¿Salir
de forma gradual del neoliberalismo?
Por
Raúl Zibechi (*)
Correspondencia de
Prensa Nº 402, 02/04/04
Nunca
antes habían coexistido, en Sudamérica, tantos gobiernos que en
algún momento proclamaron su intención de poner distancias, o romper
directamente, con el modelo neoliberal. Sin embargo, los pasos en esa
dirección, salvo excepciones, no pasaron de las declaraciones.
Los
actuales presidentes de Ecuador, Perú, Venezuela, Paraguay,
Argentina, Brasil y Bolivia, llegaron a sus cargos aupados por
movimientos populares y fueron elegidos porque marcaron claras
distancias -unos de forma contundente, otros con la mayor tibieza- con
el modelo neoliberal que azota la región desde hace por lo menos
quince años. De todos ellos, sólo el presidente venezolano Hugo
Chávez ha dado muestras inequívocas en el sentido de romper amarras
con el modelo. El ecuatoriano Lucio Gutiérrez se pasó al bando
neoliberal, el peruano Alejandro Toledo lo siguió en el mismo rumbo,
en tanto el boliviano Carlos Mesa se encuentra paralizado por
presiones cruzadas de los intereses imperiales y de las elites
locales, por un lado, y la amenaza del movimiento popular de retomar
las calles.
Los
gobiernos más importantes de la región, los de José Inacio Lula da
Silva y Néstor Kirchner, comenzaron sus gestiones en un clima de
esperanza generalizada. Aún los intelectuales críticos auguraban una
“salida gradual de la lógica neoliberal”, que parecía posible e
inminente.
Sin embargo, no dieron hasta ahora ningún paso serio en esa
dirección, aunque justo es decir que el argentino lucha por anteponer
los intereses nacionales a los de la banca internacional, quizá
porque enfrenta la necesidad de recuperar credibilidad para el
vapuleado Estado nacional argentino, al borde de la quiebra y sumido
en una grave crisis de legitimidad.
La
correlación de fuerzas a escala del subcontinente, permitía avizorar
a comienzos del año 2003, las posibilidades de un cambio de rumbo.
Hacia el fin del primer trimestre del 2004, esas expectativas se han
evaporado y el gobierno venezolano vuelve a quedar aislado (junto a
Cuba) en su solitaria lucha por desprenderse de un modelo que ha
destruido las sociedades y ha puesto de rodillas a los países ante
los organismos financieros internacionales. Se trata, sin lugar a
dudas, de una oportunidad perdida que no volverá a repetirse en mucho
tiempo. No sería oportuno achacar a tantos grupos y partidos en el
gobierno (algunos de los cuales como el PT de Brasil, tienen una larga
historia de luchas), el haber traicionado las causas populares. Hay
casos de oportunistas, como Gutiérrez, pero no es ésa la pauta de
todos los casos reseñados, y no lo es en absoluto de presidentes como
Lula y Kirchner. ¿Qué ha fallado? ¿Porqué la ruptura con el
neoliberalismo se muestra tan esquiva? La respuesta, es que a nadie le
agrada conducir una barca hacia zonas de alto riesgo, y todos procuran
evitarlo. O sea, que la salida del neoliberalismo no puede procesarse
sin una profunda crisis social, política, cultural y económica. No
sólo por las razones externas esperables (el inevitable acoso
imperial), sino por los cambios habidos en nuestras sociedades en las
dos últimas décadas.
Un
tejido social desgarrado
No
es un secreto que el modelo neoliberal destruyó las sociedades
tradicionales. Debilitó a los Estados nacionales al poner en el
centro de la sociedad al mercado, como eje regulador de todos los
ámbitos de la vida; destruyó las industrias dedicadas al mercado
interno que habían crecido desde la década de 1930; polarizó las
sociedades creando una capa de nuevos ricos, legiones de marginados y
desocupados, y empobreció a sectores de las capas medias. Nuestras
sociedades perdieron la fisonomía que habían adquirido a lo largo de
décadas de potentes luchas, que fueron configurando rasgos
específicos y dieron pie al nacimiento de Estados sociales
imperfectos.
Pero
no todos perdieron con el neoliberalismo. Este modelo no beneficia
sólo a las elites de cada país; de lo contrario, no podría haberse
sostenido durante este tiempo en el que sus principales impulsores
ganaron numerosas elecciones con amplio respaldo popular. Este es uno
de los cambios sociales más profundos y desgarradores que enfrentamos
en América Latina. El mundo del trabajo fue partido en dos por el
modelo: una porción minoritaria, pero significativa, conserva sus
derechos laborales y sociales, mientras la mayoría de los
trabajadores, y una porción creciente de las capas medias, fueron
empujados a la marginalidad.
