Socialismo o Barbarie
Revista Nº 21

Una crisis de las finanzas en el centro mundial del capital financiero

Crisis y corridas en Wall Street y las bolsas del mundo

Causas y consecuencias del tembladeral

Por Claudio Testa
Socialismo o Barbarie, revista N° 21, noviembre 2007

Como esos terremotos que se anuncian antes con temblores menores, estalló finalmente en agosto una crisis financiera global motivada por el desinfle de la “burbuja inmobiliaria” de EEUU y la quiebra de entidades comprometidas por una montaña de “hipotecas basura” de difícil cobro (que en inglés se llaman “subprime”). Los problemas de fondo, por supuesto, van mucho más allá que los de un default hipotecario

En los primeros meses del año, había sido la “corrida” en las bolsas chinas. El 26 de julio, se sintieron los iniciales remezones en Wall Street Ya ese día se había producido una primera corrida. Pero el huracán llegó 15 días después, con epicentro en Wall Street, desde donde se extendió instantáneamente a Europa, Asia y el resto del mundo. Varias noticias desalentadoras desataron la estampida: entre ellas, la falencia de la Bear Stearns en EEUU (una importante entidad de préstamos hipotecarios), quiebras de bancos en Alemania y que en Francia uno de los principales bancos, el BNP Paribas, imitó los procedimientos de la crisis financiera de Argentina en el 2001, estableciendo un “corralito” donde quedaron prisioneros los depósitos de ahorristas de varios de sus fondos de inversiones. En septiembre, las colas de clientes en las puertas del fallido banco Northern Rock en Gran Bretaña, configuraron escenas que en el “Primer Mundo” no se veían desde la Gran Depresión de 1929/30.

El hecho es que, muy probablemente, a mediados de agosto, estuvo planteado el peligro de un crash financiero mundial. Varios hechos hicieron evocar el Jueves Negro (24 de octubre) y el Martes Negro (29 del mismo mes), que precipitaron en 1929 el crash de la Bolsa de Nueva York y abrieron la Gran Depresión, la crisis económica más grave de la historia del capitalismo.

Sin embargo, más allá de analogías importantes, el curso inmediato ha sido muy distinto, no sólo por las diferencias de configuración y de regulaciones del capitalismo mundial en la actualidad, sino también por una violenta intervención de los principales gobiernos y bancos centrales (como no ocurrió en 1929).

En esa ocasión, recuerda The Economist, Andrew Mellon, secretario del Tesoro de EEUU, poco después del crash de Wall Street, daba alborozado los siguientes “consejos”: “liquiden trabajos, liquiden acciones, liquiden granjas y liquiden las propiedades inmobiliarias... Eso va a purgar toda la pudrición del sistema” (“Does America need a recession?”, The Economist, 23-8-07).

En esta ocasión, el Banco Central Europeo y los de EEUU, Canadá, Japón, Suiza, etc., siguieron una política diferente: en sólo tres días (9, 10 y 13 de agosto), volcaron más de 300.000 millones de dólares a los mercados para frenar el derrumbe de las bolsas, impidiendo la quiebra en cadena de bancos y otras entidades financieras. Como puede verse, el capitalismo neoliberal no rechaza al “intervencionismo estatal”... cuando se trata de sus bolsillos.1

El lunes 13, las aguas volvieron a calmarse. Pero el costoso aceite derramado sobre las olas para sosegarlas no logra ocultar las turbulencias que se agitan en el fondo, y que pueden volver a empeorar las cosas. Aquí veremos algunos de esos elementos y contradicciones que actúan en las profundidades... y que siguen su marcha.

Una crisis de las finanzas en el centro mundial del capital financiero

Desde 1997, cuando estalló la crisis financiera de Asia, se han sucedido varias crisis de las finanzas de distinta importancia, como las del fondo de inversión Long-Term Capital Management (1997), Rusia (1998), Brasil (1998), Turquía (2000-01), Argentina (2001-02) y otras. Casi todas ellas tuvieron también desiguales repercusiones en el centro de las finanzas mundiales, EEUU, pero sus epicentros se ubicaban lejos de Wall Street. En ese sentido, The Wall Street Journal marca bien las diferencias:

“Algunos economistas temen que hoy las expectativas están fuera de control. Lo que afectó el desempeño de las acciones en 1998 fue una combinación de la crisis asiática y la cesación de pagos de Rusia, lo que llevó al cuasi colapso del gigantesco fondo de cobertura estadounidense Long-Term Capital Management. Pero, a diferencia de 1998, los problemas de hoy son locales: la caída del sector inmobiliario y la contracción del crédito.

“Aun si la Fed2 actúa con rapidez y recorta las tasas más de una vez en lo que queda del año –algo que muchos economistas anticipan– pasará tiempo antes de que se dejen sentir sus efectos sobre la economía. De hecho, el desplome inmobiliario podría empeorar antes de repuntar y, en vez de despegar verticalmente como sucedió en 1998, las bolsas estadounidenses probablemente tengan que navegar en aguas más turbulentas.

“«En 1998 se trataba de cosas que ocurrían a un mundo de distancia. La crisis actual refleja un problema que está en el corazón de la economía de EEUU», dice Jan Hatzius, economista jefe para EEUU de Goldman Sachs Group Inc. «Hoy es mucho más serio que en 1998»” (E.S. Browning, “Los mercados pueden tener falsas expectativas - Un recorte de los intereses no alivia los problemas de fondo que aquejan a la economía y las bolsas”, The Wall Street Journal, 18-9-07, subrayado nuestro).

Posteriormente, en marzo del 2000, el desinfle de la burbuja especulativa en los mercados de valores estadounidenses –que marcó el fin de los delirios sobre la “nueva economía” o “economía punto.com”– ya no fue un problema “periférico”, sino que se produjo en el centro y desató además una recesión que castigó a EEUU principalmente en el 2001. Pero esa recesión pudo ser acotada y revertida en un plazo relativamente corto.

Desde entonces, sobre todo desde el 2004, se sucedieron varios años de fuerte crecimiento mundial, con promedios muy superiores a las pobres performances de los últimos 25 años del siglo XX. Y el World Economic Outlook del FMI ya calculaba en julio un crecimiento mundial del 5,2% para el 2007. La bonanza económica latinoamericana es principalmente un subproducto de esta situación internacional.

Pero sucede que las medidas tomadas en EEUU para superar rápidamente la crisis y recesión de principios de siglo, y el rumbo que adoptó la economía estadounidense y mundial a partir de allí, sentaron la bases de la actual crisis y agravaron los desbalances o desequilibrios que ya venían acarreando las relaciones de la economía estadounidense con el resto del mundo.

De burbuja en burbuja

Efectivamente, las medidas tomadas por el gobierno de EEUU y su banco central (la Federal Reserve) para encarar la crisis financiera del 2000 y superar la recesión del 2001, generaron y/o agravaron los factores que hoy confluyen en esta nueva crisis y la potencian.

Acerca de eso coinciden curiosamente todos los analistas, desde los marxistas hasta los de la ultra neoliberal revista The Economist:

“Durante el pasado cuarto de siglo, la economía estadounidense ha estado en recesión sólo el 5% de ese tiempo, comparado con el 22% de los años precedentes... ¿Pero cuánto de esto se debe a las repetidas inyecciones de adrenalina que se aplicaron cada vez que la economía se hizo más lenta?

