Un homenaje crítico a un gran
revolucionario
Las “Cartas de Astrakán” de Christian Rakovsky
Luis
Paredes
“Decidirá la política, no el destino”
(Rakovsky, La
crisis del Plan Quinquenal,
parte I).
Christian Georgievitch Rakovsky
(Rako), fue el más importante
dirigente de la Oposición de Izquierda rusa luego de la
expulsión de Trotsky de la ex URSS a comienzos de 1929.
Deportado por Stalin a la región polar de Astrakán a
principios de 1928, soportó estoicamente condiciones
tremendas para una persona mayor y que sufría del corazón,
confinado a lugares (Astrakan, Bernaul) donde la temperatura
oscilaba entre los 20 y 50 grados bajo
cero.
Sin embargo, y sobreponiéndose a
todas las adversidades, el mismo Trotsky había señalado
que jamás Rakovsky había sido “tan activo y tan
fecundo” como durante este período entre finales de la década
del ’20 y comienzos de los 30. En sus “Notas sobre
Rakovsky” señalaba que “posiblemente nunca llevó a
cabo una vida tan activa como durante sus años de deportación,
y su vida posiblemente no había sido nunca tan fructífera
como durante este período”. El mismo Rakovsky, que le
recomendaba a Trotsky que “no gaste todas sus energías y
talentos en los problemas políticos inmediatos”, le señalaba
que era “extremadamente importante que usted tome también
un tema más de fondo, algo como mi «Saint Simon», que lo
obligue a tomar una nueva mirada sobre varios temas y releer
muchas cosas desde un ángulo diferente” (Gus Fagan,
“Introducción biográfica a Cristian Rakovsky”, en
www.marxism.org).
El recientemente desaparecido
Pierre Broué, fundador del Instituto León Trotsky de
Francia y uno de los mayores historiadores del movimiento
trotskista, en dos “cahiers” dedicados a Rakovsky en
1984, hizo una semblanza muy equilibrada de este gran
socialista revolucionario de origen rumano. En ellos subrayó
la brillantez de su pionera elaboración teórica acerca del fenómeno de la
burocratización de la Revolución Rusa, que,en nuestra visión,
es en gran medida convergente,
si bien desde ángulos distintos, con la que llevó adelante
León Trotsky.
Dando continuidad al esfuerzo de
Corriente Internacional SoB por un desarrollo de la
elaboración acerca de las experiencias “socialistas”
del siglo pasado, presentamos extractos glosados de las
“Cartas desde Astrakan” de Christian Rakovsky.
Consideramos la difusión de su pensamiento en el marco de
nuestro interés por recoger el conjunto de la tradición
del socialismo revolucionario del siglo XX, marcado por
grandes espadas como Marx, Engels, Lenin, Trotsky y Rosa
Luxemburgo, pero también por dirigentes y militantes
injustamente olvidados y de notable talla marxista. Y ése es el caso de Christian
Rakovsky, que se destaca entre los dirigentes y militantes
cuyo rescate resulta imprescindible a la hora de crear las
condiciones para el relanzamiento de la lucha por la
revolución auténticamente socialista en el siglo que
comienza.
Rakovsky a finales de los años 20
En el movimiento trotskista
latinoamericano nunca se la ha dado al rol y a la obra de
Rakovsky el lugar que se merece como un representante de
gran importancia del marxismo revolucionario del siglo XX.
Quizá contra esto haya obrado que en las condiciones de un
extremo aislamiento –y a todos los efectos prácticos,
derrota– de la Oposición de Izquierda en la ex URSS
entrada la década del 30, Rakovsky haya capitulado a
Stalin, amparándose
en el “peligro del fascismo emergente”.
En un telegrama enviado al diario
Izvestia el 23 de
febrero de 1934, señalaba que “los viejos desacuerdos con
el partido han perdido su justificación frente a la
emergencia de la reacción internacional dirigida, en último
análisis, contra la revolución de Octubre. Considero una
obligación de todo bolchevique comunista someterse
completamente y sin menor duda a la línea general del
partido”. Con
este descargo y luego de fracasar en
un previo intento de evasión al exterior (a fines de 1932),
terminaba lastimosamente abjurando
de sus posiciones.
Inmediatamente fue trasladado a Moscú y, período de
recuperación de su salud mediante, fue ubicado en un alto
puesto estatal, como vicecomisario del pueblo de Salud Pública.
Gus Fagan recuerda que Trotsky señaló
que “podemos decir que Stalin cazó a Rakovsky con la
ayuda de Hitler”. Y Broué cita la valoración política
del hijo de Trotsky, León Sedov, acerca de la capitulación:
“No conocía nuestra política, nuestras apreciaciones,
nuestras críticas, nuestras perspectivas, perdió
definitivamente la fe en las posibilidades de la
Internacional Comunista; en ausencia de ninguna otra perspectiva, Rakovsky, en un sentimiento
de desesperación, envió su telegrama” (Cahiers Leon Trotsky 18, p. 19). Por su parte, Ruth Fisher (que
junto a Maslow dirigiera el PC alemán a comienzos de los años
20 durante sul período ultraizquierdista y zinovievista),
que llegó a conocerlo bastante bien, señaló lo mismo
luego de una visita realizada a Rakovsky en 1935: “Hitler
devolvió a Rakovsky junto a Stalin”.
Broué agrega que en todo caso, y
sin que sea un elemento de justificación, la de Rakovsky
fue una capitulación algo más “digna”, en la medida en
que su tardía sumisión no significó arrastrar a otros
sectores a la desmoralización,
como sí lo había hecho la capitulación de Preobrajensky,
Radek y Smilga en julio de 1929 (cuando la Oposición de
Izquierda era una
realidad viva y ostensible).
Rakovsky se quebró en el mayor de los aislamientos y cuando
entre las filas de la Oposición rusa quedaba prácticamente
él solo y no muchos más (junto con él, capituló el
conocido periodista Sosnovsky). Lógicamente, nada de esto
impidió que Trotsky rompiera toda relacion política o
personal con Rakovsky.
Sin embargo, de poco le valió su
capitulación. No sólo porque así se transformó, como señalara
agudamente Broué, en “un muerto vivo”, sino porque, a
la postre, fue nuevamente detenido, condenado en el tercer
Juicio de Moscú de 1938 a trabajos forzados –era ya un
hombre de 67 años y aun así Stalin tenía miedo a
atropellar una figura de su prestigio– y fusilado en el
momento mismo en que las tropas hitlerianas entraban en
Rusia, el 22 de junio de 1941.
Sin que su capitulación pueda
ser justificada, y sin olvidar el impacto que sí tuvo en el
exterior sobre el propio Trotsky –que no podía dar crédito
a la información– y en las filas de la Oposición de
Izquierda internacional, no puede sin embargo desmerecer
toda su trayectoria anterior ni restar valor a su elaboración
teórica sobre el proceso de la burocratización de la ex
URSS, una de las más profundas y sugerentes. Se
trata de un trabajo con el plus de haber sido llevada a cabo
mayormente sobre el
terreno, posibilidad que Trotsky mismo no tuvo..
Sin embargo, la triste realidad
es que la parte principal de su obra producida en condición
de deportado fue suprimida
por la GPU en febrero de 1930 y nada ha sido,
literalmente, hallada de ella hasta el presente, a pesar de
la apertura de los archivos del estalinismo luego de la caída
del Muro. Libros terminados, como La
vida de Saint Simon o su Historia
de la guerra civil en Ucrania fueron presumiblemente
destruidos. Por otra parte, una
inconclusa pero seguramente muy interesante obra de Trotsky
sobre Rakovsky espera –hasta donde conocemos– su
traducción del ruso (está disponible en ese idioma en la biblioteca electrónica
Wikipedia).
