Perú
Bonanza macroeconómica y malestar
microeconómico
Por
Jürgen Schuldt (*)
La Insignia, 28/11/04
—
I —
Desde
principios del año pasado es común escuchar que la macroeconomía
peruana viene avanzando por un carril promisorio, mientras que
paralelamente la economía familiar va por otro en bajada, por no
decir en caída libre. Evidentemente estamos frente a una inquietante
paradoja, ya que todos suponíamos ingenuamente que, si crece el
Producto Interno Bruto (PIB), deberían mejorar también las
condiciones de vida y el grado de satisfacción de las personas. Por
lo que todos nos venimos preguntando: 'si a la economía le va tan
bien, ¿por qué a mi me va tan mal?'.
Limitándonos
únicamente al trienio 2002-2004, observamos que -según las encuestas
mensuales que recoge Apoyo- los ciudadanos de la capital,
consultados sobre su 'situación económica actual respecto a la de
doce meses atrás', el promedio de los que dijeron que estaban 'peor'
aumentó del 51% en 2002, a 56% en 2003 y a 59% en 2004 (hasta
octubre). Lo que contrasta notoriamente con el aumento del PIB por
habitante, que prácticamente ha acumulado un 10% en ese lapso (2002:
3,7%; 2003: 2,5%; y 2004: 3%).
Si
vamos más atrás en el tiempo, nos encontramos con una realidad aún
más sorprendente, ya que el malestar autopercibido por los
encuestados en estos últimos tres años es prácticamente equivalente
al que regía durante el trienio 1988-1990, en que el PIB per cápita
cayó en 37% (1988: -11,4%; 1989: -15,2%; y 1990: - 7,1%) y más de la
mitad de la población consideraba que su 'situación económica
actual' era 'mala', tal como hoy en día. El reto que plantea este
contradictorio proceso es evidente, ya que equivaldría al hecho de
que actualmente el malestar es similar al que percibían las personas
en los años en que atravesábamos por la peor crisis del siglo XX, en
que llegaron a su clímax la hiperinflación, el desempleo y el
terrorismo. Esto último, sin embargo, no parece tener sentido, si
juzgamos la situación únicamente a partir de los indicadores económicos
tradicionales del momento.
El
gobierno tampoco sale de su asombro. Por lo que, en efecto, el
Presidente de la República se preguntaba en mayo de este año, con
motivo de la inauguración del nuevo local de la OIT: "Si Wall
Street y Washington están aplaudiendo, ¿por qué no me aplaude la
gente en la calle? ¿Qué está pasando?". Las desesperadas
explicaciones de los más altos funcionarios del gobierno son de lo más
curiosas, basadas en estrafalarias hipótesis ad hoc. Cabría
pensar que creen que 'la gente de la calle' es malagradecida, porque
-como afirmaba el Premier de turno en abril 2003- se había logrado
cumplir el 99% (sic) de las metas especificadas en el Plan de Gobierno
de 'Perú Posible' (PP). Otros funcionarios culpaban del malestar a
los periodistas malintencionados y el propio Dr. Toledo a las
encuestadoras, ya que a solo 22 meses de iniciado su gobierno, decía
que "este presidente ha sido encuestado 180 veces, y preguntan de
todo, hasta el color de sus ojos".
Una
primera explicación evidente es que el PIB no es un buen indicador
del 'bienestar' de las personas, ya que solo una parte de su
crecimiento va a los bolsillos de la gente. Muy bien puede ser que el
crecimiento económico se deba al de las exportaciones y/o a la
inversión (lo que es saludable en el mediano plazo), pero como la
gente no come, ni el cobre o la harina de pescado que se exporta, ni máquinas
o cemento que son inversión, el auge no recae en la expansión del
consumo personal. Sin embargo, la volatilidad característica de
nuestro PIB sí influye sobre el malestar, porque cada fluctuación
hacia la baja -que las ha habido muchas, bien drásticas y muy juntas-
contribuye a gestar inseguridad y expectativas negativas, que retrasan
las posibilidades de recuperación económica y generan más y más
pesimismo.