“Muchos de los actuales problemas financieros pueden ser achacados a la benignidad de la recesión del 2001, después del estallido de la burbuja puntocom. [...] Se suele decir que el rápido apaciguamiento de la recesión fue el resultado benéfico de la acrecentada flexibilidad de la economía norteamericana. Pero en verdad la economía recibió el mayor impulso monetario y fiscal de la historia. Bajando las tasas de interés... la Fed alentó el boom de los precios de las viviendas (burbuja inmobiliaria)... y a tomar deudas hipotecarias más grandes” (“Does America…?”, cit.).

Stiglitz hace una descripción parecida: “La raíz del problema económico de Estados Unidos son las medidas adoptadas tempranamente en el primer mandato de Bush. En particular, la administración consiguió que se aprobara un recorte impositivo que, en gran medida, no logró estimular a la economía porque estaba destinado a beneficiar principalmente a los contribuyentes más ricos. La carga del estímulo recayó sobre la Reserva Federal, que bajó las tasas de interés a niveles sin precedentes. Si bien los créditos a baja tasa de interés tuvieron poco impacto en la inversión comercial, alimentaron una burbuja inmobiliaria, que hoy estalla y pone en peligro a los hogares que pidieron prestado frente a valores inmobiliarios en suba para sostener el consumo” (Joseph E. Stiglitz, “¿Se romperá la represa en 2007?”, Project-Syndicate.org, diciembre de 2006).

En el centro del problema que hoy estalla está el hecho de que las masivas “inyecciones de adrenalina” para salir de la recesión del 2001 no fueron a parar a inversiones “productivas”, sino a la especulación en esa nueva burbuja, que reemplazó al desinfle de las puntocom.

“Todo se remonta a la recesión de 2001. Con el apoyo del presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, el presidente George Bush impulsó una rebaja de impuestos diseñada para beneficiar a los estadounidenses más ricos, no para sacar a la economía de la recesión post-burbuja de Internet. Cometido ese error, la Fed no tenía muchas opciones si deseaba cumplir su mandato de conservar el crecimiento y el empleo: tenía que bajar las tasas de interés, cosa que hizo insólitamente hasta llegar al 1%. Funcionó, pero de un modo fundamentalmente distinto a como funciona normalmente la política monetaria.

“Por lo general, las tasas bajas hacen que las empresas pidan más préstamos para invertir, y el aumento del endeudamiento trae aparejados más activos productivos. Pero esta vez, dado que la sobreinversión de los 90 fue parte del problema de que surgiera la recesión, la baja de las tasas de interés no estimuló mucho la inversión. La economía creció, pero principalmente debido a que las familias estadounidenses se decidieron a endeudarse más para refinanciar sus hipotecas y gastar parte del excedente. Y mientras los precios de las viviendas subían como efecto de las menores tasas de interés, los estadounidenses podían no darse por enterados de su creciente endeudamiento” (Joseph Stiglitz, “Estados Unidos, la hora de la verdad”, Project-Syndicate.org, 12-8-07).

El economista marxista Michel Husson describe un cuadro parecido pero más completo de la política económica aplicada por Bush y la Reserva Federal, que permitió “planchar” la curva recesiva en el 2001... y al mismo tiempo sentar las bases de la actual crisis:

“La recesión que siguió a 2001 tuvo, por lo tanto, una doble función. En primer lugar, permitió restablecer la rentabilidad del capital por medio de una gestión muy limitativa del empleo. Se ha podido hablar de una recuperación sin empleos (jobless recovery), en la medida en que ésta ha sido la oportunidad de almacenar las ganancias de productividad potenciales. Pero tampoco se ha dejado de lado a los medios más clásicos de recuperación de la tasa de plusvalía, como la prolongación de los tiempos de trabajo o el congelamiento de salarios, facilitada por el escaso dinamismo del mercado de trabajo. Este período también ha sido utilizado para adaptar la tasa de acumulación a un nivel más compatible con el de la rentabilidad.

“Sin embargo, este ajuste no se hizo al precio de un estancamiento duradero y profundo de la economía, por causa de la política económica llevada a cabo por Bush después del 11 de septiembre. Esta implica tres aperturas que apuntan a sostener la actividad. La primera es una suerte de «keynesianismo militar»3, que consiste en aumentar los gastos militares. La segunda ha sido una baja espectacular de los impuestos, que permitió estimular el consumo de los ricos. Finalmente, las tasas de interés fueron mantenidas en un nivel muy bajo, de manera de sostener al mercado interno, especialmente el inmobiliario. El dinamismo del consumo interno pudo así ser mantenido y se limitó la amplitud de la recesión. No obstante, esta política ha agravado una serie de contradicciones, que son la otra cara de sus ventajas. Las principales son las siguientes:

“1) la rebaja de impuestos, combinada con los gastos militares, ha hecho que el presupuesto pasara de un excedente a un déficit importante; 2) el mantenimiento de la demanda de los hogares mediante la baja de las tasas de interés ha conducido su endeudamiento a un nivel sin precedentes y ha producido el comienzo de una burbuja en el mercado hipotecario; 3) la desigualdad de los ingresos se ha profundizado aún más, hasta la caricatura; 4) el déficit comercial con respecto al resto del mundo ha seguido profundizándose y representa hoy el 6% del PIB (producto interno bruto) de Estados Unidos, es decir, más de un punto del PIB mundial” (Michel Husson, “La mondialisation déséquilibrée”, en Angela Klein & Paul B. Kleiser, Die EU in neoliberaler Verfassung, ISP, Köln, 2006).

Recordemos que Clinton había hecho votar un programa de reducción a cero del déficit fiscal. Bush, por el contrario, además de disponer grandes rebajas de impuestos a los ricos (so pretexto de “promover las inversiones”), tenía como eje de su programa económico el mencionado “keynesianismo militar”: un colosal aumento del gasto en armamentos y fuerzas armadas. Estas medidas, lógicamente, volvieron a disparar a las nubes el déficit presupuestario. Simultáneamente, el banco central (Federal Reserve) dispuso una baja inaudita de su tasa de interés interbancaria (en relación con la cual se regulan las tasas para las operaciones con el público, empresas, etc.). De principios del 2001 a mediados del 2003, redujo esos intereses del 6,25% al 1% anual, para estimular la toma de créditos y el gasto, y así frenar la recesión.

Los atentados del 11 de septiembre del 2001 vinieron oportunamente a santificar esta política y acallar las protestas obreras y populares como las que se habían expresado un año antes en Seattle. Asimismo, la guerra mundial declarada por Bush para liberar de “terroristas” a las arenas petroleras de Medio Oriente prometía ser un colosal negocio. ¡Comenzaba el “nuevo siglo (norte)americano”!

Pero todo esto abrió las puertas para inflar la nueva burbuja que ahora estalla con consecuencias difíciles de medir: la burbuja inmobiliaria.

Capital financiero, capital productivo, sobreinversión y capital ficticio

Como subrayan Stiglitz y otos analistas, las medidas tomadas en el 2001, en primer lugar la drástica rebaja de la tasa de interés de la Fed a un insólito 1% anual, no llevaron a los capitalistas principalmente a hacer inversiones productivas, sino a especular, ahora embarcados en el nuevo globo inflado que se iba a las nubes, la burbuja inmobiliaria. ¿Qué hay detrás de este fenómeno, que de ninguna manera es exclusivamente estadounidense, sino mundial?

