “nueva economía”, basada en las tecnologías de la información, que garantizaba un crecimiento sostenido, sin crisis cíclicas. A partir de allí, la economía se fundaría en la “información” y el “conocimiento” y no en el trabajo. ¡Al fin la molesta clase obrera borrada del mapa! Y la mayor parte de estas boberías no las afirmaban sólo charlatanes de la televisión, sino señores profesores de las más famosas universidades. El triunfo obtenido sobre el “socialismo” burocrático daba una hegemonía social, política, cultural e ideológica tan absoluta, que podía sostenerse impunemente cualquier disparate.

Si recordamos esto, es porque permite medir las distancias con la presente situación. El rasgo común de esas charlatanerías es que la burguesía mundial transpiraba un optimismo irracional. Hoy la “atmósfera” es la opuesta: un sentimiento generalizado de que las cosas no van bien.

Esa situación “posMuro de Berlín” –que puede definirse como de absoluta legitimidad del capitalismo neoliberal a nivel del sistema económico-social, así como de la “democracia” burguesa a nivel del régimen político– duró relativamente poco. Ya a fines de los 90 era evidente una “crisis de legitimidad” del neoliberalismo y un cuestionamiento creciente de las consecuencias de la globalización y aun del mismo capitalismo. Y también empezó a crecer el descreimiento en la “democracia” de los ricos.

Estos cambios tan progresivos se presentan, sin embargo, en un entramado complejo y desigual: está mucho más avanzada la conciencia “antineoliberal” que el anticapitalismo. Y, a su vez, la recuperación de la idea del socialismo está aún mucho más retrasada. Como veremos, es por esa amplia brecha que atacan las corrientes reformistas y de “centroizquierda”.

De todos modos, lo importante es que la época del “pensamiento único” empezó a morir casi después de nacer. Desde los más diversos ángulos comenzaron a llover críticas y cuestionamientos, no sólo desde el campo de la izquierda, sino incluso desde sectores enemigos del socialismo, como la misma Iglesia Católica. Hoy, por ejemplo, en ningún país del mundo, los políticos en campaña electoral, por más reaccionarios que sean, pueden proclamarse abiertamente “neoliberales”, si quieren lograr votos. Esto, por supuesto, no impide que luego en el gobierno sigan aplicando las recetas económicas de siempre. Eso tiene profundas causas estructurales: el capital globalizado no deja mayores márgenes para reformas ni concesiones.

Pero este giro no se dio solamente a nivel ideológico. Estos cambios en la conciencia se desarrollaron estrechamente relacionados con luchas y movilizaciones nacionales e internacionales que empezaron a enfrentar los ataques del capitalismo y sus gobiernos. Ya en diciembre de 1995, el estallido de importantes sectores de la clase trabajadora de Francia (que además se produjo desbordando a los aparatos sindicales traidores y generando formas de autodeterminación y democracia obrera) anunciaba que algo comenzaba a cambiar. Como fenómeno aún más amplio y generalizado que las mismas luchas, comienza a darse una redoblada protesta por las consecuencias cada vez más bárbaras e inhumanas del dominio global del capitalismo.

En 1999, la movilización del 30 de noviembre en Seattle contra la reunión de WTO (Organización Mundial de Comercio) daba un campanazo que indicaba claramente que había terminado la situación “posMuro de Berlín”, de legitimidad absoluta y sin cuestionamientos del neoliberalismo. El consenso había terminado para siempre. El estallido atronó en una ciudad de EEUU, Seattle, pero expresaba una protesta mundial. La globalización del capital y sus consecuencias desastrosas comenzaban a tener una respuesta también globalizada, apuntando a un renacimiento del internacionalismo, perdido en el siglo XX junto con la conciencia socialista.

Pero este acontecimiento que expresaba un cambio radical de la situación, también reflejó los problemas del relanzamiento de la lucha revolucionaria a inicios del siglo XXI. La protesta, rotundamente antineoliberal, no era con la misma claridad anticapitalista ni muchos menos socialista. Y entre las fuerzas sociales que en todo el mundo habían comenzado a protestar y, lo que es más importante, también a actuar, a movilizarse, la clase trabajadora comenzaba a reaparecer, aunque con grandes desigualdades y sin un papel hegemónico claro.

Menos de dos meses después de Seattle, en América Latina se producía otro importante hecho que también marcaba el cambio de la situación mundial en relación a los 90. El 21 de enero de 2000 tenía lugar en Ecuador la primera de las rebeliones populares y democráticas del siglo XXI. En el pasado, estas rebeliones se producían contra las dictaduras militares. Pero ahora, lo nuevo es que estallaban contra gobiernos “democráticos”. Así, en América Latina – y en especial en Sudamérica, que desde entonces se ha ubicado como la región donde se desarrollan las expresiones más avanzadas de la lucha de clases– se manifiesta más nítidamente otro fenómeno mundial, paralelo al de la deslegitimación del neoliberalismo. Se trata de las tendencias a la pérdida de legitimidad de la democracia burguesa, que algunos también denominan como “crisis de representatividad”.

Parte importante del entierro de la situación mundial “posMuro de Berlín” fue también el estallido de la “burbuja” especulativa de los mercados financieros estadounidenses, que se produjo en marzo del 2000, y que abrió un período de recesión en EEUU. Aunque Norteamérica ha salido de la recesión (mientras Europa sigue estancada), el fin del boom de los 90 no sólo se llevó consigo las fantasías que antes aludimos acerca de la “nueva economía”. También significó un serio alerta sobre los graves desequilibrios estructurales de la configuración asumida por la economía mundial desde los 80.

Este es uno de los motivos por los cuales, aunque EEUU ha salido de la recesión y una nueva burbuja especulativa –la de bienes raíces– ha reemplazado a la de Wall Street–, el clima mundial es de preocupación generalizada y de pronósticos sombríos, incluso de un sector creciente de analistas burgueses. También a nivel de la economía el clima triunfalista de los 90 se fue para no volver.

Pero la situación mundial abierta con el inicio del siglo XXI iba a mostrar poco después, el 11 de septiembre de 2001, todas sus contradicciones y tendencias polarizadas.

1.5. El 11 de septiembre: una embestida del imperialismo yanqui que no llega a revertir el cambio de situación sino que polariza todas las contradicciones

Los atentados del 11 de septiembre del 2001 (cuyos verdaderos autores intelectuales aún están por aclararse) dieron la justificación para que el imperialismo yanqui iniciara un ataque global militar y político. Los objetivos de esta arremetida de Washington son múltiples, tanto económicos como geopolíticos, y serán analizados luego como componente fundamental de la presente situación mundial.

Sin embargo aquí, como parte de esta periodización, es necesario definir los alcances que ha tenido hasta ahora este giro agresivo del imperialismo yanqui. Sobre todo en sus primeros momentos, dio lugar a caracterizaciones desequilibradas: la superpotencia todopoderosa flexionaba sus músculos, se disponía a arrollar al que se le pusiese por delante y a constituirse como un “superimperialismo”, prácticamente como una dictadura mundial que impondría su voluntad en todo el planeta.

Caracterizaciones como éstas no eran producto de un análisis serio, sino que generalmente se formulaban como justificativo de determinadas políticas (muchas veces de sometimiento a EEUU). Cuatro años después, la realidad se presenta muy distinta de las fantasías sobre el “superimperialismo” de fines del 2001, y mucho más compleja y contradictoria. Una serie de fracasos político-militares, en primer lugar Irak, sumados a otras dificultades económicas y políticas, han llevado a una seria crisis al gobierno de Bush en su segundo mandato, hasta el punto que algunos se preguntan si llegará a finalizarlo. Pero al mismo tiempo, junto con estos evidentes fracasos, tampoco se ha producido una categórica derrota del imperialismo yanqui, ni menos todavía un gran triunfo revolucionario. El resultado principal ha sido el de exacerbar las contradicciones, los enfrentamientos y tensiones. Pero aunque esto sea así, es también evidente que EEUU no está en una posición más fuerte que antes del 11 de septiembre.

