América Latina

Perú

Bonanza macroeconómica y malestar microeconómico

Por Jürgen Schuldt (*)
La Insignia, 28/11/04

— I —

Desde principios del año pasado es común escuchar que la macroeconomía peruana viene avanzando por un carril promisorio, mientras que paralelamente la economía familiar va por otro en bajada, por no decir en caída libre. Evidentemente estamos frente a una inquietante paradoja, ya que todos suponíamos ingenuamente que, si crece el Producto Interno Bruto (PIB), deberían mejorar también las condiciones de vida y el grado de satisfacción de las personas. Por lo que todos nos venimos preguntando: 'si a la economía le va tan bien, ¿por qué a mi me va tan mal?'.

Limitándonos únicamente al trienio 2002-2004, observamos que -según las encuestas mensuales que recoge Apoyo- los ciudadanos de la capital, consultados sobre su 'situación económica actual respecto a la de doce meses atrás', el promedio de los que dijeron que estaban 'peor' aumentó del 51% en 2002, a 56% en 2003 y a 59% en 2004 (hasta octubre). Lo que contrasta notoriamente con el aumento del PIB por habitante, que prácticamente ha acumulado un 10% en ese lapso (2002: 3,7%; 2003: 2,5%; y 2004: 3%).

Si vamos más atrás en el tiempo, nos encontramos con una realidad aún más sorprendente, ya que el malestar autopercibido por los encuestados en estos últimos tres años es prácticamente equivalente al que regía durante el trienio 1988-1990, en que el PIB per cápita cayó en 37% (1988: -11,4%; 1989: -15,2%; y 1990: - 7,1%) y más de la mitad de la población consideraba que su 'situación económica actual' era 'mala', tal como hoy en día. El reto que plantea este contradictorio proceso es evidente, ya que equivaldría al hecho de que actualmente el malestar es similar al que percibían las personas en los años en que atravesábamos por la peor crisis del siglo XX, en que llegaron a su clímax la hiperinflación, el desempleo y el terrorismo. Esto último, sin embargo, no parece tener sentido, si juzgamos la situación únicamente a partir de los indicadores económicos tradicionales del momento.

El gobierno tampoco sale de su asombro. Por lo que, en efecto, el Presidente de la República se preguntaba en mayo de este año, con motivo de la inauguración del nuevo local de la OIT: "Si Wall Street y Washington están aplaudiendo, ¿por qué no me aplaude la gente en la calle? ¿Qué está pasando?". Las desesperadas explicaciones de los más altos funcionarios del gobierno son de lo más curiosas, basadas en estrafalarias hipótesis ad hoc. Cabría pensar que creen que 'la gente de la calle' es malagradecida, porque -como afirmaba el Premier de turno en abril 2003- se había logrado cumplir el 99% (sic) de las metas especificadas en el Plan de Gobierno de 'Perú Posible' (PP). Otros funcionarios culpaban del malestar a los periodistas malintencionados y el propio Dr. Toledo a las encuestadoras, ya que a solo 22 meses de iniciado su gobierno, decía que "este presidente ha sido encuestado 180 veces, y preguntan de todo, hasta el color de sus ojos".

Una primera explicación evidente es que el PIB no es un buen indicador del 'bienestar' de las personas, ya que solo una parte de su crecimiento va a los bolsillos de la gente. Muy bien puede ser que el crecimiento económico se deba al de las exportaciones y/o a la inversión (lo que es saludable en el mediano plazo), pero como la gente no come, ni el cobre o la harina de pescado que se exporta, ni máquinas o cemento que son inversión, el auge no recae en la expansión del consumo personal. Sin embargo, la volatilidad característica de nuestro PIB sí influye sobre el malestar, porque cada fluctuación hacia la baja -que las ha habido muchas, bien drásticas y muy juntas- contribuye a gestar inseguridad y expectativas negativas, que retrasan las posibilidades de recuperación económica y generan más y más pesimismo.