En todo caso, la brillantez
de sus reflexiones nos ha llegado vía textos
fragmentarios, como las cartas escritas desde sus lugares de
deportación. La “Carta a Valentinov” (más conocida
como “Los peligros profesionales del poder”),
es de una agudeza tremenda acerca del emergente fenómeno de
la burocratización en
condiciones de desmoralización de las masas antes
revolucionarias.
Menos conocidas son sus “Cartas
desde Astrakan” a
León Trotsky. En consecuencia, dedicaremos esta reseña a
transcribir, con comentarios, algunos pasajes
significativos.
Broué señalaba en 1984 que
“sus cartas –particularmente sus cartas a Trotsky– son
documentos excepcionales,
de los cuales conocíamos hasta el presente sólo su «Carta
a Valentinov», escrita entre el 2 y el 6 de agosto de 1928”. Destaca asimismo
que durante mucho tiempo se intentó oponer
la elaboración de Rakovsky a la de Trotsky, cuando en
realidad lo que ocurrió es que el primero puso el énfasis
sobre aspectos diferentes, en los que se subraya como un
factor más “autónomo” y de mayor peso en la degeneración
del partido bolchevique la
descomposición de su régimen interno, la liquidación de
la democracia en su seno y la dictadura del aparato. Broué
insiste en que sobre este punto Trotsky no
veía contradicción alguna con sus propios puntos de vista, señalando
que “Rakovsky avanzó la idea de que una línea
política justa es inconcebible sin métodos
justos para elaborarla y aplicarla”.
A la vez, lo que se desprende de
los textos de Rakovsky es una definición
más concreta
respecto del carácter de la ex URSS a partir de la
industrialización acelerada y la colectivización forzosa.
A nuestro entender, aquí tenía
su peso específico
el hecho de que Roakovsky miraba “desde dentro” a la
entonces URSS, donde el giro de Stalin de finales de los años
20 es concebido, más que como una “revolución
complementaria” –definición que Trotsky empleeó en
alguna oportunidad, pero no siempre–, como medidas
esencialmente burocráticas,
antiobreras y antipopulares, que señalizaban el pasaje
del “Estado obrero
con deformaciones burocráticas” al “Estado burocrático con restos proletarios comunistas”.
¿Un trotskismo
“preobrajenskiano”?
Las “Cartas de Astrakán” se
escriben entonces en el contexto del giro del estalinismo a
la colectivización forzosa y la industrialización
acelerada. Ese giro supuestamente a “izquierda” abrió
una discusión en el seno de la Oposición rusa, que terminó
dividiéndose, y
esa ruptura tuvo consecuencias en las filas de la Oposición
de Izquierda no solo rusa sino internacional.
En esta lucha política,
dirigentes como Preobrajensky, Radek y Smilga expresaron la
posición de que, dado que
Stalin estaba tomando las medidas preconizadas hacía años
por la Oposición de izquierda, la existencia de ésta ya no
se justificaba.
La Oposición, con Trotsky a la
cabeza, respondió con un agudo señalamiento –que hemos
recogido en diversas oportunidades–: que no importaba sólo
qué medidas se estaban tomando,
sino de qué manera y quién las estaba llevando adelante,
so pena de desvirtuarse completamente.
Sabido es que esto no convenció
a “los tres”, que terminaron capitulando
–con argumentos economicistas y objetivistas– en
julio de 1929 (“hemos roto ideológica y organizativamente
con Trotsky”). Es precisamente en ese contexto que se
producen estas cartas, de un gran valor teórico-metodológico.
Fagan señala a este respecto que
“Rakovsky no creía, como Preobrajensky, que el centro
estalinista, instituyendo el giro a la izquierda, estaba
siguiendo las «ineluctables leyes de la historia»”.
Sentencia que tiene renovado valor hoy, cuando en nuestra
región, desde diversas expresiones del movimiento
trotskista, sigue sin registrarse la importancia estratégica
de este debate e incluso se da la razón –contra Trotsky y
la Oposición– a dirigentes como Preobrajensky en terrenos
donde nunca la
tuvieron.
Sin duda que cabe dejar sentado
que, como hemos señalado en diversas ocasiones, la obra
principal de Preobrajensky, La
nueva economía, es de gran valor teórico y un aporte a
la compresión de los procesos económicos en juego a la
hora de la transición socialista en países atrasados, no
del centro capitalista. Pero esto implica perder de vista
las unilateralidades objetivistas que esta obra contenía y que deben
ser sometidas a crítica; entre ellas, el escaso papel
concedido a la democracia obrera como regulador en la
transición económica socialista, en combinación con la
planificación y la ley del valor. En ausencia de esta
apropiación crítica, porciones del movimiento trotskista
de la posguerra han sido más preobrajenskianas que propiamente trotskistas.
Esta equivocada posición se
puede observar en las filas del PSTU del Brasil. En un texto
reciente de un economista de esta organización, se llega a
planteos como el siguiente: “Desde el punto de vista de
Nahuel Moreno, Preobrajensky contribuyó con la teoría de
la revolución permanente al criticar la versión de Trotsky
(...). Preobrajensky, como recuerda Moreno, polemiza con el subjetivismo
de los análisis de Trotsky, y postula que las
condiciones objetivas podrían obligar a una dirección
pequeño burguesa burocrática a promover la socialización
de la economía en la tentativa de preservarse; con eso, la
revolución, que tenía un carácter pequeño-burgués
democrático y/o colonial, pasaría
a un Estado obrero”
(“Preobrajensky y la «nueva economía» de la
Revolución de Octubre”, Almir Cesar Batista hijo, en
www.pstu.org.br).
Este autor no parece recordar que
precisamente este género de argumentación –aplicado
inicialmente a China y luego a Rusia– fue el empleado por
“los tres” para romper con la Oposición y abrir un
curso de capitulación a Stalin y su giro
“izquierdista”. En textos por otra parte poco
desarrollados, más de 20 años atrás Nahuel Moreno cometía
un error simétrico. Pero en vez de corregir definiciones
que se revelaron equivocadas a la luz de los hechos históricos,
lo que se hace es repetir lo más erróneo de la elaboración
de Moreno, en cuya obra de ese período no faltan, además,
indicaciones en un sentido distinto.
Se insiste en que “Moreno, al
rescatar el debate entre Trotsky y Preobrajensky, sin
despreciar a este último como hicieran tantos trotskistas,
apunta que la teoría de la permanente tuvo y tiene validez
histórica (...) pero tuvo un equívoco lógico (...). El
error reside en un «subjetivismo», en una sobrevaloración
de los sujetos históricos” (A. C. Batista, cit.).
En nuestra visión, no hay aquí ningún “equívoco lógico”:
¿cómo podría funcionar la teoría de la revolución
permanente sin la clase social llamada a darle vida?
Y no se trata sólo del PSTU. Un
importante intelectual marxista argentino, Claudio Katz,
parece defender también en sus escritos más recientes esta
versión de un “trotskismo preobrajenskyano”. Ocurre lo
propio en algunos textos (no todos) en que su elaboración
parece deslizarse hacia una pérdida de la necesaria e
imprescindible articulación
dialéctica entre las tareas,
el o los sujetos y
sus métodos a la hora de la revolución propiamente socialista.
Lamentablemente, nos parece que no le ha prestado la debida
atención a este debate en la Oposición, con tantas
consecuencias teóricas y metodológicas.
Afirma que: “El dogmático
(...) se equivoca al definir a la revolución por
los sujetos y no por los contenidos anticapitalistas
(...). La clase obrera industrial no tuvo un papel conductor
frente a los campesinos en China o Vietnam (...). Pero si
esta mutación fue posible, el rol dirigente del
proletariado ya no es
tan insustituible
(...). Pero el dogmático está inmerso en una larga siesta
que le impide caracterizar adecuadamente la naturaleza de la
revolución socialista. No registra la gravitación
primordial del contenido
social de este proceso, en comparación con los sujetos
que la realizan. El carácter socialista común de 1917
(Rusia), 1949 (China) y 1960 (Cuba), estuvo dado por ese carácter
anticapitalista y no
por el rol determinante o secundario que jugaron en cada
caso los obreros” (C.