Un elemento decisivo en la complejidad de estas mediaciones, en sus elementos de indefinición en sentido claramente revolucionario o contrarrevolucionario, en sus idas y vueltas, sigue siendo la ya mencionada crisis de subjetividad de las masas trabajadoras y populares. Esta tiene como una de sus principales expresiones que, tanto las masas como buena parte de las vanguardias de luchadores, no tienen una alternativa socialista frente al capitalismo, ni tampoco una alternativa de democracia obrera ante la fraudulenta democracia burguesa.

Pero lo que aquí interesa, es dejar claro que el 11 de septiembre no revierte el cambio de la situación mundial que advertimos a fines de los 90. Ni el capitalismo y el imperialismo en general, ni EEUU en particular han recuperado las condiciones posMuro de Berlín de abrumadora hegemonía social, política, cultural e ideológica. Por contrario, se han acrecentado tanto la pérdida de legitimidad como el rechazo, los cuestionamientos y las luchas de las masas perjudicadas por el capitalismo neoliberal y globalizado

A todo eso se ha agregado un fuerte componente antiimperialista, que había casi desaparecido en la situación posMuro de Berlín. Como un aspecto importante de los embrollos ideológicos de esos años, para gran parte del movimiento de masas y los sectores de vanguardia, la cuestión del imperialismo se había vuelto, por lo menos, confusa. Primero fue lo de Afganistán, en los 80, donde Moscú hacía un papel análogo al del imperialismo yanqui en Vietnam, mientras EEUU apoyaba a los pretendidos “combatientes de la libertad”. Luego, vino el derrumbe de la Unión Soviética, producido, en parte, por un levantamiento de las nacionalidades oprimidas por la burocracia de Moscú, a la que se tildaba de “imperialismo soviético”. Luego, las horrendas “limpiezas étnicas” en Yugoslavia dieron la oportunidad a EEUU y la OTAN de llevar a cabo intervenciones militares que para la gran mayoría no aparecían como “imperialistas”, sino como “humanitarias” y de “defensa de los derechos humanos”.

Asimismo, en el campo cultural e ideológico, se produjo una catarata de elaboraciones –de derecha y de “izquierda”– en las que el concepto de imperialismo era simplemente ignorado o se lo relegaba al desván de la abuela, como algo de otra época, esfumado con la globalización. En el campo de la izquierda, Toni Negri fue el portavoz más publicitado de esas ficciones. Finalmente, George W. Bush puso las cosas en su lugar.

1.6. Algunas primeras definiciones

Hemos dado, entonces, una mirada hacia el pasado, especialmente a las últimas décadas en donde se consumó un cambio de ciclo histórico. En los últimos cinco o seis años, esto ha derivado en una situación mundial que, con toda razón, y hasta para los analistas de la burguesía, aparece como sumamente crítica.

Podemos definirla también, desde otro ángulo, como la transición de esa rotunda hegemonía social, política, cultural e ideológica del capitalismo imperialista (que caracterizó la situación posMuro de Berlín), a otra situación, donde comienza a manifestarse una crisis de dominación y legitimidad, aunque con desarrollos desiguales en cada uno de esos aspectos, y también desigual según las diferentes regiones y países.

En el centro de esta crisis de dominación y legitimidad está el atolladero en que se ha metido el principal imperialismo, el de Estados Unidos, al ir fracasando en la aventura emprendida por la administración Bush para lograr una total hegemonía mundial.

Esta crisis de dominación aún no se ha resuelto en un sentido contrarrevolucionario (ése era uno de los propósitos de la embestida de EEUU después del 11/9), pero también está lejos de resolverse en un sentido revolucionario socialista.

En eso media la ya aludida crisis de subjetividad de las masas, que tiene una variedad de expresiones ideológicas, políticas y orgánicas que señalamos. Pero, al mismo tiempo, la situación con que se inicia el siglo XXI genera condiciones para resolver ese problema decisivo. Por eso se ha ido avanzado en ese sentido en los últimos años.

Entonces, si la situación de la lucha de clases abierta con el nuevo siglo puede definirse brevemente como de crisis de legitimidad y de dominación del capitalismo imperialista, en relación al movimiento de masas hay que definirla como un período preparatorio. Se trata de la recomposición del movimiento obrero y de masas, y también del socialismo revolucionario, frente a las nuevas condiciones de la lucha de clases del siglo XXI.

En este período preparatorio, apoyándonos en diversos procesos sociales y políticos –desarrollo de una nueva clase trabajadora, brutal polarización social, exacerbación de las contradicciones y calamidades generadas por el sistema capitalista y la dominación del imperialismo, descontento generalizado y luchas de masas, etc.–, se ha abierto la posibilidad de esa recomposición, tanto del movimiento de masas como también del mismo socialismo revolucionario. Dicho de otra forma: el contenido de este período que llamamos “preparatorio” o de “alistamiento”, es el de luchar por construir las condiciones ideológicas, políticas y orgánicas para hacer renacer el combate revolucionario anticapitalista por el socialismo.

¿Pero en qué consiste más concretamente este carácter preparatorio del actual período? ¿Cuál es la tarea central e inmediata para los marxistas revolucionarios? La de lucha política por ganar a la vanguardia; es decir, a los activistas y luchadores de la clase trabajadora, la juventud y los movimientos sociales.

Por supuesto que aspiramos a ganar y/o recuperar para las ideas y el combate por el socialismo a amplios sectores de masas. Pero hoy el camino hacia las masas pasa inevitablemente por esa batalla política para conquistar a los luchadores de la clase trabajadora, la juventud y los sectores populares.

La situación nos ayuda hoy en ese sentido, porque el desastre capitalista, la dureza de las luchas, y la frustración con las diferentes variantes del reformismo, el “progresismo” y la “centroizquierda” replantean en las vanguardias los grandes debates estratégicos: capitalismo, socialismo, reforma o revolución, etc.

Y aunque esto no es general en todo el mundo, el planteo desde Venezuela de la cuestión del socialismo, es un campanazo que ya está llegando también a sectores de masas. 

 

2. EL TRASFONDO ECONÓMICO, ENERGÉTICO Y ECOLÓGICO

Como ya señalamos, estamos en una coyuntura económica en la que EEUU y el capitalismo mundial superaron la recesión posterior al estallido, en marzo del 2000, de la burbuja especulativa de los mercados financieros estadounidenses. Esta recuperación ha sido sin embargo notablemente desigual entre los tres centros del imperialismo (EEUU, la Unión Europea y Japón) así como también entre las regiones y países de la periferia. EEUU crece, Europa y su centro económico, Alemania, están en dificultades, mientras que Japón parece haber superado los largos años de estancamiento y deflación.

Pero, en este caso, lo que nos interesa no es la coyuntura, sino describir brevemente algunos problemas estructurales graves, que están dando, pese al crecimiento coyuntural del producto estadounidense y mundial, un tono sombrío a los pronósticos de mediano plazo. Es que se acentúa la tendencia ya observada que “cuanto más el capitalismo tiene éxito en modelar la economía mundial a su conveniencia, más se acrecienta las tensiones. El capitalismo mundial está hoy instalado en una fase de inestabilidad duradera”. [[8]]

A grandes rasgos, hay tres órdenes de problemas “preocupantes”, cada uno de ellos con distintas “tempos”: 1) el de los desequilibrios y tensiones económicas y sociales que va desarrollando la configuración actual de la economía mundial, estructurada alrededor del papel central y singular que juega Estados Unidos. Estos desequilibrios, en perspectiva, aparecen como insostenibles. 2) La aparición, no inmediata pero sí en el horizonte, de una crisis inédita en la historia del capitalismo, la de la energía. 3) Las manifestaciones cada vez más claras y alarmantes del cambio climático y otros desastres provocados por el capitalismo en la naturaleza.

El primero de este orden de problemas se da, podríamos decir, de modo “clásico”; o sea a nivel de las relaciones de producción, de cambio y de consumo. Los segundos, en cambio, se presentan en las relaciones de la sociedad y la producción con la naturaleza y apuntan a situaciones críticas que no tienen precedentes históri

2.1. Un curso económico-social tan inestable como insostenible 

Como habíamos explicado en la sección anterior, a fines de los 60 e inicios de los 70, se agota el llamado “boom de posguerra”. Se abre hasta fines de los 80 y principios de los 90 un periodo de crecimiento lento y, en algunos años, de estancamiento (especialmente en EEUU). La década del 70 también presencia una importante caída de la tasa de ganancia en EEUU y los principales países capitalistas, que no se recupera plenamente hasta finales de los 80.