En todo caso, el malestar actual no se puede entender si no se capta su evolución en una perspectiva de mayor alcance, tanto disciplinaria (dado que la ciencia económica es muy estrecha como para explicarla a cabalidad), como temporal, que para nuestro caso tuvo que limitarse a los últimos 15 años (por la disponibilidad de datos de opinión pública). Esperamos que esta veta exquisita de investigación sea acometida también por politólogos, sociólogos y psicólogos, dada la complejidad del tema y porque el malestar de gran parte de nuestra población ya parece haberse convertido en un estado de ánimo permanente, por no decir en una "enfermedad congénita". Como es evidente, en esas condiciones, peligra la democracia y la gobernabilidad, y los extremos autoritarios vienen jugando al alimón entre la añoranza fujimorista y la tentación terrorista.

En las siguientes dos entregas se intentará explicar algunos aspectos del porqué, a pesar de que hoy las condiciones objetivas son mejores, el malestar ha aumentado; es decir, ¿cuáles son los determinantes económicos, sociopolíticos y psicológicos de la paradoja descrita?

— II —

Nuestra principal tesis para explicar la paradoja comentada es que el malestar de la gente es una función creciente de la brecha existente entre las expectativas-aspiraciones y los logros alcanzados efectivamente por las personas, considerando que ambos extremos de esa brecha son también cambiantes. Así como al revés, a menor brecha, menor frustración y, con ello, mayor bienestar o "felicidad". Obviamente la persistencia y recurrencia de la brecha, su extensión y su repetición en el tiempo, ejercen un impacto inercial y de propagación adicionales.

Desde una perspectiva (casi) puramente económica, la brecha entre logros y aspiraciones evidentemente se ha ensanchado durante el último trienio, cuando menos por los siguientes motivos. En primer lugar, los ingresos monetarios y en especie, en promedio, se han mantenido prácticamente constantes en 760 soles mensuales en Lima Metropolitana. El malestar creciente en este aspecto está ligado, de una parte a su volatilidad (variando entre un mínimo de 730 y un máximo de 830 soles) y, de la otra, al hecho de que ese nivel está muy por debajo al alcanzado a mediados de los años noventa. A ello se añade que, dado que las personas se han endeudado en el pasado de crisis (1998-2000) y lo siguen haciendo, ahora su consumo se ha venido comprimiendo por la necesidad que tienen de servir las onerosas deudas que contrajeron. Por lo que no ha de llamar la atención que la pobreza siga agobiando a más del 50% de la población y que la extrema pobreza abarque a siete millones de peruanos.

En relación al empleo, también se ha mantenido prácticamente constante en este trienio en la capital, en torno a los 3,6 millones de trabajadores, con una tasa de desempleo del 9,4% bastante constante en promedio, pero muy volátil, variando entre 8,2% y 11,1% de la PEA en Lima durante el último trienio. Desafortunadamente la demanda de trabajo no ha aumentado, precisamente por la escasa inversión que se ha materializado desde 1998 y al hecho de que las grandes inversiones (en los sectores minero, financiero y de telecomunicaciones) absorben muy poco trabajo.

Esto, a su vez, ha conducido a una compresión de la fuerza laboral (¡la demanda determina la oferta en este mercado!), la que se ha mantenido en torno a los 4 millones de habitantes en Lima. Lo que ha sido posible por acción de dos procesos perversos: de una parte, por el aumento del 'desempleo oculto', como consecuencia de que alrededor de un 5% de las personas, de tanto buscarlo, ya se han desanimado de conseguir un trabajo; y, de otra parte y sobre todo, porque la gente ha migrado de la capital a su tierra natal en el interior del país y, preferentemente, al extranjero. A nivel nacional, durante el bienio 2002-2003, cada año emigró un cuarto de millón de personas del país y para el 2004 se estima que serán 350.000 los emigrantes; con lo que casi tres millones de peruanos viven en el resto del mundo.

Además, las condiciones de trabajo se han ido deteriorando tremendamente: ha aumentado la rotación en el trabajo; la proporción de trabajadores con negociación colectiva ha caído a tal grado que hoy en día sólo un 11% de los trabajadores sindicalizables forman parte de un sindicato, frente a un 51% en 1990; el número de horas que tiene que trabajar cada persona ha aumentado, así como la necesidad de recurrir a 'cachuelos'; la proporción de trabajadores que goza de beneficios sociales ha disminuido; etc.

Y, como tras cuernos siempre vienen palos, una serie de micro-choques económicos o fatalidades familiares provenientes de desastres naturales, abandono de la familia por el jefe del hogar, el fallecimiento de un miembro, una enfermedad o accidente grave, la pérdida del empleo, un incendio, un robo, etc., los que -en muchos casos- acaban con los pocos activos que han podido acumular esforzadamente.