Esto alude a un fenómeno real, una desmesurada y creciente hipertrofia financiera acompaña la actual fase del capitalismo: “Desde comienzos de la década pasada, las burbujas y turbulencias financieras internacionales se sucedieron una tras otra; al mismo tiempo, la masa financiera global fue creciendo en progresión geométrica. Deudas públicas y privadas, hipertrofias bursátiles, negocios con «productos derivados» se fueron expandiendo mucho más allá del ritmo de crecimiento de la economía real. Por ejemplo los negocios con «productos financieros derivados» representaban hacia el año 2000 cerca de dos veces el Producto Bruto Mundial; en 2006 eran ocho veces más grandes, y si extrapolamos su tasa de expansión promedio del último lustro, en 2010 esa masa especulativa representaría 16 veces el Producto Bruto Mundial” (Jorge Beinstein, “Terra incognita - La soledad de Bush, el fracaso de los halcones y el desinfle de las burbujas”, www.socialismo-o-barbarie.org, 2-9-07).

Tanto desde la derecha como desde la “izquierda” son un lugar común los lamentos acerca de estas “desproporciones” entre la esfera de la producción (la llamada “economía real”) y la esfera de las finanzas en la actual etapa del capitalismo. Sin embargo, la mayoría de las veces, estos gemidos plantean las cosas distorsionadamente.

Lo habitual en esta materia son los sermones de tono “moral”, que esconden una trampa. Condenan al malvado “capital financiero” o “especulativo”. Ahora, con la presente crisis financiera mundial, estos sermones han subido de volumen. Pero el reverso explícito o implícito de esto, es que existiría también un capitalismo bueno, el llamado “capital productivo”. Es lógico que esta confusión –capitalismo “bueno” versus capitalismo “malo”– sea alentada desde las corrientes políticas burguesas y pequeñoburguesas, en especial de “centro-izquierda”, y también las burocracias sindicales, pero lo más grave es que sectores que se reclaman revolucionarios e incluso del trotskismo hacen coro a buena parte de esta deliberada confusión.

Como demostró Marx en el tomo II de El capital, el ciclo del capital-dinero, aunque diferente de los ciclos del capital productivo y del capital comercial, es parte inseparable del proceso de circulación o de reproducción del capital en su conjunto. Dicho de otra manera, sin “finanzas” no podría haber producción ni comercio capitalistas. La “valorización” del capital –es decir, la extracción de valor excedente (plusvalía), base de la ganancia industrial y comercial, y del interés bancario– se realiza en el ciclo productivo. Pero, a su vez, este ciclo del capital productivo no podría “girar” sin finanzas ni comercio. El capitalismo es uno solo. Aclarado esto, es necesario explicar, sin sermones ni utopías reformistas, de dónde sale esta monstruosa hipertrofia de capital financiero en general y especulativo en particular.

El actual ciclo o etapa del capitalismo –que se suele denominar no muy correctamente de “globalización” del capital– significó un salto cualitativo a escala mundial en la explotación capitalista; es decir, en la extracción de plusvalía y, por ende, en la obtención de ganancias. En las bases de este hecho económico, hay dos derrotas político-sociales de la clase trabajadora mundial: 1) la restauración del capitalismo en China, la ex URSS y el Este europeo, y 2) la imposición a escala mundial de normas de trabajo que implican una explotación cualitativamente superior. Esto último es desigual: va desde la más salvaje esclavitud laboral impuesta a la masas de China, India, América Latina, etc., hasta la mayor o menor liquidación de las conquistas obreras de posguerra en el “primer mundo”. Pero el signo ha sido de retroceso en todo el planeta.

La enorme masa de ganancias obtenidas por los capitalistas en este proceso deben reciclarse como nuevo capital, so pena de que se desvaloricen. Pero no logran hacerlo en su totalidad como capital productivo (es decir, invertirse rentablemente en nuevas fábricas, máquinas y salarios de trabajadores). Eso es lo que está detrás de la paradoja (que Stiglitz señala pero no profundiza) de que después que la Fed bajara los intereses al 1% (cero, en términos reales), los burgueses norteamericanos corrieron a endeudarse, pero no para ampliar las inversiones productivas sino para especular con títulos que representaban hipotecas a cobrar y otras invenciones por el estilo, que sustituyeron a las alicaídas acciones puntocom.

La actual crisis revela el grado de saturación de lo que Marx, en el tomo III de El Capital, llamaba “capital ficticio”.4 El ya citado Nouriel Roubini nos da un ejemplo que explica muy bien cómo nacen, se reproducen y mueren estos mecanismos del capital ficticio:

“Hoy día, cualquier persona adinerada puede tomar 1 millón de dólares, ir con él a un broker y conseguir un leverage5 por tres veces esa suma. De allí resultan 4 millones (1 de capital propio y 3 de deuda) que pueden ser invertidos en un fondo de fondos, que a su vez haga un leverage de esos 4 millones por tres o cuatro veces y los invierta en un hedge found.6 A su vez, este hedge found puede tomar esos fondos y hacer otro leverage por tres o cuatro veces y comprar algunos CDO, que por sí mismos tienen un leverage de nueve o diez veces. Finalmente, vamos a tener un leverage total de 100 a 1. Entonces, cualquier pequeña caída del 1% de la inversión final (CDO), liquida el capital inicial y crea una cadena que tira abajo ese castillo de naipes de deudas... Esto es lo que ha pasado ahora en los mercados financieros” (Nouriel Roubini, “Current Market Turmoil”, RGE Monitor, 15-8-07).

Es que los capitales financieros en general y los especulativos (o “ficticios”) en especial no crean por sí mismos valor alguno. La valorización se sigue generando en la esfera del trabajo y de la producción, ya sea física (un automóvil o un plato de comida) o intelectual (un programa de computación).

Las finanzas y la especulación viven de las “punciones” que hacen a la masa de plusvalor creada por el trabajo humano. Cuando las desproporciones se hacen insostenibles, se viene abajo el “castillo de naipes de deudas”. Es decir, estalla una crisis que incinera montañas de capital financiero y ficticio.

Barranca abajo

Habíamos señalado cómo los créditos hipotecarios basados en una tasa del 1% anual de la Reserva Federal dispararon la construcción de nuevas viviendas... pero más aún sus precios.

Este problema –que la propiedad inmueble subía vertiginosamente sin relación alguna con sus valores reales ni con las variaciones de precios de los demás bienes y servicios– ya venía desde 1995. Desde 100 años atrás, los precios de la propiedad inmueble en EEUU habían acompañado las variaciones de los del resto de la economía. Pero, desde 1995 al 2006, subieron más del 70% (Dean Baker, “Midsummer Meltdown Prospects for the Stock and Housing Markets”, Center for Economic and Policy Research, agosto 2007). El aumento nominal fue aún mayor, porque es una cifra deflactada.

Como ya dijimos, el auge de la construcción (con precios disparatados) fue, junto con la expansión de los gastos militares, una de las claves de la recuperación. Según Stiglitz, “aproximadamente el 80% de la suba del empleo y casi las dos terceras partes del incremento del PBI en los últimos años se originaron directa o indirectamente en el sector inmobiliario” (Joseph E. Stiglitz, ¿Se romperá la represa en 2007?”, cit.).

¡La nueva burbuja de las casas y departamentos reemplazaba la de las acciones puntocom, fallecida en marzo del 2000! Era la ocasión no sólo de tener una vivienda, sino también de enriquecerse. Usted sacaba una suculenta hipoteca en base a la tasa de la Fed del 1%, compraba un inmueble y éste aumentaba de valor al ritmo del 10% anual. Mientras miraba la televisión en el living, usted se iba haciendo más rico.

Digamos, por último, que la burbuja inmobiliaria, aunque estalló en EEUU, es un fenómeno especulativo mundial. En los principales países de Europa, Australia e incluso en varios de América Latina, los precios de las viviendas han tenido alzas igualmente disparatadas, sin relación con sus valores reales ni el curso general de la inflación.

