Perú:
de una mafia a otra
La corrupción bajo Fujimori y su continuidad con Toledo
Por Raúl Wiener
Soberanía.org, agosto 2004
En la década de los 90 funcionó en el Perú una mafia, una
organización criminal, que se estableció para utilizar el poder del
Estado en su beneficio y permanecer en él. La asociación Fujimori-Montesinos
no fue una casualidad, ni mucho menos un error de chino caído del
palto. Fue una elección consciente, hecha después de comprender la
catadura moral de quién tenía al frente. Y fue una decisión
reiterada a lo largo de más de diez años, a pesar de las evidencias
que saltaban a la vista.
Fue a comienzos de julio de 1990 que el almirante Panizo,
presidente del Comando Conjunto de las FFAA, concluyó un legajo con
toda la información sobre las relaciones de Vladimiro Montesinos con
el narcotráfico. Datos que estaban al alcance del presidente electo,
pero que en manos de la cabeza militar eran materia explosiva. Sin
embargo el almirante fue dado de baja horas antes del discurso de
transferencia de mando.
En 1997, en el libro "El Reeleccionista", utilicé
por primera vez el nombre de mafia para caracterizar la relación
entre el presidente y asesor. Era un planteamiento lanzado después de
siete años de gobierno. Y sin embargo sonaba demasiado fuerte para
casi todo el mundo. Para entonces se habían acumulado el golpe de
Estado de 1992, las acciones del grupo Colina, la primera reelección
y la denuncia de Vaticano de 1996, sobre la coima a Montesinos que
concluyó en su eliminación como testigo con un obvio dopaje. También
ya sabía de hechos claramente dolosos en el proceso de la mayoría de
privatizaciones y de un abierto favorecimiento a empresas
transnacionales desde el poder que hacían presumir conductas
corruptas. Se habían acrecentado las normas que permitía manejar de
manera unilateral y secreta de diversos fondos supuestamente de
emergencia: inteligencia militar, compra de armamentos, estudios de
privatización, programas sociales, catástrofes naturales, erradicación
de cocales, etc.
¿Qué significado podía tener introducir el concepto de
mafia en el debate?
Aquí tal vez convenga enumerar algunas de sus reglas clásicas:
(1) articulación de los delitos (organización) que hace que división
de responsabilidades, planes y beneficios comunes al grupo; (2)
secrecidad de los actos ilegales y ley de silencio (omerta) entre los
miembros para no delatarse unos a otros; (3) ocupación de estructuras
legales que encubren y aumentan la penetración de la organización
mafiosa, y permiten legalizar (blanquear) sus acciones; (4) corrupción
de autoridades que genera una red de impunidad y acrecienta la
influencia política; (5) generosidad social que crea base entre los
pobres y desvalidos que tienden a justificar el delito si es que
aunque sea de esta manera hay alguna transferencia para ellos.
La organización de Montesinos es anterior a Fujimori. Y se
convirtió en la pieza clave para la articulación de espacios de
corrupción en todo el Estado. Se puede decir que es una mafia que se
encuentra con el poder. Y un presidente que a falta de otra cosa
decide apoyarse en una mafia. Tiempo al tiempo, el sistema se fue
corrompiendo y afloraron cada vez mayor número de subgrupos
dispuestos a participar: los de los militares que cobran comisiones en
la compra de armas; los de los especialistas en venta de patrimonio público;
los de las licitaciones para obras y compras públicas; los de las
entidades financieras; etc. Sólo el genio del asesor pudo darle un
sentido general a todo esto y convertir a un Estado desarticulado,
ineficiente y corrupto, en otro con mayor articulación, eficiencia y
corrupción centralizada.
Más aún, numerosos indicios ya decían después de la
primera mitad de la década que la mafia del poder tenía tratos con
las mafias de fuera. El caso Vaticano era justamente una muestra. Y
como se vio en el proceso, los acuerdos de un momento no excluían
enfrentamientos posteriores. Y la asociación con las bandas mayores
no impedía ni dificultaba la captura de las organizaciones menores o
de individuos aislados.
Si hubieron condiciones para una mafiocización del poder en
los 90 fue específicamente por el siguiente conjunto de
circunstancias:
a) una caída muy profunda de expectativas sociales respecto
al destino del país, como secuela de la hiperinflación y la
violencia política, que condujo a la población a buscar estabilidad,
seguridad y orden como únicos valores y aceptar la fórmula
autoritaria que ofrecía sacar la cara por ellos a cualquier precio;
b) una ausencia de convicciones ideológicas y políticas de
parte de la cúpula gobernante y de lealtades históricas entre sus
miembros, consecuencia del aventurerismo político imperante en el
cuadro de la llamada crisis de los partidos y del sistema de
representación, de manera que el fujimorismo se convirtió en una
asociación atípica y el gobierno en un ejercicio del poder por el
poder.