Finalmente, no hay duda que el malestar también se ha expandido porque la distribución de los ingresos y los activos es cada vez más desigual, a pesar de la recuperación económica. Los pobres son cada vez más pobres y las capas medias (especialmente las antiguas) descienden cada vez más en la escala social. En tal entorno, la gente se siente cada vez peor al comparar sus niveles de consumo con el de sus grupos de referencia (amigos, vecinos, compañeros de trabajo) y los patrones que la mercadotecnia moderna difunde por la TV. En muchos casos, efectivamente el ingreso relativo es más importante que el absoluto.

A los fenómenos enunciados se le añade una serie de procesos extra-económicos, bastante más perversos que los anteriores y que contribuyen a enraizar la desazón e inseguridad que agobia a la gran mayoría de la población, como veremos en la siguiente entrega.

— III —

Como hemos visto, el malestar generalizado que reina en el país no se puede atribuir solamente a los niveles absolutos de empleo e ingresos actuales, sino que las personas también comparan su situación respecto, tanto a la que gozaban en algún momento pasado mejor, como con los niveles de vida alcanzados por los que consideran sus grupos de referencia familiares, amicales o sociales. En la medida en que en estos procesos la movilidad social ascendente solo ha beneficiado a unos pocos -como a ciertas capas medias emergentes-, la gran mayoría observa que no avanza y llega a acumular frustraciones y agresividades. Varios factores adicionales agravan estas tendencias.

En primera instancia, por la misma crisis por la que atraviesa el país, prácticamente continuamente desde la segunda mitad de los años setenta, son cada vez más las externalidades negativas que agobian a las familias: polución medioambiental y tránsito infernal; delincuencia, alcoholismo y drogadicción; los abusos, la prepotencia y la corrupción relativamente generalizadas y a todo nivel que campean en el país. La continuación de la corrupción y la falta de voluntad del gobierno de afrontarla directa y aceleradamente; aunque, afortunadamente, a diferencia de los años noventa, los nuevos corruptos son relativamente torpes, con lo que son fácilmente detectables y vienen saliendo a luz a diario gracias al sagaz periodismo de investigación.

Más grave aún es la explosión de las aspiraciones de consumo de la gente, las que se quedan cortas precisamente por los ingresos bajos y los empleos volátiles. Las sofisticadas técnicas de mercadeo, los megaplazas, los mundos rutilantes de la metrópolis norteñas, las masivas importaciones de lujo, las apetitosas imágenes de la TV y demás, han ampliado las 'necesidades' de la gente, que no han venido acompañadas por una expansión de la capacidad de gasto sostenible, engañosamente alimentada por la proliferación de tarjetas de crédito, bien cargadas con intereses leoninos, a primera vista invisibles.

Agrava el proceso anterior el hecho de que con la reciente transición a la democracia, se han destapado las enormes y variadas demandas contenidas por el gobierno fujimorista y, para colmo, por las promesas desenfrenadas del actual gobierno, antes y después de asumir el poder.

A todo ello, se añade un 'consumo' menor de lo que los economistas llaman 'bienes relacionales'; es decir, de las relaciones familiares, amicales, vecinales y sociales que cada vez son menos densas y frecuentes, precisamente por disponer de menos tiempo, por la inseguridad ciudadana, por la necesidad de tener que trabajar más (sea para subsistir, sea para consumir más), por el propio malestar y la vigencia de la ley de la selva en las impersonales relaciones interpersonales, etc. Con lo que se observa que también la solidaridad familiar y local entre las personas y grupos ha venido disminuyendo, factor que cumpliera un rol tan importante en el pasado para afrontar las crisis.

Por lo demás, las profundas transformaciones económicas y sociopolíticas procesadas durante las décadas pasadas aún no sedimentan, pero desubican a la población que aún no logra orientarse en ese entorno permanentemente cambiante, generando inseguridad y congoja, a pesar de que también hay notorias tendencias hacia la movilidad social ascendente, para lo que basta observar el encumbramiento de las capas medias modernas deslumbradas por las disneylandias y choliwoods limeños.

