El
motín de Humala en Andahuaylas
Por Isaac Bigio (*)
Rodelu.net, 06/01/05
El
primer día del año un grupo de ex-militares comandados por el mayor (r )
Antauro Humala tomó una comisaría en Andahuaylas (Perú). Dicha acción
se dio en la misma región que hace 25 años se insurreccionó el
senderismo y en la misma fecha en que 11 años atrás se levantaron los
zapatistas en Chiapas.
Las
tres sublevaciones tienen en común el haberse producido en zonas muy
deprimidas, abandonadas y con una alta concentración de campesinos de
raza y habla indígenas. Los tres movimientos, si bien plantean defender a
los pobres, tienen estrategias y bases sociales disímiles.
El
senderismo fue el último movimiento armado latinoamericano de cierta
envergadura que planteó la toma del poder o nada. Atacó a todo el resto
de partidos así como a organizaciones sindicales y comunitarias que no se
le subordinasen. Esto le enajenó apoyo popular y permitió que Fujimori
se fortalezca polarizando al país entre su dictadura ‘constitucional’
y lo que denominada el ‘terrorismo’. Poco después de la caída de
Guzmán en 1992, el jefe maoísta dio un viraje de 180 grados demandando
un ‘acuerdo de paz’ a cambio de mejores condiciones carcelarias y de
una probable amnistía.
El
zapatismo ha declarado no querer formar un partido ni querer tomar el
poder. Su meta es utilizar la sublevación para presionar a un cambio de
la constitución y una mejoría de la situación de los indios y
marginados. Se auto-proclama como más democrático y estar basado en
asambleas comunitarias.
El
motín de Andahuaylas ha sido hecho no por un movimiento de origen
marxista sino por un sector de exsoldados descontentos. Los hermanos
Humala anteriormente se levantaron en Tacna para pedir la renuncia de
Fujimori y hoy han vuelto a demandar lo mismo con respecto al presidente
Toledo.
Los
Humala se inspiran en la experiencia ecuatoriana y venezolana en la cual
un ala militar golpea reivindicando a clases y razas subyugadas pero que,
al final, busca llegar a palacio por la vía de las urnas y no de las
armas. Chávez, Gutiérrez y el panameño Torrijos llegaron a la
presidencia con amplia votación queriendo capitalizar el descontento ante
gobiernos liberales de derecha mostrando la herencia o las ventajas del
nacionalismo populista castrense.
A
diferencia de Chávez y Gutierrez los Humala no han logrado apasionar a la
población y no han tejido una alianza con las principales organizaciones
sindicales o campesinas. Su discurso es más duro y chauvinista. Plantean
una nueva república que fusile a los ‘traidores’ y una campaña
armamentista anti-Chile.
La
ideología que propugnan los humalistas es el auto-proclamado ‘etno-cacerismo’.
Un movimiento étnico se entiende como uno que defiende a un grupo humano
que tiene una lengua, raza o cultura diferenciadas. En el Perú hay
quechuas, aymaras y otras etnias indias pero Cáceres no e suna etnia sino
el nombre de un mariscal que inicialmente peleó contra Chile pero que
también se enfrentó a sus propias montoneras indias, que él mismo
inicialmente alentó para resistir a la ocupación mapochina.
Sus
principales propuestas son reconstituir el incario, promover una fuerte
Chile-fobia, liberalizar la producción de la coca y reivindicar a la
junta militar de 1968-75, aunque sin llegar a promover las
nacionalizaciones o el discurso socialista que ésta tuvo.
El
‘etno-cacerismo’ ha sido tildado en diversos medios de la izquierda y
derecha peruanas como una forma de ‘fascismo cholo’. El motín de
Andahuaylas sería, según esta versión, la versión criolla del
‘Pustch’ de Munich tras el cual Hitler fue a la cárcel como antesala
de volverse en un líder de masas.
Esta
caracterización se debería a que sus militantes usan uniformes (que no
son camisas negras sino parodias del ejército peruano), a su discurso
ultra-nacionalista y racial y a sus proclamas autoritarias.
El
peronismo argentino, el APRA peruano, el MNR boliviano o el chavismo
venezolano han llegado a ser erróneamente catalogados como
‘fascistas’ debido a ciertos rasgos que sus críticos decían que éstos
tenían con respecto al fascismo.
Sin
embargo, un rasgo esencial del fascismo es que es un movimiento que
impulsa un sector del empresariado que desea aplastar la belicosidad
sindical y el ascenso de la izquierda.
Este
no es el caso del humalismo. Los sindicatos y la izquierda peruanas están
debilitados y no son mayor peligro para las grandes compañías y la casi
totalidad de los inversionistas privados es muy dura frente a los ‘etno-caceristas’.
No
existen tampoco posibilidades para que en la actualidad se genere un
movimiento fascista de masas en América Latina. Lo que el humalismo
expresa es un descontento frente a regímenes electos que se tornan
impopulares y están llenos de acusaciones de ser ‘corruptos’ o
‘vendidos’ a capitales extranjeros. Ellos tratan de canalizar esa
protesta reivindicando la tradición de caudillos militares como Cáceres
y Velasco.
Los
nuevos levantamientos armados en América Latina tienen un nuevo carácter
desde los 1990s, cuando sucumbió el bloque soviético, fracasó Guzmán y
se consolidaron las democracias liberales en la región. Ya no se han
venido dando para tomar el poder mediante un cuartelazo o una revolución,
sino para presionar, renegociar y eventualmente querer llegar
electoralmente al gobierno.
Chávez
y Gutiérrez hicieron sus putschs como antesala para llegar a palacio por
la vía de las urnas y no de las armas. Humala se inscribe en dicha
tendencia.
(*)
El autor es analista internacional. Ha recibido grados y postgrados en
historia y política económica en la London School of Economics.
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