La
pesadilla interminable del pueblo chadiano
Por
Delaville
Sew de Séwé
LibrAfrique,
24/01/08
Revista
Pueblos, 14/02/08
Traducido
por Belén Cuadrado
El país está perdido, náufrago, rozando el caos en el
abismo total. El Chad está atrapado en el engranaje de una
violencia interminable. La escalada de violencia prosigue
con consecuencias desastrosas para las vidas humanas y
ruinosas para la economía del país. Nacido y crecido en la
guerra, como muchos jóvenes de mi generación que han sido
sacrificados en el altar de intereses codiciosos y egoístas.
Como
muchos otros chadianos, a menudo me planteo la siguiente
pregunta: ¿está maldito nuestro país? La observación es
severa, dirán algunos. Cuando tenía 5 años vivía en mi
aldea natal y recuerdo que mi madre me despertaba todas las
noches para decirme: debemos irnos, los codos han llegado al
pueblo. Estos son los hombres del General Kamougué y kotiga.
Todo
el pueblo se veía así forzado a abandonar sus casas y a
buscar refugio en los bosques hasta la madrugada. Estas
escenas maquiavélicas se repiten prácticamente todas las
noches, de temporada en temporada. Entonces estábamos
atrapados entre el yunque de las fuerzas gubernamentales que
nos tachaban de cómplices de los codos y el martillo de los
rebeldes, que no dudaban en matar, saquear, violar y
llevarse a los niños para transformarlos en soldados en sus
zonas de acción.
A
cada incursión, estos depredadores desposeían sin vergüenza
alguna a los pobres aldeanos de su ganado, vaciaban los
escasos graneros de cereales y volvían alegremente a la
selva con su indigno botín, adquirido a veces a precio de
vidas inocentes.
Treinta
años después, el país sigue siendo escenario de
atrocidades inimaginables. El país está perdido, náufrago,
rozando el caos en el abismo total. El Chad está atrapado
en el engranaje de una violencia interminable. La escalada
de violencia prosigue con consecuencias desastrosas para las
vidas humanas y ruinosas para la economía del país. Nacido
y crecido en la guerra, como muchos jóvenes de mi generación
que han sido sacrificados en el altar de intereses
codiciosos y egoístas.
Los
regímenes se suceden, del Partido Progresista Chadiano al
Movimiento Patriótico de Salud, de promesas en promesas,
pero esto no es más que la continuidad en el cambio. Cuando
una mínima esperanza se perfila en el horizonte, se apaga rápidamente,
el país se tropieza de nuevo y recae en la violencia. El
pueblo chadiano se encuentra siempre buscando una salvación,
que le es rehusada por esos hombres políticos sin
honestidad elegidos para defenderlos.
Hace
algunos años, bajo Ngarta Tombalbaye e Hissene Habré, los
pretextos para tal desgarro eran éticos y religiosos,
Ibrahim contra Abraham. Hoy, hermanos, miembros de un mismo
clan, de un mismo pueblo, se dejan atrapar en guerras
atroces. Quién se equivoca o quién tiene razón no es la
cuestión. El caso es que el pueblo se encuentra secuestrado
en una pesadilla interminable, esperando siempre al Mesías,
al Liberador, que esta vez sea diferente de los otros. Pero
NADA. El pueblo chadiano que no pide otra cosa que la paz,
ve cotidianamente como sus hijos se extinguen bajo las balas
de los empresarios de la violencia o bajo el fardo de la
miseria. Ninguna capa de la población se salva. Los
ganaderos, los agricultores, los comerciantes, los
funcionarios, los estudiantes, los jóvenes graduados
asisten, impotentes, al deterioro de sus condiciones de
vida. Para los jóvenes, el avenir se anuncia sin esperanza
y los sueños, apagados para siempre.
Las
organizaciones rebeldes que reciben enormes sustentos
financieros y materiales de todo tipo, no tienen nada que
perder, incluso si la victoria se anuncia larga. La rebelión
es un negocio tan lucrativo que no es sorprendente ver a
algunos de ellos aferrarse al título ridículo de
opositores, de por vida. Se oponen a todos los regímenes.
Otros entre ellos, con convicciones malsanas traban y
retraban indefinidamente alianzas con fines puramente
intestinales.
