Socialismo o Barbarie
N° 19

Presentamos un largo extracto de un capítulo de un trabajo inédito sobre este poeta y ensayista argentino que lleva el título de Luis Franco, un intelectual oculto. Avatares de una batalla cultural. Consideramos valioso el rescate documentado y apasionado de un artista tan notable por su calidad literaria como por su compromiso revolucionario, que le acarreó el desdén y el silencio del establishment cultural argentino.

Historia, estética y revolución

La obra ensayística de Luis Franco

Por Guillermo Parson

“Antes se creía que el autor hacía su obra como Jehová hizo el mundo. Hoy sospechamos que una sociedad determinada, en un momento histórico dado, hace su literatura a través del escritor”. (Pequeño diccionario de la desobediencia)

La desaparición física de Franco acaecida en 1988 coincidió con el auge mediático de las corrientes posmodernas y su intento - no con poco éxito - de lograr cierta hegemonía ideológica a nivel mundial, acentuado aún más luego de la caída del muro de Berlín y el “socialismo real”. Nada más alejado de recurrentes aseveraciones como fin de los grandes relatos, culminación de la historia (bajo la égida de la democracia representativa burguesa) o desaparición del sujeto, que la vasta obra del poeta de Suma. La cultura posmoderna con su estética “pastiche” y la exorcización del concepto de totalidad - acorde al “homicidio” del sujeto - no puede acoger una literatura que hace de la praxis humana su razón de ser y no se sumerge en el lodazal avalorativo de significante y significado.[1] Franco entonces formaría parte –para esa cofradía– de los intelectuales de la sospecha como gustan definir a sus antagonistas políticos, estéticos y éticos:

Es el de Luis Franco, como artista y como hombre, un único caso en nuestras letras. Tal vez para ubicarlo pudiéramos afirmar que es el antiintelectual por definición, si por intelectual entendemos la idea tradicionalmente aceptada de un profesional del intelecto que asume, por la jerarquía social de su trabajo, una función que lo exime de todo compromiso con su tierra y con su tiempo. Como si dijéramos un presunto puro cerebro sin manos, alienado de la vida y con la sola preocupación de su oficio que amenaza convertirlo de hombre en abstracción”.[2]

El propio Franco gustaba definirse de la siguiente forma: Diré pues –no sé si con orgullo– que soy el único escritor argentino, o de cualquier parte, que vivió del trabajo de sus manos”. Y también se atrevió con una descripción de cómo debería actuar el intelectual: “Que este técnico del pensamiento y la palabra creadora a la vez, está obligado a huir de todo compromiso con el gran público y las minorías selectas, con los pasatistas y los utopistas, con Dios y con el Diablo, con la Casa Blanca y el dorado Kremlin, no menos que con la tercera posición”.[3] El único compromiso de éste es con el pueblo trabajador y la revolución social, aunque sea al precio de chocar con el lugar común del gran público y los poderes de turno; pero también de los diletantes que fluctúan entre el grito contestatario y el puesto oficial, como de los rebeldes intransigentes que se pasan la vida –cual alma bella hegeliana– sin mancharse las manos en el fango de lo real.

¿Qué es lo que torna a dicha obra “antipática”, no solamente a los poderes y saberes institucionalizados, sino –igual o más aún– a corrientes y sectores políticos que a priori se supondría convergen con sus posturas y principios? Fundamentalmente el marxismo que leyó y practicó en su obra.[4] Él solía recordar –como cuenta su única biógrafa– que cierta vez al hablar en un centro anarquista, un asistente exclamó: “¡Pero cómo puede ser marxista este hombre!”. El marxismo que tenía en la cabeza el autor de la expresión, era el del viejo PS o el del ya más que estalinizado Partido Comunista. Para descifrarlo, recorramos brevemente lo más sustancioso de dicha producción artístico-historiográfica.

Lo primero que se observa en la misma - no podría ser de otra manera - es la fuerza propia del estilo. Es la pluma de un literato que cuando más hiere es cuando utiliza la metáfora para estigmatizar privilegios, engaños, verdades que se presentan como eternas tal cual “pirámides de Egipto”. Y si bien aquí también hay una tradición inequívoca que lo precede (el Marx de los trabajos sobre Francia o el Trotsky historiador de la revolución rusa) pensamos que hay un referente preciso donde ubicarlo: Paul Lafargue.

No creemos que a Franco le hubiese molestado dicha comparación. Lenin en el discurso fúnebre sobre el yerno de Marx, definía a éste como uno de los difusores más dotados y profundos del marxismo y esto se debía a que sus ideas eran expuestas brillantemente y en forma pedagógica a la gran masa obrera. Agregamos nosotros que la más de las veces esto ocurrió contra y a pesar de las corrientes oficiales socialistas y sus manuales positivo-evolucionistas.

El parangón pues, es claro. Franco además (y más grave aún) tuvo que lidiar con la “literatura” estalinista y con la inmensa pléyade de socialistas adocenados y domesticados. Repasemos: Revisión de los griegos guarda una estrecha relación con El derecho a la pereza lafarguiano en su desprecio por el trabajo compulsivo y la aurora creativa que el “ocio” promete a la criatura humana. La Biografía Sacra de Franco, verdadera biblia pagana y panteísta, entronca raigalmente con el pequeño texto-conferencia del socialista francés titulada ¿Por qué cree en Dios la burguesía?. Pero la coincidencia mayor, insistimos, está dada porque ambos son magníficos propagandistas obreros –no hace falta aclarar la distancia que existe entre este calificativo y el mero mote de panfletista– por lo cual es perfectamente entendible la tendencia a silenciarlo, el rechazo a publicarlo o reeditarlo. A dicha actividad la denominamos política cultural. Recordemos a Gramsci quien señalaba: “Crear una nueva cultura no significa sólo hacer individualmente descubrimientos ‘originales’; significa también, y especialmente, difundir verdades ya descubiertas, ‘socializarlas’, por así decir, convertirlas en base de acciones vitales, en elemento de coordinación y de orden intelectual y moral”.[5] La producción franquiana expresa magníficamente esa concepción.

Dicha obra manifiesta su propio derrotero político-filosófico-intelectual: del bucolismo inicial celebrado por Lugones y Borges a la revolución socialista como verdadera superación del hombre. Veamos someramente aquel tránsito.

América Inicial

En América Inicial, que obtuvo el premio Jockey Club al mejor libro del año 1931 y cuyo subtítulo es Arco, parábolas y otras curvas, las primeras lecturas e influencias están bien presentes: Thoreau, Whitman, Nietzsche (en especial este último) de quien toma la forma aforística y dialóguica. La intención es contraponer la América del Sur con la septentrional y al definir socialmente a aquélla habla de la “supervivencia del feudalismo agrario de España”, tierra de promisión fundamentalmente por su juventud. Aquí el análisis sigue casi linealmente al primer Ingenieros que a la vez “bebe” de la fuente sarmientina.

Pero como ya dijimos, la mayor influencia es la del autor de “Aurora”. La prédica de una educación para la vida, el aspecto apolíneo necesario para toda civilización que se precie de tal y una crítica a la democracia “a secas” son claros ejemplos: “Creo que ninguna democracia puede justificarse si no es capaz de crear su propia aristocracia. Y no una casta, cerrada o no, aclaremos, sino un rango (...) sustentada por la única jerarquía verdadera: la del espíritu”.[6] No olvidemos el contexto: en la mayoría del mundo capitalista, la democracia burguesa se halla cuestionada e incluso presenció ya la llegada al poder de las bandas fascistas y el ocaso de aquélla. Pero en Franco, su paganismo implícito, la crítica mordaz hacia la jerarquía eclesiástica y militar junto a la denuncia del parasitismo de los sectores del dinero –en definitiva sus lecturas y charlas libertarias– lo alejan de cualquier acercamiento a los postulados mussolinianos.

Lo mejor del texto es cuando hace un repaso por diversos artistas y va enunciando –asistemáticamente– su concepción del arte: éste no debe ser ornamental, ni tampoco estupefaciente o sonajero de la vida, sino expresión de aquélla. Por eso el elogio a Whitman “poeta de la vida y de la auténtica democracia”, a Maupassant quien pese a algunas tecniquerías comprende que “el arte no es un testaferro de la naturaleza, sino el príncipe encantador que la cautiva y redime, no el realismo de feria sino el realismo psicológico es lo único que debe contar para el artista. Todo arte esencial es lirismo”, a Proust de quien dirá: “Este niño ambigua y monstruosamente lúcido, es más realista que todos los maestros del realismo”.[7] O en párrafos de gran belleza cuando esgrime unas proposiciones sobre la poesía señala: “Ni el poeta ni las cosas son la poesía , sino que ella nace de sus sagradas nupcias. Y así es misterio de amor. Y el poeta es todo el hombre, el purificador del mundo, y el maestro de todos los amores, esta criatura de ingenuidad y profundidad, sabiamente armoniosa y auténticamente salvaje”.[8]

Encontramos también virulentas críticas al deporte, el diario y el cinema, todos perpetuadores de la alienación del hombre, algo que recuerda las críticas de “La Protesta” de principios de siglo, junto a una mordaz denuncia al positivismo y sus sostenedores cuando afirma: “Como infartar en las cabezas de lagarto de nuestros positivistas la sospecha de que un cuento que aletea nuestro entusiasmo e irisa nuestra fantasía, o un poema que acrisola nuestra sensibilidad y nos inventa un corazón de dios son tan útiles , por lo menos, como una demostración matemática o una lección de geografía”.[9] Aspecto que lo vincula al peruano Mariátegui, sobre quien justamente escribirá hacia el final del libro, a propósito de su reciente fallecimiento:

“Ha muerto cuando comenzaba a ser indispensable (...) José Carlos Mariátegui, hombre doloroso y puro, cuerpo agostado y corazón caudaloso, frente de plata y voluntad de diamante, intelectual que difiere de los otros misteriosamente como el radium de los demás metales. !Qué fervor de justicia, de armonía y de luz! (...) No abdicará ese corazón tripulado de porvenir que remonta todos los corazones libres; no abdicará esa pluma más recta que todas las espadas, más fecunda que los arados”.[10]

