La frustrante década de libertad de Sudáfrica
Del apartheid racial al apartheid de clase
Por
Patrick
Bond
La Haine, 21/08/07
Monthly Review, Volumen 55, N° 10, marzo de 2004
Traducción de Luis César Bou, Observatorio de Conflictos, Argentina
Hubo sólo dos caminos básicos que el Congreso Nacional
Africano (ANC) podía seguir. Uno era movilizar al pueblo y a todo su
entusiasmo, energía y trabajo, utilizar una parte más grande del
excedente económico (por medio de inversiones dirigidas por el estado
e impuestos más altos), y detener el flujo de capital hacia el
exterior, incluyendo el pago de deudas ilegítimas de la era del
apartheid. El otro era adoptar un camino capitalista neoliberal, con
pequeñas reformas aquí y allí, mientras pretendía que la
democracia social estaba en el horizonte. (La Haine)
El
fin del régimen del apartheid fue un gran logro humano. Sin embargo,
la elección en 1994 de una mayoría del ANC –con Nelson Mandela
como nuevo presidente- no alteró la enorme grieta estructural en lo
que se refiere a la riqueza que separa a la mayoría negra de la minoría
blanca. De hecho, puso en marcha políticas neoliberales que
exacerbaron la desigualdad de clase, raza y género. Para promover una
transición pacífica, el acuerdo negociado entre el régimen blanco
racista y el ANC permitió a los blancos conservar las mejores
tierras, las minas, las fábricas y las instituciones financieras.
Unos
pocos meses antes de la elección democrática del 17 de abril de
1994, fue conformado un gobierno sudafricano de transición,
incorporando tanto al ANC como al Partido Nacional, que había estado
en el poder durante 45 años gracias al voto blanco exclusivo. Aún
cuando las leyes racistas estaban retrocediendo y se estaba elevando
la dignidad de la población negra mayoritaria, el primero de
diciembre de 1993 fue el punto en el cual la lucha por la justicia
socioeconómica en Sudáfrica se perdió decisivamente, al menos en
forma temporaria. El primer acto de ese gobierno interino fue aceptar
un préstamo de 850 millones de dólares del Fondo Monetario
Internacional, supuestamente como auxilio ante la sequía, aunque la
sequía intensa había terminado 18 meses antes. Las condiciones
secretas del préstamo –difundidas a los principales periódicos de
negocios en marzo de 1994- incluían los usuales ítems del menú de
ajuste estructural: tarifas de importación más bajas, cortes en los
gastos del estado, y grandes reducciones en los salarios del sector público.
En adición, Michel Camdessus, entonces director general de FMI, puso
una presión intensa aunque informal sobre el presidente entrante
Mandela en el sentido de redesignar a los dos pilares principales del
neoliberalismo de la era del apartheid, el ministro de finanzas y el
gobernador del banco central, ambos del Partido Nacional.
Otro
punto crucial fue alcanzado en junio de 1996, cuando el escalón más
alto de los estrategas del ANC impuso una estrategia económica de
largo alcance “no-negociable” sin molestarse en consultar a sus
socios de la Alianza en el movimiento sindical y el Partido Comunista
Sudafricano (SACP), y mucho menos a sus propios simpatizantes. El
Banco Mundial contribuyó con dos economistas y su modelo para este
proyecto, conocido como “Crecimiento, Empleo y Redistribución”
(GEAR). Introducido para promover la confianza de los inversores en el
momento de una crisis financiera, el GEAR permitió al gobierno
distanciarse psicológicamente del algo más keynesiano “Programa de
Reconstrucción y Desarrollo,” que en 1994 había servido como
plataforma de campaña del ANC. Las promesas generadas por el modelo
econométrico del Banco Mundial eran ciertamente grandes: para el
2000, la economía sudafricana estaría creciendo al 6% y creado
400.000 nuevos empleos por año.
El registro post-apartheid
Los
errores de la transición fueron disculpados por algunos simpatizantes
del ANC como reveses temporales a lo largo de lo que es una amplia
trayectoria progresista, única en África. Un documento reciente,
“Hacia una revisión de los diez últimos años,” disponible en el
sitio web del gobierno, hace declaraciones grandilocuentes en apoyo de
tal interpretación. El noticiero ANC Today en el sitio web del
partido gobernante se basa en ese documento para promover a la economía
post-apartheid: “Desde que el ANC fue electo para el gobierno en
1994, Sudáfrica ha alcanzado un nivel de estabilidad macroeconómica
nunca visto en el país durante 40 años... Luego de las masivas fugas
de inversiones en los 80’ e inicios de los 90’, el país tiene
niveles positivos de inversión directa extranjera durante los últimos
diez años... Entre 1995 y 2002 la cantidad de gente empleada creció
en unos 1,6 millones.”
La
mayoría de tales declaraciones son distorsiones o falsedades
absolutas. Para el ANC mostrar un nivel de estabilidad macroeconómica
nunca vista en el país durante 40 años es ignorar la fácil medición
de tal estabilidad: fluctuaciones en la tasa de intercambio. En
realidad, se presenciaron tres colapsos financieros en un período de
pocas semanas en febrero-marzo de 1996, junio-julio de 1998 y
diciembre del 2001, y cada uno condujo a incrementos masivos en la
tasa de interés que debilitaron el crecimiento y beneficiaron a los
especuladores. Estos momentos de inestabilidad macroeconómica fueron
tan dramáticos como cualquier otro incidente durante los dos siglos
previos, incluyendo el pánico financiero de septiembre de 1985 que
apartó a las grandes empresas del régimen del apartheid y pavimentó
el camino para el gobierno del ANC.
