El
posliberalismo en América Latina
Por
Claudio Katz
Enfoques Alternativos, 09/05/04
¿Cuál
es el balance del neoliberalismo en América Latina? ¿Triunfó al
imponer su curso de acción a gobiernos de distinto signo? ¿O fracasó
al receptar el generalizado rechazo de la población? La respuesta
depende del aspecto enfatizado en la definición del neoliberalismo,
ya que este modelo no sólo incluye una práctica económica, un
proyecto de acumulación, sino también una ofensiva social destinada
a doblegar a los trabajadores y erigir regímenes autoritarios.
ALCA,
deuda y fracasos
En
el terreno económico la doctrina neoliberal continúa prevaleciendo.
Aunque la predilección de las clases dominantes por las
privatizaciones, la apertura y la desregulación ha decrecido, el
neoliberalismo orienta la estrategia del ALCA y del endeudamiento
externo.
Las
tratativas para conformar un área de libre comercio apuntan a
reforzar las ventas norteamericanas hacia la región, a cambio de
mayores cuotas del mercado estadounidense para los exportadores
latinoamericanos. Pero ante la resistencia del empresariado brasileño
(y en menor medida argentino) a desproteger su industria y
extranjerizar los servicios, la versión inicial del ALCA ha sido
modificada.
Actualmente
se discute una variante 'light' del acuerdo que eximiría a los
participantes de compromisos estrictos y plazos perentorios. Pero el
complemento de esta nueva alternativa son los acuerdos multilaterales
y los convenios bilaterales (México, Chile, Centroamérica) que
mejorarían las ganancias de las corporaciones a costa de la mayoría
popular.
También
en el plano financiero el modelo neoliberal persiste, especialmente a
través de la auditoría que ejerce el FMI. Esta ingerencia es más
gravitante que los desembolsos de intereses, porque implica una sistemática
subordinación de la inversión pública y los ingresos populares a
las prioridades de cobro de los acreedores.
Este
sometimiento al Fondo ha sido ratificado por los continuadores explícitos
del modelo de los 90 (Lagos, Fox, Toledo) y por los antiguos críticos
de la ortodoxia. Lula es el ejemplo más contundente de esta conversión.
Para 'ganar la confianza' de los banqueros mantiene altas tasas de
interés, restricciones a la emisión y recortes del gasto público
que aseguran las altas ganancias de los financistas. También Kirchner
enmascara con discursos de confrontación el compromiso de asignar el
3 % del superávit fiscal a los acreedores.
Pero
esta continuidad de políticas coexiste con el fracaso económico del
neoliberalismo. Las clases dominantes latinoamericanas no han logrado
a través de este modelo expandir sus negocios, reforzar su base de
acumulación o aumentar su presencia en el mercado mundial. Esta pérdida
de posiciones en el escenario internacional se verifica en el
estancamiento del PBI per capita, en la caída de la inversión
extranjera (especialmente en comparación a China y el Sudeste Asiático)
y en el desbordante endeudamiento. Por eso las fases de prosperidad cíclica
son cada vez más dependientes de la tasa de interés en los centros o
del repunte de los precios de las materias primas exportadas.
Este
fracaso ha sido paradójicamente potenciado por un logro reaccionario
del neoliberalismo: la generalizada regresión social. Pero esta
involución -que se verifica en el aumento del desempleo, el desplome
del salario mínimo y la explosión de informalidad laboral- acentuó
el estrechamiento de los mercados internos y la consiguiente contracción
de la acumulación. Además, la apertura y las privatizaciones
deterioraron la competitividad regional y el incremento del
endeudamiento externo -que favoreció a ciertos grupos- redujo
severamente la autonomía fiscal y monetaria requeridas para
contrarrestar los ciclos recesivos.
Sublevaciones,
sujetos y conciencias
El
intento neoliberal de doblegar la resistencia popular ha sufrido
graves reveses, como lo prueba el derrocamiento en las calles de
varios presidentes reaccionarios. Estas sublevaciones -que conmovieron
a Ecuador (1997), Perú (2000), Argentina (2001) y Bolivia (2003)-
constituyen acontecimientos mucho más significativos que los
repliegues electorales que también sufrió la derecha (Venezuela,
Brasil).