Katz, “Los efectos del dogmatismo”).
En el mismo sentido agrega que:
“Como lo esencial
son las tareas,
Lenin hablaba de «revolución proletaria» para referirse a
la fuerza dirigente, y de «revolución socialista» para
aludir al sentido de este proceso. Mientras que Trotsky
jerarquizó alternativamente uno u otro aspecto,
Preobrajensky defendió la primacía del segundo rasgo. Este
criterio tuvo mayor
corroboración histórica” (ídem).
Hicimos esta digresión sólo
para mostrar la actualidad
metodológica del debate ocurrido en la Oposición de
Izquierda a finales de los años 20, y el valor de los
agudos señalamientos dejados por Rakovsky en su
oportunidad.
Lamentablemente, criterios como
los esbozados por los compañeros del PSTU o por Katz pasan
por alto peligrosamente que las fundamentaciones
objetivistas y economicistas de Preobrajensky configuraron
un todo orgánico con
su curso político capitulador.
En esas condiciones, pretendemos
defender que la filiación
teórica que necesitamos para el relanzamiento de la
lucha por la revolución socialista auténtica en el siglo
XXI debe ser más socialista
revolucionaria (de Marx a Trotsky) y “rakovskiana” que
“preobrajenskiana”, como erróneamente se postuló en el
pasado y como parece –amnesia histórica mediante–
reeditarse hoy.
Las “Cartas de Astrakán”
En lo que sigue, entonces,
reproduciremos algunos de los pasajes que consideramos más
importantes de las cartas que Cristian Rakovsky enviara a León
Trotsky desde su lugar de deportación en Astrakán.
Consideramos que tienen el valor de presentar criterios opuestos
a los que acabamos de citar a la hora de caracterizar el
desarrollo de un proceso como socialista. Tras cada pasaje
glosaremos algunos comentarios sobre las cuestiones más
sugerentes que se desprenden de estos extractos.
Astrakán, 18 de mayo de 1928
“Querido amigo:
“(...) Sin la posibilidad de
pasar en limpio, resumo lo más brevemente posible mis ideas
esenciales:
“1. Preobrajensky ha exagerado
enormemente la importancia de las nuevas medidas políticas
tomadas en relación del campo y los kulaks. Ha dejado de
lado una serie de procesos escandalosos
que son síntomas de una gran importancia de la
desagregación que se ha enseñoreado en el partido, los
sindicatos y el país mismo”.
Rakovsky se refiere, claro está,
a las medidas de Stalin de colectivización forzosa del
campo y de industrialización acelerada mediante la
implementación de los planes quinquenales. Cabe tomar nota
del énfasis que pone ya desde el comienzo en las
condiciones de la deteriorada situación del partido y demás
organismos llamados a llevarlas adelante.
“2. No podemos tener una
apreciación justa más que si se encara la situación, muy
compleja en el partido y más allá, desde
el punto de vista de la política. Toda otra aproximación,
tiene el riesgo de dejar de lado las 9/10 partes de los
hechos auténticos. La única manera justa de abordar el problema es desde el punto de vista político: no
se trata de hacer de una filosofía de la historia. Se
trata de poner en números y de corregir los errores que han
conducido a la situación actual. Lenin ya había señalado
que para hacer una apreciación
global, era necesario tener una actitud política, porque la
política no es otra cosa que la economía y el Estado
concentrados”.
Aquí Rakovsky exige un ángulo de apreciación global y no puramente “económico” para el análisis del giro “izquierdista” de Stalin. Es sintomática
la apreciación contra la concepción de que por un
mecanismo puramente “objetivo” o “automático” –es
decir, por el recurso a una filosofía de la historia que se
impondría desde
afuera de los sujetos sociales y políticos mismos–,
el estalinismo podría llevar a cabo el proceso de la
transición socialista. Esta observación es muy aguda,
porque la experiencia histórica ha demostrado que no existe
“filosofía de la historia” que excuse
a la vanguardia obrera y a los socialistas
revolucionarios de pelear consciente y sistemáticamente
por el progreso de la auténtica transición socialista.
Asimismo, hay una referencia
velada aquí a las leyes de “inversión de la
causalidad” en la transición, en la que lo que decide es
el carácter social
efectivo del Estado.
Lo que manda es la política “como economía y Estado
concentrados”: esto es, que la clase obrera esté efectivamente
al frente del
semi-estado proletario. Porque la dictadura del proletariado
es el período político del pasaje del capitalismo al socialismo, al que
corresponden determinadas formas económicas, y no lo inverso, como se cree habitualmente.
En un texto posterior, Rakovsky
hace una observación en el mismo sentido: “Todo lo que
había que decir en general acerca de estos temas ya fue
dicho. Hace tiempo que se ha hecho necesario moverse más
allá de los argumentos generales,
de la general repetición que el centrismo ha conducido al
Termidor y los debates acerca que el Termidor sería «inevitable»,
para analizar concretamente
por qué medios las circunstancias políticas están
haciendo posible que el Termidor triunfe” (“La crisis
del plan quinquenal”).
“3. En cuanto a la cuestión de
los métodos de
dirección de los dirigentes a la cabeza del partido,
del partido como tal, de los sindicatos y del aparato de
Estado, se vuelve de importancia
primordial. Sin los métodos de dirección correctos, es decir, sin
los métodos comunistas y proletarios, es imposible
encontrar una línea justa
de conducir las diferentes ramas de la actividad política y pública
(industrial, agrícola, política comercial, Internacional
comunista, política exterior). (…) Incluso nuestra línea,
la línea de la Oposición, habría podido tener importancia
como una línea relativamente correcta. Pero si, por azar
(en busca de apoyo sobre el conocimiento de los hechos y
sobre las tesis marxistas leninistas irrefutables), puede
tenerse una línea correcta, esta línea, en presencia de métodos
incorrectos, será falsa
(…) y dará lugar a resultados diametralmente opuestos
(seudo-cooperativas
en lugar de cooperativas y «koljoses» en lugar de
verdaderos koljoses; esto es de la Pravda).
En Ucrania, tenemos más de 1500 pseudo-cooperativas de
kulaks que tienen 1000 tractores.
Nuevamente aparece como criterio
rector la necesaria
combinación entre el qué, el cómo y el quién. Cabe
prestar particular atención a lo de las
“seudo-cooperativas”; es decir, una forma social
aparentemente homóloga
a una auténtica forma cooperativa, pero que en las
condiciones de una conducción estalinista, sin
clase obrera y sin
democracia proletaria, se transforma en su contrario.
En una auténtica cooperativa, los cooperantes se
autoexplotan en función de su inevitable competencia en el
mercado capitalista, pero ningún miembro de ella puede
vivir del trabajo ajeno, parasitando y/o explotando a los
demás (se trata de una “explotación multilateral”).
Por el contrario, en una seudo-cooperativa, ya la
autoexplotación se transforma
en explotación unilateral lisa y llana, algo que ha
explicado con detalle y rigor teórico el gran marxista
Pierre Naville. En este marco, no hay
determinismo economicista que valga.
“4. La causa de todo esto es el
olvido, por parte de nosotros, dirigentes de las cumbres, de
las enseñanzas de Lenin sobre el Estado en general y sobre
la dictadura del proletariado en particular, aunque estas
enseñanzas están en el corazón del bolchevismo y
representan el aspecto del marxismo que Lenin mismo
consideraba como la contribución más importante de Marx, y
que él también desarrolla.
