La
pobreza y la desigualdad ensombrecen el aniversario de la
“transición”
15 años
después del fin del ‘apartheid’
Por
Joan Canela Barrull
Corresponsal
en Sudáfrica
El
Periódico, 29/08/09
Johannesburg.-
Hace 15 años el mundo entero admiraba el “milagro Mandela”.
Sudáfrica desmantelaba el régimen racista del apartheid,
elegía su primer presidente negro y culminaba una de las
transiciones políticas más complejas del siglo XX. «No
las teníamos todas con nosotros –recuerda el analista político
Allister Sparks–. De hecho, vinieron periodistas de todo
el mundo a cubrir cómo otra nación africana se desangraba
en una guerra civil, que era lo más probable». Como al
final no sucedió «enfundaron sus cámaras y se fueron a
Ruanda», cuenta con ironía.
Sin
desmerecer aquellos increíbles logros y los incuestionables
avances que ha experimentado Sudáfrica, la realidad señala
que el milagro quedó a medias para millones de
sudafricanos. Pese a la reducción de la pobreza del 51 al
41% y la construcción de casi tres millones de viviendas
sociales, más de un millón de familias viven aún en
chabolas, el paro supera el 25% y 10 millones de personas
viven con menos de un dólar al día.
Subiendo
la empinada calle John F. Kennedy, en el sur de Durban, la
tercera ciudad de Sudáfrica, se llega al barrio de chabolas
que, paradójicamente, lleva el nombre del presidente de
EEUU que prometió acabar con la pobreza en el mundo. Aquí
está la sede de Abalhali baseMjondolo, movimiento de
chabolistas con miles de seguidores que se enorgullece de
estar tras algunas de las protestas que recientemente han
sacudido el país. Desde la parte alta del barrio se ve el
enorme basurero colindante y más allá los inmensos
rascacielos y la magnífica bahía de Durban. S’bu Zikode,
el presidente, recuerda que hace más de 20 años que ocupan
estas tierras: «Cuando empezamos a luchar estaba el
apartheid. Hoy está el CNA [el gobernante Congreso Nacional
Africano], pero nosotros seguimos igual», explica con una
mezcla de rabia y cansancio.
¿Qué
significa exactamente «igual»? «Vivir en una chabola
–sigue– implica sufrir la lluvia y el frío, correr el
riesgo de morir en un incendio o de cualquier enfermedad
porque las cloacas son al aire libre, y compartir un baño
químico y un grifo con miles de personas».
«Que
nos den la tierra»
Zikode
se enfurece cuando cuenta que el Gobierno, en vez de cumplir
su promesa de construir casas para todos, les quiere echar.
«Al menos que nos den la tierra y ya haremos nosotros las
casas», concluye.
Excepto
un coche calcinado y restos de neumáticos de las
barricadas, nada indica que hubo una violenta revuelta en
Diepsloot (norte de Johannesburgo) días atrás. Aquí viven
cerca de medio millón de almas, una cuarta parte de ellas
en chabolas de lata y cartón. «Los cortes de luz son
habituales, nadie tiene trabajo y los concejales se venden
las viviendas sociales», dice Bushy, que llegó hace años
procedente de Soweto. Allí participó, con apenas nueve años,
en revueltas contra el apartheid. Hoy, aunque no lo admite
abiertamente, apoya los motines contra el Gobierno al tiempo
que afirma haber votado por el presidente Jacob Zuma, una
contradicción que, en Sudáfrica, nadie parece tener en
cuenta.
La
chispa que prendió esta vez la mecha fue el intento
municipal de echar a 300 familias de sus chabolas para
construir unos pisos que no podrán comprar. «Llegué aquí
en el 2001 porque me prometieron una vivienda en tres meses»,
cuenta Angie, madre de cinco hijos.
Las
condiciones de los habitantes de John F. Kennedy y de
Diepsloot son una triste realidad para millones de sus
compatriotas. Gente que luchó contra el apartheid con la
esperanza de mejorar sus vidas. Hoy, la diferencia entre
ricos y pobres es mayor que hace 15 años.
El
estilo de vida de los jefes del CNA está «tan alejado del
sudafricano corriente como podía estarlo el de los
dirigentes del apartheid», dice el periodista Max Du Preez.
Pero la diferencia es que el CNA «prometió acabar con la
pobreza y no cumple. Son los propios votantes del CNA los
que se sublevan».
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