En
Bolivia una insurrección retomó la tradición de alzamientos
mineros, combinando reclamos sociales (aumento salarial), campesinos
(defensa de los cultivos cocaleros) y antiimperialistas
(industrialización del gas). También la rebelión que sacudió a la
Argentina constituyó una excepcional irrupción de la población
contra el régimen político ('Que se vayan todos').
Las
huelgas y ocupaciones de tierras en Brasil no tuvieron este alcance
(dadas las divergentes tradiciones de lucha y al carácter más
acotado de la crisis económica). Pero empalmaron con el rol activo de
los trabajadores estatales en todas las protestas latinoamericanas.
Este sector lidera la resistencia en Perú o en Uruguay y encabeza la
revuelta de Santo Domingo. La huelga general se mantiene como la forma
de acción clásica de la movilización popular y en cierto casos
-como Chile- se insinúa cierta reaparición del protagonismo obrero.
En otros países, la resistencia ha estado signada por rebeliones
campesinas generalizadas (Ecuador), localizadas (Colombia) o
regionales de gran impacto nacional (Chiapas). La lucha social
adquiere, además, connotaciones explosivas cuándo está imbricada al
desarrollo de un conflicto antiimperialista (Venezuela).
Esta
variedad de movimientos (gravitación indígena en zonas andinas,
sustento urbano en el sur) incluye un novedoso intercambio de
experiencias de lucha. Los trabajadores informales de Bolivia han
asimilado la experiencia de los mineros y los piqueteros argentinos
recogen el aprendizaje acumulado por sus dirigentes en el movimiento
sindical.
En
estas protestas se verifica una gran maduración de la conciencia
antiliberal. A diferencia de otras regiones (como Europa Oriental), en
América Latina ya no existen grandes expectativas en las
privatizaciones. Más significativo es el renacimiento de convicciones
antiimperialistas, que a diferencia del grueso del mundo árabe no
adoptan rasgos fundamentalistas de hostilidad religiosa o étnica. Por
eso en las movilizaciones de Latinoamérica se observa la imagen del
Che y no de líderes confesionales. El enemigo señalado son los
bancos y corporaciones yanquis, pero no el pueblo norteamericano.
Los
límites del giro antiliberal
Las
sublevaciones populares han acentuado la drástica disminución del
entusiasmo burgués por el neoliberalismo. Esta declinación se
expresa en el resurgimiento de gobiernos que promueven la
'reconstrucción un capitalismo regional autónomo'. Este proyecto de
los regímenes de centroizquierda es avalado por las mismas clases
dominantes que en los 90 abjuraban del 'estatismo'.
Este
curso confirma que 'las burguesías nacionales no han desaparecido' en
la región. Es cierto que la asociación con el capital foráneo y el
retroceso económico disminuyeron su gravitación y modificaron su
estrategia precedente de 'industrialización sustitutiva'. Pero las
clases capitalistas nacionales subsisten y continúan manejando los
resortes del poder. Quiénes suponen que ese grupo se disolvió por
efecto de la transnacionalización, la absorción imperial o la
carencia de proyectos autónomos olvidan las peculiaridades de la
burguesía nacional. Este sector nunca logra encarrilar la prosperidad
económica, ni tampoco consigue rivalizar con las grandes
corporaciones. Pero no se diluye dentro de un bloque común con el
imperialismo, ni renuncia a sus intereses propios frente a los
competidores extranjeros.
El
programa de capitalismo autónomo regional no se perfila actualmente
como un proyecto factible. El fracaso del MERCOSUR es un ejemplo de
esta inviabilidad. Al cabo de una década, los integrantes de esa
asociación no lograron forjar una moneda común, ni pudieron superar
sus divergencias arancelarias, porque cada clase dominante local
negocia unilateralmente con el FMI cronogramas de ajustes, que impiden
unificar las políticas económicas. La perspectiva del ALCA ejerce
además una presión disolvente sobre un mercado exclusivamente
sudamericano.
A
diferencia del pasado el nuevo programa de capitalismo regulado y autóctono
no se apoya en dictaduras desarrollistas, sino en regímenes
constitucionales. Pero el desprestigio de las 'democracias
autoritarias' se ha generalizado. Al cabo de dos décadas de tremendas
frustraciones populares, las estructuras semirepresivas y el
clientelismo electoral de estos regímenes han quedado tan erosionados
como la legitimidad política de estos sistemas.
