Socialismo o Barbarie
N° 19

Tendencias de la situación mundial

Por Roberto Ramírez

Tercera parte

4. LOS PRINCIPALES CENTROS MUNDIALES DE LAS LUCHAS POLÍTICAS Y SOCIALES

En estos momentos el “núcleo” de la situación mundial es el interrogante de adónde irá a parar el fracaso de la aventura hegemonista del imperialismo yanqui, fracaso que fue principalmente determinado por el otro hecho fundamental que subrayamos al principio: la eclosión de una multiplicidad de expresiones de protesta, resistencia y luchas, que en algunos casos han llegado a configurar grandes rebeliones nacionales y sociales.

Este fenómeno se desarrolla con enormes diferencias de ubicación geográfica, sujetos sociales y políticos, formas de lucha, organizaciones, programas, direcciones e ideologías, aunque también en ese conjunto, en algunas regiones, como América latina y Europa occidental, comienza desde hace tiempo a advertirse la vuelta a escena de la clase trabajadora. Aquí se expresan y se mezclan tanto el enfrentamiento directo o indirecto al ataque hegemonista lanzado por EEUU, como los reclamos generales de las masas, en una etapa donde del capitalismo no da mayores concesiones. Pero, al mismo tiempo, en relación a este último aspecto, en algunas regiones y países también se está haciendo políticamente difícil continuar con neoliberalismo puro y duro de los 90, como lo exigirían las determinaciones puramente “económicas”.

Este último hecho, se combina con ya la mencionada crisis de subjetividad, que tiene su centro en la crisis de alternativas al capitalismo; es decir, que en la conciencia de las masas trabajadoras y populares aún no se ha restablecido la perspectiva de terminar con el capitalismo y reemplazarlo otro sistema, el socialismo. Las masas luchan, pero generalmente sin alternativas reales.

La resultante de estos factores –exigencias económicas brutales de “competitividad”, dificultades políticas crecientes de continuar con ese neoliberalismo “puro y duro” y crisis de alternativas al capitalismo– ha generando un amplio espacio político para distintas corrientes que prometen la magia de mejorar la situación de las masas... pero sin ir tomar medidas anticapitalistas de fondo. En este vasto espacio político, crecen vigorosamente las más diversas variantes de nuevos y viejos reformismos, y otras corrientes con soluciones más o menos “mágicas”, adecuadas a las tradiciones ideológicas de cada caso. [[1]] Esto, a nivel económico-social, por regla general no va más allá de un “reformismo de la miseria”: es decir, un asistencialismo para paliar la indigencia, pero que no revierte el reparto cada vez más desigual del ingreso ni las tendencias a la polarización social, instaladas mundialmente desde los 80. Para lograr eso, habría que trastrocar la configuración neoliberal de las economías nacional y mundial. Y eso exigiría medidas anticapitalistas.

Pero la crisis de alternativas no opera sólo a nivel económico-social, sino también en la esfera política. Esto da un fuerza considerable al mecanismo del “mal menor”. La ausencia de una alternativa global creíble, tanto a nivel político como económico-social, da amplios márgenes para los engañosos mecanismos de “lo posible” y el “mal menor”, y los efectos desproporcionados que logran insignificantes concesiones políticas y/o económicas. [[2]]

Este panorama mundial de las luchas sociales y políticas es extremadamente desigual y complejo. Sus “desigualdades” no son meramente “cuantitativas” –es decir del grado de desarrollo de movimientos y luchas–, sino también de las “cualidades” que en cada caso se combinan en concreto. Dentro de este cuadro tan complejo y variado, aparecen tres centros (o más bien regiones) principales de las luchas sociales y políticas.

Uno es Iraq y Medio Oriente, de trascendencia obvia para el destino final de la aventura hegemonista del imperialismo yanqui. El otro es la Unión Europea, que atraviesa una crisis económica y política, y en la cual, alrededor de Francia, se desarrolla la resistencia a la liquidación de las conquistas y concesiones de posguerra, y la institucionalización definitiva de lasa normas neoliberales. Asimismo, Europa occidental sigue siendo la región de mayor desarrollo de los llamados “movimientos altermundistas”, así como también de importantes movilizaciones, especialmente en el Reino Unido, contra la guerra de Irak. Por último, América Latina –y en especial Sudamérica– que ha venido presentando las situaciones más avanzadas de la lucha de clases y, al mismo tiempo, de las trampas del reformismo sin reformas.

4.1. Iraq y Medio Oriente: los combates más heroicos y los peores embrollos ideológicos y políticos

Por supuesto, está fuera de los alcances de este texto un análisis exhaustivo de Iraq y Medio Oriente. Aquí nos vamos a limitar a examinar cómo se presentan en su caso, los parámetros políticos generales que mencionamos.

Como ya hemos señalado, tanto por motivos económicos (las mayores reservas mundiales de hidrocarburos) y geopolíticos (su ubicación en relación a Europa, Asia y África, su carácter de centro geográfico e histórico del Islam) el dominio del Medio Oriente es clave para cualquier imperialismo que aspire a la hegemonía mundial.

En los años 30, Estados Unidos desembarcó con sus petroleras en la recién formada Arabia Saudita. En 1936, la Arabian Standard Oil Company –luego transformada en Arabian American Oil Company (ARAMCO)– perforó el primer yacimiento y en 1938 ya estaba en marcha la producción comercial. Pero con eso no sólo nacía una realidad económica sino también política y geopolítica. El “Reino de Arabia Saudita” acababa de constituirse en 1932. La dupla monarquía saudí + ARAMCO puso el primer pilar del dominio del imperialismo yanqui en la región, que en ese entonces estaba mayormente repartida en colonias británicas (los territorios de Egipto, Palestina, Jordania e Irak) y francesas (Líbano y Siria). Bajo el ala del águila estadounidense, Arabia Saudita surgió como el nuevo modelo de coloniaje en la región: un estado formalmente “independiente”, con un régimen brutal y ultrareaccionario, y una clase dirigente socia-vasalla de EEUU.

Pero fue sólo después de la Segunda Guerra Mundial de 1939-45 que Estados Unidos se instalaría plenamente en la región, desplazando a los imperialismos europeos en retirada. Fue también en esos momentos que se constituyó, en 1948, el que sería el otro (y principal) pilar de su dominio en la región: el Estado de Israel.

Israel, y la relación singular que establece con EEUU especialmente desde la década del 60, va a ser hasta hoy uno de los determinantes geopolíticos fundamentales de la región.

Ya hemos analizado, en el capítulo correspondiente a EEUU, el carácter de “enclave colonial” de Israel, pero que se presenta en una forma sui generis, ya que se desarrolla en una época distinta a la del florecimiento de los viejos imperios coloniales europeos. También destacamos que esta forma de colonización se construye desplazando y expulsando a la población originaria.

La colonización iniciada por los sionistas en Palestina después de la Primera Guerra Mundial bajo auspicio británico (Palestina, arrebatada a los turcos, había pasado a formar parte del Imperio) adoptó necesariamente esa forma. El “hilo conductor” de la colonización sionista, desde antes de la constitución de Israel y, luego, bajo todos los gobiernos de “izquierda” o de “derecha”, ha sido siempre el mismo: la expulsión de la población originaria palestina, para el asentamiento de más colonizadores. No por casualidad, este largo proceso de “limpieza étnica” ha ido desembocando en algo similar a la Sudáfrica del apartheid: el encierro de la población originaria en “bantustanes” cada vez más reducidos y fragmentados: el mayor en la Franja de Gaza, y otros menores en Cisjordania. A ese rosario de guetos, rodeados de un muro de cemento de ... metros de altura que se extiende por ... kilómetros, se pretende ahora bautizar como “Estado Palestino”.

Ascenso y decadencia del nacionalismo burgués

Pero después de la Segunda Guerra Mundial no sólo se creó y desarrolló el Estado de Israel. En verdad el centro de las escena en la región lo ocuparon los grandes movimientos de masas para sacudirse el yugo de la dominación colonial o sus remanentes (como las monarquías títeres de Egipto e Irak). Política e ideológicamente se desarrollaron dos corrientes. Una, ampliamente mayoritaria, el nacionalismo burgués o pequeñoburgués. Otras corrientes, minoritarias pero no insignificantes, fueron las de izquierda, pero con la característica de que el espacio del marxismo sería ocupado casi en un 100% por los partidos comunistas subordinados a Moscú.

La corriente nacionalista que establecería un modelo para el mundo árabe y el resto del Tercer Mundo fue la del coronel Nasser en Egipto, que en 1952, con otros oficiales del Ejército, encabezó la revolución que destronó al rey Faruk, un títere de Inglaterra. Pero en verdad el proceso más profundo fue la revolución iniciada en Irak en 1955, con el derrocamiento y ejecución del rey Faisal. En ese largo desarrollo se registró una destacada actuación del movimiento obrero y de la izquierda, como no se dio en otros países de la región.

Pero la izquierda y los luchadores obreros intervenían en estos ricos procesos revolucionarios con una cadena al pie. Los partidos comunistas –que ocupaban prácticamente todo el espacio de la izquierda– seguían la línea dictada por Moscú: apoyar siempre a las direcciones nacionalistas burguesas o a sus presuntas “alas izquierdas”. Esto llevó a una combinación de catástrofes. En primer lugar, desarmaba totalmente a la izquierda y al activismo obrero cuando las direcciones nacionalistas terminaban girando, inevitablemente, a la derecha... y desatando brutales represiones.

Pero, en segundo lugar, el efecto más grave y a largo plazo se produjo cuando el nacionalismo burgués fue entrando en bancarrota y perdiendo el inicial apoyo entusiasta de las masas populares. Frente a la desilusión con el nacionalismo que estaba en el poder en esos países –una decepción que ya era arrolladora en los 80–, no existían alternativas a la izquierda. Los partidos comunistas nunca se habían presentado como alternativa, sino como sostenedores más o menos “críticos” o más o menos incondicionales de las corrientes y gobiernos nacionalistas. Lo determinante para los partidos comunistas era en qué medida el gobierno nacionalista de turno se aliaba a Moscú contra Occidente. Todo se subordinaba a los juegos diplomáticos y la política de estado de la burocracia soviética.

El fracaso del nacionalismo burgués tuvo varios aspectos que hoy tienen vivas consecuencias. En primer lugar, fracasó miserablemente en la tarea fundamental de unir a la nación árabe y demás pueblos de Medio Oriente. El nasserismo levantó esa bandera progresiva y llegó a constituirse la República Árabe Unida (RAU), con Egipto, Siria y Yémen. Pero el choque de los intereses particulares burocráticos y burgueses de cada país terminaron rápidamente con la RAU.

El nacionalismo aplicó medidas progresivas de modernización del estado y la sociedad, estableciendo el carácter secular del estado y la legislación, la igualdad jurídica (aunque no real) de la mujer, la alfabetización masiva, etc. Sin embargo, estas medidas, en el marco del intento de desarrollar un capitalismo “nacional”, finalmente no se tradujeron en una mayor igualdad, ni tampoco en la reabsorción plena de las fracturas étnicas, tribales, regionales y sectario-religiosas que cruzaban desde hace siglos estas sociedades.