En
todo caso, el malestar actual no se puede entender si no se capta su
evolución en una perspectiva de mayor alcance, tanto disciplinaria
(dado que la ciencia económica es muy estrecha como para explicarla a
cabalidad), como temporal, que para nuestro caso tuvo que
limitarse a los últimos 15 años (por la disponibilidad de datos de
opinión pública). Esperamos que esta veta exquisita de investigación
sea acometida también por politólogos, sociólogos y psicólogos,
dada la complejidad del tema y porque el malestar de gran parte de
nuestra población ya parece haberse convertido en un estado de ánimo
permanente, por no decir en una "enfermedad congénita".
Como es evidente, en esas condiciones, peligra la democracia y la
gobernabilidad, y los extremos autoritarios vienen jugando al alimón
entre la añoranza fujimorista y la tentación terrorista.
En
las siguientes dos entregas se intentará explicar algunos aspectos
del porqué, a pesar de que hoy las condiciones objetivas son mejores,
el malestar ha aumentado; es decir, ¿cuáles son los determinantes
económicos, sociopolíticos y psicológicos de la paradoja descrita?
—
II —
Nuestra
principal tesis para explicar la paradoja comentada es que el malestar
de la gente es una función creciente de la brecha existente entre las
expectativas-aspiraciones y los logros alcanzados efectivamente por
las personas, considerando que ambos extremos de esa brecha son también
cambiantes. Así como al revés, a menor brecha, menor frustración y,
con ello, mayor bienestar o "felicidad". Obviamente la
persistencia y recurrencia de la brecha, su extensión y su repetición
en el tiempo, ejercen un impacto inercial y de propagación
adicionales.
Desde
una perspectiva (casi) puramente económica, la brecha entre logros y
aspiraciones evidentemente se ha ensanchado durante el último
trienio, cuando menos por los siguientes motivos. En primer lugar, los
ingresos monetarios y en especie, en promedio, se han mantenido prácticamente
constantes en 760 soles mensuales en Lima Metropolitana. El malestar
creciente en este aspecto está ligado, de una parte a su volatilidad
(variando entre un mínimo de 730 y un máximo de 830 soles) y, de la
otra, al hecho de que ese nivel está muy por debajo al alcanzado a
mediados de los años noventa. A ello se añade que, dado que las
personas se han endeudado en el pasado de crisis (1998-2000) y lo
siguen haciendo, ahora su consumo se ha venido comprimiendo por la
necesidad que tienen de servir las onerosas deudas que contrajeron.
Por lo que no ha de llamar la atención que la pobreza siga agobiando
a más del 50% de la población y que la extrema pobreza abarque a
siete millones de peruanos.
En
relación al empleo, también se ha mantenido prácticamente constante
en este trienio en la capital, en torno a los 3,6 millones de
trabajadores, con una tasa de desempleo del 9,4% bastante constante en
promedio, pero muy volátil, variando entre 8,2% y 11,1% de la PEA en
Lima durante el último trienio. Desafortunadamente la demanda de
trabajo no ha aumentado, precisamente por la escasa inversión que se
ha materializado desde 1998 y al hecho de que las grandes inversiones
(en los sectores minero, financiero y de telecomunicaciones) absorben
muy poco trabajo.
Esto,
a su vez, ha conducido a una compresión de la fuerza laboral (¡la
demanda determina la oferta en este mercado!), la que se ha mantenido
en torno a los 4 millones de habitantes en Lima. Lo que ha sido
posible por acción de dos procesos perversos: de una parte, por el
aumento del 'desempleo oculto', como consecuencia de que alrededor de
un 5% de las personas, de tanto buscarlo, ya se han desanimado de
conseguir un trabajo; y, de otra parte y sobre todo, porque la gente
ha migrado de la capital a su tierra natal en el interior del país y,
preferentemente, al extranjero. A nivel nacional, durante el bienio
2002-2003, cada año emigró un cuarto de millón de personas del país
y para el 2004 se estima que serán 350.000 los emigrantes; con lo que
casi tres millones de peruanos viven en el resto del mundo.
