Los soldados del
estaño de Congo
Por
Jonathan Miller
Channel 4 News / Rebelión, 11/11/05
Traducido por Jain Alkorta y
revisado por Germán Leyens
La explotación de África
al desnudo: cientos de mineros esclavizados para extraer el estaño
que hace girar el universo electrónico mundial.
En la profundidad de la
selva, lejos de todo reducto de civilización, hay un corto trecho de
carretera asfaltada, con un pequeño tramo recto: Walekali – una de
las pistas de aterrizaje más concurridas del Congo.
La llaman 'Walikale
Express'; más de 15 aviones aterrizan y despegan de allí cada día,
con el botín de 2 millones de dólares estadounidenses que saquean
cada semana.
A 50 millas de aquí
hay diez minas de un mineral que todos quieren: un mineral de color
rojizo, la casiterita, más conocida como estannato, el mineral con el
que más se comercia en la Bolsa de Londres.
Actualmente se utiliza
para producir placas de circuitos electrónicos y su precio lleva en
alza toda una década. La batalla por el control de las minas y su
comercialización está servida. Nos han advertido de que no se nos
está permitido grabar a los soldados. Las Naciones Unidas están aquí,
aunque no se aventuran a alejarse demasiado de su campo base. Los
pacificadores jamás han puesto el pie en las minas. No obstante, es
el saqueo del mineral lo que fomenta el conflicto, con lo cual, se
dispara la compraventa de armas. La población civil sigue muriendo
– casi mil muertes cada día. La crisis se agrava cual si fuera una
plaga tropical.
"Son muchas las
batallas que se han librado Walekali y no hay nadie que no esté
afectado. Durante la guerra, se vieron todos obligados a adentrarse en
la selva, y no se puede siquiera imaginar las penurias que tuvieron
que pasar. Sin alimentos... sin ayuda... Fueron tiempos muy
duros". Emile
Fakage, Save the Children.
Miles de personas
desesperadas se vieron obligadas a abandonar sus granjas y huir a las
minas. No fueron muchos los que regresaron. Pero, ¿qué es lo que los
retuvo allí, en mitad de la selva? La mayor de las minas, Bisiye, tenía
fama de ser un lugar remoto y sin ley, a 60 kilómetros en la
profundidad de la selva. Ni siquiera Buto Muiso, jefe de la división
gubernamental de minas, había puesto el pie en el lugar. Y, como él,
quisimos averiguar quién estaba a cargo y quién se estaba lucrando
con ella. Nos dijeron que podíamos llegar a Bisiye en uno o dos días.
Ningún occidental había hecho el viaje jamás.
A lo largo de todo el
recorrido nos las tuvimos que ver con las miradas de las tropas
militares del gobierno, conforme se iban abriendo paso hacia la mina.
"En Bisiye", nos decían, "son todos predadores".
Esta selva primaria llevaba más de una década infestada de cruentos
verdugos y famélicas milicias, hasta que el ejército congoleño los
puso en desbandada hace unos cuantos meses.
Es un trayecto abrupto
y dificultoso, aunque no por ello menos concurrido que una autopista.
Cuatro mil porteadores hacen el trayecto con sacos cargados del
mineral más pesados que sus propios cuerpos. Cada uno de los sacos de
50 kilos de casiterita tiene un valor de 400 dólares en el mercado
internacional. Los soldados del ejército congoleño a menudo obligan
a los porteadores a portar los sacos gratis, a punta de fusil; si
tienen suerte, en cambio, podrán ganar 5 dólares al día.
Prince fue comerciante
hasta que el ejército quemó y saqueo salvajemente Bisiye, llevándose
todos sus ahorros. Como todos los demás, tuvo que volver a empezar de
la nada.
"Estoy reventado.
Porto cargas de 50 kilos sobre mis espaldas. Tengo mujer y dos hijos.
Pero no ganamos mucho y sufrimos muchas penurias. A veces, ni siquiera
te pagan. También corremos el riesgo de morir en el camino. Cuando
lleguéis a Bisiye, podréis ver las tumbas de muchos porteadores como
yo". Prince, Porteador.
Prince ya había pasado
una noche en la selva, pero le quedaban 24 kilómetros más. Y, si
quería llegar a la pista de aterrizaje Walikale antes del anochecer,
tendría que ponerse en marcha cuanto antes. A algunos otros
porteadores les gusta contar historias sobre el infierno.
"Cientos", me decían, "murieron asesinados durante el
último brote de violencia en Beisye", entre milicias frenéticas
de las que jamás había oído hablar. Ninguno de ellos sabía que la
casiterita que portaban iba destinada a la rica industria electrónica
internacional.
Uno de ellos aseguraba
saber que "iba destinada a América", según él, "para
reconstruir las Torres Gemelas y el Pentágono".