En casi todos esos países, el triunfo del nacionalismo había sido sinónimo de la llegada al poder de sectores de la oficialidad del ejército. Aunque el proceso en los tres principales países –Egipto, Siria e Irak– tuvo diferencias importantes, el fin del colonialismo inglés y francés significó también un proceso de transformación de las clases privilegiadas en esos países. Sectores más o menos importantes que habían vivido a la sombra del poder colonial fueron a veces barridos. El rol de una burguesía nacional fue asumido inicialmente por el nuevo estado y su “columna vertebral”, la oficialidad del ejército. Casi sin excepción, todas las figuras políticas que se fueron sucediendo a la cabeza de los estados, fueron militares. Constituyeron regímenes bonapartistas, dictatoriales, donde combinaban el sistema de “partido único” –caricatura nacionalista burguesa del modelo stalinista– con el papel central de la burocracia militar.

Aunque todos estos movimientos nacionalistas se proclamaban “socialistas” –el partido de Nasser se llamaba Unión Socialista, y en Siria e Irak terminan gobernando dos ramas del Ba’ath (Partido Socialista del Renacimiento Árabe)–, su proyecto económico-social se mantuvo completamente en los marcos del nacional-desarrollismo y del capitalismo de estado, más o menos dominante según los casos. Al mismo tiempo, el ejercicio del poder por la oficialidad de las fuerzas armadas, abrió las puertas del enriquecimiento individual y familiar de estos sectores, generalmente de origen popular. Así el “socialismo” nasserista y del Ba’ath acaban generando nuevos sectores burgueses. Esto introduce presiones sociales cada vez mayores para girar todo a la derecha.

El surgimiento de nuevos sectores burgueses y privilegiados se relaciona con el hecho que señalamos, de que el nacionalismo no sólo fue incapaz de unificar a la nación árabe y los pueblos de Medio Oriente sino que tampoco pudo reabsorber las fracturas étnicas, tribales, regionales y sectario-religiosas, heredadas del pasado. Bajo esas diversas fachadas, las delimitaciones de las sociedades precapitalistas encubrían relaciones de dominio y explotación. La transición al capitalismo no las disuelve automáticamente. Por el contrario, a veces puede exacerbarlas, porque las nuevas relaciones de dominio/explotación se pueden montar en parte sobre las viejas delimitaciones. Así, en los regímenes nacionalistas se dio el hecho de que el poder y el enriquecimiento corrieron principalmente por algunos de esos viejos canales, mientras que la postergación y la pobreza se volcaban sobre otros.

Los regímenes nacionalistas, al secularizar el estado y la legislación, establecían una “igualdad” formal que aparentemente borraba esas antiguas diferencias: todos eran ciudadanos “iguales” del mismo estado. Pero esto, en buena parte, quedaba como una mera “ficción jurídica”. Y cuando algún sector trataba de avanzar con algún reclamo particular, la respuesta solía ser brutalmente represiva. Las masacres de Sadam Husein contra kurdos y shiítas no han sido una excepción en Medio Oriente. Sólo han recibido más publicidad (tardía) en los medios occidentales. Pero esos mismos medios ocultan, por ejemplo, que el régimen proyanqui de Egipto da el mismo tratamiento a los pueblos del sur, del Alto Nilo.

Esto hoy es plenamente aprovechado por el imperialismo yanqui e Israel, tanto en Irak como en todo Medio Oriente. Su política es que los pueblos de Medio Oriente se despedacen en peleas y venganzas como las de cristianos versus musulmanes, árabes versus kurdos, iraníes (persas) versus árabes, sunnitas versus shiítas, etc., etc. Al mismo tiempo, maniobran con las respectivas elites para chantajearlas, someterlas y/o cooptarlas.

A fines de los 70 y plenamente en los 80, el nacional-desarrollismo y el capitalismo de estado se van agotando. Esto genera diversas respuestas que implican la bancarrota final del proyecto nacionalista. En Egipto, el aparato de estado y la burguesía se pasan con armas y bagajes al campo de EEUU y firman la paz con Israel. En Irak, en 1979 llega Sadam al poder, se pone al servicio de EEUU y en 1980 desata una guerra fratricida de ocho años contra Irán.

Pero el vacío ideológico y político que fue dejando el fracaso del nacionalismo no sería cubierto por fuerzas a su izquierda, sino principalmente a su derecha: las corrientes llamadas “islamistas” o del “Islam político”. “La era islamista... entre el comienzo de los años 70 y el fin del siglo XX... ha constituido, en gran medida, una fase de negación de la época anterior: la del nacionalismo”. [[3]] El siglo XXI se inició en Medio Oriente con la presencia de este importante actor ideológico-político.

El “Islam político”: un fenómeno complejo y contradictorio, pero cuya resultante es reaccionaria

La propaganda yanqui-sionista ha impuesto en Occidente una caricatura infame de los pueblos árabes y, en general, de los que profesan mayoritariamente la religión del Islam (que hoy son muchos más que los árabes). Tan bárbaros como fanáticos, necesitan del garrote occidental, esgrimido por EEUU e Israel, para que se civilicen un poco, abandonen el “terrorismo”, y aprendan a vivir en “democracia” (es decir, sometidos al capitalismo neoliberal).

Esta nueva versión en el siglo XXI de “la carga del hombre blanco” se expresa no sólo en esperpentos ideológicos de derecha como el mentado “choque de civilizaciones”. La generalización de la “islamofobia”, tanto en EEUU como en Europa, tiene también versiones “de izquierda” o “progresistas”. Uno de sus caballitos de batalla preferidos es presentar la cosa desde el punto de vista de la defensa de los derechos de la mujer. En algunos países, como Francia, se invoca también el sacrosanto “laicismo”.

Las versiones “progres” de la cruzada antiislámica tienen a veces lamentables reflejos hasta en las corrientes marxistas revolucionarias. Así, ante los atentados del 11 de septiembre, todo un sector del trotskismo francés respondió poniendo prácticamente un signo igual entre la guerra mundial iniciada por el principal imperialismo para erigir un imperio colonial en Medio Oriente y establecer una absoluta hegemonía global, con los atentados de un grupo político-militar que se reclama islamista.

Es, entonces, desde esta posición de tajante rechazo a la “islamofobia” de moda (tanto la de derecha como la “progre”) que intentamos una breve evaluación de uno de los fenómenos políticos más importantes de comienzos del siglo XXI, que son los movimientos islamistas o el llamado “Islam político”.

Lo primero es advertir que la propaganda occidental simplifica burdamente todo. Presenta al Islam (en cuanto religión y/o comunidad religiosa) y al “islamismo” o “Islam político” como algo homogéneo, son todos iguales. Es la clásica “mirada” colonialista, para la cual todos los chinos (o todos los negros, o todos los “indios”) son iguales. Esto viene de lejos. El gran intelectual palestino Edward Said analizó en “Orientalismo”, un libro que ya es un clásico, esta visión “esencialista”, tanto del “Oriente” como de sus pueblos y fenómenos religiosos y culturales; una visión “esencialista” que ya tiene siglos.

En verdad el Islam, así como los pueblos donde predomina esa religión, forman un conjunto tanto o más heterogéneo que los que engloba el cristianismo. Esta heterogeneidad se presenta tanto en la esfera del Islam en cuanto religión, como en las corrientes políticas que se reclaman “islámicas”.

El cristianismo ha sido referencia para un arcoiris de posiciones políticas. Algo parecido, aunque no exactamente igual, sucede con el Islam. La referencia al Islam es reclamada desde la dudosa Al-Qaeda hasta partidos similares a los demócrata cristianos europeos. Por supuesto, es imposible aquí trazar este cuadro completo y su aun más compleja evolución. Aquí sólo vamos a referirnos a algunas corrientes fundamentales, porque tienen incidencia en el campo de batalla central de estos momentos, Irak.

Antes de su irrupción masiva de los 80, los movimientos “islamistas” tienen una larga historia o “prehistoria”, que puede remontarse a principios del siglo XX o incluso antes. Pero esa irrupción masiva de los 70 y 80 tiene como referencia a dos grandes acontecimientos simultáneos: 1) la revolución de 1979 en Irán contra la monarquía pro occidental del Sha Reza Palevhi, que después de una larga lucha interna terminaría imponiendo el régimen teocrático de la República Islámica, encabezado inicialmente por el ayatola Jomeini; 2) la ocupación soviética de Afganistán, en diciembre del mismo año de 1979, que desencadenó a una movilización internacional de “yihadistas” [[4]] desde Marruecos a Pakistán para apoyar la resistencia afgana. Allí, comenzaría su carrera el famoso Osama Bin Laden, como agente de la petromonarquía de Arabia Saudita (que financiaba la movida islámica)... y también como vínculo de la CIA, que proporcionaba armas e instructores a los “luchadores de la libertad” a través de la dictadura militar de Pakistán. Esta doble “marca de origen” ilustra por sí misma la complejidad del fenómeno del Islam político y sus increíbles zigzagueos.

La corriente islamista de credo shiíta, encabezada por Jomeini, que logró copar la gran revolución de Irán, reprimiendo sanguinariamente al movimiento obrero y a la izquierda, desarrolló al mismo tiempo un fuerte enfrentamiento con Estados Unidos, que encomendó entonces a su agente en esos años, Sadam Husein, que le hiciera la guerra. Hoy, EEUU y el régimen clerical-teocrático de Irán no han terminado de hacer las paces, y hay una fuerte tensión, entre otros motivos (o pretextos) por la posibilidad de que Teherán llegue a hacerse con armas atómicas. Un motivo adicional (y probablemente más auténtico) es que en Irán, además de petróleo, se han revelado notables reservas de gas, que han despertado el apetito occidental

Sin embargo, en Irak, esa misma corriente islamista shiíta pro-iraní, es hoy uno de los principales puntales del gobierno títere de EEUU. Sin ese apoyo de un amplio sector islamista, todo el plan de “transición” para establecer un régimen vasallo y permitir una salida “digna” de EEUU, se desplomaría. Este tinglado colonial está sostenido por el ayatolla Alí Sistani, la máxima jerarquía religiosa de la shía en Irak y, a nivel político, por el Supremo Consejo para Revolución Islámica en Iraq, un partido formado clandestinamente en los tiempos de Sadam, que fue impulsado desde Irán para hacerle oposición durante la guerra de 1980-88.

Este “Supremo Consejo para Revolución Islámica” propone como modelo el régimen clerical-teocrático de Irán y sus lazos con Teherán son públicos y notorios. Esto no le ha impedido ponerse al servicio del ocupante. Y esos servicios no son sólo políticos. Su milicia privada, la Brigada Badr, reúne unos 5.000 facinerosos dedicados a cometer asesinatos, violaciones y saqueos, y aterrorizar a la población sunnita y a los shiíes adversarios de la ocupación.

El recorrido de la otra gran corriente islamista, pero de credo sunnita, que tiene como punto de partida Afganistán, no es menos tortuoso. La corriente llamada “salafista yihadista” [[5]] comenzó combatiendo la ocupación soviética con el auspicio de Arabia Saudita y Estados Unidos. La CIA daba las armas, los sauditas el dinero y el cine de Hollywood exaltaba a los muhayidin que peleaban contra al “Imperio del Mal” soviético. En esos días no eran “terroristas”, sino “luchadores por la libertad”.