c) un sistema político forjado con un golpe de Estado, que
acrecentaba el poder presidencial y debilitaba los mecanismos de
control del propio Estado, un Congreso capaz de reinterpretar sistemáticamente
sus propias normas y una presidencia funcionando incluso por encima de
ellas por el "bien común" y con una percepción social de
que las cosas son así;
d) un sistema económico que alcanza un alto compromiso
internacional y nacional y que implicaba un severo ajuste de precios
sin resistencia popular, una reforma neoliberal acelerada, un
sobrepago de la deuda externa, una modificación del contrato de
trabajo para bajar los costos laborales y desorganizar a los
trabajadores, etc., todo lo cual significaba que los principales
potencias, los organismos financieros internacionales y los gremios
empresariales vieran en el Perú "un modelo", que debía ser
preservado a pesar de sus visibles excesos;
e) una cantidad excepcional de dinero en manos del Estado y
fuera del presupuesto, especialmente por el mecanismo de las
privatizaciones y una serie de situaciones de real o aparente excepción
para aplicar fondos de manera arbitraria y sin rendir cuentas;
f) Una corrupción galopante en el poder judicial y el
ministerio público, producida precisamente con el argumento de la
moralización y la modernización, que tenía como misión empantanar,
enredar y manipular los procesos en dirección de la impunidad para el
régimen y la persecución de sus adversarios.
Llama poderosamente la atención que esta comprensión del
problema que podía intuirse tres o cuatro años antes del final
abrupto del fujimorato, no fuese considerada por los procuradores,
fiscales y jueces anticorrupción que eligieron la ruta de
judicializar aso por caso, perdiendo de vista precisamente las
articulaciones, la organización mafiosa de la que mucho se habla pero
muy poco se entiende.
La idea que se tiene hasta ahora es que las joyas que
Montesinos regalaba a Jacqueline Beltrán o Laura Bozzo, la intervención
del asesor en el proceso penal al primo de su amante, el pago de
subsidios a la "prensa chicha", la compra de parlamentarios
y de los dueños de la televisión, las comisiones ilegales por compra
de aviones, el desfalco de la caja policial-militar, la falsificación
de firmas y la manipulación de las elecciones, los crímenes de
Barrios Altos y la Cantuta, el golpe del 5 de abril, la represión de
la marcha de los cuatro suyos, el contrabando de armas a Colombia y
muchas otras, son hechos que pueden ser vistos en salas separadas por
magistrados diferentes que aplican criterios específicos para cada
cosa, sin inferir los vínculos existentes. Lo que ha regalado a
Fujimori la posición singular de flotación sobre la inmundicia que
hasta ahora mantiene, cuando nada de lo que hubo podría haber sido si
él no lo permitía.
Hay razones muy poderosas para negarse a ver como un todo el
proceso de la corrupción. Y es que coexistimos hoy mismo con
instituciones y leyes del período anterior que sostiene a los
actuales mandantes y que han sido utilizadas para similares fines
oscuros; con un poder económico que se hizo fuerte y logró sacarle
el mayor provecho al autoritarismo y que toleró por su interés -si
es que no fue directamente cómplice, como en el caso de Dionisio
Romero y otros-, con la dirección dolosa del poder estatal; con
autoridades judiciales, militares y económicas, cuyas relaciones con
la mafia fueron por lo menos grises; con mucha gente que hizo negocios
y fortuna en formas irregulares en la tierra de nadie de los 90 y que
ahora son parte de la administración del poder.
Uno ve que ha habido un discurso anticorrupción que era como
una carta de presentación de los vencedores de la crisis 2000-2001 y
el caballito de batalla de los nuevos prestigios de la ocasión, junto
con una ausencia de voluntad política de ir hasta el final en la
investigación y sanción de los corruptos. Japón se ha dado el lujo
de desestimar la demanda de extradición de Fujimori por su debilidad
de sustento jurídico, exactamente porque el Estado peruano ha sido
incapaz de llevar adelante un juicio contra una mafia organizada a
cuya cabeza estaba Alberto Kenyo, sin el cual no hubiera podido medrar
del Estado en tantos asuntos, y en vez de ello ha pretendido
individualizar la culpa como si pudiera probar documentalmente la
orden de un crimen o el documento de depósito de un soborno a nombre
del presidente.
En muchos casos incluso la contradicción llega a ser
absoluta. Como en aquello de intentar encausar por las ejecuciones
extrajudiciales de rendido producidas con ocasión de la operación
Chavín de Huántar, y mantener esta acción como la más heroica, que
merece ser celebrada cada año en los desfiles de fiestas patrias,
como si tratara de la victoria sobre un gran ejército. Se ha querido
que el recate sea un valor militar y las ejecuciones un desvalor de el
dúo gubernamental, como si ambos aspectos: la intervención por
sorpresa y la eliminación de todos los combatientes no fueran parte
de un mismo diseño. Haber querido condecorar a unos por el mismo
hecho por el que se quiere condenar a otros resume la falta de ruptura
con el pasado y la escasa distancia entre el Perú de una década y el
de la siguiente.
