Una situación
mundial con procesos que no terminan de definirse
Editorial
de Socialismo o
Barbarie, revista N° 21, noviembre 2007
Los
meses del año 2007 transcurridos desde la anterior edición de Socialismo
o Barbarie (diciembre de 2006) podrían caracterizase como de agravamiento
o profundización de diversos procesos políticos de
importancia mundial, sin que en ellos se haya llegado a un cambio
cualitativo que configure una situación esencialmente nueva
y distinta de la anterior. Esos procesos han continuado
“grosso modo” por los carriles que analizamos en el Nº 19 de
nuestra revista, en el artículo “Tendencias de la situación
mundial”.
Lo
que más apunta a ser una variación de características cualitativas
no se ha dado a nivel político sino en la esfera de la economía
mundial, con el inicio de una seria crisis financiera, con
epicentro en Estados Unidos. Son aún difíciles de evaluar las
consecuencias finales de este acontecimiento, pero de todos modos la
crisis puso de manifiesto que los desbalances de la economía
mundial están volviendo insostenible el esquema
EEUU-céntrico que con diversas variantes se ha mantenido desde la
posguerra.
Los grados de desarrollo de la “crisis de hegemonía” del
imperialismo yanqui
Uno
de los determinantes políticos principales de esta peculiaridad del
panorama mundial es la situación de la administración Bush y, en
general, de Estados Unidos, hundidos en las dificultades y el
fracaso de erigir un imperio colonial-petrolero en Medio Oriente, que
iba a garantizar que el siglo XXI fuese el “nuevo siglo
(norte)americano”.
El
eje de este fracaso del imperialismo yanqui sigue siendo,
indudablemente, Iraq. Y esto va también acompañado por el
empeoramiento de la situación en Afganistán, la reciente derrota de
Israel en Líbano y, ahora, la crisis de la dictadura de Musharraf
en Pakistán.
Sin embargo un rasgo fundamental de esta coyuntura
es que aún no termina de “decantar” en una categórica
derrota, tanto en lo que se refiere a la ocupación militar del
imperialismo yanqui en Iraq y en general en la región como en la crisis
política de la administración Bush en EEUU. No hay todavía una
debacle, ni militar en Iraq ni política en Washington.
Aún se presentan infinidad de “medias tintas” (que pueden incluso
dar márgenes a una nueva aventura bélica de Bush... o de su
sucesor).
En Iraq, EEUU está en medio de un desastre. Sin embargo, simultáneamente,
el imperialismo ha tenido éxito en exacerbar las contradicciones
étnicas y sectario-religiosas en ese país. Las tropas de ocupación
siguen sufriendo fuertes ataques de la resistencia y está a la vista
el fracaso de la “escalada” dispuesta por Bush meses atrás. Pero,
al mismo tiempo, se desarrollan enfrentamientos fratricidas entre los
mismos iraquíes. Esto es un factor que permite prolongar la ocupación
en la perspectiva de una virtual partición de Iraq en tres
mini-estados, sobre los cuales EEUU trataría de establecer un virtual
“protectorado”.
Asimismo, en el conjunto de la región, tanto el fracaso de Iraq como
los contrastes adicionales del imperialismo yanqui e Israel en
Afganistán y Líbano están mediados por diversos factores y
tendencias contradictorias: Los gobiernos y regímenes clientes
de EEUU –como los de Arabia Saudita, Jordania y Egipto–, aunque
con distintos grados de crisis y contestación, siguen sin embargo en
el poder. Asimismo, la acción de los movimientos y gobiernos que
aparecen enfrentados a EEUU-Israel ponen cada vez más de relieve las
consecuencias negativas de su carácter social y político. Por un
lado, es ya evidente que las corrientes islamistas, que ocupan hoy
gran parte de espacio perdido por el nacionalismo laico, están
repitiendo en buena medida sus desastres y se han revelado igualmente
incapaces de unir a los trabajadores y los pueblos de la región en
una lucha común y consecuente contra el intento colonizador de
EEUU-Israel. La utilización lograda por EEUU de sus divisiones
sectarias es ya un balance inapelable. Por otro lado, gobiernos como
los de Siria e Irán continúan la Realpolitik que llevó al
fracaso y a la capitulación a las antiguas direcciones nacionalistas:
cada uno de esos gobiernos se preocupa en primer lugar de los
intereses particulares de sus burguesías y burocracias de
estado militares y/o religiosas. Esto da un buen margen a EEUU e
Israel para jugar con esas contradicciones. El caso más patente y
escandaloso ha sido el doble juego desarrollado por el régimen de Irán
en relación con Iraq: las corrientes iraquíes afines a Teherán no sólo
han participado en el gobierno títere de Bagdad, sino que tienen una
responsabilidad fundamental en los atroces enfrentamientos
confesionales.