La
inversión doméstica ha sido débil (con un incremento de menos del
2% por año durante la era GEAR cuando se hablaba de un incremento del
7$), y si no fuera por la privatización parcial de la compañía
telefónica, no se habrían registrado inversiones externas. La
inversión del sector privado doméstico fue negativa durante varios años,
porque el capital estuvo efectivamente de huelga, moviendo sus
recursos móviles hacia fuera lo más rápidamente posible. Así, de
todos los objetivos del GEAR, los únicos que se alcanzaron
exitosamente fueron aquellos más cruciales para los grandes negocios:
inflación (a la baja del 9 al 5.5%, a pesar del 7-8% previsto en el
GEAR); la cuenta corriente (en exceso, no en déficit como estaba
proyectado); y el déficit fiscal (por debajo del 2% del producto
bruto, en lugar del 3% proyectado).
La
realidad es que Sudáfrica ha presenciado el reemplazo del apartheid
racial por aquello que crecientemente es denominado apartheid de clase
–subdesarrollo y segregación sistemática de la mayoría oprimida
mediante prácticas económicas, políticas, legales y culturales
estructuradas. A pesar de las levemente más expansivas políticas
fiscales que fueron adoptadas luego del 2000, la orientación
neoliberal de Pretoria nunca ha sido puesta en duda. El actual
presidente Thabo Mbeki sucedió a Mandela en mayo de 1999, pero ha
sido el principal arquitecto y administrador político del gobierno
desde el comienzo de la transición, así como el árbitro clave en
los interminables conflictos internos del ANC.
La
pérdida de puestos de trabajo ha sido el aspecto más dañino de la
asunción por parte de Sudáfrica de la perspectiva económica
neoliberal. A pesar de la promesa de crecimiento del empleo a un 3-4%
por año hecha por los artífices del GEAR, las pérdidas de puestos
de trabajo del 1 al 4% caracterizaron el final de la década del
90’. La medición oficial del desempleo en Sudáfrica subió del 16%
en 1995 al 30% en el 2002. Añadiendo a esa cifra los buscadores
frustrados de empleo el porcentaje de gente desempleada pasa al 43%.
Entretanto, la productividad del trabajo se incrementó
progresivamente y el número de días perdidos por huelgas bajó, esto
último debido, en parte, a la desmovilización de los sindicatos por
parte del ANC y la hostilidad hacia las huelgas nacionales llevadas
adelante por propósitos políticos, tal como las acciones nacionales
contra las privatizaciones en el 2001 y 2002.
Los
empresarios blancos querían escapar del estancamiento económico y la
declinación de las ganancias nacida de una crisis clásica de
sobreacumulación. Se sentían sitiados por las sanciones
internacionales, e incluso más por el ascenso de la militancia negra
en las comunidades y lugares de trabajo durante los años 70’ y
80’. Es allí donde es visible la principal concesión hecha por el
ANC durante su acuerdo de transición. El acuerdo representaba
simplemente esto: los nacionalistas negros tendrían el estado, en
tanto las corporaciones y los individuos blancos podían remover su
capital del país, aunque continuaran residiendo en Sudáfrica para
disfrutar de privilegios aún mayores mediante la liberalización económica.
En cuanto al reparto de la renta nacional, éste se mantendría en los
niveles de la década del 60’ tal como era en el momento culminante
del apartheid. Pretoria además recortó dramáticamente los impuestos
primarios a las corporaciones (del 48% en 1994 al 30% en 1999) y
mantuvo el déficit por debajo del 3% mediante la restricción del
gasto social, a pesar de la avalancha de desempleo.
Como
resultado, de acuerdo incluso a las estadísticas del gobierno, los
ingresos familiares de los africanos negros cayeron un 19% entre
1995-2000 (a $ 3,714 por año), en tanto los ingresos familiares de
los blancos aumentaron un 15% (a $22,600 por año). No solo se
intensificó la pobreza relativa sino también la absoluta, en tanto
la proporción de hogares con ingresos menores a $90 creció del 20%
de la población en 1995, al 28% en el 2000. A lo largo de la división
racial, la mitad más pobre de todos los sudafricanos ganaba sólo el
9,7 por ciento del ingreso nacional en el 2000, por debajo del 11,4%
de 1995. El 20% más rico ganaba el 65% del ingreso total. Es
razonable asumir que la desigualdad continuó empeorando luego del
2000.
A
pesar de la pobreza profunda, el estado aumentó dramáticamente los
precios del agua y la electricidad, hasta el punto que para el 2002
consumían el 30% del ingreso de aquellos hogares que ganaban menos de
$70 por mes. Se estima que 10 millones de personas tienen cortada el
agua, de acuerdo a dos estudios gubernamentales, y otros 10 millones
son también víctimas de desconexiones eléctricas. Las estadísticas
municipales muestran que el 60% de las desconexiones no se resuelven
dentro de las seis semanas, indicando que la responsabilidad recae en
la pobreza genuina (y no en la frecuentemente alegada “cultura de
no-pago,” supuestamente un resabio del activismo anti-apartheid).
