Etnicidad,
tribu y Estado
Por
John Lonsdale (*)
Revista
Pueblos, Madrid, 07/02/08
Traducción de Belén Cuadrado
Los
numerosos comentarios que se han vertido estos días sobre
la crisis en Kenia tienden a culpar a la rivalidad tribal, a
un cínico cálculo político o a la combinación de ambos;
con el corrupto proceso electoral visto como un involuntario
catalizador, o peor, el deliberado instigador que despierta
la latente hostilidad tribal. El imperialismo británico ha
recibido también su previsible cuota de críticas por
inventar la ahora práctica indígena keniana de divide y
vencerás [2].
Aunque
todas estas explicaciones tienen su mérito también pueden
confundir al incauto, ya que todas ellas tratan de minimizar
las espinosas relaciones que existen entre la etnicidad como
atributo humano, el tribalismo politizado como un proceso
contingente y el Estado –cualquier Estado, colonial o de
otro tipo– como centro de operaciones de un ampliamente
contestado pero siempre desigual poder. Enfocando el tema
sobre dichos factores, ¿cómo se puede aclarar entonces el
continuo tumulto en Kenia?
Una
formación colonial
En
el siglo XIX, en el área que después vino a ser conocida
como "Kenia", no había Estado. El comportamiento
de sus gentes, su etnicidad, estaba moldeada por su
subsistencia: agricultura, ganadería o una mezcla de ambas.
Tales grupos étnicos no eran bandas, ni “tribus”. Las
lealtades y las rivalidades tenían menos importancia que
los linajes patriarcales, las alianzas matrimoniales, las
generaciones, las asociaciones comerciales o el
clientelismo.
Los
grupos étnicos se constituían más debido a discusiones
internas por la adquisición de honor en las desiguales
vidas de patrón o protegido, que por solidaridad ante
extranjeros. Las economías étnicas eran tan a menudo
complementarias como competitivas, con diferentes características.
Sin embargo tal interetnicidad –que también tenía sus
fricciones– era posible gracias a la ausencia de un poder
central que pudiera organizar los grupos en relaciones jerárquicas.
Una “rivalidad tribal” no podía existir bajo tales
condiciones de descentralización y baja densidad de población.
Fue
la rivalidad europea quién importó el Estado, este moderno
Leviatán, a finales del siglo XIX. Se implantó, como todos
los Estados, a través de la fuerza y conducido por
intereses privados. Sus oficiales británicos se aliaron con
líderes africanos demasiado débiles como para ser rivales;
y ocasionalmente hicieron algo para refrenar los
autodestructivos excesos de esos potencialmente
superpoderosos individuos, los colonos blancos. El Estado
colonial dependía de Westminster pero le temía al virrey
de la India.
Ya
después de la independencia, el primer ministro de la
historia del país, Jawaharlal Nehru –los indios eran
bastante más numerosos que los blancos británicos en
Kenia– se posicionó en cierta medida entre los africanos
y los colonos tratando de mitigar las fricciones entre
ellos. Más tarde, los colonos y los africanos acabaron por
tomar el Estado y las facilidades que éste proveía y lo
que había sido previamente un mosaico multipolar de nodos
dispersos de energía social productiva, se convirtió,
dentro de las nuevas fronteras de Kenia, en una pirámide
compuesta por capas de riqueza y poder que dividió
desigualmente al país en dos centros claves –uno
"blanco" y otro negro– y muchas periferias
marginalizadas.
Los
colonos blancos se quedaron con el 20% de las tierras más fértiles
de Kenia. Pero como estos colonos no consiguieron producir
bastantes rentas públicas y bloquearon la oportunidad
africana, los británicos empezaron a estimular cada vez más
la agricultura africana en el otro 80 %. Así el segundo
centro económico se constituyó en la tierra de los Kikuyu:
patria del 20 % de la población, cerca de la capital,
Nairobi; tranquila y atractiva para los misioneros y con más
escuelas que en ninguna otra parte. Por accidente geográfico
entonces, los Kikuyu tomaron la delantera a la hora de
obtener beneficios (esencial si se tienen ambiciones políticas)
y de adquirir modernas técnicas administrativas.
Muchos
nacionalismos empiezan entre aquellos sujetos que progresan
en y que son más útiles al antiguo régimen; sus
frustraciones son más intensas, sus oportunidades mayores.
