No
busquemos revolucionarios donde no los hay
Por
Mukoma Wa Ngugi (*)
Black
Agenda Report, 06/02/08
Rebelión,
08/02/08
Traducido por Jesus Maria y Mariola Garcia Pedrajas (**)
“Un
movimiento popular hubiera dirigido sus energías y su rabia
al estado, no a otra etnia”
No
se puede comprender completamente lo que está ocurriendo en
Kenya y África sin tener en cuenta la naturaleza cambiante
de los movimientos de oposición y las diferencias entre un
movimiento popular, o una revolución democrática, y una plétora
de movimientos que consolidan instituciones democráticas
para el capital internacional, mientras que vuelan bajo el
radar de la democracia.
Aunque
aquí estamos hablando principalmente de Raila Odinga y el
Movimiento Democrático Naranja (ODM), igualmente podríamos
hablar de Mwai Kibaki y el Partido de Unidad Nacional (PNU).
Es tan solo porque el ODM ha cultivado la imagen de
movimiento popular comprometido con una revolución democrática
por lo que atraigo su atención sobre él. Amilcar Cabral
dijo una vez “no digas mentiras, no te atribuyas pequeñas
victorias.” Es con ese espíritu que escribo este artículo.
Déjenme
comenzar apuntando a la cuestión de la etnicidad, y decir
lo siguiente: de la misma manera que debería sorprenderle
encontrar a un norteamericano blanco que negara la
existencia de racismo en la política americana, debería
estarlo de encontrar a un africano que negara que el
etnocentrismo está estrechamente ligado en la política del
continente. El racismo es una invención histórica que
cumple una función, al igual que el tribalismo. De la misma
manera que los líderes occidentales manipulan la raza y el
miedo con fines políticos, así lo hacen los líderes
africanos. El etnocentrismo puede ser inocuo o
extremadamente peligroso, dependiendo de quién lo emplee.
La etnocracia, como una estructura de poder racista, existe
hasta el punto de que es capaz de ocultar a las víctimas y
los activistas las razones últimas de la explotación
social, política y económica. Lleva en la dirección errónea.
“El
racismo es una invención histórica que cumple una función,
al igual que el tribalismo.”
Consideremos
también las palabras de Kwame Ture en el sentido de que no
debe confundirse el éxito individual con el éxito
colectivo. La mayoría de los keniatas (luos, kikuyus,
luhyas, etc.) son pobres. El 60% de los keniatas viven con
menos de dos dólares al día, independientemente de la
etnia. La élite kikuyu vive a expensas de los pobres
kikuyus, al igual que en el resto de las etnias. Existen
muchas más similitudes entre los pobres de las diversas
etnias, que entre los ricos y los pobres de la misma etnia.
Tanto el racismo, como en nacionalismo y la etnocracia piden
a los pobres que mueran en defensa de estructuras económicas
y sociales que les hacen permanecer en la pobreza. No
sorprende que, tanto los asesinos como las víctimas en
Kenia de las pasadas semanas, sean pobres y que estos crímenes
crucen las líneas entre las etnias pero no entre las
clases.
Y
de la misma manera que ,conforme pasa el tiempo, los
partidos políticos en occidente acaban representando
posiciones diferentes y contradictorias, lo mismo pasa con
los partidos políticos africanos. En las dictaduras de los
70s, 80s y 90s, los partidos de la oposición eran los
“buenos”. Los analistas de política internacional de
ideas progresistas siguen trabajando con esa mentalidad, lo
que nos ha cegado ante las llamativas contradicciones de
nuestros días. La suposición de que oposición significa
automáticamente poder popular no puede ser mantenida en un
análisis que tenga en cuenta los complejos cambios en la
política africana de las dos ultimas décadas. Tomemos el
ejemplo de Zimbawe. La oposición Movimiento por un Cambio
Democrático es un partido neo–liberal. Llamarlo
revolucionario o anti–imperialista sería erróneo. En
Kenia tanto el gobierno actual como la oposición
intercambian miembros de forma fluida mientras se posicionan
y reposicionan y ponen sus ojos en el reparto del pastel.
William Ruto, un líder del partido de la oposición ODM,
fue anteriormente tesorero de las Juventudes de KANU, una
organización de matones creada por el antiguo dictador Moi,
y que está ahora del lado de Kibaki. Y el reciente
asesinato de 50 personas en una iglesia tuvo lugar en
Eldoret, representada por William Ruto en el parlamento
durante muchos años.