Asimismo, en la década del 70 culmina (para luego comenzar violentamente a revertirse) un fenómeno especialmente significativo desde el punto de vista no sólo económico sino también social y político. Tanto la participación en el ingreso de las capas más altas de la burguesía de los países centrales como su porcentaje en la riqueza caen en los 70 a su punto históricamente más bajo. [[9]]

El ejemplo ilustrativo es el de la alta burguesía de EEUU (que constituye el centro de la burguesía mundial), en el que estos dos índices siguen recorridos parecidos desde la crisis del 29/30. Esa crisis determinó una abrupta caída tanto de su porcentaje en la riqueza como en el ingreso nacional. En 1930, el ingreso del 1% de los hogares más ricos era del 16% del total del ingreso nacional. Después de la Segunda Guerra Mundial, este porcentaje había bajado a la mitad, el 8%, y no se recupera pese al boom de posguerra.

Asimismo, el sistema impositivo de EEUU y otros países centrales no tiene en esos años nada que ver con la rebaja de impuestos a los más ricos, practicada por Bush con el pretexto de “reactivar la economía”. La redistribución de ingresos que implica el Welfare State, gravita en los bolsillos de lo más ricos. Pero al mismo tiempo, esta transferencia de ingresos y riqueza en beneficio de los asalariados garantiza no sólo la “paz social” sino también una demanda solvente que ayudó a sostener por largos años el boom, por lo menos en los países centrales.

Durante el boom de posguerra, es también social y políticamente significativo el fenómeno de la disociación entre las colosales ganancias que hacen las grandes empresas y los bajos porcentajes de dividendos que distribuyen a los accionistas. Las ganancias principalmente se reinvierten. En esa situación, las bolsas, los “mercados financieros” donde se negocian acciones y títulos, tienen un papel secundario. Asimismo, este período posterior a la crisis de 1929/30, llamado de “compromiso keynesiano”, operó una especie de “represión de las finanzas”, que luego el sistema monetario de posguerra adoptado en Bretton Woods habría de consagrar a escala mundial.

Paralelamente, se desarrolló una relativa “autonomía” de las capas gerenciales privadas y de los altos administradores del estado, en relación a la gran burguesía misma, accionista de las grandes corporaciones. Esto se correlacionaba también con un notable desarrollo, especialmente en Europa y también en el “Tercer Mundo”, de fuertes elementos de capitalismo de estado. [[10]]

Todo este cuadro se correspondían, en última instancia, con una relación de fuerzas mundial entre el capital y el trabajo... y entre revolución y contrarrevolución. Esta configuración del capitalismo, que fue bautizada como el “compromiso keynesiano”, en los 70 se hace para la gran burguesía imposible de mantener. Continuarla hubiese llevado a otra caída sin piso de su porcentaje del ingreso y en la riqueza nacional, igual o peor que la del 30.

La (contra)Revolución Conservadora de los 80, encabezada por la burguesía norteamericana, significó –en la esfera económica– una ofensiva general para cambiar la configuración del capitalismo: pasar del “compromiso keynesiano” –de costos ya insostenibles– a lo que hoy conocemos como “neoliberalismo” o “capitalismo neoliberal”. En sus rasgos generales, no estamos hablando de las políticas arbitrarias o pasajeras de tal o cual ministro de Economía, sino de cambios estructurales del capitalismo imperialista.

Hay que reconocer que la gran burguesía –y en particular la de EEUU que fue la vanguardia de esta transformación–, tuvo pleno éxito. Se volvió a la “normalidad”. A partir de los 80, una brutal polarización de la riqueza y del ingreso invirtió, en EEUU y en todo el mundo, la tendencias “niveladoras” de posguerra. Tanto la distribución de la riqueza como del porcentaje del ingreso regresaron a la polarizaciones anteriores a la crisis del 29/30, y en muchos países y a escala mundial ya la han superado con creces.

Aunque este cambio ha sido denominado “neoliberalismo” o “capitalismo neoliberal”, no significa que, como ya dijimos, se impusiese por mecanismos “automáticos”, ni que la transformación consistiese en “poner fin al intervencionismo estatal” (una de las patrañas ideológicas más en boga). Las medidas y regulaciones impuestas por el estado, en primer lugar en EEUU y otros países centrales, jugaron y siguen jugando un rol de primera magnitud, sólo que este “intervencionismo” adoptó formas y objetivos distintos de la época del “compromiso keynesiano”.

La primera gran medida encabezada por el estado norteamericano fue imponer la llamada “globalización financiera”. Precedido por el derrumbe del sistema monetario de Bretton Woods en 1971, el banco de la Reserva Federal de EEUU en 1979/81, acompañado del gobierno de Margaret Thatcher en el Reino Unido, dictan las normas que “dan nacimiento al sistema contemporáneo de finanzas liberalizadas y mundializadas”. [[11]]

Una de la consecuencia más visible de este cambio es que las bolsas, los llamados “mercados financieros”, como antes de las crisis del 1929/30, vuelven a jugar un rol de primer orden en la configuración y funcionamiento del capitalismo. En verdad, un papel cualitativamente más gigantesco, por las crecientes dimensiones que adquieren los “fondos de pensiones” y los “fondos de inversión”, es decir, los llamados “inversores institucionales”. En el centro de esta espectacular “financierización” está el hecho que, a diferencia del ciclo “keynesiano”, las ganancias de las corporaciones se distribuyen como dividendos prácticamente en un cien por cien. Esta ha sido la principal “correa de transmisión” para restaurar y superar los porcentajes en el ingreso nacional y la riqueza de la alta burguesía, tanto de EEUU como del resto de los países imperialistas y también de la mayoría de la periferia.

Esa alta burguesía es, al mismo tiempo, la gran poseedora de acciones, bonos y títulos de bolsa. La presente fase “neoliberal” ha significado un gran avance en el paso de la propiedad burguesa “individual” (un capitalista posee todo o parte de algunas empresas) a la “propiedad accionaria institucional” (el capitalista posee una cartera de títulos y acciones, que compra y vende en las instituciones de los mercados financieros). Más aun: se ha agregado una “mediación” adicional. Muchos burgueses ni siquiera poseen directamente acciones de las corporaciones, sino cuotas de participación de los “fondos de inversión”. Por ejemplo, no poseen acciones de IBM o Intel, sino una participación en algún “fondo de inversión” que especula con valores de tecnológicas. Esto genera una centuplicada presión por resultados inmediatos, [[12]] lo que no deja de tener muchas consecuencias. Por ejemplo, en relación a la capacidad del capitalismo y las corporaciones para encarar problemas a largo plazo, donde no habrá ganancias inmediatas.

Aquí es necesario, una vez más, rechazar la vulgaridad “progre” que contrapone el capital financiero, “malvado”, “parasitario” y “especulador”, al “buen” capital “productivo”. Como señala uno de los autores antes citados, “el dominio de las finanzas, no debe ser comprendido como una forma de parasitismo que impediría al capitalismo funcionar correctamente. Se trata, por el contrario, de un dispositivo que permite el establecimiento tendencial de un mercado mundial, donde los trabajadores asalariados son puestos directamente en competencia y sometidos a las exigencia de rentabilidad que se oponen a la satisfacción de las necesidades sociales ‘no rentables’. Gracias a las finanzas, el capitalismo contemporáneo se aproxima a un funcionamiento ‘puro’, en el sentido de que se desembaraza progresivamente de todo lo que pueda encuadrarlo y regularlo.” (Husson, cit., subrayados nuestros.)

Las medidas y cambios para lograr esto tienen que ver con trasformaciones radicales en dos relaciones fundamentales: las relaciones entre el capital y el trabajo, y entre los centros imperialistas y la periferia. Su éxito se tradujo en mecanismos para garantizar una colosal apropiación de valor, de riqueza, que está llevando al colmo la polarización social entre ricos y pobres dentro de cada país y, a nivel mundial, entre los países centrales y la mayor parte de los periféricos. Entrelazadas con estas transformaciones, también cambiaron en buena medida las relaciones de las burguesías con sus propios estados, con sus burocracias gerenciales y administrativas públicas y privadas, las clases medias, etc. Por último, después de muchas elucubraciones en los 60 y 70 sobre el desplazamiento de EEUU por Europa occidental o Japón, la configuración neoliberal del capitalismo reestablece o reafirma la centralidad de EEUU, pero instaurando un conjunto de relaciones interdependientes con los demás países imperialistas y con el resto de mundo, que hoy comienzan a aparecer como insostenibles a la larga.