Además,
las condiciones de trabajo se han ido deteriorando tremendamente: ha
aumentado la rotación en el trabajo; la proporción de trabajadores
con negociación colectiva ha caído a tal grado que hoy en día sólo
un 11% de los trabajadores sindicalizables forman parte de un
sindicato, frente a un 51% en 1990; el número de horas que tiene que
trabajar cada persona ha aumentado, así como la necesidad de recurrir
a 'cachuelos'; la proporción de trabajadores que goza de beneficios
sociales ha disminuido; etc.
Y,
como tras cuernos siempre vienen palos, una serie de micro-choques
económicos o fatalidades familiares provenientes de desastres
naturales, abandono de la familia por el jefe del hogar, el
fallecimiento de un miembro, una enfermedad o accidente grave, la pérdida
del empleo, un incendio, un robo, etc., los que -en muchos casos-
acaban con los pocos activos que han podido acumular esforzadamente.
Finalmente,
no hay duda que el malestar también se ha expandido porque la
distribución de los ingresos y los activos es cada vez más desigual,
a pesar de la recuperación económica. Los pobres son cada vez más
pobres y las capas medias (especialmente las antiguas) descienden cada
vez más en la escala social. En tal entorno, la gente se siente cada
vez peor al comparar sus niveles de consumo con el de sus grupos de
referencia (amigos, vecinos, compañeros de trabajo) y los patrones
que la mercadotecnia moderna difunde por la TV. En muchos casos,
efectivamente el ingreso relativo es más importante que el absoluto.
A
los fenómenos enunciados se le añade una serie de procesos
extra-económicos, bastante más perversos que los anteriores y que
contribuyen a enraizar la desazón e inseguridad que agobia a la gran
mayoría de la población, como veremos en la siguiente entrega.
—
III —
Como
hemos visto, el malestar generalizado que reina en el país no se
puede atribuir solamente a los niveles absolutos de empleo e ingresos
actuales, sino que las personas también comparan su situación
respecto, tanto a la que gozaban en algún momento pasado mejor, como
con los niveles de vida alcanzados por los que consideran sus grupos
de referencia familiares, amicales o sociales. En la medida en que en
estos procesos la movilidad social ascendente solo ha beneficiado a
unos pocos -como a ciertas capas medias emergentes-, la gran mayoría
observa que no avanza y llega a acumular frustraciones y
agresividades. Varios factores adicionales agravan estas tendencias.
En
primera instancia, por la misma crisis por la que atraviesa el país,
prácticamente continuamente desde la segunda mitad de los años
setenta, son cada vez más las externalidades negativas que agobian a
las familias: polución medioambiental y tránsito infernal;
delincuencia, alcoholismo y drogadicción; los abusos, la prepotencia
y la corrupción relativamente generalizadas y a todo nivel que
campean en el país. La continuación de la corrupción y la falta de
voluntad del gobierno de afrontarla directa y aceleradamente; aunque,
afortunadamente, a diferencia de los años noventa, los nuevos
corruptos son relativamente torpes, con lo que son fácilmente
detectables y vienen saliendo a luz a diario gracias al sagaz
periodismo de investigación.
Más
grave aún es la explosión de las aspiraciones de consumo de la
gente, las que se quedan cortas precisamente por los ingresos bajos y
los empleos volátiles. Las sofisticadas técnicas de mercadeo, los
megaplazas, los mundos rutilantes de la metrópolis norteñas, las
masivas importaciones de lujo, las apetitosas imágenes de la TV y demás,
han ampliado las 'necesidades' de la gente, que no han venido acompañadas
por una expansión de la capacidad de gasto sostenible, engañosamente
alimentada por la proliferación de tarjetas de crédito, bien
cargadas con intereses leoninos, a primera vista invisibles.