Nos encontramos con
cientos de porteadores, cargados con los sacos de 50 kilos del mineral
a sus espaldas. Aquí en la selva, de noche, mientras montamos con
ellos la tienda de campaña, he de decir que las placas de circuitos
electrónicos que se construirán con la caserita que ellos portan se
nos antoja a años luz de distancia.
El frío y húmedo aire
de la tienda apestaba a sudor rancio y a extenuación. Los porteadores
se tomaron su única comida del día. Llovió toda la noche, pero
nadie parecía darse cuenta, porque en el campo base de Koba se duerme
como en la ultratumba.
Ya casi al mediodía,
pasó una ambulancia. Demasiado enferma para seguir caminando, una
mujer había tenido que ser transportada a hombros de un porteador
durante dos o tres días hasta llegar a un pequeño hospital
recientemente reabierto por Médicos Sin Fronteras.
A la quinta hora del
trayecto del segundo día encontramos por casualidad un cementerio en
la selva, como bien nos había indicado Prince. Supimos que debíamos
estar cerca de Bisiye. Aquí yacían las víctimas de la guerra, los
muertos por inanición, por la sobreexplotación, por la malaria, por
el tifus y por el cólera.
Cerca del río, vemos
los primeros signos de la actividad minera. Nos han dicho que hay unos
6.000 mineros aquí. En este punto del trayecto abordamos una cuesta.
Nunca han visto nunca gente como nosotros por estos lares. Conforme
nos acercamos a la cima, cesa toda la actividad y se congregan para
mirarnos, asombrados.
Como no existe ningún
tipo de gerencia en la mina, los soldados del ejército nacional
dirigen el lugar a punta de pistola. Para cuando alcanzamos la cima,
todos los soldados se han quitado el uniforme y han ocultado sus
armas.
Las tropas del lugar a
veces no cobran durante meses; aunque por eso se quedan sin
resarcimiento por los sueldos extraviados. Los soldados del estaño
del Congo se labran la muerte.
Los mineros no cabían
en su gozo porque se había corrido la voz de que habíamos venido a
ayudarles y poner fin a su calvario. Entre ellos, sin perderse un
detalle, la perversa presencia de los soldados del ejército –
simple y llanamente somos incapaces de distinguir quién es quién.
La actividad en la mina
ha dejado profundas cicatrices en una montaña que antaño fue tierra
sagrada y ancestral de las tribus del lugar. La mayor actividad se
produce a gran profundidad en el subsuelo. En lo más profundo de las
entrañas de la montaña, los pozos y las destartaladas escaleras –
están en condiciones inhumanas.
"En el agujero
tienes que estrujarte, arrastrarte y meter barriga, para poder
avanzar. El siguiente peligro lo representan las enormes rocas que
penden sobre nuestras cabezas. A menudo nos sepultan; cualquier
desprendimiento supone una muerte instantánea. Luego, reina la
oscuridad. Y ya no hay aire que respirar. Una vez superados los 60
metros de profundidad el aire deja de fluir del todo. Tienes que
ingeniártelas como puedas para poder respirar".
"Arrastrarte para
atravesar estrechos agujeros, ayudándote de manos y pies para
escarbar, porque no hay espacio para cavar, te deja todo el cuerpo
lleno de heridas y magulladuras. Y, cuando finalmente consigues sacar
la casiterita a la superficie, los soldados del ejército te esperan
para quitártela a punta de pistola, lo cual significa que te quedas
sin poder comprar comida. De ahí que estemos siempre
hambrientos". Muhanga Kawaya.
Los mineros no trabajan
por dinero. Las rocas que los soldados no consiguen robarles las
utilizan para comprar alimentos. Muchos contraen enormes deudas con
los comerciantes, quienes suelen quedarse durante meses, para asistir
impotentes al horror de la vida diaria del lugar.
Los mineros trabajan
gratis; los soldados del ejército siempre les roban todo. Incluso
bajan a los pozos simplemente a disparar a la gente. Sí. No hace
mucho que asesinaron al último. Obligan a los mineros a darles todo
lo que tengan, amenazándoles con matar a cualquiera que ose quejarse.
Siempre están listos
para disparar. Se nos castiga realmente. No poseemos nada y lo pagamos
caro. Vivimos completamente asediados por soldados del ejército –
aunque vayan vestidos de paisanos". Maponda Regina, Comerciante.
Incluso el propio
ministerio de minas del gobierno reconoce su impotencia ante la enorme
avaricia del ejército congoleño.
"No se respeta la
integridad de las personas; vivimos en un régimen en el que sólo
logra sobrevivir el más fuerte". Los diversos grupos armados
hacen lo que quieren con la población para lograr sus propios fines.