De Fujimori a Toledo
En el 2004, el
gobierno de Alejandro Toledo que llegó al poder en olor de multitudes
y agitando a los cuatro vientos la "tolerancia cero" y la
"lucha frontal contra la corrupción", sobrevive a duras
penas en medio de un océano de denuncias de corrupción que
comprometen en forma directa al presidente o se relacionan con su
entorno más directo: esposa, hermanos, cuñados, sobrinos, amigos íntimos,
etc. Para algunos esta es la prueba que es la política, la función pública,
la que es corrupta y que todos los gobiernos y todos los políticos
son iguales. Lo que alimenta dos tipos de actitudes aparentemente
opuestas: la escéptica, de no creo en nadie y mientras más lejos de
la política mejor, que es la que abona el abstencionismo, la
despolitización y el individualismo (yo sólo me ocupo de mis
asuntos); y la cínica, que afirma que si las cosas son así, lo
importante es que se pueda sacar ventaja de ello: roba pero hace obra.
En este clima
psicológico por supuesto que gana el fujimorismo que después de su
derrota y minimización con las revelaciones del año 2000, sólo
puede beneficiarse de que el país vea que sus críticos son iguales
que ellos y que también tratan de tapar y manipular las
investigaciones para lograr impunidad. No faltan todavía quienes en
medio de la desesperación arguyen que los casos que destapa la prensa
son parte de un complot de la supermafia que con su jefe fugado y su
estratega encarcelado todavía puede dictar la agenda del país. Pero
esto no es sino una manifestación adicional del declive ético del país,
ya que los casos y denuncias no son inventados sino que corresponden a
graves y evidentes transgresiones ocurridas consistentemente en el
lapso de tres años y que para remate siguen ocurriendo en estos días
y semanas, como si los miembros del régimen creyeran que todo el
problema es enredar cada investigación para volver a lo que les
interesa.
Entre noviembre
del 2000 y julio del 2001, el Perú había ingresado al territorio de
la vergüenza, al ponerse ante sus ojos la forma perversa como se
lograban mayorías en el Congreso, la catadura de los prohombres del
gobierno (montesinos había sido sostenido cien veces por Fujimori y
un millón por el resto de las autoridades principales), la vocación
corruptible de los políticos y empresarios, etc. ¿Cómo no nos dimos
cuenta?, se preguntaba la gente en la calle. ¿Cómo pudimos convivir
con todo esto?. ¿En dónde estábamos cuando maduraba la estructura
mafiosa? Era el momento en que democracia debía demostrar que era
cualitativamente superior que dictadura. El tiempo de Robespierre y la
guillotina, que marcan un antes y un después. En el que el país
salda cuentas con su pasado mediato e inmediato y adopta medidas
excepcionales para corregir todo lo que deba corregirse.
La trampa
fujimorista estuvo tendida en la definición del gobierno provisional
después de la fuga de su presidente y la inviabilidad de mantener el
poder con la vicepresidencia y la conducción del Congreso. Por eso
apostaron a dar su voto por Paniagua para que fuese el encargado de
asegurar la "transición" a la que se había comprometido
Fujimori, después de conocerse el video Kuori-Montesinos y de hecho
el preservador de las relaciones sociales y políticas del régimen
que llegaba a su fin. El gobierno provisional evitó el quiebre y armó
la ficción de la evolución constitucional, según la cual su mandato
no era el de la crisis, sino de la sucesión impecable de un gobierno
legítimo que recortó su mandato a otro con el circunstancial
presidente del Congreso convertido en tercer vicepresidente a falta de
los primeros. Este desarrollo, no previsto en ningún lugar, fue
aceptado con el argumento que no había que hacerse bolas con lo
formal.
A mí me tildaron
de prurito mi insistencia en llamar extra-constitucional la salida del
2000 y llamar provisional al gobierno de Paniagua, lo que hubiera
permitido exigirle cumplir otras tareas distintas al modesto programa
que se asignó don Valentín: garantizar elecciones creíbles en el
plazo señalado por el ex dictador. La reconstitucionalización, que
hubiera supuesto el cierre del Congreso tránsfuga y retránsfuga y la
convocatoria a la Asamblea Constituyente; la instauración de un
proceso único a la corrupción, al golpe de Estado y a la violación
de derechos humanos durante los 90; la reorganización de las Fuerzas
Armadas y la Policía; el cambio de la Corte Suprema y la Junta de
Fiscales Supremos, para iniciar el cambio total de estas
instituciones; la convocatoria a juntas regionales para la
descentralización; la instalación de una Comisión de la Verdad que
contara con la confianza del país y actuara con independencia del
poder político; etc.
