Tendencias
de la situación mundial
Por
Roberto Ramírez
Primera parte
La
situación mundial muestra hoy un cuadro de tensiones y tendencias
contradictorias, cuyo análisis es imprescindible para tratar
de determinar, como decía Trotsky, los “puntos de apoyo para la
acción política”.
Lo
que podríamos llamar el “nudo” de la actual situación, es
el de cuál será el desenlace final de la aventura político-militar
emprendida por el imperialismo yanqui después del 11 de
septiembre, y que tenía varios objetivos, entre ellos, el de
establecer un “orden mundial” en el que EEUU jugara un papel
absolutamente hegemónico, “superimperialista”. Este objetivo, que
esperaba lograr jugando la carta de su poder militar, está fracasando
estrepitosamente con el desastre de Irak. Adónde irá a parar
esto, es el gran interrogante, cuya respuesta va a tener
influencia decisiva sobre los futuros desarrollos de la situación
mundial.
En
el campo de la izquierda y del marxismo revolucionario se vienen
desenvolviendo algunas elaboraciones y debates que encaran la problemática
de la situación mundial o regional latinoamericana. Esto ha sido
estimulado por un vertiginoso (y violento) desarrollo de los
acontecimientos de los últimos años, que no tiene nada que ver con
el paisaje idílico que pronosticaban los escribas periodísticos y
universitarios al iniciarse en los 90 la “posguerra fría”, pero
que también nos pone ante problemas nuevos y complejos.
En ese marco, lo más importante para nosotros es que esos “puntos
de apoyo” para la acción de los socialistas revolucionarios se han
ido ampliando desde las vísperas de este nuevo siglo.
Efectivamente,
en todo el mundo, y particularmente en América Latina, a los
socialistas revolucionarios se nos presenta un panorama
cualitativamente distinto y más favorable que hace dos décadas,
cuando la ofensiva capitalista-neoliberal obtenía un triunfo
aplastante tras otro. En esos momentos, todo aparecía marchando de
conjunto en el mismo sentido reaccionario. La flecha apuntaba en
esa dirección en todos los niveles de la realidad económica, social,
política e ideológica, y también, en mayor o menor medida, sucedía
lo mismo en las distintas regiones del planeta. Hasta un hecho en el
fondo históricamente progresivo, como la caída de los regímenes
stalinistas en la ex URSS y el Este europeo, sólo mostraba
inmediatamente en esos momentos su faz más negativa: la impotencia de
la clase trabajadora de esos países para actuar en esa crisis e
imponer una salida propia e independiente, con las desastrosas
consecuencias de la restauración capitalista y –lo peor de todo–
la difusión a escala mundial de la ideología del “fracaso del
socialismo”, que no ha sido aún superada. Esta última es un
componente primordial de la enorme crisis de subjetividad de
los explotados –es decir, una crisis de la conciencia de clase
de los trabajadores y, más en general, de la conciencia social
de las masas populares–. Este factor sigue pesando como el lastre número
uno en las luchas sociales y políticas del siglo XXI, aunque hay
avances en comparación con los días negros de comienzos de los 90.
Efectivamente,
la situación actual presenta diferencias radicales... y no sólo
en ese sentido. Sin embargo, la situación de hoy no admite
definiciones simplistas ni unilaterales. No es que ahora,
sencillamente y en todas las esferas, la flecha apunta siempre y sin
oscilaciones en sentido opuesto. Lo que se está desarrollando dentro
de esa compleja totalidad que llamamos “la situación mundial”, es
un choque cada vez más duro y polarizado de tendencias
contradictorias, sin que se hayan producido aún “vuelcos”
concluyentes en uno u otro sentido, revolucionario o
contrarrevolucionario. Pero esto se da en el marco de una crisis
global de la configuración económica y política neoliberal
adoptada por el capitalismo imperialista en las últimas décadas, de
una progresiva y enorme pérdida de la “legitimidad” que
había conquistado con sus triunfos de los 80 y 90, y, sobre todo, del
descontento generalizado, las protestas y las luchas de los que
sufren las consecuencias: las masas trabajadoras y empobrecidas,
principalmente de la periferia pero también de varios países
centrales, sobre todo europeos.
En
los movimientos de masas, comienzan a darse en varios países luchas y
organizaciones que expresan una nueva clase trabajadora
–matrizada por las transformaciones económico-sociales de la
“globalización”– y también nuevos sectores de vanguardia.
Pero este (re)surgimiento de luchas de masas de todo tipo (y, dentro
de ellas, de esa nueva clase trabajadora), se presenta estrechamente
combinado con esa inmensa y no superada crisis de subjetividad
que señalábamos.
Todo
este cuadro nos coloca en una situación mundial de crecientes
tensiones. Por un lado, el final del siglo XX presenta un categórico
“giro” o “punto de inflexión” en relación al período
reaccionario que alcanzó su cenit emblemático con la caída del Muro
de Berlín. Este “giro” se advierte con claridad cuando se produce
el hecho también emblemático de la movilización de Seattle. Pero,
por otro lado, poco después de iniciarse este “giro histórico”,
se ha desatado –después de una tercera fecha emblemática, la del
11 de septiembre del 2001–, una embestida global encabezada por el
principal imperialismo. Sin embargo, a su vez, esto va teniendo un
“efecto boomerang” sobre el imperialismo yanqui, aunque todavía
no ha desembocado en derrotas categóricas como la de Vietnam.
Es
en este contexto complejo que se desarrollan los dos elementos más
dinámicos, que aparecen hoy como los factores
“claves” de la coyuntura mundial.
Por
un lado, tenemos la agresión global emprendida por el imperialismo
yanqui, bajo la conducción política de su corriente
“neoconservadora”, justificada con la farsa de la “guerra contra
el terrorismo”. Este importante factor determinante de la situación
mundial representa, en parte, una continuidad de la política seguida
por el imperialismo norteamericano desde los ’80, pero también
expresa nuevas orientaciones que generan una violenta resistencia de
los pueblos que pretenden ser colonizados (como Irak), un
aborrecimiento creciente de la opinión pública mundial contra EEUU
(especialmente contra el gobierno Bush), roces con varios de sus
socios-rivales imperialistas de la Unión Europea, y también
divisiones en la misma burguesía estadounidense.
Por
el otro, se presenta la eclosión de una multiplicidad de
expresiones de protesta, resistencia y movilizaciones que en
algunos casos han llegado a configurar grandes rebeliones sociales.
Este fenómeno se desarrolla con enormes diferencias de sujetos
sociales, formas de lucha, organizaciones, programas, direcciones e
ideologías, aunque también en ese conjunto comienza a advertirse
la vuelta a escena de la clase trabajadora (dada por muerta por
la charlatanería posmoderna). Aquí se expresan tanto los reclamos
de las masas en una etapa del capitalismo donde no hay lugar a
mayores reformas ni concesiones, como el enfrentamiento directo o
indirecto al ataque imperialista lanzado desde EEUU.
Por
supuesto, nada está más lejos de nuestro pensamiento que una
simplificación que reduzca a esos dos factores la compleja maraña de
elementos, relaciones y contradicciones que constituyen la situación
mundial. Pero un análisis de la coyuntura por la que atraviesa esa
totalidad, debe comenzar por señalar sus principales factores
determinantes, los de hoy. Lógicamente, mañana pueden
cambiar. Por ejemplo, si se produjese la temida corrida contra el dólar,
por el desequilibrio cada vez mayor de los déficits presupuestario y
de cuenta corriente de EEUU, el centro de la escena mundial pasaría a
ocuparlo la crisis económica. Pero, en estos momentos, la
principal determinación de la situación política mundial no es ésa
(aunque a nivel de la economía hay una acumulación de graves
desequilibrios, que pueden tornar insostenible a mediano
plazo la actual configuración de una economía mundial estructurada
principalmente sobre las relaciones comerciales y financieras de EEUU
con el resto del mundo).
Entonces,
hoy en el centro de la escena se encuentran, por un lado, el intento
de la actual conducción del imperialismo yanqui de establecer el
“nuevo siglo (norte)americano” –un proyecto
“superimperialista” que amenaza transformarse en una pesadilla
para sus guionistas–, y, por el otro, los cuestionamientos y sobre
todo las luchas que de una u otra manera, directa o indirectamente,
están chocando, en general, contra el “orden”
capitalista-imperialista y, en particular, contra ese proyecto
hegemonista de EEUU.
Para
apreciar mejor esto, conviene retroceder en el tiempo, tratando de
definir las fases por las que ha atravesado la situación mundial de
la lucha de clases en las últimas décadas. Es que, por otra parte,
muchos elementos y hechos que fueron parte de esos ciclos pasados, están
presentes hoy en sus consecuencias.
1.
TRES FECHAS EMBLEMÁTICAS Y UN NUEVO CICLO HISTÓRICO
Aunque
no estemos de acuerdo en otros sentidos más amplios, hay mucho de
verdad en la idea del historiador Eric Hobsbawm de que, como época
o período histórico, el siglo XX se inicia con la Primera
Guerra Mundial de 1914-18 y la Revolución Rusa de 1917, y finaliza en
l989/91, cuando, con la caída del Muro de Berlín y sobre todo el
derrumbe de la Unión Soviética, se desintegra el mundo que había
cobrado forma en ese inicio. []
Este
“corto siglo XX” no tuvo un desarrollo “regular” ni
“evolutivo”. Se fueron sucediendo las más diversas situaciones...
y convulsiones, jalonadas por guerras, crisis económicas,
revoluciones y contrarrevoluciones. Pero dentro de este complejo período,
pueden distinguirse, desde el punto de vista de la lucha de clases, dos
ciclos históricos. Aunque en cada uno de ellos se presentaron
diversos momentos y situaciones, las luchas sociales y de clase, y los
conflictos geopolíticos discurrieron dentro de parámetros que
marcaron notables diferencias entre uno y otro.
1.1.
Entre las revoluciones obreras y la contrarrevoluciones burguesas y
burocráticas
*
El primer ciclo se desarrolla desde Primera hasta la Segunda
Guerra Mundial de 1939-45. Es un período marcado esencialmente por tres
fenómenos:
1)
Grandes procesos de luchas y revoluciones obreras, que se
desarrollaron principalmente en Europa pero también en algunas
regiones de la periferia. La primera de ellas resultó triunfante en
Rusia, pero las siguientes (Hungría, Italia, Alemania, China,
Francia, España...), fueron cruelmente derrotadas. Aunque en estas
revoluciones intervinieron también grandes masas populares de la
ciudad y del campo, su carácter de clase fue netamente proletario
y urbano, su programa, socialista, y sus bases teóricas
e ideológicas, las del marxismo clásico, actualizado
principalmente por Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburgo, y también con un
aporte peculiar de Gramsci. Asimismo, en estrecha relación con esas
características sociales e ideológicas, en sus momentos de ascenso
desarrollaron extraordinarias experiencias de autodeterminación y
autoorganización de las masas movilizadas.
En
ese contexto, frente a estas revoluciones se presentaron dos fenómenos
contrarrevolucionarios nuevos (y en cierta medida “gemelos”
o “simétricos”): el stalinismo, que aplastó “desde
adentro” el proceso en la URSS y determinó además la burocratización
del movimiento obrero mundial, y el fascismo, que masacró a
los movimientos obreros y populares “desde afuera”. Es, entonces,
en este período que al movimiento socialista y a la clase trabajadora
les estalla entre las manos un problema (relativamente) inesperado: el
de los aparatos burocráticos.
2)
A nivel geopolítico (o sea, de las relaciones entre los
estados y naciones), el período de “paz” entre 1918 y 1939 es sólo
una tregua relativa o un intervalo en la guerra
entre las potencias imperialistas que disputan el dominio global,
encabezadas respectivamente por Alemania y EEUU, con la presencia
discordante luego de la URSS burocratizada. La Primera Guerra Mundial
no había terminado de saldar esta cuestión, ni menos aun había
logrado establecer alguna forma de “orden mundial” (como el de la
“paz armada” que regía antes de 1914). Por eso, el período de
entreguerras puede definirse como de “caos”, donde fracasan
estrepitosamente todos los intentos (como la “Liga de las
Naciones”) de establecer un “orden” o “legalidad”
internacional.
Asimismo,
como consecuencia de esa Primera Guerra hay, por un lado, un avance
territorial de la colonización de varias potencias imperialistas
(principalmente Francia y Gran Bretaña, ya en decadencia, y
secundariamente de Japón e Italia), pero simultáneamente comienzan
a tomar forma grandes movimientos antiimperialistas que en la
segunda posguerra estallarían a lo largo de todo el mundo colonial, y
que serían decisivos para determinar la fisonomía particular de los
procesos revolucionarios después del 45.
3)
Por último, es también en este período que detona en 1929/30 la crisis
económica más grave de la historia del capitalismo. Esta crisis
tiene como uno de sus rasgos centrales que golpea especialmente en
los países imperialistas y en primer lugar en los dos más
avanzados, Estados Unidos y Alemania.
1.2.