“5. El rol de la dictadura del
proletariado consiste en romper
el aparato de Estado burgués zarista y burocrático. Esto
significa que no se trata solamente de reemplazar la
burocracia por el centralismo de los soviets; los viejos
funcionarios zaristas provenientes de la nobleza, del clero
y del campesinado acomodado por los obreros y los campesinos
(las clases pobres y medias), sino que se trata de extirpar
los viejos hábitos: el centralismo del aparato, el
formalismo, la burocracia, la falta de atención por los
intereses de las masas, la falta de respeto hacia los
trabajadores, el abuso de poder, la violencia, las groserías,
la corrupción (…). La dictadura del proletariado no tiene
ninguna nostalgia por las prácticas de la democracia
burguesa parlamentaria, en la cual el abuso, las violencias
y la corrupción se presentan bajo la cobertura de la «democracia
electoral» y de la «libertad de palabra», en la que la
fuerza brutal del gendarme zarista toma la forma de
procedimientos «parlamentarios». Estos procedimientos
transforman los hechos en intrigas, tramas electorales (…)
la desposesión de los
trabajadores de sus derechos, y la utilización de todo
aquello que da a la burguesía la posesión del capital, del
aparato de Estado, de la prensa, de la escuela, etc.
“6. En la destrucción del
aparato y las prácticas del viejo Estado, tanto democrático
como absolutista, en lo que concierne a Rusia, la dictadura
del proletariado no debe permitir que las instituciones
electivas se acompañen de prácticas seudo-democráticas.
La dictadura del proletariado busca educar y desarrollar los
hábitos dignos de una democracia
obrera conciente para fundir el aparato mismo con las
masas trabajadoras. Esta forma nueva y superior de gobierno
de un Estado aparece a ella también como provisoria, porque el Estado mismo, junto con la desaparición de la
lucha de clases, desaparecerá a través de la extinción
gradual de sus funciones”.
En Rakovsky, una clave
interpretativa absolutamente central
del proceso de la transición socialista se relaciona
con darle todo su peso a adjetivos como “consciente”
o “efectivo” que hacen a la connotación de una auténtica
dictadura del proletariado y que le conceden un lugar históricamente
específico mayor, en los procesos histórico-sociales, a la
dirección consciente de los asuntos. En este mismo sentido, en un
texto posterior de 1930 remitido al Comité Central y
firmado también por V.Kossior, N. Muralov y V. Kasparova,
señalaba que “«Todo la sabiduría política de la
dirección centrista y centroderechista ha consistido en suprimir
en las masas el sentimiento de independencia política,
de dignidad humana y de orgullo y alentar y organizar el
aparato autocrático». Y subraya, como criterio educativo
hacia las futuras generaciones, la fundamental y marcada
necesidad de la construcción de una «democracia obrera
genuina» agregando que «sin una democracia obrera y partidaria, todas las correcciones
inevitablemente se transformaran en nuevas
distorsiones. Sólo el control revolucionario de las
masas es capaz de mantener el aparato bajo su autoridad»”
(citado en G. Fagan, cit.).
Al respecto, en lo que hace específicamente
a la transición socialista, Agnes Heller señalaba:
“Antes de comenzar el análisis de las antinomias de la
producción de mercancías, quiero proponer que considerar
la negación, esto es, la realización de la sociedad de los
productores asociados como una ley
natural, contradice lógicamente tal concepción. El
funcionamiento de la economía a la manera de una ley
natural pertenece a la producción de mercancías y sólo a
ella, como expresión del fetichismo de la mercancía. La
superación positiva de la propiedad privada no puede, por
consiguiente, proceder de ningún modo en forma de «necesidad
natural» (...). Aun teniendo aspectos económicos, la
transición no puede ser un proceso puramente
económico, sino que debe consistir en una revolución
social total, y sólo es concebible de esta forma” (Teoría
de las necesidades en Marx, Barcelona, Península, 1998,
p. 96).
En un sentido convergente,
observaba agudamente Karl Korsch en su crítica a Kautsky:
“Exactamente del mismo modo en que los economistas clásicos
hipostasiaron las leyes tomadas de la observación de los
fenómenos de la producción mercantil burguesa, convirtiéndolas
en leyes económicas naturales de carácter universal y
eterno (…) Marx en su crítica materialista de la economía
política concibió y expuso todas las leyes de esa economía
burguesa como «leyes sociales naturales» que sólo poseen
validez para un determinado período histórico, así también
el carácter distintivo del nuevo concepto materialista y
revolucionario de desarrollo de Marx y Engels consiste
precisamente en que han concebido la ley de desarrollo
social, formulada por la filosofía idealista burguesa como
una ley natural universal, como una ley histórica, que son
las únicas que encuentran su expresión en ellas. En esto
reside precisamente el significado profundo del «salto al
reino de la libertad» de Engels, concebido por Kautsky como
una mera recaída en representaciones idealistas y que
expresa en forma poética la transitoriedad
histórica a la que también está sometida esta ley del
desarrollo formulada por la filosofía y la ciencia social
burguesa” (Karl Korsch, La
concepción materialista de la historia, Barcelona,
Ariel, 1980, pp. 61-62).
“7. En la medida en que,
durante un período indeterminado (situación difícil al
interior por el hecho de la existencia de una economía
capitalista privada, de la NEP y del ambiente capitalista en
el exterior), la dictadura del proletariado se realiza a
través del partido, corresponde a este ultimo asumir
todos los problemas citados anteriormente y que conciernen
tanto al viejo Estado como al nuevo Estado soviético.
“8. Lenin ya había llamado la
atención sobre las condiciones elementales que el partido
debe tener en cuenta al dirigir a las masas obreras y los
trabajadores en general, para ayudar a que ellas sean efectivamente
la dirección de la vanguardia revolucionaria; el partido
debe estar próximo a las masas, debe incluso fusionarse
con ellas, debe tener en cuenta qué es lo que pasa en
los procesos económicos objetivos, qué es lo que piensan
los obreros, y verificar su línea sobre un movimiento
revolucionario real y también sobre el movimiento real de
las masas. En las condiciones
de la dictadura del partido, un poder gigantesco
se encuentra concentrado
entre las manos de la dirección, un
poder que ninguna organización política ha conocido jamás
en la historia. Por esto se debe más
que nunca preservar los métodos de dirección comunistas y
proletarios, porque toda desviación, toda hipocresía
repercute sobre el conjunto de la clase obrera y de la república”.
La palabra “efectivamente” tiene un peso mucho mayor de lo que parece,
porque durante demasiado tiempo se ha manejado el equivocado
concepto que “la propiedad y el poder son de los
trabajadores, sólo que están en manos de la burocracia”.
El balance de la experiencia histórica real del siglo XX es
que cuando la propiedad y el poder no están efectivamente
en las manos de la clase obrera, ambas instancias dejan
de servir al progreso de la transición y dan lugar a
inesperadas relaciones de opresión y explotación de los
trabajadores. Es evidente que Rakovsky estaba poniendo
en guardia al partido y a la clase, en tiempo real, sobre
esta circunstancia. De ahí lo pionero y brillante de sus señalamientos.
Es innecesario señalar que este énfasis en preservar los
“métodos de dirección correctos” es absolutamente convergente con una advertencia de Trotsky en idéntico sentido y en
rechazo del
automatismo en la transición, en la medida en que el
Estado aparece como economista
y organizador. Es
decir, ambos revolucionarios de la Oposición de izquierda
estaban preocupados por los efectos de la inmensa
concentración de poder en manos del aparato de Estado.
“9. Nosotros, es decir, los
miembros dirigentes, estamos obligados a extender
progresivamente (…) las garantías elementales de la democracia
consciente sobre las cuales el partido está basado y
por medio de las cuales debe dirigir la clase obrera y el
Estado mismo (…) bajo el régimen de la dictadura del
proletariado (…) un poder sin
precedentes está concentrado entre las manos de los
dirigentes de la cúpula, y violar
esta democracia es un gran mal y un grosero error”.
Una vez más, aparece la
preocupación por subrayar la necesaria connotación consciente de la dictadura proletaria, en rechazo total a la idea de
que las cosas podrían progresar “objetivamente” o “de
hecho”... independientemente
del dominio efectivo de la clase obrera y su vanguardia en
el seno del Estado obrero.