En síntesis, en el terreno de las relaciones entre el capital y el trabajo, el aumento generalizado del desempleo, las “desregulaciones” laborales, el crecimiento cualitativo de la precarización y la tercerización, la extensión de la jornada, la fragmentación de la clase trabajadora en una inmensa escala de diferencias salariales, de condiciones de trabajo y seguridad social, la tendencia a la baja del salario individual y a la reducción o directa liquidación del “salario social” (sistemas de salud, retiro, etc.) implicaron un salto fenomenal para el capitalismo en la extracción de plusvalía absoluta y relativa.

Hay todo un debate acerca de los saltos en la productividad del capital y del trabajo [[13]] logrados principalmente gracias a la “revolución informática”, que es por supuesto imposible de desarrollar aquí. Pero, probablemente, la principal contribución de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación ha sido mejorar cualitativamente la administración, la gerencia, facilitando que gran parte de la fuerza de trabajo mundial pueda volver a ser explotada internacionalmente en las condiciones laborales del siglo XIX.

En verdad, en el salto fenomenal de la explotación del trabajo, la “globalización” jugó un papel tanto o más importante que la informática y otros avances tecnológicos.

La mal llamada “globalización” consiste en el avance cualitativo de una tendencia inherente al capitalismo desde su nacimiento mismo: la internacionalización de las operaciones y relaciones económicas; es decir, la tendencia a internacionalizar o “mundializar” la producción, el comercio y las finanzas. El capitalismo nació construyendo un mercado mundial, incluso antes que se generalizaran las relaciones de producción capitalistas; es decir, el trabajo asalariado. Esta tendencia “mundializadora” sufrió un retroceso con la crisis de 1929/30. Pero ya en la posguerra hechó nuevamente a andar y desde los 80 avanzó impetuosamente en todas las dimensiones de la economía: finanzas, movimientos internacionales de capitales, producción, comercio internacional, etc.

Por un lado, se ha desarrollado una extraordinaria internacionalización de la producción. De la producción “multidoméstica” –por ejemplo, en cada país una planta con sus proveedores nacionales producía íntegramente, digamos, automóviles (que vendían mayormente en el mismo país)– se ha pasado a la producción en industrias mundiales. Una corporación (o varias) producen partes de ese automóvil en diferentes países, las filiales se las exportan mutuamente, y finalmente ensamblan en esos países o en otros. Por el otro lado, lógicamente, esto va acompañado de la “apertura” de los mercados nacionales y la “liberalización” del comercio internacional: se produce para vender en el mercado mundial.

Esto tiene una consecuencia directa sobre la explotación del trabajo. Los niveles de productividad de cada país y su mano de obra son puestos a competir casi directamente en el mercado mundial. La globalización capitalista tiene como fundamental objetivo poner a los trabajadores a competir, unos contra otros, en el mercado internacional. Con el agravante de que no existe la “mediación” de un “estado mundial” que regule las relaciones laborales, el salario, etc., como la presión de las luchas de la clase trabajadora había logrado imponer a nivel de los estados burgueses nacionales.

Este es el principal secreto del “éxito” capitalista de China, el país con cientos de millones de trabajadores que cobran salarios de 50 ó 60 dólares. En el período “preglobalización” esto hubiese planteado un serio problema de “salida” de la producción, de escasez de “demanda solvente” en ese país. Pero ahora la “apertura” y la “liberalización” del comercio mundial aparecen como solucionando, por el momento, este problema. Entonces, la fórmula ideal es: salarios chinos y producción para el mercado mundial.

Dicho de otra manera: el capitalismo globalizado impone la fuerte tendencia a producir en los países de más bajos salarios para vender en los países de más altos ingresos (donde hay más “demanda solvente”). Un ejemplo del poderío de esta tendencia es la “solución” planteada hoy ante la virtual bancarrota de la General Motors –una corporación que fue emblemática tanto del poderío industrial de EEUU como también de toda una época del capitalismo–: ir cerrando las fábricas en EEUU e ir trasladando la producción de GM a China y otros países por el estilo. [[14]]

Así, en la economía mundial, se han ido delineando dos polos “extremos” de ese fenómeno: China, por un lado, y Estados Unidos –el “comprador de última instancia”–, por el otro.

Los cambios en las relaciones entre el capital y el trabajo han sido también simultáneamente acompañados de transformaciones en las relaciones entre los centros imperialistas (EEUU, Europa occidental y Japón) y la periferia. Salvo el caso excepcional y contradictorio de China, estos cambios han tenido las mismas consecuencias que los ocurridos a nivel de las relaciones laborales: una fenomenal transferencia de valor de la periferia al centro, tanto a través de la producción como del comercio internacional y las finanzas. La valorización del capital –es decir, la acumulación de plusvalía a escala mundial– es una avenida que corre principalmente en un solo sentido: del Sur al Norte.

Los años 80 y 90 presenciaron la bancarrota final de los intentos de “desarrollo nacional” en el Tercer Mundo, que ya venían de mal en peor. La generalización en América Latina y África (y en menor medida en Asia) de la crisis de las “deudas externas” bajó el telón del “nacional-desarrollismo” y el “estatismo”. A partir de allí, las privatizaciones, las “aperturas” financieras y comerciales, y los “planes de ajuste” dictados por el FMI, hicieron el resto. En correlación con esto, la “globalización” fue sinónimo de recolonización, especialmente para los países endeudados de África y América Latina, en los cuales los “organismos internacionales” (FMI, en primer término) comenzaron a jugar el papel de “ministerio de colonias”. De hecho tendieron a constituirse (junto con la Embajada de EEUU) en otro poder del estado.

Esto tuvo también su correlato en las nuevas relaciones establecidas entre sectores de la burguesía de la periferia con el centro imperialista. Al establecerse los mercados financieros globales en los 80 y las “aperturas financieras”, las burguesías del Tercer Mundo pudieron gran facilidad invertir directamente en Nueva York, Londres u otras plazas. Aunque no hay estadísticas exactas, se ha calculado que las burguesías latinoamericanas tienen inversiones equivalentes a la deuda externa del continente. Incluso poseen parte de los títulos de las deudas externas. De la misma, esto facilitó mucho diversas formas de asociación con el capital extranjero en la producción, comercio exterior, servicios públicos privatizados, etc. Esto no significa por supuesto que se hayan disuelto las diferencias nacionales entre las burguesías del centro y la periferia, ni menos aún que hoy exista una única burguesía “transnacionalizada”. Pero sí indica importantes cambios en relación al pasado.

Estas transformaciones de las relaciones entre el capital y el trabajo, y del centro con la periferia, se desarrollaron estrechamente asociadas al ya mencionado “reestablecimiento” o “reafirmación” del papel central jugado por EEUU en la economía mundial.

Desde el mero punto de vista de la producción, esta centralidad aparece dudosa. Del 50% del Producto mundial que EEUU tenía al finalizar al Segunda Guerra ha ido cayendo hasta oscilar entre el 20 y el 25%, según los años. No hay distancias abismales con Europa y Japón. Sucede lo mismo en el decisivo nivel tecnológico: sólo en la tecnología bélica tiene EEUU ventajas mayores. En verdad, el único elemento en que EEUU exhibe una abrumadora superioridad no es (directamente) “económico”: es su aparato militar, cuyo presupuesto ya superaba a comienzos de siglo XXI la suma del de los 15 países siguientes. Y esta distancia no ha hecho más que crecer desde entonces al calor de las aventuras bélicas de Bush. [[15]]

Pero el papel central que asume EEUU en relación a los otros países imperialistas y a la periferia no tiene que ver con una abrumadora superioridad en el desarrollo de la economía y las fuerzas productivas, sino con el rol jugado en la nueva configuración “neoliberal” del capitalismo mundial, de la que fue pionero.

