Las
plagas de un continente
Por
Bernardo Valli (*)
Revista
Ñ, 20/06/09
Traducción
de Cristina Sardoy
Buena
parte del territorio africano recién pudo salir del
colonialismo hace medio siglo. Enfermedades endémicas,
hambrunas y dictaduras aún signan sus días. Un periodista
que cubrió algunos de los procesos independentistas, traza
un panorama apenas esperanzador.
Africa
independiente está por cumplir medio siglo: efectivamente,
en 1960 muchos países conquistaron la soberanía nacional.
En ese año, el proceso de descolonización, ya iniciado en
la década anterior, y anunciado incluso anteriormente,
justo después del final de la Segunda Guerra Mundial,
acelera el ritmo en el continente. El proceso se prolongará
hasta los años setenta para las colonias portuguesas,
Angola y Mozambique, obligadas a esperar la
"descolonización interna" de Portugal, es decir,
el fin de la dictadura de Salazar.
Para
un joven cronista como era yo en esa época, fue apasionante
asistir al nacimiento de tantas naciones. Era uno de los
grandes acontecimientos del siglo XX: los africanos eran a
partir de ese momento protagonistas en su propia tierra, que
se coloreaba con muchísimas banderas nacionales después de
haber sido una gran mancha ("sin historia y sin
individuos") sobre la que ondeaban las banderas de las
potencias coloniales. Sin la emancipación de Africa
probablemente hoy no habría al frente de los Estados Unidos
de América un presidente con una ascendencia africana
precisa.
La
desilusión suele sobrevenir cuando los importantes giros de
la historia, que marcaron el progreso y encendieron las
fantasías, se enfrentan con la realidad. No pocos líderes
de los movimientos independentistas llegados en su momento
al poder se transformaron en verdaderos déspotas.
Los
retratos de los líderes que escribí (un poco al estilo
Risorgimento ) no tuvieron los mismos tonos después de
conocerlos: de Nkrumah, presidente de Ghana, o de Seku Turé,
presidente de Guinea, sin hablar de Mobusi, presidente del
Congo (probablemente no del todo ajeno a la eliminación de
Lumumba, a quien conocí como representante de la cerveza
Primus, en Stanleyville).
Son
muchas las explicaciones. Una democracia no nace espontáneamente.
Los europeos lo sabemos. En el caso de Africa, cabe recordar
que al trazar los confines de sus posesiones, a fines del
siglo XIX, las potencias coloniales no se preocuparon por la
homogeneidad cultural de los grupos humanos. Los mismos límites
pasaron a ser en los años sesenta los correspondientes a
los Estados–nación independientes. Así, para dar un
ejemplo, los pueblos de lengua kongo fueron dispersados en
tres Estados, el Congo ex francés, el Congo ex belga y
Angola ex portuguesa.
Nadie
tuvo en cuenta el hecho de que esos pueblos habían
constituido en el pasado un poderoso reino que duró
bastante más que la época colonial. La gran Nigeria, al
igual que otros países más pequeños, reúne un mosaico de
grupos heterogéneos (étnicos, tribales) a los que se
superpuso una estructura estatal. Nacieron, pues,
generalmente Estados y no verdaderas naciones.
El
nacionalismo después de la independencia se transformó en
una ideología de Estado que legitimó el poder de un grupo,
de una elite. Casi todas las crisis, en muchos casos
sanguinarias, de las últimas décadas se debieron a
enfrentamientos entre grupos étnicos que se disputaban el
poder. Y los partidos políticos corresponden en general a
las tribus.
La
toma de conciencia de la nacionalidad es sin embargo muy rápida,
en particular en las localidades urbanas donde el cruce étnico
es inevitable y donde reside el poder. En menos de una
generación, la mitad de la población africana será
ciudadana y los individuos se sentirán cada vez más
senegaleses, kenianos, marfileños, gaboneses, camerunenses,
y ya no serene, ulof, kikuyu, beté, fang o bamileké.
Las
crisis recurrentes en el continente no son una fatalidad.
Hace veinte años, la totalidad de Africa austral estaba en
guerra. Había guerra civil en Mozambique y en Angola. Una
guerra de liberación en Zimbabue. El apartheid en Sudáfrica
y en Namibia. Hoy Africa austral salió de la guerra. Continúa
siendo detestable la situación de Zimbabue.
Desde
la independencia, Africa de los Grandes Lagos pasó por
masacres en el Congo ex belga y la guerra anexa de la
provincia de Katanga; una feroz guerrilla en el Congo ex
francés; el genocidio de 1994 en Ruanda; la guerra civil en
el norte de Uganda. Y la guerra casi mundial en el Congo ex
belga, devenido Zaire y luego República Democrática, con
la intervención militar de nueve países y la participación
de un número indeterminado de grupos armados. Sería
aventurado decir que ahora todo marcha bien en la República
democrática del Congo. Cabe, de todos modos, señalar que
ha habido varias elecciones: desde legislativas hasta
presidenciales.
Seguidas,
es cierto, por otra crisis en la región de los Grandes
Lagos. En Africa occidental se produjo la guerra de Biafra,
la guerra civil en Liberia y en Sierra Leona. Los conflictos
en Nigeria fueron sofocados. Costa de Marfil destruyó su
imagen de país ordenado y rico. Y después está el Cuerno
de Africa, donde las ex colonias italianas han sido durante
mucho tiempo centro de conflictos: por la independencia de
Eritrea; la revolución etíope que destituyó a la monarquía;
y sobre todo por el drama de Somalia, país que en la década
de 1980, cuando declaró la independencia, fue señalado
como un ejemplo de democracia.
Esta
lista larga, exhaustiva pero incompleta, sirve para subrayar
que en la actualidad sigue habiendo crisis, muchas en estado
latente, pero que una sola merece ser definida como crisis
abierta y sanguinaria: la de Darfur, una guerra sucia que
puede extenderse a los países vecinos.
Muchas
dictaduras se transformaron en democracias, aunque sean
precarias. La gran difusión de los teléfonos celulares, a
veces incluso en aldeas aisladas, favorece las
comunicaciones, o sea un intercambio de informaciones y de
ideas, que en otro tiempo era impensable.
Las
plagas de Africa son numerosas: van de la mortalidad
infantil al paludismo, a la tuberculosis, al SIDA. En The
Bottom Billion , Paul Collier, estudioso de la economía en
vías de desarrollo, trata de explicar la pobreza de los
condenados de la Tierra: los mil millones de mujeres y
hombres que viven en alrededor de 58 países, el 70% de éstos
del Africa subsahariana. Los principales motivos serían
cuatro:
1)
Los conflictos armados que se repiten sin tregua, más o
menos intensamente, de manera crónica y en cualquier caso
siempre latentes, que generan inestabilidad, una baja tasa
de escolaridad y una criminalidad fuerte.
2)
La maldición de los recursos naturales, que representan un
maná creando un desastroso clientelismo en los sistemas
democráticos y un arma peligrosa en los autoritarios.
3)
La interclusión, o sea, la situación de los países sin
salida al mar y dependientes de aquellos que los rodean y
abusan de su posición privilegiada imponiendo tasas y cánones.
4)
El mal gobierno. El futuro no es rosa, dice Collier: el
paisaje mundial se ensombrece sobre los países pobres, que
soportarán más que los otros el peso de la crisis.
(*)
El autor es escritor y periodista especializado en temas
africanos.
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