Pero en donde se resume la concepción que recorre todo su trabajo es en aquel fragmento en el que expone cuál es la tarea para el hombre americano actual: “Nada se hará con el más prodigioso perfeccionamiento mecánico, con nuevas revoluciones, con conferencias pacifistas, con prospectos electorales. Todo debe venir de adentro a afuera. La tarea fundamental del que quiera llamarse un hombre, es enfrentarse consigo mismo, acorralar su alma, luchar con ella cuerpo a cuerpo. Y quedará quito de mezquindad y vanidad. Entonces, podrá enfrentarse al mundo y vencerlo (...) No de idólatras de cualquier dios falso: el Estado, la Iglesia, el Progreso, el Fascismo, el Comunismo. Y como es natural - porque son de belleza las voces caudales de la humanidad - su alma irá amaneciendo en la voz de sus poetas. Hojas de hierba es el primer evangelio del hombre nuevo”. (Subrayados nuestros).[11]

La libertad es lo axial –algo que recorrerá toda su obra– pero ésta se plantea primero en el propio yo interior del hombre para después sí, consumarla en el mundo exterior. Entre individuo y sociedad parece existir un muro tapiado. La falta de comprensión de las relaciones socio económicas que castran la libertad de aquél –alienándolo– , convierten a ésta en un postulado abstracto. La libertad pasa a ser entonces una vuelta a la mera naturalidad. No es casual pues, que sea la poesía de Whitman el primer evangelio del hombre nuevo. El bucolismo de la propuesta –algo que ya está más que presente como vimos en el primer capítulo, en su poesía– no sólo reniega del desarrollo técnico (al que en trabajos posteriores verá como presupuesto de la libertad), sino de la diplomacia y la moral vigente en general y lo que es peor... de la revolución. Pensamos que la lectura de Marx –no ya solamente vía Mariátegui– que comenzará a realizar hacia los treinta, modificará esta visión. Ésta no anulará la vigencia de Hojas de hierba sino que la complementará, y precisamente en esta unión-superación se hallará el marxismo no osificado y rico que Franco desarrollará en toda su producción ensayística.

El General Paz y los dos caudillajes

El General Paz y los dos caudillajes el primer trabajo historiográfico de nuestro autor, se publica dos años después que América inicial. Es un texto bellamente escrito: son las palabras de un poeta radiografiando contextos sociales y personalidades. La pintura de Belgrano en el primer capítulo como la del propio Paz en los posteriores es policroma en matices y facetas. El análisis si bien tiene la matriz del “Facundo” bien presente, es complementada con los aportes recién adquiridos del materialismo histórico y en especial de la “Teoría científica de la historia y la política argentina” de Juan B. Justo citada en la bibliografía. El proceso histórico es visto a través de la acción de sujetos (individuales y colectivos) enmarcados en una “guerra de clases” que tiene como protagonistas a los caudillajes porteño y el de un más que heterogéneo interior. La dicotomía que expresa en las primeras páginas recorre como un hilo rojo todo el texto:

“En el Río de la Plata, los más arriesgados, con la fiebre del neófito, proponen una democracia romántica, como tenía que ser. En efecto, son gente de universidad, de tienda o de cuartel, gente cerradamente urbana, cuando no porteña, es decir, saturada de los privilegios virreinales de Buenos Aires. No conocen –desprecian– el campo y la gente de campo, y por desgracia las nueve décimas partes de la realidad americana es eso: campaña. Desde el primer día el conflicto se acusa irreductible entre la ciudad de los blancos opulentos y su negrada, ese Buenos Aires donde el europeo ‘cree hallarse en París’, y las desaforadas campañas donde un hombre casi sin vestido ni necesidades espolea su instinto de libertad hacia lo salvaje”.[12]

Pero dicha contradicción sólo podrá resolvérsela, superándola. Ambos polos se necesitan mutuamente (aquí la figura de Hudson parece encarnar dicha “fusión”) si la tarea es conformar una nación que –siguiendo cierto evolucionismo sarmientino/justista– se asemeje a las que como los EEUU están dando vida. Los caudillajes, entendidos como “direcciones políticas” de ambos sectores pecan según el texto de incomprensión cabal de los términos del problema: “Una guerra de clases, sin duda, aunque parezca una de guerra de razas. Es claro que ella no tarda en descarriarse, para dar lugar, sin mayor esfuerzo, al pleito entre el caudillaje doctoral y militar de las ciudades y el caudillaje ecuestre. Virreinalismo y feudalismo”.[13] Lo nuevo del análisis –en relación por ejemplo con el que hiciera Ingenieros que también utiliza los pares: virreinato porteño e interior feudal– es que aquí el sujeto social de la emancipación reside en la campaña. “Aquel gran movimiento de insurrección campesina” –como lo llamará en un momento, aunque equipare a Artigas sin más con López, Quiroga o el propio Rosas– tiene como enemigo a la alianza porteña (urdida entre revendedores, estancieros y doctores) y el comercio británico: “Cuando poco después el gobernador Ferré quiera oponerse a la importación de los frutos que el país produce, no viendo la razón de que ‘nuestros paisanos se pongan ponchos ingleses’, el doctor García la dará la clave mayor de la historia patria: !es peligrosa cualquier medida contra la nación acreedora!”.[14]

Franco aquí se distancia de todas las corrientes historiográficas existentes. De la liberal como de la justista que continuarán los primeros historiadores del Partido Comunista, que si bien entienden el conflicto en clave “desarrollo capitalista vs atraso feudal” adhieren a la línea Mayo/Caseros –con la consiguiente reivindicación de determinados sujetos sociales– en su totalidad. Las incipientes corrientes nacionalistas –y en esa década verán la luz los trabajos de Scalabrini Ortiz, por ejemplo– denuncian el rol de Gran Bretaña desde los orígenes de la emancipación española, pero su falta de comprensión del propio desarrollo de la política y economía mundiales los lleva a no diferenciar entre las montoneras –sujetos de la insurrección campesina– y sus conductores: para ellas, ambos conforman la “nación” en ciernes. En el autor catamarqueño las lecturas de Trotsky, con su teoría del desarrollo desigual y combinado a nivel planetario, lo convencen que las burguesías o protoburguesías locales, llegadas “tarde” al concierto de países capitalistas se convierten en clase subalterna a escala mundial y las inhabilita para rol emancipador o “modernizador” alguno.

Ante dicho diagnóstico, la figura de Paz es la de aquél que no expresando orgánicamente a ninguno de los dos sectores y alianzas en pugna, puede convertirse en quien las resuma y supere. Su abandono del unitarismo porteño, la negativa a escindir a Corrientes y Entre Ríos cuando pudo haberlo realizado y su catadura moral (de gran relieve en el texto) lo postulan para dicha tarea. Sin embargo, determinadas características lo invalidan para poder llevarla a cabo: “... pese a su enorme buena voluntad, él también pecó contra su tierra, contra el destino oculto o manifiesto de las cosas. Por herencia, por hábito, por superstición de educación o rango, él no pudo sentir a fondo, es decir, comprender al gaucho; no alcanzó, sin duda, la intimidad de su pueblo. Las palabras la plebe, la clase baja, los paisanos, suenan un poco en él a cosas de la distancia. Que el proto-caudillo Artigas, el proto-gaucho López, y Rosas, y Urquiza y los otros, explotaron y diezmaron al paisano argentino, convenido; pero estuvieron con él, usando su lenguaje y sus hábitos”.[15] En esto reside su “tragedia” que es la de la sociedad toda –caracterización que luego tomará Peña, quien no se comprendería sin este antecedente– y como toda obra histórica, escrita desde un presente preciso (estamos en plena vigencia del Pacto Roca-Runciman) “lee” el pasado con esa clave de interrogación y respuesta.

Si bien América inicial no es un ensayo historiográfico, hay en este trabajo una superación en cuanto a las limitaciones que veíamos en la propuesta de aquél. La aparición del sujeto haciendo la historia –en condiciones que ya les fueron dadas– y ésta desarrollándose a través de la “guerra de clases” como él la denomina, así lo dejan ver. Por eso no es casualidad que el El general Paz se cierre con la siguiente afirmación: “El hombre verdadero tiene fatalmente que sentirse por encima de los otros; pero esto no ha de traerle engreimiento porque siente también que su raíz es común y que no puede aislarse, pues sólo apoyándose en los demás hombres logrará su desarrollo cabal. Su gloria estará en servir a los hombres y su máxima libertad en libertarlos. Y el fracaso de uno o de otro – muchedumbre y héroe– suele estar en no reconocerse mutuamente”.[16] Whitman empieza a aunarse con Marx, pero habrán de soldarse todavía más en su próxima obra ensayística.

Hudson a caballo

Hudson a caballo (1956) es uno sus libros más bellos, un lustro posterior a otro gran trabajo sobre el inglés: el que escribiera Ezequiel Martinez Estrada. Publicado originalmente por la pequeña Editorial Alpe, conoce una reedición a comienzos de los setenta por La Pléyade-Siglo XX. El libro lleva una dedicatoria al escritor Enrique Banchs –de breve pero importante obra– al que cataloga de “más claro poeta del castellano moderno”. Éste había saludado calurosamente uno de los primeros trabajos poéticos del catamarqueño, no tenemos noticias de encuentros personales entre ellos (Banchs morirá en 1968). Aquí Franco se muestra como lo que es: un verdadero artista. El libro alterna la descripción milimétrica de la Pampa en toda su variedad, con la conceptualización histórica y una prosa que en ningún momento abandona lo poético. Quizá el Hudson real no se atenga, punto por punto, a lo que el texto afirma, pero el Hudson de Franco rebosa literatura –o sea, vida, según los cánones franquianos– en grado superlativo.