1) En primer lugar, EEUU es el centro de la “financierización”; es decir, del mercado financiero global. Como hemos señalado, éste no cumple una función meramente “especulativa”, divorciada de la “producción” (como suele afirmar el “progresismo”). Podríamos decir que funciona como el principal centro de recepción y redistribución de la inversión de los capitales y la plusvalía mundial. Desde EEUU se invierten capitales en todo el mundo. Y desde todo el mundo se invierten en EEUU, en inversiones directas o de cartera. [[16]]

Así, a partir de finales de los 70 se produce un alza espectacular de las ganancias e ingresos provenientes de los capitales norteamericanos invertidos en el extranjero en relación a las ganancias realizadas por las sociedades en EEUU. En el 2000, por ejemplo, el total de los ingresos provenientes de todas las categorías de inversión de sociedades estadounidenses en el exterior alcanzó su pico llegando a igualar las ganancias domésticas. (Duménil & Lévy, The Economics of US Imperialism..., cit.)

Simultáneamente, desde el exterior se realizan inversiones en EEUU. Pero existen diferencias importantes entre la naturaleza de ambos flujos. Las inversiones de EEUU en el exterior son principalmente inversiones directas, es decir, “productivas”. En cambio, las que se hacen desde el exterior en EEUU son principalmente “de cartera” (acciones, títulos, etc.).

Entonces, “EEUU está en el centro de un sistema en el cual el capital es simultáneamente exportado e importado, hacia y desde el resto del mundo. La característica central del imperialismo estadounidense es la de actuar –en la terminología de Marx– como ‘capitalista activo’, opuesto al papel de ‘prestamistas’ –siguiendo los términos de Marx– que asumen los inversores de otros países en EEUU.” (Duménil & Lévy, cit.)

A través de este mecanismo han ido creciendo notablemente los activos extranjeros en EEUU y, con ellos, los ingresos de esos capitales sobre sus activos en EEUU. Aunque, lógicamente, EEUU remunera a esos capitales muy por debajo de las tasas que obtienen sus inversiones en el exterior, esto ya se perfila como un problema... sobre todo si un día los extranjeros deciden que llegó la hora de irse y, para retenerlos se hiciese necesario aumentar esa remuneración. El hecho es que, en relación al PBI de EEUU, el monto total de estos flujos ya están peligrosamente igualados.

El mantenimiento de este mecanismo no sólo exige que el capitalismo estadounidense logre superganancias a nivel mundial. El problema más grave es que lo que podría llamarse la empresa “Estados Unidos Sociedad Anónima” gasta más de lo que gana... Esto nos lleva a otro punto del rol central de EEUU en la economía mundial.

2) EEUU juega el papel de “comprador de última instancia”, de principal “demanda solvente” internacional, sin la cual la economía mundial iría a una recesión o depresión. Esto tiene relación directa con el fenomenal y creciente déficit de la balanza comercial de EEUU (cuyo comercio sólo tiene superávit con América Latina) y de la cuenta corriente y, a su vez, con el hecho de que EEUU se ha convertido en el mayor deudor del mundo, tanto a nivel público como privado.

Este papel está estrechamente relacionado con el anterior. Se hace, por ejemplo, un escándalo por el déficit del comercio con China, que se atribuye a las malvadas maniobras de Beijing que mantiene subvaluada su propia moneda en relación al dólar, para inundar EEUU con mercancías de bajo precio. Lo que no se dice es que los principales exportadores a EEUU son las mismas corporaciones norteamericanas, que producen desde China para maximizar sus ganancias. Cerrar las puertas del mercado estadounidense, iniciaría una “reacción en cadena”, cuyo primer paso sería poner en crisis a esas corporaciones... y seguidamente a Wall Street.

Pero este conjunto de problemas está relacionado con dos hechos de importancia internacional: el mayor consumidor del mundo no es como se suele decir “el pueblo norteamericano” en general –donde ha crecido notablemente la pobreza, [[17]] como en casi todo el mundo– sino principalmente el 20% de la población de EEUU que recibe la mayor parte de las ganancias por títulos y acciones. Este 20%, que va desde la clase media alta hasta el 1% de supermillonarios, hace años que ha dejado de ahorrar. Gasta todos sus ingresos... y más aun, endeudándose sin límites.

Como prácticamente no existe ahorro nacional (no llega casi al 1%), el déficit de cuenta corriente y el déficit del estado federal, se enjugan en última instancia mediante el ingreso de fondos del exterior, lo que lleva, entonces, a un crecimiento notable de la deuda externa. [[18]]

Se ha configurado, entonces, alrededor del papel central de EEUU, un “encadenamiento” que a larga no puede sostenerse tal como hoy funciona: Altos ingresos de los ricos (reforzados por la punción financiera sobre el resto del mundo) > Ahorro cero y crecimiento sin freno del consumo y el endeudamiento... y en la era Bush, también de los gastos militares > déficit creciente de cuenta corriente > crecimiento de la deuda externa > crecimiento de los pagos al resto del mundo por préstamos e inversiones > disminución de los ingresos del capital en EEUU.

Este esquema se sostiene, porque desde el exterior se sigue aceptando que EEUU remunere a esos capitales muy por debajo de las tasas de rendimiento que obtiene. Se calcula que si ambas tasas se igualaran, “el flujo saliente sería igual al total de las ganancias internas de la sociedad estadounidense”, [[19]] lo que lógicamente es imposible. Plantearía mucho antes una cesación de pagos.

Como parte de este mecanismo, varios de los países con grandes superávits en el comercio con EEUU, aceptan “esterilizar” buena parte de él, comprando bonos del Tesoro de EEUU, que rinden intereses insignificantes. Pero esto sólo posterga el problema... ¿hasta cuándo?

3) Por último, el lugar central de EEUU nos remite a su papel de emisor nacional de la moneda mundial del comercio internacional y las finanzas. Aquí hay también signos de interrogación cada vez más grandes.

El punto a que han llegado el déficit comercial y de cuenta corriente, el déficit del presupuesto, y el endeudamiento público y privado hubieran puesto otro estado en una crisis financiera. Pero EEUU ha heredado de Bretton Woods el colosal privilegio de emitir la “moneda mundial”... y sin rendir cuentas a nadie. Claro que los acuerdos de Bretton Woods establecían un respaldo oro para dólar. En 1971, unilateralmente, el gobierno de EEUU liquidó el respaldo oro... pero no se privó de seguir imprimiendo dólares.

Hoy, en este problema “monetario” se concentran gran parte de las contradicciones y desequilibrios que señalamos. EEUU no puede simplemente pagar sus obligaciones imprimiendo papel moneda, ya que desencadenaría una corrida de consecuencias inconmensurables. Esta posibilidad de una corrida mundial contra el dólar ya está flotando en la atmósfera, aunque hoy aparece como lo menos probable...

Pero EEUU está frente a dos tensiones cada vez más contradictorias en relación al dólar. Por un lado, como gran potencia imperialista (¡que además aspira a ser absolutamente hegemónica!), como gran inversor internacional, y como centro del mercado mundial de capitales, EEUU necesita un dólar fuerte. Pero, como economía cada vez más deficitaria en el comercio exterior y como el mayor deudor del mundo, EEUU necesita un dólar débil, devaluado.

Desde mediados de los 80, las variaciones de cambio entre las tres principales monedas –el dólar, el marco (luego el euro) y el yen– han jugado un papel de importancia. A veces, mediante pactos entre los gobiernos involucrados (como los acuerdos Plaza de 1985 y 1995), fueron una palanca eficaz para regular el curso del comercio en uno u otro sentido (alentar o desalentar alternativamente las exportaciones e importaciones desde o hacia EEUU). En los últimos años, EEUU ha dejado caer unilateralmente el dólar, con la esperanza de facilitar sus exportaciones y disminuir el déficit. Pero esta vez el remedio no ha dado los resultados esperados.