Y ese apoyo no sólo fue para que hicieran la guerra por cuenta de Estados Unidos. La CIA y los petrodólares sauditas promovieron, a través de la dictadura militar de Pakistán, la “islamización” de ese estado (que era de tradición secular) como antídoto del nacionalismo y del marxismo. Para eso, proliferaron las escuelas coránicas, tanto para los niños pakistaníes como para los refugiados afganos. De allí saldrían los talibán (talib = alumno)...

Pero diez años después, se produciría un giro notable. La retirada soviética en Afganistán (1989), pero sobre todo la Guerra del Golfo (1991) contra Irak (con el establecimiento de tropas estadounidenses en Arabia Saudita), produjeron una ruptura e hicieron que un amplio sector de esta corriente “cambiara de hombro el fusil”. En febrero de 1998 apareció la fatwa “Yihad contra judíos y cruzados”, manifiesto firmado por Bin Laden y otros líderes islamistas de Egipto, Pakistán y Bangladesh, que constituía una declaración de guerra. Sin embargo, aunque Estados Unidos apareció sustituyendo a la Unión Soviética como enemigo, el balance político de esta corriente islamista no es en modo alguno positivo.

En primer lugar, plantea la lucha en los mismos términos que, desde el polo opuesto, lo hacen los más reaccionarios ideólogos del imperialismo. Es el esquema simétrico al del “choque de civilizaciones”. El combate no es contra las burguesías imperialistas de EEUU, Europa, etc., sino que está planteado en términos religiosos: es una lucha contra “la alianza judeo-cristiana que está ocupando la tierra sagrada del Islam”, para enfrentar “la feroz campaña judeo-cristiana contra el mundo musulmán”. [[6]]

Por supuesto, el problema no es de orden “teórico-ideológico”. Infinidad de veces en la historia se han generado movimientos progresivos que han tenido toda clase de falsas ideologías. El problema es que de estas concepciones se derivan políticas y acciones que terminan siendo funcionales a EEUU y a los enemigos que dicen combatir.

Los ataques terroristas, tanto en EEUU y Europa como los llevan adelante en Irak contra la población shiíta, se encuadran dentro estas concepciones. Además de las consideraciones humanistas que se pueden hacer sobre estas acciones terroristas, el hecho político es que son absolutamente contraproducentes. Políticamente, para lo único que han servido es para alinear a los trabajadores y el pueblo detrás de sus gobernantes imperialistas. Sin el 11 de septiembre, difícilmente Bush hubiese podido lanzarse a la invasión y ocupación de Afganistán e Irak.

Bajo la categoría común de “cristianos” (o “judíos”) se borran todas las diferencias de clase. Se pone un signo igual entre los trabajadores y el pueblo y sus burguesías y gobiernos imperialistas. En la lucha contra el imperialismo y, en general, contra la explotación y los ataques que lleva adelante contra los países de la periferia, la única estrategia válida es la de buscar la alianza entre las masas del Tercer Mundo, y los trabajadores y sectores populares de los propios países imperialistas. Fue esa combinación la que logró derrotar al imperialismo yanqui en Vietnam. ¡Imaginemos lo que hubiese pasado, si la política de los vietnamitas hubiese sido la de poner bombas en Nueva York!

Iguales o peores son las consecuencias de las acciones de estas corrientes en el mismo Irak. Un grave problema para el triunfo de la Resistencia es la política colaboracionista de un sector importante de los dirigentes religiosos y políticos shiítas. La respuesta islamista son los coches-bombas y otros atentados indiscriminados contra la población shií. La política del imperialismo es la exacerbar los enfrentamientos sectario-religiosos y/o étnicos y estas corrientes islamistas –pero de credo sunnita– entran con todo en ese juego.

Esto es tan escandalosamente funcional a la política del imperialismo, que muchos analistas ponen en duda las historias de Al-Qaeda y hasta la existencia de los fantasmales Bin Laden y Al-Zarqaui, y se preguntan si no son una confección del Mossad y la CIA. [[7]]

Por supuesto no sería la primera vez en la historia que el terrorismo es manipulado por los gobiernos y servicios. En el caso de Irak, ha habido varios incidentes donde han aparecido claramente sus huellas digitales. [[8]] Sin embargo, hay que descartar las concepciones de tipo conspirativo. Las corrientes islamistas en general y las que se dedican al terrorismo en particular son un hecho ideológico-político, que tiene bases sociales. No lo puede “fabricar” ninguna conspiración (aunque puede ser parcialmente manipulable).

Su génesis tiene que ver con la bancarrota del nacionalismo y la ausencia de una alternativa socialista, en medio de una crisis de esas sociedades bajo el impacto de los ataques brutales del imperialismo, las injusticias y arbitrariedades de sus regímenes y la miseria de la mayor parte de las poblaciones. La crisis de subjetividad en el Medio Oriente se expresa en embrollos ideológicos y políticos nada progresivos. Esto tiene influencia directa sobre el curso de la más importante lucha regional y mundial: la resistencia del pueblo iraquí.

Irak: la derrota del proyecto hegemonista de Bush no implica automáticamente una salida progresiva para los trabajadores y las masas iraquíes y del Medio Oriente

Considerado a nivel mundial, el proyecto “hegemonista” de Bush ha naufragado. Se ha demostrado inviable, aunque no haya experimentado todavía en Irak y Medio Oriente una ruidosa y humillante derrota al estilo de Vietnam en 1975. Esto, por supuesto, es de enorme importancia, y se expresa como dijimos en una crisis de hegemonía que se refleja también en América Latina y otros continentes.

Pero al mismo tiempo, las evaluaciones deben ser equilibradas. Esto, por supuesto, no significa la debacle del imperialismo norteamericano, ni nada que se le parezca. La consecuencia fundamental es que el “orden” (o, más bien, “desorden”) mundial posMuro de Berlín no ha podido desembocar en la configuración de un Imperio global estadounidense absolutamente hegemónico, como era el Proyecto –con matices algo delirantes– del Nuevo Siglo Norteamericano, que marcó la línea de la administración Bush. Pero, si las circunstancias lo permiten, el imperialismo yanqui volverá a la carga, como sucedió después de Vietnam. Esta es la lógica histórica del imperialismo.

Pero hoy, con el rabo entre las piernas, EEUU se ha visto obligado a retroceder del papel de Superman al más modesto de “primus inter pares”, tratando de negociar acuerdos con Europa y volviendo a presentar los expedientes en la ventanilla de la ONU. Pero, al hacer eso, a Bush no le ha ido del todo mal. Hoy los gobiernos europeos –no sólo su incondicional Blair, sino también sus mayores “críticos”, como Zapatero y Chirac– sostienen en lo esencial el plan para que EEUU pueda saldar el desastre de Irak al menor costo posible. Y, sobre todo, ellos y los demás bandidos de la ONU apoyan y legalizan el gobierno títere de Bagdad y sus farsas electorales. Hoy día ha quedado casi totalmente archivada la pelea EEUU versus Francia-Alemania, que marcó el inicio de la invasión a Irak. Ahora predomina el acuerdo en montar un régimen vasallo, con una parodia de formas “democráticas” (como las “elecciones” donde se vota con la pistola en nuca), que permita una retirada “digna” de EEUU, y sobre todo, que facilite a las petroleras occidentales operar sin sobresaltos en Irak. Y esos países no se limitan a votar en la ONU: España y Alemania entrenan tropas del gobierno títere.

La otra cara de esta moneda, es que la heroica resistencia iraquí está aislada internacionalmente. Y dentro de Irak no se ha podido tampoco conformar un frente único para el combate a los ocupantes y sus fantoches iraquíes.

En estos aspectos, la situación es distinta a la de Vietnam. Todos los gobiernos europeos y del resto de mundo –aunque no apoyen a EEUU– clasifican indiscriminadamente a los resistentes como “terroristas”. En cuanto a los gobiernos árabes, la mayoría compite en quién es más servil a Washington. Por su parte, el régimen clerical-teocrático que gobierna Irán, y que mantiene serios enfrentamientos con EEUU y la Unión Europea, viene jugando sin embargo un papel siniestro y traidor en relación a Irak. Como ya explicamos, ha sido, desde el exterior, un colaborador decisivo, en el plan de recambio aplicado por EEUU, luego que se derrumbara su primer proyecto de establecer un gobierno militar-colonial sine die.

Después de este fracaso, EEUU apeló al “viejo truco” colonialista que no ha perdido eficacia: exacerbar las diferencias étnicas y/o religioso-sectarias. Uno de las operaciones favoritas del imperialismo, ya desde los buenos tiempos del Imperio Británico, ha sido la de hacer pasar a primer plano, en los pueblos sojuzgados, las referencias sectario-religiosas, étnicas, tribales, localistas, etc. En el caso concreto de Irak, el objetivo es destruir la identidad nacional, fragmentándola en una división sectario-religiosa (chiíes versus sunníes) y otra división étnica (árabes versus kurdos). Así, la domesticada prensa estadounidense, ya da por sentado que no existen iraquíes: sólo hay sunnitas, chiítas y kurdos.

Esta operación parece haber tenido un cierto éxito, aunque desde aquí es imposible aún medirlo con precisión. El plan maestro es la “federalización” de Irak que implica de hecho la balcanización en tres estados. Esto se ve favorecido por la geografía de las principales reservas de crudo, situadas respectivamente al sur y al norte, sin nada en el centro del país, donde se encuentra la capital, Bagdad. La nueva “Constitución”, redactada bajo las órdenes del virrey norteamericano en Bagdad, “federaliza” los ingresos del petróleo. De esa manera, EEUU ha podido comprar el apoyo a la Constitución colonial del ayatola Sistani, que encabeza el clero shiíta del sur del país y de formaciones políticas afines. La misma operación se ha realizado con las corruptas pandillas de los dos partidos burgueses kurdos que se disputan el botín en el norte. [[9]]

Pero el imperialismo ha podido llevar adelante estas maniobras porque encontró un terreno real en qué apoyarse. En relación al pasado, ya señalamos el fracaso del nacionalismo burgués árabe (e iraquí) en superar y reabsorber antiguas fronteras étnicas, religiosas y tribales, herencias que frecuentemente también marcaban relaciones de opresión y explotación. El régimen de Sadam Housein tuvo un tratamiento brutal de estos problemas. Pero lamentablemente no se trata sólo de hechos del pasado. Ya vimos como el terrorismo sectario de las corrientes islamistas contribuye a la maniobra de balcanizar Irak, fragmentándolo a través de líneas religiosas y étnicas.

Sin embargo, este plan imperialista aún no se ha consumado. La comunidad shiíta está dividida. Un amplio sector conducido por Sadr y que tiene su fuerte en Bagdad, no coincide en el apoyo al gobierno títere y ha llegado a chocar esporádicamente con los ocupantes. Y una cosa es lo que acuerdan por arriba con los ocupantes las elites shiíta y kurda, y otra los procesos que pueden desarrollarse por abajo. Mientras tanto, las presiones por el retiro de las tropas crecen en EEUU. Pero, con razón, Washington teme que si se retira por completo o si reduce substancialmente el número de tropas, el nuevo “Ejército iraquí” puede desplomarse, como sucedió con el de Vietnam del Sur. Ha comenzado una carrera contra el tiempo.