Además, dos millones de personas han sido desalojadas de sus tierras
u hogares desde la liberación de 1994. Y de 13 millones a los que se
les dio acceso a una línea de telefonía fija por primera vez, 10
fueron desconectados porque no pudieron pagar la cuenta, una vez que
fueron reducidos los subsidios en el curso de la privatización.
Las
relaciones de genero muestran algunas mejoras, especialmente en
derechos reproductivos, aunque con accesos extremadamente desiguales.
Pero la Sudáfrica contemporánea mantiene formas patriarcales de
extracción de excedente, gracias tanto a la discriminación sexual
residual como al sistema de trabajo migratorio (rural-urbano), que es
subsidiado por las mujeres atrapadas en los antiguos bantustanes.
Estas mujeres no son pagadas por su rol en la reproducción social, lo
que en un mercado de trabajo normal estaría a cargo de la
escolarización estatal, la salud pública, y las pensiones. Esta
superexplotación estructural está exacerbada por un incremento
aparente en la violencia sexual doméstica asociada con el desempleo
masculino en ascenso y la feminización de la pobreza. Las mujeres son
también las principales dispensadoras de cuidados en el hogar, y esto
implica cargar con el mayor peso asociado con la degradación de la
salud.
Con
los servicios de salud pública en declinación debido a la falta de
financiación y la penetración creciente de proveedores privados, las
enfermedades infecciosas tales como tuberculosis, cólera, malaria y
VIH están en avance, mucho más que en la época del apartheid. La
diarrea mata 43.000 niños por año, como resultado principalmente de
una provisión inadecuada de agua potable. La mayoría de los
sudafricanos infectados con VIH tienen poca posibilidad de recibir
medicinas antiretrovirales para poder extender sus vidas (en el
presente, medio millón requiere medicamentos urgentemente), gracias a
las políticas “negadoras” de Mbeki y su ministro de salud, que
los principales profesionales e investigadores sanitarios etiquetan
como genocidio. A pesar de que la dispensación de medicinas fue
prometida finalmente por el gabinete en septiembre de 2005, Mbeki
inmediatamente echó sal en las heridas afirmando (en una entrevista
para el New York Times) que no conocía a nadie que hubiese muerto de
SIDA o que fuera VIH positivo.
Mbeki
rechazó exitosamente la oposición local de los grupos de derechos
humanos y de control de armas a la compra a corporaciones europeas de
armamento sofisticado por un valor de 6.000 millones. Los africanos
están inquietos acerca de las intervenciones subimperiales de
Pretoria. A pesar de los acuerdos de paz en África central y Liberia,
subsisten preocupaciones acerca de cuán duraderas son las
intervenciones, cuando fracasan en la lucha con causas estructurales
subyacentes de estados fracasados y conflictos interétnicos. Un
ejemplo de diplomacia de muchacho pendenciero fue la invasión militar
por parte de Pretoria en 1998 del vecino Lesotho a fin de sostener a
un gobierno impopular. Además los escándalos de tráfico de
influencias asociados con el acuerdo de compra de armas –que a fines
del 2003 amenazó al Presidente Delegado Jacob Zuma (quien
supuestamente solicitó una coima de una manera que el ministro de
justicia consideró “corrupción prima facie”) y forzó la
renuncia de varios políticos y funcionarios líderes del ANC
sorprendidos en acuerdos con corporaciones europeas- sugiere que el
entonces presidente Mandela estaba en lo cierto cuando advirtió que
esto podía ser un cáncer en el gobierno del ANC.
Pasando
al medio ambiente, es razonable afirmar que la ecología sudafricana
está hoy en peor condición, en muchos aspectos cruciales –mal
manejo de los recursos de agua y suelo, contribución sudafricana al
calentamiento global, pesquerías, tóxicos industriales y modificación
genética- que lo que lo estaba durante el apartheid. El Proyecto Acuífero
de las Alturas de Lesotho se ha convertido en el ejemplo de más alto
vuelo de desarrollo de la corrupción en el tercer mundo. La represa más
grande de África abastece de agua a Johannesburgo desde las montañas
de Lesotho, y se están construyendo más diques aún cuando
funcionarios gubernamentales admiten que son innecesarios, y a pesar
de las consecuencias ambientales destructivas. A pesar de la escasez
de agua hay pocas señales de que estos proyectos en desarrollo
ayuden, desde el momento que los costos extremadamente altos de la
provisión de agua están desalentando el consumo por parte de la
gente pobre. Las familias urbanas más ricas (principalmente blancas)
disfrutan de piletas de natación y jardines ingleses, lo que
significa que en algunos de los suburbios más hedonistas el consumo
de agua diario per capita es 30 veces mayor que en los townships de
bajos ingresos, algunos de cuyos residentes hacen el trabajo doméstico
y de jardinería para los blancos.
Las
mujeres (negras) de las zonas rurales hacen cola durante horas en las
canillas comunales en las áridas regiones de los antiguos
bantustanes. Las fuentes de agua superficial y subterránea permanecen
en manos de los granjeros blancos debido a la desposesión de tierras
provocada por el apartheid. Con menos del 2 por ciento de la tierra
arable redistribuida (en contra de un objetivo del 30 por ciento en
cinco años), la política de tierras neoliberal de Pretoria ha
fracasado definitivamente en la solución de este problema.
