Maquilas en
Latinoamérica
Por Marcelo Colussi (*)
Argenpress,
12/07/04
Por una camisa marca GAP un
consumidor canadiense paga, 34 dólares, mientras en El
Salvador una obrera gana 27 centavos de dólar por
confeccionarla en una planta maquiladora.
Organización Internacional del
Trabajo, (OIT).
Entre los 60 y los 70 comienza el
proceso de traslado de cierta industria de ensamblaje desde territorio
de los Estados Unidos hacia América Latina. Para los 90, con el gran
impulso a la liberalización del comercio internacional y la
globalización de la economía, el fenómeno ya se había expandido
mundialmente, siendo el capital invertido no sólo estadounidense sino
también europeo y japonés. En Latinoamérica hoy día esas
industrias son comúnmente conocidas como 'maquilas' (maquila es un término
árabe que significa 'porción de grano, harina o aceite que
corresponde al molinero por la molienda'), lo cual invariablemente se
asocia a precariedad laboral, falta de libertad sindical y de
negociación, salarios de hambre, largas y agotadoras jornadas de
trabajo y -nota muy importante- primacía de la contratación de
mujeres. Esto último, por cuanto la cultura machista dominante
permite explotar más aún a las mujeres, a quienes se paga menos por
igual trabajo que los varones, y a quienes se manipula y atemoriza con
mayor facilidad (un embarazo, por ejemplo, puede ser motivo de
despido).
Estas industrias, en realidad, no
representan ningún beneficio para los países donde se instalan. Lo
son, en todo caso, para los capitales que las impulsan, en tanto se
favorecen de las ventajas ofrecidas por los países receptores (mano
de obra barata y no sindicalizada, exención de impuestos, falta de
controles medioambientales). En los países que las reciben, nada
queda.
La relocalización (eufemismo en
boga por decir 'ubicación en lugares más convenientes') de la
actividad productiva transnacional es un fenómeno mundial y se ha
efectuado desde Estados Unidos hacia México, América Central y Asia,
pero también desde Taiwán, Japón y Corea del Sur hacia el sudeste
asiático y hacia Latinoamérica, con miras a abastecer al mercado
estadounidense. En el caso de Europa, las empresas italianas, alemanas
y francesas primero trasladaron sus actividades productivas hacia los
países de menores salarios como Grecia, Turquía y Portugal, y luego
de la caída del muro de Berlín a Europa del Este. Actualmente se han
instalado también en América Latina.
Las empresas maquiladoras inician,
terminan o contribuyen de alguna forma en la elaboración de un
producto destinado a la exportación, ubicándose en las 'zonas
francas' o 'zonas procesadoras de exportación', enclaves que quedan
prácticamente por fuera de cualquier control, pero nunca producen la
totalidad de la mercadería final; son sólo un punto de la cadena,
dependiendo integralmente del exterior, tanto en la provisión de
insumos básicos como en el mercado que habrá de absorber su
producto.
En el subcontinente
latinoamericano, dada la pobreza estructural y la desindustrialización
histórica, más aún con el auge neoliberal que ha barrido esta región
estas tres últimas décadas, los gobiernos y muchos sectores de la
sociedad civil claman a gritos por su instalación con el supuesto de
que así llega inversión, se genera ocupación y la economía
nacional crece. Lamentablemente, nada de ello sucede.
En realidad las empresas
transnacionales buscan rebajar al máximo los costos de producción
trasladando algunas actividades de los países industrializados a los
países periféricos con bajos salarios, sobre todo en aquellas ramas
en las que se requiere un uso intensivo de mano de obra (textil,
montaje de productos eléctricos y electrónicos, de juguetes, de
muebles). Si esas condiciones de acogida cambian, inmediatamente las
empresas levantan vuelo sin que nada las ate al sitio donde
circunstancialmente estaban desarrollando operaciones. Qué quede tras
su partida, no les importa. En definitiva: su llegada no se inscribe
-ni remotamente- en un proyecto nacional de industrialización, de
modernización productiva, más allá de un engañoso discurso que las
pueda presentar como tal.
Toda esta reestructuración
empresarial se produce en medio de no pocos conflictos sociales en los
países del Norte, pues cientos de fábricas cierran y dejan
desocupados a miles de trabajadores. Por ejemplo, en la década del 90
más de 900.000 empleos se perdieron en Estados Unidos en la rama
textil y 200.000 en el sector electrónico. El proceso continúa
aceleradamente, y hoy día las grandes transnacionales buscan maquilar
prácticamente todo en el Sur, incluso ya no sólo bienes industriales
sino también partes de los negocios de servicios.
El fenómeno parece no detenerse
sino, al contrario, acrecentarse. La firma de tratados comerciales
como el actual TLC (Tratado de Libre Comercio) entre Washington y
determinados países latinoamericanos, preparatorios del ALCA (Área
de Libre Comercio para las Américas), no son sino el escenario donde
toda la región puede convertirse en una gran maquila. Las
consecuencias son más que previsibles, y por supuesto no son las
mejores para Latinoamérica.
En alguna medida, y salvando las
distancias de la comparación, China también apuesta a la recepción
de capitales extranjeros ofreciendo mano de obra barata y
disciplinada; en otros términos: una gigantesca maquila. La
diferencia, sin embargo, está en que ahí existe un Estado que regula
la vida del país (con características de control fascista a veces,
no olvidarlo) ofreciendo políticas en beneficio de su población. Las
maquilas latinoamericanas hasta la fecha no han dejado ningún
beneficio; por el contrario, fomentan la ideología de la dependencia
y la sumisión. Eso es el capitalismo en su versión globalizada, por
lo que no resta sino decir que la lucha continúa.
(*) Marcelo Colussi. Psicólogo y licenciado en
filosofía. Italo-argentino, desde hace 15 años vive y trabaja en el
ámbito de los derechos humanos en Centroamérica. Ensayista y
escritor, ha publicado en el campo de las ciencias sociales y en la
narrativa.
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