El estado no se beneficia en absoluto.
"Necesitamos
restablecer el orden y el respeto por el ministerio de minas, porque
hoy todo está al servicio del más fuerte. Exigimos que se
restablezca el orden, para que cada uno pueda estar en el lugar que le
corresponde: el ejército en sus barracones". Buto Muiso, Jefe de
la División de Minas del Gobierno, Walekali.
Hace cien años el
escritor Joseph Conrad describía el saqueo colonial en el Congo como
"la escalada de depredación más sanguinaria y degradante jamás
sufrida por la conciencia humana".
Nada ha cambiado. Esta
es la cruda realidad a la que tendrán que enfrentarse los líderes
del mundo rico, en su inminente reunión en Escocia la semana que
viene, la hora de adoptar un marco de actuación en África.
Hemos traído un grueso
tomo a la cima del monte de casiterita – el ambicioso nuevo plan de
Blair para África.
Cuando lo lanzó el
pasado mes de marzo, aseguró que temía que las generaciones futuras
fueran a pedir cuentas a los ricos por, aun siendo plenamente
conscientes de ese sufrimiento, y pese a tener todos los recursos de
acción necesarios, haber hecho la vista gorda y seguir con sus vidas.
Este mineral lo extraen y portan seres humanos que son mera carne de
cañón para nuestra industria. Cinco ejércitos han batallado para
hacerse con el control de la mina de Bisiye en los últimos cinco años.
Y, aún y todo, la compramos.
La ética de los hechos
ha saltado a la palestra. Visto lo que está ocurriendo allí,
decidimos seguirle la pista a una empresa británica, el segundo
importador de casiterita más importante de las minas de los
alrededores de Walekali.
Allí abajo, en la
pista de aterrizaje, de lo que se trata es de hacer negocios, para
variar. Soldados del ejército apostados en todas partes vigilan su
botín, listo para ser trasportado en avión por los intermediarios,
quienes, a su vez, venderán el mineral a exportadores congoleños y a
empresas de exportación extranjeras.
La demanda de
casiterita ha florecido debido a la legislación de Japón y de Europa
occidental que han resuelto reemplazar la industria del plomo por la
del estaño para sus placas de circuitos electrónicos. La demanda
global del estaño ha venido directamente acompañada de la violación
de los Derechos Humanos y de la guerra por el control de minas como la
de Bisiye.
Nos hemos hecho un
hueco en el avión de un importador de casiterita, con destino a Goma,
en el Walekali Express. Me acomodé sobre una pila de 1.7 toneladas de
mineral. Un buen montón de dinero. Algunos aviones no consiguen
siquiera dar su primer giro.
Nos encontramos con
nuestro hombre, el importador británico, en otro pueblo, donde su
familia, los Kotechas, llevan más de 40 años en el negocio.
Estuvimos una hora y media hablando con Ketankumar Kotecha en su
oficina, discutiendo sobre la ética empresarial de la compra de
minerales en una zona en conflicto.
Nuestra conversación
fue adquiriendo un cariz cada vez más embarazoso. Su empresa, Afrimex,
lleva más de veinte años importando casiterita de la zona oriental
del Congo. Pero el Sr. Kotecha no quiso ponerse frente a la cámara, y
en su lugar, convino en que reflejáramos su opinión en nuestro
informe.
Precisamente me disponía
a hacerlo, cuando el Jefe de Policía provincial nos comunicó que debíamos
acompañarle a la comisaría.
En la comisaría de
policía nos confiscaron la cámara y los pasaportes y nos tomaron
declaración. Al día siguiente nos dejaron libres sin cargos y nos
metieron en un barco rumbo a Goma.
Sólo pudimos especular
conque el Sr. Ketankumar Kotecha, un hombre poderoso, se debió
aburrir con nuestras declaraciones.
Lo que sí nos dijo en
defensa de sus intereses en la explotación de casiterita es que su
actividad era legal.
Dijo, y cito
literalmente, "Sí, la estipulación salarial es muy baja, pero a
los mineros siempre les viene mejor ganar poco, que no ganar nada. Si
yo no me dedicara a esto, "algún otro lo haría",
aseguraba, "no estoy aquí en calidad de redentor moral.
Pero eso es
precisamente lo que necesita el Congo: redención moral para las frágiles
y empobrecidas gentes que viven a merced de la avaricia del prójimo.
La vida aquí es tan brutal, que no hay lugar para la esperanza de que
la vida pueda cambiar a mejor – por mucho que los líderes de los países
ricos pretendan hacer al respecto. El gobierno de Congo, ni es capaz
de controlar a su propio ejército, ni puede proteger a sus propios
ciudadanos, gente condenada a morder el polvo, por la maldición de la
riqueza que yace bajo sus pies.
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