Pueden
citarse otros ejemplos de ecología residual del apartheid, incluyendo
numerosos conflictos irresolutos sobre las reservas naturales de
tierra (el desplazamiento de indígenas continúa), los catastróficos
impactos de la industrialización sobre la biodiversidad, la protección
insuficiente a las especies en peligro, y las generosas políticas del
estado favoreciendo la modificación genética en la agricultura
comercial. Los sistemas regulatorios marítimos están en sobretensión
y desafiados por pesqueros europeos y asiáticos, así como por las
firmas locales de pesca comercial. La expansión de plantaciones
especies forestales para la exportación de pulpa al Asia del este,
permanece como extremadamente dañina, no sólo a causa de la
destrucción de las praderas y bosques orgánicos –conducente a la
adulteración del suelo y mucho peor a peligro de inundaciones como
las que sufrió Mozambique en 2000-2001—sino también debido a la
dispersión de plantas invasivas alógenas en los reservorios de agua
a lo largo del país. Un programa estatal constructivo, de largo
alcance, ha ralentizado pero no revertido el avance de especies
invasoras.
Debido
a las políticas de estado, la agricultura comercial sudafricana
permanece extremadamente dependiente de fertilizantes y pesticidas,
sin atención hacia los mercados potenciales para la agricultura orgánica.
El fracaso del gobierno en prevenir el derramado de tóxicos y la
incineración ha conducido a un naciente pero portentoso grupo de acción
que promueve casos judiciales comunitarios que van desde las víctimas
del amianto a residentes que sufren la polución persistente en varios
lugares extremadamente contaminados (Durbán del sur, Sasolburg y
Steel Valley). En estos esfuerzos, el movimiento por la justicia
ambiental lucha casi invariablemente tanto contra las corporaciones
como contra Pretoria.
La
privatización fracasa
Es
importante añadir que el embuste del gobierno de una “capacidad
insuficiente del estado” para resolver los problemas sociales y
ambientales ha estado en armonía con un deseo de volcar los recursos
sobre el sector privado. Si la privatización y entrega a las
corporaciones ha funcionado en todas partes en África, también lo
haría en Sudáfrica –con sus mercados grandes y ricos, sus firmas
relativamente competentes y su infraestructura avanzada. Sin embargo,
emerge evidencia en contra de cuatro casos principales de privatización
de servicios estatales: telecomunicaciones, transportes, electricidad
y agua.
Primero,
hay que considerar el caos creado en el lucrativo sector de las
telecomunicaciones, en el que el 30% de la empresa estatal Telkon fue
vendido a una empresa mixta de Houston y Kuala Lumpur. El costo de las
llamadas locales se disparó, conduciendo a que fueran desconectadas
la mayoría de las líneas nuevas. Entretanto, fueron despedidos
20.000 empleados. Los intentos del gobierno de restringir el precio
monopólico de las líneas fijas fue bloqueado por el joint venture
Texas-Malasia con un juicio y una amenaza de vender su parte de Telkon
en el 2002. Como resultado, la oferta publica inicial de Telkom en el
New York Stock Exchange aumentó en el 2003 sólo $500 millones. Así,
en el proceso se evaporaron unos $5.000 millones de fondos propios de
Pretoria en Telkom invertidos a fines de los 90’. Un pacto sobre
precios y servicios entre los dos principales operadores de telefonía
celular y las persistentes denuncias de corrupción se combinaron para
embrollar la introducción de nuevos operadores de líneas fijas y móviles.
Segundo,
en el campo de los transportes ha habido una cantidad de dilemas
asociados con privatizaciones parciales. Las autopistas
comercializadas son inabordables para los pobres. La privatización
del transporte aéreo condujo al colapso de la primera aerolínea
regional propiedad del estado. South African Airways ha sido
gerenciada en forma desastrosa, con grandes pérdidas y un pago
inexplicable de $20 millones a un gerente norteamericano que estuvo
muy poco tiempo en el cargo. La privatización de la compañía de
aeropuertos ha conducido a problemas de seguridad y conflicto laboral.
El conflicto constante con el sindicato alineado con el ANC ha puesto
en cuestión la privatización de los puertos. El sistema ferroviario
crecientemente en manos de corporaciones ha eliminado muchos ramales
pequeños que, aunque no son rentables, son cruciales para las economías
rurales.
Tercero,
el sector eléctrico se está privatizando rápidamente, con el 30% de
la empresa para-estatal Eskom (el cuarto mayor productor eléctrico
mundial) a ser vendido en el 2004, y multitud de problemas. Treinta
mil trabajadores de la electricidad perdieron sus empleos durante los
90’. Está siendo creada una capacidad de generación potencialmente
innecesaria por parte de abastecedores privados. En tanto se está
invirtiendo un monto mínimo en energía renovable, el estado espera
expandir la energía nuclear, mediante nuevos reactores en sociedad
con firmas estadounidenses y británicas. Las tarifas de los usuarios
residenciales han aumentado mucho más desde que los subsidios fueron
puestos bajo ataque a fines de los 90’. Como resultado de las
tarifas inalcanzables, Eskom ha ralentizado la extensión de la red eléctrica
rural, en tanto millones de personas que entran en deuda con la
empresa han sido desconectados –conduciendo a una masiva (y
frecuentemente exitosa) resistencia y a reconexiones ilegales. Con la
tuberculosis y otras enfermedades respiratorias alcanzando niveles de
epidemia es causa de preocupación que aquellos que no reconectan su
electricidad son forzados a volver a la parafina o al carbón para
cocinar, con todos los peligros que esto implica.
