Una
crisis de las finanzas en el centro mundial del capital financiero
Crisis y corridas en
Wall Street y las bolsas del mundo
Causas y consecuencias del tembladeral
Por
Claudio Testa
Socialismo o Barbarie, revista N° 21, noviembre 2007
Como esos terremotos que se anuncian antes con temblores menores, estalló
finalmente en agosto una crisis financiera global motivada por el
desinfle de la “burbuja inmobiliaria” de EEUU y la quiebra de
entidades comprometidas por una montaña de “hipotecas basura” de
difícil cobro (que en inglés se llaman “subprime”). Los
problemas de fondo, por supuesto, van mucho más allá que los de un
default hipotecario
En
los primeros meses del año, había sido la “corrida” en las
bolsas chinas. El 26 de julio, se sintieron los iniciales remezones en
Wall Street Ya ese día se había producido una primera corrida. Pero
el huracán llegó 15 días después, con epicentro en Wall Street,
desde donde se extendió instantáneamente a Europa, Asia y el resto
del mundo. Varias noticias desalentadoras desataron la estampida:
entre ellas, la falencia de la Bear Stearns en EEUU (una importante
entidad de préstamos hipotecarios), quiebras de bancos en Alemania y
que en Francia uno de los principales bancos, el BNP Paribas, imitó
los procedimientos de la crisis financiera de Argentina en el 2001,
estableciendo un “corralito” donde quedaron prisioneros los depósitos
de ahorristas de varios de sus fondos de inversiones. En septiembre,
las colas de clientes en las puertas del fallido banco Northern Rock en Gran Bretaña, configuraron escenas
que en el “Primer Mundo” no se veían desde la Gran Depresión de
1929/30.
El
hecho es que, muy probablemente, a mediados de agosto, estuvo
planteado el peligro de un crash financiero mundial. Varios hechos
hicieron evocar el Jueves Negro (24 de octubre) y el Martes Negro (29
del mismo mes), que precipitaron en 1929 el crash de la Bolsa de Nueva
York y abrieron la Gran Depresión, la crisis económica más grave de
la historia del capitalismo.
Sin
embargo, más allá de analogías importantes, el curso inmediato
ha sido muy distinto, no sólo por las diferencias de
configuración y de regulaciones del capitalismo mundial en la
actualidad, sino también por una violenta intervención de los
principales gobiernos y bancos centrales (como no ocurrió en
1929).
En
esa ocasión, recuerda The Economist, Andrew Mellon, secretario
del Tesoro de EEUU, poco después del crash de Wall Street,
daba alborozado los siguientes “consejos”: “liquiden
trabajos, liquiden acciones, liquiden granjas y liquiden las
propiedades inmobiliarias... Eso va a purgar toda la pudrición del
sistema” (“Does
America need a recession?”, The Economist, 23-8-07).
En
esta ocasión, el Banco Central Europeo y los de EEUU, Canadá, Japón,
Suiza, etc., siguieron una política diferente: en sólo tres días
(9, 10 y 13 de agosto), volcaron más de 300.000 millones de dólares
a los mercados para frenar el derrumbe de las bolsas, impidiendo la
quiebra en cadena de bancos y otras entidades financieras. Como puede
verse, el capitalismo neoliberal no rechaza al “intervencionismo
estatal”... cuando se trata de sus bolsillos.1
El
lunes 13, las aguas volvieron a calmarse. Pero el costoso aceite
derramado sobre las olas para sosegarlas no logra ocultar las
turbulencias que se agitan en el fondo, y que pueden volver a empeorar
las cosas. Aquí veremos algunos de esos elementos y contradicciones
que actúan en las profundidades... y que siguen su marcha.
Una crisis de las finanzas en el centro mundial del capital financiero
Desde
1997, cuando estalló la crisis financiera de Asia, se han sucedido
varias crisis de las finanzas de distinta importancia, como las del
fondo de inversión Long-Term Capital Management (1997), Rusia (1998),
Brasil (1998), Turquía (2000-01), Argentina (2001-02) y otras. Casi
todas ellas tuvieron también desiguales repercusiones en el centro de
las finanzas mundiales, EEUU, pero sus epicentros se ubicaban lejos
de Wall Street. En
ese sentido, The Wall Street Journal marca bien las
diferencias:
“Algunos economistas temen que hoy las expectativas
están fuera de control. Lo que afectó el desempeño de las acciones
en 1998 fue una combinación de la crisis asiática y la cesación de
pagos de Rusia, lo que llevó al cuasi colapso del gigantesco fondo de
cobertura estadounidense Long-Term Capital Management. Pero, a
diferencia de 1998, los problemas de hoy son locales: la caída
del sector inmobiliario y la contracción del crédito.
“Aun si la Fed2 actúa con rapidez y
recorta las tasas más de una vez en lo que queda del año –algo que
muchos economistas anticipan– pasará tiempo antes de que se dejen
sentir sus efectos sobre la economía. De hecho, el desplome
inmobiliario podría empeorar antes de repuntar y, en vez de despegar
verticalmente como sucedió en 1998, las bolsas estadounidenses
probablemente tengan que navegar en aguas más turbulentas.
“«En
1998 se trataba de cosas que ocurrían a un mundo de distancia. La
crisis actual refleja un problema que está en el corazón de la
economía de EEUU», dice Jan Hatzius, economista jefe para EEUU
de Goldman Sachs Group Inc. «Hoy es mucho más serio que en
1998»” (E.S.
Browning, “Los mercados pueden tener falsas expectativas - Un
recorte de los intereses no alivia los problemas de fondo que aquejan
a la economía y las bolsas”, The Wall Street Journal,
18-9-07, subrayado nuestro).
Posteriormente,
en marzo del 2000, el desinfle de la burbuja especulativa en los
mercados de valores estadounidenses –que marcó el fin de los
delirios sobre la “nueva economía” o “economía punto.com”–
ya no fue un problema “periférico”, sino que se produjo en el centro
y desató además una recesión que castigó a EEUU principalmente
en el 2001. Pero esa recesión pudo ser acotada y revertida en
un plazo relativamente corto.
Desde
entonces, sobre todo desde el 2004, se sucedieron varios años de fuerte
crecimiento mundial, con promedios muy superiores a las pobres
performances de los últimos 25 años del siglo XX. Y el World
Economic Outlook del FMI ya calculaba
en julio un crecimiento mundial del 5,2% para el 2007. La bonanza económica
latinoamericana es principalmente un subproducto de esta situación
internacional.
Pero
sucede que las medidas tomadas en EEUU para superar rápidamente la
crisis y recesión de principios de siglo, y el rumbo que adoptó la
economía estadounidense y mundial a partir de allí, sentaron
la bases de la actual crisis y agravaron
los desbalances o
desequilibrios que ya venían acarreando
las relaciones de la economía estadounidense con el resto del mundo.
De burbuja en burbuja
Efectivamente,
las medidas tomadas por el gobierno de EEUU y su banco central (la
Federal Reserve) para encarar la crisis financiera del 2000 y superar
la recesión del 2001, generaron y/o agravaron los factores que hoy
confluyen en esta nueva crisis y la potencian.
Acerca
de eso coinciden curiosamente todos los analistas, desde los marxistas
hasta los de la ultra neoliberal revista The Economist:
“Durante
el pasado cuarto de siglo, la economía estadounidense ha estado en
recesión sólo el 5% de ese tiempo, comparado con el 22% de los años
precedentes... ¿Pero cuánto de esto se debe a las repetidas
inyecciones de adrenalina que se aplicaron cada vez que la economía
se hizo más lenta?
“Muchos
de los actuales problemas financieros pueden ser achacados a la
benignidad de la recesión del 2001, después del estallido de la
burbuja puntocom. [...] Se suele decir que el rápido apaciguamiento
de la recesión fue el resultado benéfico de la acrecentada
flexibilidad de la economía norteamericana. Pero en verdad la economía
recibió el mayor impulso monetario y fiscal de la historia. Bajando
las tasas de interés... la Fed alentó el boom de los precios de las
viviendas (burbuja inmobiliaria)... y a tomar deudas hipotecarias más
grandes” (“Does
America…?”, cit.).