“10. Lenin nos puso en guardia
contra la contaminación de nuestro Estado obrero por las «deformaciones
burocráticas». El temor de ver al partido mismo
contaminado por estos elementos lo inquietaba precisamente
en los últimos momentos de su vida. Más de una vez repitió
cuáles deben ser las relaciones entre la dirección y el
partido; entre el partido, los sindicatos y las masas
laboriosas (…). Sabemos todos de sus vivas protestas
contra los actos de brutalidad (coacción física, etc.),
las faltas de parte de ciertos dirigentes, a primera vista
anodinos y que explicarían mal la indignación de Lenin si
no tenemos en cuenta precisamente su deseo de mantener en el
partido otros métodos
de dirección.
Sabemos de su llamado apasionado a favor de la cultura
(lucha contra los métodos «asiáticos») y finalmente de
lo que proyecta al momento en que crea la comisión central
de control.
“11. En vida de Lenin, el
aparato del partido no tenia ni la décima parte del poder
del que dispone hoy (su crecimiento ha sido enorme) y es por
esto que lo dicho por Lenin ha devenido diez veces más
peligroso.
“12. El aparato del partido está
contaminado por las deformaciones burocráticas del aparato
del Estado y por todas las deformaciones engendradas por la
falsa democracia parlamentaria burguesa. Esto ha resultado
en una dirección que, en lugar de la democracia conciente de partido, da una falsificación
de la teoría leninista (…) para consolidar la burocracia
del partido; un abuso de poder que, de cara a los comunistas
y lo obreros, bajo las condiciones de la dictadura del
proletariado, no puede más que adquirir proporciones
monstruosas; la falsificación de toda la mecánica
electoral; el empleo en la discusión de métodos de los que
quizá puede vanagloriarse el poder burgués y capitalista,
pero no un partido proletario (silbidos, arrojar objetos
diversos desde la tribuna, etc.); la ausencia de un espíritu
de equipo, de buena camaradería en las relaciones, etc.
“13. Resultados: aislamiento de
la dirección en el partido, aislamiento del partido, caida
en un verdadero aletargamiento en el seno de la clase
obrera; ruptura de esta última con la vanguardia
revolucionaria del partido; influencia ejercida por ciertos
especialistas (…) originados en la capa pequeño-burguesa
del partido, sólo posible a causa del aislamiento y el
silencio de la cúpula; corrupción de miembros del partido
(el «affaire» de las minas es testimonio de eso). Debemos
tener en cuenta todos estos hechos, si pretendemos
comprender algo de la situación actual (…)”
Astrakán, 27 de mayo 1928
Querido amigo:
“Si has recibido mi carta en la
cual resumía mi respuesta (quizá no muy claramente) a
Evgeni Aleksandrovich [Preobrajensky], la razón de la
reserva que formulé en mi telegrama en relación a un
acuerdo de principios debe estar muy clara para ti ahora.
“En primer lugar, planteo los métodos
de dirección en el partido, la clase y el Estado.
“Cuanto más observo nuestro
curso en el partido y en el Estado y más estudio a Lenin, más
llego a esta conclusión: el régimen
del partido (…) debe de hecho ocupar
el primer lugar.
Es sólo así que se puede encarar el conjunto del problema;
los del exterior como los del interior, los de la
Internacional Comunista, del partido, del sector privado,
del Estado, de la agricultura, de la industria. Es evidente
que (…) el «régimen de partido» es asimismo un producto
derivado de tales y tales mutaciones en el seno de las
clases sociales. Pero el problema de los métodos
de dirección adquiere una significación particular del
hecho de que se trata de un terreno en el cual nuestra acción
creativa puede, hasta cierto punto, ponerse en práctica más
fácilmente. Allí, todo depende de nosotros, o
al menos depende más de nosotros –el partido– que en
todos los otros terrenos (…) como ya lo he explicado en mi
carta a Preobrajensky, estos métodos son la condición
previa para poder elaborar y aplicar una política justa
sobre toda una serie de cuestiones”.
Este destaque de la decisiva
importancia de los “métodos de dirección” sería
asimismo retomado por Trotsky y por el conjunto de la
Oposición de izquierda en relación con la discusión sobre
la colectivización. Como hemos señalado, frente a la
capitulación de Prebrajensky, Radek y Smilga, tanto Trotsky
como Rakovsky plantearon que para caracterizar
el giro “izquierdista” de Stalin no alcanzaba con la
evaluación de las medidas que se estaban tomando, sino que
era necesario considerar también la
manera (los “métodos de dirección”) y quién
los llevaba adelante (la burocracia, considerada todavía
“centrista”).
Astrakán, 2 de junio de 1928
“Querido amigo:
“Estaba muy apurado en
escribirte mi última carta y he omitido un
punto capital (...). Me limitaré a lo esencial. Ante
todo, aunque la idea queda absolutamente clara en el
contexto, me parece que hay que subrayar y desarrollar
particularmente la idea de que sin
el concurso activo del proletariado, es decir, sin una línea
justa en el problema obrero, la puesta en práctica de la línea
comunista en el campo es imposible.
Rakovsky reitera aquí una de las
condiciones sine qua
non de una revolución agraria de tipo auténticamente
socialista: su íntima conexión con una clase obrera realmente autodeterminada.
“Vuelvo a tu carta. Te entiendo
y comparto completamente tu punto de vista de que ninguna
política interior logrará nada «sin una orientación
justa e intransigente de revolución proletaria
internacional», «sin una orientación internacional
apropiada» (...). Repito: considero que es un hecho histórico
indiscutible, pero ello no explica del todo los errores, la
política falsa, la subestimación de ciertos hechos, la
sobrestimación de otros.
“Porque se trata del modo
de dirección de los partidos y la Internacional
Comunista (...). Preobrajensky me ha respondido con una
larga carta, en la cual afirma que tengo razón, que «la
situación en nuestro aparato de Estado y en nuestro aparato
de partido exige una reflexión relativa a todas estas
cuestiones, basadas en las enseñanzas del
marxismo-leninismo sobre el Estado». Él está trabajando
en un folleto, «Los éxitos y fracasos en la edificación
del socialismo en la URSS durante los años de la dictadura»,
que tendrá un capítulo llamado «La burocracia socialista».
Considera de todos modos que mi punto de vista es «subjetivista».
He aquí su planteo: «el conflicto con el kulak
es un hecho objetivo, que continuará desarrollándose e
influenciando al partido mismo». Pero el desarrollo de este
conflicto en un sentido u otro depende de su relación con
el partido, porque se trata de una capitulación completa
ante él y, lo que es peor, un regreso a la situación
anterior (…) la lucha hasta la victoria final dependerá
del partido. Es imposible evitar el «subjetivismo»”.
Entendemos que aquí Rakovsky
subraya el peso de los factores
conscientes en
la transición, y polemiza con Preobrajensky alrededor del
problema de que la transición socialista no podrá
evolucionar en un sentido positivo de manera independiente
del rol del partido con relación a ella.
Los peligros profesionales del
poder
Los pasajes que hemos reproducido
evidencian brillantes anticipaciones sobre el proceso de
degeneración burocrática de la revolución y muestran un
análisis realmente preclaro contra toda posible apreciación
mecánica y objetivista de la transición socialista. Desde
este punto de vista, repetimos, los análisis de Rakovsky no
sólo resultan extremadamente sugerentes sino que han tenido
una categórica
confirmación histórica.
En contraste con toda concepción
que remitiera a una remozada filosofía de la historia, sólo
que “marxista-estalinista”, Rakovsky insiste una y otra
vez, de mil maneras, que no es “el destino el que decide,
sino la política”.
