Nos mienten sobre los piratas
Por
Johann Hari (*)
The
Independent, 05/01/09
Tlaxcala, 18/04/09
Traducido por Christine Lewis Carroll
¿Quién podría imaginar que en 2009, los gobiernos del mundo declararían
una nueva guerra a los Piratas? Mientras está leyendo esto,
la Marina británica – apoyada por los buques de más de
dos docenas de naciones, desde los Estados Unidos hasta
China – se está internando en aguas de Somalia para
perseguir a hombres que todavía vemos como villanos de
circo con un loro en el hombro. Pronto estarán luchando
contra buques somalíes y hasta persiguiendo a los piratas
en tierras de Somalia, uno de los países más rotos de la
tierra. Pero detrás de la extravagancia de este cuento, hay
un escándalo por contar. La gente que nuestros gobiernos
etiquetan como “una de las grandes amenazas de nuestros
tiempos” tiene una historia extraordinaria que contar –
y algo de justicia de su parte.
Los piratas nunca han sido exactamente lo que creemos que son. En la “edad
dorada de la piratería” – desde 1650 hasta 1730 – la
idea del pirata como el ladrón salvaje e insensato que
perdura hasta nuestros días fue creada por el gobierno británico
en un gran esfuerzo propagandístico. Mucha gente corriente
creyó que esto era falso: con frecuencia la muchedumbre les
rescataba de la horca. ¿Por qué? ¿Qué vieron entonces
que nosotros no vemos ahora? En su libro Villains of all
nations (Villanos de todas las naciones), el historiador
Marcus Rediker escudriña las pruebas para averiguarlo.
Entonces, si te alistabas en la Marina Mercante o en la
Marina británica – reclutado en los muelles de Londres,
joven y hambriento – terminabas en un infierno flotante de
madera. Trabajas a todas horas en un buque angosto y medio
muerto de hambre, y si remoloneabas algo, el todo poderoso
capitán te azotaba. Si remoloneabas constantemente, te podrían
tirar por la borda. Y después de meses o años soportando
esto, a veces te timaban en la paga.
Los piratas fueron los primeros en rebelarse contra este mundo. Se
amotinaron contra sus capitanes tiránicos – y crearon un
modo distinto de trabajar en la mar. Una vez tomado un
buque, los piratas elegían a su capitán, y tomaban todas
sus decisiones colectivamente. Compartían el botín, lo que
describe Rediker como “uno de los planes más igualitarios
del siglo dieciocho para aprovechar los recursos
disponibles”. Hasta acogían a esclavos africanos y convivían
con ellos como iguales. Los piratas demostraron “de forma
bastante clara y subversiva – que no hacía falta llevar
el buque en la manera opresiva y brutal que lo hacían la
Marina Mercante y la Marina británica”. Es por esto que
eran populares, a pesar de ser ladrones improductivos.
Las palabras de un pirata de esa edad perdida – un joven británico
llamado William Scott – deberían tener eco en esta nueva
edad de piratería. Justo antes de que lo ahorcaran en
Charleston, Carolina del Sur, dijo: “Lo que hice fue para
no perecer. Fui obligado a hacerme pirata para
sobrevivir”. En 1991, cayó el gobierno de Somalia,
situado en el Cuerno de África. Sus nueve millones de
habitantes han estado al borde de morirse de hambre desde
entonces – y muchas de las fuerzas más feas del mundo
occidental han visto esto como una estupenda oportunidad
para robar las provisiones de comida del país y verter
nuestros residuos nucleares en sus mares.
Sí:
residuos nucleares
En cuanto desapareció el gobierno, llegaban misteriosamente buques europeos
a la costa de Somalia, vertiendo enormes barriles en el océano.
