La
toma de Andahuaylas
Hablamos
de fascismo
Por
Raúl Wiener
Argenpress, 05/01/05
A
la izquierda latinoamericana, especialmente a sus núcleos intelectuales,
les ha costado mucho empezar a comprender el fenómeno de Hugo Chávez en
Venezuela. La razón no es sólo la complejidad del proceso seguido por el
comandante que de golpista se convirtió en candidato contra los partidos
tradicionales y de ahí en revolucionario, amigo de Castro y adversario de
primer orden de los ultraconservadores que hoy dominan la Casa Blanca. El
problema también es el de la evolución de la propia izquierda, que en línea
general se desplazaba hacia el centro, buscando asimilar el globalismo y
la noción de que sólo con una política de no confrontación era posible
llegar a ser gobierno. Entonces, el chavismo tenía que sonar disonante,
extraviado, de mal gusto. Por eso ha pasado tanto tiempo sin una definición
categórica. Y ha habido tantos ensayos sobre el caudillismo,
autoritarismo, corporativismo y champú ideológico del venezolano, que
algunos han empezado a revisar curiosamente recién después que
comprobaron que los intentos de Estados Unidos y la derecha por
renunciarlo, a través de un referéndum, resultaron infructuosos.
Si
quisiéramos tomar demasiado en serio la ideología del movimiento de Chávez,
tendríamos serios dilemas. En primer lugar porque ha ido modificándose a
través del tiempo y sería una perfecta tontería de nuestra parte
pedirle que salga armada de los cuarteles o peor aún que aparezca
reconociendo en los de la izquierda que teníamos la razón, pero no nos
funcionaba lo que íbamos haciendo. Toda la experiencia del nacionalismo
latinoamericano, en su versión civil o militar, es el de una profunda
lucha de ideas para saber dónde llevar a nuestros países. Fidel Castro
mismo es un caso de la forma como un movimiento nacionalista radical se
convierte en revolucionario. El APRA es todo lo contrario. La misma
izquierda de la que somos herederos, tiene su origen en los movimientos
nacionalistas y modernizantes que tuvieron auge a finales de los 50 y
comienzos de los 60. Sus alas juveniles se radicalizaron y rompieron,
mientras los militares que empujaron a Belaúnde a gobernar para que
cumpliera sus ofertas de reforma, lo terminaron sustituyendo y haciendo
ellos mismos la experiencia de las nacionalizaciones a través de Velasco.
La
izquierda cometió muchos errores en el trato con el gobierno de Velasco.
Sin embargo por esas cosas que tiene la historia, en particular por el
coraje de sus dirigentes y militantes en la etapa del gobierno de Morales
Bermúdez, concluyó convertida en su heredera de oficio, recogiendo la
bandera de la resistencia a la contrarreforma y el conjunto de las
organizaciones sociales construidas o fortalecidas en ese período. Por
supuesto que no olvido aquí que Velasco encarnó un régimen autoritario,
que tomó duras medidas represivas contra la izquierda y la derecha a la
vez en función a su sobrevivencia (yo estuve preso para que aprendiera a
no ser comunista), y limitó la participación popular de muchas maneras,
por ejemplo con los comités que controlaban las empresas agrarias
asociativas. Pero sin embargo fue un gobierno digno frente a la presión
del imperio, progresivo en muchas de sus medidas económicas y sociales, y
representó un factor de incorporación de muchísimos sectores de la
población a la vida política, en el agro, la industria, los barrios,
etc. Esto fue intensamente democratizador, aunque se diera por fuera de
todos los preceptos de la democracia formal que conocemos. Estoy
convencido que cuanto camine la historia se verá mejor el valor de
instante de la vida nacional.
La
relación izquierda nacionalismo es un problema que quedó pendiente de la
forma como se cerró la década de los90 y se ingresó nuevamente a la
democracia de las elecciones. Como si ya no fuera a volver a ocurrir que
sectores de la sociedad trataran de expresar un proyecto nacionalista,
muchos izquierdistas creyeron que lo que único que había que resolver
era su nueva filiación como demócratas. La política cambió bruscamente
de parámetros: de un lado la derecha antinacional, pero democrática, en
el sentido que presentaba candidatos en las elecciones, aunque promoviera
los comandos políticos militares, estados de emergencia y los asesinatos
de sus adversarios; el centro (APRA) coqueteando a la izquierda para
lograr votos y gobernando como la derecha, y también demócrata, pero con
paramilitares; y la izquierda que iba desertando de sus posiciones más
radicales, para poder ser creíble como demócrata, imaginando que así
llegaría alguna vez al gobierno, aunque a lo que llegamos fue a una
división catastrófica.
En
los 90 el Perú neoliberal se movía en un vacío de alternativas. Todos
los partidos, los que apoyaban a Fujimori y los que se le oponían, que
intentaron un gobierno paralelo después del golpe del 92, y una
candidatura de lujo (Pérez de Cuellar) contra la primera reelección,
asumían que no era el tiempo para programas alternativos. Que todo era
cosa de estilos y formas de gobierno. En economía: el modelo neoliberal;
en materia antiterrorista: el modelo Montesinos; en constitucionalidad: la
carta de Fujimori de 1993. En la izquierda el programa más avanzado era
el de los que nos oponíamos a las privatizaciones y tratamos de impulsar
la defensa de Petroperú y otras parte del patrimonio público, siempre a
la defensiva; mientras que para otros sectores la fórmula ideal era ser
socios de la derecha democrática reclamando programas sociales de
complemento a la reforma y el ajuste considerados inevitables.