Stiglitz
hace una descripción parecida: “La
raíz del problema económico de Estados Unidos son las medidas
adoptadas tempranamente en el primer mandato de Bush. En particular,
la administración consiguió que se aprobara un recorte impositivo
que, en gran medida, no logró estimular a la economía porque estaba
destinado a beneficiar principalmente a los contribuyentes más ricos.
La carga del estímulo recayó sobre la Reserva Federal, que bajó las
tasas de interés a niveles sin precedentes. Si bien los créditos a
baja tasa de interés tuvieron poco impacto en la inversión
comercial, alimentaron una burbuja inmobiliaria, que hoy estalla y
pone en peligro a los hogares que pidieron prestado frente a valores
inmobiliarios en suba para sostener el consumo” (Joseph
E. Stiglitz, “¿Se romperá la represa en 2007?”,
Project-Syndicate.org, diciembre de 2006).
En el centro del problema que hoy estalla está el
hecho de que las masivas “inyecciones de adrenalina” para salir de
la recesión del 2001 no fueron a parar a inversiones
“productivas”, sino a la especulación en esa nueva burbuja, que
reemplazó al desinfle de las puntocom.
“Todo
se remonta a la recesión de 2001. Con el apoyo del presidente de la
Reserva Federal, Alan Greenspan, el presidente George Bush impulsó
una rebaja de impuestos diseñada para beneficiar a los
estadounidenses más ricos, no para sacar a la economía de la recesión
post-burbuja de Internet. Cometido ese error, la Fed no tenía muchas
opciones si deseaba cumplir su mandato de conservar el crecimiento y
el empleo: tenía que bajar las tasas de interés, cosa que hizo insólitamente
hasta llegar al 1%. Funcionó, pero de un modo fundamentalmente
distinto a como funciona normalmente la política monetaria.
“Por
lo general, las tasas bajas hacen que las empresas pidan más préstamos
para invertir, y el aumento del endeudamiento trae aparejados más
activos productivos. Pero esta vez, dado que la sobreinversión de
los 90 fue parte del problema de que surgiera la recesión, la baja
de las tasas de interés no estimuló mucho la inversión. La
economía creció, pero principalmente debido a que las familias
estadounidenses se decidieron a endeudarse más para refinanciar sus
hipotecas y gastar parte del excedente. Y mientras los precios de las
viviendas subían como efecto de las menores tasas de interés, los
estadounidenses podían no darse por enterados de su creciente
endeudamiento” (Joseph Stiglitz, “Estados Unidos, la hora de la verdad”,
Project-Syndicate.org, 12-8-07).
El
economista marxista Michel Husson describe un cuadro parecido pero más
completo de la política económica aplicada por Bush y la Reserva
Federal, que permitió “planchar” la curva recesiva en el 2001...
y al mismo tiempo sentar las bases de la actual crisis:
“La
recesión que siguió a 2001 tuvo, por lo tanto, una doble función.
En primer lugar, permitió restablecer la rentabilidad del capital por
medio de una gestión muy limitativa del empleo. Se ha podido hablar
de una recuperación sin empleos (jobless recovery), en la
medida en que ésta ha sido la oportunidad de almacenar las ganancias
de productividad potenciales. Pero tampoco se ha dejado de lado a los
medios más clásicos de recuperación de la tasa de plusvalía, como
la prolongación de los tiempos de trabajo o el congelamiento de
salarios, facilitada por el escaso dinamismo del mercado de trabajo.
Este período también ha sido utilizado para adaptar la tasa de
acumulación a un nivel más compatible con el de la rentabilidad.
“Sin
embargo, este ajuste no se hizo al precio de un estancamiento duradero
y profundo de la economía, por causa de la política económica
llevada a cabo por Bush después del 11 de septiembre. Esta implica
tres aperturas que apuntan a sostener la actividad. La primera es una
suerte de «keynesianismo militar»3, que consiste en
aumentar los gastos militares. La segunda ha sido una baja
espectacular de los impuestos, que permitió estimular el consumo de
los ricos. Finalmente, las tasas de interés fueron mantenidas en un
nivel muy bajo, de manera de sostener al mercado interno,
especialmente el inmobiliario. El dinamismo del consumo interno pudo
así ser mantenido y se limitó la amplitud de la recesión. No
obstante, esta política ha agravado una serie de contradicciones, que
son la otra cara de sus ventajas. Las principales son las siguientes:
“1)
la rebaja de impuestos, combinada con los gastos militares, ha hecho
que el presupuesto pasara de un excedente a un déficit importante; 2)
el mantenimiento de la demanda de los hogares mediante la baja de las
tasas de interés ha conducido su endeudamiento a un nivel sin
precedentes y ha producido el comienzo de una burbuja en el mercado
hipotecario; 3)
la desigualdad de los ingresos se ha profundizado aún más, hasta la
caricatura; 4) el déficit comercial con respecto al resto del mundo
ha seguido profundizándose y representa hoy el 6% del PIB (producto
interno bruto) de Estados Unidos, es decir, más de un punto del PIB
mundial” (Michel Husson, “La mondialisation déséquilibrée”, en Angela Klein
& Paul B. Kleiser, Die EU in neoliberaler Verfassung, ISP,
Köln, 2006).
Recordemos
que Clinton había hecho votar un programa de reducción a cero del déficit
fiscal. Bush, por el contrario, además de disponer grandes rebajas de
impuestos a los ricos (so pretexto de “promover las inversiones”),
tenía como eje de su programa económico el mencionado
“keynesianismo militar”: un colosal aumento del gasto en
armamentos y fuerzas armadas. Estas medidas, lógicamente, volvieron
a disparar a las nubes el déficit presupuestario. Simultáneamente,
el banco central (Federal Reserve) dispuso una baja inaudita de su
tasa de interés interbancaria (en relación con la cual se
regulan las tasas para las operaciones con el público, empresas,
etc.). De principios del 2001 a mediados del 2003, redujo esos
intereses del 6,25% al 1% anual, para estimular la toma de créditos y
el gasto, y así frenar la recesión.
Los
atentados del 11 de septiembre del 2001 vinieron oportunamente a
santificar esta política y acallar las protestas obreras y populares
como las que se habían expresado un año antes en Seattle. Asimismo,
la guerra mundial declarada por Bush para liberar de “terroristas”
a las arenas petroleras de Medio Oriente prometía ser un colosal
negocio. ¡Comenzaba el “nuevo siglo (norte)americano”!
Pero
todo esto abrió las puertas para inflar la nueva burbuja que ahora
estalla con consecuencias difíciles de medir: la burbuja
inmobiliaria.
Capital financiero, capital productivo, sobreinversión y capital
ficticio
Como
subrayan Stiglitz y
otos analistas, las medidas tomadas en el 2001, en primer lugar la drástica
rebaja de la tasa de interés de la Fed a un insólito 1% anual, no
llevaron a los capitalistas principalmente a hacer inversiones
productivas, sino a especular, ahora embarcados en el nuevo
globo inflado que se iba a las nubes, la burbuja inmobiliaria. ¿Qué
hay detrás de este fenómeno, que de ninguna manera es exclusivamente
estadounidense, sino mundial?
Esto
alude a un fenómeno real, una desmesurada y creciente hipertrofia
financiera acompaña la actual fase del capitalismo: “Desde
comienzos de la década pasada, las burbujas y turbulencias
financieras internacionales se sucedieron una tras otra; al mismo
tiempo, la masa financiera global fue creciendo en progresión geométrica.