La
suma de desocupados e informalizados oscila en el subcontinente entre
un mínimo del 45% y trepa en algunos países hasta más del 70% de la
población activa; y sus condiciones de vida empeoraron en la última
década de forma alarmante. El grupo de los que aún mantienen trabajo
fijo y estable en el sector privado -aún percibiendo salarios
relativamente bajos- pudo eludir la caída en el abismo: obreros,
administrativos y técnicos de las ramas dinámicas del sector
privado, trabajadores “en blanco” o formales, son los que
mantienen capacidad de consumo, suelen vivir en los barrios “consolidados”
de las grandes ciudades, tienen acceso a servicios de salud y
educación, usan transporte privado, computadora y a internet.
Estos cambios sociales nos llevan a considerar que las elites y los
sectores sociales que se benefician con el sistema han conocido, en
cada país de modo diverso, una importante expansión, pasando de
representar –en números muy gruesos- quizá del 5% anterior a un
promedio que puede oscilar entre el 10 y el 20% de la población de
cada país.
En
Argentina, donde el porcentaje de la población asalariada fue de los
más elevados del continente, los aumentos salariales –que son el
motivo principal de la acción sindical- benefician al 19% de la
población activa, que representa sólo al 8% de la población total.
Los cambios provocados por el neoliberalismo llevaron a que la mayor
parte de la población activa esté excluida del empleo asalariado
formal y de sus beneficios: en efecto, si de la población activa
total se restan los desocupados (22% en 2002), los asalariados no
registrados o “en negro” (22%), los informales (17%) y los
empleados del sector público (15%) que reciben aumentos ridículos,
muy por debajo de la inflación, concluimos que sólo el 19% de los
trabajadores (aquellos que pertenecen al sector privado y están
registrados, o sea que pertenecen a grandes empresas) son los
verdaderos beneficiarios de los aumentos salariales.
Mientras
más de la mitad de la población se hundió en la pobreza, a este
sector le ha ido bien, o relativamente bien, en las dos últimas
décadas. Estos grupos sociales, que a menudo son la base social del
neoliberalismo, suelen estar sobre-representados en el movimiento
sindical y son los que marcan los rumbos del sindicalismo.
Pasión
por la estabilidad
Uno
de los efectos más perversos del neoliberalismo, es que los que más
necesitan romper con él, tienen enormes dificultades para organizarse
y hacerse escuchar, mientras los que pueden hacerlo están interesados
en mejorar su situación dentro del modelo. Esta fractura no se
registraba en el período de la industria nacional de sustitución de
importaciones, cuando todos los sectores populares tenían -a grandes
rasgos- intereses mínimos comunes. Dicho de otro modo: hasta los
años setenta podía sostenerse que el movimiento sindical, en el que
se agrupaban todas las categorías de obreros, tendía a representar
el “interés general” de la clase trabajadora. Esto ha cambiado
radicalmente con la implantación del neoliberalismo. En palabras de
un dirigente de la Central de los Trabajadores Argentinos (CTA),
refiriéndose al sindicalismo que sólo organiza a los que tienen
trabajo formal: “Un modelo sindical que sólo apuesta a organizar a
este sector, apuesta a la debilidad de la clase trabajadora y es
funcional al sistema”.
No
es ninguna casualidad, por tanto, que las luchas más importantes de
la última década las protagonizaran los sin tierra brasileños y
paraguayos, los indios bolivianos, ecuatorianos y chiapanecos, los
habitantes de las barriadas pobres en las periferias de las grandes
ciudades, como los piqueteros argentinos y los vecinos de El Alto en
Bolivia. Ciertamente, hubo sindicatos y gremios de trabajadores que
desplegaron luchas muy importantes. Pero fueron la excepción. Lo
habitual, es que los que verdaderamente pelean son los desocupados y
subocupados, en suma, los marginalizados por el neoliberalismo.
El
secretario de Organización de la CUT brasileña, Rafael Freire,
expresa de forma transparente la existencia de dos opciones entre los
oprimidos. Sostiene que en el amplio movimiento contra la
globalización neoliberal, coexisten dos opciones: la de quienes
promueven su “abolición”, y los que como la CUT y las grandes
centrales sindicales del mundo “trabajan por la ‘reforma’ de
esos organismos” y defienden “medidas que den una dimensión
social a la actual globalización”.
En todo caso, ambas alternativas (antisistémica y de inserción en el
sistema) no deberían visualizarse como opciones ideológicas, sino
como resultado de los intereses de sectores sociales que están
insertos de forma diferente y contradictoria: los marginalizados, por
un lado, y los que tienen trabajo fijo y expectativas de ascenso
social, por otro.
Más
aún, buena parte de los trabajadores sindicalizados suelen abrigar
temores hacia los desocupados, cuando éstos salen a las calles. En
ese sentido, los sectores que tienen trabajo fijo, ya sean obreros,
administrativos o técnicos, mantienen actitudes culturales próximas
a las de las clases medias con las que están cada vez más
emparentadas. Lo sucedido en Argentina en los momentos más intensos
de la crisis –la confluencia en las calles entre los marginalizados
y las capas medias- no es lo habitual. El deseo de progresar dentro
del neoliberalismo de aquellos que no se han hundido en la pobreza, se
expresa políticamente como apuesta a salir de forma gradual del
modelo. Tienden a rechazar los caminos políticos que pueden provocar
crisis sociales y, muy en particular, recelan de que los marginados
puedan ocupar un papel relevante en el escenario político, económico
y social.