De la Segunda Guerra al Muro de Berlín
*
El segundo ciclo se extiende desde la Guerra Mundial de 1939-45
hasta la caída del Muro de Berlín (1989), la disolución de la Unión
Soviética (1991) y el definitivo vuelco de la burocracia china a la
restauración del capitalismo. Con todos los riesgos de simplificación
que tiene un breve esquema, esas tres “notas” principales que señalamos
en el ciclo anterior varían notablemente:
1)
Las grandes revoluciones, sobre todo en la inmediata
posguerra, se producen en la periferia y en ellas la clase
trabajadora asalariada no juega ningún papel independiente como tal.
La única excepción (que es a larga derrotada) lo constituyó la
Revolución Boliviana de 1952, donde el proletariado tuvo un rol
central.
La
Revolución China fue el máximo ejemplo de este cambio en relación a
las revoluciones del ciclo anterior que, si bien movilizaban a amplias
masas pobres de la ciudad y del campo, eran centralmente obreras y
urbanas. Son revoluciones democrático-nacionales, antiimperialistas
y algunas de ellas anticapitalistas, pero no obreras ni
socialistas (aunque algunas lleguen a la expropiación del
capitalismo).
Ellas
son, en verdad, la expresión más avanzada y “extrema” del vasto
movimiento de luchas por la independencia nacional de la periferia
colonial y semicolonial. En muchos de esos países llegan a
producirse grandes rebeliones y procesos revolucionarios, como los de
Indonesia, Iraq, Egipto, Argelia, etc. Incluso en algunos, como en el
caso de Iraq, comienza a asomar un movimiento obrero con cierto
protagonismo. Pero, bajo programas y direcciones nacionalistas
burguesas o pequeñoburguesas (que generalmente contaban con la
colaboración sumisa de los partidos comunistas), este inmenso proceso
revolucionario del “tercer mundo” no llega a ser “permanente”:
es decir, no llega a desarrollarse consecuentemente bajo alguna
alternativa independiente de la clase trabajadora. Este es el motivo
último de que su expresión más gigantesca y avanzada –China–
sea hoy la locomotora del capitalismo mundial... Y que esos países,
casi sin excepciones, estén hoy en mayor o menor grado sometidos al
capital financiero y a los dictados del imperialismo.
Pero
también es importante, para analizar la situación del presente,
comprender el porqué y el cómo de esta ausencia de la revolución
obrera en Europa y otros países centrales. Esto fue paradójico,
ya que al finalizar la guerra en 1945 había en varios de los países
más importantes de Europa una situación revolucionaria, con grandes
masas obreras y populares que aún creían en el socialismo y que se
habían organizado y armado en el curso de la resistencia contra la
ocupación alemana, y con burguesías en bancarrota económica, política
y moral, ya que en buena medida habían sido colaboradoras del
nazifascismo. Asimismo, en esos momentos, el ejército estadounidense
era incapaz de enfrentarse a una revolución en Europa continental. []
Sin
embargo, para que no hubiese revolución socialista en Europa pesaron,
entre otros, tres factores entrelazados: a) los pactos
contrarrevolucionarios entre la burocracia stalinista y el
imperialismo yanqui, que dividieron Europa en dos y dejaron Occidente
para el capitalismo y Oriente para Moscú (lo que convirtió a los
fuertes partidos comunistas en fieles guardianes del orden en uno y
otro lado del territorio europeo); b) la política “democrática”
adoptada por las burguesías imperialistas de cooptación de los
aparatos sindicales y políticos “obreros”, y de concesiones
sociales a las masas; c) el rápido inicio de un ciclo de
extraordinario crecimiento económico y de superganancias, que
permitieron que esas concesiones fuesen de gran envergadura en los países
centrales e incluso hasta en muchas semicolonias “prósperas”.
Frente
a las masas trabajadoras y los movimientos obreros de sus países, las
burguesías europeas dejaron de lado lo que habían sido sus
principales políticas durante el ciclo de entreguerras
–conservadorismo cerril, bonapartismo y, sobre todo, fascismo–,
para adoptar la línea ya experimentada exitosamente por el presidente
Roosevelt en EEUU: la del Welfare State (Estado de Bienestar
Social), que no consiste simplemente en dar concesiones, sino también
(y muy importante) en la cooptación, burocratización y
aburguesamiento de las organizaciones políticas y/o sindicales
de la clase trabajadora. También parte fundamental de esto fue la
promoción de la “democracia” burguesa, principalmente en los
países centrales. [] Esto estableció un doble
contraste muy favorable para los flamantes regímenes “democráticos”
de Europa Occidental, tanto si se los comparaba con los pasados regímenes
nazifascistas, como en relación al “totalitarismo” stalinista de
partido único en Europa Oriental. Frente a la democracia burguesa,
el stalinismo era orgánicamente incapaz de oponerle una democracia
obrera y socialista. De esa manera, también en ese terreno, le
hacía el juego a la burguesía mundial, al ayudarle a estampar, en la
conciencia de las masas, signos iguales entre “socialismo” y
“dictadura”, y “capitalismo” y “democracia”
Este
“pacto social de posguerra”, que según los casos se aplicó con
mayor o menor profundidad –y en Europa más que en ninguna otra
parte–, significó una notable disminución de las desigualdades
de preguerra y sobre todo una gran transferencia de ingresos
directos (salario) o indirectos (beneficios sociales) de la
gran burguesía a los trabajadores. En ese sentido, las
(contra)reformas neoliberales que comenzaron a aplicarse en los 80,
consisten en recorrer el camino de vuelta. Del “contrato
social de posguerra” lo que va quedando es la cooptación y
aburguesamiento de los aparatos sindicales y de los (ex) “partidos
obreros”.
2)
En el orden geopolítico, el caos de entreguerras fue sustituido por
el orden mundial pactado en las Conferencias de Yalta y Potsdam
entre el imperialismo yanqui y la burocracia de Moscú, que
emergen como los dos grandes vencedores. Cada uno de ellos encabeza un
bloque de estados y sendos pactos militares (OTAN y Pacto de
Varsovia). La Organización de las Naciones Unidas y otros
“organismos internacionales” fueron montados no sólo como espacio
de negociación entre ambos bloques sino también como un
encuadramiento del resto de los estados en un “sistema mundial” y
una pretendida “legalidad internacional” a la que todos deben
someterse. A pesar del enfrentamiento, a veces muy agudo, de la
llamada “guerra fría” entre el bloque Occidental y Oriental, nunca
fue dejado de lado este profundo acuerdo contrarrevolucionario,
que repartía el mundo en dos “esferas de influencia”, encuadraba
las luchas sociales y políticas en uno y otro lado, y acotaba los
alcances nacionales e internacionales de las revoluciones y de las
luchas de masas en general. Si una cara de la moneda era la “guerra
fría”, la otra cara era la “coexistencia pacífica”.
3)
Como señalamos, en la esfera de la economía, después de la
guerra comienza uno de los ciclos de expansión más notables de la
historia del capitalismo, con tasas de ganancia también inéditas,
especialmente en los años 50. Pero, a principios de los 70 esto ya
presentaba síntomas de agotamiento. En 1974, la crisis petrolera, que
lleva los precios del crudo a niveles inéditos, va a marcar
claramente un cambio del ciclo, y el inicio de un largo período de
dificultades.
La
tasa de ganancia y el crecimiento finalmente se recuperan en los 90,
pero muy desigualmente (lo hacen sobre todo en EEUU) y sin volver a
alcanzar los niveles del boom de posguerra. Además, a diferencia de
la crisis del 29/30, el capitalismo ha establecido no sólo mecanismos
anticíclicos más eficientes, sino también de exportación de la
crisis a la periferia. Este es uno de los factores por el cual en
los países
imperialistas, hasta ahora, no se ha producido una crisis equivalente
a la de los años 30. Ha sido, en cambio, en la periferia donde, desde
los 70 se suceden un colapso tras otro, crisis financieras, catástrofes
económico-sociales... En ese aspecto, el ciclo de crisis iniciado en
los 70 se presenta como diametralmente opuesto al del 29/30.
Pero
lo más significativo es que el capitalismo fue desarrollando desde
principios de los 80 –en gran medida como respuesta a la
crisis– un conjunto de transformaciones que culminan en los 90
con lo que se conoce como “globalización” (o más
propiamente, “mundialización”) del capital, o que otros
también llaman “etapa neoliberal” (aunque, como veremos,
estas denominaciones no son equivalentes, sino que aluden a fenómenos
distintos aunque relacionados). Pero esto nos lleva al tema de la
configuración actual del capitalismo mundial, y sus tensiones y
contradicciones estructurales, que analizaremos más adelante.
Aquí
lo importante es subrayar que este curso no se produjo simplemente
gracias a mecanismos “automáticos” –que por supuesto tienen
gran importancia por el carácter mismo del capitalismo–, sino también
y fundamentalmente por el desarrollo y los resultados de la lucha
de clases en esas décadas, que permitieron a los principales
estados imperialistas imponer cambios fundamentales de trascendencia
mundial en la regulación de las finanzas, la producción y el
comercio internacional, y las relaciones laborales. En la imposición
del neoliberalismo no intervino ninguna “mano invisible” del
mercado, sino la bien perceptible de los gobiernos imperialistas,
encabezados por Reagan y Thatcher. Y esto fue posible gracias a la
derrota del gran ascenso de las luchas obreras y revolucionarias que
marcó las décadas finales del ciclo iniciado en la posguerra.
En
efecto, a fines de los 60 y sobre todo en los 70 se desarrolla un
ascenso mundial de las luchas sociales y revolucionarias, que
suele fecharse a partir del Mayo Francés de 1968. Fue un ascenso
obrero, estudiantil y popular que produjo no sólo luchas “económicas”
sino también batallas políticas muy importantes (muchas abiertamente
revolucionarias), sobre todo en Europa y América Latina. En esos
sectores en ascenso, se generó mundialmente una nueva e inmensa
vanguardia revolucionaria. Ésta desbordó en cierta medida a los
viejos aparatos de los partidos comunistas, socialdemócratas y
nacionalistas, aunque pudo ser mayoritariamente represada por
corrientes que aparecían como algo “nuevo” y
“revolucionario”, como el castrismo y el maoísmo. Pero a esto se
añadió otro rasgo que lo diferencia notablemente del panorama de la
inmediata posguerra: en algunos de esos procesos, sobre todo en Europa
y el Cono Sur de América Latina, el movimiento obrero volvió a
jugar nuevamente un papel de primer orden.
Recordemos algunos de esos acontecimientos: el
Mayo Francés (1968), la oleadas posteriores de luchas obreras en
otros países europeos y especialmente en Italia (con el surgimiento
de los consigli en las grandes fábricas del Norte), las
fuertes luchas del movimiento obrero británico a principios de los
’70, la Revolución Portuguesa (1974), donde la clase obrera fue un
actor de fundamental importancia, el gran movimiento de lucha
antifranquista y de Comisiones Obreras en España, en EEUU el
movimiento contra la guerra de Vietnam (que llevó a su derrota en
1974/75) y el ascenso del movimiento negro con alas combativas como
los Black Panthers y Malcom X. Asimismo, en el Este, hay que recordar
la Primavera de Praga (1968), las grandes huelgas de principios de los
‘70 en Polonia y la crisis de la Revolución Cultural en China y las
convulsiones posteriores. En América Latina, el ascenso de los ’60,
acicateado por el triunfo de la Revolución Cubana, con el movimiento
de Tlatelolco (1968) en México, en Argentina el período de luchas
desde el “cordobazo” (1969), con el clasismo y las coordinadoras
obreras de 1975 hasta el golpe de 1976, el poder dual en Bolivia en el
período Ovando‑Torres, en Chile los “cordones industriales”
y la situación de poder dual hasta la derrota de 1973, el ascenso de
Uruguay que llegó hasta la huelga general revolucionaria de 1972 cuya
derrota abrió el paso a la dictadura, etc. Otros países, como Brasil
o Sudáfrica, siguieron procesos más desiguales, con tiempos
distintos. Las últimas expresiones tardías de esta ola mundial de
luchas fueron la Revolución Nicaragüense de 1979 (proceso
revolucionario que abarcó en verdad a toda Centroamérica) y el
estallido del proletariado polaco en 1981, donde surge un ala
izquierda aunque minoritaria.
Pero,
de conjunto, estas grandes luchas y procesos revolucionarios fueron,
en uno u otro momento, frenados y desmontados (en Europa) o sangrientamente
aplastados (en América Latina). Así, a mediados de los 80, el
factor determinante de la situación mundial no eran esos grandes
movimientos de luchas y revoluciones, ya derrotados o en total
retroceso, sino la llamada “Revolución Conservadora” de Reagan
y Margaret Thatcher. Esto fue inseparable y simultáneo
con la imposición, desde los estados imperialistas (y luego del resto
del mundo), de las normas (o “regulaciones”) del neoliberalismo,
tanto a nivel general, como de las relaciones laborales, y las
relaciones entre el centro imperialista y la periferia. Un nueva
“regulación” que tenía como objetivos principales restaurar
la tasa de ganancia afectada por la crisis y simultáneamente recuperar,
para la burguesía en general y sobre todo para la “fracción
superior de las clases capitalistas” en particular, el porcentaje
del ingreso perdido con la crisis del 30 y el “estado de bienestar
social” de posguerra. []
Creemos,
entonces, que sin tener en cuenta como un factor fundamental la derrota
de la última oleada revolucionaria del siglo XX, no se pueden
entender ni los acontecimientos que marcaron el fin del ciclo iniciado
tras la Segunda Guerra Mundial, ni tampoco muchos rasgos esenciales de
la situación actual.