Este temor es el eje de las actuales discusiones en Washington, temores que deben reflejar un conocimiento de la situación en Irak mayor de la que podemos tener desde aquí. Y esto puede resumirse así: “No podemos quedarnos por mucho tiempo: ¿pero podemos irnos? ¿o todo se vendrá abajo?”

En los mismos círculos norteamericanos donde hace dos o tres años se discutía la organización del “nuevo Imperio Romano” y se proclamaba que “la Pax Americana vino para quedarse sobre los campos petrolíferos”, [[10]] hoy se debaten cosas muy distintas. Entonces, se proyectaba la organización de un gobierno colonial encabezado por un general yanqui... ¡por lo menos por una década! Ahora, el principal artículo de Foreing Affairs de noviembre tiene un titular que lo dice todo: “Irak: Aprendiendo las lecciones de Vietnam”. [[11]] El órgano extraoficial de los halcones del Departamento de Estado examina ahora el problema de cómo irse cuanto antes, sin que meses después todo se derrumbe

4.2. La crisis de la Unión Europea y la resistencia a la liquidación de las conquistas de posguerra

Europa, más concretamente Europa occidental, constituye otra de las regiones donde se desarrollan luchas políticas y sociales de importancia. Y donde además, en algunos países, las corrientes marxistas revolucionarias tienen una presencia objetiva, como es el caso principalmente del Reino Unido y de Francia.

Aquí, por supuesto, no pretendemos hacer un análisis de la situación europea. Esta cuestión, de suma importancia, no es sin embargo el eje de este texto. Pero es necesario señalar brevemente dos o tres problemas, porque tienen relevancia política mundial.

Es un lugar común hablar de la crisis económica (de estancamiento) de las primeras economías de Europa continental (Alemania, Francia e Italia) y de la crisis política de la Unión Europea, cuyo expresión más dramática (pero no la única) fue el masivo rechazo del proyecto de “Tratado Constitucional” en el referéndum francés de mayo del 2005.

Ambas crisis están estrechamente vinculadas. Las burguesía de Alemania (centro de la economía europea) y el resto de los capitalistas de la UE tienen la “solución”: dar el “gran salto adelante” en el proceso de liquidar los todavía enormes remanentes del “Estado de bienestar social”, que tuvo en Alemania en particular y en Europa occidental en general sus expresiones más avanzadas.

El “Tratado Constitucional” rechazado en el referéndum francés era un minucioso catálogo de principios, disposiciones y medidas para ayudar a producir, desde arriba, una “revolución copernicana” en las relaciones entre las clases. Establecía que, de ahora en más, era el principio de la “competitividad” el que iba a regir clara y abiertamente la vida europea. El “compromiso social” de posguerra quedaba constitucionalmente sepultado.

Para salir de la crisis, entonces, el capitalismo alemán, francés y europeo tiene un programa. Podríamos resumirlo diciendo que su ideal sería reducir a la clase trabajadora europea –principalmente de Alemania y Francia– a la condición de derrota y retroceso social de los trabajadores norteamericanos. Es la ideal para garantizar la “competitividad”. [[12]] Más que “competitividad”, el centro de la pelea es forzar una drástica redistribución del ingreso de los asalariados a los capitalistas. El principal blanco para eso es el ataque al “salario social”.

Ese ha sido el eje político del gobierno de Chirac y de sus sucesivos ministros en Francia. Sin embargo, la clase trabajadora francesa ha demostrado ser un hueso duro de roer. Desde hace 10 años, con alzas y bajas, ha tratado defenderse, aunque ha perdido terreno. Al mismo tiempo ha venido desgastando a los sucesivos equipos políticos de la burguesía, en estos momentos, el de la “derecha” (que se viene turnado con la “izquierda”)... para ir en el mismo sentido general. En los últimos meses, se han desarrollado importantes movilizaciones generales y también de algunas duras luchas que ha escapado al control de las burocracias.

Uno de estas importantes luchas fue la huelga y toma de los ferries que hacen la ruta a Córcega, para impedir su privatización. Este movimiento derivó en un serio choque con la represión desatada por el gobierno de Chirac-Villepin, que motivó la solidaridad de amplios sectores de la población.

En el mismo mes de octubre, se desarrolló una de las huelgas generales y movilizaciones más importantes de los últimos tiempos. Un rasgo importante fue la participación y el apoyo de los sectores de trabajadores privados, desde hace mucho tiempo venían mucho más atrás en el terreno de las luchas.

Con el triunfo del NO a la constitución neoliberal europea, el desempleo, la degradación del ambiente y, en general, la falta de perspectivas se nota una pérdida de confianza de las masas en el capitalismo.

Asimismo Francia ha sido el centro del estallido social de la población proveniente de la emigración, un problema que toca en mayor o menor medida a gran parte de Europa. Una parte minoritaria de la población de las ex colonias francesas y europeas (o más bien de sus descendientes) vive hoy en las ex metrópolis. La estancada economía europea los condena a la exclusión y la marginalidad o, en el mejor de los casos, a empleos miserables. En estas poblaciones provenientes de la emigración (pero que hoy en su mayoría son ciudadanos de segunda o tercera generación) se prolonga la situación colonial.

Esta situación particular plantea un gran desafío, tanto a la extrema izquierda como a los luchadores obreros. De hecho, la clase trabajadora no sólo en Francia sino también en la mayoría de los países de Europa está dividida a lo largo de esas líneas étnicas. Esto es aprovechado por la burguesía y los gobiernos, para envenenar con el racismo y la islamofobia a una parte importante de los trabajadores y la clase media: la culpa de desempleo, la “inseguridad” y el desastre social no la tiene el capitalismo... sino los descendientes de la emigración.

Pero la unidad de la clase trabajadora no puede plantearse en abstracto, como lo hace lamentablemente parte de extrema izquierda francesa. Sólo se puede luchar realmente por esa unidad, asumiendo entre sus reivindicaciones centrales las esos sectores, que son los más oprimidos y explotados de la clase trabajadora.

Alemania, el centro económico de Europa, aparece, en comparación con Francia, como un territorio de “paz social”. Sin embargo, allí la burguesía está preparando una “prueba de fuerza” con la clase trabajadora, cuyos resultados van a tener consecuencias continentales. La “gran coalición” (democristianos + socialdemócratas) ha sido formada trabajosamente luego de las elecciones que no dieron una rotunda victoria a la candidata de derecha, Angela Merkel, como esperaba la burguesía. Merkel se ha postulado expresamente a cumplir en Alemania el papel de Margaret Thatcher: es decir, a pasar la aplanadora sobre los trabajadores alemanes, como hicieron en los 80 con los británicos.

Sin embargo, la situación no es la misma. Los resultados de las elecciones reflejan un amplio sector que se opone. La disciplinada socialdemocracia increíblemente se ha dividido. Un nuevo partido –el Linkspartei–, formado por la conjunción de la “izquierda” socialdemócrata (Lafontaine) y ex PC de Alemania oriental, obtuvo un sorprendente 10% de los votos. No son, por supuesto, “anticapitalistas”. Pero sus votos (e incluso los de los mismos socialdemócratas) reflejan que un amplio sector obrero y popular rechaza las (contra)reformas neoliberales tardías de la Margaret Thatcher alemana. El gran interrogante es si esto se va a traducir en una oposición activa, “a la francesa”.

En Gran Bretaña se desarrolla otra crisis particular: la caída en “cámara lenta” de Tony Blair, el incondicional escudero europeo de George W. Bush. El Reino Unido no tiene en estos momentos los apuros económicos continentales. Allí la crisis es más bien política y se desarrolla como parte (menor y subordinada) del fracaso de la aventura imperialista norteamericana. El movimiento de oposición a la guerra en estos años ha sido de gran envergadura. Su última gran movilización, durante la cumbre de Escocia, fue frustrada en parte, por los atentados en el metro de Londres. Sin embargo, estos atentados no lograron reanimar, como se esperaba, la farsa de la “guerra antiterrorista”. Blair no ha podido hacer aprobar su proyecto de legislación represiva, deja planteado un signo de interrogación sobre su permanencia en el gobierno.

En esta situación, el marxismo revolucionario europeo, se enfrenta a oportunidades... y peligros. La formación de un agrupamiento reformista pero a la izquierda de la social democracia en Alemania, la “resurrección” del PS francés, con alas importantes como la de Fabius que votaron por el No a la Constitución europea, etc., son otros tantos factores que presionan sobre los marxistas revolucionarios. La crisis de alternativas permite a estas formaciones políticas “recrearse”. El gran debate es cómo desarrollar alternativas independientes de la burguesía y de las mediaciones reformistas “de izquierda”, al estilo del Linkspartei y de Rifundazione Comunista de Italia.

4.3. América Latina y Sudamérica: las situaciones más avanzadas de la lucha de clases, las trampas del reformismo y el replanteo del socialismo del siglo XXI

América Latina, y especialmente Sudamérica, es la región donde se presentan las situaciones más avanzadas de la lucha de clases. Y también donde las corrientes de la izquierda en general y del marxismo revolucionario en particular, sin ser aún de masas, tienen en varios países una fuerte presencia en la vanguardia y un indudable protagonismo encabezando importantes luchas obreras y sociales.

Después de África, América Latina es el continente en que han sido más graves las consecuencias sociales de la globalización y la configuración neoliberal del capitalismo. Pero también es donde, como respuesta a esos desastres, se han producido varios rebeliones y profundas crisis en los regímenes de democracia burguesa colonial, que son la norma en la región.

En este contexto, América Latina, y particularmente en su mitad sur es posiblemente donde más se desarrolló el fenómeno político mundial que señalamos la principio de este capítulo. Las catástrofes económico sociales, el descontento, las protestas y rebeliones, por un lado, y la crisis de la alternativa socialista, por el otro, han generando un amplio espacio político para distintas corrientes que prometen cambios dentro de los marcos del capitalismo. Estamos en período lleno de mediaciones, de gran peso de los reformismos, y en nuestro continente pesa cada vez más este fenómeno “centroizquierdista”.

Sin embargo, han comenzado a actuar tendencias contrarias. Sobre todo a nivel de la vanguardia, vuelven a replantearse los debates estratégicos de trascender el capitalismo, la transición al socialismo, la disyuntiva de reforma o revolución, etc. Desde Venezuela, el debate del socialismo ha tomado una repercusión aun más amplia.

Junto con estos desarrollos políticos, también se percibe en el continente un fenómeno social de no menor importancia: la vuelta a escena de sectores de la clase trabajadora.

La encrucijada estructural de América Latina 

Las convulsiones que se produjeron en varios países latinoamericanos –como Venezuela, Ecuador, Bolivia, Argentina– y que dieron el “tono” a los primeros años del siglo XXI se desarrollaron en el marco de una difícil situación del continente por las transformaciones de la globalización y la imposición del llamado Consenso de Washington, un decálogo neoliberal puro y duro que, gracias a la colaboración prácticamente incondicional de las burguesías latinoamericanas, se aplicó con más profundidad que en otras regiones del mundo.