El canto celebratorio a la naturaleza es hondo y sentido. El bucolismo –que, como sabemos, nunca ha abandonado– se corporiza en la Pampa y en un “gringo”, gaucho por adopción. Y quien dice la Pampa, dice ombú: “Árbol único. El nómade se detuvo y fijó allí su casa, inducido por él. Sus hojas acerbas pueden clarificar la sangre del hombre. El pampero y los insectos lo respetan. Árbol sagrado. Nadie ha visto un ombú adolescente o seco. Él está donde está, al parecer, desde siempre y para siempre”.[17] Páginas más adelante le enmienda la plana a Hegel –magnífico reinventor de la dialéctica según su propia definición– pero que falla al ubicar al reino animal (y la naturaleza toda) por debajo del hombre e incluso se torna torpemente eurocéntrico al desechar in toto al continente americano. La infancia de Hudson le parece un magnífico ejemplo de lo contrario:

“Sólo la más bárbara de las supersticiones –la que concibe la cultura como negación de la Naturaleza– puede ignorar qué privilegio divino es el de la infancia en el campo, es decir, en la cuna natural del hombre. Sólo que el privilegio de los hijos de Hudson es mayor: el hogar, con los libros y la noble pedagogía viva del padre y de la madre, significa el bien de la cultura, mientras, golpeando los umbrales mismos, está la Naturaleza con su vigor y su dulzura, con su ostensible salvajez y su escondida sabiduría”.[18]

Los cuadros que realiza sobre una columna de caballos –“espectáculo mayor”, lo llama– , como del canto y baile de los pájaros –“rítmico y acrobático”– son continuadores de aquellos bellos pasajes de Biografías animales pero con más riqueza visual. Hará suyo el axioma hudsoniano: “prefiero verlos en una fuente listos para ser ingeridos y no encerrados en una jaula” y elevará a principio filosófico-gnoseológico tan irredento escenario: “No puede afirmarse a cierra ojos que el animal sea inferior al hombre. Se acerca uno más a la verdad diciendo que la inteligencia grande de la Naturaleza se reparte en los seres animados bajo la forma de instinto y bajo la forma de razón, y que si el hombre es siempre más racionalmente inteligente, el animal es más genialmente instintivo”.[19] El conocimiento que él advierte en Hudson sobre los animales no es el de la pura ciencia, merodeada por nociones abstractas; sino por el contrario, dirá que la “suya es una actividad circular y total: intelectiva, afectiva, psicológica y estética, que no desconecta a la criatura de su medio nativo y su libertad natural porque son su alma misma”.

Es claro que esta cosmovisión franquiana puede ser harto polémica. Creemos encontrar una explicación plausible (incluso como veremos luego, la misma no es invariable): además de hombre criado en contacto medular con la naturaleza –y con los libros– Franco escribe sabiendo que tiene que remar contra la corriente. El auge de la sociedad de consumo, torna a ésta todopoderosa y a ello hay que oponerle también resistencia. La técnica y la razón –más que necesarios en el devenir humano y artífices de la lucha contra las lagañas medievales– pueden volverse contra sus propios creadores, alienándolos bajo una nueva forma. Poner el acento en lo natural –mera positividad según la expresión hegeliana– lo acerca por momentos al Franco enteramente bucolista y nietzscheano de textos como América Inicial, pero como dijimos, se debe más que nada a la “pelea” que mantiene con concepciones académicas e incluso populares que afloran en el período.

Es por ello que en estos primeros capítulos, parece olvidar que el hombre es siempre negatividad. Que romper y a la vez no desprenderse del todo de la naturaleza es nuestro esplendor y nuestra catástrofe. Será el trabajo la acción formativa en nuestro devenir sujetos. El lenguaje –hijo directo de dicho proceso– es lo que nos emancipa hasta cierto grado de las pesadas obligaciones de nuestra biología, y nos permite abstraernos del mundo (lo que incluye, para este propósito, nuestros cuerpos), y así transformarlo o destruirlo. Pensamos que sólo un animal lingüístico puede tener historia, en oposición a imaginarse un zángano como siendo siempre la misma maldita cosa una y otra vez. La existencia humana es por tanto, excitante pero precaria, mientras que la carrera de un zángano es tediosa pero segura.[20]

El bucolismo de Hudson al ser un panteísmo embebido del amor a la libertad y la vida lo alejan de todo fetichismo religioso: “pudo jactarse desde su temprana adolescencia de haberse librado del fetichismo religioso y en general de las supersticiones canonizadas de la gente, fueran ellas tonsuradas o intonsas (...) La criatura humana, pues, tendrá que enfrentarse siempre a la eternidad y el infinito, pero no anularse ante ellos. Venerará siempre religiosamente el misterio y la maravilla sagrada, pero sintiendo que ningún más allá cae fuera del universo o del hombre”.[21] Y mucho tendrá que ver en ello ese gran educador: el arte, que apelando a la sensibilidad y la emotividad pueden enseñar más que una decena de salmos bíblicos. Su siempre presente Whitman, ya lo había dicho con palabras que Franco hace suyas: “el sacerdote se va, el literato sagrado llega”.

La segunda mitad de los 50 –corrientes revisionistas y nacional populistas mediante– es prolífica en el ensalzamiento del gaucho (algo que en verdad comienza un poco antes) pero la más de las veces ahistorizadas y convirtiendo a aquél en militante de una ”causa nacional” que creemos inexistente. Franco por el contrario, siguiendo los relatos de Hudson y retomando lo señalado en anteriores obras, lo pintará de manera un tanto diferente: “Es el hermano de Robinson Crusoe, el hombre que puede vivir semanas o años solitario en un islote desierto, poblándolo con su actividad innumerable como enteramente capaz y probándose capaz de bastarse a sí mismo. Y eso, naturalmente, implica el desarrollo, más o menos completo de su personalidad. El poder ser él todo para sí mismo, el ser él mismo su amo y servidor (sin la mengua del esclavo ni la del explotador de esclavos) le da una independencia de espíritu y una libertad de ademanes que son, sin duda, lo más en la obligación espléndida de ser un hombre”.[22]

Pero como sabemos, el bucolismo se ha integrado con la visión marxista del desarrollo histórico, algo que figura en el debe de ese gran sentidor que fue el autor de “Allá lejos y hace tiempo”. En éste la descripción de las relaciones sociales que se están conformando en la pampa húmeda –como en el Brasil– tiene la fuerza de la denuncia y la indignación que muchas veces es atribuida a características propias de la educación (escuelas asesinas de la mente) y la formación del ocasional latifundista, pero sin una comprensión del proceso histórico que dicho comportamiento expresa. Cuando realiza una visita a la Inglaterra victoriana, las impresiones que de allí saca (aquí el señor de muchas tierras e innumerables rebaños se sienta a platicar con el asalariado pastor, pobre y descalzo... sin que los separe ningún sentimiento de clase), le merecen al catamarqueño las siguientes palabras no exentas de crítica:

“Es decir, el buen Hudson comparte una ilusión filistea y un infundio infinitamente farisaico. En Inglaterra conocerá en carne en carne y alma la miseria como pocos, pero se resignará estoicamente (mero gaucho en esto también) sin insertar su dolor en el de las clases oprimidas. Se apartará pudorosamente del evangelio cristiano-industrial, pero igualmente del espíritu de liberación que se vuelve contra aquél”.[23] (...) “Tampoco llegará a ver que el mal no está en la máquina y la técnica sino en que ellas potencian desmesuradamente hoy el poder de los negreros de siempre, y que, al contrario, gracias a las máquinas, la liberación del trabajo humano, y con ella la del espíritu, se convierte ya en la más alta y veraz promesa para mañana”.[24]

El último capítulo, “El gran pan en la Pampa”, es un magnífico cierre coral para el texto. Las variaciones que se observan en relación a los primeros capítulos, atestiguan lo dicho por Correas cuando afirmaba que este es un trabajo escrito fragmentariamente a lo largo de por lo menos la última década. La definición de Hudson como ateo religioso y devoto de la divinidad del Gran Todo, creyente de la inmortalidad universal y por ende apologista de la vida; podrían calzarle perfectamente a su figura y obra. Pero ¿cuáles son las pequeñas correcciones a las que hacíamos referencia? Dejemos hablar al texto:

“Hudson no busca el último misterio más allá de la Naturaleza, sino a través de ella y en el seno de ella; para él lo sobrenatural existe, pero también es Naturaleza. Para él lo zoológico no contradice lo humano: lo más primitivo evoluciona espiritualizándose. Siente lo externo y lo interno como una unidad indivisible: y sólo ella puede llamarse vida. Por eso el camino del conocimiento vivo –y no hay otro– es un camino de unidad integradora”.[25]

Lo más primitivo evoluciona espiritualizándose. Aquí está Hegel de cuerpo entero. Y Marx también. No olvidemos que éste le adjudicaba como gran mérito a su antecesor el de ubicar al trabajo –aunque sólo visto positivamente– como mediador en la acción formativa-cultural del hombre, transformando a la naturaleza y transformándose a sí mismo: unidad integradora como dice el texto. Pero como el trabajo en la sociedad capitalista –y no otra, como sabemos, es la de Hudson– es mera actividad alienada y reificada, de lo que se trata es aprovechar el avance tecnológico como presupuesto de una sociedad realmente humana; en la cual tengamos el derecho a la pereza para allí sí, trabajar en forma lúdica y ateniéndonos a la belleza como ya decía el joven y el viejo Marx. El progreso logrado en el ámbito natural para que no se vuelva una ominosa regresión, tiene que ir acompañado de un no menor trastrocamiento del mundo social. Ese es el hermosísimo mensaje final del libro:

Trabajar, trabajar y trabajar para ganarse la vida, y por ganarse la vida, perder de vivir. ¿Qué ganó la civilización? Poca cosa sería ella si se redujese, como parece, a esas meras ventajas materiales que apenas si lo son. No se trata de proponer la vuelta al bosque, sino la renuncia a los desvitalizantes artificios del gran progreso; a esas cortinas nunca bastante opacas para que el sol no entre a nuestros muebles y pisos (...)  Sí, el hombre es historia natural, pero también es... historia humana. Y Hudson apenas parece advertirlo. Que el hombre de hoy no espere ya ser salvado desde lo alto, se explica. Pero el hombre como tal, comenzó en tanto supo mostrarse capaz de superar la mera historia natural. Y quien cree en el progreso de la Naturaleza por selección natural está obligado a creer en la evolución progresiva de la historia, esto es, en la capacidad del hombre para superar sus propias incongruencias, derrotando a sus amos invisibles y visibles –burlándose del azar y la fatalidad– y ser su propio Redentor. Y dicho está con ello que su sabiduría y su virtud no pueden ser ya meramente las de la Naturaleza: tienen que ser típicamente humanas”.[26]

Biografía Patria

Biografía Patria –cuyo subtítulo es Visión retrospectiva y crítica del reciente pasado argentino– ve la luz en la Argentina que comienza a vivir el período frondicista desarrollista, con todas las ilusiones que sectores de la intelectualidad profesaban hacia éste. Contemporáneo (con el cual polemiza implícitamente como ya veremos) de Revolución y contrarrevolución en la Argentina de su otrora discípulo Abelardo Ramos, es publicado por la editorial Stilcograf de los hermanos José y Gregorio Stilman, que editaban también la revista cultural Gaceta Literaria. Franco ya es colaborador de Estrategia, en la cual aparecieron en forma de artículos fragmentos del texto. Hacia el final del trabajo reconoce su deuda para con investigadores como Daniel Guerin, Eric Weil, Silvio Frondizi y su compañero Milcíades Peña, por citar algunos.