Pero en nombre de
la transición se optó por hacer nada, que en las circunstancias era
lo que menos arriesgaba y facilitaba la sobrevivencia política del
discreto presidente de siete meses. Bueno, en medio de la apariencia
de no hacer nada, se hicieron algunas cosas. Se concedió el
Aeropuerto y Camisea en condiciones más que dudosas. Se aflojó la
dureza carcelaria manteniendo el discurso de la mano dura. Se trajo a
Montesinos de Venezuela en medio de una polémica con el presidente Chávez.
Pero, en fin, lo que prevaleció fue la imagen de una etapa de tregua,
en los mismos días en los que Toledo advertía a toda voz que la
salvación del país estaba en sus manos y que en nombre de ello había
que apurar su llegada al poder, aún con todos los problemas de la
transición en la columna de pendientes.
Toledo el hombre
Una explicación que circula como moneda corriente pretende
que la elección de Toledo puede ser considerada como un error de los
votantes que lo eligieron por sus promesas, su participación en la
lucha contra el fraude, su apelación al elemento étnico, su condición
de economista con estudios en el extranjero o por simple miedo al
regreso de Alan García al poder. Poco importa porqué lo hicieron, lo
cierto es que la democracia consiste en corregir el error eligiendo a
otro cinco años después.
Obviamente que este es un concepto triste de la democracia.
Sobre todo si ve que era lo que había para escoger en el 2001, que
era el mismo plato que Fujimori sirvió un año antes, con dos únicas
variantes: ya no había re-reelección en juego y García estaba de
nuevo en el país. ¿Qué opciones de no equivocarse podían existir
en ese momento? Ciertamente casi ninguna. Y eso por supuesto tenía
que ver con la crisis de la política de los 90, pero sobre ello, con
la negativa del gobierno llamado de transición de impulsar la reforma
institucional. Lo que sin embargo no se puede decir es que no se
supiera quién era Toledo y si podía ser la persona capaz de resolver
los problemas de un país aquejado de agudo descreimiento.
No hay que decir mucho del político Toledo. Para el caso tan
vacío como Fujimori. Capaz de pasar de una posición a otra,
simplemente por no tener ningún principio sobre el que sostenerse. El
hombre que vendió la idea a sus paisanos, familiares y amigos, de que
podía ganarse la elección y muchos puestos parlamentarios con la fórmula
"a chino sigue cholo". El que dijo que construiría el
segundo piso de la casa construida por Fujimori. Y el que luego
denunció un fraude en su contra, un andamiaje autoritario y que llamó
a los peruanos a volcarse sobre Lima y el Congreso para impedir la
juramentación de tercer período fujimorista. El que se olvidó en la
campaña del 2001 de su compromiso de reinstitucionalización democrática
del año 2000. El que pervirtió el mecanismo de la promesa electoral
ofreciendo todo lo que la población le pedía para robarle sus votos.
Sobre ese no vamos a decir nada más.
Hablemos del Toledo moral. Del individuo que se propuso
encarnar al país. Al país posible de forjar con un nuevo sueño
colectivo de prosperidad y democracia. ¿Existió en algún momento, o
fue un engaño traicionero? Más importante aún: ¿teníamos
elementos para saber con quién estábamos tratando y no quisimos
ver?, ¿si o no?
Todo eso tiene relación además con el presente, donde no
faltan los que dan la impresión de estar prisioneros de su propio
autoengaño previo y son los que arman sofismas para no mover la
situación creada en la que se empoza una terrible frustración
social.
En la primera vuelta de 2001 teníamos los siguientes datos
sobre el hombre que estaba más cerca de llegar a la presidencia de la
nación:
1. Era el padre de una niña a la que había negado durante
14 años, y para evadir su responsabilidad había manipulado jueces,
comprado testigos, difamado a la madre, rechazado la prueba de ADN y
rejurado ante el país que no había tenido relación con la señora
denunciante;
2. Era una persona de conducta personal dudosa, lo que está
registrado en denuncias de su esposa por mal trato respondidas por él
acusando a la señora Karp de abandono del hogar y adulterio, y que en
la segunda mitad de los 90 denunció un supuesto secuestro que según
documentó la revista Caretas no había sido sino una escapada entre
tragos y estupefacientes, con mujeres de paga por varios hoteles de la
ciudad;
3. Fue el administrador de los fondos para el "salvataje
de la democracia" al que aportó el multimillonario especulador
George Soros y otros, después de la segunda vuelta electoral del año
2000 y la convocatoria a la marcha de los Cuatro Suyos. La mayor parte
de este dinero fue a una cuenta personal de Alejandro y Koki Toledo en
los Estados Unidos (700 mil dólares) para eventuales contingencias de
represión. Después del 28 de julio de ese año, Toledo abandonó el
país sin que explicara nunca el destino de esos recursos;
4. En el 2001, Alejando Toledo fue el candidato que disponía
largamente de la mayor cantidad de dinero para su propaganda y
movilización por el país, pero nunca se aclaró quién dio los
fondos para ello. Circularon, eso sí, serios rumores que había
dinero de los cubanos de Miami, de una empresa interesada en la
privatización en la privatización del agua y las regionales de
electricidad; de Delgado Parker y Romero que cambiaron a Vladimiro por
Alejandro a toda velocidad;
Había, por lo menos, una pesada sombra sobre el
anticorruptor y demócrata ejemplar que quería que votáramos por él.