1.3.
La caída del Muro de Berlín y las consecuencias del fin del
“socialismo” burocrático
Como
dijimos, nos parece que el siglo XX, como época histórica, termina
anticipadamente con el derrumbe de los regímenes stalinistas en el
Este y la disolución de la Unión Soviética. Se trata,
efectivamente, del fin de una época, que incluye el final de muchas
cosas... pero también el comienzo de otras...
La
caída del Muro de Berlín (noviembre 1989) –la primera de
las “fechas emblemáticas” que mencionamos– y el también
ruidoso derrumbe de la URSS en agosto-diciembre de 1991 fueron
acompañados por el proceso algo más “evolutivo” pero no menos
importante de restauración capitalista en China. []
Aquí, por supuesto, no pretendemos desarrollar un análisis global de
los históricos acontecimientos de 1989-91. Pero sí es importante
detenernos en algunas de sus secuelas que hoy son elementos de
trascendental importancia en la situación mundial.
La
asimilación por el capitalismo mundial de esas economías nacionales
no capitalistas administradas por las burocracias ha tenido, en primer
lugar, consecuencias económicas trascendentales. Por primera
vez en la historia, el capitalismo llena directamente la casi
totalidad del “espacio” mundial. A eso hay que agregar el papel
que cumple hoy China en la economía global (que veremos luego con más
detalle). Rusia, las ex repúblicas de la URSS y los países de Europa
del Este, aparecen como los que han salido malparados en mayor o menor
medida de este cambio. Sin embargo, para el capitalismo global su
importancia económica ha sido también de extrema importancia. Por
ejemplo, como espacio de saqueo de materias primas (Rusia) y de
colonización (Europa del Este en relación a la Unión Europea, y el
Cáucaso y Asia central para EEUU).
Pero
las secuelas más importantes de los acontecimientos de 1989-91 se dan
a nivel ideológico-político y geopolítico. Aquí las
consecuencias son más contradictorias y su despliegue
se ha dado en distintos tiempos. Para evaluarlas hay que
comenzar por distinguir dos fenómenos que suelen presentarse
confundidos, tanto en los balances vulgares de la propaganda burguesa
como, curiosamente, en las lamentaciones retrospectivas de muchas
viudas de Stalin.
Hay
que distinguir en efecto, dos hechos diferentes: Uno, la legítima
rebelión antiburocrática de nacionalidades oprimidas,
sectores populares y en menor medida de segmentos de la clase
trabajadora que, combinados con una crisis global –desde económica
hasta ideológica y de legitimidad– de esos estados, llevó a la caída
de los regímenes stalinistas en la ex URSS y el Este. Otro, el curso
restauracionista en que desembocó finalmente este proceso. Lo
primero no determinó fatal ni automáticamente lo segundo.
¿Qué
medió entre uno y otro hecho? Un doble determinación subjetiva:
por un lado, amplios sectores de la misma burocracia tenían una
política consciente y precisa frente a la crisis: el giro al
capitalismo; []
por el otro lado, pesó decisivamente la ausencia de una
alternativa independiente de la clase trabajadora en la crisis.
En
efecto, el cambio de régimen político y la restauración
capitalista en esos países ocultó una continuidad social:
en prácticamente todos esos estados, la burocracia simplemente se “recicló”,
en la mayoría de los casos hasta con los mismos personajes al frente.
En Rusia, el corazón del sistema, no es casual que los conductores
hayan sido Yeltsin (ex Politburó) y luego Putin (ex KGB). En China,
siguiendo un curso político-institucional muy diferente
y hasta opuesto, la burocracia sin embargo efectuó un “reciclaje”
social parecido. []
Pero
el hecho determinante fue la incapacidad o imposibilidad de la
clase trabajadora de esos países de intervenir con un programa
independiente y alternativo al de la restauración, que era
impulsada por buena parte de la misma burocracia. A ese hecho político
contribuyeron una variedad de causas: desde la atomización de la
clase que caracteriza al stalinismo (que, por definición, no tolera
la menor actividad independiente), hasta las derrotas de las
precedentes rebeliones antiburocráticas en el Este europeo, donde
se habían presentado fuertes corrientes socialistas. Este último
hecho se combinó con las derrotas generalizadas del movimiento obrero
y revolucionario en Europa y Occidente que caracterizó a los 80.
Desde Occidente ya no venía ningún estímulo ni ejemplo socialista y
revolucionario o de independencia de la clase trabajadora.
Se
puede comprender mejor esto comparando 1968 con 1989. En 1968, al
mismo tiempo y no por casualidad, se inicia un ascenso revolucionario
en Occidente, y en el Este se produce una rebelión antiburocrática
(la Primavera de Praga) que mayoritariamente se reivindica
socialista. En 1989, en cambio, lo determinante en Europa y
Occidente era el avance arrollador de la “Revolución
Conservadora” iniciada por Reagan-Thatcher. Esto “hace juego” en
el Este con los burócratas restauracionistas estilo Gorbachov-Yeltsin
o los “opositores” no menos procapitalistas tipo Lech Walesa.
Todo
esto hace que la caída de los regímenes stalinistas tenga efectos
contradictorios. El que se manifiesta primero y con más fuerza es
lo que hemos llamado la crisis de la alternativa socialista al
capitalismo, que afecta gravemente la conciencia de los
trabajadores y en general de todos los explotados.
Desde
el siglo XIX, con mayor o menor claridad, la mayoría de la clase
trabajadora mundial desarrolló la idea de la necesidad y la
posibilidad de un cambio del sistema social. Es decir, que
frente al capitalismo estaba abierta la alternativa de lograr otro
tipo de sociedad sin explotadores ni explotados, el socialismo.
Desde la Comuna de París de 1871, esa fue la bandera que levantaron
las revoluciones, incluso muchas que no movilizaban masas obreras y
que tenían al frente direcciones pequeñoburguesas y/o burocráticas.
Por
supuesto, esta colosal generalización de la idea socialista no
implicaba que todos fuesen revolucionarios, ni que hubiese una
conciencia clara de qué significaba el socialismo, ni que esta idea
no se presentara combinada con una variedad de falsedades, como el
evolucionismo socialdemócrata y luego el nacionalismo tercermundista.
Pero esta idea-fuerza de una alternativa socialista al capitalismo era
tan poderosa, que, por ejemplo, hasta el nacionalismo burgués de la
periferia, desde Argentina hasta la India y desde el mundo árabe al
África negra, estaba obligado a presentarse como “socialismo
nacional” para ganar demagógicamente a las masas explotadas.
Por
supuesto, ya en los 80 esto venía en una seria crisis... Pero, para
las masas, el final bochornoso del falso socialismo burocrático –de
lo que las masas creían que eran “países socialistas”–
significó un salto cualitativo de esa crisis. El colosal aparato mediático
de la burguesía tomó este hecho para grabar en la cabeza de millones
la ideología del “fracaso
del socialismo”.
Este es el problema ideológico-político más grave que
enfrentamos, y que tiñe el conjunto de los procesos, los movimientos
y las luchas del presente. Como dijimos, es el componente quizás más
importante de la crisis de subjetividad de las masas
trabajadoras y populares, y de sus movimientos políticos y sociales.
Es
por eso que el relanzamiento de la lucha por el socialismo es
una de las coordenadas políticas fundamentales del nuevo siglo. El
relanzamiento de la perspectiva y la lucha socialista en las nuevas
condiciones del siglo XXI no sólo es agudamente necesario
–como lo han demostrado entre otros experiencias las recientes
rebeliones latinoamericanas y el paralelo desastre de los reformistas
sin reformas–, sino que es también posible, como veremos más
adelante.
Pero,
junto a estas secuelas extremadamente negativas, el derrumbe del
aparato stalinista mundial con sede en Moscú trajo consecuencias
positivas, aunque ellas se están manifestando más tardíamente
y todavía con menos fuerza.
En
primer lugar, la liquidación del falso “socialismo” estatista y
burocrático abre al fin las posibilidades para reconstruir una
perspectiva socialista auténtica. Íntimamente ligado a eso, está
el hecho verificado en las pequeñas o grandes luchas de este siglo,
de la tendencia a sacarse de encima a los aparatos burocráticos,
a tratar de romper sus controles y a desarrollar formas de
autodeterminación, y de democracia obrera y de masas. Este
aspecto es decisivo, no sólo para el impulso a las luchas sino también
para la perspectiva de relanzamiento del combate por el socialismo, y
en general para la recuperación de la conciencia de clase. En otras
palabras, ir desarrollando hoy en las luchas, los movimientos sociales
y las organizaciones de masas, lo que será mañana la trama de la
construcción socialista consciente y democrática.
Pero
junto a estos resultados políticos, el derrumbe de la ex URSS trajo
también una importante consecuencia geopolítica: el fin
del “orden mundial” de Yalta-Potsdam. Este problema también
es parte –y cada vez más grave– de la actual situación mundial.
El intento del gendarme norteamericano de pretender resolver esta
cuestión imponiendo mediante intervenciones militares un “nuevo
orden” basado en el hegemonismo absoluto de EEUU, no ha hecho más
que fortalecer los elementos de caos.
1.4.
Seattle, la crisis de legitimidad del neoliberalismo y la transición
a un nuevo ciclo histórico
La
resolución en sentido capitalista de las crisis y rebeliones en la ex
URSS, el Este y también, bajo otras formas, en China, significó un
indiscutible triunfo de la burguesía en general y del capitalismo
imperialista en particular. De allí que en esos años la burguesía
mundial viviese una especie de borrachera triunfalista, que
alcanzó dimensiones delirantes.
Su
euforia se vio además abonada con el inicio de un ciclo de ocho años
de crecimiento sostenido de la economía y de las ganancias en EEUU,
que duraría hasta el 2000. A escala mundial esto fue muy desigual
–con Europa y sobre todo Japón muy a la zaga, y con serias crisis
en el Sudeste de Asia, América Latina y África– y terminó con el
estallido de la burbuja bursátil en el 2000. Pero, mientras duró, la
burguesía de todos los países (incluso de la periferia) se llenó
los bolsillos, dado el papel peculiar de EEUU como recolector y
a su vez redistribuidor de gran parte de la plusvalía mundial
(mecanismos que veremos luego más en detalle). Todo lo veían color
de rosa –o, mejor, de verde-dólar– y el recetario neoliberal se
había convertido en un dogma que pocos se atrevían a cuestionar.
Fue
en esos años donde florecieron infinidad de mitos e ideologías que
la realidad habría de arrojar luego al basurero. La más tonta (y
quizás por eso la más publicitada) fue la del “fin de la
historia”, pero duró poco en cartelera. Más sofisticada fue la de
los historiadores franceses –entre ellos varios ex stalinistas–
que descubrieron que se había cerrado la era de las (malditas)
revoluciones, que había durado exactamente dos siglos, desde 1789
(Toma de la Bastilla) hasta 1989 (Muro de Berlín). ¡El fantasma de
las revoluciones por fin se había desvanecido para siempre! Pero ésas
no fueron la únicas. La “globalización”, por ejemplo, implicaba
que el mundo iba a hacerse cada vez más “homogéneo” y se acortarían
las distancias entre los países pobres y ricos. El “libre
comercio”, la “libre circulación de capitales” y las
privatizaciones traerían prosperidad a todo el mundo. De la pobreza,
la indigencia y el hambre no había, entonces, que preocuparse: ya el
Banco Mundial y la ONU habían hecho planes para erradicarla antes del
2015. En Brasil, Argentina y otros países latinoamericanos, los
presidentes juraban que las privatizaciones y los planes neoliberales
implicaban el “ingreso al Primer Mundo”. Por supuesto, el fin de
la guerra fría iba además a traer paz y seguridad en todas partes,
no habría guerras ni conflictos internacionales y se alejaría el
peligro de la bomba atómica. Había surgido, asimismo, una “nueva
economía”, basada en las tecnologías de la información, que
garantizaba un crecimiento sostenido, sin crisis cíclicas. A partir
de allí, la economía se fundaría en la “información” y el
“conocimiento” y no en el trabajo. ¡Al fin la molesta clase
obrera borrada del mapa! Y la mayor parte de estas boberías no las
afirmaban sólo charlatanes de la televisión, sino señores
profesores de las más famosas universidades. El triunfo obtenido
sobre el “socialismo” burocrático daba una hegemonía social, política,
cultural e ideológica tan absoluta, que podía sostenerse impunemente
cualquier disparate.
Si
recordamos esto, es porque permite medir las distancias con la
presente situación. El rasgo común de esas charlatanerías es
que la burguesía mundial transpiraba un optimismo irracional.
Hoy la “atmósfera” es la opuesta: un sentimiento generalizado de
que las cosas no van bien.
Esa
situación “posMuro de Berlín” –que puede definirse como de absoluta
legitimidad del capitalismo neoliberal a nivel del sistema
económico-social, así como de la “democracia” burguesa a
nivel del régimen político– duró relativamente poco. Ya a fines
de los 90 era evidente una “crisis de legitimidad” del
neoliberalismo y un cuestionamiento creciente de las
consecuencias de la globalización y aun del mismo capitalismo. Y
también empezó a crecer el descreimiento en la “democracia”
de los ricos.