El texto en sus primeros capítulos (“La demorada agonía capitalista”, “La monarquía mundial del dólar” y “South America”) desmitifica un puntal de dicho “enamoramiento” frondicista: aquél que postula un desarrollo independiente de la mano de las respectivas burguesías sudamericanas o tercermundistas. Lo mismo para las ideas y proyectos que la mayoría de la izquierda parecía respetar a pie juntillas: la colaboración de clases y la coexistencia pacífica. Y aquí encontramos otro aspecto importantísimo para comprender qué “marxismo” leyó Franco. Para él, el autor de El Capital superó –esto es, anuló y conservó– el viejo materialismo mecanicista y el aún más antiguo idealismo filosófico en el ya citado concepto de praxis. No otra cosa señala ese breve texto cardinal que son las Tesis sobre Feuerbach. ¿Que esto es un mero juego de palabras, sin importancia político-práctico alguna? Haberlo creído –y presentado conscientemente así– fue una de las tragedias del denominado Diamat del pasado siglo:

“Marx era algo más que el gran buzo de la economía capitalista, el radiógrafo de la sociedad moderna: era el revelador del subconsciente económico de la historia. Tomó en sus manos la dialéctica de Hegel (admirable, pero no viable, puesto que parte de lo absoluto) y la hizo partir de la realidad viva, obligando a la mente humana, como Kepler o Darwin, a un viraje de 180 grados (...) Relevó la tradición de los historiadores ptolomeicos por la concepción copernicana de la historia cuyo demiurgo es la lucha de clases. ¿Materialismo? No, sino una síntesis superadora del idealismo y el materialismo estancos. Frente a la actitud meramente especulativa (de speculos, espejo) de las filosofías tradicionales, la suya implicó una actitud no sólo existencial, sino agonal: una filosofía cuyo jardín de Academo es el mundo sudoroso y sangriento de los hombres”.[27]

Para poder comprender el pasado reciente argentino, Franco lo inserta en totalidades concretas más vastas: América y el mundo todo. Para ello, debe tener bien en claro que la coyuntura internacional expresa un momento del despliegue del capitalismo planetario: “El orden capitalista, instaurado sobre la explotación del hombre por el hombre, está muriendo ante nuestros ojos, por la hipertrofia de sus propias incongruencias. En la lucha a ultranza de sus distintos grupos representativos por la consecución de sus mercados y de materias primas –la caza mayor de dividendo– el imperialismo conspira mortalmente contra sí propio sin poder evitarlo. A la hora que corre, sus monstruosos privilegios sólo pueden ser defendidos por métodos monstruosos, aunque ello significa cavar su propia fosa. Fatalmente, irrefragablemente, tiene que ir a la guerra –a una guerra de Juicio Final– porque ella está en sus propias entrañas, rigiendo toda su fisiología”.[28]

Una de las respuestas que fracciones de la clase dominante dan ante ese cuadro de situación, es el fascismo. Caracterizar dicho régimen, es de vital importancia entonces, máxime si se tiene en cuenta que la izquierda argentina, casi en su totalidad, definió de esta manera el surgimiento del fenómeno peronista hacia mediados de los cuarenta. Franco señala lo siguiente:

“Con su regresión paladina a la más épica brutalidad, con todos sus horrores externos e internos, la del fascismo, ostensible o secreta, es la única actitud que le resta al régimen capitalista ante su propia condena. El fascismo, de fuente y psiquis pequeño burguesa, trata de armonizar las dos clases polarmente opuestas: gran burguesía y proletariado; de ahí que sea, política y económicamente, en el terreno de la doctrina, un remendón. Como tal doctrina, frente a la realidad, es un corcho en el torrente. ¿No terminó el nietzscheano señor Mussolini por buscar los favores de esa madame Recamier en menopausia que es la iglesia católica? El Estado corporativo, único lado más o menos tangible del doctrinal fascista, es la conciliación arcádica entre patronos y obreros, gracias a la virtud disuasoria del aceite de ricino y el manganello. Los obreros pierden el derecho a la huelga y al de mover la boca; sus sindicatos son sustituidos por corporaciones con jefes nombrados por... Mussolini. ¿Qué mucho si los salarios terminan por reducirse al 50 por ciento?”.[29]

Y la izquierda a la cual se vincula Francoideológica y orgánicamente– tiene algunos referentes y una estrategia política del cual éste se dice deudor: la práctica del proletariado ruso y su organización antes de lo que él mismo llama reacción termidoriana encarnada por Stalin: “El proletariado de San Petersburgo y Moscú era el más profundo y alerta de Europa. ¿Qué mucho pues, que haya sido el primero en reconocer a Marx? ¿Qué mucho que haya logrado engendrar en su seno, con Lenin y Trotsky, un tipo inédito de caudillo, en su soberana ecuación de acción y pensamiento, y totalmente emancipado de prejuicios seculares y cotidianos: dos hombres contemporáneos de lo venidero a fuerza de ser de hoy y no de ayer: dos libertadores de verdad”.[30] El inmenso arsenal de injurias, calumnias –sin mengua de algunos errores del bolchevismo, entendibles dentro del marco de realización de una experiencia inédita– de la propaganda capitalista se disparó con mayor eficacia que sus ejércitos. Él se encarga de recordar esto con suma puntillosidad. También en ese primer capítulo hay un vibrante análisis y balance de la guerra civil española y de lo que creía era una capitulación de la izquierda (socialista, comunista e incluso anarquista) al ingresar al gobierno republicano:

“(...) el Frente Popular capitoneado por los agentes del Kremlin, que implicaba la renuncia del proletariado español a su política de clase, es decir, revolucionaria, en homenaje a su alianza con las burguesías pequeñas y media. Había que salvar primero a la república, aunque como le dijera un suboficial del frente al poeta-aviador Jef Last, esa vieja puta es la república burguesa. Todo ello trajo como consecuencia la hecatombe de lo mejor del pueblo español y la cárcel o el yugo para el resto”.[31]

En La monarquía mundial del dólar, lo que allí se afirma –aún en forma más exacerbada– continúa teniendo una vigencia insoslayable. Bajo el manto “democrático” los monopolios, expresión bizarra de la propiedad privada capitalista, conspiran contra toda mejora humana y nos llevan a la barbarie más profunda. A riesgo de abusar con la trascripción de citas, nos permitimos la que sigue por la contundencia y la no menor belleza irónica que conlleva:

“El gran capital sabe más pedagogía que Ignacio de Loyola y Pestalozzi. Así, pues, manejados por él, el cine, el deporte, la radio y la literatura de libracos y revistas cumplen a maravilla el plan preestablecido de detener la edad mental del hombre de hoy en el horizonte infantil, a fin de que nutrido y embriagado por nimiedades agigantadas (foxtrots, cocktails, aventuras del Oeste, epopeyas gangsteriles, divorcios y sueldos de estrellas de Hollywood, orto y declinación de los astros del ring) se abstenga ascéticamente de informarse sobre la biografía de los ogros que viven de su sangre, su sudor y sus lágrimas.

“¿Que el gran capital conspira contra el progreso y la cultura? ¡Cómo! ¿No funda y financia universidades, pensiones e institutos científicos, colegios de huérfanos, hospitales de lisiados de guerra? , pero todo lo hace, desde luego, para servir de propaganda a la propia máquina con que oprime el mundo, pero primordialmente para esquivar el pago de impuestos.

El señor don Juan de Robres

con caridad sin igual

hizo este santo hospital,

pero antes hizo los pobres 

“En lugar de Robres dígase Morgan, Rockefeller, Mellon. (...) Naturalmente, los monopolios son los tutores oficiosos de la democracia y naturalmente controlan, con la misma eficiencia y facilidad que cualquiera de sus actividades económicas, la actividad del Estado. Nada puede escapar a quienes están por encima de los hombres como el Destino griego. El Estado para ellos es uno de sus directorios.

“En primer lugar pueden elaborar la opinión pública y el credo político de la masa electora con la eficacia con la que elaboran cualquiera de sus productos industriales. Recuérdese que los mayores instrumentos de propaganda –cine, radiodifusión, prensa, pseudoliteratura– son en sí mismos empresas industriales y con su poder insondable de catequización y engaño íntegramente en manos del gran capital truecan a éste en monarca de la opinión pública.