Cuarto,
virtualmente todos los gobiernos locales, a fines de los 90’, se
volcaron hacia políticas de déficit cero, a instancias del gobierno
central y el Banco Mundial. Los intentos de recobrar los costos de los
servicios utilizados por las comunidades pobres inflingieron penurias
en los miembros más vulnerables de la sociedad, especialmente las
mujeres y aquellos con familiares VIH positivos susceptibles de
contraer enfermedades transmitidas por el agua e infecciones
oportunistas. Aunque la privatización del agua y los servicios
sanitarios se aplicó sólo en el 5% de los municipios, los proyectos
piloto sudafricanos llevados adelante por las mayores compañías
mundiales de agua (Biwater, Suez y Saur) han resultado en servicios
que están sobrevaluados y gente que es mal provista de servicios. Los
contratos han sido renegociados para aumentar las tarifas a causa de
las ganancias insuficientes; los servicios no se han extendidos a la
gente más pobre; muchos residentes de bajos ingresos han sido
desconectados; se han instalado ampliamente medidores prepagos de
agua; y los servicios sanitarios han sido de baja calidad. A lo largo
de Sudáfrica, el dogma del déficit cero condujo a la peor epidemia
de cólera, catalizada por desconexiones masivas en la provisión de
agua a residentes rurales en agosto del 2000.
Como
un resultado de este fracaso gubernamental, obviamente se están
incrementando la alienación y el descontento. De acuerdo a un informe
de fines del 2002 realizado por el liberal Institute for Democracy in
South Africa, está en crecimiento el número de gente negra que cree
que la vida era mejor bajo el régimen del apartheid. Trágicamente, más
del 60% de los sudafricanos encuestados dice que el país estaba mejor
gobernado durante el dominio de la minoría blanca, sólo una de cada
diez personas cree que sus representantes electos están interesados
en sus necesidades, y menos de uno cada tres considera que el actual
gobierno es más confiable que el régimen del apartheid. Los negros
son sólo un poco más positivos que los blancos y los mulatos en su
opinión sobre el gobierno, con el 38% considerándolo más confiable
que el anterior. Sólo el 24% de los negros están de acuerdo con la
afirmación de que el gobierno actual es menos corrupto que el régimen
del apartheid.
Para
el 10% de los blancos más ricos y para los blancos ricos que
disfrutan de la segregación y el aislamiento de la vasta mayoría, el
estilo de vida continúa en uno de los niveles más altos del mundo.
Esto es evidente para cualquier visitante a los suburbios poco
integrados de las ciudades sudafricanas. El apartheid racial se
manifestaba siempre explícitamente en la segregación residencial, y
luego de la liberación en 1994, Pretoria adoptó la asesoría del
Banco Mundial que incluía una restricción de la construcción de
viviendas por parte del estado (virtualmente no han sido construidas
nuevas unidades ni por municipalidades ni siquiera de propiedad
cooperativa), la asignación de subsidios para vivienda más reducidos
que lo necesario, y una dependencia mucho mayor hacia los bancos y los
constructores comerciales en lugar del desarrollo conducido por el
estado o la comunidad. La privatización de las viviendas es, de
hecho, una de las ironías más terribles de la Sudáfrica
post-apartheid, también porque el hombre que seguía estos consejos
del Banco Mundial, Joe Slovo, era presidente del Partido Comunista
Sudafricano. (Slovo murió de cáncer poco después y su principal
colaborador, un burócrata del ANC que fue responsable del diseño de
esta política, hoy trabaja para una subsidiaria del Banco Mundial.)
Nueve
años más tarde, el ministro provincial de vivienda responsable del
conurbano de Johannesburgo admitió a un periódico que el resultante
apartheid residencial de Sudáfrica se había convertido en un
embrollo: “Si vamos a integrar a las comunidades tanto económica
como racialmente, entonces hay una verdadera necesidad de abandonar el
presente concepto de libertad de vivienda que está determinado por la
posición y el gasto de cada uno.” Su vocero añadió, “La idea ha
sido siempre que cuando construimos viviendas de bajo costo, deben ser
construidas lejos de las áreas existentes debido a su impacto sobre
el precio de la propiedad.” Racionalizando tales políticas, la
cabeza de una de las mayores corporaciones inmobiliarias de
Johannesburgo, Lew Geffen, insistió en que “Las viviendas de bajo
costo deben desarrollarse en áreas distantes donde la propiedad es más
barata y pueden ser construidos más hogares de calidad.”
Desafortunadamente,
los banqueros comerciales y las compañías de construcción asociadas
piensan igual que Geffen, de manera que es razonable anticipar que no
habrá cambios en Johannesburgo –edificándose no “hogares de
calidad” sino lo que muchos residentes negros denominan
“caniles”. Varios cientos de miles de viviendas subsidiadas por el
estado post apartheid tienen frecuentemente la mitad de los 40 metros
cuadrados de amplitud que tenían las construidas en la época del
apartheid, y están localizadas aún más lejos de los lugares de
trabajo y de los servicios para la comunidad. En adición a las
presentes desconexiones de agua y electricidad, los nuevos suburbios
padecen la baja calidad de los servicios del estado, desde la
infrecuente recolección de residuos a los caminos de tierra y el
drenaje inadecuado de las bocas de tormenta.