El fenomenal endeudamiento y la nueva división mundial del trabajo, por un lado, y el desmonte de cualquier barrera defensiva, por el otro, condujeron no sólo a un caída generalizada de la economía sino también a una explosión de miseria y a una ampliación de la brecha que las separa de los países centrales, y que se transformó en abismo.

América Latina retrocedió en todos los terrenos. Perdió relevancia industrial, decayó su participación en el comercio internacional y fue desplazada por el Sudeste Asiático cómo principal destino periférico de las inversiones extranjeras. La brecha que separa a la región de los países desarrollados se amplió visiblemente. En 1978 el ingreso per capita en las naciones centrales superaba en cinco veces a los países más avanzados de la zona y en 12 veces a los más retrasados. Pero en 1999 estas diferencias se habían ampliado a 7 y 30 veces, respectivamente.

“[...]Estas transformaciones aumentaron el desempleo, redujeron los salarios y provocaron una terrorífica expansión de la pobreza. De acuerdos a mediciones que difieren en la definición de ‘pobre’, la miseria afecta en Latinoamérica a un número que oscila entre 150 y 224 millones de personas. Esta magnitud se ubica por encima del porcentaje prevaleciente antes del comienzo de la crisis de los 80.” [[13] Esta catástrofe social se aceleró en los 90.

Así, al iniciarse el siglo XXI, la situación de América Latina estaba signada, como señala el mismo autor citado, por “cuatro desequilibrios”: “La explosiva combinación de endeudamiento externo, especialización exportadora en productos de baja elaboración, intercambio comercial deficitario y erosión del poder adquisitivo desencadena las periódicas turbulencias de la economía latinoamericana.” (Katz, cit.)

Esto parece haber variado algo. Por ejemplo, hoy las principales economías latinoamericanas [[14]] están creciendo (aunque a ritmos muy desiguales) y sobre todo se registran superávits (algunos importantes) en el comercio exterior. Sin embargo, esto no significa que haya cambiado ni mejorado cualitativamente su inserción estructural en la economía mundial. Las razones de la actual “mejoría” son, en primer lugar, consecuencia de la coyuntura mundial que puede variar en plazos relativamente cortos (lo que para las vulnerables y dependientes economías latinoamericanas se traduce invariable en estallidos y convulsiones) En segundo lugar (y no lo menos importante), se ha producido una “adaptación” de las economías regionales al fin de las condiciones que marcaron la borrachera de privatizaciones e ingreso de capitales de los primeros años de la década del 90. Esto hay que tenerlo en cuenta porque, en algunos países, ha implicado ciertos cambios en relación al neoliberalismo salvaje de los primeros tramos de los 90.

Como es sabido, la década del 80 es conocida como la “década perdida” de América Latina, por el estancamiento de las economías y las primeras crisis de la deuda externa. Durante la primera mitad de los 90, con el pretexto de remediar la crisis de la “década perdida”, se aplicaron en todas partes aunque desigualmente las recetas del “Consenso de Washington”. Eso significó, como dijimos, cambios en la esfera de la producción y de la inserción de cada país en la división internacional del trabajo.

Durante los primeros años de la década del 90, todo pareció andar sobre ruedas. Aunque con grandes desigualdades entre los diferentes países, las “aperturas” y privatizaciones atrajeron una oleada tanto de inversiones directas como de préstamos e inversiones “de cartera” (compras de acciones y otros valores en las bolsas). Fueron años de “dinero fácil”, para los gobiernos y gran parte de las burguesías de la región.

Esto permitió a muchos países, entre ellos Argentina y Brasil, sostener la “estabilidad de la moneda” incluso con una sobrevaluación en relación al dólar (Argentina, en la forma extrema de la convertibilidad), y al mismo tiempo darse el lujo de mantener déficits de la Balanza de Bienes y Servicios (importar más de lo que se exporta en bienes y servicios) y déficits del presupuesto del Estado. La mayor parte de los países pasó así a depender en mayor o menor medida del flujo de capitales del exterior. Esto produjo, entre otras consecuencias desastrosas, un crecimiento veloz del endeudamiento, haciendo que la Deuda Externa Bruta Total latinoamericana llegara a su cúspide de 767 mil millones en 1998. (CPAL, cit., Cap I, p. 41)

Ya desde mediados de los 90, las cosas comenzaron a complicarse. El problema de fondo es que en la división mundial del trabajo impuesta por la globalización, América Latina, si bien no se precipitó al pozo de África, tampoco logró la performance de China y otros países de Asia. La ola de inversiones directas fue en buena parte a las empresas públicas privatizadas y no a sectores que implicaran mejorar substancialmente la inserción en el mercado mundial. Tampoco el capital “nacional”, en gran medida fusionado, subsidiario, asociado o subcontratista de las corporaciones transnacionales, se encaminó en ese sentido. La “apertura” arrasó con muchos sectores calificados de “ineficientes”, pero no los reemplazó en la misma medida por otros “competitivos” en el mercado mundial. Al mismo tiempo, dejó millones de desocupados, lo que agravó la miseria mientras supuestamente “crecía la economía”.

La renuncia de las burguesías latinoamericanas a cualquier proyecto de industrialización autónoma e integral, la liquidación de buena parte de la industria sustitutiva de importaciones y la adopción del modelo de armaduría-montaje conectado mundialmente, ha sido la principal causa de que la tasa de desempleo en las ciudades latinoamericanas casi se duplicó desde 1994 al 2002. [[15]]

A medida que se fueron agotando las empresas estatales a privatizar o las empresas privadas “nacionales” a adquirir, la rueda empezó a girar en sentido opuesto. Ya no era cuestión de recibir inversiones directas o de cartera, sino de enviar ganancias al exterior de las inversiones ya realizadas. Al mismo tiempo, crecía el servicio de la deuda. En el comercio exterior también las cosas se iban complicando, por la sobrevaluación de las monedas locales en relación al dólar que practicaban muchos países de la región, cuyos extremos fueron la convertibilidad de Argentina o la dolarización de Ecuador. Y en esos años, a su vez, el dólar se había sobrevaluado en relación al yen y las monedas europeas. Todo eso contribuía a restar competitividad a las exportaciones latinoamericanas.

Otro factor grave fue que desde 1998 al 2002 los países no petroleros de América Latina habían sufrido un deterioro de los términos del intercambio (relación entre los precios de los productos de exportación y los que se importan) del 14,9%. Y además, desde 1997 al 2002, Latinoamérica padeció una caída absoluta del 25% de los precios de sus productos básicos no petroleros. (CEPAL, cit., Cap. II, 1., p. 10 y 11)

Por esos y otros motivos –las crisis de 1997 del Sudeste de Asia y el default de Rusia en 1998, la amenaza de un colapso de Brasil el mismo año, el imán de la “burbuja” de Wall Street de 1995 al 2000, etc.) llevaron a un “no va más”. Los gobiernos y las burguesías latinoamericanas no podían seguir con el mecanismo de cubrir los distintos déficits con más emisión de deuda y/o inversiones directas del exterior o de cartera.

Del dólar barato, el remate de las empresas públicas, los déficits comerciales y fiscales, y el crecimientos galopante del endeudamiento externo, se fue pasando al dólar caro, a las devaluaciones de las monedas sudamericanas, a los superávits fiscales y del comercio exterior, logrado mediante el aumento de las exportaciones pero sobre todo gracias a la caída de las importaciones por la depresión del consumo popular. Esto último es ahora un factor clave: las divisas ya no ingresan tanto por inversiones del exterior y emisión de deuda, sino por el descenso relativo de las importaciones gracias a la miseria generalizada y el aumento más o menos importante de las exportaciones relacionado con las devaluaciones.

Así, Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, etc. registran no sólo superávits comerciales sino también excedentes fiscales inéditos. El estado impone una severa restricción del gasto público que va al pago de la deuda. El campeón de este nuevo esquema del siglo XXI es Lula, con récords de supéravit primario superiores al 5% del PBI. No es necesario aclarar las consecuencias de esto en el empleo y el salario, y en los sistemas de educación, salud y seguridad social. La otra cara de la moneda de todo esto ha sido la fenomenal transferencia de riqueza de América Latina a los países centrales, desde que a finales de los 70 se levantó el telón de la era neoliberal con el crecimiento vertiginoso de la deuda y sus servicios.

En síntesis: es la “economía de la miseria”, donde el crecimiento económico coyuntural no se refleja en una disminución equivalente de la pobreza y la indigencia.

Por último, dentro de estas transformaciones generales, hay que destacar que también se producen desarrollos desiguales, que tienen consecuencias sociales. Surgen o se recrean ramas de la producción y los servicios que implican el desarrollo de nuevos sectores de trabajadores asalariados. De esa manera va apareciendo, especialmente en los países más desarrollados, una nueva clase trabajadora.

La crisis de hegemonía del imperialismo yanqui en la región y la “integración sudamericana” 

Los problemas económicos, las protestas y rebeliones a lo largo del continente, la pérdida de consenso y legitimidad del neoliberalismo y sobre todo el desastre en que está desembocando a escala mundial la aventura “superimperialista” de Bush, se han combinado para producir una crisis de la hegemonía del imperialismo yanqui en la región.

Esto tiene múltiples expresiones, que no se limitan a la aparición de una nueva experiencia del nacionalismo burgués en el siglo XXI, con Chávez que desafía abierta y públicamente a Bush. Sin embargo, basta recordar que hace apenas diez años eran los Menem y los Fujimori los que daban el tono de los gobiernos latinoamericanos.

Expresiones de esta crisis de hegemonía las hemos visto, por arriba, en las últimas reuniones “cumbres” de EEUU con los países latinoamericanos (como la de Monterrey (200 ) y sobre todo la reciente de Mar del Plata), pero también más en general, con las dificultades de Washington para lograr la implementación del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas)

En Mar del Plata, Bush protagonizó un hecho inédito en esas “reuniones interamericanas”. Palabra más, palabra menos, el Departamento de Estado siempre ha logrado hacer aprobar textos y declaraciones “unánimes”. Y si algo por el momento “no pasaba”, tenía por lo menos el buen tino de no proponerlo... y luego proseguía el trabajo de “ablande” sobre los no muy rebeldes gobiernos del Sur.

En Mar del Plata, Bush (directamente y a través de su títere Fox) protagonizó un incidente que refleja el pantano en que está metido... y los inútiles manotadas que hace para salir. Después de convenir que no se trataría el tema del ALCA por no haber acuerdo, Bush pensó evidentemente que atropellando podría imponer una definición favorable. El resultado no pudo ser más contraproducente: por primera vez, sus súbditos latinoamericanos le dijeron no al Emperador del Mundo.

El ALCA es una pieza clave en las relaciones del imperialismo yanqui con su “patio trasero” latinoamericano. Ya describimos los problemas económicos de EEUU y el hecho de sólo con América Latina consigue superávits en el comercio exterior. El adalid de la “competitividad” neoliberal no es muy competitivo que digamos.

Estados Unidos necesita desesperadamente aumentar sus ingresos “genuinos” para depender menos de la entrada de capitales, sobre todo vía endeudamiento. Esto implica ante todo más ventas de productos estadounidenses en el mercado mundial, pero también significa avanzar en otros rubros no menos suculentos, como las cuestiones de las garantías y dividendos de los capitales norteamericanos en el exterior, la venta de servicios, los ingresos por propiedad intelectual-patentes, las garantías del cobro de las deudas financieras, etc. Todo eso va en el paquete del ALCA. Los productos competitivos de EEUU no deben encontrar trabas para colocarse a buenos precios, y al mismo tiempo le conviene dificultar el ingreso de los que puedan competir en el mercado interno (por ejemplo, productos agrícolas).

