Nelson Mandela (1918-2013)
Show mediático mundial y realidad político-social
Por Elías Saadi
Socialismo o Barbarie, semanario, 19/12/2013
El 5 de diciembre pasado, a los 95 años, fallecía Nelson Mandela, en
Johannesburg, Sudáfrica. Al instante, se puso en marcha un
show político-mediático de alcances globales, con
dimensiones sólo menores a las de un mundial de fútbol.
Contó con un elenco de figuras internacionales pocas veces
visto, compartiendo juntos el escenario. En primera fila, más
de 90 jefes de estado, que iban desde Barak Obama a Raúl
Castro. Entre ellos se destacó el batallón de gobernantes
europeos, que viajaron a Sudáfrica a rendir homenaje a esa
figura histórica de la lucha contra el apartheid…
aunque en sus respectivos países impulsan políticas
racistas cada vez peores, con persecuciones contra negros,
árabes y gitanos, según los gustos.
Obama
encabeza el show en los funerales de Mandela
Todo show mediático organizado por el capitalismo siempre nos trata de vender
algo. Y no sólo productos materiales, como autos,
mayonesas o dentífricos, sino también ideas. La gira del papa Francisco a Brasil, es un ejemplo reciente
de esta importante variedad. Los funerales de Nelson Mandela,
también.
Si hay una palabra que resume la idea (y mandamiento) que quieren
hacernos comprar a cualquier precio, esa palabra es “conciliación”.
¡Conciliación a toda costa, entre torturadores
y torturados,
entre opresores y
oprimidos, entre explotadores
y explotados! Es el undécimo mandamiento: “¡Negociarás
y conciliarás!”
Entonces, nos pasan la película edificante de un Mandela injustamente
preso durante larguísimos años, que un día recibe la
visita de sus carceleros en apuros –los gobernantes
blancos racistas de Sudáfrica– para proponerle negociar.
Aunque están con el agua al cuello, Mandela, sin rencores,
generosamente acepta y, al final, pacíficamente, llegan a
un acuerdo que evita más conflictos y beneficia a todos por
igual, negros y blancos, pobres y ricos, trabajadores y
patrones. La secuencia final de esta película podría ser
la de Mandela y de Klerk (el presidente racista de Sudáfrica)
marchando del brazo en 1993, cuando recibieron juntos el
Premio Nobel de la Paz.
¡Así queda demostrado que conciliando y negociando pacíficamente, se
puede lograr todo! ¡No proteste, no haga alborotos ni
revueltas, tampoco huelgas ni, muchísimo menos,
revoluciones! ¡Sea un buen corderito, como Mandela!
Por supuesto, los hechos, el verdadero curso político y social de Sudáfrica
en las últimas décadas, tienen poco que ver con este
repugnante adoctrinamiento que desbordó las pantallas y las
páginas de la prensa.
Aquí, en otros artículos, examinamos dos aspectos del complejo curso
de Sudáfrica. Uno, es el papel de Mandela en el proceso de
luchas de Sudáfrica. En el otro, haremos el balance de la
situación de los trabajadores y los sectores populares
africanos, dos décadas después del fin del apartheid.
Mandela y la lucha contra el apartheid,
alcances y límites
Por Elías Saadi
Socialismo o Barbarie, semanario, 19/12/2013
La derogación de la infame legislación racista en Sudáfrica a inicios
de la década del ’90 –el llamado sistema de apartheid–
fue indudablemente un cambio
fundamental y progresivo de régimen político y, al
mismo tiempo un gran triunfo que fue ante todo producto de una lucha heroica
durante décadas de las masas negras de Sudáfrica.
El prestigio que todavía conservaba entre las masas –y que se expresó
en sus funerales– estaba mucho menos deteriorado que el de
su partido –el ANC (African National Congress)– que
desde 1994, cuando Mandela llegó a la presidencia, ha
gobernado sin interrupciones. Ese reconocimiento de amplios
sectores de masas a Mandela tiene, por supuesto, motivos y
una temática muy diferentes al show mundial encabezado por
la tropilla de presidentes y primeros ministros que
aterrizaron en Johannersburg.
Pero, simultáneamente, hay que decir con claridad, que ese cambio de régimen
que fue un logro de la lucha de las masas africanas, tuvo estrechos
límites. Con el tiempo, esto se fue haciendo cada vez más
evidente en un test indiscutible: la situación social de
las masas africanas es en muchos aspectos peor que en tiempos del apartheid.