¡La
globalización me hizo hacerlo!
¿Cómo
se produjo tan rápida y decisivamente la degeneración de un
movimiento de liberación alguna vez arrogante? Es tentador señalar
nuevamente que el neoliberalismo fue dictado por el FMI en diciembre
de 1993, antes de ser codificado en el GEAR. Pero también fueron
cruciales tres decisiones previas: eliminar la palabra
“nacionalización” de la retórica del ANC (abril de 1992); pagar
los 25.000 millones de deuda externa heredada de la época del
apartheid (octubre de 1993); y garantizar la independencia formal del
banco central en una constitución interina (noviembre de 1993).
Deben
mencionarse varios otros incidentes económicos internacionales. Unas
pocas semanas después de la liberación, en mayo de 1994, cuando Sudáfrica
entró en términos desventajosos en el Acuerdo General de Tarifas y
Comercio (GATT), estaba garantizada la desindustrialización del país.
En enero de 1995, comenzó seriamente la privatización. La
liberalización financiera en la forma de abolición del control de
cambios ocurrió en marzo de 1995, irónicamente en el momento de la
crisis mexicana (Efecto Tequila) que destruyó el valor del peso. La
protección de Sudáfrica era aumentar las tasas de interés a un
nivel record, donde han permanecido desde entonces. Más tarde, desde
1998-2001, el gobierno del ANC garantizó un permiso a las mayores
compañías de Sudáfrica para mover sus comandos financieros a
Londres.
Bajo
estas circunstancias, el GEAR era meramente un conjunto de
proyecciones fantasiosas, y el fracaso de la estrategia macroeconómica
incluso a veces es aceptado en Pretoria. En un artículo de abril del
2002 titulado “Gran Salto al Estancamiento Cortesía del Banco
Mundial”, Bloomberg News Service reporta que el ministro de
finanzas, Trevor Manuel ha promovido lealmente “recortes de gastos,
desmantelamiento de las barreras de cambio y la lucha contra la
inflación durante los pasados seis años, todo bajo la guía de los
economistas del Banco Mundial. Todavía está esperando por la
recompensa. Ahora, Manuel e incluso algunos de los funcionarios del
Banco Mundial dicen que la mayor economía de África no ha ganado
todo lo que se esperaba del asesoramiento.” Manuel, que fue
presidente del Consejo de Gobernadores del FMI y del Banco Mundial y
preside corrientemente el Comité de Desarrollo del cuerpo conjunto,
admitió a Bloomberg, “Hemos seguido una política de reforma
macroeconómica muy sustancial. Pero las recompensas fueron pocas.”
Más generalmente, admitió, “Los países en desarrollo han llevado
adelante muchas reformas, pero los beneficios son, de hecho, muy
pocos.”
¿Fue
empujado Manuel hacia “reformas” tan sustanciales, o él mismo
saltó hacia ellas? Como ha sugerido el veterano observador de asuntos
africanos John Saul, la tendencia es distraer la atención con el
lamento “¡La globalización me hizo hacerlo!” En un discurso de
alguna manera autocrítico de mayo del 2003, Manuel admitió que “la
integración económica debe ser dirigida porque conlleva la
posibilidad de restringir severamente el grado de elección política
que tiene un país. Es bueno recordar que son directamente
proporcionales el grado en que están limitadas las posibilidades de
elección de un país y la necesidad de acceso al capital por parte
del mismo. Las variables claves son primero, el financiamiento del déficit
fiscal, y segundo, la dependencia de capital externo para financiar la
expansión económica.”
Esta
afirmación de impotencia política de cara a las finanzas globales
fue hecha a un nivel superficial, pero Manuel no hizo ningún intento
de remediar el desbalance de poder. Las limitaciones “informales”
eran en parte una función de fluctuaciones de cambio. Como continuó
diciendo Manuel, “El asunto clave es la extensión de la movilidad
del capital y la demanda de un país por una porción del mismo.” Y
por lo tanto el instrumento de contrapoder es la aplicación de
fuertes controles de cambio. Consistente con la concepción general de
los organismos financieros, Manuel debilitó aún más los controles a
inicios del 2003.
“¡Tomaremos
Sandton!’
En
Sudáfrica la retórica puede ser confusa. Cuando Mbeki visitó
Malasia en la víspera de la conferencia de Cancún de la WTO en
septiembre del 2003, argumentó a favor de que los gobiernos del
tercer mundo unieran fuerzas con los movimientos sociales
anticapitalistas: “Ellos pueden actuar en forma que no nos guste
–rompiendo vidrieras en la calle y esto y lo otro- pero el mensaje
que comunican los une a nosotros.” En realidad, no sólo fueron
ignoradas muchas posibilidades de unidad y cooperación, sino que
fueron saboteadas activamente a lo largo de ese período, en la medida
en que Pretoria buscaba imponer el orden político sobre una sociedad
crecientemente descontenta.
El
lado represivo del gobierno del ANC fue mostrado al mundo en agosto
del 2002, durante las protestas contra la Conferencia Mundial sobre
Desarrollo Sostenible de la ONU –el arresto preventivo de cientos de
activistas de tres movimientos distintos, la prohibición de
manifestaciones pacíficas, y el uso de granadas aturdidoras en una
marcha de 800 personas que había emergido de una conferencia en la
principal universidad de Johannesburgo. Los grupos de izquierda
independiente insistieron entonces con una marcha de más de 20.000
personas desde el empobrecido suburbio de Alexandra hasta el sitio de
la conferencia en el barrio burgués de Sandton. Una combinación de
militancia –representada por la consigna, “¡Tomaremos Sandton!”