En Estados Unidos, hay una seria crisis política por la
desaprobación ampliamente mayoritaria a continuar con la guerra y la
ocupación. Pero, por diversos motivos, hasta ahora este abrumador
rechazo no se traduce en una movilización masiva que imponga ya
la retirada de las tropas, lo que sería decisivo.
En las últimas elecciones, el sentimiento contrario a la guerra de Iraq
motivó el voto masivo por los demócratas... en la ilusión de que el
dominio del Congreso por ese partido obligaría a una retirada más o
menos inmediata. Pero, como era de prever, los demócratas le
permitieron a Bush proseguir la ocupación. Ni quisiera bloquearon el
fabuloso presupuesto militar, el mayor desde la Segunda Guerra
Mundial... y esto en una situación en que tanto los servicios
sociales como la infraestructura de EEUU se caen a pedazos.
Ahora, con vistas a las presidenciales del 2008, se renueva el
mecanismo de la estafa electoral bipartidista: esta vez se supone
que la guerra la terminaría el próximo presidente demócrata... Pero
tanto Hillary Clinton como Barak Obama –los precandidatos con más
posibilidades– no tienen planes de una retirada total, inmediata e
incondicional de Iraq. Una cosa son los “golpes de efecto” mediáticos
para consumo de los votantes, y otra la “letra chica” de los
documentos y programas de ambos candidatos.
Ambos elementos –la fragmentación de la resistencia iraquí y los crímenes
étnicos y sectarios, por un lado, y el retardo en que el rechazo
mayoritario a la guerra en EEUU se convierta en movilizaciones de
masas, por el otro– han dado un “tiempo suplementario” a Bush
y al imperialismo en general. No necesitamos subrayar los
graves peligros potenciales de esta situación.
Los fracasos del plan hegemonista han llevado a divisiones en la burguesía
imperialista estadounidense, que se expresan en fuertes debates sobre
cómo salir del atolladero iraquí y, en general, cómo enfrentar la
crisis de dominación de EEUU (e Israel) en Medio Oriente. Mientras
algunos –como los políticos republicanos y demócratas que a fines
del 2006 conformaron el “Grupo
de Estudio de Iraq”– proponen una “retirada en orden”,
negociando con Irán y Siria la estabilidad de la región, otros
proponen “huir hacia adelante”, incluso extendiendo la guerra a
esos estados. Entre ambas posiciones se ubican matices
intermedios. El nudo objetivo de este embrollo es que EEUU
no puede quedarse en Iraq, pero tampoco puede irse.
De todos modos, aunque mucho esté aún por definirse, los desastres del
proyecto colonizador estadounidense en el Oriente Medio, por un lado,
y las diversas expresiones de luchas y rebeliones de los trabajadores
y las masas populares, por el otro, han determinado a escala mundial
que la perspectiva de que EEUU se constituyera como el
“superimperialismo” del siglo XXI se haya prácticamente
desvanecido. La hegemonía del imperialismo yanqui a nivel mundial está
en una seria crisis, aunque no significa de ninguna manera que
se ha producido ya un derrumbe, ni que está decidida
una retirada del escenario de Oriente Medio. Por el contrario, en el
marco de esta crisis, las “indefiniciones” pendientes pueden
abrir la puerta a una “fuga hacia delante”, con nuevas guerras
que intenten revertir las derrotas.
Fuerzas centrífugas y estados que compiten o actúan “por las
suyas”
En ese contexto, a nivel geopolítico, este año se han afirmado
mundialmente las tendencias “centrífugas”. Cada vez más
estados y gobiernos actúan “por cuenta propia”, sin consultar ni pedir
aprobación de Washington.