Mientras tanto en EEUU y en todo el mundo crece el debate sobre a dónde irá a parar esto. Mientras algunos desestiman la importancia del “déficit gemelo” (comercial–cuenta corriente y presupuestario) y de todas estas contradicciones, otros hacen pronósticos sombríos. Una opinión a tener en cuenta podría ser la de Paul Volcker, el hombre que desde la Reserva Federal en 1979/81 inició la “globalización financiera”: “En la superficie, todo parece estar bien. La economía crece. Puede que en Europa las cosas vayan peor, pero se crece. Pero si se bucea un poco, los desequilibrios que se acumulan son tremendos. Nosotros aquí necesitamos 2.000 millones de dólares al día [que ingresen del exterior] para seguir manteniendo la máquina económica en funcionamiento. Y claro, la gente sabe que, desde hace algún tiempo, EEUU no ofrece tasas de interés atractivas y que son las más bajas en 40 años. Tampoco podemos darles a nuestros acreedores garantías contra el riesgo de caída del dólar. Estamos consumiendo como locos. Un 6 por ciento más de lo que producimos. Esa es la cifra de nuestro déficit por cuenta corriente en términos de Producto Bruto Interno (PBI). Somos como los patinadores sobre hielo. Sólo que es un hielo cada vez más delgado...” [[20]]

2.2. Energía: la posibilidad de una crisis inédita

La historia del capitalismo ha estado cruzada por las más graves crisis y convulsiones económicas, sociales y políticas. Pero la posibilidad de una crisis de la energía, que empieza a ponerse en debate, no había tenido hasta ahora lugar en el capitalismo. Por supuesto se han sucedido crisis energéticas nacionales y/o momentáneas. Pero lo que está planteado es la perspectiva de una crisis mundial y duradera, de la cual no está claro cómo se saldría.

Desde el comienzo de la Revolución Industrial, hace más de dos siglos, la provisión de energía descansó primordialmente en los combustibles fósiles, el carbón primero y luego los hidrocarburos.

Hoy los combustibles fósiles, mayormente los hidrocarburos, proveen el 85% de la energía mundial, mientras que las fuentes renovables de energía (sin incluir la hidrolectricidad) aportan apenas el 1%. [[21]] Más allá de la crisis ecológica cada vez más grave que esto produce, está planteado el hecho de que las reservas de hidrocarburos no son infinitas. La estimación de las reservas mundiales es otro tema de disputa: las cifras se estiran o contraen de acuerdo a las conveniencias de las petroleras, que son las que mayormente proporcionan datos. [[22]]

El hecho es que los debates sobre una posible crisis energética, que hasta hace poco parecían materia de ciencia-ficción, hoy están instalados mundialmente. Hace 60 años, un geólogo estadounidense, King Hubbert, formuló unas ecuaciones que demuestran que la extracción de una reserva de crudo sigue en el tiempo una curva parabólica. La producción aumenta rápidamente después de la perforación inicial. Luego pierde fuerza conforme la extracción alcanza su máximo, su ''pico'', casi siempre después de extraer la mitad de la reserva total. A partir de allí comienza a caer aceleradamente. Usando estas ecuaciones, Hubbert predijo que la producción de petróleo en EEUU alcanzaría el “pico” al inicio de los 70, lo que en su momento nadie tomó en serio. Pero en 1971/72 se produjo el “pico” predicho por Hubbert. Muchos plantean ahora que lo mismo está por ocurrir a escala mundial.

El “pico” no significa que el petróleo "se acabará” inmediatamente, pero sí que comenzará a hacerse cada vez más costosa y escasa su extracción. Es que lógicamente la explotación del petróleo se inició por los más grandes y mejores yacimientos. Al principio, la llamada “tasa de extracción” es mayor, puesto que se saca el petróleo más superficial y abundante, con poco costo. Luego, después de sobrepasar aproximadamente la mitad del petróleo existente, se va haciendo cada vez más difícil y caro extraerlo. Esto lleva al problema del “balance de energía”. Para extraer, por ejemplo, 10 barriles no es lo mismo gastar la energía equivalente a 1 barril, que la equivalente a 8 ó 9. Entonces, aunque existan reservas mundiales que, en el papel, garanticen crudo por muchas décadas, habrá que ver qué gastos de dinero y energía exigirán.

La teoría del “pico ha sido controvertida –hay intereses nada “científicos” en la materia–, pero cada vez más los debates se han desplazado al tema de cuándo se presentará el “pico” de la producción petrolera mundial.

Dado que la cuestión de las reservas mundiales se mantiene interesadamente en una nebulosa, se aventuran una variedad de fechas del “pico”, que van desde el 2007 al 2025... Es que lo de las reservas se cruza con el problema no menos grave del crecimiento mundial de la demanda, que en las condiciones del capitalismo constituye un derroche criminal e irrecuperable, sobre todo parte de EEUU. El Annual Energy Outlook del Departamento de Energía de EEUU prevé que la demanda mundial de crudo se incrementará 61 % en los próximos 25 años, con relación al 2003.

Por supuesto, el gobierno de Bush rechaza esto del “pico” petrolero... del mismo modo tajante con que niega la teoría de la evolución de Darwin y el calentamiento global. Sin embargo, ha sido el mismo Alan Greenspan, presidente del Federal Reserve Board (banco central de EEUU), quien ha salido a contradecir a Bush, no sólo hablando públicamente del “pico”, sino también advirtiendo que hasta que no se logre “la transición a las próximas fuentes de energía, quizá antes de la mitad del siglo...... transición que va a tomar tiempo... nosotros y el resto del mundo tendremos que vivir sin duda con las incertidumbres geopolíticas y de otra índole de los mercados petroleros...”. [[23]]

Esto de las “incertidumbres geopolíticas y de otra índole” es la forma más delicada posible de referirse a que aproximadamente el 64 % de las reservas ciertas se encuentran en el Medio Oriente, y el 73 % en países musulmanes. Este ha sido evidentemente un factor no menor en la cruzada de Bush para liberar de “dictadores” y “terroristas” a los pueblos de esas regiones, aunque también tiene una urgencia más inmediata: EEUU, con sólo el 5% de la población mundial, engulle el 25% de la producción mundial de energía. Pero este campeón mundial del derroche petrolero, depende cada vez más e irreversiblemente de la importación de Medio Oriente y Venezuela, por el agotamiento de sus propias reservas. Esto hace ya potencialmente vulnerable a EEUU.

¿Pero “la transición a las próximas fuentes de energía”, a la que alude Greenspan, cuánto tiempo va a tomar? ¿Se adelantará a una crisis mundial de la energía? Los datos indican que se está avanzado poco y muy lentamente en este sentido. Hoy día, no existe un reemplazo de los hidrocarburos ni se están realizando esfuerzos tecnológicos suficientes en ese sentido. La energía del hidrógeno es todavía más una publicidad “ecológica” de algunas marcas de automóviles que una realidad próxima. Otros “remedios” que se plantean pueden ser peores que la enfermedad: volcarse a la energía nuclear y/o volver al carbón que cuenta con reservas mucho mayores.

La anarquía capitalista y la producción con el solo criterio de la rentabilidad, se están mostrando incapaces de encarar seriamente y a tiempo este gravísimo problema. La posibilidad cierta de una crisis mundial de la energía, que sería algo inédito en la historia humana, es otro factor que exige un cambio completo del modo de producción. Es decir, terminar con el capitalismo.

2.3. El cambio climático global: otro grave problema en el horizonte

La Revolución Industrial de fines del siglo XVIII y principios del XIX fue posible gracias a la aplicación a las máquinas y al transporte de la combustión de carbón. Desde finales del siglo XIX, el carbón fue complementado y reemplazado por el petróleo y luego el gas natural. La combustión de estos materiales desprende inevitablemente CO2 (gas carbónico) y agua, además de otros elementos según el caso.

Por su parte, la atmósfera contiene naturalmente pequeñas cantidades de CO2 , metano y vapor de agua que producen el efecto de retener parcialmente el calor que la Tierra irradia al espacio. Por eso, se los ha comparado con la función reguladora que cumplen los cristales de un invernadero. Sin estos gases de “efecto invernadero”, la temperatura de la Tierra sería más baja.

La emisión creciente de CO2 por el uso de los combustibles fósiles ha roto el balance natural de este mecanismo de “invernadero”. Según los datos del Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC), organismo de las Naciones Unidas, la tasa de CO2 en la atmósfera, que era en 1750 de 280 ppm (partes por millon) en el 2005 ha llegado a 379 ppm. Y si no se pone coto a esto, alcanzará a mediados de siglo las 550 ppm. Esto conduce inevitablemente a un crecimiento de la temperatura media global difícil de revertir.