Agrava
el proceso anterior el hecho de que con la reciente transición a la
democracia, se han destapado las enormes y variadas demandas
contenidas por el gobierno fujimorista y, para colmo, por las promesas
desenfrenadas del actual gobierno, antes y después de asumir el
poder.
A
todo ello, se añade un 'consumo' menor de lo que los economistas
llaman 'bienes relacionales'; es decir, de las relaciones familiares,
amicales, vecinales y sociales que cada vez son menos densas y
frecuentes, precisamente por disponer de menos tiempo, por la
inseguridad ciudadana, por la necesidad de tener que trabajar más
(sea para subsistir, sea para consumir más), por el propio malestar y
la vigencia de la ley de la selva en las impersonales relaciones
interpersonales, etc. Con lo que se observa que también la
solidaridad familiar y local entre las personas y grupos ha venido
disminuyendo, factor que cumpliera un rol tan importante en el pasado
para afrontar las crisis.
Por
lo demás, las profundas transformaciones económicas y sociopolíticas
procesadas durante las décadas pasadas aún no sedimentan, pero
desubican a la población que aún no logra orientarse en ese entorno
permanentemente cambiante, generando inseguridad y congoja, a pesar de
que también hay notorias tendencias hacia la movilidad social
ascendente, para lo que basta observar el encumbramiento de las capas
medias modernas deslumbradas por las disneylandias y choliwoods limeños.
A
ello se añade la desazón que viene causando una serie de
frustraciones con la desilusionante gestión e imagen de los partidos
políticos y los poderes judicial y legislativo. De igual gravedad es
la conocida 'fatiga con las reformas', que se inspiraran en el pensamiento
único del 'Consenso de Washington' y sus anexos más recientes. Y
es que ya van treinta años desde que se iniciaron los ajustes económicos
en el país, sin que se vea claramente la luz al final del túnel y se
pueda vislumbran un crecimiento sostenible. A las políticas de
estabilización se le añadieron las reformas estructurales que prometían
el 'chorreo' y que siguen haciéndolo, sin llegar a cumplir lo
prometido. A pesar de que la población ya ha perdido la paciencia con
esos cambios, el gobierno y sus acólitos en el periodismo siguen
tratando de convencerla con la letanía de que deben esperar un
poquito más, que -¡ahora sí!- el Nirvana está a la vuelta de la
esquina.
Finalmente,
desde una perspectiva más coyuntural, la justificada sensación de
desgobierno reinante y el hecho de que aún falten 20 meses -que a la
ciudadanía le "parecen una eternidad"- para el cambio de un
Ejecutivo (y del poder legislativo) de cuyos tejes y manejes la
inmensa mayoría está saturada y, encima, con la vasta expectativa
pesimista de que lo que viene el 2006 tampoco parecería prometer
mejora alguna...en todo sentido.
De
manera que, en pocas palabras, el malestar deviene de las malas
condiciones económicas familiares (absolutas y relativas; objetivas y
subjetivas), de los ámbitos psicosociales y de las aspiraciones
crecientes, a los que se le añaden las añoranzas de tiempos pasados
y sobre todo de las pesimistas expectativas que se abrigan a futuro,
provenientes básicamente del ámbito político, como veremos en la próxima
entrega. Tenemos, pues, el infortunio de vivir en una economía sana
que es parte de una sociedad enferma.
—
IV —
Como
es evidente, si la brecha entre aspiraciones y logros se expande, la
frustración ciudadana crece. Pero, si además esa brecha fluctúa una
y otra vez, aumentando más en determinados momentos que lo que se
estrecha en otras ocasiones, a la larga el malestar subjetivo se
acrecienta mucho más allá de lo que puede deducirse estrictamente de
los indicadores económicos objetivos del momento actual. De ahí que
la desazón subjetiva haya llegado a niveles similares de los vigentes
a fines de la década de los años 1980.