Entre otras consecuencias,
esto ha significado el retorno de Rusia al juego geopolítico,
sobre todo en Eurasia. La retirada sin gloria de Afganistán y
luego el derrumbe de la ex URSS habían eclipsado a Moscú de la
escena. Ahora, la Rusia de Putin vuelve a intervenir política y
militarmente en Asia central. Mientras EEUU se hundía en el
pantano iraquí, Rusia fue tejiendo silenciosamente una trama de
pactos y de organismos políticos y militares, tanto con China (la
Organización de Cooperación de Shangai-OCS) como con la mayoría de
los ex estados de la URSS en esa región.
La línea central de la
nueva política internacional del Kremlin la define bien un general
ruso: ser el “árbitro
geopolítico en los conflictos del futuro” (“Entrevista al general
Gareev”, www.socialismo-o-barbarie.org , 5-8-07). Efectivamente, es
ese papel de árbitro el que ha asumido Rusia en la disputa
EEUU-Irán.
La torpeza estratégica de
Bush al invadir Iraq elevó a Irán al cenit como potencia
regional en Medio Oriente y Asia Central, poder que contrapesa a
Israel, el enclave colonial de EEUU en la región. La política de
Israel y de un sector de la burguesía y del staff político
estadounidenses es salir de este problema con una nueva guerra.
En esta situación, la política
de Rusia (junto con China) ha sido la de encuadrar todo en el marco de
la ONU (donde ambos son árbitros con el veto en el Consejo de
Seguridad). Allí Rusia ha votado “sanciones” leves contra Irán.
Pero, simultáneamente, el Kremlin, además de ser el principal
proveedor de armas de Teherán, le ha abierto las puertas para que
participe en la OCS y otros pactos y “conferencias” regionales
como “observador”... al mismo tiempo que trata de imponerle
condiciones de subordinación (que implicarían un estricto
control ruso de su industria nuclear). Asimismo, Rusia impulsa con
Irán proyectos económicos muy desagradables para EEUU y la Unión
Europea. A principios de 2008, por ejemplo, se reunirá en Moscú una
cumbre de países productores de gas, para crear una entidad similar a
la OPEP que regule mundialmente la producción y los precios... es
decir, que los lleve a las nubes.
Unión Europea: sin política exterior propia y a la rastra de EEUU,
intenta demoler interiormente las conquistas obreras de posguerra
Componente fundamental del
cuadro mundial son los desarrollos en la Unión Europea. Aunque económica
y tecnológicamente la UE puede medirse con EEUU, las contradicciones
y diferencias todavía insalvables entre sus principales estados y
burguesías le han impedido hasta tener una política imperialista
propia, firme y distinta de la estadounidense. Se limita a ir a la
rastra de EEUU, en el marco de discordancias que van desde los
sirvientes incondicionales de Washington (como Polonia y la República
Checa) hasta los gobiernos más o menos críticos (como Alemania o
Francia antes de Sarkozy).
Esto se refleja
directamente en la política militar de la Unión Europea,
propia de un imperialismo reumático. Ha aceptado hacerse cargo en
buena medida del desastre estadounidense en Afganistán. Pero lo hace
con “medias tintas”, con limitaciones y subterfugios de “fuerzas
de paz” que tratan de engañar a los pueblos europeos sobre su
verdadero papel de ocupantes coloniales. Pero esto, al mismo tiempo,
constituye una traba real para librar una guerra en serio (como hacen
EEUU y Gran Bretaña allí).
Sin embargo, hay un punto
fundamental sobre el que existe plena unidad entre las burguesías
imperialistas europeas. Todas coinciden en redoblar los ataques
para seguir demoliendo las conquistas obreras y sociales de posguerra.
Frente a las dificultades
de la competencia capitalista e interimperialista, las burguesías
europeas siguen intentando resolverlas mediante la liquidación
cualitativamente mayor de esas conquistas de posguerra y la imposición
del neoliberalismo más puro y duro. Así, las ilusiones
alentadas por el “progresismo” europeo (teorizadas por los ideólogos
de ATTAC y otros) de que “otro capitalismo es posible” se han ido
revelando utópicas, y posiblemente 2007 ha marcado el mayor
nivel de su crisis. Por importante que sea el peso económico de
Europa, las reglas de juego las impone mundialmente el capitalismo
globalizado. No hay espacio para otro “modo de regulación” del
capitalismo, para un capitalismo antineoliberal que restauraría el
“paraíso perdido” reformista de la segunda posguerra.