Sin embargo, aunque esto podría explicar el liderazgo de
los Kikuyu en el nacionalismo anti–colonial, no sirve para
entender su implicación en el Mau Mau, su sigiloso y
violento vástago. Este punto es clave para comprender el
presente.
Una
transformación social
Bajo
las nuevas circunstancias, otros grupos étnicos no tan bien
situados intentaron salir adelante lo mejor que pudieron.
Fueron a menudo dirigidos por un patriotismo local inspirado
en la Biblia, traducida por los misioneros a sus lenguas
vernáculas, que contaba de un pueblo esclavizado que se
convirtió en una nación tribal. Se embarcaron, con una
combinación de esperanza y desesperación, en cadenas
migratorias para escapar de la miseria de las periferias (no
muy distintos de los escoceses o los irlandeses en
comparables circunstancias) y ocupar particulares focos de
empleo: en el ferrocarril, en granjas y plantaciones de
blancos, en el servicio doméstico o en la policía y en el
ejército. Otros incluso llegaron a dominar la trata de
ganado.
Oficiales
y patronos explotaron estas varias posibilidades y
estereotiparon las supuestas cualidades étnicas de cada
grupo. Así fue como los británicos ayudaron a reforzar las
divisiones étnicas que se profundizaron debido a
potenciales diferentes de movilidad social. Gran Bretaña no
simplemente dividió para poder gobernar.
La
emergencia de una conciencia étnica también se produjo a
través de debates locales sobre la manera en que géneros,
generaciones, ricos y pobres se deberían relacionar, como
si las desigualdades más antiguas fueran transformadas en
nuevas diferenciaciones menos sensibles a los ancianos códigos
morales de honor.
En
ninguna parte fue tal diferenciación tan marcada como entre
los Kikuyu. Sus efectos fueron políticamente agudos a
partir de 1945, cuando los colonos patronos de las
"tierras altas blancas" del Valle del Rift
mecanizaron la producción y la extensa diáspora Kikuyu de
trabajadores que ocupaba la región rechazó las pésimas
condiciones que les fueron ofrecidas. Estos
“ex–ocupas” volvieron a sus tierras de origen, a unas
cada vez más pobladas “reservas” de propiedad
protegida, e intentaron recuperar un hogar. Pero fracasaron
y tuvieron que trasladarse a los barrios pobres de los
suburbios de Nairobi donde continuamente se repetían la
pregunta: “Entonces, ¿cómo puedo vivir como un honorable
Kikuyu?". Esto fue lo que separó a los militantes del
Mau Mau de los patrones, propietarios de tierras y políticamente
más conservadores –liderados por Jomo Kenyatta– que
fueron los primeros que los inspiraron.
Una
competición política
Los
horrores que prosiguieron a la guerra de “emergencia”
del Mau Mau de la década de los 50 probaron el potencial
represivo de un Estado colonial estrechamente aliado a los
colonos, sus clientes más fuertes. Aunque la relativa calma
de la descolonización de 1963 probó de igual modo las
ventajas del poder de un Estado saliente que no solamente
dependía de sus raíces locales, en claro contraste con el
turbulento final de Rodesia. El Estado post–colonial
–enraizado en una sociedad competitiva, por buenas razones
históricas– se perfiló en un modelo peculiar; ya que el
Estado se convirtió en el único medio por el cual los
africanos podían aspirar a escalar las altas cumbres
dominantes de la economía contra intereses racialmente
atrincherados, en tierras, comercio y finanzas.
En
años recientes, el Estado continúa teniendo este papel, a
través de medios cada vez más tortuosos, para atender las
demandas externas de "liberalización". El acceso
al poder del Estado es, por tanto, importante. Éste está
concentrado en un presidente ejecutivo, ahora directamente
elegido democráticamente, con capacidades para manipular
todas las instituciones públicas, incluido el Parlamento,
que está constituido por miembros individualmente elegidos
por distritos electorales que, ya sea aislados o agrupados
en zonas contiguas, coinciden con lo que se ha convertido en
territorios tribales.
En
consecuencia, la competición para poder compartir este
poder está marcada por una responsabilidad étnica interna
y por una rivalidad tribal. El presidente Kenyatta y su
elite Kikuyu aliviaron el honor frustrado de sus Kikuyu
pobres con esquemas de asentamientos en las disputadas
“tierras altas blancas” (de las cuales la mayor parte,
ha pertenecido históricamente a grupos menos favorecidos de
Maasai y Kalenjin). Su sucesor Daniel Arap Moi, encontrando
menos margen de movimiento para sus propios Kalenjin pobres,
tuvo que trabajar más para crear para ellos una elite étnica.