Hemos
elaborado un índice del "grado de frustración" de la
población limeña, sobre la base de dos de las preguntas que realiza
mensualmente la empresa Apoyo. Para ese efecto dividimos el
porcentaje ponderado de lo que las familias dicen esperar dentro de
doce meses vis a vis lo que logran efectivamente. Si el
resultado es mayor a uno aparece la frustración, porque no se ha
logrado lo esperado; mientras que si es menor a la unidad, se siente
satisfecho. Resulta que para los últimos quince años solo durante
unos pocos meses se da esto último, como se deriva del índice
reproducido en el Gráfico adjunto. Lo interesante es que los
episodios de frustración se repiten una y otra vez a lo largo de esos
años, pero en forma cada vez mayor, con lo que las experiencias
fallidas anteriores agravan a las que le siguen y la suma de las
partes termina siendo menor que el todo, que en este caso es el
malestar subjetivo actual.
Más
informativo aún es que hay una correlación casi perfecta entre la
frustración de los ciudadanos y la desaprobación presidencial
(representada en porcentajes del total de la población
metropolitana), como también se puede observar en la figura adjunta.
De donde se tiene que, al margen de la pésima gestión del actual
gobierno, parte importante del malestar deriva de las reiteradas
frustraciones del pasado a las que se añade la que corresponde
propiamente al momento actual. Como toda persona normal tampoco nos
simpatiza el Gobierno, pero de ahí a achacarle todos los pasivos de
la década anterior hay mucho trecho. Lo terrible es que, en esas
condiciones -al margen de nuestra mala memoria como ciudadanos-, al
atribuírsele todas las culpas al actual Presidente, sus familiares,
sus ministros, sus asesores y los miembros de PP, la gran mayoría
termina extrañando el autoritarismo fujimorista o, incluso, piensa
enrolarse en las derrotadas huestes del senderismo y las cada vez
mayores de la delincuencia.
Con
lo que se genera una situación de convulsión social que podría
acabar con la democracia, amenaza que nos acechó especialmente en
febrero de este año, cuando se pedía la destitución de Toledo y, aún
antes, cuando se decía que debía dar 'un paso al costado'.
Afortunadamente existe una serie de morigeradores sociales que
habrán de permitir la sobre vivencia de nuestro precario régimen político,
como veremos en la próxima entrega.
—
V —
La
curva que representa los porcentajes de desaprobación presidencial
también es útil para determinar los 'ciclos políticos de la economía'.
Como es sabido, la desaprobación presidencial no solo disminuye con
el acceso de un nuevo gobernante al poder, quien generalmente goza de
una 'luna de miel' por uno o dos semestres, sino que también permite
calibrar el éxito relativo que el gobernante de turno ha tenido para
gestar las condiciones para asegurar mayores niveles de aprobación
ciudadana en el periodo previo a las elecciones.
En
tal sentido se puede observar nítidamente lo exitoso que fue Fujimori
en ese quehacer, ya que de seis a nueve meses antes de las elecciones
presidenciales (las de 1995 y de 2000), la tasa de desaprobación cayó
repentina y abruptamente. Y es que, en efecto, a diferencia de los
gobernantes de décadas anteriores, no solo se limitó a adoptar
agresivas medidas macroeconómicas -políticas fiscales y monetarias
expansivas- para aumentar el empleo y los ingresos, con lo que cosechó
los votos requeridos a su favor.
