Estados
Unidos en África
De
las intervenciones puntuales de la Guerra Fría a
la expansión económica y militar
Por
Mbuyi Kabunda (*)
La Haine, 27/08/08
Los
estrategas norteamericanos consideran que el petróleo
africano forma parte de la estrategia de seguridad nacional
estadounidense, para preservar su estatus de única potencia
mundial.
Cuando Bill
Clinton afirmó en 1995: “necesitamos una política
africana”, puso de manifiesto la ausencia de una política
estadounidense hacia África claramente definida. Hoy, África
es una pieza central en la política exterior de Estados
Unidos, cuya presencia en el continente viene justificada
por la lucha global contra el terrorismo y la importancia
cobrada por el Golfo de Guinea, que representa en la
actualidad el cinco por ciento de la producción mundial de
petróleo y el 54 por ciento de la producción africana
(2003).
El presente
análisis recorre las distintas actuaciones estadounidenses
en África durante la bipolaridad Este/Oeste, en el período
de la posguerra fría, para enfatizar el período actual o
del post 11 de septiembre, poniendo de manifiesto los
acontecimientos internacionales que han influido en su
reorientación en uno u otro sentido.
Durante la
Guerra Fría, África se convirtió en un terreno de
enfrentamiento de las superpotencias, junto a la tradicional
rivalidad entre Francia y Gran Bretaña, que no renunciaron
a su influencia en sus antiguas colonias. Por lo tanto,
Estados Unidos, que confió el papel de gendarme en el
continente a sus aliados de la OTAN, se limitó a
actuaciones puntuales en África para contrarrestar la
influencia de la Unión Soviética: la planificación por la
CIA del asesinato del primer ministro congoleño, Patricio
Lumumba, considerado como un aliado de Moscú; el apoyo a la
UNITA de Jonas Savimbi en Angola contra el gobierno
marxista–leninista del MPLA y el cuerpo expedicionario
soviéticocubano, e incluso la colaboración con la Sudáfrica
del apartheid en la lucha contra la “amenaza comunista”
en África austral.
En aquella
época, en la que el continente se dividió entre
“progresistas” prosoviéticos y “moderados”
prooccidentales, se procedió al reparto de tareas entre el
“imperialismo global”, asegurado por EE UU (encargado
del suministro de la logística), el “imperialismo
secundario”, asumido por Francia (a la que se confió el
“papel de gendarme de África” para llevar a cabo las
intervenciones directas, por sus derechos históricos y
culturales en este continente), y el “imperialismo de
relevo”, confiado a uno u otro país africano aliado,
dotado con una cierta capacidad militar para encargarse del
mantenimiento del orden prooccidental en una región
determinada del continente (Marruecos, Zaire y Sudáfrica).
De este modo, durante la Guerra Fría, EE UU apoyó las
dictaduras africanas de derechas en nombre del
anticomunismo, sobre todo tras la instalación soviética en
Angola y en Etiopía.
Es preciso
subrayar el inciso de la política africana norteamericana
durante la Administración Carter, reticente a las
actividades militares estadounidenses en el exterior.
Inspirado en las experiencias desastrosas y humillantes de
las intervenciones externas en Vietnam, Irán y Afganistán,
el mandatario estadounidense fundamentó sus actuaciones en
África en tres principios: la preservación de la
independencia de los Estados africanos, el no traslado a
este continente del conflicto Este/Oeste, y la promoción
del desarrollo así como de los Derechos Humanos, dejando a
Francia la responsabilidad del África francófona.
El
resultado fue la toma de distancia hacia las dictaduras
africanas como la de Mobutu, que se mantuvieron gracias al
apoyo de Francia y de Israel. Estas dos potencias decidieron
enfrentarse a la hegemonía comunista en África ante la
retirada de la Administración Carter. La Administración
Reagan, que le sucedió en noviembre de 1980, adoptó una
actitud totalmente ofensiva y opuesta a la de su predecesor:
las intervenciones militares directas para apoyar y asegurar
sus aliados africanos, la detención del comunismo en África
y la presión hacia las potencias occidentales para asegurar
la defensa común en este continente. El resultado de esta
política de retorno en África fue el apoyo incondicional a
los regímenes corruptos y represivos como el de Mobutu y el
suministro a la UNITA de Savimbi de los temibles mísiles
Stinger para luchar contra la presencia soviético–cubana
en Angola.
El
interés geopolítico y neoeconómico de la posguerra fría
La operación
Restore Hope en Somalia en 1993 por parte de la Administración
Bush senior, en el intento de detener al señor de la guerra
somalí, Aidid Mohamed, se convirtió en una intervención
militar–humanitaria desastrosa y humillante para los EE
UU. noreste y en el África central; Kenia y Etiopía en África
oriental y el cuerno de África, Nigeria en el Golfo de
Guinea, y Sudáfrica en el África austral.
Esta política
explica por qué Uganda y Ruanda han violado la integridad
territorial de la RDC, sometida a saqueos, como ponen de
manifiesto los cinco informes sucesivos de los expertos de
las NN UU, sin suscitar ninguna protesta de la Administración
norteamericana ante estas graves violaciones de la legalidad
internacional.
El
post 11 de septiembre
En la misma
línea que los planteamientos anteriores, y a partir de los
atentados del 11–S (2001), surge la “doctrina Bush” de
la “guerra preventiva”. África entra en la estrategia
global de la política exterior norteamericana y se
convierte en el terreno privilegiado de las actividades
antiterroristas, máxime cuando los EE UU sufrieron los
atentados contra sus embajadas en Nairobi y Dar es Salaam en
agosto de 1998.