Deudas públicas y privadas, hipertrofias bursátiles, negocios con «productos
derivados» se fueron expandiendo mucho más allá del ritmo de
crecimiento de la economía real. Por ejemplo los negocios con «productos
financieros derivados» representaban hacia el año 2000 cerca de dos
veces el Producto Bruto Mundial; en 2006 eran ocho veces más
grandes, y si extrapolamos su tasa de expansión promedio del último
lustro, en 2010 esa masa especulativa representaría 16 veces el
Producto Bruto Mundial” (Jorge
Beinstein, “Terra incognita - La soledad de Bush, el fracaso de los
halcones y el desinfle de las burbujas”,
www.socialismo-o-barbarie.org, 2-9-07).
Tanto desde la derecha como desde la “izquierda” son un lugar común
los lamentos acerca de estas “desproporciones” entre la esfera de
la producción (la llamada “economía real”) y la esfera de las
finanzas en la actual etapa del capitalismo. Sin embargo, la mayoría
de las veces, estos gemidos plantean las cosas distorsionadamente.
Lo
habitual en esta materia son los sermones de tono “moral”, que
esconden una trampa. Condenan al malvado “capital financiero” o
“especulativo”. Ahora, con la presente crisis financiera mundial,
estos sermones han subido de volumen. Pero el reverso explícito o
implícito de esto, es que existiría también un capitalismo bueno,
el llamado “capital productivo”. Es lógico que esta confusión
–capitalismo “bueno” versus capitalismo “malo”– sea
alentada desde las corrientes políticas burguesas y pequeñoburguesas,
en especial de “centro-izquierda”, y también las burocracias
sindicales, pero lo más grave es que sectores que se reclaman
revolucionarios e incluso del trotskismo hacen coro a buena parte de
esta deliberada confusión.
Como
demostró Marx en el tomo II de El capital, el ciclo del capital-dinero,
aunque diferente de los ciclos del capital productivo y del capital
comercial, es parte inseparable del proceso de circulación o
de reproducción del capital en su conjunto. Dicho de otra
manera, sin “finanzas” no podría haber producción ni comercio
capitalistas. La “valorización” del capital –es decir, la
extracción de valor excedente (plusvalía), base de la ganancia
industrial y comercial, y del interés bancario– se realiza en el
ciclo productivo. Pero, a su vez, este ciclo del capital productivo no
podría “girar” sin finanzas ni comercio. El capitalismo es uno
solo. Aclarado esto, es necesario explicar, sin sermones ni utopías
reformistas, de dónde sale esta monstruosa hipertrofia de capital
financiero en general y especulativo en particular.
El
actual ciclo o etapa del capitalismo –que se suele denominar no muy
correctamente de “globalización” del capital– significó un salto
cualitativo a escala mundial en la explotación capitalista; es
decir, en la extracción de plusvalía y, por ende, en la obtención
de ganancias. En las bases de este hecho económico, hay dos
derrotas político-sociales de la clase trabajadora mundial: 1) la
restauración del capitalismo en China, la ex URSS y el Este
europeo, y 2) la imposición a escala mundial de normas de trabajo
que implican una explotación cualitativamente superior. Esto último
es desigual: va desde la más salvaje esclavitud laboral impuesta a la
masas de China, India, América Latina, etc., hasta la mayor o menor
liquidación de las conquistas obreras de posguerra en el “primer
mundo”. Pero el signo ha sido de retroceso en todo el planeta.
La
enorme masa de ganancias obtenidas por los capitalistas en este
proceso deben reciclarse como nuevo capital, so pena de que se
desvaloricen. Pero no logran hacerlo en su totalidad como capital productivo
(es decir, invertirse rentablemente en nuevas fábricas, máquinas y
salarios de trabajadores). Eso es lo que está detrás de la paradoja
(que Stiglitz señala pero no profundiza) de que después que la Fed
bajara los intereses al 1% (cero, en términos reales), los burgueses
norteamericanos corrieron a endeudarse, pero no para ampliar las
inversiones productivas sino para especular con títulos que
representaban hipotecas a cobrar y otras invenciones por el estilo,
que sustituyeron a las alicaídas acciones puntocom.
La
actual crisis revela el grado de saturación de lo que Marx, en el
tomo III de El Capital, llamaba “capital ficticio”.4
El ya citado Nouriel Roubini nos da un ejemplo que explica muy bien cómo
nacen, se reproducen y mueren estos mecanismos del capital ficticio:
“Hoy
día, cualquier persona adinerada puede tomar 1 millón de dólares,
ir con él a un broker y conseguir un leverage5 por
tres veces esa suma. De allí resultan 4 millones (1 de capital propio
y 3 de deuda) que pueden ser invertidos en un fondo de fondos, que a
su vez haga un leverage de esos 4 millones por tres o cuatro
veces y los invierta en un hedge found.6 A su vez,
este hedge found puede tomar esos fondos y hacer otro leverage
por tres o cuatro veces y comprar algunos CDO, que por sí mismos
tienen un leverage de nueve o diez veces. Finalmente, vamos a
tener un leverage total de 100 a 1. Entonces, cualquier pequeña caída
del 1% de la inversión final (CDO), liquida el capital inicial y crea
una cadena que tira abajo ese castillo de naipes de deudas... Esto
es lo que ha pasado ahora en los mercados financieros” (Nouriel
Roubini, “Current Market Turmoil”, RGE Monitor,
15-8-07).
Es
que los capitales financieros en general y los especulativos (o
“ficticios”) en especial no crean por sí mismos valor alguno. La
valorización se sigue generando en la esfera del trabajo y de la
producción, ya sea física (un automóvil o un plato de comida) o
intelectual (un programa de computación).
Las
finanzas y la especulación viven de las “punciones” que hacen a
la masa de plusvalor creada por el trabajo humano. Cuando las
desproporciones se hacen insostenibles, se viene abajo el “castillo
de naipes de deudas”. Es decir, estalla una crisis que incinera
montañas de capital financiero y ficticio.
Barranca abajo
Habíamos
señalado cómo los créditos hipotecarios basados en una tasa del 1%
anual de la Reserva Federal dispararon la construcción de nuevas
viviendas... pero más aún sus precios.
Este
problema –que la propiedad inmueble subía vertiginosamente sin
relación alguna con sus valores reales ni con las variaciones de
precios de los demás bienes y servicios– ya venía desde 1995.
Desde 100 años atrás, los precios de la propiedad inmueble en EEUU
habían acompañado las variaciones de los del resto de la economía. Pero, desde 1995 al 2006, subieron más del 70% (Dean
Baker, “Midsummer Meltdown Prospects for the Stock and Housing
Markets”, Center for Economic and Policy Research, agosto 2007). El
aumento nominal fue aún mayor, porque es una cifra deflactada.
Como
ya dijimos, el auge de la construcción (con precios disparatados)
fue, junto con la expansión de los gastos militares, una de las
claves de la recuperación. Según Stiglitz, “aproximadamente el 80%
de la suba del empleo y casi las dos terceras partes del
incremento del PBI en los últimos años se originaron directa o
indirectamente en el sector inmobiliario” (Joseph E. Stiglitz, “¿Se
romperá la represa en 2007?”, cit.).
¡La
nueva burbuja de las casas y departamentos reemplazaba la de las
acciones puntocom, fallecida en marzo del 2000! Era la ocasión no sólo
de tener una vivienda, sino también de enriquecerse. Usted sacaba una
suculenta hipoteca en base a la tasa de la Fed del 1%, compraba un
inmueble y éste aumentaba de valor al ritmo del 10% anual. Mientras
miraba la televisión en el living, usted se iba haciendo más rico.
Digamos,
por último, que la burbuja inmobiliaria, aunque estalló en EEUU, es
un fenómeno especulativo mundial. En los principales países
de Europa, Australia e incluso en varios de América Latina, los
precios de las viviendas han tenido alzas igualmente disparatadas, sin
relación con sus valores reales ni el curso general de la inflación.