Por
eso partidos tradicionales se desintegran (Ad y Copei en Venezuela),
las viejas instituciones decaen (PRI mexicano, radicalismo argentino),
los experimentos caudillescos declinan (Menen, Fujimori, Collor) y las
alquimias políticas tambalean (Toledo).
Posliberalismo
antipopular
Los
nuevos gobiernos latinoamericanos de centroizquierda claman contra el
neoliberalismo, pero preservan su herencia reaccionaria e impulsan
modelos que convalidan las contrarreformas de los 90. Lula es el caso
más significativo porque recibe elogios de los financistas que
aplauden su política económica ortodoxa y su reforma reaccionaria de
las jubilaciones.
El
PT en el gobierno cumple la típica función socialdemócrata de
aplicar el ajuste que la derecha no podría instrumentar y para
brindar 'pruebas de responsabilidad' frente a sus mandantes
capitalistas expulsó a los parlamentarios de la izquierda. Lula
ensaya la 'tercera vía' en un país subdesarrollado agobiado por la
miseria, instrumentando políticas totalmente alejadas de cualquier
proyecto transformador. Los atributos que sus defensores le asignan
('una política exterior independiente', 'promoción del MERCOSUR') no
difieren de los orientaciones implementadas por los gobiernos
precedentes. Pero Lula no es un caso aislado. En Ecuador, Gutiérrez
abandonó la alianza inicial con el movimiento campesino e indigenista
para aplicar todas las exigencias del FMI.
Discutir
este balance de los gobiernos centroizquierdistas es vital, porque
tampoco Uruguay podrá emerger de su colapso social manteniendo los
acuerdos con el FMI que avala la dirección del Frente Amplio. Y en
Bolivia las reivindicaciones sociales no podrán ser satisfechas, si
el MAS llega al gobierno con su política actual de compromisos con el
establishment.
Escenarios,
maniobras y disyuntivas
En
comparación al período de auge neoliberal, el margen de acción del
imperialismo norteamericano en la región se ha reducido notablemente.
Para controlar los recursos naturales de la región, Estados Unidos
necesita reforzar su presencia militar, pero el pantano de Irak le ha
creado un serio límite para esta intervención. El estancamiento de
la guerra en Colombia refuerza, además, estas dificultades porque
Uribe ha ensayado sin éxito una escalada de agresiones bélicas y
fracasó en el referéndum que implementó para legitimar estas
acciones.
Estados
Unidos ha perdido también el alineamiento incondicional de muchos
gobiernos, ya que sólo algunos presidentes centroamericanos lo acompañaron
en su aventura de Irak. Pero el mayor fracaso de Bush se localiza en
Cuba, ya que no ha podido crear una situación inestable en la isla,
mediante el secuestro de embarcaciones o el reforzamiento del embargo.
Como un boomerang, estos atropellos han aumentado la simpatía
regional hacia la revolución.
En
Venezuela el imperialismo sigue conspirando para imponer un referéndum
que expulse a Chávez. Pero sus provocaciones reavivan la movilización
popular. El actual proceso nacionalista tiene muchos antecedentes en
la región (Torrijos, Velazco Alvarado), pero lo distintivo es el
creciente nivel de organización por abajo. Existe una polarización
político-social comparable a la Argentina de los años 50 (hostilidad
burguesa al régimen, fractura entre la clase media y los
trabajadores), pero con un grado de radicalización en las fuerzas
armadas semejante a la revolución portuguesa de los claveles.
En
este adverso cuadro Bush intenta que Lula y Kirchner 'moderen' a Chávez
de la misma forma que atemperaron a Evo Morales durante la última
crisis boliviana. Pretende que la diplomacia latinoamericana repita el
papel que jugó en los 80, cuándo debilitó a los sandinistas
acorralados por la agresión de la 'contra'.
El
fracaso económico, la declinación política del neoliberalismo y las
sublevaciones populares plantean complejos desafíos para la
izquierda. Pero el compromiso con la lucha por las reivindicaciones
sociales es la condición de cualquier construcción política
realmente progresista. Esta acción implica resistir la militarización,
rechazar el ALCA y batallar por la cesación del pago de la deuda y la
ruptura con el FMI. Estas medidas son indispensables para recomponer
los ingresos populares y gestar una genuina integración regional. Si
se avanza por este camino, el posliberalismo se emparentará en América
Latina con el resurgimiento del socialismo.
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