Que hubo entre los bolcheviques
mismos un recurso a una “filosofía de la historia”, y
de un peso tremendo, se puede ver en la desgraciada carta de
súplica por su vida de Bujarin a Stalin: “Por Dios, no
creas que te estoy reprochando nada, ni siquiera en lo más
profundo de mi conciencia. No nací ayer. Soy perfectamente
consciente de que los grandes planes, las grandes ideas y
los grandes intereses deben anteponerse a todo lo demás y sé
que seria mezquino de mi parte situar la cuestión de mi
propia persona a la par de las tareas
universales e históricas que reposan, ante todo, sobre tus
hombros. Pero
es ahí donde reside mi sufrimiento más profundo y me
encuentro frente a mi paradoja más grave y angustiosa”
(carta personal de Bujarin a Stalin a días de su
fusilamiento, 10 de diciembre de 1937).
Al respecto, sostiene Fagan:
“Rakovsky consideraba a la burocracia como el más grave
peligro que se cernía sobre el poder soviético (...): «La
caída en la actividad de la clase obrera soviética y la
elevación de la burocracia del partido y el estado deben
ser consideradas científicamente, sometiéndolas a un
profundo análisis (...). La plataforma de la Oposición de
izquierda es inadecuada, en el sentido de que los remedios
que propone tienen un carácter empírico,
y no logran alcanzar las raíces del problema» (...). El
problema fundamental era el que concernía a la clase que
había tomado el poder. Escribía que «nadie puede ignorar
hoy las terribles consecuencias de la indiferencia política
de la clase obrera. El problema es más difícil aún porque
es un problema nuevo.
Nunca antes los marxistas debieron enfrentar el hecho de la retirada y la declinación
de la clase obrera luego
de la conquista del poder». Y aquí Rakovsky difería con
Trotsky (...). Para el primero, el peligro de la
burocratización era inherente a la situación de la clase
obrera como tal en la situación de nueva clase dirigente
(...). Los peligros eran los que Rakovsky llamara «los
peligros profesionales del poder»” (G. Fagan, cit.).
Para Fagan, “el fenómeno de
diferenciación sociológica dentro de una nueva clase
dirigente también se manifestó en las revoluciones
francesa e inglesa. Ninguna clase ha nacido nunca en posesión
de las artes del gobierno. Históricamente, siempre ha
habido una falta de armonía entre las capacidades políticas
de cada clase, su habilidad administrativa y las formas jurídicas
constitucionales que son establecidas para su propio uso una
vez tomado el poder”.
Y en lo concerniente al mecanismo
por el cual la diferenciación
funcional de tareas se transforma en fuente de diferenciación
social: “Cuando una clase toma el poder, una
de sus partes deviene el agente de ese poder. En esas
circunstancias, emerge la burocracia. En un estado
socialista donde la acumulación capitalista está prohibida
para los miembros del partido dirigente, esta diferenciación
comienza como una funcional; pero más tarde se vuelve
social”. Agrega Fagan que “Trotsky utilizó el concepto
de Termidor en relación con el ala derecha del partido, los
defensores de la propiedad privada. Rakovsky también miró
hacia la revolución francesa, pero vio en ella lecciones
diferentes. El concepto de Termidor era engañoso: «la
reacción política que comenzó incluso antes del Termidor
consistió en esto: el poder comenzó a pasar, formal y efectivamente, a manos de un número de ciudadanos cada
vez más restringido». En este proceso de reacción, la
gradual eliminación del principio electivo y su reemplazo
por el principio de nominación cumplió un rol central. La
diferenciación inicialmente funcional devino social y «modificó
el órgano mismo». La burocracia, la capa dirigente en la
economía, en el partido y el estado «cesó
de ser parte de la clase obrera (...) transformándose en
una nueva categoría social»”.
Evidentemente, Rakovsky estaba
abriendo otra vía
en la interpretación del proceso de burocratización de la
ex URSS. Como ya hemos señalado, Rakovsky adelanta ya a
finales de la década del 20 que Rusia se estaba
transformando en un Estado
burocrático con restos proletarios comunistas. Para el
revolucionario rumano, lo decisivo para definir el carácter
del Estado en la transición no son tanto sus (supuestas)
bases económico-sociales, sino la clase que efectivamente está al frente de él. Por esto es que
insiste tanto en la palabra “efectivamente”
y en la connotación de “consciente”
a la hora de la dirección de la clase obrera de los
asuntos de la transición.
Trotsky, Rakovsky y los alcances sociales del Termidor soviético
Es sabido que en el cambio de década
Trotsky adoptó una definición distinta.
Planteó que en la medida que la base económico-social
seguía siendo “obrera” (las relaciones de propiedad),
el Estado seguiría siéndolo también, independientemente
de que, sin duda, no se trataría de un estado obrero
revolucionario sino de uno degenerado burocráticamente.
Pero nada de esto no niega la inmensa riqueza de la obra
consagrada a esta cuestión, La
Revolución Traicionada, que, si se estudia con detenimiento, revela que dejaba
abierta la puerta a evoluciones ulteriores del estado
obrero.
Con la ventaja de la mirada
retrospectiva, aun cuando la elaboración de Rakovsky era más
inicial terminó configurando, a la postre, un punto de
vista más corroborado históricamente acerca de la evolución
social de la ex URSS. Sin embargo, en el movimiento
trotskista en general este punto de vista ha sido
desestimado en beneficio de la idea equivocada de que, como
el estalinismo era una burocracia y no una nueva clase
explotadora –premisa correcta, por otra parte–, no se
podía hablar de otra cosa que de estado obrero.
Creemos que en esto hay un error
de valoración en la utilización de las categorías del análisis
materialista histórico que pierde de vista que precisamente
las fases de transición histórica –más aún cuando se
trata del proceso histórico de la transición al
socialismo– difícilmente den lugar a tipos
histórico sociales acabados u homogéneos, y que no se
puede descartar el desarrollo –como creemos que
efectivamente ocurrió a lo largo de siglo pasado– de “híbridos”
históricos, como terminó siendo el estado burocrático
no capitalista de la ex URSS a partir de la década del 30 y
hasta la restauración capitalista en los 90.
Nada de esto significa que el
propio Trotsky no tenga una elaboración mucho más rica y
sugerente que la lectura unilateral y mecánica que se ha
hecho de ella en lo que hace a la degeneración de la ex
URSS, y que en un sinnúmero de artículos y textos –e
incluso la riqueza, ya mencionada, de La
revolución traicionada–hizo hincapié en una serie de
aspectos con fuertes puntos de contacto con el análisis de
la degeneración de la ex URSS que estableciera Rakosvsky.
Esto es particularmente así en
el capítulo inconcluso dedicado al Termidor soviético en
su biografía de Stalin, en general tachada de
“subjetivista”, pero que no por eso dejaba de plantear
análisis muy sugerentes en el sentido de interrogarse si la
contrarrevolución estalinista no había ido más allá de
un fenómeno meramente “político”, afectando
el carácter social mismo del Estado obrero soviético.
“Una porfía descarnada por el poder y la renta”
Mencionábamos textos de Trotsky
que abrían otra vía para la interpretación del curso de
la ex URSS, que tendían a desarrollar una comprensión de
la imposición de la burocracia como yendo más
allá de una mera contrarrevolución sólo “política”
y que, de alguna manera, hacían referencia a los mecanismos
del “Estado burocrático con restos proletarios
comunistas”, tal como lo había definido Rakovsky.
El capitulo “La reacción
termidoriana” (Stalin,
tomo II), en particular, contiene agudos señalamientos
respecto del tema que estamos tratando y expresan una amplia
convergencia con
los puntos de vista de Rakovsky, casi rozando el
cuestionamiento a la definición misma de Estado obrero
burocratizado.
Allí se pone en juego la ley de
las relaciones recíprocas entre la economía y la política,
las relaciones de influencia y mutua determinación por las
cuales la “legalidad” de una determinada esfera del todo
social termina teniendo influjo y produciendo
transformaciones sobre otra esfera. En otras palabras, la
política termina imponiendo transformaciones en la
estructura económica misma. Esta ley llega a una de sus máximas
expresiones justamente en el análisis de cómo la
burocracia logra socavar las bases obreras del Estado
heredero de la revolución, sin alcanzar por esto a
transformarse abiertamente en un proceso de restauración
capitalista; esto es, cómo el proceso de burocratización “fuerza” las bases económico-sociales
del Estado obrero no sólo deformándolo, sino también
cambiando su naturaleza misma.