Pero,
como sucede siempre en el capitalismo, estas cosas terminan mal. Para
sostener la especulación inmobiliaria (y el ritmo de incremento de
sus precios) era necesario ampliar cada vez más la venta de viviendas
nuevas.... lo que es sinónimo de ampliar la colocación de créditos
hipotecarios.
Agotados
los círculos selectos de clase media alta para arriba –los prime
(principales) que cumplían los requisitos de solvencia para lograr préstamos
a tasa mínima (prime rate)–, venía la legión de millones
de pobres y dudosos (subprime), que comenzaron a suscribir
hipotecas, pero a tasas más altas.
Debido
a sus mayores tasas, las hipotecas subprime (ahora bautizadas
hipotecas basura) eran a la vez un gran negocio bancario, que
se amplió con la venta de esas hipotecas subprime a bancos y
fondos especulativos del exterior. Con eso se creó el circuito para
la reacción mundial en cadena que ha provocado el default de
bancos en Europa.
Cuenta
Stiglitz: “Para que más gente pidiera más préstamos, se
ablandaron las condiciones de los créditos, lo que promovió el
crecimiento de hipotecas basura, las llamadas «subprime». Además,
se inventaron nuevos productos con anticipos muy bajos, lo cual
posibilitó que la gente sacara hipotecas mayores.
“Algunas
hipotecas incluso tenían amortización negativa: los pagos no
alcanzaban a cubrir los intereses, de forma que cada mes la deuda crecía
más. Las hipotecas fijas, a tasas de interés del 6%, fueron
sustituidas por hipotecas de tasa variable, cuyos intereses estaban
ligados a las letras del Tesoro de corto plazo.
“Las
llamadas «tasas trampa» permitían que las cuotas de los primeros años
fueran más bajas. Eran una trampa porque se aprovechaban del poco
conocimiento financiero de muchos deudores, que no entendían en
realidad en lo que se estaban metiendo.
“Y
Alan Greenspan los alentó al riesgo al bendecir esas hipotecas de
tasa variable. El 23 de febrero de 2004, dijo que «en la última década
muchos propietarios de viviendas podrían haberse ahorrado miles de dólares
si hubieran contratado hipotecas de tasa variable en vez de hipotecas
de tasa fija».
“Pero,
¿esperaba realmente Greenspan que las tasas de interés se
mantuvieran por siempre en el 1%, una tasa de interés real negativa?
¿No pensó qué les ocurriría a los estadounidenses pobres con
hipotecas de tasa variable si las tasas subían, como era casi seguro
que lo harían?... Sólo era cuestión de tiempo que ese desempeño se
hiciera insostenible” (Joseph
Stiglitz, “Estados Unidos, la hora de la verdad”, cit.).
La
puntada final la dio la Federal Reserve. Después de bajar su tasa al
1% anual en el 2003, la fue subiendo hasta alcanzar el 5,25%, lo que
implicó un aumento proporcional en el servicio de las hipotecas.
El
resultado de esto lo describe bien un senador de EEUU: “Las
modificaciones de los intereses hicieron pasar mensualidades de 400 dólares
a 1.500 para la gente que tomó los típicos crédito hipotecarios de
riesgo (subprime)” (Le
Monde, 21-8-07).
Y,
por otro lado, comenzó el descenso vertiginoso de los precios de
las viviendas, que desde 2006 ya han perdido más del 10 % de su
valor... En resumen, lo que usted compró a 100, bajó ayer a 90, hoy
a 80 y mañana será a 70. Pero, a la inversa, las cuotas de su
hipoteca suben y suben.
En
esta situación, se desató una oleada de hipotecas impagas,
principalmente en las subprime que, según algunos, constituyen
más de la mitad de los préstamos hipotecarios en EEUU. Un
default a esa escala sería de consecuencias incalculables.
Esto
toca una cuestión política y económico-social más de fondo,
en relación al capitalismo estadounidense (y mundial). La derrota de
la clase trabajadora norteamericana se ha reflejado en que, desde
mediados de los 70, el salario real ha caído alrededor de un 30%
mientras que la desigualdad social se ha extremado.
Al
mismo tiempo, el capitalismo estadounidense necesita que sus esclavos
asalariados sean también buenos consumidores. Pero la solución
no es, por supuesto, aumentarles el salario real (porque afectaría
las ganancias), sino darles créditos. La consigna es: ¡compre,
pero endeudándose! El esclavo endeudado hasta las narices no sólo
mueve la economía, sino que está doblemente sometido. Y una hipoteca
en las condiciones de las subprime es una condena a cadena
perpetua, si la puede ir pagando, o a muerte... si finalmente entra en
mora y pierde la vivienda.
Desbalances: ¿hasta cuándo se sostendrán?
Lo
más grave de esta crisis es que se produce en un marco global, donde
desde hace tiempo está cuestionada la posición de Estados Unidos y
sobre todo el “mecanismo” que hace funcionar la economía mundial
en base, por un lado, a un gran “comprador de ultima instancia”
–EEUU, que es cada vez más insolvente– y, por el otro, a grandes
productores que le venden a crédito (China, Japón y otros).
Se
ha ido generando desbalances que se van haciendo cada vez más difíciles de sostener. Así,
EEUU (su estado, sus empresas y sus particulares) se ha convertido en el
mayor deudor del planeta, con déficits fenomenales de cuenta
corriente7 y presupuestarios, y con una tasa de ahorro
negativa (fue increíblemente
de –1% en el último año).
Esto
es, sin perspectivas inmediatas de pagar lo que deben. Hoy, para
mantenerse en pie, EEUU necesita que le ingresen diariamente un
promedio de 3.000 millones de dólares, ya sea como préstamos,
inversiones directas o de cartera, etc. “Los ahorros familiares estuvieron en rojo por primera
vez desde la Gran Depresión, mientras el país le pedía prestado al
exterior 3.000 millones de dólares por día” (Joseph E. Stiglitz, “¿Se romperá la represa en 2007?”, cit.). Si
este flujo se detuviese, la economía se vendría abajo.
“Por
largos años –señala The Economist–, la sombra más larga
de todas ha sido el déficit de cuenta corriente... Nuevas cifras
dadas a conocer en marzo pasado muestran que en 2006 los
norteamericanos gastaron 857.000 millones de dólares más de los que
produjeron: un nuevo récord, que es equivalente al 6,5% del PBI” (“Global
imbalances - Sustaining the unsustainable”, The Economist,
13-3-07).
El
endeudamiento es monumental, tanto a nivel privado como público:
“La familia estadounidense típica está endeudada hasta las cejas.
Según el Fondo de la Reserva Federal, la deuda familiar iguala casi
un 25% del valor neto del patrimonio familiar, que es un 136 % del
ingreso disponible. Después de que los salarios cayeran bajo la
inflación durante una década, los estadounidenses hipotecaron sus
casas y usaron sus tarjetas de crédito para cubrir sus gastos de
subsistencia.
“En
2005, los estadounidenses gastaron 42.000 millones de dólares más de
lo que devengaron, y el informe más reciente del Departamento de
Comercio estableció tasas de ahorro de un uno por ciento negativo, el
menor desde la Gran Depresión y un descenso de un 11 por ciento desde
la Segunda Guerra Mundial.
“Las
tasas de ahorro han descendido tan bajo sólo cuatro veces. Las otras
dos veces fueron durante la Gran Depresión, cuando un cuarto de la
fuerza laboral estaba desocupada y los estadounidenses gastaron sus
ahorros para cosas esenciales como los alimentos y el alquiler.
“Los
deudores actuales aprovechan las tasas de interés más bajas en 40 años
pidiendo dinero prestado por sus casas y contra sus sueldos para
comprar coches nuevos y hacer mejoras en sus casas. También pagan más
de 1,4 billones en servicio de sus deudas, o sea un 10 por ciento del
producto interior bruto. Por sí sola, la industria de las tarjetas de
crédito genera más de 30.000 millones de dólares en beneficios
anuales.
“[...]