Pero, como sucede siempre en el capitalismo, estas cosas terminan mal. Para sostener la especulación inmobiliaria (y el ritmo de incremento de sus precios) era necesario ampliar cada vez más la venta de viviendas nuevas.... lo que es sinónimo de ampliar la colocación de créditos hipotecarios.

Agotados los círculos selectos de clase media alta para arriba –los prime (principales) que cumplían los requisitos de solvencia para lograr préstamos a tasa mínima (prime rate)–, venía la legión de millones de pobres y dudosos (subprime), que comenzaron a suscribir hipotecas, pero a tasas más altas.

Debido a sus mayores tasas, las hipotecas subprime (ahora bautizadas hipotecas basura) eran a la vez un gran negocio bancario, que se amplió con la venta de esas hipotecas subprime a bancos y fondos especulativos del exterior. Con eso se creó el circuito para la reacción mundial en cadena que ha provocado el default de bancos en Europa.

Cuenta Stiglitz: “Para que más gente pidiera más préstamos, se ablandaron las condiciones de los créditos, lo que promovió el crecimiento de hipotecas basura, las llamadas «subprime». Además, se inventaron nuevos productos con anticipos muy bajos, lo cual posibilitó que la gente sacara hipotecas mayores.

“Algunas hipotecas incluso tenían amortización negativa: los pagos no alcanzaban a cubrir los intereses, de forma que cada mes la deuda crecía más. Las hipotecas fijas, a tasas de interés del 6%, fueron sustituidas por hipotecas de tasa variable, cuyos intereses estaban ligados a las letras del Tesoro de corto plazo.

“Las llamadas «tasas trampa» permitían que las cuotas de los primeros años fueran más bajas. Eran una trampa porque se aprovechaban del poco conocimiento financiero de muchos deudores, que no entendían en realidad en lo que se estaban metiendo.

“Y Alan Greenspan los alentó al riesgo al bendecir esas hipotecas de tasa variable. El 23 de febrero de 2004, dijo que «en la última década muchos propietarios de viviendas podrían haberse ahorrado miles de dólares si hubieran contratado hipotecas de tasa variable en vez de hipotecas de tasa fija».

“Pero, ¿esperaba realmente Greenspan que las tasas de interés se mantuvieran por siempre en el 1%, una tasa de interés real negativa? ¿No pensó qué les ocurriría a los estadounidenses pobres con hipotecas de tasa variable si las tasas subían, como era casi seguro que lo harían?... Sólo era cuestión de tiempo que ese desempeño se hiciera insostenible” (Joseph Stiglitz, “Estados Unidos, la hora de la verdad”, cit.).

La puntada final la dio la Federal Reserve. Después de bajar su tasa al 1% anual en el 2003, la fue subiendo hasta alcanzar el 5,25%, lo que implicó un aumento proporcional en el servicio de las hipotecas.

El resultado de esto lo describe bien un senador de EEUU: “Las modificaciones de los intereses hicieron pasar mensualidades de 400 dólares a 1.500 para la gente que tomó los típicos crédito hipotecarios de riesgo (subprime)” (Le Monde, 21-8-07).

Y, por otro lado, comenzó el descenso vertiginoso de los precios de las viviendas, que desde 2006 ya han perdido más del 10 % de su valor... En resumen, lo que usted compró a 100, bajó ayer a 90, hoy a 80 y mañana será a 70. Pero, a la inversa, las cuotas de su hipoteca suben y suben.

En esta situación, se desató una oleada de hipotecas impagas, principalmente en las subprime que, según algunos, constituyen más de la mitad de los préstamos hipotecarios en EEUU. Un default a esa escala sería de consecuencias incalculables.

Esto toca una cuestión política y económico-social más de fondo, en relación al capitalismo estadounidense (y mundial). La derrota de la clase trabajadora norteamericana se ha reflejado en que, desde mediados de los 70, el salario real ha caído alrededor de un 30% mientras que la desigualdad social se ha extremado.

Al mismo tiempo, el capitalismo estadounidense necesita que sus esclavos asalariados sean también buenos consumidores. Pero la solución no es, por supuesto, aumentarles el salario real (porque afectaría las ganancias), sino darles créditos. La consigna es: ¡compre, pero endeudándose! El esclavo endeudado hasta las narices no sólo mueve la economía, sino que está doblemente sometido. Y una hipoteca en las condiciones de las subprime es una condena a cadena perpetua, si la puede ir pagando, o a muerte... si finalmente entra en mora y pierde la vivienda.

Desbalances: ¿hasta cuándo se sostendrán?

Lo más grave de esta crisis es que se produce en un marco global, donde desde hace tiempo está cuestionada la posición de Estados Unidos y sobre todo el “mecanismo” que hace funcionar la economía mundial en base, por un lado, a un gran “comprador de ultima instancia” –EEUU, que es cada vez más insolvente– y, por el otro, a grandes productores que le venden a crédito (China, Japón y otros).

Se ha ido generando desbalances que se van haciendo cada vez más difíciles de sostener. Así, EEUU (su estado, sus empresas y sus particulares) se ha convertido en el mayor deudor del planeta, con déficits fenomenales de cuenta corriente7 y presupuestarios, y con una tasa de ahorro negativa (fue increíblemente de –1% en el último año).

Esto es, sin perspectivas inmediatas de pagar lo que deben. Hoy, para mantenerse en pie, EEUU necesita que le ingresen diariamente un promedio de 3.000 millones de dólares, ya sea como préstamos, inversiones directas o de cartera, etc. “Los ahorros familiares estuvieron en rojo por primera vez desde la Gran Depresión, mientras el país le pedía prestado al exterior 3.000 millones de dólares por día” (Joseph E. Stiglitz, “¿Se romperá la represa en 2007?”, cit.). Si este flujo se detuviese, la economía se vendría abajo.

“Por largos años –señala The Economist–, la sombra más larga de todas ha sido el déficit de cuenta corriente... Nuevas cifras dadas a conocer en marzo pasado muestran que en 2006 los norteamericanos gastaron 857.000 millones de dólares más de los que produjeron: un nuevo récord, que es equivalente al 6,5% del PBI” (“Global imbalances - Sustaining the unsustainable”, The Economist, 13-3-07).

El endeudamiento es monumental, tanto a nivel privado como público: “La familia estadounidense típica está endeudada hasta las cejas. Según el Fondo de la Reserva Federal, la deuda familiar iguala casi un 25% del valor neto del patrimonio familiar, que es un 136 % del ingreso disponible. Después de que los salarios cayeran bajo la inflación durante una década, los estadounidenses hipotecaron sus casas y usaron sus tarjetas de crédito para cubrir sus gastos de subsistencia.

“En 2005, los estadounidenses gastaron 42.000 millones de dólares más de lo que devengaron, y el informe más reciente del Departamento de Comercio estableció tasas de ahorro de un uno por ciento negativo, el menor desde la Gran Depresión y un descenso de un 11 por ciento desde la Segunda Guerra Mundial.

“Las tasas de ahorro han descendido tan bajo sólo cuatro veces. Las otras dos veces fueron durante la Gran Depresión, cuando un cuarto de la fuerza laboral estaba desocupada y los estadounidenses gastaron sus ahorros para cosas esenciales como los alimentos y el alquiler.

“Los deudores actuales aprovechan las tasas de interés más bajas en 40 años pidiendo dinero prestado por sus casas y contra sus sueldos para comprar coches nuevos y hacer mejoras en sus casas. También pagan más de 1,4 billones en servicio de sus deudas, o sea un 10 por ciento del producto interior bruto. Por sí sola, la industria de las tarjetas de crédito genera más de 30.000 millones de dólares en beneficios anuales.