Lo que Trotsky describe aquí es
el proceso ya señalado por Rakovsky en “Los peligros
profesionales del poder”, acerca de cómo la
inevitable
diferenciación funcional
a la salida de la revolución
se transformó en una evitable diferenciación
social, que terminó minando las bases mismas del Estado obrero.
Transcribiremos in
extenso:
“En 1923 comenzó a
estabilizarse la situación. La guerra civil (...) era ya
cosa del pasado (...). Los comunistas empezaron a cubrir
puestos permanentes,
empleos que consideraban suyos
y conducían a otros más destacados a dominar
en forma planificada las regiones o distritos de
actividad económica y política, confiados a su discreción
administrativa. Rápidamente iban convirtiéndose en
funcionarios, en burócratas, conforme la colocación de
miembros y activistas del partido adquiría un carácter más
sistemático y regular. Ya no se consideraban las
misiones como algo transitorio y casi fortuito. La cuestión
de los destinos tuvo cada vez más relación con la del modo
y condiciones de vida de la familia del nombrado y con su
carrera.
“Entonces fue cuando Stalin
comenzó a sobresalir con creciente prominencia como
organizador, dispensador
de credenciales, tareas, empleos, preparador y monitor de la
burocracia. Elegía a sus hombres de acuerdo con la
hostilidad o indiferencia de éstos hacia sus adversarios y,
particularmente, hacia quien en su concepto era el principal
de todos ellos (...). Stalin generalizó y clasificó su
propia experiencia administrativa, en primer término la
experiencia de intrigar
de continuo tras bambalinas, y la puso al alcance de los
más íntimos asociados a él.
“A medida que fue aumentando la
vida burocrática,
ésta engendró una creciente necesidad de bienestar. Stalin
cabalgaba a la cabeza de este espontáneo movimiento hacia
la comodidad humana, guiándolo y enderezándolo a sus
propios designios.
“Secretamente al principio, y
luego con más descaro, la igualdad fue tildada de prejuicio
pequeño burgués, en defensa de los privilegios especiales
para los burócratas de alta categoría”.
Luego Trotsky presenta a Stalin
como un empírico que “permanece sordo y ciego ante la
formación de toda una capa privilegiada soldada por los
lazos de honor de los ladrones, por su común interés (como
explotadores privilegiados de toda la política de cuerpo) y
por su incesante alejamiento del pueblo. Sin sospecharlo,
Stalin está organizando no sólo una nueva máquina, sino
una nueva casta”.
Y agrega: “Si Stalin hubiera
podido prever hasta dónde conduciría su lucha contra el
trotskismo, indudablemente se habría contenido, a pesar de
la perspectiva de victoria contra sus antagonistas. Pero no
previó absolutamente nada. Los vaticinios de sus
adversarios de que se convertiría en adalid del Termidor,
en enterrador del partido de la revolución, le parecían
vanas fantasías y expresiones huecas. Creía en la suficiencia de la máquina del partido, en su capacidad para
realizar todas las tareas. No tenía la menor idea del papel
histórico que estaba representando. La falta de imaginación
creadora, su incapacidad de generalizar y prever, mató al
Stalin revolucionario tan pronto empuñó por su cuenta el
timón” (León Trotsky, Stalin
(II), Buenos Aires, Yunque, 1974, p. 270).
Asistimos a una notable descripción
del proceso por el cual la
función y el cargo al frente de tareas necesarias e
inevitables –en ese estadio del proceso– en manos del
nuevo Estado se transforman en otras tantas fuentes de una diferenciación
y acomodamiento social de una capa que cada
vez se aleja más y tiene una existencia más separada de
las masas obreras, campesinas y populares.
Sin embargo, a fines de la década
del 20, luego de haber sido barrida la Oposición de
Izquierda y con el giro hacia el control total por parte del
Estado de todas las palancas económicas, lo que se verifica
es una
lucha por la
apropiación del excedente social.
Haciendo una lectura desde hoy y
observando el desarrollo del conjunto de la experiencia histórica,
lo que se concluye es que se pusieron en marcha nuevamente mecanismos de explotación del trabajo. Si hay pelea por el
excedente entre capas no obreras y si hay explotación del
trabajo liso y llano, lo
que no puede haber entonces es Estado obrero por más
“burocratizado” y “degenerado” que se lo califique.
Continúa Trotsky: “El kulak,
juntamente con el industrial modesto, trabajaba por la
completa restauración del capitalismo. Así se inició la
irreconciliable brega alrededor del producto sobrante del
trabajo nacional. ¿Quién dispondrá de él en próximo
futuro: la nueva
burguesía o la burocracia soviética? Esta fue la
inmediata cuestión planteada. Quien disponga del producto
sobrante cuenta con el poder del Estado. Así comenzó la
lucha entre la pequeño burguesía, que había ayudado a la
burocracia a quebrar la resistencia de las masas obreras y
de sus portavoces de la oposición izquierdista, y la misma
burocracia termidoriana, que había ayudado a la pequeño
burguesía a dominar a las masas agrarias. Era una
porfía descarada por el poder y la renta”
(ídem, p. 275).
Este es el verdadero contenido de
la colectivización forzosa: no el de una “revolución
complementaria”, sino una “porfía descarnada por el
poder y la renta”.
El carácter de la colectivización estalinista
Trotsky agrega: “Evidentemente,
la burocracia no derrotó a la vanguardia proletaria, se
libró de las complicaciones de la revolución internacional
y legitimó una filosofía de la desigualdad para rendirse
luego a la burguesía, convertirse en criado suyo y ser
acaso desplazada a su vez de la olla del Estado. La
burocracia se asustó mortalmente de las consecuencias de su
política de seis años. En consecuencia, se volvió airada
contra el kulak y el nepista. Al mismo tiempo, emprendió el
llamado “tercer período” y la lucha contra los
derechistas. A los ojos de los
papanatas
[Preobrajensky y cía. LP],
la teoría y política del tercer período pareció
una vuelta a los principios básicos del bolchevismo.
Pero no había nada de eso. Se trataba sólo de un medio
para un fin” (ídem, p. 276). Es decir, esa serie de
medidas estuvieron al servicio no de un paso ulterior en la
transición sino en su desvío
hacia otro lado: la transformación
social del estado en Estado burocrático con restos
proletarios comunistas, cuando las masas laboriosas, que son
las llamadas a constituirse en “órgano ejecutivo” del
nuevo Estado, se retiran de la escena política. Argumento,
por otra parte, idéntico a la reflexión que adelantara
sobre el tema Rakovsky en su “Carta a Valentinov”.
Precisamente, Trotsky continúa
su reflexión en esa dirección: “La revolución machaca y
destruye la maquinaria del viejo Estado. Ahí reside su
esencia. La liza está repleta de contendientes. Ellos
deciden, actúan, legislan a su modo, exento de precedentes,
juzgan y dan órdenes. La
esencia de la revolución está en que la misma masa se
constituye en propio órgano ejecutivo. Pero cuando
la masa se retira al palenque, vuelve a sus diversas residencias, a sus
viviendas particulares, perpleja, desilusionada, cansada, el
teatro de los acontecimientos queda desolado.
Y su frialdad se
intensifica cuando lo ocupa la nueva máquina burocrática”
(ídem, p. 283).
Y en el mismo sentido agrega:
“Rousseau ha explicado que la democracia política era
incompatible con la excesiva desigualdad (...) la legislación
soviética (...) desterró la desigualdad incluso en el ejército.
Bajo el régimen de Stalin, todo esto cambió, y hoy no
sólo existe desigualdad social, sino también económica.