Sin
embargo, para maximizar esa votación, a esa manipulación a escala
nacional también la aderezó, de una parte, con políticas meso económicas,
más conocidas como 'políticas sociales', las que focalizó con mucha
precisión en los grupos más pobres -de los sectores D y E- y,
especialmente, hacia los que no habían votado por él en los comicios
anteriores (municipales y generales). De otro lado, impulsó -desde
las oficinas de Montesinos- los hoy en día bien conocidos y muy
funestos e inescrupulosamente filmados o grabados mecanismos micro políticos,
entre los que predominaron: la compra de congresistas ('transfugismo');
el 'subsidio' a periodistas, artistas, vedettes, compositores y
humoristas; las 'donaciones' multimillonarias a los dueños de medios
de comunicación; la constante amenaza (y no sólo a través de la
SUNAT) de empresarios; la cooptación de políticos y académicos de
la oposición; entre otras técnicas desesperadas por mantenerse en
Palacio por unas cuantas décadas adicionales. No les tembló la mano,
finalmente, de llegar hasta el asesinato absurdo y abierto para
alcanzar sus propósitos.
Los
esparadrapos bucales y mentales, las grabadoras y los casettes, las
balas y ametralladoras, el personal calificado, uniformado o
analfabeto para ejercer el trabajo sucio, etcétera, fueron
financiados fluidamente con el dinero de las privatizaciones, de
elevados impuestos, del narcotráfico, de las licitaciones públicas,
de la compra de armas y similares, con lo que se aseguró las dos
reelecciones.
En
efecto, estas políticas tuvieron éxito, en un sentido muy estrecho
(temporal y volumétricamente), especialmente entre los estratos de más
bajos ingresos. La desaprobación promedio de AFF durante su primer
gobierno (1990-95) fue del 28%, mientras que antes en las elecciones
cayó al 18%. En su segundo gobierno la desaprobación fue bastante más
alta, alcanzando el 42% (contando la larga segunda luna de miel de que
gozó entre agosto 1995 y septiembre de 1996), pero en los meses
previos a las elecciones descendió al 35%. Este guarismo contrasta
claramente con el que tuvo entre junio de 1997 y junio de 1999, en que
la desaprobación rebasó ampliamente el 50%.
—
VI —
A
pesar de la creciente inquietud social y las movilizaciones populares
y regionales recurrentes, que (aún) no tengamos que presenciar una
revuelta o insurrección popular contundente, se debe a una serie de
fenómenos que permiten suavizar -por lo menos temporalmente- las
movilizaciones masivas y amplias (que hoy en día están limitadas a
zonas muy restringidas). Entre esos 'tranquilizadores sociales' que
contribuyen a sofocar potenciales tempestades, mencionaremos algunos
de los más variados mecanismos de huída, repliegue o defensa de los
ciudadanos.
En
primer lugar, está el comprensible temor de la mayoría a perder el
precario empleo que detentan, por más miserable que fuera.
Parafraseando a la gran economista inglesa Joan Robinson cabría
afirmar que "para una persona que vive en nuestro país lo único
que es peor a ser explotado es no ser explotado" y en que, en
efecto, el desempleo es lo que más impacta en la autoestima de la
gente, al margen de que generalmente llega a amenazar la propia
supervivencia familiar.
Lo
anterior es parte de todo un proceso de resignación y fatalismo, en
que se procesa una especie de 'adaptación hedónica'. Además, la
población se encuentra en una condición tan deteriorada que
considera que no les puede ir peor, lo que viene acompañado por el
hecho que esa situación la comparte la mayoría de la población...con
lo que el "consuelo de muchos, consuelo de tontos" los
parecería reanimar en algo en su desasosiego. Otros piensan que, ya
que no tienen nada que perder, solo les puede ir mejor. Y, en efecto,
lo último que se pierde parece ser la esperanza.
El
mecanismo predilecto de escape, a pesar de su dureza, es la ya
mencionada emigración masiva al exterior. Teófilo Altamirano dice
que ya casi se podría hablar de una nación peruana paralela en el
resto del mundo, dado que cerca de tres millones de compatriotas viven
fuera de nuestras fronteras. Otras formas aún más graves de
'emigración' o 'huída' son la delincuencia, el abandono y el
maltrato familiar, la drogadicción y, en los casos más extremos, el
suicidio y la locura, los que vienen aumentando a ritmos preocupantes.