A ello se añade la desazón que viene causando una serie de frustraciones con la desilusionante gestión e imagen de los partidos políticos y los poderes judicial y legislativo. De igual gravedad es la conocida 'fatiga con las reformas', que se inspiraran en el pensamiento único del 'Consenso de Washington' y sus anexos más recientes. Y es que ya van treinta años desde que se iniciaron los ajustes económicos en el país, sin que se vea claramente la luz al final del túnel y se pueda vislumbran un crecimiento sostenible. A las políticas de estabilización se le añadieron las reformas estructurales que prometían el 'chorreo' y que siguen haciéndolo, sin llegar a cumplir lo prometido. A pesar de que la población ya ha perdido la paciencia con esos cambios, el gobierno y sus acólitos en el periodismo siguen tratando de convencerla con la letanía de que deben esperar un poquito más, que -¡ahora sí!- el Nirvana está a la vuelta de la esquina.

Finalmente, desde una perspectiva más coyuntural, la justificada sensación de desgobierno reinante y el hecho de que aún falten 20 meses -que a la ciudadanía le "parecen una eternidad"- para el cambio de un Ejecutivo (y del poder legislativo) de cuyos tejes y manejes la inmensa mayoría está saturada y, encima, con la vasta expectativa pesimista de que lo que viene el 2006 tampoco parecería prometer mejora alguna...en todo sentido.

De manera que, en pocas palabras, el malestar deviene de las malas condiciones económicas familiares (absolutas y relativas; objetivas y subjetivas), de los ámbitos psicosociales y de las aspiraciones crecientes, a los que se le añaden las añoranzas de tiempos pasados y sobre todo de las pesimistas expectativas que se abrigan a futuro, provenientes básicamente del ámbito político, como veremos en la próxima entrega. Tenemos, pues, el infortunio de vivir en una economía sana que es parte de una sociedad enferma.

— IV —

Como es evidente, si la brecha entre aspiraciones y logros se expande, la frustración ciudadana crece. Pero, si además esa brecha fluctúa una y otra vez, aumentando más en determinados momentos que lo que se estrecha en otras ocasiones, a la larga el malestar subjetivo se acrecienta mucho más allá de lo que puede deducirse estrictamente de los indicadores económicos objetivos del momento actual. De ahí que la desazón subjetiva haya llegado a niveles similares de los vigentes a fines de la década de los años 1980.

Hemos elaborado un índice del "grado de frustración" de la población limeña, sobre la base de dos de las preguntas que realiza mensualmente la empresa Apoyo. Para ese efecto dividimos el porcentaje ponderado de lo que las familias dicen esperar dentro de doce meses vis a vis lo que logran efectivamente. Si el resultado es mayor a uno aparece la frustración, porque no se ha logrado lo esperado; mientras que si es menor a la unidad, se siente satisfecho. Resulta que para los últimos quince años solo durante unos pocos meses se da esto último, como se deriva del índice reproducido en el Gráfico adjunto. Lo interesante es que los episodios de frustración se repiten una y otra vez a lo largo de esos años, pero en forma cada vez mayor, con lo que las experiencias fallidas anteriores agravan a las que le siguen y la suma de las partes termina siendo menor que el todo, que en este caso es el malestar subjetivo actual.

Más informativo aún es que hay una correlación casi perfecta entre la frustración de los ciudadanos y la desaprobación presidencial (representada en porcentajes del total de la población metropolitana), como también se puede observar en la figura adjunta. De donde se tiene que, al margen de la pésima gestión del actual gobierno, parte importante del malestar deriva de las reiteradas frustraciones del pasado a las que se añade la que corresponde propiamente al momento actual. Como toda persona normal tampoco nos simpatiza el Gobierno, pero de ahí a achacarle todos los pasivos de la década anterior hay mucho trecho. Lo terrible es que, en esas condiciones -al margen de nuestra mala memoria como ciudadanos-, al atribuírsele todas las culpas al actual Presidente, sus familiares, sus ministros, sus asesores y los miembros de PP, la gran mayoría termina extrañando el autoritarismo fujimorista o, incluso, piensa enrolarse en las derrotadas huestes del senderismo y las cada vez mayores de la delincuencia.

Con lo que se genera una situación de convulsión social que podría acabar con la democracia, amenaza que nos acechó especialmente en febrero de este año, cuando se pedía la destitución de Toledo y, aún antes, cuando se decía que debía dar 'un paso al costado'. Afortunadamente existe una serie de morigeradores sociales que habrán de permitir la sobre vivencia de nuestro precario régimen político, como veremos en la próxima entrega.