Estas
estrategias militares tuvieron un lado económico, con la
adopción del AGOA, consistente en conceder algunas ventajas
aduaneras a los países africanos respetuosos de los
principios de democracia liberal a la norteamericana y de la
economía de mercado, y sobre todo a los que se comprometen
a no atentar contra sus intereses y a ayudarles en la lucha
antiterrorista. El AGOA, adoptado por la Administración
Clinton en 1998, fue recuperado y profundizado por la
Administración de George W. Bush, que introduce la
condicionalidad política (buen gobierno, economía de
mercado y lucha contra la pobreza) en la ayuda
norteamericana a África.
Se adoptó
también el African Crisis Response Initiative (ACRI),
convertido en 2002 en ACOTA (African Contingency Operations
Training Asistance), destinado a fortalecer la presencia
militar estadounidense en el continente. El objetivo
declarado es la ayuda a los ejércitos africanos para hacer
frente a las crisis. La realidad es que EE UU, al igual que
los demás importadores de petróleo, ha ofrecido la ayuda
financiera y militar a los gobiernos de los países
productores de petróleo, para conseguir la estabilidad que
le facilite la explotación del petróleo, cerrando los ojos
ante la violación de Derechos Humanos por dichos gobiernos
generalmente antidemocráticos. Es lo que se viene llamando
la “maldición del petróleo” para las poblaciones
africanas (conflictos nacidos de las rivalidades entre las
potencias extraafricanas, inestabilidad política, corrupción
de las clases gobernantes, mal gobierno).
Para
conseguir todos estos objetivos, EE UU destaca por
iniciativas de presencia física en la zona: la instalación
de una base militar en Yibuti y la creación del task force
en junio de 2002, que agrupa a 9 países de la región
(Yibuti, Etiopía, Eritrea, Kenya, Uganda, Sudán
–recuperado–, Tanzania, Somalia y Yemen), para controlar
el Cuerno de África, el Mar Rojo y Yemen; el PAN–Sahel,
creado a finales de 2002 y que agrupa a 8 países ribereños
del Sahel (Argelia, Malí, Marruecos, Mauritania, Níger,
Senegal, Chad y Túnez), para impedir que la franja
sahelo–sudanesa se convierta en zona de nadie, de la que
puedan aprovecharse los terroristas para atentar contra los
intereses estadounidenses y de sus aliados.
En fin, EE
UU proyecta la creación de una gran base permanente en el
Golfo de Guinea con un sistema de vigilancia radar en el
espacio marítimo de Santo Tomé y Príncipe, para asegurar
su provisión de petróleo en la costa occidental del
continente y controlar el África central. De hecho, las
importaciones norteamericanas de petróleo procedentes del
Golfo de Guinea representan del 12 al 20 por ciento de su
aprovisionamiento total y podrían alcanzar el 35 por ciento
en 2020.
Poniendo de
manifiesto su voluntad de controlar económica y
militarmente África, EE UU crea el Mando Militar Unificado
para África (Africom), anunciado por George W. Bush en
febrero de 2007 y que entró en funcionamiento el 1 de
octubre de 2007.
La
instalación del cuartel general de Africom en África está
prevista en octubre de 2008. El mando de este centro ha sido
confiado al general afroamericano William E. Ward. Tiene
como principal tarea coordinar y racionalizar todas las
actividades militares y de seguridad en la zona, desde Argel
hasta Pretoria. Actividades todas ellas disfrazadas de
aspectos civiles y humanitarios. Existe una reticencia por
parte de los países africanos para acoger dicha sede, ya
que además del temor de atraer en el continente a los
terroristas en su lucha global contra los intereses
norteamericanos, consideran al Africom como el instrumento
comercial de Estados Unidos.
Sirve para
conseguir varios objetivos: contrarrestar en el continente
la influencia de Francia y Gran Bretaña, contener la
ofensiva comercial china, disuadir a los países emergentes
que proyectan instalarse en este continente como India o
Brasil, luchar contra Al Qaida fortaleciendo la iniciativa
PAN–Sahel y la lucha contra los Tribunales Islámicos en
Somalia a partir del territorio etíope, y asegurar la
explotación del petróleo africano con el fin de reducir su
dependencia de Oriente Medio.
Los
estrategas norteamericanos, poderosos hombres de negocios
con importantes intereses petroleros y allegados a las ideas
de Samuel Huntington (la “teoría del choque de las
civilizaciones”) y Francis Fukuyama (la “teoría del fin
de la Historia”), consideran que el petróleo africano
forma parte de la estrategia de seguridad nacional
estadounidense, para preservar su estatus de única potencia
mundial mediante la eliminación de todos los rivales por
todos los medios, en particular a través de las acciones
militares preventivas o unilaterales.
George W.
Bush se dio este objetivo desde su llegada a la Casa Blanca
en 2001, inspirándose en la “doctrina Wolfowitz”, uno
de los neoconservadores del entorno de Bush y uno de los artífices
de la guerra de Irak con la política mundial de control de
la oferta energética.
La política
africana de Estados Unidos, a manos de Barack Obama o de
John McCain, es una incógnita. La “revolución democrática
del mundo” de George W. Bush conocerá un claro retroceso,
más con Barack Obama, sensibles a una cierta dosis de
multilateralismo y de multipolaridad, menos con McCain,
partidario del unilateralismo político, económico y
militar. En ambos casos la conquista económica de África
seguirá más su curso más allá de su conquista militar.
(*)
Mbuyi Kabunda es profesor en el Instituto Internacional de
Derechos Humanos de Estrasburgo. Este artículo ha sido
publicado originalmente en el Especial de Verano “África
Subsahariana”, Julio de 2008.
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