Estos
cambios tan progresivos se presentan, sin embargo, en un entramado
complejo y desigual: está mucho más avanzada la conciencia
“antineoliberal” que el anticapitalismo. Y, a su vez, la
recuperación de la idea del socialismo está aún mucho más
retrasada. Como veremos, es por esa amplia brecha que atacan las
corrientes reformistas y de “centroizquierda”.
De
todos modos, lo importante es que la época del “pensamiento único”
empezó a morir casi después de nacer. Desde los más diversos ángulos
comenzaron a llover críticas y cuestionamientos, no sólo desde el
campo de la izquierda, sino incluso desde sectores enemigos del
socialismo, como la misma Iglesia Católica. Hoy, por ejemplo, en ningún
país del mundo, los políticos en campaña electoral, por más
reaccionarios que sean, pueden proclamarse abiertamente
“neoliberales”, si quieren lograr votos. Esto, por supuesto, no
impide que luego en el gobierno sigan aplicando las recetas económicas
de siempre. Eso tiene profundas causas estructurales: el capital
globalizado no deja mayores márgenes para reformas ni concesiones.
Pero
este giro no se dio solamente a nivel ideológico. Estos cambios en la
conciencia se desarrollaron estrechamente relacionados con luchas y
movilizaciones nacionales e internacionales que empezaron a enfrentar
los ataques del capitalismo y sus gobiernos. Ya en diciembre de
1995, el estallido de importantes sectores de la clase trabajadora de
Francia (que además se produjo desbordando a los aparatos sindicales
traidores y generando formas de autodeterminación y democracia
obrera) anunciaba que algo comenzaba a cambiar. Como fenómeno aún más
amplio y generalizado que las mismas luchas, comienza a darse una
redoblada protesta por las consecuencias cada vez más bárbaras e
inhumanas del dominio global del capitalismo.
En
1999, la movilización del 30 de noviembre en Seattle contra la reunión
de WTO (Organización Mundial de Comercio) daba un campanazo que
indicaba claramente que había terminado la situación “posMuro
de Berlín”, de legitimidad absoluta y sin cuestionamientos del
neoliberalismo. El consenso había terminado para siempre. El
estallido atronó en una ciudad de EEUU, Seattle, pero expresaba una
protesta mundial. La globalización del capital y sus
consecuencias desastrosas comenzaban a tener una respuesta también
globalizada, apuntando a un renacimiento del internacionalismo,
perdido en el siglo XX junto con la conciencia socialista.
Pero
este acontecimiento que expresaba un cambio radical de la situación,
también reflejó los problemas del relanzamiento de la lucha
revolucionaria a inicios del siglo XXI. La protesta, rotundamente
antineoliberal, no era con la misma claridad anticapitalista
ni muchos menos socialista. Y entre las fuerzas sociales que en
todo el mundo habían comenzado a protestar y, lo que es más
importante, también a actuar, a movilizarse, la clase
trabajadora comenzaba a reaparecer, aunque con grandes
desigualdades y sin un papel hegemónico claro.
Menos
de dos meses después de Seattle, en América Latina se producía otro
importante hecho que también marcaba el cambio de la situación
mundial en relación a los 90. El 21 de enero de 2000 tenía lugar
en Ecuador la primera de las rebeliones populares y democráticas del
siglo XXI. En el pasado, estas rebeliones se producían contra las
dictaduras militares. Pero ahora, lo nuevo es que estallaban contra
gobiernos “democráticos”. Así, en América Latina – y en
especial en Sudamérica, que desde entonces se ha ubicado como la región
donde se desarrollan las expresiones más avanzadas de la lucha de
clases– se manifiesta más nítidamente otro fenómeno mundial,
paralelo al de la deslegitimación del neoliberalismo. Se trata de las
tendencias a la pérdida de legitimidad de la democracia burguesa,
que algunos también denominan como “crisis de
representatividad”.
Parte
importante del entierro de la situación mundial “posMuro de Berlín”
fue también el estallido de la “burbuja” especulativa de los
mercados financieros estadounidenses, que se produjo en marzo del
2000, y que abrió un período de recesión en EEUU. Aunque Norteamérica
ha salido de la recesión (mientras Europa sigue estancada), el fin
del boom de los 90 no sólo se llevó consigo las fantasías que antes
aludimos acerca de la “nueva economía”. También significó un
serio alerta sobre los graves desequilibrios estructurales de
la configuración asumida por la economía mundial desde los 80.
Este
es uno de los motivos por los cuales, aunque EEUU ha salido de la
recesión y una nueva burbuja especulativa –la de bienes raíces–
ha reemplazado a la de Wall Street–, el clima mundial es de preocupación
generalizada y de pronósticos sombríos, incluso de un
sector creciente de analistas burgueses. También a nivel de la economía
el clima triunfalista de los 90 se fue para no volver.
Pero
la situación mundial abierta con el inicio del siglo XXI iba a
mostrar poco después, el 11 de septiembre de 2001, todas sus
contradicciones y tendencias polarizadas.
1.5.
El 11 de septiembre: una embestida del imperialismo yanqui que no
llega a revertir el cambio de situación sino
que polariza todas las contradicciones
Los
atentados del 11 de septiembre del 2001 (cuyos verdaderos autores
intelectuales aún están por aclararse) dieron la justificación para
que el imperialismo yanqui iniciara un ataque global militar y político.
Los objetivos de esta arremetida de Washington son múltiples, tanto
económicos como geopolíticos, y serán analizados luego como
componente fundamental de la presente situación mundial.
Sin
embargo aquí, como parte de esta periodización, es necesario definir
los alcances que ha tenido hasta ahora este giro agresivo del
imperialismo yanqui. Sobre todo en sus primeros momentos, dio lugar a
caracterizaciones desequilibradas: la superpotencia todopoderosa
flexionaba sus músculos, se disponía a arrollar al que se le pusiese
por delante y a constituirse como un “superimperialismo”, prácticamente
como una dictadura mundial que impondría su voluntad en todo el
planeta.
Caracterizaciones
como éstas no eran producto de un análisis serio, sino que
generalmente se formulaban como justificativo de determinadas políticas
(muchas veces de sometimiento a EEUU). Cuatro años después, la
realidad se presenta muy distinta de las fantasías sobre el
“superimperialismo” de fines del 2001, y mucho más compleja y
contradictoria. Una serie de fracasos político-militares, en primer
lugar Irak, sumados a otras dificultades económicas y políticas, han
llevado a una seria crisis al gobierno de Bush en su segundo mandato,
hasta el punto que algunos se preguntan si llegará a finalizarlo.
Pero al mismo tiempo, junto con estos evidentes fracasos, tampoco
se ha producido una categórica derrota del imperialismo yanqui,
ni menos todavía un gran triunfo revolucionario. El resultado
principal ha sido el de exacerbar las contradicciones, los
enfrentamientos y tensiones. Pero aunque esto sea así, es también
evidente que EEUU no está en una posición más fuerte que
antes del 11 de septiembre.
Un
elemento decisivo en la complejidad de estas mediaciones, en sus
elementos de indefinición en sentido claramente revolucionario
o contrarrevolucionario, en sus idas y vueltas, sigue siendo la
ya mencionada crisis de subjetividad de las masas trabajadoras
y populares. Esta tiene como una de sus principales expresiones que,
tanto las masas como buena parte de las vanguardias de luchadores, no
tienen una alternativa socialista frente al capitalismo, ni tampoco
una alternativa de democracia obrera ante la fraudulenta democracia
burguesa.
Pero
lo que aquí interesa, es dejar claro que el 11 de septiembre no
revierte el cambio de la situación mundial que advertimos a fines
de los 90. Ni el capitalismo y el imperialismo en general, ni EEUU en
particular han recuperado las condiciones posMuro de Berlín de
abrumadora hegemonía social, política, cultural e ideológica.
Por contrario, se han acrecentado tanto la pérdida de
legitimidad como el rechazo, los cuestionamientos y las luchas
de las masas perjudicadas por el capitalismo neoliberal y globalizado
A
todo eso se ha agregado un fuerte componente antiimperialista,
que había casi desaparecido en la situación posMuro de Berlín. Como
un aspecto importante de los embrollos ideológicos de esos años,
para gran parte del movimiento de masas y los sectores de vanguardia,
la cuestión del imperialismo se había vuelto, por lo menos, confusa.
Primero fue lo de Afganistán, en los 80, donde Moscú hacía un papel
análogo al del imperialismo yanqui en Vietnam, mientras EEUU apoyaba
a los pretendidos “combatientes de la libertad”. Luego, vino el
derrumbe de la Unión Soviética, producido, en parte, por un
levantamiento de las nacionalidades oprimidas por la burocracia de
Moscú, a la que se tildaba de “imperialismo soviético”. Luego,
las horrendas “limpiezas étnicas” en Yugoslavia dieron la
oportunidad a EEUU y la OTAN de llevar a cabo intervenciones militares
que para la gran mayoría no aparecían como
“imperialistas”, sino como “humanitarias” y de “defensa de
los derechos humanos”.
Asimismo,
en el campo cultural e ideológico, se produjo una catarata de
elaboraciones –de derecha y de “izquierda”– en las que el
concepto de imperialismo era simplemente ignorado o se lo relegaba al
desván de la abuela, como algo de otra época, esfumado con la
globalización. En el campo de la izquierda, Toni Negri fue el
portavoz más publicitado de esas ficciones. Finalmente, George W.
Bush puso las cosas en su lugar.
1.6.
Algunas primeras definiciones
Hemos
dado, entonces, una mirada hacia el pasado, especialmente a las últimas
décadas en donde se consumó un cambio de ciclo histórico. En
los últimos cinco o seis años, esto ha derivado en una situación
mundial que, con toda razón, y hasta para los analistas de la burguesía,
aparece como sumamente crítica.
Podemos
definirla también, desde otro ángulo, como la transición de esa rotunda
hegemonía social, política, cultural e ideológica del
capitalismo imperialista (que caracterizó la situación posMuro de
Berlín), a otra situación, donde comienza a manifestarse una crisis
de dominación y legitimidad, aunque con desarrollos desiguales en
cada uno de esos aspectos, y también desigual según las diferentes
regiones y países.
En
el centro de esta crisis de dominación y legitimidad está el atolladero
en que se ha metido el principal imperialismo, el de Estados Unidos,
al ir fracasando en la aventura emprendida por la administración
Bush para lograr una total hegemonía mundial.
Esta
crisis de dominación aún no se ha resuelto en un sentido
contrarrevolucionario (ése era uno de los propósitos de la
embestida de EEUU después del 11/9), pero también está lejos de
resolverse en un sentido revolucionario socialista.
En
eso media la ya aludida crisis de subjetividad de las masas,
que tiene una variedad de expresiones ideológicas, políticas y orgánicas
que señalamos. Pero, al mismo tiempo, la situación con que se inicia
el siglo XXI genera condiciones para resolver ese problema decisivo.
Por eso se ha ido avanzado en ese sentido en los últimos años.
Entonces,
si la situación de la lucha de clases abierta con el nuevo siglo
puede definirse brevemente como de crisis de legitimidad y de
dominación del capitalismo imperialista, en relación al
movimiento de masas hay que definirla como un período preparatorio.
Se trata de la recomposición del movimiento obrero y de masas, y
también del socialismo revolucionario, frente a las nuevas
condiciones de la lucha de clases del siglo XXI.
En
este período preparatorio, apoyándonos en diversos procesos
sociales y políticos –desarrollo de una nueva clase trabajadora,
brutal polarización social, exacerbación de las contradicciones y
calamidades generadas por el sistema capitalista y la dominación del
imperialismo, descontento generalizado y luchas de masas, etc.–, se
ha abierto la posibilidad de esa recomposición, tanto del
movimiento de masas como también del mismo socialismo revolucionario.
Dicho de otra forma: el contenido de este período que llamamos
“preparatorio” o de “alistamiento”, es el de luchar por
construir las condiciones ideológicas, políticas y orgánicas para hacer
renacer el combate revolucionario anticapitalista por el socialismo.
¿Pero
en qué consiste más concretamente este carácter preparatorio
del actual período? ¿Cuál es la tarea central e inmediata
para los marxistas revolucionarios? La de lucha política por ganar
a la vanguardia; es decir, a los activistas y luchadores de la
clase trabajadora, la juventud y los movimientos sociales.
Por
supuesto que aspiramos a ganar y/o recuperar para las ideas y el
combate por el socialismo a amplios sectores de masas. Pero hoy el
camino hacia las masas pasa inevitablemente por esa batalla política
para conquistar a los luchadores de la clase trabajadora, la juventud
y los sectores populares.
La
situación nos ayuda hoy en ese sentido, porque el desastre
capitalista, la dureza de las luchas, y la frustración con las
diferentes variantes del reformismo, el “progresismo” y la
“centroizquierda” replantean en las vanguardias los
grandes debates estratégicos: capitalismo, socialismo, reforma o
revolución, etc.
Y
aunque esto no es general en todo el mundo, el planteo desde Venezuela
de la cuestión del socialismo, es un campanazo que ya está
llegando también a sectores de masas.
2.