Lo mismo vale para la masiva deuda externa... En el ámbito nacional,
cada ciudadano debe casi 29.000 dólares con un total colectivo de
aproximadamente 9 billones de dólares. El interés sobre el déficit
federal es ahora la parte en crecimiento más rápido de los gastos
federales, consumiendo 220.000 millones de dólares en 2006 y 270.000
millones de dólares en 2008. Por primera vez desde la Primera Guerra
Mundial, EEUU ahora paga más a acreedores extranjeros de lo que
recibe en inversiones del exterior” (Don
Monkerud, “World's Biggest Debtor Nation - America On Top
Again”, CounterPunch, 24-3-07).
Hasta
el mismo Banco Mundial, que por su sometimiento a Washington nunca
puede hacer críticas ni mostrarse pesimista, advierte en su informe
de fines del año pasado que “el
financiamiento de la brecha de la cuenta corriente de Estados Unidos,
de un nivel del 6,5% del PIB, sigue siendo un desafío. Este déficit no
es sostenible a largo plazo. Cada año aumenta el saldo deudor
neto internacional de Estados Unidos y sus costos de financiamiento.
“Estados
Unidos ya se convirtió en el deudor neto más grande del mundo;
el valor de los activos estadounidenses en manos de inversores
extranjeros supera el valor de los activos externos en manos
estadounidenses en un 21% del PIB de Estados Unidos de 2005.
Adicionalmente, el saldo del pago de intereses sobre estas deudas fue
negativo (US $8.800 millones) durante los primeros tres trimestres de
2006, y por primera vez en unos 30 años Estados Unidos pagó más
de lo que recibió por activos financieros internacionales.
“Si
el ahorro de Estados Unidos no se incrementa en forma considerable,
incluso asumiendo que se produzcan mejoras en la balanza comercial, la
posición neta de los activos de Estados Unidos en manos de inversores
extranjeros seguirá deteriorándose y podría llegar a representar
entre el 65% y el 48% del PIB en 2015 (Higgins, Klitgaard y Tille,
2005).
“[...]
para la economía mundial el riesgo a mediano plazo sería que el
ajuste [de la economía de EEUU] no se produzca en el lado real sino
en el lado financiero, si los inversionistas pierden rápidamente la
confianza en el dólar –lo cual provocaría una crisis monetaria,
una fuerte suba en las tasas de interés estadounidenses y disturbios
en el mercado financiero– o si exigen tasas de interés cada vez más
altas sobre los activos denominados en dólares estadounidenses” (“Informe
del Banco Mundial”, diciembre de 2006, subrayados nuestros).
Esta
situación, que haría estallar la moneda y las finanzas de cualquier
otro país, EEUU logra afrontarla, entre varios motivos, porque todavía
usufructúa una posición central en la economía mundial que heredó
de circunstancias muy diferentes, al finalizar la Segunda
Guerra Mundial.
Pero
en ese entonces –además de haber sido (junto con la URSS) el gran
vencedor de la guerra–, EEUU producía el 50% de la riqueza mundial,
era acreedor de casi todos los países, su industria tenía ventajas
cualitativas de productividad y tecnología, su cuenta corriente
era ampliamente superavitaria, se constituyó en emisor de
la moneda internacional, el dólar, y en Fort Knox tenía
enterradas las mayores reservas de oro del planeta, que respaldaban
legalmente a esa moneda. Hoy nada de eso es así.
De
estos desbalances, el que más inquietudes suscita es el mencionado
déficit de cuenta corriente. Esto tiene que ver con el mecanismo
económico mundial que mencionamos más arriba, entre EEUU y sus
proveedores a crédito. Un estudio reciente señala que “la
contrapartida de este déficit [de cuenta corriente] puede ser
encontrada principalmente en Asia y los países exportadores de petróleo.
Según el FMI, el superávit de China llegaría a US$ 184.000 millones
en 2006, el de Japón a un récord de US$ 167.000 millones. Por su
parte, el alza de los precios del petróleo impulsó los superávits
en Medio Oriente a US$ 282.000 millones. [...] Este modelo de
desbalance global no es sostenible... La persistencia de déficits
externos y superávits a tal escala implica una inconcebible acumulación
de pasivos por parte de EEUU y de activos por parte de China y Japón.
[Al ritmo actual] esto implicaría un abrupto incremento de los
pasivos externos de EEUU del 8% del producto bruto mundial (26% del
producto bruto de EEUU) en 2006, y al 15% del producto bruto mundial
(más del 51% del producto bruto de EEUU) en 2011. A este punto, va a
ser dudosa la buena voluntad de los inversores extranjeros de seguir
acumulando obligaciones estadounidenses... En algún momento, van a
comenzar a exigir mayores retornos de los activos de EEUU que han
comprado...” (Alan Ahearne, William R. Cline, Kyung Tae Lee, Yung
Chul Park, Jean Pisani-Ferry, and John Williamson, “Global
Imbalances: Time for Action”, Peter G. Peterson Institute for
International Economics, marzo de 2007).
Pero,
concretamente, ¿cómo es que EEUU ha ido hasta ahora estirando la
cuerda y evitando un estallido financiero como los sufridos por otros
países con déficits externos proporcionalmente menores? El
economista francés Gérard Dumenil contesta bien este interrogante y
sus distintos aspectos:
“La
contradicción más importante de la economía de EEUU radica en que
la producción cada vez más se realiza fuera del país, profundizando
el ya abultado déficit comercial. Esto significa que los países del
exterior acumulan activos sobre este país. Los dólares que el resto
del mundo acumula, en vez de convertirlos en su moneda nacional y
hacer inversiones en su propio país, lo colocan en EEUU comprando
bonos del Tesoro, como es hoy el caso de China. El problema es que
ahora, en el mundo, luego de tantos años de déficit comercial en
EEUU, tienen el doble de activos de EEUU en relación con los que EEUU
tiene en el resto del mundo.
“Pero
como las inversiones en dólares son consideradas estables por la
solidez del dólar, a pesar de que rinden menos por la baja tasa de
interés de EEUU, quienes reciben dólares de sus exportaciones a ese
país las mantienen en activos financieros norteamericanos,
especialmente bonos del Tesoro. Así, EEUU obtiene los recursos
necesarios para financiar sus déficits.
“[...]
Aunque por más que en la última década los activos propiedad de
extranjeros en EEUU pasaron a ser el doble de los de este país en el
resto del mundo, EEUU pudo lograr rendimientos favorables por las
diferencias entre las utilidades que obtiene en otros países (en
concepto de pago de intereses y capital de las deudas externas de los
países «emergentes» o utilidades de sus multinacionales, por
ejemplo), y las que les ofrece en suelo norteamericano a los
inversores extranjeros.
“Por
ejemplo, cuando EEUU tiene U$S 100 de activos del resto del mundo, el
resto del mundo tiene U$S 200 en EEUU. Si la tasa de rendimiento fuese
en ambos casos del 5%, EEUU ganaría U$S 5 en el exterior y debería
pagar U$S 10 al resto del mundo. Esto significaría que EEUU debería
pagar mucho. Lo que en realidad sucede es que EEUU gana en el resto
del mundo un 8% por encima de la tasa de inflación. Y cuando el resto
del mundo invierte U$S 200 en EEUU, sólo gana el 4%, y EEUU le paga
U$S 8, dado que el resto del mundo invierte el doble. Así es que
EEUU venía pagando el mismo monto de ingresos financieros al resto
del mundo que el que recibe de ellos.
“De
esta forma, puede comprenderse cómo la economía norteamericana no
fue aún empujada a la crisis a pesar de los fuertes déficits
comerciales y presupuestarios (que obligan a un endeudamiento
creciente, que se financia por la compra de dólares por las economías
que exportan a EEUU, proceso crecientemente explosivo). También puede
comprenderse por qué EEUU se va a ver obligado a un cambio de
estrategia. Es que en 2006, por primera vez, EEUU paga más al
resto del mundo que lo que recibe de él en flujos de capital.