Esta es la base profunda
de las crisis que se han ahondado este año, de las corrientes políticas
europeas que se presentaban como “antineoliberales”, desde el
“social-liberalismo” del PS francés hasta las versiones más
“rojas”, como la de Rifondazione Comunista en Italia. Y también
del llamado “movimiento antiglobalización” o
“altermundialista”.
El hecho es que el gran
obstáculo al avance de las contrarreformas neoliberales no ha sido el
“reformismo sin reformas”, sino las luchas obreras y
estudiantiles, cuyo centro ha seguido siendo Francia, pero que también
han tenido expresiones importantes en Alemania y otros países.
Esto explica también la
importancia –hasta ahora desmedida– que la burguesía y los medios
europeos y mundiales dan a un personaje como Sarkozy. Tienen la
esperanza de que sea el nuevo Reagan o la nueva Thatcher que logre
infligir una dura derrota a la clase obrera francesa imponiendo las más
duras contrarreformas neoliberales, y que a su vez esto haga
bascular hacia la derecha el conjunto de la situación europea.
Sin embargo, todavía no
pueden cantar victoria. El triunfo de Sarkozy es un hecho importante,
pero le falta bajar desde las alturas electorales al terreno de la
lucha de clases; es decir, de las relaciones de fuerza entre las
clases. Y eso aún está por verse.
Mientras tanto, la situación
general francesa y europea se viene arrastrando y prolongando sin
definiciones categóricas en un sentido o en otro.
En ese contexto, sigue
también vigente la decisiva contradicción de la brecha
existente entre las luchas obreras, estudiantiles y sociales y sus
expresiones políticas. La mayor parte de los sectores de las
masas trabajadoras que dan esas peleas aún no ha consumado una
ruptura con las viejas corrientes que hoy se engloban en el
“social-liberalismo” (PSs, PCs, etc.) ni menos han desarrollado instrumentos
políticos propios e independientes.
Los procesos más
avanzados siguen en América Latina
Aunque, por supuesto,
tendrán una trascendental importancia las definiciones que puedan
resultar en los procesos señalados en Europa y, sobre todo, en
Oriente Medio, es indudable que América Latina continúa siendo el
continente donde se desarrollan los procesos políticos más
avanzados.
En este sentido, en los
meses transcurridos de 2007, los procesos políticos del continente
no han permanecido estáticos, pero tampoco han ocurrido
cambios cualitativos. El ciclo de rebeliones populares iniciadas a
fines de los 90 sigue encauzado en una prolongada fase de mediación,
“estabilización” y al mismo tiempo extensión.
Así, en el panorama político
latinoamericano, han seguido en el centro de la escena los gobiernos
que hemos llamado “de mediación”, cuya máxima expresión
es el de Venezuela. Asimismo, a nivel de la vanguardia, la posición
frente a estos gobiernos, en especial ante Chávez, se ha constituido
en el debate estratégico fundamental de esta etapa, como se
refleja en los artículos de este número de Socialismo o Barbarie.
Las rebeliones y luchas de
las masas trabajadoras y populares han sido, en esta primera
instancia, relativamente “reabsorbidas” por este tipo de
gobiernos, esencialmente a través de los mecanismos electorales. Sin
embargo, esto no ha significado la liquidación de las
contradicciones sociales y políticas propias de esos gobiernos,
ni a su “derecha” (en relación con sectores de la burguesía y el
imperialismo) ni a su “izquierda” (en relación con la clase
trabajadora y las masas explotadas).
Así, en Bolivia, la
experiencia del gobierno de Evo Morales y su Constituyente ha entrado
en una fase crítica, en la que los conflictos con la oposición
burguesa podrían llevar a un intento de secesión y una situación de
guerra civil.
En Venezuela, el intento
de Chávez de conformar un régimen bonapartista fuerte genera cada
vez más conflictos a su izquierda. Por un lado, el gobierno
chavista trata de encerrar a la vanguardia en la jaula de un partido
único verticalista de estado, el PSUV, una reedición “siglo XXI”
de lo que fueron inicialmente el PRI mexicano o el partido peronista
en Argentina. Por el otro, Chávez trata de poner un “chaleco de
fuerza” a la clase obrera, liquidando expresamente la independencia
de los sindicatos respecto del estado y barriendo a los dirigentes y
activistas que no se someten.