La ha fomentado la burocracia (...) en su agitación por la
escala diferencial de salarios (...). Con desenfrenado
cinismo, la igualdad se denunció como prejuicio pequeñoburgués
(…) Reclinados en automóviles técnicamente
propiedad del proletariado, a los cuales sólo un puñado de
elegidos tenía entrada, los burócratas risoteaban: «¿Para
qué hemos estado luchando?» Esta irónica frase era a la
sazón muy popular. La burocracia respetaba a Lenin, pero
siempre le había parecido un poco fastidioso su
puritanismo” (ídem, p. 287).
Aquí se manifiesta, como al
pasar, algo extremamente importante: cuando Trotsky se
refiere a la propiedad “técnicamente del proletariado”,
parece dar cuenta de que, en realidad, esta propiedad era
sólo formalmente de la clase obrera, o, lo que es lo
mismo, que no lo es de manera efectiva.
Lo que Trotsky parece sugerir es,
precisamente, que el Termidor terminó siendo esencialmente
distinto del francés: se trató de un proceso social que
terminó afectando las bases sociales mismas creadas por la
revolución de octubre. De ahí que se hable de propiedad
“técnica” y no real. Análogamente, puede decirse que
el estado era “técnicamente” obrero, pero ya no realmente.
Otro cambio sutil, pero muy
profundo, se observa en la definición de la naturaleza de
la colectivización agraria estalinista: “A los ojos de
los simplones, la teoría y práctica del «tercer período»
parecían refutar la teoría del período termidoriano de la
revolución rusa. En realidad, no hicieron más que
confirmarla. Lo
esencial del Termidor fue, y no puede menos que ser, social
en cuanto su carácter. Su finalidad era
cristalizar una nueva capa privilegiada, crear un sustrato nuevo
para la clase económicamente superior. Había dos
pretendientes a este papel: la pequeño burguesía y la
burocracia. Ambas combatieron unidas en la batalla para
vencer la resistencia de la vanguardia del proletariado. Una
vez conseguido esto, chocaron una contra otra en feroz
acometida. La burocracia llegó a asustarse de su
aislamiento, de su divorcio del proletariado. Sola, no podía
aplastar al kulak
ni a la pequeño burguesía (...); tenía que contar con la
ayuda del proletariado. De ahí su esfuerzo concertado por presentar
su lucha (...) por los productos sobrantes y por el poder
como la lucha del proletariado contra las tentativas de restauración
capitalista” (ídem, p. 288).
Pero esta lucha que era
“presentada como” una lucha del proletariado, para
Trotsky, evidentemente, no lo era: era una lucha de una
burocracia que, rompiendo amarras con la clase obrera
pretendía resolver su propia cuestión social. Como
sabemos, razonando en términos históricos, no lo logró.
Continuemos con Trotsky:
“Aquí cesa la analogía con el Termidor francés. La nueva base
social de la Unión Soviética se hizo intangible. Defender
la nacionalización de los medios de producción y de la
tierra es ley de vida o muerte para la burocracia, pues tal
es el origen social de su posición dominante. Esa era la
razón de su lucha contra el kulak.
La burocracia podía sostener esta contienda, y resistir
hasta el fin, sólo con ayuda del proletariado. La mejor
prueba del hecho de que había hecho recluta de este apoyo
fue el alud de capitulaciones por parte de representantes de
la nueva oposición. La lucha contra el kulak,
la pugna contra el ala derecha, contra el oportunismo
(consignas oficiales de ese período), pareció a muchos trabajadores y a muchos representantes de la oposición
izquierdista como un renacimiento de la dictadura del
proletariado y de la revolución socialista. Les advertimos
entonces: no se trata sólo de lo que se hace, sino también de quién lo hace.
En condiciones de democracia soviética, esto es, de autonomía
obrera, la lucha contra el kulak
podría no haber asumido una forma tan convulsiva, tan pusilánime
y bestial, y haber conducido a un alza general del nivel
económico de las masas, a base de la industrialización.
Pero la lucha de la burocracia contra el kulak
era una singular contienda librada sobre
las espaldas de los trabajadores, y como ninguno
de los gladiadores confiaba
en las masas, como ambos temían a las masas, la pelea revistió un carácter convulsivo y sanguinario. Gracias al apoyo del proletariado, terminó
en victoria para la burocracia. Pero no añadió nada al peso específico del proletariado dentro de la vida
política del país” (ídem, p. 288). Más allá de
que debe tomarse con pinzas lo de la “base social
intangible”, resulta evidente que si la colectivización
forzosa “no añadió nada”, queda muy cuestionada la
idea de que se habría tratado de una “revolución
complementaria” en el sentido socialista del término.
Rakovsky fue un águila
Pero como es sabido, Rakovsky fue
más categórico acerca de este carácter burocrático, no
obrero ni “socialista” del giro
“izquierdista” de Stalin. Para él, “detrás de la ficción del
propietario-koljosiano (…) el problema es que los
trabajadores koljosianos
no trabajan para sí
mismos. ¿Qué es lo que va a florecer, profundizarse y
desarrollarse sin trabas en los koljoses? La nueva burocracia koljosiana (...), que reúne bajo un mismo techo
todas las capas del campesinado, con excepción de los kulaks recalcitrantes, que quedarán (…) en los círculos de hierro del aparato burocrático. Los koljoses
confrontan una penuria general, pero ello será largamente
compensado en funcionarios y agentes (...). Esto confirma,
una vez más, que el socialismo burocrático sólo va a producir burócratas y que la
sociedad «socialista» a la que ya hemos arribado, como lo
aseguran los grandes decretos oficiales, será
el reino de los burócratas”.
Este “reino de burócratas”
de ninguna manera podría llegar a tener una vitalidad orgánica
ni auténticamente histórica, como se demostró en pocas décadas.
Y mucho menos podía decirse que el estalinismo sería capaz
de llevar a cabo las tareas históricas que estaba llamada a
realizar la clase obrera.
En esta consideración, de
inmensa importancia estratégica, el pensamiento de Rakovsky
se demostró inmensamente agudo; un verdadero “águila”
como dijo en su momento Lenin de Rosa Luxemburgo por su
anticipatoria caracterización de la socialdemocracia
alemana. Porque Rakovsky supo ver más lejos sobre del carácter
del fenómeno que estaba en desarrollo ante los ojos de su
generación: la pudrición estalinista de la revolución social más grande de la
historia de la humanidad hasta nuestros días. Y lo pagó
con su vida. Vaya entonces hacia él nuestro homenaje.
Notas:
Katz tiene un importante trabajo de elaboración sobre
el balance de las experiencias socialistas del siglo XX,
El porvenir del
socialismo, trabajo que, más allá de desigualdades
y tesis que consideramos unilaterales –como postular
que los enfoques de Trotsky, Preobrajensky y Bujarin, en
lo que hace a la transición económica, podrían ser
“complementarios”–, contiene aportes y
consideraciones muy valiosas. Sin embargo, en ese texto
no se desarrolla la cuestión que nos ocupa aquí.
En múltiples ocasiones defendimos la tesis contraria a
la de Katz sobre este tema: que toda la experiencia del
siglo XX ha demostrado que a la hora de la revolución
propiamente socialista, la clase obrera es
imprescindible; si no hay clase obrera, no es revolución
socialista.
Tampoco hay que perder de vista que, aunque se conozca
menos, León Trotsky llegó a hablar en determinados
textos (“La degeneración de la teoría, teoría de la
degeneración”, 1932) de “medidas supra-sociales”
y de “economía de tipo casi puramente burocrático”
para indicar el carácter no obrero ni socialista
de la colectivización forzosa y la industrialización
acelerada.
Fragmento de un texto inédito de Christian Rakovsky
(texto suprimido por la burocracia) citado en un artículo
de Molotov en la revista teórica del régimen
estalinista, Bolchevique
Nº 7, 1930. En Cahiers
Leon Trotsky 18, Francia, 1984.
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