“[...] Lo mismo vale para la masiva deuda externa... En el ámbito nacional, cada ciudadano debe casi 29.000 dólares con un total colectivo de aproximadamente 9 billones de dólares. El interés sobre el déficit federal es ahora la parte en crecimiento más rápido de los gastos federales, consumiendo 220.000 millones de dólares en 2006 y 270.000 millones de dólares en 2008. Por primera vez desde la Primera Guerra Mundial, EEUU ahora paga más a acreedores extranjeros de lo que recibe en inversiones del exterior” (Don Monkerud, “World's Biggest Debtor Nation - America On Top Again”, CounterPunch, 24-3-07).

Hasta el mismo Banco Mundial, que por su sometimiento a Washington nunca puede hacer críticas ni mostrarse pesimista, advierte en su informe de fines del año pasado que “el financiamiento de la brecha de la cuenta corriente de Estados Unidos, de un nivel del 6,5% del PIB, sigue siendo un desafío. Este déficit no es sostenible a largo plazo. Cada año aumenta el saldo deudor neto internacional de Estados Unidos y sus costos de financiamiento.

“Estados Unidos ya se convirtió en el deudor neto más grande del mundo; el valor de los activos estadounidenses en manos de inversores extranjeros supera el valor de los activos externos en manos estadounidenses en un 21% del PIB de Estados Unidos de 2005. Adicionalmente, el saldo del pago de intereses sobre estas deudas fue negativo (US $8.800 millones) durante los primeros tres trimestres de 2006, y por primera vez en unos 30 años Estados Unidos pagó más de lo que recibió por activos financieros internacionales.

“Si el ahorro de Estados Unidos no se incrementa en forma considerable, incluso asumiendo que se produzcan mejoras en la balanza comercial, la posición neta de los activos de Estados Unidos en manos de inversores extranjeros seguirá deteriorándose y podría llegar a representar entre el 65% y el 48% del PIB en 2015 (Higgins, Klitgaard y Tille, 2005).

“[...] para la economía mundial el riesgo a mediano plazo sería que el ajuste [de la economía de EEUU] no se produzca en el lado real sino en el lado financiero, si los inversionistas pierden rápidamente la confianza en el dólar –lo cual provocaría una crisis monetaria, una fuerte suba en las tasas de interés estadounidenses y disturbios en el mercado financiero– o si exigen tasas de interés cada vez más altas sobre los activos denominados en dólares estadounidenses” (“Informe del Banco Mundial”, diciembre de 2006, subrayados nuestros).

Esta situación, que haría estallar la moneda y las finanzas de cualquier otro país, EEUU logra afrontarla, entre varios motivos, porque todavía usufructúa una posición central en la economía mundial que heredó de circunstancias muy diferentes, al finalizar la Segunda Guerra Mundial.

Pero en ese entonces –además de haber sido (junto con la URSS) el gran vencedor de la guerra–, EEUU producía el 50% de la riqueza mundial, era acreedor de casi todos los países, su industria tenía ventajas cualitativas de productividad y tecnología, su cuenta corriente era ampliamente superavitaria, se constituyó en emisor de la moneda internacional, el dólar, y en Fort Knox tenía enterradas las mayores reservas de oro del planeta, que respaldaban legalmente a esa moneda. Hoy nada de eso es así.

De estos desbalances, el que más inquietudes suscita es el mencionado déficit de cuenta corriente. Esto tiene que ver con el mecanismo económico mundial que mencionamos más arriba, entre EEUU y sus proveedores a crédito. Un estudio reciente señala que “la contrapartida de este déficit [de cuenta corriente] puede ser encontrada principalmente en Asia y los países exportadores de petróleo. Según el FMI, el superávit de China llegaría a US$ 184.000 millones en 2006, el de Japón a un récord de US$ 167.000 millones. Por su parte, el alza de los precios del petróleo impulsó los superávits en Medio Oriente a US$ 282.000 millones. [...] Este modelo de desbalance global no es sostenible... La persistencia de déficits externos y superávits a tal escala implica una inconcebible acumulación de pasivos por parte de EEUU y de activos por parte de China y Japón. [Al ritmo actual] esto implicaría un abrupto incremento de los pasivos externos de EEUU del 8% del producto bruto mundial (26% del producto bruto de EEUU) en 2006, y al 15% del producto bruto mundial (más del 51% del producto bruto de EEUU) en 2011. A este punto, va a ser dudosa la buena voluntad de los inversores extranjeros de seguir acumulando obligaciones estadounidenses... En algún momento, van a comenzar a exigir mayores retornos de los activos de EEUU que han comprado...” (Alan Ahearne, William R. Cline, Kyung Tae Lee, Yung Chul Park, Jean Pisani-Ferry, and John Williamson, “Global Imbalances: Time for Action”, Peter G. Peterson Institute for International Economics, marzo de 2007).

Pero, concretamente, ¿cómo es que EEUU ha ido hasta ahora estirando la cuerda y evitando un estallido financiero como los sufridos por otros países con déficits externos proporcionalmente menores? El economista francés Gérard Dumenil contesta bien este interrogante y sus distintos aspectos:

“La contradicción más importante de la economía de EEUU radica en que la producción cada vez más se realiza fuera del país, profundizando el ya abultado déficit comercial. Esto significa que los países del exterior acumulan activos sobre este país. Los dólares que el resto del mundo acumula, en vez de convertirlos en su moneda nacional y hacer inversiones en su propio país, lo colocan en EEUU comprando bonos del Tesoro, como es hoy el caso de China. El problema es que ahora, en el mundo, luego de tantos años de déficit comercial en EEUU, tienen el doble de activos de EEUU en relación con los que EEUU tiene en el resto del mundo.

“Pero como las inversiones en dólares son consideradas estables por la solidez del dólar, a pesar de que rinden menos por la baja tasa de interés de EEUU, quienes reciben dólares de sus exportaciones a ese país las mantienen en activos financieros norteamericanos, especialmente bonos del Tesoro. Así, EEUU obtiene los recursos necesarios para financiar sus déficits.

“[...] Aunque por más que en la última década los activos propiedad de extranjeros en EEUU pasaron a ser el doble de los de este país en el resto del mundo, EEUU pudo lograr rendimientos favorables por las diferencias entre las utilidades que obtiene en otros países (en concepto de pago de intereses y capital de las deudas externas de los países «emergentes» o utilidades de sus multinacionales, por ejemplo), y las que les ofrece en suelo norteamericano a los inversores extranjeros.

“Por ejemplo, cuando EEUU tiene U$S 100 de activos del resto del mundo, el resto del mundo tiene U$S 200 en EEUU. Si la tasa de rendimiento fuese en ambos casos del 5%, EEUU ganaría U$S 5 en el exterior y debería pagar U$S 10 al resto del mundo. Esto significaría que EEUU debería pagar mucho. Lo que en realidad sucede es que EEUU gana en el resto del mundo un 8% por encima de la tasa de inflación. Y cuando el resto del mundo invierte U$S 200 en EEUU, sólo gana el 4%, y EEUU le paga U$S 8, dado que el resto del mundo invierte el doble. Así es que EEUU venía pagando el mismo monto de ingresos financieros al resto del mundo que el que recibe de ellos.

“De esta forma, puede comprenderse cómo la economía norteamericana no fue aún empujada a la crisis a pesar de los fuertes déficits comerciales y presupuestarios (que obligan a un endeudamiento creciente, que se financia por la compra de dólares por las economías que exportan a EEUU, proceso crecientemente explosivo). También puede comprenderse por qué EEUU se va a ver obligado a un cambio de estrategia. Es que en 2006, por primera vez, EEUU paga más al resto del mundo que lo que recibe de él en flujos de capital.