Con el ALCA, EEUU trata de valerse del dominio semicolonial que ejerce en América Latina, para profundizar su dependencia y convertirla en el coto de caza exclusivo de sus corporaciones. Como dijo Colin Powell, ex secretario de Estado de Bush, “nuestro objetivo es garantizar para las empresas norteamericanas el control de un territorio que se extiende desde el Ártico hasta la Antártida y el libre acceso —sin ninguna clase de obstáculos— de nuestros productos, servicios, tecnologías y capitales a todo el hemisferio”. [[16] ¡Más claro, agua!

Pero esto encuentra obstáculos en los intereses de sectores de las burguesías latinoamericanas. El “libre comercio”, según lo entiende Estados Unidos (y el resto de los países centrales), es una calle que va en un sólo sentido: del Norte al Sur. EEUU no está dispuesto a dejar de subsidiar, por ejemplo, su producción agrícola.

El desastroso resultado de la primera y gran experiencia de “libre comercio” –el NAFTA , de México con EEUU y Canadá– es también un alerta para el resto de América Latina. México no se convertido en “otra China” respecto a EEUU. La “maquila” –palabra mexicana que se “globalizó” para designar el modelo de armaduría-montaje conectado internacionalmente– no significa de ninguna manera la industrialización que está logrando China. Y ahora, hasta eso ha entrado en crisis y las maquilas comienzan también a plantearse el traslado a China.

EEUU, ante las dificultades de lograr el ALCA, intenta avanzar gradualmente por vía de Tratados de Libre Comercio (TLCs), que firma con gobierno más dóciles. Pero mientras no logre hacer entrar a Brasil, Argentina y Venezuela, habrá avanzado muy poco.

En esta situación, desde diversos sectores, se plantea la alternativa de la “integración sudamericana”. Chávez, con el ALBA, aparece como el gestor decidido de eso. Ahora Venezuela adhiere al Mercosur y, con ese paso, todo el “progresismo” latinoamericano habla de la formación de un bloque independiente y de una integración económica que nos liberaría del yugo norteamericano e imperialista en general.

Esto, desde ya, es pura charlatanería. Ninguna integración en serio sudamericana (o latinoamericana) puede hacerse bajo la férula de los actuales “grupos económicos”, que dominan las respectivas economías nacionales de nuestros países, ni tampoco bajo al dirección de los gobiernos que responden a esas burguesías. La razones son muy simples. Salvo el caso excepcional de Venezuela (donde todo está dominado por la gran empresa petrolera estatal, PDVSA), en el resto de los países la mayor parte de la producción, las finanzas y el comercio está en manos o de multinacionales o de empresas estrechamente asociadas a ellas. El caso más escandaloso es el de Argentina, que tiene casi las tres cuartas partes de su PBI producido por empresas en esas condiciones.

“La expectativa chavista de contagiar el espíritu bolivariano a los gobiernos de centroizquierda [Kirchner, Lula, Tabaré...] choca con un obstáculo estructural: las clases dominantes de la región preservan la conformación centrípeta que históricamente bloqueó su asociación... y mantienen con las metrópolis más negocios que con sus vecinos de Sudamérica.” [[17]]

La integración económica sud y latinoamericana es una necesidad cada vez más apremiante. Es la única salida de fondo a la catástrofe económico-social de la región. Pero esto no puede venir de la mano de las miserables burguesías latinoamericanas, vendidas al imperialismo y al capital extranjero desde su mismo nacimiento, desde la independencia de España y Portugal. Esta salida sólo puede venir de la mano de la clase trabajadora, en alianza con todos los explotados y oprimidos. Ésa es la única expectativa realista: lo otro, es soñar despiertos.

Sólo un bloque de las clase trabajadora, en alianza con los campesinos y las clases medias empobrecidas podría imponer mediante la lucha la única integración posible: una federación de estados socialistas de América Latina.

¿La hora de los reformismos y las mediaciones? Dos tendencias contradictorias y el relanzamiento de los debates estratégicos: capitalismo, anticapitalismo, socialismo; reforma o revolución; papel de la clase trabajadora y partido

Salvo excepciones, como la de la segura reelección de Uribe en Colombia, lo que está predominando en América Latina es una variedad de gobiernos y movimientos políticos que se presentan como “de izquierda” y/o “progresistas”. La muy posible victoria de Evo Morales en Bolivia y el año próximo del PRD en México, serían nuevas muestras de esta tendencia.

Bajo esta denominación hay sin embargo una variedad de posiciones y situaciones políticas: y estas diferencias no son sólo de grados o “matices”. Van desde Chávez –que mantiene un enfrentamiento duro y real con EEUU e internamente impulsa ciertas reformas favorables a los sectores más pobres–, hasta los casos de Lula y Tabaré Vázquez, que aplican al pie de la letra (y a veces más allá) los dictados del FMI y el capital financiero, y a lo sumo practican un asistencialismo miserable. Kirchner, y posiblemente Evo Morales, con situaciones internas más comprometidas, y sin ubicarse de ninguna manera como Chávez, desarrollan sin embargo una retórica algo más “nacionalista” y “progre” que los mandatarios de Brasilia y Montevideo.

Ya señalamos que es en nuestro continente, y particularmente en Sudamérica, donde más se ha venido desarrollando el fenómeno político mundial que señalamos a lo largo de este artículo: las calamidades sociales, el descontento, las protestas y rebeliones, por un lado, y la crisis de una alternativa socialista frente al capitalismo (y de otra forma de poder político frente a la democracia burguesa), por el otro, ofrecen un amplio espacio para distintas corrientes que prometen mejoras dentro de los marcos del capitalismo y la democracia burguesa. Estamos en un período lleno de mediaciones, y es en América Latina donde más nítidamente se percibe este fenómeno.

Y estas mediaciones no son fáciles de superar, incluso cuando la llegada al gobierno de estas corrientes permite comprobar a las masas no sólo que nada cambia en lo esencial, sino que además la estafa es indignante.

Así sucede con el gobierno del PT en Brasil, que era el gran experimento de alcances mundiales del “reformismo del siglo XXI”. Pocas veces se han visto al principio tantas expectativas en las masas y, al final, un espectáculo como el de la corrupción del gobierno petista. Sin embargo, el PT, si se mantiene lo que indican las encuestas, es probable que logre ganar las presidenciales del 2006 y reelegir a Lula... o estar cerca de eso. Por un lado, las grandes masas no ven todavía que sea posible una alternativa anticapitalista y socialista a la izquierda del PT; por el otro lado, respecto a la opción a la derecha –Serra del PSDB– piensan que sería igual o peor que Lula. [[18]]

Entonces, el PT, como partido que una vez agrupó a casi toda la vanguardia obrera y popular, y a grandes sectores de masas, está muerto. Pero su cadáver sigue repleto de votos, por una combinación de la crisis de la alternativa socialista al capitalismo y el mecanismo del “mal menor”. Esto que sucede con el PT no es sólo una “excepcionalidad brasileña”. Se presenta con distintas formas en diferentes países (en Europa, está detrás de la “resurrección” electoral del PS francés; en Argentina, de los sucesivos “reciclajes” del peronismo, etc.).

Esto tiene que ver con un hecho que en mayor o menor medida también se percibe en muchos países. En los últimos años, los socialistas revolucionarios y otros sectores más o menos radicales hemos estado frecuentemente al frente de importantes luchas y de grandes movimientos sociales. Pero nuestra influencia política sobre sectores de masas es generalmente mucho menor que el peso de los movimientos que encabezamos. Hay una brecha nada fácil de salvar.

Uno de los innumerables ejemplos lo tenemos en estos momentos en Bolivia. Es muy probable que Evo Morales gane las elecciones. Y su presidencia será el producto (mediado y contradictorio) de las dos grandes rebeliones, la de octubre de 2003 y la de mayo/junio de 2005.

Sin embargo, la paradoja es que Evo tuvo poco que ver con esas rebeliones que (indirectamente) lo pueden elevar a la presidencia. Y, cuando intervino su política fue esencialmente para desmontarlas en función de la defensa de la “democracia” y de la vía electoral-parlamentaria La vanguardia que encabezó ambas rebeliones sociales, los llamados “radicales” –los luchadores de la Fejuve, la COR, la Federación Minera, la COB, etc.– quedaron totalmente al margen de las elecciones. Si, en vez de retroceder, se hubiese concretado el proyectado “Instrumento Político de los Trabajadores” –proyecto planteado por algunos sectores de la Federación Minera–, hubiese sido un gran paso adelante para presentar una alternativa independiente y de clase. Pero desde ya que sólo habría logrado un número pequeños de votos...

Sin embargo, al mismo tiempo que actúa claramente esa tendencia –la que hace pesar la crisis de la alternativa socialista– también comienzan a percibirse tendencias de signo opuesto. Esto tiene dos manifestaciones principales:

1) Un flujo de fondo, una corriente más “profunda”, que tiende a desarrollar procesos de recomposición del movimiento obrero y de los trabajadores asalariados en general. Esto tiene las más diversas expresiones, como la UNT de Venezuela, el surgimiento de Conlutas en Brasil, el desarrollo de las nuevas direcciones y organismos combativos y clasistas que vienen dirigiendo últimamente los principales conflictos en Argentina, etc.

2) La tendencia en la vanguardia de las luchas y de esos procesos de recomposición a adoptar posiciones políticas más a la izquierda.

Estas contra-tendencias son las que vuelven a poner otra vez sobre el tapete los debates estratégicos. Es decir, el debate de cómo ir más allá del capitalismo, el debate de la necesidad y posibilidad de otro sistema, el socialismo. E inevitablemente anexo, está el debate de reforma o revolución; es decir, de cómo romper con el capitalismo e iniciar la transición a otro sistema social. El desastre de Lula y otras corrientes similares la plantean objetivamente a la vanguardia. Vuelve asimismo otro gran tema estratégico: ¿qué sujetos sociales pueden cumplir esas tareas? Y por último también se replantea la cuestión del partido.

Como parte importante de esta reaparición, en las condiciones del siglo XXI, de estos debates estratégicos, está la cuestión del “socialismo” que plantea Chávez. Como veremos luego, esto no va más allá de un parcial capitalismo de estado que distribuya con algo más de “justicia” la renta petrolera, principalmente mediante un asistencialismo a gran escala. No hay esto, realmente, ni un gramo de socialismo. Pero es trascendental que en un sector de las masas latinoamericanas comience a replantearse el tema del socialismo.

Como parte de estas contra-tendencias, hay que anotar igualmente otro hecho de suma importancia. Las mediaciones reformistas son ampliamente mayoritarias e, incluso, hasta se “recrean” relativamente después de sus crisis (como quizás suceda con el PT). Sin embargo, el otro hecho es que, simultáneamente, a la izquierda de ellas, comienzan a aparecer otras corrientes en disidencia. O sea, corrientes que las pelean desde su flanco izquierdo.