— V —

La curva que representa los porcentajes de desaprobación presidencial también es útil para determinar los 'ciclos políticos de la economía'. Como es sabido, la desaprobación presidencial no solo disminuye con el acceso de un nuevo gobernante al poder, quien generalmente goza de una 'luna de miel' por uno o dos semestres, sino que también permite calibrar el éxito relativo que el gobernante de turno ha tenido para gestar las condiciones para asegurar mayores niveles de aprobación ciudadana en el periodo previo a las elecciones.

En tal sentido se puede observar nítidamente lo exitoso que fue Fujimori en ese quehacer, ya que de seis a nueve meses antes de las elecciones presidenciales (las de 1995 y de 2000), la tasa de desaprobación cayó repentina y abruptamente. Y es que, en efecto, a diferencia de los gobernantes de décadas anteriores, no solo se limitó a adoptar agresivas medidas macroeconómicas -políticas fiscales y monetarias expansivas- para aumentar el empleo y los ingresos, con lo que cosechó los votos requeridos a su favor.

Sin embargo, para maximizar esa votación, a esa manipulación a escala nacional también la aderezó, de una parte, con políticas meso económicas, más conocidas como 'políticas sociales', las que focalizó con mucha precisión en los grupos más pobres -de los sectores D y E- y, especialmente, hacia los que no habían votado por él en los comicios anteriores (municipales y generales). De otro lado, impulsó -desde las oficinas de Montesinos- los hoy en día bien conocidos y muy funestos e inescrupulosamente filmados o grabados mecanismos micro políticos, entre los que predominaron: la compra de congresistas ('transfugismo'); el 'subsidio' a periodistas, artistas, vedettes, compositores y humoristas; las 'donaciones' multimillonarias a los dueños de medios de comunicación; la constante amenaza (y no sólo a través de la SUNAT) de empresarios; la cooptación de políticos y académicos de la oposición; entre otras técnicas desesperadas por mantenerse en Palacio por unas cuantas décadas adicionales. No les tembló la mano, finalmente, de llegar hasta el asesinato absurdo y abierto para alcanzar sus propósitos.

Los esparadrapos bucales y mentales, las grabadoras y los casettes, las balas y ametralladoras, el personal calificado, uniformado o analfabeto para ejercer el trabajo sucio, etcétera, fueron financiados fluidamente con el dinero de las privatizaciones, de elevados impuestos, del narcotráfico, de las licitaciones públicas, de la compra de armas y similares, con lo que se aseguró las dos reelecciones.

En efecto, estas políticas tuvieron éxito, en un sentido muy estrecho (temporal y volumétricamente), especialmente entre los estratos de más bajos ingresos. La desaprobación promedio de AFF durante su primer gobierno (1990-95) fue del 28%, mientras que antes en las elecciones cayó al 18%. En su segundo gobierno la desaprobación fue bastante más alta, alcanzando el 42% (contando la larga segunda luna de miel de que gozó entre agosto 1995 y septiembre de 1996), pero en los meses previos a las elecciones descendió al 35%. Este guarismo contrasta claramente con el que tuvo entre junio de 1997 y junio de 1999, en que la desaprobación rebasó ampliamente el 50%.

— VI —

A pesar de la creciente inquietud social y las movilizaciones populares y regionales recurrentes, que (aún) no tengamos que presenciar una revuelta o insurrección popular contundente, se debe a una serie de fenómenos que permiten suavizar -por lo menos temporalmente- las movilizaciones masivas y amplias (que hoy en día están limitadas a zonas muy restringidas). Entre esos 'tranquilizadores sociales' que contribuyen a sofocar potenciales tempestades, mencionaremos algunos de los más variados mecanismos de huída, repliegue o defensa de los ciudadanos.

En primer lugar, está el comprensible temor de la mayoría a perder el precario empleo que detentan, por más miserable que fuera. Parafraseando a la gran economista inglesa Joan Robinson cabría afirmar que "para una persona que vive en nuestro país lo único que es peor a ser explotado es no ser explotado" y en que, en efecto, el desempleo es lo que más impacta en la autoestima de la gente, al margen de que generalmente llega a amenazar la propia supervivencia familiar.