“¿Se quiere llevar a las pacíficas masas a una guerra en el otro extremo del mundo, mostrar la entraña negra del hitlerismo o del estalinismo, hundir una candidatura presidencial, levantar otra, presentar como empresa libertaria el enyugamiento de Guatemala? Cuarenta días y cuarenta noches de diluvio publicitario y el milagro está hecho”.[32]

Téngase en cuenta que aún no existían los grandes multimedios de comunicación. Sin embargo, ya Franco podía reírse a tambor batiente del proclamado “periodismo independiente”. Él y el olvido de su obra por dichos medios, son clara muestra de ello. La crudeza del diagnóstico no le impide –como siempre en sus ensayos históricos– apuntar a la solución. Desde las propias entrañas de la bestia imperial se está conformando la sociedad nueva. La base material que le ha permitido a los diversos gobiernos norteamericanos cierta calidad de vida a su gigantesco proletariado –del cual el texto narra su organización sindical, en especial en los años 30– es la clave para ver que éste “no haya logrado aún constituir su propio partido político, y persista en anularse a sí mismo bifurcándose a la zaga de los dos grandes partidos de la burguesía nacional”. Su mirada penetrante pone el dedo en la llaga en más de un mito. Corrigiendo a sus admirados Sarmiento y Martí –con la salvedad, ya mencionada, que actuaron casi un siglo antes– observa que la “arcadia” de la pequeña propiedad farmer y de la negación de todo progreso técnico, es sólo eso: un mito. Al mejor estilo lafarguiano, contrariando lo afirmado por John Steinbeck –entre muchos otros– señala:

“Pero como el autor no insertó el fenómeno en el proceso de la historia, no pudo dar ninguna salida. Más aún: parece echar toda la culpa, reaccionariamente, a la industrialización a ultranza, sin advertir que las estupendas técnicas agrícolas de hoy, al potenciar altamente la producción, son el gran factor de la liberación inminente y serán mañana su pedestal sagrado (...) Este sueño viejo es hoy sólo una pesadilla, y como toda pesadilla, traída por una opresión real. Sueño perverso después de todo, ya que espera inveterar la granja arcádica prescindiendo del capitalismo, es decir, de la historia”.[33]

No menos mordaz es el desenmascaramiento de la pretendida liberación de los negros. La libertad sin acceso a la tierra y a los medios de subsistencia es mera formalidad, amén de la discriminación oprobiosa que sufren en los más diversos ámbitos (desde una plaza pública al sufragio electoral). No sin antes recordar que una gran pequeño burguesía negra “detenta en sus manos el oro, la iglesia, la prensa y parte del poder social de la comunidad de color y tiene ya todas las taras de la pequeña burguesía blanca: odio a todo cambio social, a la sindicalización obrera, a la lucha de clases, y que naturalmente predica la sumisión de las espaldas negras al gran capital blanco”. Por eso no duda en la advertencia: nada se logrará si ambas –clase obrera blanca y negra– no confluyen, se organizan y constituyen un frente único que se convierta en una amenaza para la supervivencia de la Meca capitalista.

En “South America” realiza un paralelo entre la experiencia del gobierno de Vargas en Brasil y el peronismo argentino. Señala que la época es propicia para que individuos y fracciones más o menos burguesas y reaccionarias –según sus propias palabras– vean la conveniencia de bregar por la reforma social y hasta por la movilización obrera. Esto provocará roces que llevan al enfrentamiento hasta físico con los sectores nativos dominantes y el propio imperialismo. Al ser países semicoloniales, siguiendo la clásica definición de Lenin –en boga nuevamente al momento de escribirse el libro, con distintas valoraciones como las efectuadas por la CEPAL, el mismo peronismo, la posterior teoría de la dependencia, etc.–, el tema del nacionalismo cobra otra vez actualidad. Franco escribe allí que:

“El llamado nacionalismo (en el Brasil como en cualquier parte) es señeramente contradictorio. Por un lado su lema cardinal es el desarrollo de las fuentes y energías nativas, como el único medio de llegar a la independencia nacional anhelada; por el otro, para dar un comienzo de realización a semejante programa, se reputa imprescindible la ayuda del capital extranjero, pues las clases dirigentes no se sienten con vocación de aventuras patrióticas, esto es, de arriesgar un mínimo de sus privilegios en pro del futuro del país. Por otra parte ya se sabe que el capital imperialista fomenta el desarrollo industrial del país sometido a él sólo a cambio de enyugar su economía a los intereses del dólar”.[34]

Y ese capital imperialista –como Guatemala en aquel momento o Venezuela en la actualidad lo confirman– no tolera gobiernos que aunque más no sea tibiamente, no se supediten a sus feroces dictados. Por eso, aún atentando contra ciertos resquicios de la democracia formal, gobiernos como el varguismo o el de Perón (no así el de Yrigoyen, al que condenaba in toto), son progresivos y el golpe que viene a derribarlos presagia males mucho mayores para las fuerzas sociales en las cuales éstos se sostienen (proletariado, campesinado, franjas de la pequeño burguesía). Franco una vez más lo dice con apasionada claridad:

“Eso es precisamente lo que los impenitentes feligreses de la democracia burguesa se empeñan en no ver: que Washington declara nazi o comunista a toda dictadura o gobierno latinoamericano que no acate sus imposiciones, y democrático si se somete; igualmente que ante la tradicional claudicación proimperialista de nuestros gobiernos democráticos, los movimientos de reivindicación proletaria y de resistencia al imperialismo, asumen más o menos obligadamente la forma de dictadura, que, si cumple sus fines, resulta mucho más popular y progresiva que nuestras democracias capitalistas”.[35]

El análisis de la experiencia peronista y su relación con los sectores obreros recoge el arsenal teórico del marxismo clásico lo que le permite caracterizar acertadamente a éste como bonapartista y señalar los límites insalvables de la particular alianza de clase que aquél representaba (cf. el capítulo “Hitlerismo, bradenismo y peronismo”). En un párrafo de extrema lucidez, señala en relación a la actuación de Perón desde la Secretaría de Trabajo: “Sintiéndose solas, las masas trabajadoras se dejaron captar fácilmente por el hombre considerado por sus adversarios un puro demagogo de tipo nazi, pero que al revés de los nazis, liquidadores de sindicatos, había emprendido la realización de una obra que –pese a los gigantescos errores y menguas de su autor– lo ponía ya por encima de todos los políticos de su tiempo: la vasta sindicalización del proletariado”. Esto le permite catalogar al 17 de octubre de 1945 como un hecho en donde la preparación demagógica de las masas por el novel coronel se combina con un auténtico pronunciamiento proletario ¿Qué no se pedía el trastrocamiento del régimen social? Pues claro que no, pero movilizarse por objetivos reformistas, muchas veces resulta traumático para fracciones del bloque dominante (o a éste en su totalidad) con lo cual es un despropósito – teórico y político– confundirlo con una acción “lumpen y contrarrevolucionaria” como escribía toda la izquierda argentina (y algunos todavía persistían en dicha caracterización aún en 1958!).

Franco no ignora los vicios del propio Perón y su elenco gobernante. Durante páginas enteras parece repetir –lo cual no es más que una constatación empírica– el sonsonete liberal (y justista/ghioldista) sobre dicha característica, pero su visión al ser totalizante, le permite percibir los aspectos contradictorios que éste posee:

“Perón ha enseñado a las masas el método y las ventajas del contacto general de codos dentro de ellas, y si ha frenado su iniciativa y ha oscurecido su conciencia y voluntad revolucionarias, les ha despertado la noción de su valer y de su fuerza como no intentó hacerlo hasta ahora ninguno de nuestros iscariotes partidos de izquierda. Las dos versiones más acreditadas y opuestas sobre Perón son, pues, falsas de toda falsedad. Su misión y función no fueron las de agitar artificialmente la lucha de clases y dividir la familia argentina. Tampoco las de un apóstol de las reivindicaciones proletarias. Por encima de todo Perón se sirvió a sí mismo al usar de peaña a la clase obrera y sirvió a toda la clase poseyente al frenar y canalizar la fuerza revolucionaria del proletariado, difiriéndole algunas concesiones impostergables, voceando y perpetrando sobornos y engaños, sometiéndola a una dirección burocrática y policíaca y castrándola del derecho a la huelga (...) Pese a la opinión de ciertos marxistas de vuelo gallináceo, el peronismo no fue una revolución, sino una aventura oportunista y reformista”.[36]

La figura de Evita –a la que le dedica un capítulo: “La esposa del profeta Oseas”– le parece resumir más que la de su marido, los juicios unilaterales con los que aquél era calificado. Ni “resentida social y desclasada sin principios” como sostenía el ideario liberal, ni portadora de una estatura semejante a una Rosa Luxemburg criolla, como cierto marxismo reconvertido al peronismo escribía sin empacho. Incluso su renuncia a la vicepresidencia (vetada por el propio Perón, el ejército y la iglesia) como su posterior desaparición, son una derrota y un retroceso de la clase obrera que ella expresaba y sintetizaba dentro del gobierno bonapartista.[37] Esta característica del gobierno queda patentizada para el texto, cuando la actitud de Perón ante el golpe de 1955: negativa a armar a la CGT, a expropiar a los expropiadores del agro, subasta de sotanas –como él lo denomina–, a formar milicias populares, etc. El acierto del texto es monumental: la Libertadora y el gobierno Frondizi (también “libertador”) sólo traen miseria y retroceso social y político para las masas trabajadoras. El capítulo titulado “Júpiter, los cacos y la picana” es un magnífico recorrido por las lacras de la “fusiladora”, y se cierra haciendo referencia a Operación Masacre y los fusilamientos de 1956, “brillantemente descriptos por R. Walsch” (sic).

En “Los Brahamanes del agro” como en “Industrialización encadenada” se intenta una aproximación a la explicación del surgimiento, características y vinculaciones internacionales de nuestra clase dominante –algo que su recién conocido Milcíades Peña desarrollará hasta su muerte en 1965 y, en fecha mucho más posterior, Jorge Sábato– y su conformación (o no) como clase auténticamente nacional:

“En nuestra Argentina como en el resto de los países atrasados o sin industria nativa, el capital industrial fue y va formándose con las superganancias agropecuarias o mercantiles, cuando no es un parásito venido de afuera. En cualquier caso la incipiente industria criolla se dejó absorber gustosa por el capital imperialista. Nace estrechamente ligada al campo, advierte Dorfman. Nace como un subproducto de las actividades ganadera y agrícola y vive umbilicalmente ligada a ellas. No nos extrañe pues, que las mayores empresas industriales con o sin disfraz argentino –CADE, SIAM, Fármaco Argentino, Duperial, Tamet, Catita. La Cantábrica, General Electric– estén vinculadas fraternalmente a empresas agropecuarias”.[38]

Nuestra burguesía agraria e industrial, nace –como el toro– con dos cuernos, uno apostado en cada sector productivo y en indisoluble dependencia del capital foráneo. La industrialización –que la hubo, incluso antes del peronismo– es hija de una balanza comercial favorable (producto del agro) que permite el inicio ascendente del ciclo económico, hasta que el campo amenace con frenar sus inversiones –perjudicado por el surgimiento de ciertas industrias que consideran artificiales y subvencionadas por el estado, aquí sí peronista– y el ciclo comienza su curva descendente: “[La industria argentina] Apareció en el alba de los grandes monopolios como un poderoso apéndice suyo. Este destino económico prefigura ya su destino político: nuestra burguesía, agente y consocia del imperialismo, no puede volverse contra él porque sería un rapto suicida (...) Comenzar como pequeñas empresas puramente argentinas –metales, textiles, ferroviarias, petróleo, cerveza, papel– y rematar como grandes empresas coasociadas y sometidas al capital foráneo: ese fue el destino general de nuestros más beneméritos grupos industriales. A medida que se iban volviendo más poderosos se iban trocando en meras lunas de algún gran planeta financiero internacional”.[39]

Esa clase dominante debe ser también dirigente. Por ello crea y recrea una política cultural. El capítulo “La gendarmería de la pluma” da cuenta de ese fenómeno: instituciones, academias, literatos, periodistas con manto “sacrosanto”; desde ya, la iglesia y aún la izquierda que se constituye como ladera del régimen, son los guardianes del consenso. ¿No hay excepciones? Claro que sí, pero pagan su precio: el olvido o la persecución político-ideológica. Reivindica a Roberto Arlt, tiempo antes que desde el propio Partido Comunista se empiece a discutir y revalorizar su figura.