–y la atención de los medios internacionales de prensa forzó a
Pretoria a retroceder. Pero de acuerdo a Yasmin Sooka de la Fundación
de Derechos Humanos (antigua miembro de la Comisión de Verdad y
Reconciliación), “Muchos funcionarios políticos principales de las
fuerzas represivas de la época del apartheid fueron puestos a cargo
de las operaciones de seguridad... Era casi increíble ver a los policías
y soldados fuertemente armados acordonando cada pulgada de la ruta con
las armas apuntando hacia los manifestantes.” (Una marcha en apoyo
de la Conferencia por parte del ANC siguió la misma ruta dos horas
después, pero con menos de un décimo de manifestantes).
La
línea represiva de Pretoria continuó durante el 2003. Los activistas
líderes de los “townships” negros de Johannesburgo y Ciudad del
Cabo fueron repetidamente hostigados y detenidos por la policía
–principalmente en forma ilegal—por resistir desalojos,
desconexiones de agua y electricidad, y la instalación de medidores
prepagos para estos servicios. En cuanto a la campaña mundial para
hacer accesibles las medicinas contra el SIDA, Pretoria enfureció a
los activistas que luchaban por el tratamiento al retirar la principal
droga para mujeres embarazadas, Nevirapina (sobre la base de pruebas
irregulares varios años antes en Uganda), unos días antes de las
afirmaciones de Mbeki en Malasia. Cuando, a mediados del 2003, fueron
demandadas indemnizaciones por parte de grupos de activistas
perjudicados en la época del apartheid en cortes estadounidenses,
Mbeki y el ministro de justicia, Penuell Maduna requirieron
formalmente que los casos fueran desestimados, y luego revelaron que
esto se logró gracias a la colaboración de Colin Powell.
Tales
incidentes han dividido a una gran proporción de los movimientos
progresistas y a la población de bajos ingresos. Las principales
campañas de base de la izquierda independiente son las luchas por
medicinas antirretrovirales para combatir el SIDA, una cantidad vital
de agua gratis (50 litros por persona y por día), igual caso para la
electricidad (1 KW hora por persona por día), reforma agraria, fin de
los desalojos, un ingreso básico asegurado, rechazo a las deudas y
reparaciones por las ganancias logradas durante el apartheid por
capitalistas locales y extranjeros, y seguridad ante la violencia
local. Regularmente se montan protestas contra eventos neoliberales de
alto vuelo como el Foro Económico Mundial. Ocasionalmente la presión
alcanza niveles tan altos que Pretoria cede, como con el plan
largamente postergado para proveer medicinas antirretrovirales, en
noviembre del 2003, luego de batallas legales, protestas periódicas
contra las corporaciones farmacéuticas, y una campaña de
desobediencia civil dirigida contra Mbeki y sus ministros de salud y
comercio.
Los
habitantes de Soweto que se reconectaron ilegalmente a la red eléctrica
a inicios del 2000 fueron recompensados en abril del 2003 con la
anulación de sus deudas acumuladas, luego de que el ministro
responsable de la privatización trató infructuosamente de cortar la
militancia en el township. Más recientemente, el gobierno se ha
embarcado en una campaña sistemática para debilitar la militancia de
base mediante el acoso judicial e incluso la represión policial
ilegal.
Reflejando
la falta de cooperación entre la izquierda independiente y la alianza
ANC, la primera, en el 2003, organizó intensamente contra la
administración Bush. Su Coalición Anti-Guerra de 300 miembros
condujo repetidamente muchos miles de sostenedores hacia grandes
demostraciones en Johannesburgo, Ciudad del Cabo, Durban y Pretoria
–muchos más de los que asistieron a las protestas organizadas por
el ANC, COSATU, Partido Comunista y las iglesias. Mientras la retórica
antiimperialista estridente caracterizaba a la postura antiguerra del
ANC, la Coalición Anti-Guerra puntualizó estas hipocresías: la
agencia de armas Denel vendió municiones de alta tecnología por
valor de 250 millones a Bush y Blair; barcos de guerra abastecidos en
Durban en su camino hacia el Golfo Pérsico; y en julio del 2003, Bush
fue recibido calurosamente por Mbeki para discutir sobre la cooperación
militar y económica futura. Bush respondió dulcemente, designando a
Mbeki su “hombre” para la crisis de Zimbabwe. La mano africana de
Bush, Walter Kansteiner, denominó a la Nueva Alianza para el
Desarrollo de África “filosóficamente correcta”. Al mismo tiempo
la comunidad progresista de Zimbabwe y sus aliados internacionales
(incluyendo al movimiento de solidaridad Acción África, radicado en
EEUU) quedaron anonadados por la repetida apologética de Mbeki acerca
del rol opresivo de Robert Mugabe.