Muchos dirá que sin embargo estaban ante un malo conocido y alguien
que no sabían si podría superar su propia historia personal. Lo que
no puede seguramente excusarse es aquellos que pudieron saber por razón
de cercanía de qué clase de apuesta se trataba. He hablado con
personas que cuentan las juegas de Toledo, su descontrol escandaloso,
sus excesos con las mujeres, que pensaron que esos eran defectos
menores y que después no sabían como enfrentarse a ellos.
Alguna vez la cristianísima Gloria Helfer comentó a propósito
del caso Zaraí, que quién debía hacerse el ADN era Lourdes Flores
para saber si era hija ideológica de Fujimori. Ahora sabemos que el
heredero era Alejandro Toledo que mantuvo todo el esquema y el
personal fujimorista. Pero más importante era llegar a saber el grado
de relatividad moral de cierta gente.
A dos semanas del cambio de mando, el vicepresidente electo,
Raúl Diez Canseco intercedió, con esa investidura, que todavía no
había sido formalizada, ante la SUNAT para que no se cobrara los
adeudos tributarios de las empresas privadas de la electricidad. Esto
fue denunciado por el superintendente de administración tributaria, y
no pasó nada. Meses después, ya como ministro de Industrias, junto
al de energía y al de economía, el mismo RDC, realizó una inédita
marcha de ministros al Congreso para exigirle no pronunciarse por la
obligación de pagar esa deuda. Lo consiguieron. Llevaron el caso ante
un tribunal arbitral de la Cámara de Comercio que dictaminó que no
correspondía el pago. El gobierno sacó la cara por el contribuyente
evasor y tramposo, y afectó su propia disponibilidad de recursos, que
sería compensada con nuevos impuestos indirectos para el pueblo.
El Toledo inaugurado como presidente, definió que la primera
prioridad era fijarse un sueldo de 18 mil dólares y 12 mil para sus
ministros. Organizó una gran tour de sus allegados hacia China con
todas las escalas necesarias para sacarse fotos y desvió la ruta de
regreso para ir a España con su séquito para no perderse la firma de
una contrato de cooperación por 2 mil millones de dólares, que nunca
se desembolsaron. Remodeló Palacio de acuerdo a sus caprichos, usando
fondos de Petroperú que no estaban autorizados. Nombró al sobrino
favorito como jefe del sistema de cómputo de la casa de gobierno,
tomando en cuenta su trayectoria de vendedor de frituras en carretilla
en las calles de Nueva York. Nombró más sobrinos, cuñados y otros
parientes en posiciones estatales, como recompensa a los méritos de
su inmensa familia.
O faltaron por cierto los que anotaron que estos excesos eran
producto del entusiasmo de la victoria. En fin, habían asuntos más
importantes. Seguramente era la mafia la que armaba escándalos para
tapar sus propias corruptelas. Y ahí empezó el país que hoy
tenemos. Toledo y su entorno cogidos en uno y otro hecho corrupto,
grande o chico, y un largo debate acerca de la importancia del caso,
los intereses detrás de la denuncia, la gobernabilidad que se cae sin
Toledo, el peligro de García y Fujimori, etc.
El toledismo de verdad
Algunas de las argumentaciones más sorprendentes sobre
Toledo es la que señala que Fujimori robaba más. Otra alude a que
allí había una organización y aquí son acciones desconectadas.
Finalmente están los que opinan que nunca está suficientemente
demostrado el delito, que no es posible basarse en indicios que aún
no han sido acreditados como pruebas penales y que en última
instancia la palabra es del juez. En enero del 2004, sin embargo,
estalló la bomba. De pronto, nos enteramos que el hombre de confianza
directa del presidente, el multipropósito de Toledo (Indecopi,
Conasev, Central de Inteligencia y otros directorios y presidencias
ejecutivas), había mantenido un vínculo clandestino con la cúpula
de lo que oficialmente se definía como una mafia. Ni más ni menos
que con el hombre del dinero de Montesinos, con el que aparecía
conversando en un audio en relación a la posibilidad de interceder en
sus asuntos penales, y que devolvía visiblemente el favor con
información sobre sus contactos y formas de conseguir para el actual
gobierno las mismas cosas oscuras que lograban para el anterior.