Los dos capítulos finales son de recapitulación –como se denomina uno de ellos– y de propuesta política (“¿Y ahora?”). En el primero de ellos, el análisis se resiente con cierto unilateralismo en la explicación del surgimiento del peronismo: ubicarlo como expresión de viejos sectores del bloque dominante, supeditado al imperialismo inglés (lo que explicaría su “antinorteamericanismo”) caracterización que continuará Peña en uno de sus trabajos clásicos, no se muestra tan consistente y parece perder de vista otros elementos. La correcta aseveración en cuanto a que el golpe de Lonardi viene a sancionar una nueva relación de fuerzas en desmedro fundamentalmente de la clase obrera, lo lleva a postular que había que oponerse a él - sin dejar de cuestionar la “inconsecuencia” del propio Perón para resistirlo - al mismo tiempo que le enrostra a la mayoría de la izquierda su rol servil de “ladera del nuevo régimen”. En una analogía con el reciente contexto internacional, señala:

“A fin de cuentas ocurrió entre nosotros lo que en la Italia de Mateotti, en la Alemania de Ebert y la España de Azaña: como los organismos políticos que acaudillan al proletariado no se atreven a iniciar la revolución (es decir, a dar la batalla contra la burguesía capitalista) las vanguardias del viejo régimen hacen la contrarrevolución acogotadora con el nombre de... revolución libertadora”.[40]

En palabras que lo diferencian de más de un izquierdista apresurado – y que el período que abren los “azos” del 69 confirmaron plenamente– advierte:

“El odio de la burguesía grande, media y chica a Perón provenía en buena parte de un error de perspectiva: lo tomaban por un auténtico líder obrero y revolucionario. Esa tirria era tirria engendrada por el temor a la clase proletaria (...) La Libertadora se ha hecho fundamentalmente para eliminar la gravitación del proletariado en la vida social y política argentina”. La furibunda crítica –máxime teniendo en cuenta el momento– que le realiza al frondicismo y a su proyecto de desarrollo de neta matriz cepaliana o sea, la de atribuir el atraso latinoamericano a la falta de modernización, a la necesidad de más capitalismo viendo solamente diferencias de grado entre la periferia y las metrópolis, con su llamado a la unión de los sectores nacionales para llevar a cabo dicho plan; encuentra en el texto profundas y clarividentes palabras de condena: “Más, por cierto, que tamaño programa no podrá ejecutarse, tal vez ni en su comienzo, sin belicosos desencuentros entre la unión sagrada explotadora capitaneada por el gobierno y la clase obrera capitaneada por el hambre. Y por cierto también que esa apresurada congregación de puercoespines que es el frondicismo, dada la agudeza de sus propias púas, tampoco logrará mantener indefinidamente su unión fraternal. Por otra parte, la proletarización progresiva de la pequeña burguesía –aquí como en cualquier parte– agravará el conflicto. Huelgas crecientes y represiones crecientes en brutalidad se esbozan en el horizonte”.[41]

El proletariado deberá dar cuenta de dicho proceso y actuar en consecuencia. Su instinto ya lo presiente –Franco en esto es mucho más optimista que su amigo Peña, como el final de la cita anterior lo demuestra–, pero a éste hay que combinarlo con un conocimiento de la situación y un grado de conciencia que requiere mayor elaboración. Y en ella, trabajos como Biografía Patria son un eslabón más que importante. En la producción de Franco todo análisis histórico está ligado a una tarea crítico-práctica, el libro se cierra con una admonición tan vigente hoy como entonces: “Organización de un frente único obrero contra la patronal de adentro y de afuera, es decir, de un Partido Obrero Revolucionario con su política de clase, o sea absolutamente independiente de los partidos burgueses, comprendidos los pseudosocialistas y pseudomarxistas”.[42] En él, entonces, la revolución está unida a la autoorganización de las masas y ésta a la forma partido. Que dicha forma requiere una permanente crítica y cuestionamiento no disminuye en un ápice su real y perentoria necesidad.

Pequeño diccionario de la desobediencia

El estilo aforístico también lo cuenta entre sus cultores. Sus infinitos dardos a la moral burguesa y todo el inmaculado cinismo de la sociedad de clases, toman estatura de gigante en un trabajo cuyo título es toda una definición: Pequeño diccionario de la desobediencia. En sus primeras páginas, una magnífica aseveración histórica-filosófica recuerda: “La dialéctica, aplicada a la historia humana, significa la unidad del idealismo y del materialismo, es decir, la superación de ambos. El hombre aparece al fin como lo que es: el incansable obrero y arquitecto de sí mismo. Se supera, pues, la mutilación antifilosófica de la filosofía tradicional, puramente contemplativa: actitud de sacerdote o profesor frente al hombre que es esencialmente un obrador y un luchador. Cuanto más abstracta, elevada y sublime es una filosofía, es menos filosófica porque está más alejada del hombre real y actuante”.[43]

Si uno quisiera ubicar una obra en la cual esté todo Franco, pensamos que sería ésta. Prosa poética, análisis científico, diagnóstico y resolución del presente histórico en un lenguaje, que no por llano deja de ser gravitantemente profundo; lo convierten en un clásico del género. Leído hoy a cuarenta y cinco años de escrito, mientras pensadores que se dicen marxistas, descreen de la existencia de imperialismo alguno y presentan su ideal de hombre, mirando hacia el medioevo, conserva su fresca actualidad: “¿Francisco de Asís? Sí, una de las almas más maravillosamente receptivas y comunicativas. Pero su amor era pura compasión. Su fraternidad no era viril ni enseñaba la lucha. No había amor por lo que vale más sobre la tierra: el destino ascendente del hombre”.[44] El capítulo “Antología Sacra” es una reescritura del texto de casi dos años atrás. El acercamiento al fenómeno religioso –con una fuerte impronta del célebre La rama dorada de Frazer– junto a un vasto conocimiento y manejo de la Biblia, Tomás de Aquino, Spinoza y Feuerbach, lo hacen de lectura obligatoria a todo aquel estudioso del tema. Además un repaso por las primitivas civilizaciones, orientales y precolombinas, junto a la apología de la griega-jónica como síntesis perfecta de la comunión de cuerpo y alma; conforman un cuadro de honda belleza.

Otro mérito del libro es que en medio del auge de la recomposición capitalista de posguerra, con las visiones triunfalistas de sus apologistas como las escépticas de algunos de sus críticos (recordar a Marcuse y su hombre unidimensional con la visión de una clase obrera ganada por la sociedad de consumo), o de aquellos que aún en el Tercer Mundo creen que la solución pasa por la modernización, o sea, más capitalismo encerrado en sus fronteras nacionales; éste señala:

“El capitalismo con su prodigioso desarrollo industrial, comercial y técnico ha unificado el mundo. Los nacionalismos, progresivos en el siglo pasado, son hoy, con sus aduanas, sus diplomacias y sus ejércitos, la peor conspiración contra el futuro. La expansión de las fuerzas productoras ha creado una economía mundial que ha roto el marco de las economías nacionales y ha suprimido de hecho las fronteras patrias. Ese sentido tienen las guerras de hoy o matches entre los distintos grupos imperialistas, cada uno de los cuales, para no ser tragado por los otros, busca tragarse la bola del mundo. Las luchas imperialistas destruirán el mundo porque en verdad luchan contra la historia. No hay más salvación para la sociedad humana de hoy que la unificación de todos los países, no partiendo de la prédica budista, evangélica o del gandhismo, sino de la planificación mundial de la economía”.[45]

Pero esa crítica lúcida y mordaz al capitalismo no obnubila su visión en relación a las dictaduras burocráticas de la URSS y Europa del Este, a las cuales les endilga lacras, muchas veces tan oprobiosas como la de los regímenes de propiedad privada. Su reactivo ante este cuadro no es la “revolución de los directores” que postulan Burnham y otros, que abjurando de la dialéctica, terminan en análisis superficiales y respuestas inviables; sino lo que ya entrevé la cita anterior: planificación mundial socialista de la economía con vistas a la sociedad sin clases.

Los capítulos dedicados al arte y la estética en general se condicen con todo lo anterior. El arte guarda relación con la sociedad de la cual es expresión, pero la misma no es mecánica ni lineal. Huir de todo normativismo estético, lo lleva a admirar –y aquí no hace otra cosa que seguir a sus maestros– a los gigantes del pasado como Shakespeare, Cervantes o Stendhal; como diferenciarse de admoniciones tipo Proletkult quienes postulaban un arte proletario, algo que luego el estalinismo convirtió en razón de estado: “¿Literatura proletaria? No, literatura para coadyuvar a la desproletarización del proletariado... Naturalmente, la nueva literatura saldrá menos de un cambio de técnica o de tema, que de una nueva relación del hombre consigo mismo y con el mundo, es decir, con su destino”.[46] Nuevamente la conjunción –para algunos herética– de Marx, Nietzsche y Whitman conforman la tríada de la cual no podrán prescindir el hombre y la sociedad futuras: el mandato irrevocable de la trasmutación de todos los valores.

