Tras la tragedia de Paraguay
Los muertos no pagan
Por Gabriel Fernández
Alai-amlatina, 04/08/04
En una sorprendente metáfora sobre
el tema de la deuda externa argentina, los acreedores en un centro
comercial paraguayo se fueron (al cielo) sin pagar. La actitud
criminal del empresario Juan Pio Paiva derivó en el homicidio culposo
de 311 personas, al menos hasta el momento de conocerse las últimas
informaciones.
Se trataba de un día apacible en
Asunción. Numerosos trabajadores, forzados irregular pero a esta
altura naturalmente a laborar sin recompensa especial los fines de
semana, esperaban recibir un importante volumen de público comprador.
Entre mate y mate dialogaron sobre precios y horarios, sobre historias
familiares y anhelos personales.
Tras la apertura, observaron que se
trataba de un día singular, con muchos potenciales compradores,
paseantes y niños acompañados por sus padres. Nada fuera de lo común,
salvo la evidencia de una jornada de alto consumo, dentro de los parámetros
locales. Hasta que en uno de los espacios destinados al
almacenamiento, según cuentan, comenzó un incendio.
Y si la novedad resultaba
preocupante, por lo que implicaba en costos probables, el panorama no
tenía por qué ser aterrador. Dada la voz, era preciso desocupar el
establecimiento para permitir el accionar de los bomberos. Sólo
llorarían, algunos con más intensidad que otros, las pérdidas
materiales. Y quizás, por supuesto, la de algún empleado de
maestranza, el sector más expuesto.
Grave, claro, mas no tanto. Hasta
que varios imbéciles, propietarios de locales en el shopping asunceño,
comprendieron que si los compradores que los enriquecen día a día se
retiraban de apuro, lo harían sin abonar algunos de los productos que
habían adquirido. En la confusión, estimaron, aprovecharían para
llevarse alguna cosa de arriba.
Hablaron con uno de sus pares éticos,
el tal Pio Paiva, quien resolvió --ante la posibilidad de tan
intolerable situación-- la clausura de las puertas de acceso. Sin
recordar que los muertos no pagan, el tipo ordenó a sus hombres de
seguridad, siempre listos para cumplir las órdenes más disparatadas,
que impidieran la salida del público.
Esto originó, según el testimonio
directo de los bomberos, un panorama de interés: quienes fueron
convocados para sofocar el incendio no podían ingresar al
establecimiento, convertido por la estupidez criminal de un puñado de
empresarios en una trampa sin salida. Como no podía ser de otra
manera, las llamas progresaron y empezaron a superar los daños
materiales.
Decenas de niños murieron
carbonizados después de permanecer aprisionados absurdamente en un
territorio dominado por el deseo de obtener el pago de algunos de los
juguetes que habían adquirido. Es difícil imaginar las sensaciones
de esos chiquitos en el momento previo a su turbia exhalación final.
Por lo que nos narran desde Asunción,
mientras los rescatistas prosiguen con su tarea, ya se iniciaron las
gestiones empresariales para lograr impunidad.
Diálogos apurados con jueces y
funcionarios, presiones sobre algunos medios de prensa: toda la trama
conocida por quienes se burlan de la vida y convierten esta tierra en
un infierno.
Los acreedores muertos no
pagan
Es un mensaje interesante que deberían
tener en cuenta muchos: los bancos argentinos, las empresas
privatizadas, los medios de comunicación neoliberales y,
especialmente, los organismos financieros internacionales. Ellos
intentan ahogar ridículamente a los pueblos latinoamericanos, con el
mismo esquema observado crudamente en Paraguay: cerrando las puertas
del crecimiento y exigiendo el abono de facturas dudosas.
En la fantástica América Latina
las metáforas suelen aproximarse bastante a las descripciones.
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