Las consecuencias de todo esto son incalculables... y apocalípticas. Pero las advertencias que vienen haciendo los científicos desde hace décadas o son desestimadas o se las tiene en cuenta sólo si dan la oportunidad de hacer negocios “ecológicos” puntuales que, por supuesto, no resuelven el problema de fondo. Estas dos opciones –desestimar la amenaza del cambio climático o admitir en principio el problema... pero ante todo para hacer negocios– marcan las diferencias entre el gobierno de Bush y otros sectores del imperialismo, especialmente de la Unión Europea.

Esta divergencia se ha popularizado alrededor de las disputas por el “Protocolo de Kyoto”, un tratado firmado en 1997 en esa ciudad de Japón, que fue repudiado por Bush apenas asumió el cargo. Además de negar los pronósticos sobre el “efecto invernadero”, Bush ha sido muy claro: “a los europeos les gustaría forzar a las empresas de EEUU a adoptar costosos equipamientos que harían menos competitivos a los productos americanos...” [[24]] ¡Ese es todo el problema! Es que EEUU es el gran contaminador del mundo: con sólo un 5% de los habitantes emite el 24% del gas carbónico. [[25]] Resolver este desastre le costaría más que a sus competidores.

Pero esta disputa interimperialista ha dado al público una falsa imagen de la cuestión. La mayoría cree que el monstruo de Bush rechaza un tratado que resolvería el efecto invernadero, mientras que los gobiernos europeos, más “humanos” y “sensatos”, se preocupan por la ecología y cumplen el Protocolo de Kyoto, que va a solucionar este problema.

La verdad es otra: el Protocolo de Kyoto no soluciona la catástrofe climática y el principal interés de la Unión Europea es en el fondo el mismo de EEUU: que sus corporaciones hagan dinero. Martin Khor, un conocido activista ambientalista, define así al famoso Protocolo y todo lo que se está haciendo: “demasiado poco y demasiado tarde”. El Protocolo “solo se ocupa de la punta de un iceberg gigantesco”. (Martin Khor, cit.)

En efecto, las medidas dispuestas en ese tratado son ridículamente limitadas, muy por debajo de la gravedad que ha ido tomando el problema. Se ha calculado que si fuese aplicado estrictamente –lo que aún está por verse– apenas evitaría un 0,1° centígrados el calentamiento climático. (Robert Lochhead, cit.) ¡Mientras tanto, el mencionado IPCC de las Naciones Unidas prevé en este siglo un aumento de 5,8° centígrados si no se toman ya medidas drásticas! (Martin Khor, cit.)

Además, la aplicación del Protocolo de Kioto ha abierto las puertas a la privatización de las políticas y las medidas de protección del medio ambiente. Así, en la UE se ha constituido una “European Climate Exchange” (Bolsa Europea del Clima), donde se especula con certificados que dan derecho a la emisión de CO2, y que compran y venden las industrias contaminantes.

El problema del cambio climático está dejando de ser una discusión académica o tema de agitación de reducidos grupos ambientalistas, para empezar a perfilarse como una amenazadora realidad. El huracán Katrina –que paradójicamente afectó a EEUU, el país cuyo gobierno sostiene como doctrina oficial que no existen ni el efecto invernadero ni el cambio climático– puso estas cuestiones en el centro de la escena mundial. Pero aunque en los últimos tiempos se han presentado otros síntomas no menos graves (la sequía del Amazonas, los veranos inusualmente calurosos en Europa, etc.), que se combinan con otros desastres como la deforestación, ni Washington ni el resto de los gobiernos imperialistas, cuyos países son responsables del grueso de la producción de gas carbónico y otros contaminantes, se muestran dispuestos a hacer algo en serio. Es que esto sólo podría encararse desde una perspectiva anticapitalista.

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Notas:


[1].- Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX, 1914-1991, Grijalbo Mondadori, Barcelona, 1995, pág. 14 y ss.

[2].- Un hecho significativo, cuidadosamente olvidado por la “historia oficial”, fueron las manifestaciones de soldados norteamericanos en Europa, exigiendo su desmovilización y el regreso a casa. Esto era un obstáculo insalvable, tanto para reprimir revoluciones como para continuar la guerra, ahora dirigiéndola contra la URSS, como parece haber sido el proyecto de algunos sectores del imperialismo, especialmente británico.

[3].- Para la periferia del tercer mundo, como por ejemplo América Latina, las preferencias del imperialismo eran más bien las dictaduras militares disciplinadas a EEUU. Esto cambió con Carter (presidente 1977/81), cuando EEUU gira hacia la política de “contrarrevolución democrática” para confrontar más ventajosamente al “totalitarismo” de Moscú.

[4].- “Esas transformaciones fueron hechas por la fracción superior de las clases capitalistas. En un capitalismo donde la propiedad y la administración están separadas, la propiedad de esos grupos sociales sobre los medios de producción se expresa mediante la posesión de acciones, es decir, de títulos; son igualmente acreedores, es decir, tienen títulos de crédito que les dan derecho sobre una parte de las ganancias de las empresas. Esta propiedad tiene pues un carácter financiero y Marx reunía la posición de los accionistas y prestamistas, que a menudo son los mismos, en la categoría de capital de préstamo.” Gérard Duménil y Dominique Lévy, El imperialismo en la era neoliberal, www.cepremap.ens.fr, 2005.

[5].- Por supuesto, no desconocemos que en China esto fue precedido por importantes convulsiones, la última –Tien An Men, mayo / junio de 1989– contemporánea del fin del Muro de Berlín. Con “evolutivo”, sólo queremos decir que mientras en el caso de la Unión Soviética se produjo una ruptura del régimen, en el caso de China se dio una continuidad. Sin embargo, bajo esas formas institucionales opuestas, el proceso fue del mismo signo: el giro al capitalismo. Y además, el mismo sector social, la burocracia, se “recicló” en las condiciones particulares de cada caso.

[6].- Con el paso de los años, ya se sabe qué pensaba realmente y sobre todo qué programa tenía la alta burocracia del Partido Comunista de la Unión Soviética, detrás de los discursos rituales del ceremonial “socialista”. Uno de los innumerables ejemplos es el del “ideólogo” del Politburó y verdadero teórico de la “glasnost” a fines de los 80, Aleksander Yakovlev –un personaje menos notorio, pero no menos influyente que Gorbachov o Yeltsin–, que falleció recientemente. En la nota necrológica de un corresponsal europeo en Moscú que llegó a tener en esos años íntima amistad con Yakovlev, recuerda su sorpresa cuando, en conversaciones confidenciales, le fue revelando lo que realmente pensaban él y el resto del Politburó: “En aquellos inicios de la perestroika nadie podía sospechar que Yakovlev, la persona que estaba al frente de la ideología en el Politburó del PCUS, fuera lo que en Occidente definiríamos como un anticomunista... Usaba la jerga de la doctrina oficial, pero, conforme se pudo quitar la obligada máscara del decorado doctrinario, que todos llevaban, apareció un señor de derechas, no muy alejado de los esquemas de Ronald Reagan o Margaret Thatcher... [Tenía] una concepción de la Revolución Rusa como "accidente histórico" y la tesis de que la única alternativa al régimen soviético era el sistema de Estados Unidos...” (Rafael Poch, “El anticomunista del Politburó”, La Vanguardia, Barcelona, 19/10/05).

Es bueno recordar que, en esos años, la mayoría de los trotskistas creía que era inconcebible que la burocracia promoviese la restauración porque así, supuestamente, se suicidaría como capa social privilegiada. Ernest Mandel, por ejemplo, en su libro de casi 400 páginas “Où va l’URSS de Gorbatchev?” partía de la siguiente tesis: “Creer que Gorbachov o el ala ‘liberal’ de la burocracia o la burocracia en su conjunto desean restaurar el capitalismo, es no comprender nada sobre la naturaleza, las bases y la extensión de sus privilegios. El 90% de ellos perderían mucho más de lo que ganarían. Sería suponer a esta casta capaz de [hacerse] un hara-kiri...” (pág. 20) Esto se complementaba con la caracterización de que Yeltsin era... ¡el “ala izquierda” de la burocracia! En verdad, Trotsky fue más dialéctico que muchos de sus discípulos, cuando decía que si bien en esos momentos (los años 30) la burocracia no podía ir al capitalismo, a la larga su triunfo implicaba la restauración.