Un capítulo dedicado a la mujer y su posición de doble oprimida en la sociedad de clases, preanuncia su Hembra humana mientras que en Trabajo y lucha de clases retoma su siempre vigente denuncia que la “cultura del trabajo” es la más formidable arma ideológica en manos del capitalismo para intentar perpetuar la esclavitud asalariada, y que la lucha de clases deberá culminar –a riesgo de acabar con la propia especie humana– en una sociedad que tenga como presupuesto de una vida más plena el mayor tiempo libre posible, consecuencia del gigantesco desarrollo tecnológico. Por eso el Pequeño diccionario... se cierra con un aforismo que cual danza dialéctica de unidad de los contrarios enlaza vida y muerte en un contrapunto por más poético:

 “El individuo humano debe comprender de algún modo que él es algo mas que su yo perecedero: que su ser individual es parte de su ser total, y que luchar por enriquecer e intensificar su ser es el único modo de luchar contra la muerte”.[47]

En 1960 se edita una antología de Sarmiento con un prólogo suyo.[48] Más allá de lo estrictamente puntual que refiere al personaje central, en él observamos un presupuesto que recorre el mismo y que es a la vez, ético y metodológico: la valoración de la praxis como elemento constitutivo y constituyente del ser humano. La referencia implícita a la famosa undécima tesis marxiana es clara. El hombre y la historia no son la mera resultante de la mecánica de fuerzas naturales –menos aún de Dios alguno– sino un colaborador activo de aquélla que termina decidiendo su propia suerte. Como siempre ocurre, lo expresará con palabras de un hondo sentido poético: “El hombre sólo puede conocer el mundo –que no es una estatua sino un proceso– interviniendo en éste. O sea, para obrar sobre la realidad hay que entenderla, pero no se la entiende realmente si no se obra sobre ella”.

Esquilo y Shakespeare

Esquilo y Shakespeare (1980) es un trabajo de relativa corta extensión pero de una profundidad y belleza únicas. Este hombre de 82 años es capaz de una obra que de alguna manera reúne toda la anterior, como en ese tercer período beethoveniano en donde el gran artista contenía y superaba la ya magnífica producción precedente. Hay una introducción en la cual –autor, como sabemos,  conocedor de Hegel y de Lukács– dilucida la relación existente entre la estética y el marco social que la (de) limita. El griego (así como antes había sucedido con Homero) representa lo mejor de la tradición de la Hélade. El fuego sagrado de Prometeo es la llama que siempre deberá esgrimir el hombre contra todos los oscurantismos que insisten en ponerlo de rodillas. Sólo dicha civilización y el siglo V podían haber producido tamaña obra. Y será precisamente el alemán quien mejor lo advirtiera a comienzos del siglo XIX. Franco, quien como sabemos ya ha escrito sobre los griegos, enfatiza:

“El espíritu griego es también naturaleza, pero naturaleza humanizada, esto es, redimida por el espíritu. Los dioses lo son de la naturaleza y del espíritu a la vez, como Apolo, dios del sol, pero también de la iluminación interna (...) Sin esas luchas sociales, más homéricas que la Ilíada, no hubiera aparecido la democracia, es decir la libertad política y espiritual –aunque mutilada– de la Hélade, numen del helenismo”.[49]

La epopeya del fuego en Prometeo, remite al más profundo de los filósofos antiguos: Heráclito de Efeso, para quien aquél es el demiurgo de la realidad; y el héroe de Esquilo al traerlo desde el cielo a la tierra (clara reminiscencia feuerbachiana) libera al hombre del temor a la muerte y le arrebata el conocimiento a los dioses. Será nuevamente Nietzsche quien le sirva de guía en la revalorización helénica. Como ya lo comprendían también Marx, Whitman y Thoreau (todos “hijos de la verdadera libertad”) el arte griego, en su hondura y belleza, expresa que en el hombre conviven tanto la razón, como la sensibilidad y el instinto en un tenso y dialéctico equilibrio. Y todo eso sin olvidar que la Grecia Clásica llevaba en sí una de las lacras mayores del homo sapiens:

“Si la esclavitud fue una inevitabilidad en el itinerario del hombre histórico (como el incesto o la antropofagia) no carguemos demasiado la romana a los griegos. Si hoy ya no es del caso tapar o disimular sus menguas, menos deben callarse estas dos preguntas. ¿Se liberaron las demás civilizaciones (sin excluir la nuestra hasta el siglo XIX) de esa apelación a lo inhumano llamada esclavitud? No, por cierto. Ahora bien, ¿logró alguna otra como ella la autonomía del pensamiento crítico y de la sensibilidad en lo más intenso y vario de su gama y libró su guerra más homérica para emancipar al hombre de sus amos celestiales y terrenales? Tampoco”.[50]

Cuando pasa revista a Shakespeare no duda en calificarlo de genio. Aclarando que en él se da la superación del sentido común que lo eleva por sobre sus contemporáneos, pero a la vez, debiéndole mucho a los hombres del pueblo en una interacción permanente (no habría obra shakesperiana sin infinidad de autores menores que lo precedieron y sin Jonson o Marlowe, por citar sólo algunos). Hijo de la naturaleza y de no pocas miserias humanas (su padre era carnicero) comprendió mejor que nadie en su tiempo –en donde el teatro era realmente popular pese al encorsetamiento isabelino– que “si hay tarea humana en la que el fin justifica los medios es el arte. La ciencia tiene escalera, el arte alas. En Shakespeare lo ideal y lo real se juntan como la mano derecha y la mano izquierda. Inspirándose en la Naturaleza y la Historia, sus dos musas, se esfuerza en crear por segunda vez al hombre”. Otro sí decimos: en la actualidad una voz ineludible –cuando de Shakespeare se trata– es la del crítico Harold Bloom. La hermenéutica que éste realiza sobre el británico tiene aspectos comunes con la del argentino:

“Todo el propósito de este ensayo es señalar que a través de los personajes de sus dramas (latientes y respirantes hasta devenir símbolos de las multiformes pasiones humanas) y a través de sus pensamientos de mayor calado y sus imágenes de mayor horizonte, Shakespeare se mueve revolucionariamente en pro no sólo de la misericordia sino de la justicia, es decir de la belleza ética. Recordemos de paso sólo que sus principales heroínas femeninas –Julieta, Ofelia, Cordelia, Desdémona, modelos de hermosura, pero también de nobleza y pureza– son sacrificadas por la mezquindad o la estupidez masculina”.[51]

Que Falstaff, ese noble de Las alegres comadres de Windsor y perfecto bufón de sí mismo, es el vivo compendio de todos los lugares comunes que en el mundo han sido. Que Macbeth es el más hermoso de los poemas sobre el infierno y el mejor tratado sobre la fenomenología del crimen político, o mejor “de la estrategia de toda política de clase”. Que en Hamlet todos nos vemos reconocidos pues allí los extremos de la voluntad y la fantasía, la lucidez y la locura, el hacer y el no hacer se debaten agonalmente, como propio de la esencia humana (si se pudiese hablar de ésta). O que Rey Lear presagia una de las posibilidades que se le abren a la historia del hombre: burlarse de la moral y la ética de toda sociedad de clases, como tarea prioritaria para su emancipación. Todo ello, como dice Franco, ubica a Shakespeare entre los más grandes artistas que conoció la humanidad (él advierte que hubo que esperar hasta Dostoievski para que alumbre un escritor semejante)  y fundamentalmente porque su “preocupación capital, en sus dramas mayores, desde Hamlet en adelante, es de juro la deshumanización del hombre” y como no puede ser de otra manera, éste tiene una tarea esencial:

“Cuando un pueblo produce un gran poeta no es para que lo ignore, lo desprecie o lo adule, sino para que éste lo despierte y le enseñe a limpiarse las legañas de la tradición canonizada (...) Pues ser simple e integralmente un hombre –no un carozo de ángel, ni un héroe con espada ejecutiva– es para Shakespeare la grande hazaña humana, sin olvidar que ello significa la ecuación de lo individual y lo social: el amor a sí mismo a través del amor a los otros. Shakespeare es el más sabio de los hombres porque es siempre el rey de los cuerdos en un mundo capitaneado por la irracionalidad hoy como ayer”.[52]

No faltaron marxistas de trocha angosta que descalificaron al autor de “Romeo y Julieta”, aduciendo su probable monarquismo y apego medieval; olvidando supinamente la autonomía relativa que el arte –quizá la mayor esfera donde ocurre esto– guarda con lo social. Franco les respondía así: “Alguien podrá argüir que Shakespeare fue –según lo que cree saberse– un pequeño burgués no libre del todo de prejuicios feudales, y a lo que puede inferirse de “Troilo y Crésida”, era un conservador y por ende dispuesto a convalidar los privilegios tradicionales. Poco importa. Ningún hombre tiene clara conciencia de su profundidad, y como todos los grandes genios, Shakespeare llevaba en sí la añoranza del porvenir”.[53] Pero también supo ponerse en guardia contra aquellos esteticistas que también - paradójicamente - ignoraban la grandeza del hijo de Stratford :

“Sabía ver debajo del agua y advirtió sin error que en almas eclipsadas por la sed de riqueza y poder la naturaleza humana se seca de raíz. Podemos apelar al pudor humano de un bandolero, un contrabandista, un trapero o una prostituta, y quizá encontremos oídos, pero pecaríamos de bobos si esperamos hallar un gota de piedad humana en cualquiera de los concesionarios del gran poder antisocial”.[54]

Final

Un sucinto balance luego de este recorrido por su obra ensayística, nos hace concluir (y reafirmar) que Franco llevó a cabo de forma espléndida una política cultural, siendo un magnífico socializador de verdades –descubiertas pero ocultas, al decir de Gramsci– cuando ésta tuvo por centro el trabajo historiográfico. Para ello (sin ser un historiador profesional) empleó una metodología que consideramos –recordar lo afirmado por el primer Lukács [55]– ortodoxamente marxista. A saber: la desconfianza hacia el conocimiento por la vía de la mera inmediatez (método caro al positivismo), el análisis regido por conceptos cargados con múltiples determinaciones, o sea, de mayor concreción (metafísica para los adoradores de la empiria) y el “hábito” de enmarcar un proceso particular dentro de una totalidad abierta, que por el hecho de ser tal, termina con la escisión entre política y economía (propia del pensamiento burgués y de ciertos marxismos vulgares); por citar los aspectos más sobresalientes.

Y en cuanto al ensayo no directamente histórico, a su prosa única, siempre irónica y filosa pero nunca exenta de poesía, le cabe lo mismo que lo que él le asignaba a Shakespeare: cuando un pueblo produce un gran poeta no es para que lo ignore, lo desprecie o lo adule, sino para que éste lo despierte y le enseñe a limpiarse las legañas de la tradición canonizada.

