La
actualidad del conflicto de Darfur
Por
Txente Rekondo (*)
La Haine, 23/07/08
Las
acusaciones de genocidio en Darfur formuladas por el fiscal
del Tribunal Penal Internacional (TPI), que puede implicar
la persecución legal del presidente sudanés, Omar
el–Beshir, ha colocado nuevamente al país africano en el
punto de mira de buena parte de los medios de comunicación.
Dar Fur
significa ?la tierra de los Fur? en árabe, y está
compuesto por diferentes grupos étnicos, tanto árabes como
no árabes. Los Fur, Zaghawa, Masalit, Tunjur y otros han
habitado esa zona desde hace siglos, dedicándose algunos a
la agricultura, mientras que otros han basado su modo de
vida en una actividad nómada. Dividida en tres zonas étnicas,
ninguna de ellas puede considerarse a pesar de todo de forma
homogénea desde un punto de vista étnico.
A
diferencia del conflicto entre Jartum y el sur del país, en
Darfur los sentimientos u oposiciones religiosas no entran
dentro de los parámetros del enfrentamiento, ya que ambas
partes son musulmanes sunitas. Para entender un poco más el
actual conflicto es necesario ubicarse ?dentro del prisma de
la historia?, prestando atención a un abanico de
diferencias y acontecimientos que se han venido sucediendo
en las últimas décadas.
El proceso
post colonial mostró que la independencia de Sudán fue el
producto de la negociación entre las autoridades coloniales
y determinadas élites políticas locales, dejando de lado a
importantes comunidades y etnias del país, sobre todo a
poblaciones de la periferia como Darfur. De ahí que ese
acuerdo no tuviera en cuenta ni la realidad ni las demandas
de esos segmentos de la población marginados política,
económica y socialmente.
Si el
conflicto se declara ?oficialmente? a comienzos del 2003, ya
en la década de los años setenta se producen frecuentes
incidentes armados contra transportes e instalaciones
gubernamentales en Darfur. Desde el gobierno central se dará
inicio a una campaña de ?negación de cualquier problema
político?, presentando la situación como fruto de la
actividad ?ladrones? e iniciando una dura represión contra
las poblaciones locales de Darfur, que traerá consigo un
mayor rechazo de éstos a las políticas del gobierno
central.
Ya en esa
época eran muchas las voces de los pueblos de Darfur que
denunciaban la marginación que sufrían por parte del
gobierno de Jartum de sanidad, provisión de os servicios
sociales básicos, infraestructuras y representación política
en las instituciones centrales del país. Al mismo tiempo señalaban
el concepto de marginación de las periferias por parte de
las élites de Jartum, así como la percepción de que el
conflicto de Sudán no se circunscribe al enfrentamiento
entre el norte y el sur, sino que se trata del pulso entre
una minoría elitista apoyada social y económicamente por
el gobierno central y una mayoría explotada y discriminada.
En 2003,
dos grupos opositores al gobierno, el Movimiento por la
Igualdad y la Justicia (JEM), con un cierto matiz islamista,
y el ejército de Liberación de Sudán (SLA), laico,
aprovechando la coyuntura deciden alzarse en armas contra
Jartum. El gobierno reacciona como en el pasado, negando el
carácter político del conflicto, aumentando la represión
y utilizando milicias paramilitares locales, Janjaweed,
contra los grupos étnicos que apoyan a los alzados.
Los
acuerdos de paz entre Jartum y el Ejército de Liberación
del Pueblo de Sudán (SPLA) apuntan a una reorganización
del estado sudanés que seguirá marginando a los pueblos de
Darfur. Los peligros de esa nueva marginación es evidente,
y el nuevo consenso es una prueba más de que la mayoría de
Darfur sigue siendo ignorada por la política oficial del país.
Paralelo a todo ello será el aumento de las voces dentro de
Darfur que ante la situación reclamen una separación real,
y planteen la secesión como única salida real al
conflicto.
La
intervención del TPI en la actualidad ha supuesto un nuevo
punto de inflexión en el largo conflicto de Darfur. Algunos
actores han recibido con alegría la decisión de perseguir
legalmente a los dirigentes sudaneses (la oposición al
gobierno, algunos miembros del SPLA y los opositores de
Darfur), otros han mostrado sus reservas ante la posibilidad
de que le escenario futuro sea todavía peor. Mientras que
los partidarios del actual presidente también han movido
sus fichas para movilizar a sus bases ante lo que consideran
una agresión exterior. La polarización del país es sin
duda un nuevo peligro que cabría añadir ante la ya de por
sí delicada situación.
Diferentes
voces sudanesas, críticas con el gobierno, han manifestado
con rotundidad que tampoco aceptarían un ?cambio de régimen?
impulsado por los intereses extranjeros. Por otro lado el
presidente sudanés es consciente de que el verdadero
peligro puede estar dentro de su propio círculo de
colaboradores. Como ya ha ocurrido en el pasado los cambios
golpistas se producen con cierta asiduidad y siempre siguen
el mismo patrón de actuación, de ahí, que Omar
el–Beshir desconfíe de todos.
Algunos
analistas se han preguntado por qué ahora esa decisión del
TPI, y han señalado la tendencia de algunos actores (medios
de comunicación, EEUU, algunas ONGs) por especular al alta
con el número de víctimas en los conflictos, en función
de determinados intereses o para facilitar su propia
intervención. Así, han apuntado el caso de Bosnia
Herzegovina, donde esos mismos protagonistas cifraron en
300000 los muertos de aquel conflicto, mientras que
posteriormente se ha sabido que en total fueron cien mil.
Esa cifra sigue siendo por sí una enorme tragedia, pero la
especulación muestra que el objetivo final no es solucionar
la situación, sino desequilibrar la balanza en una u otra
dirección.
El problema
de Darfur es político, y representa un aparte de una crisis
más profunda que afecta a Sudán. La marginación social,
económica y política que han venido soportando gran parte
de los pueblos de Darfur requiere de un dialogo encaminado a
la búsqueda de un paz, basada en una solución política
justa que elimine las raíces del conflicto y acabe por
tanto con la violencia. Por todo ello la paz llegará de la
mano de la justicia y ponga fin a esa situación de
desequilibrio que han mantenido, primero el régimen
colonial británico, y posteriormente los diferentes
gobiernos de Sudán.
Hasta ahora
la política de ?divide y gobierna? ha sido la estrategia
central de los diferentes gobernantes de Jartum, acompañada
de una impunidad represiva y una cierta complicidad de
algunos poderes occidentales. Y a pesar de ello, la solución
más clara pasa por los parámetros negociadores señalados,
sin un acuerdo podemos encontrarnos ante un escenario que
repita las atrocidades de Rwanda o la República Democrática
del Congo.
La
intervención interesada del TPI, junto a los interese de
algunas potencias occidentales, puede colocar a Sudán alas
puertas del peor de los escenarios posibles: un aumento de
la violencia; tensiones dentro del partido gobernante (que
podría pensar en sustituir al actual presidente); una
crisis al Gobierno de Unidad Nacional, llegando incluso a
colapsar los acuerdos de paz con el SPLA y el reinicio de la
guerra civil; la salida de los diplomáticos y cooperantes
extranjeros.
En
definitiva, la crisis humanitaria podría verse incrementada
en ese nuevo contexto, donde la violencia alcanzaría
niveles preocupantes, e incluso podría afectar a otros
estados vecinos de Sudán, y donde las fuerzas golpistas
podrían encontrar la excusa apropiada para actuar.
(*)
Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN).
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