Lo anterior es parte de todo un proceso de resignación y fatalismo, en que se procesa una especie de 'adaptación hedónica'. Además, la población se encuentra en una condición tan deteriorada que considera que no les puede ir peor, lo que viene acompañado por el hecho que esa situación la comparte la mayoría de la población...con lo que el "consuelo de muchos, consuelo de tontos" los parecería reanimar en algo en su desasosiego. Otros piensan que, ya que no tienen nada que perder, solo les puede ir mejor. Y, en efecto, lo último que se pierde parece ser la esperanza.

El mecanismo predilecto de escape, a pesar de su dureza, es la ya mencionada emigración masiva al exterior. Teófilo Altamirano dice que ya casi se podría hablar de una nación peruana paralela en el resto del mundo, dado que cerca de tres millones de compatriotas viven fuera de nuestras fronteras. Otras formas aún más graves de 'emigración' o 'huída' son la delincuencia, el abandono y el maltrato familiar, la drogadicción y, en los casos más extremos, el suicidio y la locura, los que vienen aumentando a ritmos preocupantes.

También parecería pacificar a la gente el hecho de que la percepción de los limeños de su propio bienestar siempre es superior al que perciben para el resto del país, lo que parece imbuirles cierto consuelo. Y, en efecto, esa percepción es correcta, porque para las regiones para las que disponemos de datos -en especial, Arequipa y Costa Sur, así como Sierra Sur- el malestar es efectivamente aún mayor que el vigente en la capital.

En algunos barrios y sectores sociales se observa una acelerada movilidad social ascendente, especialmente por parte de las denominadas 'nuevas capas medias'. Lo que alimenta el denominado 'efecto túnel' de Albert Hirschman, que esperanzan a los que no ascienden, pero solo por un cierto tiempo y luego viene -de golpe y por la acumulación de frustraciones- la tormenta y el huaico.

La precariedad o ausencia de sindicatos y de partidos políticos combativos, que estarían en condiciones de aglomerar la insatisfacción generalizada, ayuda a explicar la tranquilidad social relativa, a pesar de la hostilidad personal. Por eso hoy en día las movilizaciones populares parecen caóticas, apenas propugnan metas economicistas de corto plazo y no logran aglutinar grupos mayores.

También debe señalarse que los familiares y vecinos -no solo en los sectores populares- aún comparten entre sí los escasos recursos de que disponen, aunque es cierto que cada vez menos. También la solidaridad barrial o local viene jugando un papel activo de apoyo a los desamparados, suavizando el conflicto en cierta medida.

El ciudadano también cree que ya no tiene a quien culpar, como antaño al 'imperialismo yanqui', a la oligarquía o al 'estado depredador', ya que el mercado impersonal determinaría todo y con ello nuestro esfuerzo y capacidades personales son determinantes en un ambiente de supuesta igualdad de oportunidades: 'Si usted gana poco o no tiene empleo es porque es usted un incapaz, inútil, flojo o beodo', se dice o se piensa. Este es un logro ideológico importante (si bien aparente) de los flamantes propagandistas del neoliberalismo criollo.

Obviamente, la experiencia traumática de SL sigue marcando a muchos, que no quieren volver a vivir la terrible experiencia. Muchos no se movilizan porque piensan que 'No hay que hacerle el juego al enemigo', incluido a Fujimori; lo que estaría contribuyendo a suavizar la oposición y las movilizaciones.

Finalmente, hasta la templanza del clima de nuestra metrópoli podría invocarse en este contexto, como lo hiciera hace cuarenta años Sebastián Salazar Bondy en 'Lima la Horrible'. Y, ciertamente, deben existir muchos otros adormecedores sociales que están contribuyendo a sostener la relativa paz social reinante, a pesar de los elevadísimos niveles de malestar, agresividad, depresión y frustración.

— VII —

A pesar de las diversas variables que hemos aducido para explicar el malestar y la frustración generalizadas que agobian a la ciudadanía, aún falta determinar las causas últimas de esos procesos. A nuestro entender, en esa inquietud de búsqueda debe ocupar un lugar privilegiado el modelo de acumulación adoptado durante la década de los años noventa del siglo XX. En esencia se trata de un retorno a un esquema primario-exportador modernizado de 'desarrollo', en que la minería ha resultado ser el eje motor del crecimiento y base sustantiva de la bonanza aparente a nivel macroeconómico, acompañada por los boyantes sectores financiero, de comercio importador, banca, energía y telecomunicaciones.