Sin embargo, a pesar de
este tipo de conflictos, tanto desde el lado de la oposición burguesa
como del movimiento obrero y de masas, los diferentes “gobiernos de
mediación”, con mayor o menor poderío, siguen en el control de
las diversas situaciones nacionales. Incluso algunos, como Correa en
Ecuador, están todavía en ascenso.
Por otra parte, aun sin
salir de esta fase de “mediaciones”, el ciclo de la lucha de
clases abierto con el nuevo siglo XXI sigue extendiéndose geográficamente
en América Latina.
Brasil (el país
probablemente más atrasado y desfasado en relación con los procesos
de Hispanoamérica) ha vivido en 2007 luchas de los trabajadores y
estudiantes como no se presentaban desde las derrotas de los 90. En
Centroamérica, especialmente en Honduras y Costa Rica, se
desarrollaron movilizaciones de envergadura también inéditas, donde
sectores de la clase trabajadora y los sindicatos jugaron un papel de
importancia. Asimismo, el regreso de Daniel Ortega y del Frente
Sandinista al gobierno de Nicaragua es el reflejo deformado y
electoral de que la terrible derrota de la revolución centroamericana
comenzó revertirse. En Chile, un resurgir de las luchas obreras, en
particular en el sector minero, ha puesto en jaque la agenda política
del gobierno de Bachelet y por primera vez cuestiona a fondo la
legislación antiobrera heredada de Pinochet y mantenida por los
gobiernos de la Concertación. Por último, la situación de México,
otro país clave de América Latina, apunta hacia la misma conclusión.
En el marco del fraude electoral, de la brutal represión a la comuna
de Oaxaca y de la militarización del país so pretexto de lucha
contra la delincuencia y el narcotráfico, Calderón logra asumir y
permanecer en el gobierno. Sin embargo la
pérdida de legitimidad y de apoyo popular sigue agravándose.
Un interrogante: las consecuencias de la crisis financiera originada en
Estados Unidos
Junto con los desarrollos que calificamos como “cuantitativos” de
los diversos procesos políticos mundiales, a nivel de la economía se
ha desatado una crisis financiera que no es simplemente “más de lo
mismo”. No nos vamos a detener en sus detalles, que analizamos en un
texto específico en esta edición.
No es posible estimar aquí las dimensiones finales de esta crisis, que
sigue su curso. Sin embargo, aunque se den las variantes más
“benignas”, este episodio apunta a un problema estructural
grave de la economía capitalista mundial, los llamados
“desbalances” (o, más simplemente, la situación de
insolvencia de EEUU, que gasta más de lo que produce y sobrevive
en base a un endeudamiento creciente, que no parece querer ni poder
revertir).
Si la crisis financiera tiene un desenlace inmediato “benigno”, eso
sólo significará que las soluciones estructurales de fondo –en
primer lugar, un duro “ajuste” en EEUU– han sido postergadas
para el futuro... O sea, que la próxima crisis será
probablemente más grave que la actual.
El problema de fondo no es meramente “económico” sino, al mismo
tiempo, geopolítico. Del período de guerras mundiales del
siglo XX, Estados Unidos salió ocupando el trono económico, político
y militar en que se había sentado en el siglo XIX el Imperio Británico.
A nivel económico y financiero, esto significó que EEUU era el centro
de la producción y el comercio mundiales, el dólar, la moneda
internacional y Wall Street, la capital mundial de las finanzas. Pero
hoy esto no se corresponde con la situación económica ni geopolítica
del imperialismo yanqui y del resto del planeta. La estructura
EEUU-céntrica de la economía y las finanzas mundiales entra cada vez
más en contradicción con la realidad. Pero, al mismo tiempo, no
existe ninguna potencia imperialista capaz de reemplazar a EEUU y
estructurar un “nuevo orden”. Tampoco los crecientes desbarajustes
tienen perspectivas de ser solucionados mediante negociaciones y
consensos, entre otros motivos porque EEUU se niega en redondo a pagar
los platos rotos de los desequilibrios.