Imaginar que Toledo no sabía de Almeyda es sin duda alguna,
exactamente igual que suponer a Fujimori ignorante de las andanzas de
Montesinos, o a García ajeno a los juegos de Mantilla. Pero es claro
que cuando no hay cómo responder a una acusación demoledora lo único
que cabe es la cara dura. Así Toledo se declaró traicionado por su
asesor principal. Y aunque ha hecho lo posible para que lo pase de la
mejor manera en la cárcel, no ha querido asumir ninguna
responsabilidad por sus actos. El abogado toledista ha aparecido luego
involucrado en otras denuncias relacionadas con Alejandro Toledo y
Eliane Karp. Al punto de haber sido el que cobraba, en una cuenta
encubierta en el Caribe, la remuneración que el ex banco de la mafia
(Banco Wiese) abonaba a nombre de la primera dama por una supuesta
investigación sobre negocios rurales. Pero, claro, Toledo o estaba
enterado.
Antes del audio Almeyda se sabía de los tratos que el
presidente había establecido con los dueños de las principales
cadenas de televisión que se vendieron al régimen fujimorista. La más
obvia con Genaro Delgado Parker, que tiene la ostra de presentarse
como luchador por la democracia y víctima de Montesinos, luego que
fue a llorarle para que le arreglara el juicio con su familia y que
finalmente se acogió a la condición de pobre viejo para no ser
procesado. Pero también estuvo con los Crousillatt cuando todavía no
se había armado el sistema para traspasar la propiedad de América
televisión a los amigos del diario La República y El Comercio.
Lo que es lo más grotesco, se reunió en su casa con Schutz,
propietario de la mayoría de acciones de Panamericana, cuando el
gobierno ya tenía el casete de la cuantiosa coima que le entregaba
Montesinos para comprar el apoyo de su "canalote" y en la víspera
de la fuga del empresario del país. Nunca se ha aclarado estas insólitas
reuniones, ni se ha despejado la sospecha de que el presidente estaba
presionando a vender la participación de los acusados aprovechando su
situación de debilidad.
Pero luego del audio Almeyda-Villanueva, quedaba al desnudo
que la relación con la corrupción del pasado era más profunda de lo
que podía suponerse.
No sólo había corrupción nueva, como la de los hermanos
metidos en cuanto resquicio del Estado se mueven fondos públicos;
como la del mismo Toledo involucrándose en la venta de acciones del
monopolio cervecero a través de procedimientos irregulares, aprobados
por Almeyda y otros funcionarios nombrados a último momento por el
presidente y discutiendo directamente esta decisión con el dueño de
la empresa compradora (Bavaria de Colombia); la primera dama
malversando las donaciones para los pueblos indígenas; el
vicepresidente gestionando una ley para beneficiar a su futuro suegro;
etc.; sino que estábamos ante un puente con la gran corrupción
previa, cuyo enjuiciamiento iba diluyéndose en el transcurso del
tiempo.
Normalmente un acontecimiento como el audio Almeyda divide
las aguas. El gobierno herido de muerte, tiende a decomponerse a suma
velocidad: aumentan las denuncias porque se van desprendiendo los
relacionado de menor rango, los resentidos y maltratados y porque una
parte del cogollo empieza a pensar en salvarse por su cuenta lo que ya
expresa en la pérdida de mayoría parlamentaria del oficialismo. La
autoridad se diluye y la gente le pierde respeto. En ese punto, la
crisis puede ser afrontada por la vía rápida, con los mecanismos
institucionales y con las brechas que se le abrió al sistema durante
los sucesos del 2000: recortar mandato, reemplazo del presidente,
reforma política; o por la vía lenta, de dejar caer al gobierno, no
tomar ninguna responsabilidad sobre la salida, asumir que los delitos
no son tan graves o no han terminado de probarse, y desgastar a todo
el establishment político al lado de Toledo.
Es clarito que tenemos una clase política impotente para las
crisis serias. En eso, Toledo demostró ser superior a todo el resto.
Nadie parece tener capacidad para devolverle el gesto de la primera
vuelta del 2000 y los Cuatro Suyos. Ni siquiera cuando a los tres
meses del audio, se pudo saber que las firmas con las que se inscribió
Perú Posible en 1998 habían sido falsificadas en una proporción
sorprendentes (90%), y validadas por un sistema que en otros casos no
sólo era exigente sino capcioso y abiertamente selectivo. Sin duda
alguna la inscripción de Toledo para competir con Fujimori que iba a
la re-reelección ilegal, fue digitada por los órganos electorales
del antiguo régimen y del propio dictador y su asesor. Así
funcionaban entonces las cosas. Lo que indica que el toledismo era una
oposición consentida.
Esto, que todos saben que es verdad, completa el cuadro de
las relaciones con la mafia previa al más alto nivel y del fracaso de
la anticorrupción que se va haciendo más rotundo cada día que pasa.