Se ha impuesto el principio de “un
hombre, un voto” (que fue la demanda histórica y
central de Mandela). Ya no hay ómnibus, restaurantes,
escuelas o barrios separados para blancos y negros.
Negras/os y blancas/os pueden amarse sin peligro de ir a
prisión, como sucedía antes. Esas y otras disposiciones
del infame apartheid fueron abolidas… Pero, en distintas proporciones han
quedado atrás… en los papeles…
La familia africana que vive en una “villa miseria” o “chabola”
(como dice en España) no tiene ya impedimento legal para
mudarse a una barrio digno habitado por blancos… mientras
tenga en el bolsillo el dinero necesario...
Gran ascenso de las luchas…
que acaba en negociación
En la década del ´80, Mandela (desde la prisión) comenzó las
negociaciones con el gobierno racista de los afrikaners, los
colonizadores blancos de origen holandés que asumieron el
poder tras la retirada de los británicos después de la
Segunda Guerra Mundial.
Esas negociaciones comenzaron a iniciativa de los afrikaners, no del ANC.
Es que el régimen racista estaba en una situación que iba poniéndose cada vez más crítica.
En primer lugar, internacionalmente,
el panorama se presentaba cada vez más difícil. Estados
Unidos (y tras él Gran Bretaña y otras potencia) le habían
“soltado la mano” al régimen sudafricano. Hasta 1975,
habían apoyado al régimen racista, por considerarlo un
bastión de la lucha anti-comunista y de enfrentamiento a la
Unión Soviética. Pero sacaron las cuentas que el costo político
de apoyar a semejante régimen excedía cada vez más sus
ventajas en África y en todo el mundo.
Masacre
de Shaperville, 1960, bajo el régimen del apartheid
Asimismo, con la Revolución Portuguesa de 1974, habían triunfado los
movimientos independentistas de Angola y Mozambique, limítrofes
de Sudáfrica y de Namibia (territorio ocupado por los
afrikaners en los ’60). El gobierno blanco sudafricano se
lanzó a la intervención militar, que a fines de 1987
terminaba en una derrota frente las tropas angoleñas y
cubanas en la batalla de Cuito Cuanavale. El fracaso
colonialista, obligó a una retirada general. Sudáfrica se
fue de Angola y de Namibia, que proclamó la independencia.
Pero los acontecimientos decisivos se daban al interior de Sudáfrica.
La resistencia de la clase trabajadora africana y de las
masas juveniles y populares enfrentaba represiones feroces.
Pero en las décadas de los ´70 y ´80 venían
en ascenso. Masacres horrendas, como la de Shaperville
en 1960 o la de Soweto en
1976, no lograban amedrentar a las masas africanas. Por el
contrario, atizaban la indignación de la juventud y los
trabajadores. Más y más sectores se incorporaban a la
lucha. Al mismo tiempo, internacionalmente, con la represión,
el régimen cosechaba cada vez más repudio.
Dentro de ese ascenso, se destacaba un rasgo muy importante, que no había
estado presente en otros países y regiones de África: la irrupción
de un nuevo movimiento obrero, organizado en el COSATU (Congress
of South African Trade Unions) en 1985, que establece una
alianza tripartita con el ANC y el SACP (South African
Communist Party).
En esa situación cada vez más crítica. La gran burguesía afrikaner
sacó cuentas. Ya desde inicios de los ’80, los grandes
empresarios más lúcidos habían concluido que el apartheid
no daba para más. Comenzó la presión sobre el partido
racista gobernante, el National Party para negociar un
acuerdo, que dejara totalmente a salvo sus propiedades y
privilegios, a cambio de hacer concesiones en relación a
“un hombre, un voto” y demás medidas que liquidase,
formalmente, el apartheid.
Una negociación que enterró
una revolución
La negociación entre Mandela (representado al trío ANC-SAPC-COSATU) y
de Klerk podría resumirse así: una
negociación que enterró, por anticipado, una revolución.
Efectivamente, Mandela abdicó, desde el inicio, de todas las demandas
sociales (incluso de las que figuraban en el mismo programa
de la ANC, como las de nacionalización de las grandes
empresas y monopolios, en especial de la minería). El gran
capital afrikaner y extranjero salieron del paso sin perder
un centavo. Más aun salieron
ganando, porque sus inversiones y su dominio del país
dejaron de estar al borde del abismo, que configuraba la
situación probablemente prerrevolucionaria de los ‘80.
Recuperaron las más absolutas garantías para continuar con
la explotación más brutal de los trabajadores, en su
inmensa mayoría, de color.