Entonces, existe una especie de “bomba de tiempo”, que además
acumula explosivos, y que nadie sabe cómo desmontar. Por supuesto,
esto no significa que fatalmente deba estallar, ni menos aún que su
estallido derrumbe al capitalismo. Pero la seriedad del problema y sus
peligros potenciales se han vuelto a poner de relieve con la crisis
financiera que acaba de estallar.
Se reafirma la vuelta a escena de la clase obrera y los trabajadores
asalariados
Los datos tanto de América Latina como de otros continentes permiten
ratificar la firme tendencia del reingreso de la clase obrera y
trabajadora a la escena de la lucha de clases. Y, como
consecuencia de ello, la aparición de embrionarios procesos de
recomposición del movimiento obrero en sentido independiente y
clasista. Sin que esto presente aún saltos cualitativos, el signo
del proceso es sin embargo claramente opuesto al de los 80 y 90,
en que duras derrotas políticas y sindicales en todo el mundo
marcaron un eclipse generalizado, que dio pie a las elucubraciones
sobre el “fin del proletariado” y su reemplazo por los “nuevos
sujetos sociales”.
En América Latina, con enormes desigualdades y distintos ritmos, esto
se verifica desde Argentina hasta México. En Argentina, la novedad
fueron las luchas en sectores de la clase obrera industrial, que venía
sin movilizarse desde hace más de una década. Más en general, las
luchas de los trabajadores asalariados relevaron en el centro del
escenario a los movimientos sociales de trabajadores desempleados. En
Chile, por primera vez desde el pinochetazo se vivió una jornada de
huelgas y manifestaciones obreras que paralizaron la capital. Ya nos
hemos referido a las importantes huelgas y movilizaciones,
principalmente de trabajadores de la educación de Brasil. En
Venezuela, no sólo se han ido desarrollando importantes luchas, últimamente
de los trabajadores del petróleo, sino que la recomposición clasista
presentó avances como la UNT y la C-CURA, hoy blanco principal de los
ataques de Chávez. En Centroamérica, como se vio en Panamá, Costa
Rica, Honduras o Guatemala, se han sucedido diversos conflictos,
principalmente de trabajadores de la educación, pero también de
sectores obreros como la construcción. La República Dominicana vivió
reciente una jornada sin precedentes de huelga general. Por último,
en México, en combinación con movimientos populares, se han
desarrollado luchas de sectores obreros, como la minería, y del
magisterio y la función pública. El proceso de Oaxaca, comenzó a
partir de una huelga de los educadores.
La reaparición de la clase trabajadora, además de las huelgas de este
año en diversos países europeos e incluso en Rusia, puede también
constatarse en otros continentes. En Medio Oriente, en una situación
nada favorable para el desarrollo de la clase trabajadora y del
movimiento obrero, las recientes huelgas del proletariado industrial
en Egipto, desafiando una dictadura brutal, fueron un hecho inédito
en las últimas décadas.
Pero quizá, a la larga, el hecho de consecuencias mundiales más
importantes podría llegar a ser el renacimiento del movimiento
obrero chino. China es caracterizada hoy como “la fábrica de
mundo”. Pero generalmente se olvida que eso ha implicado también la
constitución de una nueva clase obrera de dimensiones colosales.
Esta nueva clase obrera está sometida a una explotación salvaje y
una esclavitud laboral como las que presidieron el nacimiento de la
industria capitalista en el siglo XIX. Lo importante es que, poco a
poco, este gigante obrero comienza a moverse, a pesar de la brutal
represión del régimen. En los últimos años se vienen multiplicando
no sólo los conflictos, muchas veces “salvajes”, sino también
los intentos de organización y sindicalización independientes.
Lenta pero firmemente, en el panorama mundial se está presentando la
realidad de una nueva clase obrera. Pero no sólo como “carne de
explotación” sorda, ciega y muda. Ya en muchos lugares está
comenzando a pedir la palabra y actuar. La apuesta a la clase obrera y
trabajadora, a la recomposición organizativa y política del
movimiento obrero, no es entonces un “principio” teórico ni
abstracto, sino que es una tarea política hoy presente y tangible, en
la que la Corriente Internacional Socialismo o Barbarie empeñará
todos sus esfuerzos.
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