“Aquí
el concepto crucial es que tenemos que distinguir entre familias ricas
y empresas, por un lado, y EEUU como país, por el otro. Porque las
clases capitalistas no se preocupan por que la producción se haga o
no sobre su territorio, lo único que importa es la tasa de
ganancia” (entrevista a Gérard Duménil: “Vamos a un nuevo rumbo en la economía
norteamericana”, IPS Karl Marx, 1-7-07).
EEUU
afronta el déficit con sus proveedores pagando con bonos de la deuda
pública, y éstos los “esterilizan” como reserva de sus bancos
centrales. Pero estos malabarismos generan tensiones e
incertidumbres crecientes, porque la tendencia no es a que estos
desbalances se vayan solucionando progresivamente, sino a empapelar
cada vez más las bóvedas de esos bancos centrales.8
La
insólita benevolencia demostrada hasta ahora por los acreedores de
EEUU no sólo tiene que ver con las dificultades para cobrarle una
deuda al “matón del barrio”. El principal problema es que esos
acreedores están atados de pies y manos al mecanismo que describimos
más arriba: “Las burguesías de Japón, Alemania, Corea del Sur o China no han
hecho otra cosa que otorgar una suerte de «crédito» muy blando y
por tiempo indefinido a su gran cliente... Dicho de otra manera,
Estados Unidos es al mismo tiempo parásito y tabla de
salvación del capitalismo mundial, del que absorbe toda clase de
excedentes financieros y productivos...” (Jorge Beinstein, “Terra
incognita…”, cit).
La bancarrota de EEUU podría significar, al mismo tiempo, la de sus
acreedores. Este es un factor fundamental, tanto para el chantaje que
ejerce EEUU hacia ellos como también para no se atrevan a cerrar el
grifo al deudor insolvente:
“Como
sugiere el déficit comercial récord de EEUU de US$ 800.000 millones,
los exportadores del mundo son fuertemente dependientes de EEUU como
el motor principal del crecimiento de la demanda global. Éste es
especialmente el caso de los socios de EEUU del NAFTA: Canadá, la
octava economía más grande del mundo (a niveles de intercambio), envía
el 84% de sus exportaciones a EEUU (27% de su PBI). México, la
segunda economía más grande en América Latina y la 13ª del mundo,
envía el 86% de sus exportaciones a EEUU (24% de su PBI).
“Pero
los impactos de este flujo comercial «EEUU-céntrico» también se
hacen evidentes en otras partes. En China, la cuarta economía del
mundo, las exportaciones a EEUU llegan al 40% del total de las
exportaciones (tomando en cuenta la re-exportación a través de Hong
Kong). Esto es, el 15% de su PBI. Y, por inferencia, la creciente
cadena de suministros asiática «chino-céntrica» es fuertemente
dependiente del mayor mercado de exportaciones de China, los Estados
Unidos.
“Eso
significa que un desaceleramiento de EEUU no afectaría, vía China,
solamente a Japón, Taiwán y Corea, sino que tendría efectos también
en el complejo de producción global de commodities, que se ha
vuelto muy dependiente de China en los últimos años –léase
Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Brasil, partes de África y por
supuesto, Rusia–.
“El
resto del mundo es una mezcla de grados de concentración de
exportaciones «EEUU-céntricas». En Japón, donde la tendencia de
cinco años de crecimiento de las exportaciones (+5,2%) ha sido tres
veces más rápido que el ritmo del crecimiento del consumo privado
(1,6%), en total el 24% de sus exportaciones va hoy directamente a
EEUU. Además, también resulta que otro 14% de las exportaciones
japonesas va a China –ahora su segundo mercado de exportaciones más
importante– que, como se señala antes, tiene orientada su demanda
final hacia los EEUU. En consecuencia, es difícil imaginar a Japón
escapando de las consecuencias de un desaceleramiento de EEUU. Europa,
donde sólo cerca del 8% de las exportaciones va a EEUU, probablemente
esté mejor ubicada para resistir un achicamiento de la demanda
estadounidense. Pero los lazos comerciales cada vez más estrechos con
Asia dejan también a las exportaciones europeas indirectamente
expuestas a EEUU. En resumen, no puede haber error en que existe un
patrón «EEUU-céntrico» del crecimiento de las exportaciones –una
característica que deja a una economía global de bajo consumo
sumamente vulnerable a cualquier retiro prolongado del consumidor
americano–” (entrevista
a Gérard Duménil, cit.).
La
progresiva caída del valor del dólar en relación con las
principales divisas es la expresión monetaria de las contradicciones
financieras y estructurales de la economía de EEUU en relación con
el resto del mundo.
“El
respaldo al dólar –advierte The Economist– jamás ha
estado tan desfavorecido en los mercados de divisas. La Reserva
Federal sigue el valor del dólar haciendo una comparación con una
canasta de las otras siete principales monedas que se intercambian comúnmente
con el dólar (ver “Basket Case: Dollar trade weigthed index, major currencies”).
Este índice, que es visto como una buena evaluación de los
sentimientos de los mercados financieros en relación al dólar, ha caído
al nivel más bajo de todos los tiempos” (“Soft
currency”, The Economist, 26-9-07). Desde principios de 2002 hasta la fecha, según
este índice, el dólar ha perdido casi el 40% de su valor en
relación con esa canasta monetaria.
Esta
devaluación del dólar tiene sin embargo elementos contradictorios.
Michel Husson los resume así: “La
amplitud de estas fluctuaciones [del dólar] va más allá de los
determinantes estrictamente económicos. Se las puede interpretar como
el resultado de una contradicción en las modalidades de la dominación
de Estados Unidos: necesita un dólar fuerte, en su carácter de
potencia financiera y monetaria dominante, pero sobre todo necesita un
dólar débil, en tanto potencia económica y comercial” (Husson,
cit.).
En efecto, la devaluación del dólar, dentro de ciertos
límites, ha sido impulsada o por lo menos bienvenida por EEUU,
como medida para mejorar la competitividad de sus exportaciones y
hacer más costosas y menos competitivas las importaciones. Eso, teóricamente,
mejoraría los saldos en rojo de la balanza comercial y por
consiguiente de la cuenta corriente. Por eso, al mismo tiempo,
Washington hace fuertes presiones sobre Pekín para que revalúe su
moneda en relación al dólar, lo que encarecería los productos
chinos exportados a EEUU.
Asimismo,
EEUU paga con dólares convenientemente devaluados los
servicios de su deuda y de otras obligaciones públicas y corporativas
que están en manos de inversionistas extranjeros. A su vez, muchos de
los activos de EEUU en el exterior están en monedas que se han revaluado
en relación con el dólar.
Sin
embargo, este juego se está volviendo contradictorio y peligroso. Con
el dólar en caída libre, Estados Unidos no puede seguir ejerciendo
el rol de la superpotencia que emite la única moneda mundial y que
además dicta las reglas del juego financiero a nivel global; reglas
de “buena conducta” monetaria y financiera que es el primero en
violar con el desmadre de sus cuentas nacionales...
La
“debilidad” del dólar probablemente ya ha pasado de la raya. Esto
podría, teóricamente, impulsar movimientos incontrolados de
gobiernos y corporaciones en el sentido de irse del dólar, pasando
bruscamente sus activos a otras monedas. The Economist describe
así esta posibilidad, puesta sobre el tapete por la actual crisis
financiera:
“El
más negro de los escenarios de la economía mundial sería el de un crash
del dólar. El guión es simple: la dependencia de EEUU del capital
extranjero es una peligrosa vulnerabilidad. En un determinado punto,
los inversores extranjeros se niegan a acumular más activos en dólares.
Si los inversores se asustan –por ejemplo, por una crisis en los
mercados financieros norteamericanos– podrían huir rápidamente del
dólar. La divisa estadounidense se hundiría. Una moneda tambaleante
impediría a la Fed recortar las tasas de interés, profundizando así
el pánico en la economía” (“How
far, and how fast, will the dollar fall?”, The Economist,
13-9-07).
