La
piratería en las costas somalíes como modo de vida
Por
Suyeni Díaz Alfonso
Boletin
Entorno, Año 7 Nº 74, 17/09/09
Aproximadamente
han pasado ya tres años desde que comenzaron a circular
noticias sobre ataques a embarcaciones de distintos calados
y cargas por los mares orientales del continente africano,
desde el Mar Rojo al norte hasta el Océano Índico, en la
parte más meridional. A los responsables de estos actos
empezaron a catalogarlos como piratas, un poco por la
característica de sus acciones y otro poco por el
misticismo creado alrededor de este tipo de prácticas.
Desde
que se destapó la cobertura mediática, los temas más
escudriñados han estado relacionados con el riesgo que
implica para el comercio internacional la inestabilidad
creada en la zona, por la que pasa un tercio del comercio
global, teniendo un peso importante el petróleo. Se han
destacado además, las características internas de Somalia,
que lo hacen más proclive al surgimiento de este tipo de
fenómenos y la actuación internacional para frenar la
piratería. No obstante, han quedado un poco desdeñados
otros aspectos tales como la situación social en la región,
las acciones de los gobiernos locales y la forma en que la
piratería ha repercutido en las poblaciones del área.
Para
analizar el significado de la piratería para la población
somalí y el por qué de sus éxitos, es necesario realizar
un bosquejo de la situación interna en Somalia y ver cómo
han repercutido las ganancias de estas operaciones en las
ciudades costeras implicadas.
Somalia
en la actualidad está dividida en tres regiones que
difieren legalmente en cuanto a su status quo. Esta
configuración tiene su antecedente histórico en el período
colonial, con la división hecha por Inglaterra e Italia de
Somalia. Como fenómeno actual es consecuencia del proceso
que comenzó con el derrocamiento de Siad Barre en 1991 y la
subsiguiente división político-administrativa, en conjunción
con una guerra civil, que aún hoy no ha encontrado solución.
Así encontramos a:
-Somaliland
más al norte, donde se estableció un Estado de facto,
-Puntland,
en la región central, con altos niveles de autonomía,
incluso con órganos de dirección separados del gobierno
central de Somalia
-Somalia,
en el sur, donde si bien están creadas las estructuras
institucionales y de gobierno estas no logran funcionar.
Desde
la década de los 90 se ha profundizado la crisis
humanitaria por los continuos enfrentamientos internos, el
bajo desarrollo económico del país, las afectaciones por
el cambio climático y la poca capacidad de las
organizaciones regionales e internacionales para solucionar
temas medulares de las poblaciones, entre otras.
Por
solo citar algunos datos tenemos que al menos 3,2 millones
de personas, lo que representa el 40% de la población
total, está necesitando ayuda humanitaria. Así mismo la
persistencia de los enfrentamientos entre el último intento
de gobierno creado a principios de año y los movimientos de
oposición a él, fundamentalmente representantes del
islamismo radical, han conllevado al desplazamiento de cerca
de un millón de personas, aspecto que se ha recrudecido en
los últimos meses con el aumento de los ataques en la
capital, Mogadiscio, donde vive un por ciento importante de
la población urbana. Estos desplazamientos han conllevado a
un empeoramiento de las condiciones de vida, pues la población
que huye de los combates se refugia en lugares que carecen
de abastecimiento de agua, servicio sanitario, o alimentación
adecuada ya sea en otras regiones rurales de Somalia, Kenya
o Yemen.
Unido
a esto se evidencia el impacto negativo del cambio climático.
Por solo citar un ejemplo, la sequía ha traído como
consecuencia en el último año la muerte de entre un 30 y
un 40 por ciento de la masa ganadera del país, sustento de
la mayoría de la población rural que se dedica al
pastoreo.
Si
bien las organizaciones internacionales, como las Naciones
Unidas, el Banco Mundial y el Banco Africano de Desarrollo
han desembolsado millones de dólares durante los últimos años,
la efectividad de los programas creados para aliviar la
situación humanitaria es insuficiente.
En
este contexto, la piratería se ha convertido en un estilo
de vida para un por ciento de la población de las ciudades
costeras, motivado por las ganancias sin precedentes para la
población. Esto ha repercutido en la revitalización de los
comercios y un mayor dinamismo en las relaciones
interpersonales.
La
organización misma de la red de acción de los grupos es
una muestra de hasta qué punto se han profundizado y
especializado los atacantes. En una entrevista brindada por
un miembro de un grupo, este explicaba que si bien en un
principio los ataques eran organizados por los pescadores,
en estos momentos cada miembro de un grupo realiza una labor
específica por la cual recibe un por ciento del rescate
pedido.
¿Ahora
bien, cómo funciona la red?
Un número
reducido de personas, aproximadamente de 7 a 10, toman
directamente la embarcación, mientras otros asumen la
defensa desde las costas. A partir de este punto comienza la
labor del representante, que por lo general es un hombre de
negocios y que actúa como intermediario entre el grupo y la
compañía a la cual pertenece el barco. Una vez culminado
todo el proceso de negociación y devolución del barco, la
división de las ganancias se realiza en cantidades
proporcionales a la labor desempeñada. El 50% es para
quienes realizan el asalto, 30% para el negociador y el 20%
restante para los que apoyan desde la costa.
Con
todo el dinero flotando alrededor de ciudades como Eyl,
Haradhere y Bossaso, sobrepasa el PIB de 20 millones de
Puntland, no es de extrañar que haya personas agradecidas
por la piratería. Los comercios han tenido un boom increíble
con la apertura de restaurantes, tiendas, cibercafés;
incluso, ha servido para ofrecer trabajo, aunque no en el
sentido clásico, para un número importante de jóvenes. En
este punto no le representa mucho a la población de dónde
esté viniendo el dinero, sino el hecho de que está
llegando.
Unido
a esto tenemos a otro sector, exógeno, que se está
beneficiando del auge de la piratería: los vendedores de
armamentos y tecnologías, quienes están obteniendo
ganancias jugosas; y las compañías privadas de seguridad,
con tarifas tan alarmantes como la de los mismos rescates
pedidos por los piratas.
En
este punto quizá lo más preocupante sea que esta situación
está cambiando el tradicional estilo de vida basado en la
pesquería. En medio del caos de su país, donde la mayoría
de los ciudadanos viven con menos de un dólar diario, la
población de estas ciudades está gastando dinero al por
mayor, comprando y construyendo, convirtiendo la piratería
en una especie de industria de la cual se benefician muchos.
Esta cuestión puede resultar compleja en el enfrentamiento
al fenómeno mismo, pues hasta qué punto estarían
dispuestos a abandonar una forma de vida por retornar a su
antiguo modo de producción, más con una nueva generación
que por la misma dinámica interna está acostumbrada a
vivir al día y que se ha acostumbrado rápidamente a las
condiciones de que disfrutan en la actualidad.
En
definitiva no se trata de una justificación a la piratería
sino de enfocar el tema desde otra arista, la de un segmento
de la población que encontró un mecanismo para mejorar sus
condiciones, en un país que ciertamente no brinda
demasiadas alternativas y cuyas instituciones, aunque con
voluntad, no tienen la capacidad para controlar ni frenar el
fenómeno.
(*)
Investigadora del Centro de Estudios sobre África y Medio
Oriente, La Habana.
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