La lucha para terminar con el fetichismo y la reificación (o sea el proceso social por el cual las cosas se convierten en sujeto y éstos se objetualizan) planteó en ella la necesidad de reconstituir al sujeto como tal. Éste –que no es otro que la clase que vive de alquilar “libremente” su fuerza de trabajo– deberá dar cuenta de esto si no quiere terminar definitivamente en la barbarie: sabiendo que al emanciparse, emancipará a la humanidad toda. Nada más actual entonces para la Argentina y el mundo del siglo XXI. Con su acostumbrada fuerza y belleza, lo expresó con meridiana precisión:

“Pese al juicio despectivo o negativo de los rabinos de la sociología burguesa –y de los socialistas y otros obreristas de su laya que lustran con sus ya ralas melenas las botas de los generales, o de los radicales persignándose antes de besar las nalgas sagradas de los obispos– la clase obrera argentina de hoy, que se ha mostrado capaz de sobrenadar a la presión gigantesca de todos los sectores coaligados de la reacción y la rutina, esa clase ha dado las mejores garantías de que sabrá encontrar su propio camino, es decir, el camino de avance de la sociedad entera”.[56]

Notas:

1 Para un análisis del posmodernismo, recomendamos especialmente: Callinicos, A: Contra el posmodernismo. Una crítica marxista. El Áncora Editores, Bogotá, 1993 y también Eagleton, T: Las ilusiones del posmodernismo. Editorial Paidós, Buenos Aires, 1999. De la producción local sobe el tema, un texto poco conocido pero muy recomendable es el de Rush, A: Latinoamérica y el síntoma posmoderno. Universidad Nacional de Tucumán, 1998.

2 Moreno, L: Insurrección del poema. Un hombre de letras y oficios en “Poesía de Luis Franco”. Eudeba, Buenos Aires, 1964 p. 5.

3. Penelas, C: Conversaciones con Luis Franco. Buenos Aires, Torres Aguero Editor, 1978 p. 59.

4 “Para mí , como para cualquier intérprete de buen ojo y buena fe, Marx no vino a exaltar los valores materiales del hombre sino a revelar el secreto de por qué ellos lo tenían maniatado, o sea, a facilitar la transformación del hombre puramente económico, en un ser integralmente humano. Sólo que para ello debía decidirse a una lucha más que homérica contra todos los recios intereses materiales y antisociales disfrazados con vestiduras sublimes: patriotismo, moral, filantropía, destino celestial”. Citado en Correas, B: Luis Franco. Ediciones Culturales Argentinas, Buenos Aires, 1962 pp.30-1.

5 Gramsci, A: El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce. Nueva Visión, Buenos Aires, 1997, p. 9.

6 Franco, L: América inicial. Ed. Babel, Bs As, 1931 pp 20-21

7 Franco, L: Ob. Cit, pp 186-201.

8 Franco, L: Ob. Cit, pp 51-2.

9 Franco, L: Ob. Cit, p 92.

10 Franco, L: Ob. Cit, pp 203-4.

11 Franco, L: Ob. Cit, pp 30-1.

12 Franco, L: El general Paz y los dos caudillajes. Ediciones Solar, Bs As, 1984, p 37.

13 Franco, L: Ob, cit, p 43.

14 Franco, L: Ob, cit, p 62.

15 Franco, L: Ob, cit, p 205. La reciente novela de Andrés Rivera “Ese manco Paz” (Alfaguara, Buenos Aires, 2003) sigue en gran parte esta matriz argumentativa.

16 Franco, L: Ob, cit, p 206.

17 Franco, L: Hudson a caballo. Editorial La Pléyade, Buenos Aire, 1972, p.10.

18 Franco, L: Ob, cit, pp. 11-12.

19 Franco, L: Ob, cit, p. 45.

20 Aquí seguimos lo desarrollado por Terry Eagleton en varios pasajes de su ya citado trabajo Las ilusiones del posmodernismo. Editorial Paidos, Buenos Aires, 1999.

21 Franco, L: Ob, cit, p. 136.

22 Franco, L: Ob, cit, p. 157.

23 Franco, L: Ob. cit. pp. 173-7.

24 Franco, L: Ob. cit. P.187.

25 Franco, L: Ob. cit. p.241.

26 Franco, L: Ob. cit. pp. 246-9.

27 Franco, L: Biografía Patria. Editorial Stilcograf, Buenos Aires, 1958, p. 10.

28 Franco, L: Ob, cit, p. 15.

29 Franco, L: Ob, cit, p. 16.

30 Franco, L: Ob, cit, p. 14

31 Franco, L: Ob, cit, p. 22.

32 Franco, L: Ob, cit, pp. 29-30.

33 Franco, L: Ob, cit, p. 42. Afirmación que coincide punto a punto con el pensamiento de Trotsky: “Sobre esta nueva base tecnológica y económica, la personalidad humana, liberada de la necesidad humillante de llenarse la barriga, alcanzará la plena madurez. Podemos anticipar que entonces el trabajo manual se desarrollará en el contexto más elevado de la sociedad socialista; más no como una tarea semiesclava, sino como arte, con ayuda del poder científico y técnico. Los reaccionarios sueñan con conservar el artesano actual. Por regla general, disfrazan este objetivo tras la máscara de las consideraciones estéticas. En realidad, tratan de prolongar la vida de la pequeña burguesía, utilizada por el gran capital como base social. A veces estos caballeros tratan de ocultarse tras la fraseología socialista. Es sabido que esas tendencias nutrieron al fascismo, que ha exaltado al artesano, adulado a la pequeña burguesía y al campesinado, los ha alineado contra el proletariado y convertido en sus tropas de choque al servicio del capital financiero”. “En respuesta a Selden Rodman” en Escritos, Tomo VIII, Vol 3. Editorial Pluma, Bogotá, 1977.

34 Franco, L: Ob, cit, p. 60. Si echamos un somero vistazo por la actualidad, comprobaremos que dicho párrafo es confirmado palmariamente por ésta: según datos oficiales del INDEC, hay 110 mil millones de dólares de argentinos en el exterior; casi nueve veces las reservas del Banco Central y dos tercios de la deuda pública local. Lo más notable es que de esa “millonada”, casi 87 mil millones corresponden a inversión líquida, es decir, bonos, plazos fijos, acciones o cajas de seguridad. Un solo dato: las casas de veraneo de nuestra burguesía nacional ascienden a 6.219 millones de dólares; casi cuatro veces más de lo que gastó el Estado durante todo el año 2004 en Educación y Salud juntos! Agradezco la información estadística al amigo Marcelo Yunes.

35 Franco, L: Ob, cit, p. 69.

36 Franco, L: Ob, cit, pp. 135 y 154.

37 Como ya habíamos señalado, aquí hay una crítica implícita a su conocido Abelardo Ramos que expresaba sin ambages su apoyo total al peronismo desde un marxismo (y hasta trotkismo) nacional. Además, casi una década después de Biografía patria, apareció el que sería una especie de best seller de cierta pequeño burguesía otrora rabiosamente antiperonista. Me refiero a Eva Perón ¿aventurera o militante? Sebreli, Juan José. Siglo XX, 1966. El mismo guarda una fuerte deuda intelectual con el texto del catamarqueño, que no es reconocida, pese a que se lo cita en la bibliografía utilizada.

38 Franco, L: Ob, cit, pp. 224-5.

39 Franco, L: Ob, cit, pp. 236 y 243. Ese proceso de concentración y extranjerización de la industria y la economía argentina seguirá su curva ascendente en coyunturas posteriores a las que recorre el texto: durante el Onganiato, como bajo la última dictadura militar y fundamentalmente en los noventa, este proceso cobra rasgos sobresalientes. Según varios artículos del Clarín Económico del año 2003, de las 500 empresas líderes de la Argentina, 325 (casi dos tercios) son extranjeras, y de las 30 más importantes sólo 5 pertenecen a capitalistas argentinos. El 70% de las ventas del país al exterior están bajo el control de empresas foráneas, que ya controlaban el 55% en 1993, en un fenómeno que aún en plena globalización, conoce pocos antecedentes mundiales en cuanto a su magnitud.

40 Franco, L: Ob, cit, p. 268.

41 Franco, L: Ob, cit, pp. 269-70 y 284.

42 Franco, L: Ob, cit, p. 288.

43 Franco, L: Pequeño diccionario de la desobediencia. Editorial Americalee, Bs As, 1959, p. 11.

44 Franco, L: Ob, cit, p. 19. El pensador aludido es Toni Negri, que en su obra “Imperio”, escrita en colaboración con M. Hardt, reivindica y postula la obra de Francisco de Asis como praxis a seguir por la “multitud”, nuevo sujeto del acaecer social.

45 Franco, L: Ob, cit, p. 99.

46 Franco, L: Ob, cit, p. 154.

47 Franco, L: Ob, cit, p. 280.

48 Domingo Faustino Sarmiento, Textos Fundamentales. Selección de Luis Franco y Ovidio Omar Amaya. Fabril Editora. Buenos Aires, 1960.

49 Franco, L: Esquilo y Shakespeare. Buenos Aires, pp. 24-6.

50 Franco, L: Ob, cit, p. 70.

51 Cfr: Bloom, H: Shakespeare y la invención de lo humano. Editorial Norma, Bogotá, 2000. Este particular crítico, que cuando se ensaña con la visión marxista del arte a la que acusa de “reflejista”, en realidad está recusando al marxismo vulgar en sus múltiples expresiones ; apoyándose en Borges (y aquí la coincidencia es triple, además de que el autor de Ficciones también vertía conceptos similares a los de Franco cuando se refería a Whitman, Hudson o Sarmiento) señala que “Nadie fue más hombre que Shakespeare, que a la manera de Proteo pudo agotar las apariencias del ser, de su época y de las épocas futuras”.

52 Franco, L: Ob, cit, pp. 112 y 119.

53 Franco, L: Ob, cit, p. 91.

54 Franco, L: Ob, cit, p. 110.

55 “En cuestiones de marxismo, la ortodoxia se refiere exclusivamente al método”. Lukács, G: “¿Qué es marxismo ortodoxo”, en Historia y conciencia de clase, Grijalbo, Barcelona, 1972.

56 Franco, L: Biografía patria. Editorial Stilcograf, Buenos Aires, p. 287.

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