La
izquierda independiente de Sudáfrica continuará creciendo bajo estas
condiciones. Organizaciones que enfrentaron repetidamente al ANC y al
capital incluyen movimientos sociales y coaliciones de activistas
comunales tales como la nacional Indaba Movimientos Sociales, el Foro
Anti-Privatización de Johannesburgo, el Foro Social Thekwini de
Durban, y la Campaña contra el Desalojo del Cabo Occidental, así
como una variedad de grupos sectoriales específicos: el Proyecto de
Derechos Educativos, el Foro por la Justicia Ambiental, Jubilee SA,
Keep-Lefr, Khulumani (grupo de apoyo a las víctimas del apartheid),
el Movimiento de los Sin Tierra, el Comité de Solidaridad con
Palestina, el Comité de Crisis Eléctrica de Soweto, y a veces la
inconsistente Coalición de Organizaciones No-Gubernamentales. Se
encuentra regularmente información sobre sus luchas en los
principales canales de noticias, pero la izquierda independiente local
utiliza medios como los sitios web de Indymedia, el periódico Debate:
Voces desde la Izquierda Sudafricana, y su lista de discusión por
e-mail, y el Khanya Journal. Otra infraestructura de la izquierda
incluye institutos de investigación y entrenamiento tales como el
Centro de Desarrollo e Información Alternativo, groundWork, el
International Labour Research and Information Group, el Khanya
College, y el Centro para la Sociedad Civil de la Universidad de
Natal, la mayoría de los cuales tiene útiles sitios web. Hay, también
algunas secciones militantes del COSATU, especialmente trabajadores
municipales.
Sin
embargo, han emergido conflictos decisivos dentro de los movimientos
de izquierda independiente de Sudáfrica, especialmente acerca de cómo
relacionarse con el Partido Comunista y el COSATU. Las opiniones varían
grandemente acerca de hasta dónde atacar al propio ANC, y llevan a
debates sobre cómo (y cuándo) formar un partido político de
izquierda, y si llamar a un boicot o a una agitación en las
elecciones del 2004. En adición, permanecen los problemas
sudafricanos tradicionales de sectarismo entre todos los pequeños
partidos y facciones políticas. Otra línea divisoria importante
surge sobre cómo articular las reacciones sudafricanas al problema de
la tierra en Zimbabwe y hacia el sector de la oposición de Zimbabwe
alineado con el imperialismo. Sin embargo, mi propia impresión es que
muchos de estos conflictos se resolverán en la década por venir,
cuando se produzca un realineamiento de la izquierda.
Dos
citas resumen la situación de Sudáfrica. Primero, “El gobierno está
completamente seducido por los grandes negocios, y no puede ver más
allá de sus intereses inmediatos.” Segundo, “las facciones
sectarias de la izquierda local y extranjera... acusan a nuestro
movimiento de haber abandonado al pueblo trabajador, diciendo que
hemos adoptado e implementado políticas neoliberales. Estas facciones
aducen estar siguiendo un programa socialista. Afirman que, por el
contrario, estamos actuado como agentes de la clase capitalista local
e internacional y organizaciones multilaterales como el Banco Mundial
y el FMI, contra los intereses del pueblo trabajador.” Estas citas
son respectivamente del editor (neoliberal) del periódico Business
Day en junio del 2003, y del discurso de Mbeki en una conferencia política
del ANC en septiembre del 2002, y revelan una conciencia en la élite
en el sentido de que el décimo aniversario de la libertad sudafricana
no será un motivo de festejos para aquellos que habían esperado una
ruptura genuina con el apartheid. Quizá el vigésimo aniversario nos
permita un informe más alentador.
Nota:
Lecturas ulteriores sugeridas:
Para un análisis e información mayor, recomiendo varios sitios Web:
http://southafrica.indymedia.org/, y http://www.aidc.org.za/. Numerosos
libros, escritos principalmente por intelectuales independientes en
los últimos años, revelan la profundidad y extensión de la crítica
radical: S. Kimani, ed, The Right to Dissent (Johannesburg: Freedom of
Expression Institute, 2003); F. Barchiesi & T. Bramble, eds.,
Rethinking the Labour Movement in the ‘New South Africa’
(Aldershot: Ashgate, 2003); N. Alexander, An Ordinary Country
(Pietermaritzburg: University of Natal Press, 2002); S. Jacobs &
R. Calland, eds., Thabo Mbeki’s World (London: Zed Books &
Pietermaritzburg: University of Natal Press, 2002); G. Hart, Disabling
Globalization (Pietermaritzburg: University of Natal Press &
Berkeley: University of California Press, 2002); A. Desai, We are the
Poors (New York: Monthly Review Press, 2002); D. McDonald, ed.,
Environmental Justice in South Africa (University of Cape Town Press,
2002); D. McDonald & J. Pape, eds., Cost Recovery and the Crisis
of Service Delivery in South Africa (London: Zed Books & Pretoria:
HSRC Publications, 2002); J. Duncan, Broadcasting and the National
Question (Johannesburg: Freedom of Expression Institute, 2002); T.
Bell, & D. Ntsebeza, Unfinished Business (London: Verso & Cape
Town: RedWorks, 2001); S. Adams, Comrade Minister (New York: Nova
Science Publishers, 2001); and H. Marais South Africa Limits to Change
(London: Zed Books & University of Cape Town Press, 2000). Mi propio esfuerzo más reciente para documentar el
problema del neoliberalismo en Sudáfrica es Unsustainable South
Africa: Environment, Development and Social Protest (London: Merlin
Press & Pietermaritzburg: University of Natal Press, 2002).
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