También
parecería pacificar a la gente el hecho de que la percepción de los
limeños de su propio bienestar siempre es superior al que perciben
para el resto del país, lo que parece imbuirles cierto consuelo. Y,
en efecto, esa percepción es correcta, porque para las regiones para
las que disponemos de datos -en especial, Arequipa y Costa Sur, así
como Sierra Sur- el malestar es efectivamente aún mayor que el
vigente en la capital.
En
algunos barrios y sectores sociales se observa una acelerada movilidad
social ascendente, especialmente por parte de las denominadas 'nuevas
capas medias'. Lo que alimenta el denominado 'efecto túnel' de Albert
Hirschman, que esperanzan a los que no ascienden, pero solo por un
cierto tiempo y luego viene -de golpe y por la acumulación de
frustraciones- la tormenta y el huaico.
La
precariedad o ausencia de sindicatos y de partidos políticos
combativos, que estarían en condiciones de aglomerar la insatisfacción
generalizada, ayuda a explicar la tranquilidad social relativa, a
pesar de la hostilidad personal. Por eso hoy en día las
movilizaciones populares parecen caóticas, apenas propugnan metas
economicistas de corto plazo y no logran aglutinar grupos mayores.
También
debe señalarse que los familiares y vecinos -no solo en los sectores
populares- aún comparten entre sí los escasos recursos de que
disponen, aunque es cierto que cada vez menos. También la solidaridad
barrial o local viene jugando un papel activo de apoyo a los
desamparados, suavizando el conflicto en cierta medida.
El
ciudadano también cree que ya no tiene a quien culpar, como antaño
al 'imperialismo yanqui', a la oligarquía o al 'estado depredador',
ya que el mercado impersonal determinaría todo y con ello nuestro
esfuerzo y capacidades personales son determinantes en un ambiente de
supuesta igualdad de oportunidades: 'Si usted gana poco o no tiene
empleo es porque es usted un incapaz, inútil, flojo o beodo', se dice
o se piensa. Este es un logro ideológico importante (si bien
aparente) de los flamantes propagandistas del neoliberalismo criollo.
Obviamente,
la experiencia traumática de SL sigue marcando a muchos, que no
quieren volver a vivir la terrible experiencia. Muchos no se movilizan
porque piensan que 'No hay que hacerle el juego al enemigo', incluido
a Fujimori; lo que estaría contribuyendo a suavizar la oposición y
las movilizaciones.
Finalmente,
hasta la templanza del clima de nuestra metrópoli podría invocarse
en este contexto, como lo hiciera hace cuarenta años Sebastián
Salazar Bondy en 'Lima la Horrible'. Y, ciertamente, deben existir
muchos otros adormecedores sociales que están contribuyendo a
sostener la relativa paz social reinante, a pesar de los elevadísimos
niveles de malestar, agresividad, depresión y frustración.
—
VII —
A
pesar de las diversas variables que hemos aducido para explicar el
malestar y la frustración generalizadas que agobian a la ciudadanía,
aún falta determinar las causas últimas de esos procesos. A nuestro
entender, en esa inquietud de búsqueda debe ocupar un lugar
privilegiado el modelo de acumulación adoptado durante la década de
los años noventa del siglo XX. En esencia se trata de un retorno a un
esquema primario-exportador modernizado de 'desarrollo', en que la
minería ha resultado ser el eje motor del crecimiento y base
sustantiva de la bonanza aparente a nivel macroeconómico, acompañada
por los boyantes sectores financiero, de comercio importador, banca,
energía y telecomunicaciones.
En
la práctica, sin embargo, la modalidad de acumulación que estamos
adoptando lleva a una serie de patologías que ni siquiera se discuten
en el país y que se irán agravando con el tiempo. Como es obvio, el
eje de las preocupaciones de nuestros últimos gobiernos estuvo
centrado casi exclusivamente en la expansión del mercado externo
sobre la base del eslogan "exportar o morir", con lo que se
han ido desplazando los esfuerzos por ampliar el mercado interno y en
que los más ingenuos o interesados han concluido que éste crecerá
automáticamente a medida que se expanden las exportaciones.