Por
lo tanto no todos los partidos de oposición son
anti–imperialistas u opuestos a la consolidación del
capital global en el mundo. En un momento en que los países
ricos y sus élites se están haciendo más ricos, y las
naciones más pobres y los pobres de esas naciones se están
volviendo más pobres, algunos partidos de oposición elegirán
el lado del capital global. Al ODM pertenecen algunas de las
personas más ricas del país. Por ejemplo, la familia de
Odinga es la dueña de Spectre Internacional, una compañía
de melazas, junto con una multinacional del petróleo y una
empresa de minería de diamantes. La prensa internacional
que se refiere a Odinga como un “millonario
extravagante”, no va completamente descaminada.
“El
60% de keniatas, pertenecientes a todas las etnias, viven
con menos de dos dólares al día.”
Con
todo lo dicho, se hace evidente que hay que analizar que
significa ser un movimiento popular. Para que un movimiento
político popular sea efectivo debe ser solidario con el
pueblo sin importar la etnia. Dicho de otra manera, un
movimiento popular tiene que basarse en la conciencia de un
colectivo oprimido. Como el ODM no tiene las raíces que se
desarrollan con años de trabajo con y para la gente, solo
puede fomentar el descontento apuntando a otra etnia más
que organizando al país entero en contra de la explotación
de las élites. Como todos los movimientos populistas, toma
los peores miedos de la gente (miedo a la dominación de los
kikuyo por ejemplo) y los pone en juego en el teatro político
nacional. Un movimiento popular por el contrario
desenmascara esos miedos para revelar como el poder y la
riqueza están siendo distribuidos. Como el OMD no ha hecho
esto, sus seguidores han identificado a sus compañeros
pobres kikuyu como el enemigo. Un movimiento popular hubiera
dirigido sus energías y su rabia al estado, no a otra
etnia.
Un
movimiento de poder popular declara su solidaridad con otras
gentes marginadas a lo largo del mundo. Tiene una visión
orientada al tercer mundo. Un movimiento de poder popular,
debido a que su visión crece estrechamente con su lucha y
compromiso con el pueblo, se posiciona en contra del orden
económico internacional de explotación ya que sus bases
están empobrecidas debido a ese orden. El OMD no se puede
definir como radical, panafricano o orientado a las gentes
del tercer mundo, mas bien su conciencia es populista.
Además,
la imagen, la fachada, de un movimiento popular puede ser
usada por una élite nacional con el objeto de tomar el
poder para el capital internacional. Más que usar el
termino populista/poder del pueblo para referirse al ODM, es
apropiado tomar un termino del Instituto Republicano
Internacional (IRI). El termino que el IRI usa es
“consolidación de la democracia”, refiriéndose a una técnica
que se usó en la Revolución Naranja ucraniana y en Haití
en contra de Aristide. La consolidación de la democracia
consiste en poner juntas una serie de organizaciones civiles
(religiosas, universidades, ONGs locales, organizaciones de
mujeres, etc.) y unirlas con varios facciones de la oposición
para formar una gran fuerza electoral. El único propósito
de la consolidación de la democracia es echar del poder al
gobierno del momento. No hay ninguna ideología coherente
subyacente a este propósito, ningún interés en darle
poder al pueblo, o devolverles el control de las
instituciones políticas o económicas. Más que desarrollar
raíces reales con el pueblo de forma que una vez en el
poder se convierta en una extensión de éste, el ODM ha
tomado el camino fácil de consolidación de la democracia
siguiendo el modelo del IRI.
“No
todos los partidos de oposición son anti–imperialistas u
opuestos a la consolidación del capital global en el
mundo.”
Necesitamos
urgentemente distinguir entre un movimiento de poder popular
(tales como los que hemos visto en Latinoamérica),
movimientos populistas, y movimientos neo–liberales de
oposición que consolidan instituciones democráticas para
servir al capitalismo global. Los movimientos populares son
una quinta columna normalmente opuestos a influencias del
poder legislativo, ejecutivo, judicial y militar. Cuando
llegan al poder de forma democrática, inmediatamente
intentan transformar los otro cuatro poderes en instrumentos
revolucionarios. Se promulgan leyes para nacionalizar los
recursos y redistribuir la tierra. Las fuerzas armadas se
transforman de un instrumento de intimidación en uno que
ayuda en momentos de desastres, en resumen, un movimiento
popular pone al pueblo en el centro del estado. Cuando un
movimiento que ha estado consolidando la democracia toma el
poder hace lo contrario, y las instituciones democráticas
se convierten en instrumentos al servicio del capital global
y de la política exterior de EEUU. (Liberia, por ejemplo,
tras trabajar con el IRI es uno de los pocos países que ha
abierto sus puertas al Comando Central Africano de EEUU). Si
los misioneros pavimentaron el camino hacia el colonialismo,
los evangelistas de las democracias occidentales como el IRI
pavimentan el camino a la intervención de EEUU.