EL TRASFONDO ECONÓMICO, ENERGÉTICO Y ECOLÓGICO
Como
ya señalamos, estamos en una coyuntura económica en la que
EEUU y el capitalismo mundial superaron la recesión posterior al
estallido, en marzo del 2000, de la burbuja especulativa de los
mercados financieros estadounidenses. Esta recuperación ha sido sin
embargo notablemente desigual entre los tres centros del
imperialismo (EEUU, la Unión Europea y Japón) así como también
entre las regiones y países de la periferia. EEUU crece, Europa y su
centro económico, Alemania, están en dificultades, mientras que Japón
parece haber superado los largos años de estancamiento y deflación.
Pero,
en este caso, lo que nos interesa no es la coyuntura, sino describir
brevemente algunos problemas estructurales graves, que están
dando, pese al crecimiento coyuntural del producto estadounidense y
mundial, un tono sombrío a los pronósticos de mediano plazo. Es que
se acentúa la tendencia ya observada que “cuanto más el
capitalismo tiene éxito en modelar la economía mundial a su
conveniencia, más se acrecienta las tensiones. El capitalismo
mundial está hoy instalado en una fase de inestabilidad duradera”.
[]
A
grandes rasgos, hay tres órdenes de problemas “preocupantes”,
cada uno de ellos con distintas “tempos”: 1) el de los desequilibrios
y tensiones económicas y sociales que va desarrollando la
configuración actual de la economía mundial, estructurada
alrededor del papel central y singular que juega Estados Unidos. Estos
desequilibrios, en perspectiva, aparecen como insostenibles. 2)
La aparición, no inmediata pero sí en el horizonte, de una crisis
inédita en la historia del capitalismo, la de la energía.
3) Las manifestaciones cada vez más claras y alarmantes del cambio
climático y otros desastres provocados por el capitalismo en la
naturaleza.
El
primero de este orden de problemas se da, podríamos decir, de modo
“clásico”; o sea a nivel de las relaciones de producción, de
cambio y de consumo. Los segundos, en cambio, se presentan en las relaciones
de la sociedad y la producción con la naturaleza y apuntan a
situaciones críticas que no tienen precedentes históri
2.1.
Un curso económico-social tan inestable como insostenible
Como
habíamos explicado en la sección anterior, a fines de los 60 e
inicios de los 70, se agota el llamado “boom de posguerra”. Se
abre hasta fines de los 80 y principios de los 90 un periodo de
crecimiento lento y, en algunos años, de estancamiento (especialmente
en EEUU). La década del 70 también presencia una importante caída
de la tasa de ganancia en EEUU y los principales países capitalistas,
que no se recupera plenamente hasta finales de los 80.
Asimismo,
en la década del 70 culmina (para luego comenzar violentamente a
revertirse) un fenómeno especialmente significativo desde el punto de
vista no sólo económico sino también social y político.
Tanto la participación en el ingreso de las capas más altas
de la burguesía de los países centrales como su porcentaje en la
riqueza caen en los 70 a su punto históricamente más bajo. []
El
ejemplo ilustrativo es el de la alta burguesía de EEUU (que
constituye el centro de la burguesía mundial), en el que estos dos índices
siguen recorridos parecidos desde la crisis del 29/30. Esa crisis
determinó una abrupta caída tanto de su porcentaje en la riqueza
como en el ingreso nacional. En 1930, el ingreso del 1% de los hogares
más ricos era del 16% del total del ingreso nacional. Después de la
Segunda Guerra Mundial, este porcentaje había bajado a la mitad, el
8%, y no se recupera pese al boom de posguerra.
Asimismo,
el sistema impositivo de EEUU y otros países centrales no tiene en
esos años nada que ver con la rebaja de impuestos a los más ricos,
practicada por Bush con el pretexto de “reactivar la economía”.
La redistribución de ingresos que implica el Welfare State, gravita
en los bolsillos de lo más ricos. Pero al mismo tiempo, esta transferencia
de ingresos y riqueza en beneficio de los asalariados garantiza no
sólo la “paz social” sino también una demanda solvente que ayudó
a sostener por largos años el boom, por lo menos en los países
centrales.
Durante
el boom de posguerra, es también social y políticamente
significativo el fenómeno de la disociación entre las
colosales ganancias que hacen las grandes empresas y los bajos
porcentajes de dividendos que distribuyen a los accionistas. Las
ganancias principalmente se reinvierten. En esa situación, las
bolsas, los “mercados financieros” donde se negocian acciones y títulos,
tienen un papel secundario. Asimismo, este período posterior a la
crisis de 1929/30, llamado de “compromiso keynesiano”, operó una
especie de “represión de las finanzas”, que luego el sistema
monetario de posguerra adoptado en Bretton Woods habría de consagrar
a escala mundial.
Paralelamente,
se desarrolló una relativa “autonomía” de las capas
gerenciales privadas y de los altos administradores del estado, en
relación a la gran burguesía misma, accionista de las grandes
corporaciones. Esto se correlacionaba también con un notable
desarrollo, especialmente en Europa y también en el “Tercer
Mundo”, de fuertes elementos de capitalismo de estado. []
Todo
este cuadro se correspondían, en última instancia, con una relación
de fuerzas mundial entre el capital y el trabajo... y entre revolución
y contrarrevolución. Esta configuración del capitalismo, que fue
bautizada como el “compromiso keynesiano”, en los 70 se
hace para la gran burguesía imposible de mantener. Continuarla
hubiese llevado a otra caída sin piso de su porcentaje del ingreso y
en la riqueza nacional, igual o peor que la del 30.
La
(contra)Revolución Conservadora de los 80, encabezada por la burguesía
norteamericana, significó –en la esfera económica– una ofensiva
general para cambiar la configuración del capitalismo: pasar del
“compromiso keynesiano” –de costos ya insostenibles– a lo que
hoy conocemos como “neoliberalismo” o “capitalismo
neoliberal”. En sus rasgos generales, no estamos hablando de las
políticas arbitrarias o pasajeras de tal o cual ministro de
Economía, sino de cambios estructurales del capitalismo
imperialista.
Hay
que reconocer que la gran burguesía –y en particular la de EEUU que
fue la vanguardia de esta transformación–, tuvo pleno éxito.
Se volvió a la “normalidad”. A partir de los 80, una brutal
polarización de la riqueza y del ingreso invirtió, en EEUU y en todo
el mundo, la tendencias “niveladoras” de posguerra. Tanto la
distribución de la riqueza como del porcentaje del ingreso regresaron
a la polarizaciones anteriores a la crisis del 29/30, y en muchos países
y a escala mundial ya la han superado con creces.
Aunque
este cambio ha sido denominado “neoliberalismo” o “capitalismo
neoliberal”, no significa que, como ya dijimos, se impusiese por
mecanismos “automáticos”, ni que la transformación consistiese
en “poner fin al intervencionismo estatal” (una de las patrañas
ideológicas más en boga). Las medidas y regulaciones impuestas por
el estado, en primer lugar en EEUU y otros países centrales, jugaron
y siguen jugando un rol de primera magnitud, sólo que este
“intervencionismo” adoptó formas y objetivos distintos de la época
del “compromiso keynesiano”.
La
primera gran medida encabezada por el estado norteamericano fue
imponer la llamada “globalización financiera”. Precedido
por el derrumbe del sistema monetario de Bretton Woods en 1971, el
banco de la Reserva Federal de EEUU en 1979/81, acompañado del
gobierno de Margaret Thatcher en el Reino Unido, dictan las normas que
“dan nacimiento al sistema contemporáneo de finanzas liberalizadas
y mundializadas”. []
Una
de la consecuencia más visible de este cambio es que las bolsas,
los llamados “mercados financieros”, como antes de las crisis
del 1929/30, vuelven a jugar un rol de primer orden en la
configuración y funcionamiento del capitalismo. En verdad, un
papel cualitativamente más gigantesco, por las crecientes dimensiones
que adquieren los “fondos de pensiones” y los “fondos de inversión”,
es decir, los llamados “inversores institucionales”. En el centro
de esta espectacular “financierización” está el hecho
que, a diferencia del ciclo “keynesiano”, las ganancias de las
corporaciones se distribuyen como dividendos prácticamente en un cien
por cien. Esta ha sido la principal “correa de transmisión” para
restaurar y superar los porcentajes en el ingreso nacional y la
riqueza de la alta burguesía, tanto de EEUU como del resto de los países
imperialistas y también de la mayoría de la periferia.
Esa
alta burguesía es, al mismo tiempo, la gran poseedora de acciones,
bonos y títulos de bolsa. La presente fase “neoliberal” ha
significado un gran avance en el paso de la propiedad burguesa
“individual” (un capitalista posee todo o parte de algunas
empresas) a la “propiedad accionaria institucional” (el
capitalista posee una cartera de títulos y acciones, que compra y
vende en las instituciones de los mercados financieros). Más aun: se
ha agregado una “mediación” adicional. Muchos burgueses ni
siquiera poseen directamente acciones de las corporaciones, sino
cuotas de participación de los “fondos de inversión”. Por
ejemplo, no poseen acciones de IBM o Intel, sino una participación en
algún “fondo de inversión” que especula con valores de tecnológicas.
Esto genera una centuplicada presión por resultados inmediatos, []
lo que no deja de tener muchas consecuencias. Por ejemplo, en relación
a la capacidad del capitalismo y las corporaciones para encarar
problemas a largo plazo, donde no habrá ganancias inmediatas.
Aquí
es necesario, una vez más, rechazar la vulgaridad “progre” que
contrapone el capital financiero, “malvado”, “parasitario” y
“especulador”, al “buen” capital “productivo”. Como señala
uno de los autores antes citados, “el dominio de las finanzas, no
debe ser comprendido como una forma de parasitismo que impediría al
capitalismo funcionar correctamente. Se trata, por el contrario, de un
dispositivo que permite el establecimiento tendencial de un mercado
mundial, donde los trabajadores asalariados son puestos
directamente en competencia y sometidos a las exigencia de
rentabilidad que se oponen a la satisfacción de las necesidades
sociales ‘no rentables’. Gracias a las finanzas, el
capitalismo contemporáneo se aproxima a un funcionamiento ‘puro’,
en el sentido de que se desembaraza progresivamente de todo lo que
pueda encuadrarlo y regularlo.” (Husson,
cit., subrayados nuestros.)
Las
medidas y cambios para lograr esto tienen que ver con trasformaciones
radicales en dos relaciones fundamentales: las relaciones entre el
capital y el trabajo, y entre los centros imperialistas y la
periferia. Su éxito se tradujo en mecanismos para garantizar una
colosal apropiación de valor, de riqueza, que está llevando al
colmo la polarización social entre ricos y pobres dentro de cada
país y, a nivel mundial, entre los países centrales y la mayor parte
de los periféricos. Entrelazadas con estas transformaciones, también
cambiaron en buena medida las relaciones de las burguesías con sus
propios estados, con sus burocracias gerenciales y administrativas públicas
y privadas, las clases medias, etc. Por último, después de muchas
elucubraciones en los 60 y 70 sobre el desplazamiento de EEUU por
Europa occidental o Japón, la configuración neoliberal del
capitalismo reestablece o reafirma la centralidad de EEUU, pero
instaurando un conjunto de relaciones interdependientes con los demás
países imperialistas y con el resto de mundo, que hoy comienzan a
aparecer como insostenibles a la larga.
En
síntesis, en el terreno de las relaciones entre el capital y el
trabajo, el aumento generalizado del desempleo, las
“desregulaciones” laborales, el crecimiento cualitativo de la
precarización y la tercerización, la extensión de la jornada, la
fragmentación de la clase trabajadora en una inmensa escala de
diferencias salariales, de condiciones de trabajo y seguridad social,
la tendencia a la baja del salario individual y a la reducción o
directa liquidación del “salario social” (sistemas de salud,
retiro, etc.) implicaron un salto fenomenal para el capitalismo en
la extracción de plusvalía absoluta y relativa.
Hay
todo un debate acerca de los saltos en la productividad del capital y
del trabajo [] logrados principalmente
gracias a la “revolución informática”, que es por supuesto
imposible de desarrollar aquí. Pero, probablemente, la principal
contribución de las nuevas tecnologías de la información y la
comunicación ha sido mejorar cualitativamente la administración,
la gerencia, facilitando que gran parte de la fuerza de
trabajo mundial pueda volver a ser explotada internacionalmente en las
condiciones laborales del siglo XIX.
En
verdad, en el salto fenomenal de la explotación del trabajo, la
“globalización” jugó un papel tanto o más importante que la
informática y otros avances tecnológicos.
La
mal llamada “globalización” consiste en el avance cualitativo de
una tendencia inherente al capitalismo desde su nacimiento mismo: la internacionalización
de las operaciones y relaciones económicas; es decir, la
tendencia a internacionalizar o “mundializar” la producción, el
comercio y las finanzas. El capitalismo nació construyendo un
mercado mundial, incluso antes que se generalizaran las
relaciones de producción capitalistas; es decir, el trabajo
asalariado. Esta tendencia “mundializadora” sufrió un retroceso
con la crisis de 1929/30. Pero ya en la posguerra hechó nuevamente a
andar y desde los 80 avanzó impetuosamente en todas las dimensiones
de la economía: finanzas, movimientos internacionales de capitales,
producción, comercio internacional, etc.