Ruptura
con el modelo y crisis social
En
algunos países, las grandes centrales sindicales hace tiempo que ya
no representan los “intereses generales” de los trabajadores, sino
apenas intereses corporativos de pequeños sectores. Es el caso del
llamado “sindicalismo empresario” patrocinado por la CGT
argentina,
muchos de cuyos sindicatos participaron en el proceso privatizador
asociándose al gran capital internacional, ya sea en las empresas
privatizadas o en los fondos de pensiones creados por el menemismo.
Pero es también el caso de las centrales brasileñas, cuyos
dirigentes han sido señalados como parte de una “nueva clase social”
surgida de la administración de los fondos de pensiones originados en
las antiguas empresas estatales.
Por diferentes vías (mafiosas en el caso argentino, constitucionales
en el brasileño), el sindicalismo tradicional vive una profunda
mutación: sus capas más altas están muy lejos de aquella “aristocracia
obrera” nacida a principios del siglo pasado, integrada por obreros
manuales calificados, bien remunerados, educados y con formas de vida
diferenciadas del resto de los trabajadores, que apostaron a los
grandes partidos reformistas. Ahora estamos ante una fusión de
intereses entre la gran burguesía y un sector de los trabajadores,
justo aquellos que ejercen un papel determinante en el movimiento
sindical, por lo menos en unos cuantos países de América Latina.
Esto
explica, entre otras muchas razones, porqué la Confederación de
Trabajadores de Venezuela (CTV) se moviliza para derrocar al gobierno
de Chávez y se enfrenta a los habitantes de los barrios populares.
Los trabajadores de la petrolera estatal, PDVSA, guiados a menudo por
la gerencia de la empresa, han sido la punta de lanza de los intereses
imperiales. Ciertamente, el caso venezolano es excepcional por la
nitidez de los intereses corporativos que representa la central
sindical, pero en absoluto es un caso aislado. Buena parte de las
centrales sindicales del continente han renunciado a una política de
“derechos iguales para todos”, característica del Estado
benefactor, y se limitan a apoyan las políticas focalizadas contra la
pobreza que defiende el Banco Mundial y aplican todos los gobiernos de
la región, menos los de Venezuela y Cuba.
El
gran problema que presenta la salida del neoliberalismo en América
Latina, es que el principal sujeto social de los cambios ya no es la
clase trabajadora en su conjunto, sino el sector más pobre, los
llamados marginalizados. Un gobierno que pretenda romper con el
neoliberalismo, tendrá que “privilegiar” a este sector, tanto en
lo económico como en lo social, lo político y lo cultural. Por el
contrario, los intereses corporativos del sector de trabajadores que
se ha beneficiado con el neoliberalismo, se verán perjudicados. En
los hechos, parece imposible contemplar a unos sin afectar a los
otros, lo que supone niveles de confrontación elevados. Más aún
cuando los marginalizados (indios, sin tierra, piqueteros y otros)
comienzan a irrumpir en el escenario político con demandas propias,
que nunca consisten en el abandono “gradual” del neoliberalismo
sino en la ruptura lisa y llana. Aunque ello signifique adentrarse en
profundas crisis.
Notas:
(*)
Periodista, miembro del Consejo de Redacción del semanario Brecha
(Uruguay). Docente e investigador sobre los movimientos sociales en la
Multiversidad Franciscana de América Latina. Autor entre otros
ensayos de "Genealogía de la revuelta. Argentina: la
sociedad en movimiento", editado por Nordan y Letra
Libre, Montevideo y Buenos Aires, 2003.
Emir Sader, “Lula: ¿llegó el posneoliberalismo?”, en revista
América Libre No. 20, Buenos Aires, enero de 2003.
Véase Armando Boito Jr, "A hegemonia neoliberal no governo
Lula", en revista Crítica
Marxista No. 17, Río de Janeiro, Editora Revan, 2003.
Hugo Nochteff y Nicolás Güell, “Distribución del ingreso, empleo
y salarios”, Intituto de Estudios y Formación de la CTA, Buenos
Aires, junio de 2003.
Para llegar al 100% debe sumarse a patrones y profesionales
registrados (5% entre ambas categorías).
Declaraciones del dirigente de los trabajadores estatales, Juan
González, en Brecha, Montevideo, 15 de febrero de 2002.
Rafael Freire, “O sindicalismo e os movimentos de luta contra a
globalizaçao neoliberal”, en revista OSAL No. 6, Buenos Aires,
enero de 2002.
Francisco de Oliveira, O
ornitorrinco, San Pablo, Boitempo, 2003.
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