Los
políticos generalmente justifican sus privilegios
esculpiendo beneficios étnicos en la generosidad del
Estado. Pero (tanto en Kenia como en otros lugares) esta
tendencia extractiva de los bienes comunes se enfrentó a
crecientes presiones. La ferocidad de la competición por
compartir algo del poder del Estado aumentó a medida que
pasaba el tiempo, con el aumento de la población, con el
agotamiento de las lluvias fértiles que posibilitaban una
oportunidad de africanización post–colonial y con las ásperas
condiciones que adquirió la situación del comercio de
productos primarios.
Fue
bastante fácil para Kenyatta asegurar que todos, más o
menos, disfrutaran de su turno "para comer" en el
sistema de coaliciones étnicas en las que la mayoría
parlamentaria reposaba. Sin embargo, fue más difícil para
Moi. A medida que las apuestas políticas aumentaban, fue
siendo más tentador atraer y recompensar a los propios
seguidores étnicos con oportunidades oficialmente negables
para enriquecerse corruptamente a expensas de aquellos que
eran ahora rivales tribales en tierras, propiedades urbanas
o comercio a pequeña escala. Con cada elección
“comprada”, la ira popular crecía entre los ciudadanos
kenianos – incluso llegaron a ejercer presión para crear
un cambio constitucional que reforzara el parlamento a
expensas de la presidencia.
¿Una
transición nacional?
Un
nuevo presidente, Mwai Kibaki fue elegido en 2002 para
limpiar los establos egeos. Pero en este esfuerzo
decepcionaría a sus compinches Kikuyu. Ahora, en las
elecciones presidenciales del 27 de diciembre de 2007, a
muchos les pareció que había roto las reglas tácitas de
la competición nacional, fue la gota que colmó el vaso. El
que la oposición haya sido, como así parece, simplemente
menos hábil en amañar las elecciones, no hace la
reconciliación más fácil. Parte de la oposición violenta
que siguió está, claramente, políticamente dirigida. Pero
los hechos más violentos, perpetrados por “guerreros”
Kalenjin contra “inmigrantes” Kikuyu en el Valle del
Rift, pueden haber rebasado los límites de tal tribalismo
manufacturado de elite para convertirse en un horrible eco
del Mau Mau, por ser algo interno, generacional, una
revuelta étnica en contra de los compromisos que la
reciente creada elite Kalenjin contrajo con los “viejos
poderosos” Kikuyu de Kenyatta.
Se
puede decir que existen actualmente dos dinámicas
diferentes actuando en Kenia: una disidencia étnica interna
acompañada de una rivalidad tribal externa. Ninguna de las
dos puede ser desactivada sin reescribir las reglas de la
competición política por el poder en un Estado que tendría
que ser diferente, llamémosle un Estado
“post–post–colonial”. Éste no tendría que estar
tan estrechamente ligado a sus clientes más fuertes y debería
ofrecer sus servicios desinteresadamente a toda la población.
Así, los kenianos podrían sentirse más como ciudadanos
que como clientes étnicamente definidos. Quizás sea mucho
pedir.
Con
todo esto, Kenia se enfrenta a dos posibles futuros. Por un
lado, la inter–etnicidad vista como normal por la mayoría
en sus vidas diarias puede haber sido envenenada por la
violencia reciente, lo que pronosticaría un Estado roto.
Por otro, el shock puede haber persuadido a las elites
kenianas de aceptar, siguiendo las ideas de Burke, que un
Estado que no tiene las herramientas necesarias para
transformarse, tampoco las tiene para conservarse. Quizás
haya un rayo de esperanza si la oposición consigue que su
representante electo sea el portavoz del nuevo parlamento.
Notas:
(*)
John Lonsdale es profesor emérito de Historia Africana
Moderna y miembro del Trinity College de Cambridge. Este artículo
fue publicado originalmente en Open Democracy y reproducido
por Pambazuka News (22–01–2008).
[1]
(ver Caroline Elkins, “What’s Tearing Kenya Apart? History,
for One Thing” – “¿Qué está haciendo pedazos Kenia?
Para empezar, Historia.”, Washington Post, 6 de Enero de
2008).
[2]
(ver Caroline Elkins, “What’s Tearing Kenya Apart? History,
for One Thing” – “¿Qué está haciendo pedazos Kenia?
Para empezar, Historia.”, Washington Post, 6 de Enero de
2008).
|