Esto constituye un fenómeno objetivo, aunque muy heterogéneo, y que trasciende la relativa fuerza (o debilidad) de quienes las componen. Así, la crisis con el PT en Brasil llevó a la constitución del P-SoL, que ante todo expresa ese fenómeno objetivo. En Venezuela, a la izquierda del chavismo “oficial”, ha nacido el PRS (Partido Revolución y Socialismo), encabezado por caracterizados dirigentes de la nueva central obrera, la UNT (Unión Nacional de Trabajadores). En México, el zapatismo, trata salir de la crisis y la marginación de Chiapas, para intentar la conformación de un nuevo movimiento a la izquierda del PRD, aunque controlado verticalmente por Marcos (que sigue con el desastroso lema de “no pelear por tomar el poder” y con la fracasada visión posmoderna de una sociedad donde no existen clases sociales). En Bolivia, lamentablemente, en lo inmediato, se frustró la conformación del Instrumento Político de los Trabajadores, que estaba siendo promovido desde la Federación Minera, y que habría constituido una opción a la izquierda del MAS. Sin embargo, después de las elecciones, si sube al gobierno Evo Morales, el proyecto del IPT , tarde o temprano, se va a replantear.

Con sólo pasar revista a este importante fenómeno –tendencias objetivas al surgimiento de corrientes a la izquierda del reformismo–, salta a la vista su heterogeneidad y las características peculiares que asume en cada país. En ese sentido, no va a ser viable intentar establecer modelos o “fotocopias” válidas para todos los países –como algunos compañeros intentan hacer con el P-SoL, por ejemplo–.

Sin embargo, descartando la idea de hacer “fotocopias”, esto plantea en la vanguardia latinoamericana y en las corrientes socialistas revolucionarias un trascendental debate: ¿alrededor de qué ejes delimitadores y fundacionales hay que luchar por agrupar políticamente a la vanguardia que, con mayor o menor claridad y conciencia, tiende a ubicarse a la izquierda de los reformistas?

Esta discusión está más desarrollada en otro artículo de esta revista. [[19]] Pero aquí digamos que es necesario descartar los conceptos gaseosos, tales como “izquierda radical” o “defensa de los intereses populares”. Asimismo el término de “antineoliberal” hoy significa poco y nada. Nadie puede medir el grado de “radicalismo” (que además puede variar de un día al otro) y en cuanto al “antineoliberalismo”, no debe quedar ya en América Latina un político que se defina como “neoliberal” (aunque esté al servicio incondicional de la burguesía). Ni Lula ni Tabaré se dicen neoliberales, por ejemplo.

Para los marxistas sólo puede haber un criterio nítido de diferenciación. Y ese criterio es de clase. Es decir, si se está o no por la independencia de clase, por la más absoluta independencia de la clase trabajadora y sus organizaciones de todo sector patronal. Es sobre esos cimientos sociales sólidos que hay que asentar la construcción política de alternativas a la izquierda de las grandes corrientes reformistas.

Esto se relaciona con otro elemento que está actuando en la realidad. Y es que la clase trabajadora está, poco a poco y desigualmente, volviendo a escena . En buena medida se trata de una nueva clase trabajadora, tanto por juventud de sus integrantes como por los sectores de la producción y los servicios en las que hoy existe. También, paralelamente a ese proceso de vuelta a escena de los trabajadores, se han venido desinflando los mitos sobre los “nuevos sujetos sociales” desarrollados en los 90. [[20]] De la misma manera, sin haber de ningún modo desaparecido de escena, el “autonomismo”, como corriente política alternativa al reformismo y al marxismo revolucionario, ha quedado también en baja.

La conclusión es que ninguno de esos movimientos sociales ha podido reemplazar la centralidad de la clase trabajadora urbana y en especial del proletariado industrial en los países más desarrollados. Con todos los cambios de la globalización, esa centralidad estructural se mantiene. Si esa centralidad estructural no logra traducirse en movilización social y hegemonía política, ningún movimiento de sectores socialmente marginales (sin tierra de Brasil, desempleados de Argentina, comunarios de Bolivia, indígenas de Chiapas, etc.), por más progresivo que sea, podrá sustituir esa carencia.

Pero el hecho es que, como decíamos, poco a poco, una nueva clase trabajadora está volviendo a escena. Esto tiene, como apuntamos, su base en los cambios estructurales y también en recambios generacionales. En las luchas y movilizaciones del nuevo siglo se está reflejando eso.

Es falso, por ejemplo, que las rebeliones de Bolivia hayan sido estallidos puramente “indígenas”. El centro insurreccional ha sido en las dos ocasiones la comuna proletaria de El Alto, cuyos habitantes son, a su vez, originarios. Por supuesto, esa combinación no se puede ignorar. Pero en ella es fundamental el carácter de trabajadores de los luchadores alteños. Asimismo, en las jornadas de mayo y junio, los mineros bolivianos volvieron a cumplir un rol fundamental. En la última rebelión de Ecuador que echó a Palacio, no fueron los indígenas de la CONAIE los que asumieron el papel principal sino las masas urbanas... y lo que volcó la balanza fue la salida a la calle de los trabajadores de los barrios periféricos... En Argentina, en el centro de las luchas ya claramente no están los piqueteros sino los trabajadores ocupados. Los conflictos en el Subte (metro), de los hospitales, de Aerolíneas, etc., han tenido una gran repercusión pública. Y, por primera vez en años, los conflictos en los sectores privados han superado a los del sector estatal. En este año en Panamá, un gran movimiento de huelga generalizada durante varios días obligó al gobierno a dar marcha atrás en sus planes de reformas neoliberales. En Venezuela, Chávez se ha apoyado principalmente en las masas de los barrios más pobres de Caracas y otras ciudades. Pero, dentro del proceso revolucionario venezolano, la recomposición alrededor de la UNT vuelve a poner al movimiento obrero sobre el tapete, lo que se ha venido expresando en diversas luchas, recuperación de empresas cerradas, etc. Todo esto es aún muy desigual y muchas veces “confuso”, en el sentido que se presenta combinado con otras expresiones sociales de luchas y movimientos. Pero es un síntoma cada vez más claro de la tendencia que señalamos.

Esto se relaciona con la respuesta a la pregunta que antes planteamos: ¿con qué ejes delimitadores hay que luchar para agrupar políticamente a la vanguardia? ¿Con qué proyecto? ¡Alrededor de partidos o movimientos de la clase trabajadora! Sólo contando con su propio instrumento político –absolutamente independiente, separado y distinto de todas las corrientes burgueses de derecha o de “izquierda”– la clase trabajadora podrá agrupar a su alrededor el más amplio bloque de todos los explotados y oprimidos (las clases medias empobrecidas, las masas excluidas y en la miseria, los pueblos originarios, los campesinos, etc.).

Tanto la experiencia de las revoluciones del siglo XX como ahora de las luchas y rebeliones con que despunta el siglo XXI, nos dicen que la lucha por el socialismo, por la revolución socialista, sólo puede plantearse desde la movilización y la hegemonía de la clase trabajadora.

Entonces, hoy la gran tarea es ganar a la vanguardia, a los activistas obreros y sociales, para luchar por esa perspectiva política y para impulsar ese estratégico proceso de recomposición. Esa es la tarea central de este período “preparatorio”.

Por último, es necesario aventar una falsa discusión. A veces se suele contraponer esta tarea central e inmediata del período, la tarea de ganar a la vanguardia, a la lucha por conquistar influencia en sectores de masas. En ese tren, se suele pontificar solemnemente contra los peligros del “vanguardismo”... algo que no tiene nada que ver con la cuestión que planteamos.

Se trata de una falsa disyuntiva porque si no conquistamos políticamente a la mayor parte de la vanguardia, tampoco vamos a poder ganar influencia orgánica en sectores de masas. ¡Jamás en la historia se ha logrado esto sin lo otro! A lo sumo, por alguna combinación fortuita de circunstancias, puede ser posible tener una cuota de simpatía (electoral o de otro tipo) en sectores de masas. [[21] Pero la experiencia dice que las relaciones “simpáticas” con sectores de masas sino se transforman en orgánicas, suelen ser “la flor de un día”. Y relación orgánica significa gente de carne y hueso que la establezca (la vanguardia) y organismos de distinto carácter y “nivel” (partidos, movimientos, organizaciones de sectores de masas, etc.).

Venezuela: ¿socialismo o nacionalismo burgués en el siglo XXI? 

Para el relanzamiento de la idea y de la lucha por el socialismo, el debate acerca del “socialismo del siglo XXI” lanzado por Chávez, resulta útil. Como decíamos, ha resonado como un campanazo cuyo sonido está llegando mucho más allá de las fronteras de Venezuela. Que apenas a quince años de la caída del muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética vuelva al ruedo el tema del socialismo, es un acontecimiento trascendental.

Pero ese mismo hecho nos exige una evaluación precisa del proyecto chavista, lo que incluye tanto la misma situación de Venezuela, como las líneas generales de la propuesta de Chávez.

Ya señalamos que Chávez es el único de los nuevos gobiernos de “izquierda” latinoamericanos que tiene un enfrentamiento real con el imperialismo yanqui. Y, lo que es más importante, hoy Venezuela, aparte de Cuba, tiene un grado de independencia cualitativamente superior al del resto de los estados y gobiernos latinoamericanos, incluyendo al supuesto “antiimperialista” Kirchner. Y desde ya que defendemos incondicionalmente a Venezuela (al igual que a Cuba) de los ataques del imperialismo yanqui.

Pero, a partir de aquí, debemos decir claramente que lo de Chávez no es un proyecto socialista. Un compañero del PRS de Venezuela, lo caracteriza bastante bien:

Ciertamente lo que Chávez está planteando como “socialismo” tiene patas cortas. En realidad es una especie de capitalismo donde prevalecería la colaboración de clases; de lo que se trataría entonces es de lograr una supuesta e imposible ‘función social’ del capital, simultáneamente con una hipotética distribución más democrática de la riqueza.

“El socialismo que propone el presidente es una quimera irrealizable que, en ningún lugar del mundo se ha materializado jamás y, por el contrario, ha llevado a la derrota. El capital existe para reproducirse ilimitadamente, no tiene corazón ni patria y no busca satisfacer necesidades, sino garantizar una tasa creciente de ganancias. Por otra parte, los intereses de los patronos no pueden convivir con los intereses de los trabajadores, son absolutamente antagónicos.

“Pero más allá de estas flagrantes limitaciones, la propuesta del presidente ha sido asumida con interés por la mayoría del pueblo y los trabajadores. Como ya ha sucedido previamente con otros planteamientos de Chávez, el pueblo se toma en serio sus propuestas, las interpreta al calor del proceso revolucionario y las amplifica en función de darle respuesta a sus necesidades inmediatas. [[22]]

Chávez, en verdad, lo que está planteando no es “el socialismo en el siglo XXI”, sino el nacionalismo burgués del siglo XXI. En el siglo XX, casi todas las experiencias más “avanzadas” de nacionalismo en el Tercer Mundo se llamaron a sí mismas, “socialistas”. Nasser en Egipto, Nehru en la India y hasta (a veces) Perón en la Argentina, hablaron de “socialismo”. No es una lección menor de la lucha de clases del siglo XX, que de estos “socialismos” no quedó nada.