En
cuanto a los inquilinos actuales, su actividad favorita es
el pillaje de los recursos nacionales, a gran escala. A esta
hemorragia de nuestras riquezas, se añaden las violaciones,
las masacres, la exclusión de otras entidades de la
sociedad chadiana, el clientelismo y todos los males que
minan la gestión racional de un país. No dejan nada al
azar. Desde puestos jugosos de la economía chadiana
(finanzas, petróleo, aduanas, transporte o seguridad) a la
venta de carbón, pasando por el transporte urbano
(autobuses y taxis). Controlan absolutamente todo en todas
partes. Sus hijitos se pasean en gordas y rutilantes
cilindradas, el último grito,... sin matrícula,
intimidando a su paso a los leales agentes de la paz. Estos
hijos de nuevos ricos, generalmente menores, se rocían las
gargantas con decenas de botellas de champaña en el curso
de una sola noche mientras que los profesores del instituto
apenas pueden comprarse un par de zapatos.
Estos
retoños protegidos, descendientes del clan elegido, los
arios de Chad, perpetúan el terror en las poblaciones donde
ostentan el derecho sobre la vida y la muerte de sus
semejantes. Las escenas de intimidación se multiplican
cotidianamente en lugares donde hay personas indefensas:
raptos de menores, violaciones, expropiaciones y abusos de
todo tipo.
Los
antiguos regímenes, a pesar de haber tenido recursos
limitados (ayuda internacional o escasos recursos
provenientes de la agricultura y la ganadería), habían
realizado proyectos nacionales de envergadura. Bajo el régimen
actual, los petrodólares llueven por todos lados, pero la
pobreza carcome más que nunca al pueblo.
La
inseguridad, factor subyacente en múltiples conflictos,
gana terreno. Yamena es comparable a Soweto en África del
Sur, guarida de crímenes sórdidos.
Además
de los temores ligados a las posibles tentativas de golpes
de estado, la población civil de esta ciudad debe vivir con
otra obsesión: el recrudecimiento de la criminalidad
perpetrada por la banda criminal comúnmente llamada los
Colombianos. Estos bandidos, bien armados con armas blancas
e incluso con armas de fuego, se esconden generalmente en
las zonas oscuras de los barrios yameníes para atrapar a
sus presas. La víctima con suerte podrá escaparse con
graves heridas después de haber perdido todos sus bienes
(moto, dinero, collares, ropas, etc.). Otros, sin embargo,
se dejan desgraciadamente la vida. Todo depende del humor
del criminal. Este es el destino de la pobre población
civil, que a pesar de la miseria que corroe su existencia,
no pide otra cosa que vivir en paz. ¿Es mucho pedir?
Frente
a la incapacidad de las autoridades competentes de frenar
este fenómeno, los jóvenes de algunos barrios se han visto
obligados a montar grupos de autodefensa con el fin de
proteger sus barrios de esta escoria. Y sin embargo, éstas
(las autoridades) se lanzan a la carrera de armamentos para
perseguir a los "enemigos" más allá de las
fronteras. El nuevo alcalde de la ciudad de Yamena,
asimilado a Sarkozy por la prensa local, por sus
declaraciones resonantes al día siguiente de su nominación
brilla todavía por su ausencia.
Los
policías, confortablemente estacionados en las rotondas, no
están ahí más que para buscar vicios y excusas de todo
tipo para sonsacar los cuartos a los honestos ciudadanos que
circulan por su país. En los países civilizados, el
militar únicamente se viste de uniforme cuando está de
servicio o en las circunstancias propias de su noble oficio.
En Chad, el hombre de uniforme deshonra a su patria. El
uniforme militar se convierte en símbolo de intimidación.
En los bares populares, como 5 Kilos, Galaxie, Rasta o la
Forêt en Yamena, desde ahora es casi imposible beberse una
Gala caliente con el espíritu tranquilo.
Los hombres de
uniforme están por todos lados. Uno cree estar en un
momento dado, en un campo de entrenamiento militar, donde en
lugar de pesas se sostienen botellas de cerveza. Son ellos,
estos jóvenes militares, estos fuera de la ley, los que
generalmente originan atropellos y peleas en los bares.
Eliminan así los raros momentos de placer que le quedan a
la población, TODAVÍA. ¡Qué deshonor para la República!
Esto es lo que ocurre cuando se enrolan menores en el ejército
en contra de su voluntad. No obtienen placer más que con la
propagación de la violencia. Todas las ocasiones son buenas
para derramar su frustración y la mejor presa no es otra
que la población sin defensa. TODAVÍA. Nadie puede
pararlos. Sus superiores jerárquicos se encuentran con sus
múltiples amantes, en algún lugar. ¿Está nuestro país
maldito?
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