Deberíamos
al menos considerar que el OMD en estas últimas semanas no
ha estado dedicado a la última fase de una revolución
popular sino más bien a la consolidación de una democracia
neo–liberal, usando al pueblo como ariete en contra del
estado. Aquí es donde el partido neo–liberal llama a
millones a tomar las calles con la esperanza de inmovilizar
al estado. Como la consolidación de democracia requiere
violencia por parte del estado y protestas de la gente,
Raila pudo decir con todo cinismo a un periodista de la BBC
que “Me niego a que me pidan que le de a los keniatas un
anestésico para que los puedan violar.”
En
el caso de que os lo estéis preguntando, dejadme decir
esto: para los progresistas Kibaki no es la respuesta. Antes
de las elecciones, la Comisión de los Derechos Humanos de
Kenia hizo público un informe que implica a la policía
keniata en el asesinato extra–judicial de casi 500 hombres
jóvenes, todos de áreas castigadas por la pobreza tales
como Kibera y Mathare, áreas de chabolas que están ahora
mismo en llamas. Esto es un recordatorio desolador de que un
6% de crecimiento económico no supuso ningún cambio en el
nivel de vida del pueblo. Además, que hubo fraude en el
voto es casi seguro. Suficientes dudas han generado los
miembros de la comisión electoral al hacer de un recuento,
una reelección o cualquier otra solución adecuada una
cuestión de principio democrático.
Si
el país tiene que sanar, reconciliarse y encontrar
justicia, las voces progresistas deberían pedir una
investigación de la ONU sobre la limpieza étnica que tuvo
lugar después de las elecciones en diciembre – enero en
Eldoret y otras áreas. Debería pedirse y apoyar una
investigación de la ONU sobre los asesinatos
extrajudiciales de 500 jóvenes el año pasado; las matanzas
del Valle del Rift en 1994 donde según informes cientos de
Kikuyus fueron asesinados y miles desplazados durante el régimen
de Moi, y la masacre de Wagalla de 1984 (de nuevo durante el
régimen de Moi) en la que cientos de keniatas somalíes
fueron asesinados a balazos.
Los
progresistas deberían también hacer una llamada para que
la crisis se resuelva dentro de las estructuras democráticas.
Cuando Bush ganó unas elecciones que el resto del mundo
considero fraudulentas, no le pedimos a Al Gore que tratara
de echar al gobierno por medio de una revolución Naranja,
no le pedimos que dividiera al país de acuerdo con la raza,
negros contra blancos, blancos contra latinos; le pedimos
encontrar una solución por medios pacíficos y democráticos.
Y por esa razón, EEUU se mantiene en pie a pesar de Bush.
Al Gore no pidió un recuento de todos los votos o repetir
las elecciones. Cualquier medio que se elija para solucionar
esta situación tiene que ser una que mantenga a Kenia sobre
sus pies para las siguientes generaciones.
La
suplica que os hago es esta: no busquemos revolucionarios
donde no los hay. La solidaridad internacional debería
estar con el pueblo de Kenia y no con líderes individuales.
Un país entero esta en riesgo. Lo mejor para Kenia ahora
mismo es volver a la senda de la no violencia, ser gobernada
por estructuras democráticas con principios que duraran más
que Raila y Kibaki. Es esto lo que hará posible un gobierno
del pueblo a través de una revolución democrática.
(*)
Mukoma wa Ngugi es co–editor de Pambuza News, autor de
“Hurling Words at Consciousness” y un columnista político
para la “BBC Focus on Africa Magazine”. El artículo
original apareció en Pambuza News.
(**)
Jesus Maria y Mariola Garcia Pedrajas son colaboradores de
Rebelión. Esta traducción se puede reproducir libremente a
condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a
la traductora y la fuente.
La
violencia nace de la abismal desigualdad
Por
Najum Mushtaq
Inter Press Service (IPS), febrero 2008
No
sólo el presunto fraude electoral y rivalidades étnicas
han envuelto a Kenia en la violencia. La desigualdad económica
es un elemento que promete mantener vivo el enfrentamiento
interno.
"Debemos
encarar los temas fundamentales que están en la raíz de
los disturbios, como una distribución más equitativa de
los recursos. En caso contrario, seremos testigos de lo
mismo en tres o cuatro años", declaró Kofi Annan, el
ex secretario general de la Organización de las Naciones
Unidas (ONU) que intenta mediar en el conflicto.
El
martes 29 de enero, Annan instó al presidente Mwai Kibaki y
al líder opositor Raila Odinga, quien denunció fraude en
las elecciones de diciembre, a "hacer todo lo
posible" para restaurar la paz. Dijo que les ofrecería
un "mapa de ruta" para las negociaciones.
La
reunión se produjo luego de que la muerte del diputado
Mugabe Were, del opositor Movimiento Democrático Naranja,
encendiera una nueva ola de enfrentamientos que dejó al
menos siete muertos en Nairobi.