Por
un lado, se ha desarrollado una extraordinaria internacionalización
de la producción. De la producción “multidoméstica” –por
ejemplo, en cada país una planta con sus proveedores nacionales
producía íntegramente, digamos, automóviles (que vendían
mayormente en el mismo país)– se ha pasado a la producción en
industrias mundiales. Una corporación (o varias) producen
partes de ese automóvil en diferentes países, las filiales se las
exportan mutuamente, y finalmente ensamblan en esos países o en
otros. Por el otro lado, lógicamente, esto va acompañado de la
“apertura” de los mercados nacionales y la “liberalización”
del comercio internacional: se produce para vender en el mercado
mundial.
Esto
tiene una consecuencia directa sobre la explotación del trabajo.
Los niveles de productividad de cada país y su mano de obra son
puestos a competir casi directamente en el mercado mundial. La
globalización capitalista tiene como fundamental objetivo poner a
los trabajadores a competir, unos contra otros, en el mercado
internacional. Con el agravante de que no existe la “mediación”
de un “estado mundial” que regule las relaciones laborales, el
salario, etc., como la presión de las luchas de la clase trabajadora
había logrado imponer a nivel de los estados burgueses nacionales.
Este
es el principal secreto del “éxito” capitalista de China, el país
con cientos de millones de trabajadores que cobran salarios de 50 ó
60 dólares. En el período “preglobalización” esto hubiese
planteado un serio problema de “salida” de la producción, de
escasez de “demanda solvente” en ese país. Pero ahora la
“apertura” y la “liberalización” del comercio mundial
aparecen como solucionando, por el momento, este problema. Entonces,
la fórmula ideal es: salarios chinos y producción para el
mercado mundial.
Dicho
de otra manera: el capitalismo globalizado impone la fuerte tendencia
a producir en los países de más bajos salarios para vender en los países
de más altos ingresos (donde hay más “demanda solvente”). Un
ejemplo del poderío de esta tendencia es la “solución” planteada
hoy ante la virtual bancarrota de la General Motors –una corporación
que fue emblemática tanto del poderío industrial de EEUU como también
de toda una época del capitalismo–: ir cerrando las fábricas en
EEUU e ir trasladando la producción de GM a China y otros países por
el estilo. []
Así,
en la economía mundial, se han ido delineando dos polos
“extremos” de ese fenómeno: China, por un lado, y Estados Unidos
–el “comprador de última instancia”–, por el otro.
Los
cambios en las relaciones entre el capital y el trabajo han sido también
simultáneamente acompañados de transformaciones en las relaciones
entre los centros imperialistas (EEUU, Europa occidental y Japón) y
la periferia. Salvo el caso excepcional y contradictorio de China,
estos cambios han tenido las mismas consecuencias que los ocurridos a
nivel de las relaciones laborales: una fenomenal transferencia de
valor de la periferia
al centro, tanto a través de la producción como del comercio
internacional y las finanzas. La valorización
del capital –es decir, la acumulación de plusvalía a escala
mundial– es una avenida que corre principalmente en un solo
sentido: del Sur al Norte.
Los
años 80 y 90 presenciaron la bancarrota final de los intentos
de “desarrollo nacional” en el Tercer Mundo, que ya venían
de mal en peor. La generalización en América Latina y África (y en
menor medida en Asia) de la crisis de las “deudas externas” bajó
el telón del “nacional-desarrollismo” y el “estatismo”. A
partir de allí, las privatizaciones, las “aperturas” financieras
y comerciales, y los “planes de ajuste” dictados por el FMI,
hicieron el resto. En correlación con esto, la “globalización”
fue sinónimo de recolonización, especialmente para los países
endeudados de África y América Latina, en los cuales los
“organismos internacionales” (FMI, en primer término) comenzaron
a jugar el papel de “ministerio de colonias”. De hecho tendieron a
constituirse (junto con la Embajada de EEUU) en otro poder del estado.
Esto
tuvo también su correlato en las nuevas relaciones establecidas entre
sectores de la burguesía de la periferia con el centro imperialista.
Al establecerse los mercados financieros globales en los 80 y las
“aperturas financieras”, las burguesías del Tercer Mundo pudieron
gran facilidad invertir directamente en Nueva York, Londres u
otras plazas. Aunque no hay estadísticas exactas, se ha calculado que
las burguesías latinoamericanas tienen inversiones equivalentes a la
deuda externa del continente. Incluso poseen parte de los títulos de
las deudas externas. De la misma, esto facilitó mucho diversas formas
de asociación con el capital extranjero en la producción, comercio
exterior, servicios públicos privatizados, etc. Esto no significa por
supuesto que se hayan disuelto las diferencias nacionales entre las
burguesías del centro y la periferia, ni menos aún que hoy exista
una única burguesía “transnacionalizada”. Pero sí indica
importantes cambios en relación al pasado.
Estas
transformaciones de las relaciones entre el capital y el trabajo, y
del centro con la periferia, se desarrollaron estrechamente asociadas
al ya mencionado “reestablecimiento” o “reafirmación” del papel
central jugado por EEUU en la economía mundial.
Desde
el mero punto de vista de la producción, esta centralidad
aparece dudosa. Del 50% del Producto mundial que EEUU tenía al
finalizar al Segunda Guerra ha ido cayendo hasta oscilar entre el 20 y
el 25%, según los años. No hay distancias abismales con Europa y Japón.
Sucede lo mismo en el decisivo nivel tecnológico: sólo en la
tecnología bélica tiene EEUU ventajas mayores. En verdad, el único
elemento en que EEUU exhibe una abrumadora superioridad no es
(directamente) “económico”: es su aparato militar, cuyo
presupuesto ya superaba a comienzos de siglo XXI la suma del de los 15
países siguientes. Y esta distancia no ha hecho más que crecer desde
entonces al calor de las aventuras bélicas de Bush. []
Pero
el papel central que asume EEUU en relación a los otros países
imperialistas y a la periferia no tiene que ver con una abrumadora
superioridad en el desarrollo de la economía y las fuerzas
productivas, sino con el rol jugado en la nueva configuración
“neoliberal” del capitalismo mundial, de la que fue pionero.
1)
En primer lugar, EEUU es el centro de la “financierización”;
es decir, del mercado financiero global. Como hemos señalado, éste
no cumple una función meramente “especulativa”, divorciada de la
“producción” (como suele afirmar el “progresismo”). Podríamos
decir que funciona como el principal centro de recepción
y redistribución de la inversión de los capitales y la
plusvalía mundial. Desde EEUU se invierten capitales en todo el
mundo. Y desde todo el mundo se invierten en EEUU, en inversiones
directas o de cartera. []
Así,
a partir de finales de los 70 se produce un alza espectacular de las
ganancias e ingresos provenientes de los capitales norteamericanos
invertidos en el extranjero en relación a las ganancias realizadas
por las sociedades en EEUU. En el 2000, por ejemplo, el total de los
ingresos provenientes de todas las categorías de inversión de
sociedades estadounidenses en el exterior alcanzó su pico llegando a igualar
las ganancias domésticas. (Duménil
& Lévy, The Economics of US Imperialism..., cit.)
Simultáneamente,
desde el exterior se realizan inversiones en EEUU. Pero existen
diferencias importantes entre la naturaleza de ambos flujos. Las
inversiones de EEUU en el exterior son principalmente inversiones
directas, es decir, “productivas”. En cambio, las que se hacen
desde el exterior en EEUU son principalmente “de cartera”
(acciones, títulos, etc.).
Entonces,
“EEUU está en el centro de un sistema en el cual el capital
es simultáneamente exportado e importado, hacia y desde el resto del
mundo. La característica central del imperialismo estadounidense es
la de actuar –en la terminología de Marx– como ‘capitalista
activo’, opuesto al papel de ‘prestamistas’ –siguiendo los términos
de Marx– que asumen los inversores de otros países en EEUU.” (Duménil
& Lévy, cit.)
A
través de este mecanismo han ido creciendo notablemente los activos
extranjeros en EEUU y, con ellos, los ingresos de esos capitales sobre
sus activos en EEUU. Aunque, lógicamente, EEUU remunera a esos
capitales muy por debajo de las tasas que obtienen sus inversiones en
el exterior, esto ya se perfila como un problema... sobre todo si un día
los extranjeros deciden que llegó la hora de irse y, para retenerlos
se hiciese necesario aumentar esa remuneración. El hecho es que, en
relación al PBI de EEUU, el monto total de estos flujos ya están peligrosamente
igualados.
El
mantenimiento de este mecanismo no sólo exige que el capitalismo
estadounidense logre superganancias a nivel mundial. El problema más
grave es que lo que podría llamarse la empresa “Estados Unidos
Sociedad Anónima” gasta más de lo que gana... Esto nos
lleva a otro punto del rol central de EEUU en la economía mundial.
2)
EEUU juega el papel de “comprador de última instancia”, de
principal “demanda solvente” internacional, sin la cual la
economía mundial iría a una recesión o depresión. Esto tiene
relación directa con el fenomenal y creciente déficit de la
balanza comercial de EEUU (cuyo comercio sólo tiene superávit con América
Latina) y de la cuenta corriente y, a su vez, con el hecho de que EEUU
se ha convertido en el mayor deudor del mundo, tanto a nivel público
como privado.
Este
papel está estrechamente relacionado con el anterior. Se hace, por
ejemplo, un escándalo por el déficit del comercio con China, que se
atribuye a las malvadas maniobras de Beijing que mantiene subvaluada
su propia moneda en relación al dólar, para inundar EEUU con mercancías
de bajo precio. Lo que no se dice es que los principales
exportadores a EEUU son las mismas corporaciones norteamericanas,
que producen desde China para maximizar sus ganancias. Cerrar las
puertas del mercado estadounidense, iniciaría una “reacción en
cadena”, cuyo primer paso sería poner en crisis a esas
corporaciones... y seguidamente a Wall Street.
Pero
este conjunto de problemas está relacionado con dos hechos de
importancia internacional: el mayor consumidor del mundo no es como se
suele decir “el pueblo norteamericano” en general –donde ha
crecido notablemente la pobreza, []
como en casi todo el mundo– sino principalmente el 20% de la
población de EEUU que recibe la mayor parte de las ganancias por títulos
y acciones. Este 20%, que va desde la clase media alta hasta el 1%
de supermillonarios, hace años que ha dejado de ahorrar. Gasta
todos sus ingresos... y más aun, endeudándose sin límites.
Como
prácticamente no existe ahorro nacional (no llega casi al 1%), el déficit
de cuenta corriente y el déficit del estado federal, se
enjugan en última instancia mediante el ingreso de fondos del
exterior, lo que lleva, entonces, a un crecimiento notable de la
deuda externa. []
Se
ha configurado, entonces, alrededor del papel central de EEUU, un
“encadenamiento” que a larga no puede sostenerse tal como hoy
funciona: Altos ingresos de los ricos (reforzados por la punción
financiera sobre el resto del mundo) > Ahorro cero y crecimiento
sin freno del consumo y el endeudamiento... y en la era Bush, también
de los gastos militares > déficit creciente de cuenta corriente
> crecimiento de la deuda externa > crecimiento de los pagos al
resto del mundo por préstamos e inversiones > disminución de los
ingresos del capital en EEUU.
Este
esquema se sostiene, porque desde el exterior se sigue aceptando que
EEUU remunere a esos capitales muy por debajo de las tasas de
rendimiento que obtiene. Se calcula que si ambas tasas se igualaran,
“el flujo saliente sería igual al total de las ganancias internas
de la sociedad estadounidense”, []
lo que lógicamente es imposible. Plantearía mucho antes una cesación
de pagos.
Como
parte de este mecanismo, varios de los países con grandes superávits
en el comercio con EEUU, aceptan “esterilizar” buena parte de él,
comprando bonos del Tesoro de EEUU, que rinden intereses
insignificantes. Pero esto sólo posterga el problema... ¿hasta cuándo?
3)
Por último, el lugar central de EEUU nos remite a su papel de emisor
nacional de la moneda mundial del comercio internacional y las
finanzas. Aquí hay también signos de interrogación cada vez
más grandes.
El
punto a que han llegado el déficit comercial y de cuenta corriente,
el déficit del presupuesto, y el endeudamiento público y privado
hubieran puesto otro estado en una crisis financiera. Pero EEUU ha
heredado de Bretton Woods el colosal privilegio de emitir la “moneda
mundial”... y sin rendir cuentas a nadie. Claro que los acuerdos de
Bretton Woods establecían un respaldo oro para dólar. En
1971, unilateralmente, el gobierno de EEUU liquidó el respaldo oro...
pero no se privó de seguir imprimiendo dólares.
Hoy,
en este problema “monetario” se concentran gran parte de las
contradicciones y desequilibrios que señalamos. EEUU no puede
simplemente pagar sus obligaciones imprimiendo papel moneda, ya que
desencadenaría una corrida de consecuencias inconmensurables. Esta
posibilidad de una corrida mundial contra el dólar ya está flotando
en la atmósfera, aunque hoy aparece como lo menos probable...
Pero
EEUU está frente a dos tensiones cada vez más contradictorias
en relación al dólar. Por un lado, como gran potencia imperialista (¡que
además aspira a ser absolutamente hegemónica!), como gran inversor
internacional, y como centro del mercado mundial de capitales, EEUU
necesita un dólar fuerte. Pero, como economía cada vez más
deficitaria en el comercio exterior y como el mayor deudor del mundo,
EEUU necesita un dólar débil, devaluado.