Pero
éste no parece ser éste el escenario inmediato ni el más probable,
ni tampoco la “opción nuclear” sugerida por el citado académico
chino. Sin embargo, ya estamos posiblemente asistiendo a procesos más
lentos y menos ruidosos, pero más reales, de migración
“hormiga” desde el dólar a otras divisas. Sugestivamente, el
epicentro de este fenómeno no estaría ni en Pekín ni en Tokio, sino
en Wall Street.
Así,
“Stephen Jen, economista en monedas de Morgan Stanley, sugiere que
habría fuerzas mucho más poderosas conduciendo la caída del dólar.
Un temor común es que los bancos centrales de Asia cambien sus
grandes tenencias de deuda estadounidense. Pero Jen asegura que las
principales entidades que están cambiando sus activos en dólares
para pasarlos a otras monedas son los fondos de pensión, los de
seguros y los fondos mutuos norteamericanos. Esos fondos
controlan activos por 20,7 billones de dólares; o sea, cuatro veces
el monto oficial de las reservas monetarias del mundo.
“Los
fondos mutuos estadounidenses vienen incrementando gradualmente sus
colocaciones en activos del exterior. Desde 2003, han pasado del 15%
al 22,5 % del total de activos... esto implica una fuga del dólar de
activos por un total de US$ 1,16 billones desde esa fecha. Esta suma
no está lejos de la totalidad de las reservas oficiales de China” (“Soft
currency”, The Economist, cit.).
¿Qué
perspectivas se abren?
No
estamos en capacidad de hacer pronósticos seguros. La catarata de dólares,
euros y yenes que volcaron los bancos centrales en agosto paró la
corrida (aunque no se sabe hasta cuándo). Pero lo cierto es que eso no
solucionó los problemas de fondo: el default masivo de las
hipotecas y el derrumbe de otros “castillos de naipes”
especulativos, como el tan bien descripto por Roubini.
A
nivel inmediato, la pregunta del millón es si esto iniciará una
recesión en EEUU que se expanda al resto del mundo. Los diversos
indicadores muestran cada día con mayor nitidez que efectivamente se
viene una recesión. Y este es el motivo por el cual la Fed, por
primera vez en mucho tiempo, ha dado un giro hacia la rebaja de la
tasa de interés.9
Sin
embargo, es difícil dimensionar hoy el ritmo y la gravedad
de esta fase recesiva, que tienen que ver también con sus
repercusiones mundiales y latinoamericanas.
Pero
tratemos de ver esto más allá de la situación coyuntural. Lo
que aparece como indiscutible a la luz de esta última crisis es la imposibilidad
a mediano plazo de seguir sosteniendo el modelo o “patrón” EEUU-céntrico.
Pero, al mismo tiempo, quedan de relieve las dificultades y la casi
imposibilidad de cambiarlo.
“Un
año atrás, los ministros de finanzas y los banqueros centrales del
G7 prometieron una «vigorosa acción» para resolver los desbalances
entre los prestamistas mundiales (particularmente China, Japón y los
países exportadores de petróleo) y los deudores (especialmente
EEUU). El FMI estaba esperanzado en reinventarse a sí mismo como el
encargado (overseer) de esta gran negociación macroeconómica. Un año
después, la iniciativa se había agotado. Las discusiones apadrinadas
por el FMI entre China, Japón, Arabia Saudita, EEUU y la Unión
Europea apenas habían avanzado. Y quedaron silenciosamente
olvidadas” (“Global imbalances - Sustaining the unsustainable”, The Economist,
13-3-07).
Esto obedece a un problema sustancial: las decisiones
entre estados e intereses capitalistas contradictorios no se resuelven
por deliberaciones “racionales”, sino por relaciones de fuerza.
La configuración del capitalismo “EEUU-céntrica”, con el imperio
del dólar como moneda mundial y Wall Steet como capital global de las
finanzas –esquema que hoy está en crisis– no surgió de ninguna
discusión entre sabios economistas y estadistas visionarios: nació
de dos terribles guerras mundiales, las más sanguinarias de la
historia humana.
La partida se jugó esencialmente entre el Imperio
Británico, que había sido la vanguardia del capitalismo mundial pero
que venía en decadencia, y los nuevos imperialismos de Alemania y
EEUU. El resto de los países capitalistas e imperialistas se limitó
a poner las fichas en alguna de esas cartas.
Aunque
cada vez más EEUU es la sombra de lo que fue al terminar la Segunda
Guerra Mundial, no tiene intención, naturalmente, de renunciar a los
privilegios y al papel central conquistado. Por ejemplo, la emisión
de la moneda mundial, un asunto crecientemente escandaloso que va
pareciéndose cada vez más a una falsificación de papel moneda que a
una emisión “responsable” (desde la óptica capitalista).10
Y
al mismo tiempo, es un hecho que no existe todavía una relación
de fuerzas geopolítica que pueda imponer el “reemplazo” de
EEUU por otra potencia o por una coalición de estados.
La
Unión Europea es una colcha de retazos, con una potencia económica
que podría ser equivalente a la de EEUU, pero que carece de unidad
política y de orientación propia. Y menos aún que la Unión
Europea puede Japón jugar un papel central en un reordenamiento del
capitalismo mundial. Otro agrupamiento geopolítico que se insinúa,
el de Rusia-China en la Organización de Cooperación de Shangai,
tampoco da la talla para aspirar al rol que jugaron el Imperio Británico
y después EEUU.
Esto
determina que EEUU, por “defecto”, porque no existe aún quien
lo reemplace, pueda seguir ocupando el lugar que adquirió en la
Segunda Guerra, que ya no se corresponde su realidad económica y
geopolítica. Esto se vuelve cada vez más contradictorio,
conflictivo e “irracional”, tanto por sus graves problemas económicos
como por el fracaso de su plan de conquistas coloniales en Medio
Oriente. Esta aventura –que iba reverdecer sus laureles y sentar las
bases del “nuevo siglo (norte)americano”– está finalizando en
un desastre. En vez instaurar a EEUU como el “superimperialismo”
que inapelablemente iba a dictar las reglas del orden político y económico
mundial del siglo XXI, lo ha bajado de la posición dominante que logró
en los 90 como vencedor de la “guerra fría” contra el “imperio
del mal” con sede en Moscú. Y a su fracaso en las aventuras geopolítico-petroleras
en Medio Oriente se le han sumado las desobediencias que enfrenta en
su patio trasero latinoamericano.
Entonces,
a nivel geopolítico, el mundo presenta una variedad de relaciones
y situaciones cambiantes y de perfiles no claramente definidos,
con la aparición de polos regionales cuyas fuerzas y políticas
aún no están manifiestamente precisadas. Por el ejemplo, el
agrupamiento China-Rusia (con algunos estados vasallos) en la
Organización de Cooperación de Shangai pareciera tender a
transformarse en una alianza también militar. La OCS mantiene,
a su vez, relaciones ambivalentes con Irán (“observador” en la
reuniones de la OCS), que por su parte aspira a ocupar el lugar de
potencia regional llenando el vacío dejado por la bancarrota
estadounidense.
A
esta compleja, contradictoria y cambiante situación que presenta el
cuadro de los estados burgueses, hay que sumar el factor que es, en última
instancia, el fundamental: el de la lucha de clases de los
trabajadores y las masas explotadas. Ya vimos que en la base de la
etapa de “globalización” capitalistas estaban dos derrotas de la
clase obrera. En lo que vaya a suceder con las actuales
contradicciones va a ser asimismo decisivo (para bien o para
mal) lo que pase con la clase trabajadora, sus luchas y sus relaciones
de fuerza con el capitalismo.