[7].- Ya que estamos hablando de personajes emblemáticos, en octubre falleció Rong Yiren, ex vicepresidente del Gobierno chino desde 1993 hasta 1998 y conocido con el sobrenombre del “capitalista rojo”. Descendiente de una de las familias más ricas de China, Rong en 1978 fue uno de los máximos responsables de las reformas económicas iniciadas por Deng Xiaoping. En 1979 fundó el conglomerado empresarial CITIC, que es uno de los principales receptores de las inversiones exteriores hacia China. La revista Forbes le calculó en el año 2000 una fortuna personal estimada en 1.580 millones de euros. ¡Nada mal para un “comunista”!

[8].- Michel Husson, La mondialisation déséquilibrée, hussonet.free.fr/textes, 2005.

[9].- La importancia de estos dos hechos estrechamente relacionados –las variaciones de los porcentajes en el ingreso y en la riqueza de las capas más altas de la burguesía– es subrayada especialmente en los trabajos de Duménil & Lévy. Los datos que damos aquí son tomados de los siguientes textos de estos autores: The Neoliberal (counter)Revolution, 2004, The Economics of the US Imperialism at the Turn of the 21st Century, Review of International Political Economy, 2004, Vol. 11., El imperialismo en la era neoliberal, Revista de Economía Crítica, N° 3, 2005.

[10].- Esto dio pie a las más diversas divagaciones teóricas, desde los que veían como perspectiva un capitalismo donde el estado y los monopolios se fuesen fusionando (capitalismo monopolista de estado), y donde los acuerdos entre monopolios irían reduciendo la competencia y haciendo que la ley del valor fuese dejando de determinar los precios, etc., hasta los que consideraban las estatizaciones como pasos en sentido transicional al socialismo.

[11].- François Chesnais, “La mondialisation financière”, Syros, París, 1996, pág. 24.

[12].- En esta situación, hay una presión fenomenal por dividendos, y la perspectiva real o ilusoria de los mismos alimenta con otros factores las “burbujas” especulativas. Esta exigencia que pone por encima de todo la distribución inmediata de dividendos, tiene entre otros efectos la generalización de los fraudes contables, para ocultar pérdidas y simular ganancias. Ahora ya no se trata como en el caso Enron de yuppies aventureros, sino que también la antigua y seria General Motors, hoy al borde de la quiebra, acaba de ser pillada falsificando sus balances.

[13].- La productividad del capital es la relación entre el valor de la producción y el stock de capital fijo (edificios, maquinas, etc.). La productividad del trabajo es la relación entre el valor de la producción y el número de horas trabajadas.

[14].- Por supuesto sería un error (frecuentemente) tomar como absoluto este hecho, haciendo de la “deslocalización” el único o principal responsable de la pérdida de empleos en los países de “altos costos salariales”. Se trata de una tendencia que actúa al mismo tiempo junto con tendencias contradictorias. Es que las zapatillas Nikke o los electrodomésticos Moulinex pueden mudarse de EEUU y Europa al Asia, pero difícilmente lo vaya a hacer, por ejemplo, la Boeing. Pero lo más importante de la puesta en competencia mundial de la fuerza de trabajo, es que esto presiona para nivelar por lo más bajo el salario y las relaciones laborales en general. Sobre el caso GM, ver Joseph B. White y Lee Hawkins, “Un problema contable profundiza la crisis en GM”, The Wall Street Journal, 11/11/05.

[15].- Parte de la política económica de Bush es el llamado “keynesianismo militar”; es decir, el crecimiento desmesurado de los gastos militares como forma de estimular la economía. Claro que esto ha disparado el déficit del presupuesto federal de EEUU con el obligado crecimiento de la deuda pública.

[16].- Inversión “de cartera” es la que se aplica a la compra de acciones y títulos en las bolsas. La inversión directa es la que llega a un país para aplicarse directamente a una actividad empresaria.

[17].- El año 2005 marcó el record histórico de 37 millones pobres, con 12 millones en la indigencia, o sea, en el hambre. En el índice mundial de pobreza infantil, EEUU ha llegado al puesto Nº 22, es decir, en la penúltima posición entre los países desarrollados. Sólo México se ubica por debajo. EEUU es el único estado rico del mundo que no garantiza una mínima atención médica gratuita a sus ciudadanos. La falta de cobertura de salud causa 18.000 muertes de estadounidenses por año (6 veces el número de muertos del tan publicitado 11 de septiembre). Este deterioro tiene que ver con éxitos del ataque a las clases trabajadoras, base para fenomenal trasferencia de ingresos al 20% de ricos y al 1% de supermillonarios, uno de cuyos instrumentos es la generalización del “empleo basura”, que en EEUU es conocido como “waltmartización”, por el modelo de los supermercados Wal Mart que pagan salarios de hambre y no toleran la sindicalización. (Datos de Sara B. Miller and Amanda Paulson, “Despite more jobs, US poverty rate rises”, The Christian Science Monitor, 31/08/05, Michael Ventura, “Los Estados Unidos en números”, www.socialismo-o-barbarie.org)

[18] .- Un artículo en la revista Foreign Affairs, sintetiza así la cuestión: “La deuda externa de EEUU es ahora de más del 25% del PBI, un nivel muy elevado, teniendo en cuenta que las exportaciones son una fracción pequeña del PBI. El déficit de cuenta corriente de EEUU es ahora comparable al de Tailandia y México en los años que llevaron a sus crisis financieras.

“En los años 90, EEUU tomó préstamos en el exterior para financiar inversiones privadas. Hoy, sin embargo, toma la mayor parte de préstamos en el extranjero para financiar el déficit del presupuesto federal, que se prevé cercano al 3,5% del PBI en 2005. (En el 2000, EEUU tenía un superávit de un 2,5% del PBI). El reciente crecimiento económico no ha reducido el déficit del presupuesto, pero ha incrementado la demanda privada de los escasos ahorros. El resultado neto ha sido que más nunca se han tomado préstamos del exterior. En el 2004, los extranjeros compraron el asombroso monto de 900.000 millones de dólares en bonos a largo plazo. Los EEUU exportaron un dólar deuda por cada dólar de productos que vendieron en el exterior. Viendo hacia el futuro, la situación deudora de EEUU sólo podrá empeorar. Mientras la deuda externa crece, los intereses pagados por esa deuda van a aumentar. El déficit de cuenta corriente continuará creciendo, basado en los pagos cada vez mayores de la deuda externa, incluso si el déficit del comercio exterior se estabilizara. Este es el motivo por el cual sostener déficits comerciales plantea el tipo de dinámica explosiva de la deuda, que lleva a crisis financieras.” (Brad Setser and Nouriel Roubini, “Our Money, Our Debt, Our Problem”, Foreign Affairs, July/August 2005).

[19].- Duménil & Lévy, “El imperialismo en la era...”, cit.

[20].- "Esta economía no puede durar", Entrevista a Paul Volcker, sitio web de Realidad Económica, 09/07/05.

[21].- Neela Banerjee, “Drive for Renewable Energy Stuck in Neutral”, The New York Times, 20//08/02.

[22].- Los datos de la reservas (seguras o probables), que son principalmente manejados por las petroleras, se inflan y desinflan según sus conveniencias del momento. Ángelo Barraca, profesor de la Facultad de Física de la Universidad de La Habana y especialista en energías limpias, señala que “actualmente el petróleo total que queda por descubrir se evalúa en alrededor de 163 Gb (Gigabarril = mil millones de barriles), y se prevé un aumento de extracción de 6 Gb/año. Mientras, las reservas totales ciertas y probables se evalúan en 821 Gb, y las posibles, alrededor de 150 Gb, proveyendo una extracción actual de 23 Gb/año. Resulta claro que los nuevos descubrimientos no pueden reconstituir el petróleo que se extrae, así que el ritmo de extracción deberá disminuir inevitablemente”. (“La próxima crisis mundial del petróleo”, CUBASOLAR, 29/12/03.

[23].- “Energy: Remarks by Chairman Alan Greenspan”, The Federal Reserve Board, 17/10/05, subrayado nuestro.

[24].- Le Monde, 16/02/05, citado por Robert Lochhead, “El capitalismo contra el clima”, Viento Sur N° 82, Madrid, septiembre 2005.

[25].- Martin Khor, "Race to tackle climate change", Holiday - environment & activism, 04/03/05.

 

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