Los
avances se han visto obstaculizados por una política de
corrupción y
desmovilización de buena parte del ANC
Los
problemas de la actual Sudáfrica
Por
Txente Rekondo (*)
La
Haine, mayo de 2008
El
pasado 25 de mayo era una fecha con gran significado para
las fuerzas del panafricanismo, ese día se conmemoraba el
aniversario de la formación de la Organización de la Unión
Africana, antecesora de la actual Unión Africana. Y ese símbolo
ha coincidido en el tiempo con la última serie de ataques
de carácter xenófobo que se han sucedido en diferentes
ciudades de Sudáfrica.
Los
defensores de la idea panafricana en su sentido más
progresista han alzado sus voces para repudiar estos
acontecimientos, que como bien señala un dirigente del
Congreso Nacional Africano (ANC), “es una trágica
contradicción que el pueblo sudafricano, o partes del
mismo, se lance a estos ataques contra conciudadanos de
otros países, ahora refugiados en nuestro país, pero que
en los años más difíciles del apartheid supieron dar su
apoyo a la lucha del ANC y del pueblo de Sudáfrica”.
El
rechazo de las fuerzas progresistas sudafricanas no se ha
hecho esperar, y ha movilizado a sus bases para poner freno
a los ataques contra inmigrantes africanos. “Somos parte
integral de África, y nuestro destino está intrínsecamente
ligado al de nuestros vecinos del continente”. Al mismo
tiempo, esos mismos actores no han dudado en realizar una
seria reflexión, crítica y autocrítica, tanto de la
situación interna del país como de las propias
organizaciones que sustentan al actual gobierno.
Los
ataques contra comunidades de emigrantes de otros países
africanos no es algo nuevo en la Sudáfrica posterior al
apartheid. Ya en 1994 algunas bandas lanzaron la campaña
“buyelekhaya” (que se vayan a casa), haciendo
responsables de las ola de asaltos sexuales, crímenes y
desempleo a los inmigrantes. Desde entonces algunos sectores
no han cesado de advertir del auge xenófobo en algunos
sectores de la población más desfavorecida de Sudáfrica.
En esta década uno de los colectivos que más ha sufrido
los ataques es el de la población somalí, y en los últimos
tiempos se ha unido las bolsas de refugiados de Zimbabwe.
También
es importante destacar el papel de algunos medios de
comunicación que desde hace tiempo han presentado el fenómeno
de la inmigración como algo “ilegal, OVNIS o
extraterrestres”, representando a esas comunidades como
“el otro” y en muchas ocasiones como “criminales”.
Del ataque e insulto verbal se ha pasado en esta ocasión a
una campaña de ataques de mayores dimensiones, y al grito
de “Makwerekwere” (término despectivo para el
extranjero africano) se ha desatado la violencia.
Las
imágenes de las “luchas entre pobres” es la afirmación
del importante déficit estructural que afronta Sudáfrica,
que tras la heroica lucha para acabar con el tiránico régimen
del apartheid no ha sabido o no ha podido culminar la
transformación que la mayoría de la sociedad demanda.
El
giro post–apartheid de la década de los noventa supuso
también una puerta entreabierta para muchas personas de los
estados vecinos, que veían con esperanza que el cambio
sudafricano podía significar en cierta manera también
mejores posibilidades para sus propias vidas. Sin embargo
las presiones internacionales, materializadas por los
programas del FMI y otras instituciones, han sido incapaces
de corregir la alta tasa de desempleo (hoy en día ésta
aumenta sin cesar), y han erosionado la capacidad del
gobierno para desarrollar los logros necesarios en sanidad,
educación, alimentación o acceso a los servicios básicos
como agua o electricidad.
La
crisis ha afectado a toda la región, y ésta se ha visto
incrementada con los acontecimientos de Zimbabwe. Además,
ya dentro de Sudáfrica, han sido las comunidades más
pobres las que han tenido que acoger a los recién llegados,
al tiempo que el capital local y extranjero maniobraba con
la situación, “regionalizando la mano de obra”, y
llevando a los inmigrantes a trabajar en condiciones
cercanas al esclavismo.
Los
avances también se han visto obstaculizados por una política
de corrupción y desmovilización de buena parte del ANC.
Algunos sectores no han dudado en aplicar el proyecto de
alianza entre “sectores del capital global y local, la
pequeña burguesía negra emergente y algunos cuadros políticos
incrustados en la administración del estado”. Para
algunos sectores comprometidos con el cambio real, la
situación se asemeja a una clara “desmovilización de las
fuerzas del ANC y la colonización del mismo por parte de
estructuras estatales”.
Finalmente
tampoco podemos olvidarnos de los que señalan que detrás
de todo esto pudieran confluir también intereses políticos
muy marcados, ya que las elecciones del próximo año son un
objetivo para los diferentes sectores que buscan su acomodo
a la sombra del poder. Esos sectores no habrían dudado en
explotar las frustraciones de los sectores más pobres de la
sociedad y desacreditar al gobierno de la ANC al mismo
tiempo, e incluso fomentar las divisiones en le seno de la
organización sudafricana. Hay quien señala que la actual
situación guarda cierta similitud con los acontecimientos y
maniobras que tuvieron lugar a comienzos de la década de
los noventa.
A
principio del mes de mayo ha tenido lugar en Sudáfrica la
“Cumbre de la Alianza”, donde se han reunido el ANC, el
Partido Comunista Sudafricano (SACP), el Congreso de
Sindicatos de Sudáfrica (COSATU) y la Organización Cívica
Nacional Sudafricana (SANCO), y donde han mostrado los
principales retos que tiene que afrontar el país para poder
profundizar en los cambios requeridos.
El
aumento de los precios (alimentos, combustible y otras
necesidades básicas); los altos niveles de desempleo,
pobreza y desigualdad; sanidad, educación y seguridad; la
crisis eléctrica; las elecciones del 2009 y la situación
de Zimbabwe han sido los ejes sobre los que ha girado la
cumbre y a los que según esas organizaciones urge dar una
respuesta inmediata.
Esos
sectores de la sociedad sudafricana se han comprometido a
reconstruir las estructuras fallidas del ANC, combatir la
corrupción y las políticas de influencias y acabar con los
movimientos xenófobos. Todos ellos son conscientes que el
giro de cambio que supuso el fin del apartheid en Sudáfrica
puede quedarse en papel mojado si no se le acompaña de
medidas y políticas que trasformen las condiciones de la
mayor parte de la sociedad, y la bomba de relojería que
puede convertirse la realidad sudafricana, si termina por
explotar, alcanzaría con su onda expansiva a buena parte de
los estados del continente africano.
(*)
Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN).
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