No terminaba de apagarse el
estruendo de la última bomba que la OTAN arrojó en Libia cuando el
presidente Obama anunció la decisión de intervenir militarmente en otro país
africano: Uganda. “Esto es necesario –dijo– porque el Ejército de
Resistencia del Señor (ERS) representa una amenaza para a la seguridad
regional” (www.whitehouse.gov, 14-10-11). En cierto sentido, el argumento es
novedoso: hasta el presente, la Casa Blanca invadía países “en defensa de
la seguridad nacional”, la de EE.UU. Esta explicación del operativo Uganda
–al que ya se destinaron 40 millones de dólares– pone de manifiesto la
capacidad de cambio que caracteriza al mandatario estadounidense y la amplitud
de su preocupación por el mundo entero.
Washington enviará un centenar
de “asesores militares” para contribuir al aniquilamiento del ERS, una
miniguerrilla de vaga orientación cristiana sin base social alguna que ha
cometido atentados terroristas en la zona. Opera desde hace 20 años, pero el
Departamento de Estado le presta ahora una repentina atención. Ese cuerpo de
élite “permanecerá en el país todo el tiempo que sea necesario”, precisó
Obama y la historia se conoce: la intervención de EE.UU. en Afganistán
comenzó con personal militar escaso y hoy asciende a 100.000 el número de
sus efectivos en el país asiático. La generosidad del jefe de la Casa Blanca
asomó en otro ofrecimiento: está dispuesto a intervenir en el Congo y en la
República Centroafricana “si esos estados lo solicitan”.
El 16 de octubre, dos días
después del anuncio de Obama, tropas de Kenya invadieron el sur de la vecina
Somalia por tierra, mar y aire con el propósito declarado de impedir que
presuntos miembros de la organización islamita al Shabaab siguieran violando
la frontera. La Casa Blanca manifestó su sorpresa por el hecho y negó que
estuviera involucrada, pero los misiles que causaron la muerte de centenares
de civiles somalíes “parecen haber sido disparados desde aviones no
tripulados o submarinos estadounidenses”, según The Economist
(www.economist.com, 29-10-11).
Francia negó asimismo su
participación en el operativo y fue desmentida por un vocero militar de
Kenya, el mayor Emmanuel Chirchir, quien manifestó que la marina de guerra
francesa había bombardeado poblaciones somalíes (The New York Times,
23-12-11). Libia quedó atrás, pero la OTAN es incesante.
Todo parece indicar que, en
realidad, avanza la aplicación de la estrategia del comando de EE.UU. para
Africa (Africom, por sus siglas en inglés): EE.UU. persigue el control
militar de las zonas estratégicas del continente negro: Libia, en el cruce
del Mediterráneo que baña a Medio Oriente y Africa; el Cuerno de Africa y la
región central africana, que facilitan el control del Océano Indico y del
Atlántico. Se puede pensar que la razón de este designio es apoderarse de
las riquezas de la región, el petróleo libio, por ejemplo, y las reservas de
oro negro de Somalia, al parecer cuantiosas. No deja de ser así, pero el
juego es más amplio: se trata del sueño imperial de colonizar al mundo
entero.
El Pentágono entrena
febrilmente a los militares de Mali, Chad, Níger, Benin, Botswana, Camerún,
la República Centroafricana, Etiopía, Gabón, Zambia, Uganda, Senegal,
Mozambique, Ghana, Malawi y Mauritania y realiza con frecuencia maniobras
conjuntas con las fuerzas armadas de esos países (www.blackagendareport.com,
18-10-11). Ejerce así una notoria influencia en los mandos militares de la
región y, en consecuencia, en sus gobiernos. EE.UU. ha convertido en
“socios” a Etiopía y a los cinco estados de la Comunidad del Africa
Oriental. Cualquier nación africana que, como Eritrea, no mantiene una relación
con el Pentágono, es blanco de un cambio de régimen.
La Casa Blanca justifica
actualmente la invasión kenyana de Somalia como parte necesaria de la llamada
guerra antiterrorista en razón de la insurgencia de la organización islamita
al-Shabaab, que se alzó contra el gobierno federal de transición de
Mogadiscio impuesto en 2009 con el apoyo de EE.UU. y otros países de Europa
para combatirla. Washington acusa a los insurgentes de mantener lazos con
al-Qaida, pero “la mayoría de los analistas considera que esos lazos son débiles”,
según el Council on Foreign Relations, el think-tank no partidista con sede
en Nueva York (www.cfr.org, 10-8-11). El CFR estima que el número de
combatientes islamitas ideológicamente convencidos de su lucha oscila entre
300 y 800 individuos. No obstante, al-Shabaab controla buena parte del sur de
Somalia y obstaculiza así el dominio geopolítico estadounidense del estratégico
territorio marítimo de Africa oriental.
Hay unos 12 millones de seres
con hambre en la región, castigada por la sequía más dura de las últimas
seis décadas. Decenas de miles han muerto y en los próximos meses centenares
de miles conocerían el mismo destino en Somalia, advirtió la ONU. La invasión
militar de Kenya ahonda, y mucho, la gravedad de esta situación humanitaria.