Más
de 1.000 personas perdieron la vida y al menos 250.000
fueron desplazadas de sus hogares por la violencia que se
desató luego de que Kibaki se adjudicara la victoria en los
comicios.
Incluso
en el caso de que Kibaki, quien pertenece a la mayoritaria
etnia kikuyu, y Odinga, representante de los minoritarios
luos, lleguen a un acuerdo para compartir el poder, las
causas crónicas de la violencia tribal, políticas y económicas
permanecerán como una amenaza potencial.
"La
caracterización del conflicto como un problema étnico es
simplista. El acceso a la tierra, la vivienda y al agua son
los motivos reales, enmascarados por las diferencias
tribales y disparados por las rivalidades políticas",
señaló un socorrista dinamarqués. "Existe un
innegable componente clasista", agregó.
"Sólo
un grupo social salió a la calle para protestar contra el
fraude electoral: los más pobres entre los pobres, los
desocupados y los sin tierra. Los que participan de la
violencia pertenecen a una única clase social", dijo
Millicent Ogutu, quien trabaja en una compañía de medios
con sede en Nairobi.
Los
barrios marginales han sido los únicos focos de violencia
en Nairobi y este cuadro se ha repetido en otras zonas del
país.
"¿Ha
visto a alguna persona de clase media de cualquiera de las
etnias gritando consignas contra Kibaki u Odinga?",
preguntó Raphael Karanja, un periodista radial.
"Los
que protestan son los que tienen una equivocada fe en el
poder del sufragio y que creen genuinamente que su voto
puede generar un cambio que lleve a mejores políticas económicas
que alivien sus problemas de falta de tierra, vivienda y
agua potable", argumentó.
La
mayoría de los manifestantes pertenecen a las etnias luo y
klenjin, mientras que el mayor número de víctimas de la
violencia han sido kikuyos. Pero esta línea divisoria
racial oculta patrones históricos de inequitativa
distribución de los recursos en Kenia.
El
principal problema es la distribución de la tierra.
"El Estado mostró una escandalosa parcialidad a favor
de una tribu, a expensas de todas las demás, cuando el país
logró la independencia y las parcelas abandonadas por los
británicos fueron distribuidas entre la población
local", señaló un profesor de economía de la
Universidad de Nairobi, quien no reveló su nombre porque es
un empleado gubernamental.
Los
kikuyos se apoderaron de la mayor parte de la tierra,
incluso en áreas que jamás habían ocupado, porque
controlaban el primer gobierno independiente, que les otorgó
un tratamiento preferencial y créditos para comprarla.
"Esto
provocó que familias kikuyu obtuvieran tierras en medio de
zonas tradicionales de otras tribus, especialmente en el fértil
valle del Rift, la principal región de violencia electoral
desde que se introdujo en Kenia un sistema multipartidista
en 1962", afirmó el profesor de economía.
Las
elecciones de 2007 no fueron las primeras fraudulentas, ni
las primeras en generar violencia al conocerse los amañados
resultados. Lo mismo ocurrió en 1992 y, en mayor escala,
durante y después de los comicios de 1997.
La
vivienda y el acceso al agua potable son otros dos temas de
peso en las zonas donde viven los pobres, y están
directamente relacionados con la corrupción.
"La
brecha entre la pequeña minoría rica y la mayoría de
pobres se ha extendido tanto durante los últimos años que,
incluso si un ciudadano común tiene los recursos y quiere
construirse una casa decente, encuentra trabas burocráticas
a cada paso que no puede superar si no soborna a
funcionarios corruptos", señaló Ogutu.
No
hay barrios de clase media en Nairobi. Sólo sofisticadas
viviendas o áreas marginales.
"Los
ricos se han vuelto súper ricos y adoptaron una cultura de
consumo desenfrenado, con grandes y costosos automóviles y
casas aún más grandes y caras. Por otra parte, los pobres
se empobrecieron más. La clase media se redujo, con unos
pocos que han logrado un ascenso social y una mayoría que
sobrevive al borde del abismo económico y social",
afirmó el profesor.
Los
pobres pensaban que la democracia les posibilitaría influir
en las políticas gubernamentales. Odinga aumentó sus
expectativas haciendo campaña como el "candidato del
pueblo" y "campeón de los pobres". Recibió
votos de miembros de todas las etnias.
"Luego
de la pacífica transición de 2002, la mayoría de los
keniatas tuvieron fe en que podrían provocar otro cambio
con su voto, lo cual explica la pacífica participación sin
precedentes en las elecciones de diciembre del año
pasado", comentó Ogutu.
"Esa
fe ha sido irreparablemente dañada. Puede haber una frágil
y momentánea paz, pero no cambiará nada para ellos. Estarán
de vuelta en las calles, más tarde o más temprano",
concluyó.
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