Esta política de Mandela, en verdad, no significó un giro de 180º en
su pensamiento político y social. Como recuerda un
especialista en el tema Sudáfrica, “Mandela siempre fue
un político muy moderado, más bien conservador. Nacido
en 1918 como el hijo mayor de la familia real de Transkei,
fue educado en la respetabilidad y el sentido del status y
los privilegios. Luego, Mandela tuvo una formación de
abogado y devino un representante de la pequeña burguesía
negra que emerge en los años ’40.”(Charles Longford,
"On Nelson Mandela’s inspiring achievements and
tragic failures", spiked-online,
06/12/2013)
Como abogado en Johannesburg, comienza a relacionarse con el infierno en
que vive la gente de color, y actúa en su defensa. Se
relaciona con el ANC y en 1944 se une a los “Jóvenes
Leones”, un grupo disgustado con la pasividad de los
viejos dirigentes del ANC, e integrado también por jóvenes
de clase media y profesiones liberales. Este sector del ANC
va creciendo y radicalizando, a medida que el racismo
afrikaner responde con más y más brutalidad.
Mandela acompaña ese proceso, pero no precisamente como su ala
izquierda. Los escritos y discursos de Mandela en ese período,
que Longford cita, no dejan lugar a dudas:
“Revelan cómo su política era realmente conservadora y favorable al
capitalismo. Mandela explica extensamente que la Freedom
Charter (declaración de principios adoptada por ANC) ‘de
ninguna manera es un programa para un estado socialista’.
Su llamado a una redistribución de las tierras y no a la
nacionalización, se basa ‘en una economía fundada sobre
la empresa privada’, etc., etc.”(Charles Longford, cit.)
Para imponer sin mayores objeciones un acuerdo que enterraba un proceso
revolucionario de tal magnitud, Mandela por supuesto exhibía
el indiscutible beneficio de la liquidación formal del apartheid
(como veremos, su terminación real es otro cantar).
Pero, además, otros factores fueron su ayuda. Dentro, de Sudáfrica, el
SACP y los dirigentes del COSATU, que en buena parte también
eran stalinistas, aplaudieron la entregada. Pero no menos
importante fue el clima internacional de retrocesos y
derrotas que marcó la década del 80, especialmente el último
tramo, con la caída del Muro de Berlín y el “fracaso del
socialismo”.
De todos modos, eso no quita las responsabilidades de Mandela en esa
capitulación… y en todo lo que vino luego.
Sudáfrica, 20 años después del apartheid
Un infierno para los trabajadores y los pobres
Por Elías Saadi
Socialismo o Barbarie, semanario, 19/12/2013
“Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los
espinos, o higos de los abrojos?” (Mateo
7:16)
No acostumbramos a citar con frecuencia los Evangelios. Pero en este
caso viene bien esta cita, de un materialismo elemental pero
correcto. Efectivamente, ¿cuáles han sido los frutos de
los acuerdos, a casi 20 años de 1994, el año en que
Mandela asumió la presidencia, marcando también el fin del
apartheid? Veamos algunos ejemplos.
La masacre de Marikana, una
postal de la Sudáfrica actual
El
16 de agosto de 2012, una terrible represión policial llevó
la vida de 34 mineros en Sudáfrica. Se ensañó sobre más
de 3.000 trabajadores de la multinacional inglesa Lonmin
Platinum en la localidad de Marikana, a cien kilómetros
de Johannesburgo, capital económica del país. Los
trabajadores estaban en huelga por aumento de salario desde
el agosto. Habían salido a la lucha pasando por encima de
la podrida burocracia del sindicato del COSATU.
Masacre
de Marikana, 2012, bajo el régimen del ANC
Esta
masacre, que tuvo resonancia mundial, no es una matanza
cualquiera. Reproduce milimétricamente las masacres que
eran práctica común en la época del apartheid.
La única diferencia es que los asesinos no eran policías o
militares blancos.
¿Sudáfrica, aún es un estado de apartheid?
Esta
pregunta se la hacen muchos, entre ellos el especialista que
citamos antes. Para él, hechos como la masacre de Marikana
pone al descubierto “la profunda antipatía y el temor del
ANC hacia la fuerza social en la que se apoyó para llegar
al poder: la clase trabajadora negra. Esta actuando con odio
y violencia contra los que, con su sacrificio, lo llevaron
al poder”.(Longford,
“South Africa: still an apartheid state”, spiked-online,
26/09/2013)
Otro
analista del tema Sudafrica, Patrick Bond , sostiene que
“del apartheid racial se ha ido al apartheid de clase”.(Monthly
Review, marzo de 2004). Es que, significativamente, el
primer gobierno negro, el de Nelson Mandela de 1994-1999,
fue el primer gobierno neoliberal rabioso
de Sudáfrica. Los anteriores gobiernos racistas eran por
supuesto capitalistas al mil por ciento, pero aún no habían
dado el salto al neoliberalismo que se generalizaría en los
90. Fue Mandela quien asumió la tarea, gracias además la
respaldo masivo de que gozaba.