La población de la costa empezaba a enfermar. Al principio,
padecieron extrañas erupciones, nausea, y nacieron niños
malformados. Entonces, después del tsunami de 2005, cientos
de estos barriles vertidos y con fugas terminaron en la
orilla. La gente empezó a enfermar de la radiación, y más
de 300 personas murieron. Ahmedou Ould–Abdallah, el
enviado de Naciones Unidas a Somalia, declara: “Alguien
está vertiendo material nuclear aquí. También hay plomo,
y materiales pesados, tales como cadmio y mercurio – o
sea, de todo.” Se puede seguir su rastro hasta los
hospitales y las fábricas europeos, y se entrega a la mafia
italiana para que ésta se deshaga de ello de la manera
menos costosa. Cuando pregunté a Ould–Abdallah qué hacían
los gobiernos italianos para combatir esto, dijo con un
suspiro: “Nada. Ni se ha limpiado, ni ha habido compensación
ni prevención.”
Al mismo tiempo, otros buques europeos han estado saqueando los mares de
Somalia de su mayor recurso: el marisco. Hemos destruido
nuestras propias existencias de pesca por sobreexplotación
– y ahora queremos las suyas. Enormes palangreros roban
cada año más de 300 millones de dólares en atún, gambas,
langosta, etc. al internarse ilegalmente en los mares no
protegidos de Somalia. Los pescadores locales han perdido de
buenas a primeras su sustento, y se están muriendo de
hambre. Mohammed Hussein, un pescador de la ciudad de Marka,
a 100 kilómetros de Mogadishu, declaró a Reuters: “Si no
se hace nada, pronto no quedará pesca en las aguas de
nuestra costa”.
Éste es el contexto en el que han surgido los hombres que nosotros llamamos
“piratas”. Todo el mundo está de acuerdo en que eran
pescadores corrientes somalíes que primero intentaron
disuadir con lanchas veloces a los que vertían residuos
desde los palangreros o por lo menos cobrarles un tributo.
Se llaman a si mismos los Guardacostas Voluntarios de
Somalia – y no es difícil entender por qué. En el
transcurso de una entrevista telefónica surrealista, uno de
los dirigentes piratas, Sugule Ali, dijo que su propósito
era “parar la pesca ilegal y vertidos en nuestras aguas...
No nos consideramos bandidos de los mares. Los bandidos son
aquellos que pescan, vierten residuos y llevan armas en
nuestros mares.” William Scott habría entendido estas
palabras.
No, esto no justifica la toma de rehenes, y sí, algunos son evidentemente gángsteres
– especialmente aquellos que han retenido los suministros
del Programa Mundial de Alimentos. Pero los “piratas”
tienen el apoyo abrumador de la población local por algo.
El sitio web de noticias independiente somalí WardherNews
encuestó a la población local sobre su opinión del tema
– un 70 por ciento “apoyó la piratería como forma de
defensa nacional de las aguas territoriales del país”.
Durante la Guerra de Independencia de Estados Unidos, George
Washington y los padres fundadores pagaron a piratas para
proteger las aguas territoriales de su país porque no tenían
marina ni guardacostas propios. La mayoría de los
estadounidenses los apoyaron. ¿Es esto tan diferente?
¿Qué esperábamos?
¿Esperábamos que los somalíes hambrientos nos mirasen pasivamente desde
sus playas o mares en medio de nuestros residuos nucleares
mientras robábamos sus peces para comerlos en los
restaurantes de Londres, París y Roma? No actuamos cuando
se cometían estos crímenes – pero cuando algunos
pescadores respondieron interrumpiendo el pasillo de tránsito
del 20 por ciento del suministro de petróleo mundial,
empezamos a gritar sobre la “maldad”. Si de verdad
queremos ocuparnos de la piratería, necesitamos erradicar
su causa – nuestros crímenes – antes de mandar los cañoneros
para erradicar a los criminales somalíes.
La guerra contra la piratería, también ésta de 2009, fue resumida por
otro pirata que vivió y murió en el cuarto siglo antes de
Cristo. Se le capturó y llevó ante Alejandro Magno, que
quiso saber “qué quería decir con guardar el mar”. El
pirata sonrió y respondió: “Lo que quiere decir Vd. con
apoderarse de toda la tierra; pero como yo lo hago con un
barco insignificante, soy un ladrón, mientras que a Vd.,
que lo hace con una gran flota, lo llaman emperador.” Una
vez más, nuestras grandes flotas imperiales navegan hoy –
¿pero quién es el ladrón?
(*)
Escritora y periodista británica, es columnista de The
Independent, del Evening Standard y del Huffington Post.
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