¿Y la oposición actual? Bien, gracias. Otra vez indignada, otra vez
que hay que investigar y otra vez que Toledo debe durar hasta el 2006,
porque peor sería quererlo cambiar. Miedo al vacío. Y la máxima
audacia: que se remplacen ministros, que sean más independientes y
que Toledo hable menos. Efectivamente el caso de las firmas es
extremadamente grave. Pero hay que tomar nota de la respuesta del régimen
que no ha sido negar el fraude, sino exigir que investiguen a otro,
que quiere decir que ellos saben que no fueron los únicos que
fabricaron adhesiones y fueron reconocidos por algún acuerdo con el
gobierno al que decían estar combatiendo. Parte de la parálisis de
la oposición de hoy es que ella tuvo demasiados lazos con el pasado
como para caminar por decisiones radicales.
La mejor defensa de Toledo en su última crisis, resulta de
esta manera amenazar con que se cae todo. Si ellos van presos, vamos
todos. Lo demás son maniobras burdas para permitir que fiscales y
jueces amigos hagan su trabajo de considerar insuficientes la pruebas.
Una de ellas, especialmente escabrosa, la de la participante de las
falsificaciones que describió ante la fiscalía el procedimiento que
se usaba y que involucró al presidente y sus hermanos en la dirección
de estas acciones, y que resultó saliendo clandestinamente del país
con varios pasaportes en la mano y dejando una declaración filmada en
la que se desmentía, en manos de dirigentes del partido de gobierno.
Sin duda un test para idiotas, porque pretendería que los peruanos
nos traguemos que aquí no hubo presión, chantaje o soborno, para
sacar a esta mujer de en medio, no para que se desmienta la
falsificación, lo que no puede hacerse, sino para que no quede que
Toledo asistía a la casa donde se copiaban los planillones.
¡Cómo si el jefe del partido y candidato pudiera ser
ignorante del origen del respaldo a su inscripción!
De
submafia a mafia acabada
Tal como van los acontecimientos y se van conociendo más
cosas, se insinúa ya una hipótesis inquietante: el toledismo fue una
pequeña mafia política formada en el contexto de la dictadura de
Fujimori para lograr colocar gente en puestos públicos, y se convirtió
en parte de la constelación de relaciones armadas por Montesinos para
cubrir la mayor cantidad de espacios de la vida nacional.
No fue, por supuesto, la primera vez que una dictadura creaba
la oposición que le era más conveniente, dentro de un esquema que
pretendía ser competitivo, aunque fuese realmente monolítico. Pero
el caso del Perú de los 90, era el de una dictadura mafiosa y los que
se asociaban con ella a cierta profundidad tenían que asimilarse a
esta característica. De hecho pueden verse los rasgos de inicio del
movimiento de Toledo: (a) asociación carente de base ideológica
(principios, idea de país) y aún de objetivos políticos definidos,
en la que los ejes se reducen a candidato, inscripción legal, dinero;
(b) invasión temprana de espacios de ilegalidad (falsificación de
firmas, tráfico de terrenos del hermano, manejo de influencias,
etc.); (c) utilización de la política como formalidad legal para
obtener ventajas particulares; (d) silencio y complicidad entre los
integrantes; (e) jerarquización casi automática de las relaciones,
con el liderazgo de Toledo-Karp; y bajo ellos los hermanos; Almeyda,
Pollack y otros amigotes; los paisanos de Cabana; los líderes históricos
del partido; los aportantes a la campaña; etc.
Montesinos debe haber visto a Perú Posible como una
posibilidad de entenderse. Que como toda asociación de conveniencia
tuvo su tiempo y se rompió de acuerdo a circunstancias inesperadas.
La reorientación del voto antifujimorista hacia Toledo, después de
haber demolido las candidaturas de Andrade y Castañeda, fue una
oportunidad no prevista. Y la rebelión contra el resultado de la
primera vuelta, un acto de audacia que separaba los campos. Al fin y
al cabo, ni a uno ni a otro convenía revelar las vinculaciones de la
etapa anterior. Y si el fujimorismo y montesinismo han soltado el dato
de que hubo acuerdos, dinero, videos de por medio, no han podido a su
vez hablar claro por todo lo que también los compromete.
La corrupción toledista tiene aún una serie de zonas no
aclaradas, que tal vez sea peores a lo que nos imaginamos. Pero en lo
que ya no podemos tener vacilación es en asumir que el toledismo fue
una falsa puerta de salida del fujimorismo. No sólo en política económica,
lo que es obvio. No sólo en haber mantenido con subterfugios y equívocos
rodeos, la constitución e instituciones del viejo régimen. No sólo
por haber castrado la anticorrupción y otros procesos de cierre del
esquema dictatorial: descentralización, verdad y pacificación,
participación democrática y fiscalización del poder, etc. No sólo
por haber reclutado gran parte del personal del viejo régimen
ratificando que en este país se premia el colaborar con los
usurpadores. No sólo por no haber revisado las privatizaciones y
contratos corruptos del régimen anterior. Todo esto es fundamental.
Pero lo es mucho más llegar a saber que el sistema que tenemos
permite recrear una mafia después de otra. Institucionaliza el engaño,
el robo de votos y termina por conformar una legalidad vaciada de
contenido porque sólo sirve a fines deshonestos. Y que Toledo pudo
jugar con as esperanzas del pueblo alzándose contra un fraude, del
que él era parte.