El
primer acto de su gobierno fue acudir
al Fondo Monetario Internacional para gestionar préstamos
leoninos y designar a dos economistas neoliberales
“sugeridos” por el FMI, para ministro de
finanzas y gobernador del banco central. Acotemos que ambos
eran del National
Party,
el partido
racista que había creado y gobernado durante el apartheid.
Las
consecuencias ya se notaron al final de esa primera
presidencia del ANC, con Mandela: la desigualdad
social entre blancos y negros dio un
salto fenomenal.
“Como
resultado, de acuerdo incluso a las estadísticas del
gobierno, los ingresos familiares de los africanos negros
cayeron un 19% entre 1995-2000 (a $ 3,714 por año), en
tanto los ingresos familiares de los blancos aumentaron un
15% (a $22,600 por año). No sólo se intensificó la
pobreza relativa sino también la absoluta, en tanto la
proporción de hogares con ingresos menores a $90 creció
del 20% de la población en 1995, al 28% en el 2000. A lo
largo de la división racial, la mitad más pobre de todos
los sudafricanos ganaba sólo el 9,7% del ingreso nacional
en el 2000, por debajo del 11,4% de 1995. El 20% más rico
ganaba el 65% del ingreso total.”(Patrick Bond, cit.)
"La oligarquía blanca compró a los políticos negros"
Tras
estas realidades, se esconde un proceso político-social: el
ascenso de una capa de negros que se enriquecieron,
principalmente por vía de la corrupción en el ANP y el
gobierno, y que ahora constituyen un sector de la burguesía
y las clases medias altas.
Es
lo que describe el escritor y economista Moeletsi Mbeki, que
conoce esto desde adentro. Es hermano del ex presidente
Thabo Mbeki (1999–2008), que sucedió a Mandela. En su
libro "Arquitectos de la pobreza: por qué se debe
hacer frente al capitalismo de África", Moeletsi Mbeki
saca los trapitos al sol de la elite gobernante.
“Se
ha creado
una pequeña clase no productiva pero rica de capitalistas
negros, compinches con los grandes capitalistas blancos,
constituida por políticos del CNA (Congreso Nacional
Africano, partido gobernante), algunos retirados y otros
no".(Mbeki, "La oligarquía blanca compró a los políticos
negros", IPS,
26/08/2009)
La vuelta del racismo
Resulta
increíble pero al fin de cuentas lógico, que el gobierno
negro al servicio de la gran burguesía sudafricana que
sigue siendo blanca por abrumadora mayoría, terminara
resucitando el racismo.
Antes,
el apartheid se
basaba en el racismo blanco contra los negros en general.
Ahora el nuevo racismo, promovido desde arriba a través del
degenerado aparato del ANC, se dirige contra otros negros:
los inmigrantes de otros países africanos, principalmente
Mozambique.
Esto
ha dado lugar a pogroms y matanzas, que cuentan la “vía
libre” de la misma policía que masacró a los mineros de
Marikana. Una periodista de Johannesburg, describe así la
cosa:
“Se
desató una oleada de ataques xenófobos en barriadas
sudafricanas. Turbas de exaltados golpearon y asesinaron a
extranjeros, principalmente de Mozambique. Quemaron vivos a
algunos de ellos, en escenas que rememoran las épocas de
violencia de la era del apartheid.
Los atacantes eran en su mayoría sudafricanos negros que
respondían a organizaciones políticas pro gubernamentales.
“¿Cómo
realizan la caza de ‘shangaans’
(mozambiqueños)? Un grupo de hombres armados irrumpe en una
chabola y pregunta a los residentes cómo se dicen en zulú
palabras muy precisas, como codo o meñique. No saber la
respuesta significa que uno es un ‘amakwerekwere’, que
farfulla, que habla diferente. Esto supone el apaleamiento,
o incluso la muerte.”(Lali Cambra, “A la caza del
'shangaan'”, El País,
25/05/2008.
Esto
sucede en la nación que fue ejemplo mundial de lucha
antirracista. Este es el balance de la gran entregada del
ANC, encabezado por Nelson Mandela.
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