En la práctica, sin embargo, la modalidad de acumulación que estamos adoptando lleva a una serie de patologías que ni siquiera se discuten en el país y que se irán agravando con el tiempo. Como es obvio, el eje de las preocupaciones de nuestros últimos gobiernos estuvo centrado casi exclusivamente en la expansión del mercado externo sobre la base del eslogan "exportar o morir", con lo que se han ido desplazando los esfuerzos por ampliar el mercado interno y en que los más ingenuos o interesados han concluido que éste crecerá automáticamente a medida que se expanden las exportaciones.

Por supuesto que nadie quiere implantar un modelo autárquico. Pero, hoy en día parece indispensable enfatizar en el exagerado optimismo que se está poniendo en la actual sobre concentración en los mercados foráneos para nuestros productos, aplicando políticas y reformas "estructurales" dirigidas a alcanzar ese logro, las que -tal como se vienen implementando- terminan recortando la expansión de nuestros mercados internos y las posibilidades de sobre vivencia de nuestras futuras generaciones.

Esa sobre-especialización de la producción para mercados foráneos nos sigue haciendo crecientemente dependientes de la volatilidad de la economía mundial, con los consiguientes problemas de la balanza externa en cuenta corriente, lo que nos lleva -cíclicamente- a crecientes niveles de endeudamiento externo y a la desnacionalización de la economía. Cuando un mercado interno mucho más amplio muy bien podría asegurar, tanto una relativa estabilidad para las ventas del empresariado doméstico, como una presión tributaria elevada y de ancha base para satisfacer las demandas sociales, acabar con la pobreza y la desigual distribución de la riqueza.

De ahí que la miopía de nuestros gobernantes y economistas serios radique precisamente en creer -lo que es una típica falacia de composición- que todos los países pueden crecer basados en las exportaciones, dependientes del crecimiento de la demanda de otros países. Cuando esa estrategia se sigue a nivel global, el peligro radica en que ello se lleve a cabo a costa de una reestructuración de la composición del crecimiento de los países, sin que el crecimiento económico a nivel mundial aumente. Muchos no entienden que la estrategia pro exportadora solo funciona bien cuando unos pocos países la emprenden (como en el caso de los del sudeste asiático a partir de los años sesenta y setenta), pero que si todos van en esa misma dirección puede terminar convirtiéndose en un juego de suma cero.

Por supuesto que las exportaciones seguirán siendo esenciales y sin duda tendrían que constituirse en una de las bases para la expansión del mercado interno. Pero para ello deberíamos ir pensando en concentrarnos en la producción de bienes y servicios de exportación, así como también para la generación de no transables y de los que sustituyen importaciones, que reúnan -en cada caso- uno o más de los siguientes requisitos: que generen encadenamientos hirschmanianos, en la producción, en el consumo y fiscales; que tengan un elevado Valor Interno de Retorno, más que solo un alto Valor Agregado; que se caractericen por rendimientos crecientes a escala; que sean intensivos en trabajo y utilicen tecnologías "intermedias" o adaptadas a nuestra dotación de factores; que busquen oportunidades en función al avance tecnológico; que se basen en diseños originales; que revaloricen nuestras habilidades, recursos y potencialidades autóctonas y tradicionales crecientemente marginadas por la globalización; que estén basadas en clusters y cadenas productivas; que exploten ciertos nichos de mercado, en base a bienes y servicios "autóctonos" y hasta de los considerados "exóticos"; etcétera.

Finalmente, cada vez somos menos concientes de nuestros enormes potenciales, de nuestra riquísima cultura y de nuestras posibilidades de auto dependencia, las que se podrían asentar en canastas de consumo y servicios basadas en productos e insumos domésticos (lo que incluye la autosuficiencia alimentaria), generalmente intensivos en trabajo y en tecnologías apropiadas, en vez de depender cada vez más de las importaciones, para algunas de las cuales disponemos incluso de sustitutos casi perfectos.

Nota:

(*) La presente serie de siete artículos breves sintetiza algunos aspectos centrales del libro del suscrito, intitulado "Bonanza macroeconómica y malestar microeconómico. Apuntes para el estudio del caso peruano, 1988-2004". Lima (Perú). Centro de Investigación, Universidad del Pacífico, 2004.