“Aquí el concepto crucial es que tenemos que distinguir entre familias ricas y empresas, por un lado, y EEUU como país, por el otro. Porque las clases capitalistas no se preocupan por que la producción se haga o no sobre su territorio, lo único que importa es la tasa de ganancia” (entrevista a Gérard Duménil: “Vamos a un nuevo rumbo en la economía norteamericana”, IPS Karl Marx, 1-7-07).

EEUU afronta el déficit con sus proveedores pagando con bonos de la deuda pública, y éstos los “esterilizan” como reserva de sus bancos centrales. Pero estos malabarismos generan tensiones e incertidumbres crecientes, porque la tendencia no es a que estos desbalances se vayan solucionando progresivamente, sino a empapelar cada vez más las bóvedas de esos bancos centrales.8

La insólita benevolencia demostrada hasta ahora por los acreedores de EEUU no sólo tiene que ver con las dificultades para cobrarle una deuda al “matón del barrio”. El principal problema es que esos acreedores están atados de pies y manos al mecanismo que describimos más arriba: “Las burguesías de Japón, Alemania, Corea del Sur o China no han hecho otra cosa que otorgar una suerte de «crédito» muy blando y por tiempo indefinido a su gran cliente... Dicho de otra manera, Estados Unidos es al mismo tiempo parásito y tabla de salvación del capitalismo mundial, del que absorbe toda clase de excedentes financieros y productivos...” (Jorge Beinstein, “Terra incognita…”, cit).

La bancarrota de EEUU podría significar, al mismo tiempo, la de sus acreedores. Este es un factor fundamental, tanto para el chantaje que ejerce EEUU hacia ellos como también para no se atrevan a cerrar el grifo al deudor insolvente:

“Como sugiere el déficit comercial récord de EEUU de US$ 800.000 millones, los exportadores del mundo son fuertemente dependientes de EEUU como el motor principal del crecimiento de la demanda global. Éste es especialmente el caso de los socios de EEUU del NAFTA: Canadá, la octava economía más grande del mundo (a niveles de intercambio), envía el 84% de sus exportaciones a EEUU (27% de su PBI). México, la segunda economía más grande en América Latina y la 13ª del mundo, envía el 86% de sus exportaciones a EEUU (24% de su PBI).

“Pero los impactos de este flujo comercial «EEUU-céntrico» también se hacen evidentes en otras partes. En China, la cuarta economía del mundo, las exportaciones a EEUU llegan al 40% del total de las exportaciones (tomando en cuenta la re-exportación a través de Hong Kong). Esto es, el 15% de su PBI. Y, por inferencia, la creciente cadena de suministros asiática «chino-céntrica» es fuertemente dependiente del mayor mercado de exportaciones de China, los Estados Unidos.

“Eso significa que un desaceleramiento de EEUU no afectaría, vía China, solamente a Japón, Taiwán y Corea, sino que tendría efectos también en el complejo de producción global de commodities, que se ha vuelto muy dependiente de China en los últimos años –léase Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Brasil, partes de África y por supuesto, Rusia–.

“El resto del mundo es una mezcla de grados de concentración de exportaciones «EEUU-céntricas». En Japón, donde la tendencia de cinco años de crecimiento de las exportaciones (+5,2%) ha sido tres veces más rápido que el ritmo del crecimiento del consumo privado (1,6%), en total el 24% de sus exportaciones va hoy directamente a EEUU. Además, también resulta que otro 14% de las exportaciones japonesas va a China –ahora su segundo mercado de exportaciones más importante– que, como se señala antes, tiene orientada su demanda final hacia los EEUU. En consecuencia, es difícil imaginar a Japón escapando de las consecuencias de un desaceleramiento de EEUU. Europa, donde sólo cerca del 8% de las exportaciones va a EEUU, probablemente esté mejor ubicada para resistir un achicamiento de la demanda estadounidense. Pero los lazos comerciales cada vez más estrechos con Asia dejan también a las exportaciones europeas indirectamente expuestas a EEUU. En resumen, no puede haber error en que existe un patrón «EEUU-céntrico» del crecimiento de las exportaciones –una característica que deja a una economía global de bajo consumo sumamente vulnerable a cualquier retiro prolongado del consumidor americano–” (entrevista a Gérard Duménil, cit.).

La progresiva caída del valor del dólar en relación con las principales divisas es la expresión monetaria de las contradicciones financieras y estructurales de la economía de EEUU en relación con el resto del mundo.

“El respaldo al dólar –advierte The Economist– jamás ha estado tan desfavorecido en los mercados de divisas. La Reserva Federal sigue el valor del dólar haciendo una comparación con una canasta de las otras siete principales monedas que se intercambian comúnmente con el dólar (ver “Basket Case: Dollar trade weigthed index, major currencies”). Este índice, que es visto como una buena evaluación de los sentimientos de los mercados financieros en relación al dólar, ha caído al nivel más bajo de todos los tiempos” (“Soft currency”, The Economist, 26-9-07). Desde principios de 2002 hasta la fecha, según este índice, el dólar ha perdido casi el 40% de su valor en relación con esa canasta monetaria.

Esta devaluación del dólar tiene sin embargo elementos contradictorios. Michel Husson los resume así: “La amplitud de estas fluctuaciones [del dólar] va más allá de los determinantes estrictamente económicos. Se las puede interpretar como el resultado de una contradicción en las modalidades de la dominación de Estados Unidos: necesita un dólar fuerte, en su carácter de potencia financiera y monetaria dominante, pero sobre todo necesita un dólar débil, en tanto potencia económica y comercial” (Husson, cit.).

En efecto, la devaluación del dólar, dentro de ciertos límites, ha sido impulsada o por lo menos bienvenida por EEUU, como medida para mejorar la competitividad de sus exportaciones y hacer más costosas y menos competitivas las importaciones. Eso, teóricamente, mejoraría los saldos en rojo de la balanza comercial y por consiguiente de la cuenta corriente. Por eso, al mismo tiempo, Washington hace fuertes presiones sobre Pekín para que revalúe su moneda en relación al dólar, lo que encarecería los productos chinos exportados a EEUU.

Asimismo, EEUU paga con dólares convenientemente devaluados los servicios de su deuda y de otras obligaciones públicas y corporativas que están en manos de inversionistas extranjeros. A su vez, muchos de los activos de EEUU en el exterior están en monedas que se han revaluado en relación con el dólar.

Sin embargo, este juego se está volviendo contradictorio y peligroso. Con el dólar en caída libre, Estados Unidos no puede seguir ejerciendo el rol de la superpotencia que emite la única moneda mundial y que además dicta las reglas del juego financiero a nivel global; reglas de “buena conducta” monetaria y financiera que es el primero en violar con el desmadre de sus cuentas nacionales...

La “debilidad” del dólar probablemente ya ha pasado de la raya. Esto podría, teóricamente, impulsar movimientos incontrolados de gobiernos y corporaciones en el sentido de irse del dólar, pasando bruscamente sus activos a otras monedas. The Economist describe así esta posibilidad, puesta sobre el tapete por la actual crisis financiera:

“El más negro de los escenarios de la economía mundial sería el de un crash del dólar. El guión es simple: la dependencia de EEUU del capital extranjero es una peligrosa vulnerabilidad. En un determinado punto, los inversores extranjeros se niegan a acumular más activos en dólares. Si los inversores se asustan –por ejemplo, por una crisis en los mercados financieros norteamericanos– podrían huir rápidamente del dólar. La divisa estadounidense se hundiría. Una moneda tambaleante impediría a la Fed recortar las tasas de interés, profundizando así el pánico en la economía” (“How far, and how fast, will the dollar fall?”, The Economist, 13-9-07).