Desde
mediados de los 80, las variaciones de cambio entre las tres
principales monedas –el dólar, el marco (luego el euro) y el yen–
han jugado un papel de importancia. A veces, mediante pactos entre los
gobiernos involucrados (como los acuerdos Plaza de 1985 y 1995),
fueron una palanca eficaz para regular el curso del comercio en uno u
otro sentido (alentar o desalentar alternativamente las exportaciones
e importaciones desde o hacia EEUU). En los últimos años, EEUU ha
dejado caer unilateralmente el dólar, con la esperanza de facilitar
sus exportaciones y disminuir el déficit. Pero esta vez el remedio no
ha dado los resultados esperados.
Mientras
tanto en EEUU y en todo el mundo crece el debate sobre a dónde irá
a parar esto. Mientras algunos desestiman la importancia del “déficit
gemelo” (comercial–cuenta corriente y presupuestario) y de todas
estas contradicciones, otros hacen pronósticos sombríos. Una opinión
a tener en cuenta podría ser la de Paul Volcker, el hombre que desde la Reserva Federal en 1979/81 inició la
“globalización financiera”: “En la superficie, todo parece
estar bien. La economía crece. Puede que en Europa las cosas vayan
peor, pero se crece. Pero si se bucea un poco, los desequilibrios
que se acumulan son tremendos. Nosotros aquí necesitamos 2.000
millones de dólares al día [que ingresen del exterior] para seguir
manteniendo la máquina económica en funcionamiento. Y claro, la
gente sabe que, desde hace algún tiempo, EEUU no ofrece tasas de
interés atractivas y que son las más bajas en 40 años. Tampoco
podemos darles a nuestros acreedores garantías contra el riesgo de caída
del dólar. Estamos consumiendo como locos. Un 6 por ciento más de lo
que producimos. Esa es la cifra de nuestro déficit por cuenta
corriente en términos de Producto Bruto Interno (PBI). Somos como los
patinadores sobre hielo. Sólo que es un hielo cada vez más
delgado...” []
2.2.
Energía: la posibilidad de una crisis inédita
La
historia del capitalismo ha estado cruzada por las más graves crisis
y convulsiones económicas, sociales y políticas. Pero la posibilidad
de una crisis de la energía, que empieza a ponerse en debate,
no había tenido hasta ahora lugar en el capitalismo. Por supuesto se
han sucedido crisis energéticas nacionales y/o momentáneas. Pero lo
que está planteado es la perspectiva de una crisis mundial y
duradera, de la cual no está claro cómo se saldría.
Desde
el comienzo de la Revolución Industrial, hace más de dos siglos, la
provisión de energía descansó primordialmente en los combustibles fósiles,
el carbón primero y luego los hidrocarburos.
Hoy
los combustibles fósiles, mayormente los hidrocarburos, proveen el
85% de la energía mundial, mientras que las fuentes renovables de
energía (sin incluir la hidrolectricidad) aportan apenas el 1%. []
Más allá de la crisis ecológica cada vez más grave que esto
produce, está planteado el hecho de que las reservas de
hidrocarburos no son infinitas. La estimación de las reservas
mundiales es otro tema de disputa: las cifras se estiran o contraen de
acuerdo a las conveniencias de las petroleras, que son las que
mayormente proporcionan datos. []
El
hecho es que los debates sobre una posible crisis energética, que
hasta hace poco parecían materia de ciencia-ficción, hoy están
instalados mundialmente. Hace 60 años, un geólogo estadounidense,
King Hubbert, formuló unas ecuaciones que demuestran que la extracción
de una reserva de crudo sigue en el tiempo una curva parabólica. La
producción aumenta rápidamente después de la perforación inicial.
Luego pierde fuerza conforme la extracción alcanza su máximo, su
''pico'', casi siempre después de extraer la mitad de la reserva
total. A partir de allí comienza a caer aceleradamente. Usando estas
ecuaciones, Hubbert predijo que la producción de petróleo en EEUU
alcanzaría el “pico” al inicio de los 70, lo que en su momento
nadie tomó en serio. Pero en 1971/72 se produjo el “pico”
predicho por Hubbert. Muchos plantean ahora que lo mismo está por
ocurrir a escala mundial.
El
“pico” no significa que el petróleo "se acabará”
inmediatamente, pero sí que comenzará a hacerse cada vez más
costosa y escasa su extracción. Es que lógicamente la explotación
del petróleo se inició por los más grandes y mejores yacimientos.
Al principio, la llamada “tasa de extracción” es mayor,
puesto que se saca el petróleo más superficial y abundante, con poco
costo. Luego, después de sobrepasar aproximadamente la mitad del petróleo
existente, se va haciendo cada vez más difícil y caro extraerlo.
Esto lleva al problema del “balance de energía”. Para extraer,
por ejemplo, 10 barriles no es lo mismo gastar la energía equivalente
a 1 barril, que la equivalente a 8 ó 9. Entonces, aunque existan
reservas mundiales que, en el papel, garanticen crudo por muchas décadas,
habrá que ver qué gastos de dinero y energía exigirán.
La teoría del “pico ha sido
controvertida –hay intereses nada “científicos” en la
materia–, pero cada vez más los debates se han desplazado al tema
de cuándo se presentará el “pico” de la producción
petrolera mundial.
Dado
que la cuestión de las reservas mundiales se mantiene interesadamente
en una nebulosa, se aventuran una variedad de fechas del “pico”,
que van desde el 2007 al 2025... Es que lo de las reservas se cruza
con el problema no menos grave del crecimiento mundial de la
demanda, que en las condiciones del capitalismo constituye un derroche
criminal e irrecuperable, sobre todo parte de EEUU. El
Annual Energy Outlook del Departamento de Energía de EEUU prevé que
la demanda mundial de crudo se incrementará 61 % en los próximos 25
años, con relación al 2003.
Por
supuesto, el gobierno de Bush rechaza esto del “pico” petrolero...
del mismo modo tajante con que niega la teoría de la evolución de
Darwin y el calentamiento global. Sin embargo, ha sido el mismo Alan
Greenspan, presidente del Federal Reserve Board (banco central de
EEUU), quien ha salido a contradecir a Bush, no sólo hablando públicamente
del “pico”, sino también advirtiendo que hasta que no se logre
“la transición a las próximas fuentes de energía, quizá antes de la mitad
del siglo...... transición que va a tomar tiempo... nosotros y el
resto del mundo tendremos que vivir sin duda con las incertidumbres
geopolíticas y de otra índole de los mercados petroleros...”.
[]
Esto de las “incertidumbres geopolíticas y de otra índole”
es la forma más delicada posible de referirse a que aproximadamente
el 64 % de las reservas ciertas se encuentran en el Medio Oriente, y
el 73 % en países musulmanes. Este ha
sido evidentemente un factor no menor en la cruzada de Bush para
liberar de “dictadores” y “terroristas” a los pueblos de esas
regiones, aunque también tiene una urgencia más inmediata:
EEUU, con sólo el 5% de la población mundial, engulle el 25% de la
producción mundial de energía. Pero este campeón mundial del
derroche petrolero, depende cada vez más e irreversiblemente
de la importación de Medio Oriente y Venezuela, por el
agotamiento de sus propias reservas. Esto hace ya
potencialmente vulnerable a EEUU.
¿Pero
“la
transición a las próximas fuentes de energía”, a la que alude
Greenspan, cuánto tiempo va a tomar? ¿Se adelantará a una
crisis mundial de la energía? Los datos indican que se está
avanzado poco y muy lentamente en este sentido. Hoy
día, no existe un reemplazo de los hidrocarburos ni se están
realizando esfuerzos tecnológicos suficientes en ese sentido. La
energía del hidrógeno es todavía más una publicidad “ecológica”
de algunas marcas de automóviles que una realidad próxima. Otros
“remedios” que se plantean pueden ser peores que la enfermedad:
volcarse a la energía nuclear y/o volver al carbón que cuenta con
reservas mucho mayores.
La
anarquía capitalista y la producción con el solo criterio de la
rentabilidad, se están mostrando incapaces de encarar seriamente y a
tiempo este gravísimo problema. La posibilidad cierta de una crisis
mundial de la energía, que sería algo inédito en la historia
humana, es otro factor que exige un cambio completo del modo de
producción. Es decir, terminar con el capitalismo.
2.3.
El cambio climático global: otro grave problema en el horizonte
La
Revolución Industrial de fines del siglo XVIII y principios del XIX
fue posible gracias a la aplicación a las máquinas y al transporte
de la combustión de carbón. Desde finales del siglo XIX, el carbón
fue complementado y reemplazado por el petróleo y luego el gas
natural. La combustión de estos materiales desprende inevitablemente
CO2 (gas carbónico) y agua, además de otros elementos según
el caso.
Por
su parte, la atmósfera contiene naturalmente pequeñas cantidades de
CO2 , metano y vapor de agua que producen el efecto de
retener parcialmente el calor que la Tierra irradia al espacio. Por
eso, se los ha comparado con la función reguladora que cumplen los
cristales de un invernadero. Sin estos gases de “efecto
invernadero”, la temperatura de la Tierra sería más baja.
La
emisión creciente de CO2 por el uso de los combustibles fósiles
ha roto el balance natural de este mecanismo de “invernadero”. Según
los datos del Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC),
organismo de las Naciones Unidas, la tasa de CO2 en la atmósfera,
que era en 1750 de 280 ppm (partes por millon) en el 2005 ha llegado a
379 ppm. Y si no se pone coto a esto, alcanzará a mediados de siglo
las 550 ppm. Esto conduce inevitablemente a un crecimiento de la
temperatura media global difícil de revertir.
Las
consecuencias de todo esto son incalculables... y apocalípticas. Pero
las advertencias que vienen haciendo los científicos desde hace décadas
o son desestimadas o se las tiene en cuenta sólo si dan la
oportunidad de hacer negocios “ecológicos” puntuales que, por
supuesto, no resuelven el problema de fondo. Estas dos opciones
–desestimar la amenaza del cambio climático o admitir en principio
el problema... pero ante todo para hacer negocios– marcan las
diferencias entre el gobierno de Bush y otros sectores del
imperialismo, especialmente de la Unión Europea.
Esta
divergencia se ha popularizado alrededor de las disputas por el “Protocolo
de Kyoto”, un tratado firmado en 1997 en esa ciudad de Japón,
que fue repudiado por Bush apenas asumió el cargo. Además de negar
los pronósticos sobre el “efecto invernadero”, Bush ha sido muy
claro: “a los europeos les gustaría forzar a las empresas de EEUU a
adoptar costosos equipamientos que harían menos competitivos a los
productos americanos...” []
¡Ese es todo el problema! Es que EEUU es el gran contaminador del
mundo: con sólo un 5% de los habitantes emite el 24% del gas carbónico.
[]
Resolver este desastre le costaría más que a sus competidores.
Pero
esta disputa interimperialista ha dado al público una falsa imagen de
la cuestión. La mayoría cree que el monstruo de Bush rechaza un
tratado que resolvería el efecto invernadero, mientras que los
gobiernos europeos, más “humanos” y “sensatos”, se preocupan
por la ecología y cumplen el Protocolo de Kyoto, que va a solucionar
este problema.
La
verdad es otra: el Protocolo de Kyoto no soluciona la catástrofe
climática y el principal interés de la Unión Europea es en el
fondo el mismo de EEUU: que sus corporaciones hagan dinero. Martin
Khor, un conocido activista ambientalista, define así al famoso
Protocolo y todo lo que se está haciendo: “demasiado poco y
demasiado tarde”. El Protocolo “solo se ocupa de la punta de
un iceberg gigantesco”. (Martin
Khor, cit.)
En
efecto, las medidas dispuestas en ese tratado son ridículamente
limitadas, muy por debajo de la gravedad que ha ido tomando el
problema. Se ha calculado que si fuese aplicado estrictamente –lo
que aún está por verse– apenas evitaría un 0,1° centígrados el
calentamiento climático. (Robert
Lochhead, cit.) ¡Mientras
tanto, el mencionado IPCC de las Naciones Unidas prevé en este siglo
un aumento de 5,8° centígrados si no se toman ya medidas drásticas!
(Martin Khor, cit.)
Además,
la aplicación del Protocolo de Kioto ha abierto las puertas a la privatización
de las políticas y las medidas de protección del medio ambiente.
Así, en la UE se ha constituido una “European Climate Exchange”
(Bolsa Europea del Clima), donde se especula con certificados que dan
derecho a la emisión de CO2, y que compran y venden las
industrias contaminantes.
El
problema del cambio climático está dejando de ser una discusión
académica o tema de agitación de reducidos grupos ambientalistas,
para empezar a perfilarse como una amenazadora realidad. El huracán
Katrina –que paradójicamente afectó a EEUU, el país cuyo gobierno
sostiene como doctrina oficial que no existen ni el efecto invernadero
ni el cambio climático– puso estas cuestiones en el centro de la
escena mundial. Pero aunque en los últimos tiempos se han presentado
otros síntomas no menos graves (la sequía del Amazonas, los veranos
inusualmente calurosos en Europa, etc.), que se combinan con otros
desastres como la deforestación, ni Washington ni el resto de los
gobiernos imperialistas, cuyos países son responsables del grueso de
la producción de gas carbónico y otros contaminantes, se muestran
dispuestos a hacer algo en serio. Es que esto sólo podría encararse
desde una perspectiva anticapitalista.