¿Cómo evitar que después de Toledo, en los siguientes
meses, o en todo caso en el 2006, el Estado pase otra vez a manos de
una organización de predadores igual o peores que los anteriores?
Para mí se requiere, ante todo, hablar fuerte y claro sobre
los riesgos ante los que estamos. No ablandarse, no esconder la cabeza
en el piso, no contar el cuento de que no hay suficientes pruebas y me
quedo tranquilo, no confundir a los jueces con la justicia, ni al país
con los intereses de los inversionistas, principalmente extranjeros.
Para romper el círculo destructivo del escepticismo y el cinismo, se
requiere una coalición de los peruanos por la reforma del Estado y el
cambio de rumbo.
Si en el 2000 era necesario un nuevo punto de partida, en el
2004 es muchísimo más urgente. Las grandes revoluciones democráticas
aportaron una consigna para este propósito, que fue la de la Asamblea
Constituyente, que no se resume en el dictado del mejor documento de
nueva legalidad, sino en la apertura de una etapa de debate y decisión
nacional en que todo puede discutirse o cambiarse de acuerdo a la
voluntad democrática. A esto por supuesto le temen los falsos demócratas,
para los que cuenta el orden económico y los privilegios que están
bajo la institucionalidad, y de ningún modo el gobierno efectivo del
pueblo.
Si bajo Paniagua, la Asamblea Constituyente hubiera
significado la construcción de un consenso general para la transición,
que nunca hubo. Si en el primer momento de Toledo, pudo servir para
reconstruir el Estado y limitar la presidencia para que el país
recuperara la confianza. Hoy la Constituyente adquiere de hecho una
perspectiva mucho más radical, y en torno a ella se ordenan diversas
necesidades y tareas:
1. definir lo que se deba hacer con las instituciones
actuales, presidencia, Congreso, Poder Judicial, dando solución al
problema político e institucional en una mismo proceso;
2. dar opción para definir el tipo de cambio y su
profundidad, en el sistema político, que podría permitirnos limitar
la presidencia, forjar un nuevo sistema parlamentario controlado por
los electores, descentralizar el Estado, reformar el presupuesto y el
sistema tributario, etc.
3. abrir la discusión sobre el modelo económico, el rol del
Estado, la planificación, el sistema de contratos, los tratados
comerciales, la inversión extranjera y nacional, los órganos de
regulación, los derechos del trabajo, etc.
4. establecer los sistemas de participación democrática de
la población y los mecanismos para ejercer su derecho a fiscalizar a
las autoridades públicas a todo nivel;
5. promover la aparición de nuevos líderes y organizaciones
políticas, especialmente la de mujeres y jóvenes, contribuyendo a la
renovación política y moral de la nación.
Toledo ha querido, como en otras cosas, enredar este
planteamiento. Por supuesto que no hay comparación entre la
lamentable reforma de la constitución de 1993 impulsada por Pease
desde el Congreso sin tener mandato para ello y sin saber qué estaba
buscando, salvo un nuevo documento que llevara su nombre; o para
especular sobre el poder constitucional del Congreso del 2006 que sería
también elegido en el marco de las viejas normas; con la convocatoria
al país a ejercer el poder constituyente.
Pero es lo mismo que anunciar la apertura de sus cuentas
personales en el mundo, sin indicar en donde están y sin responder
una por una las acusaciones que pesan sobre su persona. Para
confundirlo todo el presidente ha dicho que espera que todos los políticos
del Perú sigan su ejemplo y abran sus cuentas. Para que todos los
fiscales y jueces se dediquen los próximos años a ver si alguien
tiene más dinero que el que debiera. Algunos dicen que esta es la
prueba de la honestidad de Toledo, que permite que lo investiguen,
mientras García y Fujimori escaparon a sus acusadores. Qué chiste.
Cuando García y Fujimori tuvieron el poder, manejaron las
acusaciones con la capacidad de manipulación e impunidad que permite
el Estado. Lo que habría que ver es un Toledo sin poder para ver si
responde a la telaraña de escándalos que apunta sobre su conducta ética
y la de su entorno más inmediato: esposa, hermanos, amigos, que no
podían hacer lo que hacen si no tuvieran el soporte del hombre con el
cargo más poderoso del país.
El problema de la corrupción en el Perú es mucho más que
el de las cuentas personales de Toledo y de otros políticos que se la
saben todas. Como el problema de la democracia es mucho más que
elegir a un presidente cada cinco años. O que la economía es también
mucho más que hacer todo tipo de concesión para ver si viene el
capital extranjero.
El problema del Perú es ante todo de actitud. De romper la
inercia de las frustraciones, derrotas, engaños y miedos que nos
impusieron en los últimos 30 años.
Es fácil decirlo. El reto es empezar el cambio.
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