Pero éste no parece ser éste el escenario inmediato ni el más probable, ni tampoco la “opción nuclear” sugerida por el citado académico chino. Sin embargo, ya estamos posiblemente asistiendo a procesos más lentos y menos ruidosos, pero más reales, de migración “hormiga” desde el dólar a otras divisas. Sugestivamente, el epicentro de este fenómeno no estaría ni en Pekín ni en Tokio, sino en Wall Street.

Así, “Stephen Jen, economista en monedas de Morgan Stanley, sugiere que habría fuerzas mucho más poderosas conduciendo la caída del dólar. Un temor común es que los bancos centrales de Asia cambien sus grandes tenencias de deuda estadounidense. Pero Jen asegura que las principales entidades que están cambiando sus activos en dólares para pasarlos a otras monedas son los fondos de pensión, los de seguros y los fondos mutuos norteamericanos. Esos fondos controlan activos por 20,7 billones de dólares; o sea, cuatro veces el monto oficial de las reservas monetarias del mundo.

“Los fondos mutuos estadounidenses vienen incrementando gradualmente sus colocaciones en activos del exterior. Desde 2003, han pasado del 15% al 22,5 % del total de activos... esto implica una fuga del dólar de activos por un total de US$ 1,16 billones desde esa fecha. Esta suma no está lejos de la totalidad de las reservas oficiales de China” (“Soft currency”, The Economist, cit.).

¿Qué perspectivas se abren?

No estamos en capacidad de hacer pronósticos seguros. La catarata de dólares, euros y yenes que volcaron los bancos centrales en agosto paró la corrida (aunque no se sabe hasta cuándo). Pero lo cierto es que eso no solucionó los problemas de fondo: el default masivo de las hipotecas y el derrumbe de otros “castillos de naipes” especulativos, como el tan bien descripto por Roubini.

A nivel inmediato, la pregunta del millón es si esto iniciará una recesión en EEUU que se expanda al resto del mundo. Los diversos indicadores muestran cada día con mayor nitidez que efectivamente se viene una recesión. Y este es el motivo por el cual la Fed, por primera vez en mucho tiempo, ha dado un giro hacia la rebaja de la tasa de interés.9

Sin embargo, es difícil dimensionar hoy el ritmo y la gravedad de esta fase recesiva, que tienen que ver también con sus repercusiones mundiales y latinoamericanas.

Pero tratemos de ver esto más allá de la situación coyuntural. Lo que aparece como indiscutible a la luz de esta última crisis es la imposibilidad a mediano plazo de seguir sosteniendo el modelo o “patrón” EEUU-céntrico. Pero, al mismo tiempo, quedan de relieve las dificultades y la casi imposibilidad de cambiarlo.

“Un año atrás, los ministros de finanzas y los banqueros centrales del G7 prometieron una «vigorosa acción» para resolver los desbalances entre los prestamistas mundiales (particularmente China, Japón y los países exportadores de petróleo) y los deudores (especialmente EEUU). El FMI estaba esperanzado en reinventarse a sí mismo como el encargado (overseer) de esta gran negociación macroeconómica. Un año después, la iniciativa se había agotado. Las discusiones apadrinadas por el FMI entre China, Japón, Arabia Saudita, EEUU y la Unión Europea apenas habían avanzado. Y quedaron silenciosamente olvidadas” (“Global imbalances - Sustaining the unsustainable”, The Economist, 13-3-07).

Esto obedece a un problema sustancial: las decisiones entre estados e intereses capitalistas contradictorios no se resuelven por deliberaciones “racionales”, sino por relaciones de fuerza. La configuración del capitalismo “EEUU-céntrica”, con el imperio del dólar como moneda mundial y Wall Steet como capital global de las finanzas –esquema que hoy está en crisis– no surgió de ninguna discusión entre sabios economistas y estadistas visionarios: nació de dos terribles guerras mundiales, las más sanguinarias de la historia humana.

La partida se jugó esencialmente entre el Imperio Británico, que había sido la vanguardia del capitalismo mundial pero que venía en decadencia, y los nuevos imperialismos de Alemania y EEUU. El resto de los países capitalistas e imperialistas se limitó a poner las fichas en alguna de esas cartas.

Aunque cada vez más EEUU es la sombra de lo que fue al terminar la Segunda Guerra Mundial, no tiene intención, naturalmente, de renunciar a los privilegios y al papel central conquistado. Por ejemplo, la emisión de la moneda mundial, un asunto crecientemente escandaloso que va pareciéndose cada vez más a una falsificación de papel moneda que a una emisión “responsable” (desde la óptica capitalista).10

Y al mismo tiempo, es un hecho que no existe todavía una relación de fuerzas geopolítica que pueda imponer el “reemplazo” de EEUU por otra potencia o por una coalición de estados.

La Unión Europea es una colcha de retazos, con una potencia económica que podría ser equivalente a la de EEUU, pero que carece de unidad política y de orientación propia. Y menos aún que la Unión Europea puede Japón jugar un papel central en un reordenamiento del capitalismo mundial. Otro agrupamiento geopolítico que se insinúa, el de Rusia-China en la Organización de Cooperación de Shangai, tampoco da la talla para aspirar al rol que jugaron el Imperio Británico y después EEUU.

Esto determina que EEUU, por “defecto”, porque no existe aún quien lo reemplace, pueda seguir ocupando el lugar que adquirió en la Segunda Guerra, que ya no se corresponde su realidad económica y geopolítica. Esto se vuelve cada vez más contradictorio, conflictivo e “irracional”, tanto por sus graves problemas económicos como por el fracaso de su plan de conquistas coloniales en Medio Oriente. Esta aventura –que iba reverdecer sus laureles y sentar las bases del “nuevo siglo (norte)americano”– está finalizando en un desastre. En vez instaurar a EEUU como el “superimperialismo” que inapelablemente iba a dictar las reglas del orden político y económico mundial del siglo XXI, lo ha bajado de la posición dominante que logró en los 90 como vencedor de la “guerra fría” contra el “imperio del mal” con sede en Moscú. Y a su fracaso en las aventuras geopolítico-petroleras en Medio Oriente se le han sumado las desobediencias que enfrenta en su patio trasero latinoamericano.

Entonces, a nivel geopolítico, el mundo presenta una variedad de relaciones y situaciones cambiantes y de perfiles no claramente definidos, con la aparición de polos regionales cuyas fuerzas y políticas aún no están manifiestamente precisadas. Por el ejemplo, el agrupamiento China-Rusia (con algunos estados vasallos) en la Organización de Cooperación de Shangai pareciera tender a transformarse en una alianza también militar. La OCS mantiene, a su vez, relaciones ambivalentes con Irán (“observador” en la reuniones de la OCS), que por su parte aspira a ocupar el lugar de potencia regional llenando el vacío dejado por la bancarrota estadounidense.

A esta compleja, contradictoria y cambiante situación que presenta el cuadro de los estados burgueses, hay que sumar el factor que es, en última instancia, el fundamental: el de la lucha de clases de los trabajadores y las masas explotadas. Ya vimos que en la base de la etapa de “globalización” capitalistas estaban dos derrotas de la clase obrera. En lo que vaya a suceder con las actuales contradicciones va a ser asimismo decisivo (para bien o para mal) lo que pase con la clase trabajadora, sus luchas y sus relaciones de fuerza con el capitalismo.