Para el relanzamiento de la lucha por el socialismo en el siglo XXI es esencial tener en cuenta las lecciones del siglo XX, en dos grandes órdenes: el de los estados como la ex URSS, China, etc. y el de los nacionalismos del Tercer Mundo que se dijeron “socialistas”. Y la conclusión es que no puede hablarse de marchar al socialismo, sino a partir del poder consciente y democráticamente autodeterminado de los trabajadores. Por supuesto, no es eso lo que Chávez propone. En la propuesta de Chávez no hay lugar para ese poder democrático de la clase trabajadora, pero sí un amplio espacio para los empresarios y capitalistas “nacionales” y “patrióticos”.

Es de una importancia estratégica que los marxistas revolucionarios latinoamericanos tengamos esto bien claro.

 

5. A MODO DE FINAL

En este trabajo hemos desarrollado un bosquejo a grandes trazos de la situación internacional y de sus precedentes (es decir, de las líneas generales de desarrollo que han desbocado en el presente).

Pensamos que es necesario desenvolver esta pintura, este intento de comprensión más global, precisamente para poder dar un marco al análisis y desarrollo posterior de dos temas más concretos y específicos... y también más trascendentales. El primero, es el proceso en curso de recomposición del movimiento obrero y de la clase trabajadora en general. El segundo, es el de la recomposición del socialismo revolucionario y los desafíos que hoy enfrenta.

Entonces, al llegar a aquí, no cerramos ni finalizamos nada, sino que señalamos hacia la continuación en esos dos nuevos capítulos estrechamente relacionados: la recomposición de los movimientos de la clase trabajadora y de los marxista revolucionarios.

Notas:


[1].- Aunque se da dentro de un fenómeno mucho más complejo que analizaremos a continuación, las ilusiones en sectores de masas del mundo islámico de alcanzar una mayor justicia social mediante la imposición al estado y a la sociedad civil de la shari'a (conjunto de prescripciones que regulan la vida de los creyentes), es una variante de esta búsqueda de soluciones utópicas (que en este caso es aprovechada con un sentido ultra reaccionario).

[2].- En estos momentos, podemos citar dos ejemplos de trascendencia mundial de la eficacia de estos mecanismos de “lo posible”, el “mal menor” y el poder de las concesiones insignificantes. Uno, es la “retirada” de Israel de la Franja de Gaza y su transferencia a la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Esto, en verdad, es sólo un paso más en la política de encerrar a los palestinos en un puñado de guetos o “bantustanes”, pero ha sido presentado como un gran triunfo, especialmente por la corrompida burocracia de la ANP, encargada de administrar el orden... y los fondos de esos infames guetos. El otro ejemplo del momento es Bolivia. Después de los estallidos volcánicos de mayo y junio, se marcha tranquilamente a las elecciones, donde lo más probable es que se imponga Evo Morales, que sintetiza esa política ilusoria que promete mejorar las cosas sin salirse un milímetro del capitalismo.

[3].- Giles Kepel, “Jihad - Expansion et déclin de l’islamisme”, Gallimard, Paris, 2000, pág. 16.

[4].- La palabra yihad, comúnmente es mal traducida como “guerra santa”, con toda la carga antiislámica que eso comporta. Yihad significa esfuerzo que debe hacer el creyente, y que puede ser de todo tipo, intelectual, moral físico, etc. Dentro de esa generalidad está lo de luchar en legítima defensa. De yihad deriva muhayid, "el que se esfuerza en el camino de Alá", y su plural, muhayidin.

[5].- “El término ‘salafismo’ designa una escuela de pensamiento nacida en la segunda mitad del siglo XIX, que promueve, en reacción a la propagación de las ideas europeas, el retorno a la tradición de los ‘ancestros piadosos’ (salaf, en árabe).” (Kepel, cit. pág 336). A fines del siglo XX, este tradicionalismo o “integrismo” salafista se une a la idea de la prioridad de la “yihad” contra los enemigos del Islam, primero la URSS y, luego de la retirada de Afganistán (1989) y de la Guerra del Golfo (1991), los Estados Unidos.

[6].- Osama Bin Laden, “Talks Exclusively to Nida'ul Islam about the New Powder Keg in the Middle East”, Nida'ul Islam magazine, oct/nov 1996.

[7].- La historia muestra numerosos casos de manipulaciones de organizaciones terroristas por los gobiernos y sus servicios. Trotsky, en relación al famoso caso de Evno Azev, que dirigía la principal organización terrorista de Rusia –la Organización de Combate del Partido Socialrevolucionario– y era al mismo tiempo agente de Ojrana, escribió un texto muy agudo, explicando por qué las organizaciones terroristas son las más fáciles de infiltrar y manipular por la policía y los gobiernos. Pero, al mismo tiempo, Trotsky no construía ninguna teoría conspirativa. El terrorismo de los SR era una corriente ideológica y política con una bases sociales específicas.

[8].- El más escandaloso, y que recorrió la prensa mundial, fue el de los dos agentes británicos disfrazados de árabes, atrapados por la policía en Basora, cuando iban a detonar un coche-bomba entre una multitud de shiítas. Esto provocó luego un ataque del Ejército británico a la comisaría donde estaban detenidos ambos agentes para rescatarlos.

[9].- Ver Adel Samara, “Cómo la élite shií esquivó a la democracia y el nacionalismo árabe”, www.socialismo-o-barbarie.org, edición del 27/11/05.

[10].- Fouad Ajami, "The Sentry's Solitude - Pax Americana in the Arab World”, Foreign Affairs, Nov/dic 2001.

[11].- Melvin R. Laird, autor del principal artículo “Iraq: Learning the Lessons of Vietnam” (Foreign Affairs, nov 2005) fue Secretario de Defensa con Nixon, y como tal organizó la poco gloriosa retirada de Vietnam. Ahora aconseja a sus sucesores cómo hacer para no tener los mismos resultados.

[12].- En verdad Europa, y específicamente Alemania, siguen siendo más “competitivas” de lo que sus capitalistas agitan histéricamente en la prensa... y en las campañas electorales de sus políticos. La “competitividad” tiene una medida objetiva: las exportaciones. Alemania, por ejemplo, aumentó el volumen de sus exportaciones un 16% entre 2000 y 2004... mientras su demanda interna bajaba un 1%. (Datos de Michel Husson, "Sur la crise européenne", interview pour Epohi, 16/06/05). De todos modos, el relativo deterioro de la “competitividad” tiene que ver no tanto con los “exagerados privilegios” de los trabajadores alemanes y europeos, sino con la situación de EEUU que ha devaluado el dólar un 40% en relación al euro, para tratar de paliar su déficit comercial. Naturalmente los capitalistas europeos pretenden que sean los trabajadores los que paguen esos platos rotos.

[13].- Claudio Katz, “Las nuevas turbulencias de la economía latinoamericana”, COMPLETAR REFERENCIA.

[14].- En estas consideraciones dejamos de lado el caso excepcional de Venezuela. Por tratarse de una economía que en su relación con el mercado mundial se basa casi exclusivamente en el petróleo, sus ciclos están decisivamente influidos por las oscilaciones del crudo.

[15].- CEPAL, “Estudio Económico de América Latina 2002-2003”, Cap. I, p. 44.

[16].- Citado en “Cumbre de Monterrey: Una reunión de crisis”, Socialismo o Barbarie, periódico, PONER FECHA.

[17].- Claudio Katz, “Centroizquierda, nacionalismo y socialismo”, 20/02/05.

[18].- Hechos como éste revelan la simpleza del análisis que suelen hacer muchos sectores del marxismo revolucionario, que en el caso de Brasil se nota, entre otros, en el PSTU. Por una equivocada analogía con otras situaciones históricas, muchos creen que el desengaño de las masas con una dirección traidora (como la de Lula), casi automáticamente las hacer girar a la izquierda. Es como si las masas tuviesen un mecanismo, por el cual siempre van a pensar: “éste me defraudó; que pase el que sigue... por la izquierda.” Así, el PSTU esperaba que la frustración con el PT iba a lanzar en sus brazos a grandes sectores de masas, que inevitablemente al romper con Lula girarían a la izquierda... y se dirigirían directamente a ellos. Los compañeros tienen en la cabeza (pero como una analogía sacada de su contexto histórico), el vuelco político cada vez mayor hacia la izquierda de las masas rusas de febrero a octubre de 1917. Pero no se toman el trabajo de analizar los diferentes contextos mundiales y nacionales. Como, por ejemplo, que las masas en 1917 en términos generales eran parte de un movimientos socialista masivo... y hoy en cambio en ese aspecto tienen una confusión descomunal. Las enseñanzas de los revolucionarios del 17 son una de las herencias más valiosas para los marxistas del siglo XXI... pero siempre que las consideremos como “materialistas históricos”, sin hacer de los “febreros” y “octubres” categorías metafísicas.

[19].- Ver de Marcelo Yunes, "Seminario Internacional del PSOL - Desafíos y realineamientos en el marxismo revolucionario".

[20].- En América Latina, desde mediados de los 80 y durante gran parte de los 90, los movimientos obreros se retrajeron por una combinación de graves derrotas, de transformaciones estructurales que modificaron orgánicamente a la clase trabajadora y de traiciones de las burocracias sindicales y las direcciones políticas afines (PT en Brasil, MNR en Bolivia, burocracias peronistas en Argentina, etc.) El centro de la escena de las luchas latinoamericanas empezó a ser ocupado por “movimientos sociales” diversos, algunos preexistentes, otros recién surgidos: movimientos campesinos y/o indigenistas en Bolivia, Perú y Ecuador, movimientos de desocupados (“piqueteros”) en Argentina, movimientos por la vivienda en Uruguay y el caso mundialmente más famoso, el MST de Brasil.

Es indiscutible el carácter progresivo de estos movimientos sociales político-reivindicativos y de sus luchas. Pero sobre ellos se elaboraron diversas mitologías, como por ejemplo, el fin del proletariado y en general de las clases, sustituidos por “identidades”, etc., etc. En el curso de las luchas de estos últimos años, estos movimientos revelaron toda su fuerza, pero también todos sus puntos débiles –entre ellos, y no el menor, la facilidad para ser cooptados por los gobiernos, especialmente los de “centro-izquierda”, como sucedió en Brasil con el MST, en Ecuador con la CONAIE, en Argentina con un sector del movimiento piquetero, etc.

[21].- Un caso actual es, por ejemplo, en Brasil la simpatía electoral que según las encuestas tendría Heloísa Helena y posiblemente otras figuras del P-SoL. Al provenir de la ruptura de un partido reformista de masas, ruptura que tuvo una importante repercusión, estos compañeros traen una cuota de simpatía electoral entre sectores más o menos amplios. Esto es positivo. Sin embargo, infinidad de experiencias –entre ellas, por ejemplo, la de Hugo Blanco en Perú– enseñan que si esto en un cierto plazo no se transforma en orgánico, simplemente se disipa. O presiona en el sentido de desarrollar toda suerte de adaptaciones al electoralismo democrático-burgués.

[22].- Miguel Ángel Hernández A., “El debate sobre el socialismo y la profundización de la revolución”, reproducido en Socialismo o Barbarie, periódico, 02/12/05.

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