¿Hasta
cuándo, por ejemplo, los trabajadores de China, sobre cuyas espaldas
se asienta hoy gran parte del crecimiento mundial y de las
superganancias de las corporaciones, van a seguir tolerando una
situación de esclavitud laboral y una desigualdad social
que es la más extrema del mundo? Los trabajadores de Estados
Unidos han retrocedido décadas en sus salarios y condiciones de
trabajo, y ahora millones de hogares van a perder sus viviendas. ¿Seguirán
soportando en silencio? ¿O los relámpagos de Seattle, oscurecidos
por el 11 de septiembre, van a brillar otra vez? Y preguntas similares
se plantean para Europa, para América Latina y otros continentes.
Las
respuestas que la lucha de clases dé a estos interrogantes van a ser,
en última instancia, determinantes del rumbo por el que se encaminará
también la economía mundial.
Notas:
1 La
intervención de los bancos centrales se hace mediante préstamos y
redescuentos a los bancos nacionales que los soliciten. Habitualmente,
los problemas de liquidez se resuelven con préstamos interbancarios,
generalmente por un día (overnight), sin recurrir al banco
central. Pero esta vez los bancos se negaban a prestar a sus
colegas, porque no se trataba de problemas de liquidez, sino de
insolvencia. Sin la intervención de los bancos centrales,
probablemente se habría producido la quiebra en cadena de centenares
de bancos, algunos de primera línea. El quid de la cuestión
es que nadie sabe realmente la situación de solvencia de cada
entidad financiera, porque en las bóvedas hay montañas de bonos
y otros “productos financieros” cuyo valor real hoy es
imposible evaluar. Este grave problema lo describe bien Nouriel
Roubini, uno de los pocos analistas financieros serios de EEUU.
Compara la situación actual con un “campo minado” del que sabemos
que está lleno de minas enterradas, pero no dónde están: “Primero,
no tenemos idea de cuánto serán las pérdidas por las hipotecas
fallidas: ¿50.000 millones, 100.000, 200.000? Podrían llegar a los
500.000 millones si EEUU entra en recesión y tenemos una crisis sistémica
bancaria y financiera... En segundo lugar, tampoco tenemos idea de dónde
están las otras minas... Diariamente el torbellino está haciendo
tambalear a inesperadas instituciones y mercados: hedge founds
(fondos de inversión), bancos y administradores financieros en EEUU,
Francia, Alemania, Gran Bretaña, Asia y Australia... Cada día
tenemos una sorpresa diferente que añade incertidumbre a los
mercados...” (Nouriel Roubini, “Current Market Turmoil”, RGE
Monitor, 15-8-07).
2 Federal
Reserve: banco central de EEUU.
3 John
Maynard Keynes (1883-1946), economista británico, inspiró políticas
económicas basadas en la intervención del estado para contrarrestar
los ciclos recesivos. Implicaban, entre otras medidas, un aumento
substancial del gasto público a costa del consiguiente déficit
fiscal. El “keynesianismo militar” estilo Bush dinamiza el gasto público,
pero no en obras públicas “civiles” sino en armamentos y guerras.
4 Un error
común es poner un signo igual entre capital financiero y capital
ficticio, que no son exactamente lo mismo. Este concepto de
capital ficticio fue desarrollado por Hilferding en El capital
financiero y ha sido muy discutido entre los marxistas. Daremos un
ejemplo para entender estos conceptos. Supongamos que una sociedad anónima
industrial emite acciones para ampliar su capital. Un capitalista
financiero las compra y con ese dinero la empresa compra máquinas y
paga más salarios para aumentar la producción. En este caso, el
capital real adelantado por el financista se incorpora al ciclo
productivo: la fábrica produce mercancías que se venden por dinero,
volviendo al punto donde comenzó el ciclo. Pero supongamos que las
acciones compradas por el financista se venden en la bolsa. Allí
comienza un ciclo que no tiene que ver directamente con el ciclo
productivo. El valor de la acción en bolsa no refleja generalmente su
valor real (como parte alícuota del valor de la empresa), sino su
precio de compra-venta según las expectativas del mercado acerca de
las futuras ganancias de esa acción (que puede ser menor o mayor que
su valor real). Un exceso de capitales que se vuelquen a la bolsa
puede hacer subir a niveles disparatados los precios de las acciones,
sin relación directas ni con el valor real ni con la rentabilidad
final de cada acción. Se genera así una “burbuja”, y las
ganancias de estos capitales ficticios se realizan principalmente en
base al alza de los precios de las acciones en la bolsa y no a su
rentabilidad real. Claro que esto siempre “termina mal”: la
distancia entre los precios de las acciones (u otros valores) en la
bolsa y su rentabilidad en la “economía real” no puede inflarse
indefinidamente. Los que no se retiraron antes del estallido del
globo, pierden una parte más o menos considerable del capital que
invirtieron.
Como una especie de
eterno retorno, las crisis financieras del capitalismo repiten ese
ciclo. Es muy interesante, en ese sentido el relato de Marx, en el capítulo
XXV del tomo III de El capital sobre el capital ficticio, donde
se describe la crisis financiera inglesa de 1846. Allí no se trató
de especulación con valores puntocom ni hipotecas, sino de anticipos
sobre exportaciones de mercancías a China e India y acciones de
ferrocarriles. Pero, sin internet ni altas matemáticas financieras,
los episodios tragicómicos del estallido de esa burbuja no fueron muy
diferentes a los actuales.
5 Leverage
(del inglés lever: palanca) se suele traducir literalmente
como “apalancamiento”, que en finanzas significa hacer operaciones
con dinero prestado.
6 Hedge
found: literalmente, “fondo de protección” de inversiones.
7
La cuenta corriente de un país recoge las operaciones reales
(comercio de bienes y servicios), de rentas y en general la entrada y
salida de dinero que se produce entre los residentes de un país y el
resto del mundo en un período de tiempo dado. La cuenta corriente se
subdivide en las siguientes balanzas: balanza comercial
(exportación e importación de mercancías), balanza de servicios
(intercambio de servicios con otros países), balanza de rentas (ingresos
o pagos por rentas del capital) y balanza de transferencias
corrientes (ingresos y pagos obtenidos o pagados sin una
contrapartida, por ejemplo, remesas de inmigrantes a sus familias,
etc.)
8 Un
reflejo de estas tensiones son las propuestas de He Fan, miembro de la
Academia de Ciencias de China, que ante las exigencias de Bush para
que Pekín revalúe el remimbi, aconseja vender el billón de dólares
(o casi) de valores estadounidenses que están en las reservas del
banco central chino y pasarse a otras monedas y valores. A esto lo
llaman la “opción nuclear”, porque provocaría de inmediato el
colapso del dólar. Por supuesto, lo de He Fan es sólo un chantaje
(seguramente alentado por el gobierno de Pekín) para hacer frente a
las presiones de Bush. Si China tirase esa “bomba nuclear”
monetaria, su economía se hundiría junto con la EEUU. Pero lo
significativo del incidente es que refleja el atolladero en que
se encuentran tanto EEUU como su acreedor chino y las tensiones
de esos desbalances en la economía mundial.
9 Señalemos,
de paso, que la reedición de la política anticíclica de Greenspan
de rebaja brutal de las tasas de interés podría agravar la
debilidad del dólar, al hacerlo mucho menos atractivo para los
inversores extranjeros.
10 En ese
sentido, una de las novedades introducidas bajo la administración
Bush es la de no informar el M3. Como es sabido, el dinero en
un país, teniendo en cuenta principalmente el grado de liquidez, se
clasifica en M1 (efectivo en manos de la gente + depósitos a la
vista), M2 (M1 + depósitos de ahorro), M3 (M2 + depósitos a plazo) y
M4 (M3 + “cuasi dinero”). El M3 indica entonces el conjunto de las
disponibilidades líquidas y por eso también revela la emisión
de moneda. Como a Washington, hundido en deudas y déficits, ese
tema le resulta muy escabroso, el M3 –que destaparía la emisión
desmedida de dólares– ha pasado a ser un secreto de Estado.
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