Por
supuesto que nadie quiere implantar un modelo autárquico. Pero, hoy
en día parece indispensable enfatizar en el exagerado optimismo que
se está poniendo en la actual sobre concentración en los mercados
foráneos para nuestros productos, aplicando políticas y reformas
"estructurales" dirigidas a alcanzar ese logro, las que -tal
como se vienen implementando- terminan recortando la expansión de
nuestros mercados internos y las posibilidades de sobre vivencia de
nuestras futuras generaciones.
Esa
sobre-especialización de la producción para mercados foráneos nos
sigue haciendo crecientemente dependientes de la volatilidad de la
economía mundial, con los consiguientes problemas de la balanza
externa en cuenta corriente, lo que nos lleva -cíclicamente- a
crecientes niveles de endeudamiento externo y a la desnacionalización
de la economía. Cuando un mercado interno mucho más amplio muy bien
podría asegurar, tanto una relativa estabilidad para las ventas del
empresariado doméstico, como una presión tributaria elevada y de
ancha base para satisfacer las demandas sociales, acabar con la
pobreza y la desigual distribución de la riqueza.
De
ahí que la miopía de nuestros gobernantes y economistas serios
radique precisamente en creer -lo que es una típica falacia de
composición- que todos los países pueden crecer basados en las
exportaciones, dependientes del crecimiento de la demanda de otros países.
Cuando esa estrategia se sigue a nivel global, el peligro radica en
que ello se lleve a cabo a costa de una reestructuración de la
composición del crecimiento de los países, sin que el crecimiento
económico a nivel mundial aumente. Muchos no entienden que la
estrategia pro exportadora solo funciona bien cuando unos pocos países
la emprenden (como en el caso de los del sudeste asiático a partir de
los años sesenta y setenta), pero que si todos van en esa misma
dirección puede terminar convirtiéndose en un juego de suma cero.
Por
supuesto que las exportaciones seguirán siendo esenciales y sin duda
tendrían que constituirse en una de las bases para la expansión del
mercado interno. Pero para ello deberíamos ir pensando en
concentrarnos en la producción de bienes y servicios de exportación,
así como también para la generación de no transables y de los que
sustituyen importaciones, que reúnan -en cada caso- uno o más de los
siguientes requisitos: que generen encadenamientos hirschmanianos, en
la producción, en el consumo y fiscales; que tengan un elevado Valor
Interno de Retorno, más que solo un alto Valor Agregado; que se
caractericen por rendimientos crecientes a escala; que sean intensivos
en trabajo y utilicen tecnologías "intermedias" o adaptadas
a nuestra dotación de factores; que busquen oportunidades en función
al avance tecnológico; que se basen en diseños originales; que
revaloricen nuestras habilidades, recursos y potencialidades autóctonas
y tradicionales crecientemente marginadas por la globalización; que
estén basadas en clusters y cadenas productivas; que exploten ciertos
nichos de mercado, en base a bienes y servicios "autóctonos"
y hasta de los considerados "exóticos"; etcétera.
Finalmente,
cada vez somos menos concientes de nuestros enormes potenciales, de
nuestra riquísima cultura y de nuestras posibilidades de auto
dependencia, las que se podrían asentar en canastas de consumo y
servicios basadas en productos e insumos domésticos (lo que incluye
la autosuficiencia alimentaria), generalmente intensivos en trabajo y
en tecnologías apropiadas, en vez de depender cada vez más de las
importaciones, para algunas de las cuales disponemos incluso de
sustitutos casi perfectos.
Nota:
(*)
La presente serie de siete artículos breves sintetiza algunos
aspectos centrales del libro del suscrito, intitulado "Bonanza
macroeconómica y malestar microeconómico. Apuntes para el estudio
del caso peruano, 1988-2004". Lima (Perú). Centro de Investigación,
Universidad del Pacífico, 2004.
|