>>>>
A la segunda parte >>>>
Notas:
.-
Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX, 1914-1991, Grijalbo
Mondadori, Barcelona, 1995, pág. 14 y ss.
.-
Un hecho significativo, cuidadosamente olvidado por la “historia
oficial”, fueron las manifestaciones de soldados norteamericanos
en Europa, exigiendo su desmovilización y el regreso a casa. Esto
era un obstáculo insalvable, tanto para reprimir revoluciones
como para continuar la guerra, ahora dirigiéndola contra la URSS,
como parece haber sido el proyecto de algunos sectores del
imperialismo, especialmente británico.
.-
Para la periferia del tercer mundo, como por ejemplo América
Latina, las preferencias del imperialismo eran más bien las
dictaduras militares disciplinadas a EEUU. Esto cambió con Carter
(presidente 1977/81), cuando EEUU gira hacia la política de
“contrarrevolución democrática” para confrontar más
ventajosamente al “totalitarismo” de Moscú.
.-
“Esas transformaciones fueron hechas por la fracción superior de las
clases capitalistas. En un capitalismo donde la propiedad y la
administración están separadas, la propiedad de esos grupos
sociales sobre los medios de producción se expresa mediante la
posesión de acciones, es decir, de títulos; son igualmente
acreedores, es decir, tienen títulos de crédito que les dan
derecho sobre una parte de las ganancias de las empresas. Esta
propiedad tiene pues un carácter financiero y Marx reunía
la posición de los accionistas y prestamistas, que a menudo son
los mismos, en la categoría de capital de préstamo.” Gérard
Duménil y Dominique Lévy, El imperialismo en la era neoliberal, www.cepremap.ens.fr, 2005.
.-
Por supuesto, no desconocemos que en China esto fue precedido por
importantes convulsiones, la última –Tien An Men, mayo / junio
de 1989– contemporánea del fin del Muro de Berlín. Con
“evolutivo”, sólo queremos decir que mientras en el caso de
la Unión Soviética se produjo una ruptura del régimen,
en el caso de China se dio una continuidad. Sin embargo,
bajo esas formas institucionales opuestas, el proceso fue del
mismo signo: el giro al capitalismo. Y además, el mismo sector
social, la burocracia, se “recicló” en las condiciones
particulares de cada caso.
.-
Con el paso de los años, ya se sabe qué pensaba realmente
y sobre todo qué programa tenía la alta burocracia del
Partido Comunista de la Unión Soviética, detrás de los
discursos rituales del ceremonial “socialista”. Uno de los
innumerables ejemplos es el del “ideólogo” del Politburó y
verdadero teórico de la “glasnost” a fines de los 80, Aleksander
Yakovlev –un personaje menos notorio, pero no menos influyente
que Gorbachov o Yeltsin–, que falleció recientemente. En la
nota necrológica de un corresponsal europeo en Moscú que llegó
a tener en esos años íntima amistad con Yakovlev, recuerda su
sorpresa cuando, en conversaciones confidenciales, le fue
revelando lo que realmente pensaban él y el resto del Politburó:
“En aquellos inicios de la perestroika nadie podía
sospechar que Yakovlev, la persona que estaba al frente de la
ideología en el Politburó del PCUS, fuera lo que en Occidente
definiríamos como un anticomunista... Usaba la jerga de la
doctrina oficial, pero, conforme se pudo quitar la obligada máscara
del decorado doctrinario, que todos llevaban, apareció un señor
de derechas, no muy alejado de los esquemas de Ronald Reagan o
Margaret Thatcher... [Tenía] una concepción de la Revolución
Rusa como "accidente histórico" y la tesis de que la única
alternativa al régimen soviético era el sistema de Estados
Unidos...” (Rafael
Poch, “El anticomunista del Politburó”, La Vanguardia,
Barcelona, 19/10/05).
Es
bueno recordar que, en esos años, la mayoría de los trotskistas
creía que era inconcebible que la burocracia promoviese la
restauración porque así, supuestamente, se suicidaría como capa
social privilegiada. Ernest Mandel, por ejemplo, en su libro de
casi 400 páginas “Où va l’URSS de Gorbatchev?” partía
de la siguiente tesis: “Creer que Gorbachov o el ala
‘liberal’ de la burocracia o la burocracia en su conjunto
desean restaurar el capitalismo, es no comprender nada sobre la
naturaleza, las bases y la extensión de sus privilegios. El 90%
de ellos perderían mucho más de lo que ganarían. Sería suponer
a esta casta capaz de [hacerse] un hara-kiri...” (pág. 20) Esto
se complementaba con la caracterización de que Yeltsin era... ¡el
“ala izquierda” de la burocracia! En verdad, Trotsky fue más
dialéctico que muchos de sus discípulos, cuando decía que si
bien en esos momentos (los años 30) la burocracia no podía
ir al capitalismo, a la larga su triunfo implicaba la
restauración.
.-
Ya que estamos hablando de personajes emblemáticos, en octubre
falleció Rong Yiren, ex vicepresidente del
Gobierno chino desde 1993 hasta 1998 y conocido con el sobrenombre
del “capitalista rojo”. Descendiente de una de las familias más
ricas de China, Rong en 1978 fue uno de los máximos responsables
de las reformas económicas iniciadas por Deng Xiaoping. En 1979
fundó el conglomerado empresarial CITIC, que es uno de los
principales receptores de las inversiones exteriores hacia China.
La revista Forbes le calculó en el año 2000 una fortuna personal
estimada en 1.580 millones de euros. ¡Nada mal para un
“comunista”!
.-
Michel Husson, La mondialisation déséquilibrée,
hussonet.free.fr/textes, 2005.
.-
La importancia de estos dos hechos estrechamente relacionados
–las variaciones de los porcentajes en el ingreso y en la
riqueza de las capas más altas de la burguesía– es subrayada
especialmente en los trabajos de Duménil & Lévy. Los datos
que damos aquí son tomados de los siguientes textos de estos
autores: The Neoliberal (counter)Revolution, 2004, The
Economics of the US Imperialism at the Turn of the 21st Century,
Review of International Political Economy, 2004, Vol. 11., El
imperialismo en la era neoliberal, Revista de Economía Crítica,
N° 3, 2005.
.-
Esto dio pie a las más diversas divagaciones teóricas, desde los
que veían como perspectiva un capitalismo donde el estado y los
monopolios se fuesen fusionando (capitalismo monopolista de
estado), y donde los acuerdos entre monopolios irían reduciendo
la competencia y haciendo que la ley del valor fuese dejando de
determinar los precios, etc., hasta los que consideraban las
estatizaciones como pasos en sentido transicional al socialismo.
.-
François Chesnais, “La mondialisation financière”,
Syros, París, 1996, pág. 24.
.-
En esta situación, hay una presión fenomenal por dividendos, y
la perspectiva real o ilusoria de los mismos alimenta con otros
factores las “burbujas” especulativas. Esta exigencia que pone
por encima de todo la distribución inmediata de dividendos, tiene
entre otros efectos la generalización de los fraudes contables,
para ocultar pérdidas y simular ganancias. Ahora ya no se trata
como en el caso Enron de yuppies aventureros, sino que
también la antigua y seria General Motors, hoy al borde de la
quiebra, acaba de ser pillada falsificando sus balances.
.-
La productividad del capital es la relación entre el valor de la
producción y el stock de capital fijo (edificios, maquinas,
etc.). La productividad del trabajo es la relación entre el valor
de la producción y el número de horas trabajadas.
.-
Por supuesto sería un error (frecuentemente) tomar como absoluto
este hecho, haciendo de la “deslocalización” el único o
principal responsable de la pérdida de empleos en los países de
“altos costos salariales”. Se trata de una tendencia
que actúa al mismo tiempo junto con tendencias contradictorias.
Es que las zapatillas Nikke o los electrodomésticos Moulinex
pueden mudarse de EEUU y Europa al Asia, pero difícilmente lo
vaya a hacer, por ejemplo, la Boeing. Pero lo más importante de
la puesta en competencia mundial de la fuerza de trabajo, es que
esto presiona para nivelar por lo más bajo el salario y
las relaciones laborales en general. Sobre el caso GM, ver Joseph
B. White y Lee Hawkins, “Un problema contable profundiza la
crisis en GM”, The Wall Street Journal, 11/11/05.
.-
Parte de la política económica de Bush es el llamado
“keynesianismo militar”; es decir, el crecimiento desmesurado
de los gastos militares como forma de estimular la economía.
Claro que esto ha disparado el déficit del presupuesto federal de
EEUU con el obligado crecimiento de la deuda pública.
.-
Inversión “de cartera” es la que se aplica a la compra de
acciones y títulos en las bolsas. La inversión directa es la que
llega a un país para aplicarse directamente a una actividad
empresaria.
.-
El año 2005 marcó el record histórico de 37 millones pobres,
con 12 millones en la indigencia, o sea, en el hambre. En
el índice mundial de pobreza infantil, EEUU ha llegado al puesto
Nº 22, es decir, en la penúltima posición entre los países
desarrollados. Sólo México se ubica por debajo. EEUU es el único
estado rico del mundo que no garantiza una mínima atención médica
gratuita a sus ciudadanos. La falta de cobertura de salud causa
18.000 muertes de estadounidenses por año (6 veces el número de
muertos del tan publicitado 11 de septiembre). Este deterioro
tiene que ver con éxitos del ataque a las clases trabajadoras,
base para fenomenal trasferencia de ingresos al 20% de ricos y al
1% de supermillonarios, uno de cuyos instrumentos es la
generalización del “empleo basura”, que en EEUU es conocido
como “waltmartización”, por el modelo de los supermercados
Wal Mart que pagan salarios de hambre y no toleran la
sindicalización. (Datos de Sara B. Miller and Amanda Paulson, “Despite
more jobs, US poverty rate rises”, The Christian Science
Monitor, 31/08/05, Michael Ventura, “Los Estados Unidos en números”,
www.socialismo-o-barbarie.org)
.- Un artículo en la revista Foreign
Affairs, sintetiza así la cuestión: “La deuda externa de EEUU
es ahora de más del 25% del PBI, un nivel muy elevado, teniendo
en cuenta que las exportaciones son una fracción pequeña del
PBI. El déficit de cuenta corriente de EEUU es ahora comparable
al de Tailandia y México en los años que llevaron a sus crisis
financieras.
“En los años 90, EEUU tomó préstamos en el exterior
para financiar inversiones privadas. Hoy, sin embargo, toma la
mayor parte de préstamos en el extranjero para financiar el déficit
del presupuesto federal, que se prevé cercano al 3,5% del PBI en
2005. (En el 2000, EEUU tenía un superávit de un 2,5% del PBI).
El reciente crecimiento económico no ha reducido el déficit del
presupuesto, pero ha incrementado la demanda privada de los
escasos ahorros. El resultado neto ha sido que más nunca se han
tomado préstamos del exterior. En el 2004, los extranjeros
compraron el asombroso monto de 900.000 millones de dólares en
bonos a largo plazo. Los EEUU exportaron un dólar deuda por cada
dólar de productos que vendieron en el exterior. Viendo hacia el
futuro, la situación deudora de EEUU sólo podrá empeorar.
Mientras la deuda externa crece, los intereses pagados por esa
deuda van a aumentar. El déficit de cuenta corriente continuará
creciendo, basado en los pagos cada vez mayores de la deuda
externa, incluso si el déficit del comercio exterior se
estabilizara. Este es el motivo por el cual sostener déficits
comerciales plantea el tipo de dinámica explosiva de la deuda,
que lleva a crisis financieras.” (Brad Setser and Nouriel Roubini, “Our Money, Our
Debt, Our Problem”, Foreign Affairs, July/August 2005).
.-
Duménil & Lévy, “El imperialismo en la era...”,
cit.
.-
"Esta economía no puede durar", Entrevista a
Paul Volcker, sitio web de Realidad Económica, 09/07/05.
.-
Neela
Banerjee, “Drive for Renewable Energy Stuck in Neutral”,
The New York Times, 20//08/02.
.-
Los datos de la reservas (seguras o probables), que son
principalmente manejados por las petroleras, se inflan y desinflan
según sus conveniencias del momento. Ángelo Barraca, profesor de la
Facultad de Física de la Universidad de La Habana y especialista
en energías limpias, señala que “actualmente el petróleo
total que queda por descubrir se evalúa en alrededor de 163 Gb
(Gigabarril = mil millones de barriles), y se prevé un aumento de
extracción de 6 Gb/año. Mientras, las reservas totales ciertas y
probables se evalúan en 821 Gb, y las posibles, alrededor de 150
Gb, proveyendo una extracción actual de 23 Gb/año. Resulta claro
que los nuevos descubrimientos no pueden reconstituir el petróleo
que se extrae, así que el ritmo de extracción deberá disminuir
inevitablemente”. (“La próxima crisis mundial del petróleo”,
CUBASOLAR, 29/12/03.
.-
“Energy: Remarks by Chairman Alan Greenspan”, The
Federal Reserve Board, 17/10/05, subrayado nuestro.
.-
Le Monde, 16/02/05, citado por Robert Lochhead, “El
capitalismo contra el clima”, Viento Sur N° 82, Madrid,
septiembre 2005.
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