¿Hasta cuándo, por ejemplo, los trabajadores de China, sobre cuyas espaldas se asienta hoy gran parte del crecimiento mundial y de las superganancias de las corporaciones, van a seguir tolerando una situación de esclavitud laboral y una desigualdad social que es la más extrema del mundo? Los trabajadores de Estados Unidos han retrocedido décadas en sus salarios y condiciones de trabajo, y ahora millones de hogares van a perder sus viviendas. ¿Seguirán soportando en silencio? ¿O los relámpagos de Seattle, oscurecidos por el 11 de septiembre, van a brillar otra vez? Y preguntas similares se plantean para Europa, para América Latina y otros continentes.

Las respuestas que la lucha de clases dé a estos interrogantes van a ser, en última instancia, determinantes del rumbo por el que se encaminará también la economía mundial.


Notas:

1 La intervención de los bancos centrales se hace mediante préstamos y redescuentos a los bancos nacionales que los soliciten. Habitualmente, los problemas de liquidez se resuelven con préstamos interbancarios, generalmente por un día (overnight), sin recurrir al banco central. Pero esta vez los bancos se negaban a prestar a sus colegas, porque no se trataba de problemas de liquidez, sino de insolvencia. Sin la intervención de los bancos centrales, probablemente se habría producido la quiebra en cadena de centenares de bancos, algunos de primera línea. El quid de la cuestión es que nadie sabe realmente la situación de solvencia de cada entidad financiera, porque en las bóvedas hay montañas de bonos y otros “productos financieros” cuyo valor real hoy es imposible evaluar. Este grave problema lo describe bien Nouriel Roubini, uno de los pocos analistas financieros serios de EEUU. Compara la situación actual con un “campo minado” del que sabemos que está lleno de minas enterradas, pero no dónde están: “Primero, no tenemos idea de cuánto serán las pérdidas por las hipotecas fallidas: ¿50.000 millones, 100.000, 200.000? Podrían llegar a los 500.000 millones si EEUU entra en recesión y tenemos una crisis sistémica bancaria y financiera... En segundo lugar, tampoco tenemos idea de dónde están las otras minas... Diariamente el torbellino está haciendo tambalear a inesperadas instituciones y mercados: hedge founds (fondos de inversión), bancos y administradores financieros en EEUU, Francia, Alemania, Gran Bretaña, Asia y Australia... Cada día tenemos una sorpresa diferente que añade incertidumbre a los mercados...” (Nouriel Roubini, “Current Market Turmoil”, RGE Monitor, 15-8-07).

2 Federal Reserve: banco central de EEUU.

3 John Maynard Keynes (1883-1946), economista británico, inspiró políticas económicas basadas en la intervención del estado para contrarrestar los ciclos recesivos. Implicaban, entre otras medidas, un aumento substancial del gasto público a costa del consiguiente déficit fiscal. El “keynesianismo militar” estilo Bush dinamiza el gasto público, pero no en obras públicas “civiles” sino en armamentos y guerras.

4 Un error común es poner un signo igual entre capital financiero y capital ficticio, que no son exactamente lo mismo. Este concepto de capital ficticio fue desarrollado por Hilferding en El capital financiero y ha sido muy discutido entre los marxistas. Daremos un ejemplo para entender estos conceptos. Supongamos que una sociedad anónima industrial emite acciones para ampliar su capital. Un capitalista financiero las compra y con ese dinero la empresa compra máquinas y paga más salarios para aumentar la producción. En este caso, el capital real adelantado por el financista se incorpora al ciclo productivo: la fábrica produce mercancías que se venden por dinero, volviendo al punto donde comenzó el ciclo. Pero supongamos que las acciones compradas por el financista se venden en la bolsa. Allí comienza un ciclo que no tiene que ver directamente con el ciclo productivo. El valor de la acción en bolsa no refleja generalmente su valor real (como parte alícuota del valor de la empresa), sino su precio de compra-venta según las expectativas del mercado acerca de las futuras ganancias de esa acción (que puede ser menor o mayor que su valor real). Un exceso de capitales que se vuelquen a la bolsa puede hacer subir a niveles disparatados los precios de las acciones, sin relación directas ni con el valor real ni con la rentabilidad final de cada acción. Se genera así una “burbuja”, y las ganancias de estos capitales ficticios se realizan principalmente en base al alza de los precios de las acciones en la bolsa y no a su rentabilidad real. Claro que esto siempre “termina mal”: la distancia entre los precios de las acciones (u otros valores) en la bolsa y su rentabilidad en la “economía real” no puede inflarse indefinidamente. Los que no se retiraron antes del estallido del globo, pierden una parte más o menos considerable del capital que invirtieron.

Como una especie de eterno retorno, las crisis financieras del capitalismo repiten ese ciclo. Es muy interesante, en ese sentido el relato de Marx, en el capítulo XXV del tomo III de El capital sobre el capital ficticio, donde se describe la crisis financiera inglesa de 1846. Allí no se trató de especulación con valores puntocom ni hipotecas, sino de anticipos sobre exportaciones de mercancías a China e India y acciones de ferrocarriles. Pero, sin internet ni altas matemáticas financieras, los episodios tragicómicos del estallido de esa burbuja no fueron muy diferentes a los actuales.

5 Leverage (del inglés lever: palanca) se suele traducir literalmente como “apalancamiento”, que en finanzas significa hacer operaciones con dinero prestado.

6 Hedge found: literalmente, “fondo de protección” de inversiones.

7 La cuenta corriente de un país recoge las operaciones reales (comercio de bienes y servicios), de rentas y en general la entrada y salida de dinero que se produce entre los residentes de un país y el resto del mundo en un período de tiempo dado. La cuenta corriente se subdivide en las siguientes balanzas: balanza comercial (exportación e importación de mercancías), balanza de servicios (intercambio de servicios con otros países), balanza de rentas (ingresos o pagos por rentas del capital) y balanza de transferencias corrientes (ingresos y pagos obtenidos o pagados sin una contrapartida, por ejemplo, remesas de inmigrantes a sus familias, etc.)

8 Un reflejo de estas tensiones son las propuestas de He Fan, miembro de la Academia de Ciencias de China, que ante las exigencias de Bush para que Pekín revalúe el remimbi, aconseja vender el billón de dólares (o casi) de valores estadounidenses que están en las reservas del banco central chino y pasarse a otras monedas y valores. A esto lo llaman la “opción nuclear”, porque provocaría de inmediato el colapso del dólar. Por supuesto, lo de He Fan es sólo un chantaje (seguramente alentado por el gobierno de Pekín) para hacer frente a las presiones de Bush. Si China tirase esa “bomba nuclear” monetaria, su economía se hundiría junto con la EEUU. Pero lo significativo del incidente es que refleja el atolladero en que se encuentran tanto EEUU como su acreedor chino y las tensiones de esos desbalances en la economía mundial.

9 Señalemos, de paso, que la reedición de la política anticíclica de Greenspan de rebaja brutal de las tasas de interés podría agravar la debilidad del dólar, al hacerlo mucho menos atractivo para los inversores extranjeros.

10 En ese sentido, una de las novedades introducidas bajo la administración Bush es la de no informar el M3. Como es sabido, el dinero en un país, teniendo en cuenta principalmente el grado de liquidez, se clasifica en M1 (efectivo en manos de la gente + depósitos a la vista), M2 (M1 + depósitos de ahorro), M3 (M2 + depósitos a plazo) y M4 (M3 + “cuasi dinero”). El M3 indica entonces el conjunto de las disponibilidades líquidas y por eso también revela la emisión de moneda. Como a Washington, hundido en deudas y déficits, ese tema le resulta muy escabroso, el M3 –que destaparía la emisión desmedida de dólares– ha pasado a ser un secreto de Estado.