Con
este país llegamos a la crisis del año 2000, a los Cuatro Suyos, a la
rebelión del pueblo de Lima y la fuga de Toledo para que no le chantaran
los muertos del Banco de la Nación, a la instalación precaria del tercer
gobierno de Fujimori, el destape del video Kuori-Montesinos como expresión
de la descomposición general del régimen, la mesa del entrampamiento de
la OEA, el levantamiento de los Humala en Tacna, la aparición de las
cuentas del Doc., en Suiza y la fuga del dictador. Ese fue el punto de
partida de lo que se llamó sin mucha fortuna 'transición democrática',
y que era la tercera transición en veinte años que producía nuestra
inestable vivencia política. ¿Qué papel iban a jugar las
reivindicaciones económicas y nacionales, en el contexto del intento de
desmontaje del viejo régimen y de estructuración de un sistema que debería
haber encarnado las esperanzas de cambio que se expresaron tan fuertemente
durante la crisis? Cada uno tenía su propia opinión. Muchos pensaban que
la caída del chino era el comienzo de la derrota del neoliberalismo y un
giro hacia mayores decisiones nacionales. Otros, creían más bien que era
el momento para hacer las reformas que le faltaron a Fujimori por exceso
de populismo en los últimos años de su gobierno. De eso acusó Toledo a
Lourdes Flores durante la campaña y luego trajo a Kuczynski para que lo
aplicara durante su gobierno, con los resultados lamentables que
conocemos.
En
la izquierda habían los que apreciaron a Toledo como el centro que
andaban buscando para asociarse y con toda franqueza declararon que no le
iban a pedir que no fuera neoliberal, porque: ¿cuándo alguien ha dicho
que el centro no es neoliberal? Para eso es centro. Este fue el paraguas
para poner su cuota de personajes prestados al gobierno para el menjunje
del gabinete de todas las sangres. Otros sectores se mantuvieron por fuera
de esta experiencia, tratando que de alguna forma pudiese revivirse un
espacio como el de la izquierda electoral de los 80, con los liderazgos más
envejecidos, las ideas un poco más oxidadas y una notoria falta de
novedad que fuese capaz de entusiasmar a las masas y en especial a la
juventud. Las crisis de Toledo, que lo acompañan desde sus primeros día,
han puesto a prueba a la izquierda. Los que optaron por la colaboración
con el gobierno ya han sido prácticamente expulsados en su totalidad, y
su lectura actual es que hubo un toledismo mientras ellos estaban y ahora
hay otro que se ha perdido de sus calificaciones técnicas, que siguen
ofertándose en el mercado político. Los que se impusieron inscribirse
para después hablar, siguen tratando de lograrlo y casi no tienen
presencia en los acontecimientos nacionales. Los que fueron por el terreno
de la oposición sindical, han tenido existencia durante las huelgas, y
han tenido que soportar nuevas disputas orgánicas para no ser desalojados
de sus puestos.
En
el 2001, los hermanos Humala son finalmente amnistiados ante la obvia
evidencia que se estaba castigando en ellos la insubordinación al
gobierno ilegítimo de Fujimori y a su corrupta cúpula militar. Una vez
en política activa, Antauro Humala se lanza a sacar un periódico que
busca apropiarse del flanco izquierdo del escenario y confrontar duramente
con el gobierno de Toledo que caía estrepitosamente en la aceptación
popular. Con una caracterización del establecimiento político como una
conjunción de pequeños intereses particulares y grandes corrupciones,
que se resiste a cualquier cambio. Con propuestas económicas que
cuestionaban el privilegio transnacional que impera en el país y la
ausencia de políticas de protección de la producción interna. Con un
discurso de sanción que buscaba claramente alarmar a la clase dominante y
suscitar aplausos en el bajo pueblo. Con una estructura armada con la
participación de los reservistas, licenciados de las fuerzas armadas que
carecen de espacios de reinserción dentro del sistema.
El
nacionalismo militar estaba de vuelta. ¿En disputa con la izquierda?,
claro que sí; ¿armando su propia propuesta para captar un sector del país?,
obviamente que sí; ¿combinando ideas progresivas con otras equivocadas y
hasta reaccionarias, que no sabemos hasta dónde van a marcar su
historia?; también es verdad. Mientras unos buscaban un centro más bien
ilusorio y ellos mismos se hacían centristas, emergía una fuerza
competitiva que polarizaba en el escenario político. Algunos pensamos
esta era una corriente con futuro, que incorporaba nuevos actores y que
tenía suficientes elementos de progresividad como para dar una batalla
por entenderse en el terreno de la defensa del los intereses populares.
Para la izquierda progobierno eran provocadores. Para la izquierda
proinscripción no existían, porque estaban ocupados en otra cosa. Para
la izquierda de los gremios se convirtieron en un aparato fastidioso que
invadía las marchas y trataba de imponer hegemonía. En fin, si la
izquierda tiene tantos motivos para dividirse en innumerables pedazos, qué
iba a querer cerca a un competidor que venía de fuera, con ademanes de
tenerlo todo resuelto.
Para
los que hemos mantenido diálogo con el llamado etnocacerismo la
experiencia ha sido difícil. En varios momentos hemos discrepado
duramente, con la peculiaridad que nosotros no lo hemos hecho para tachar
al otro con un anatema y ponernos lo más lejos posible. Hemos tenido
diferencias serias en el asunto precisamente de la caracterización de la
izquierda, en la ausencia de políticas de alianzas (sectarismo), en el
asunto del antichilenismo, en los anuncios de fusilamientos para resolver
todos los problemas, etc. Pero no nos equivocamos en decir que se trataba
de una fuerza enfilada a representar a sectores populares. De hecho,
Humala ha comprendido que su mejor referente es el velasquismo que ahora
reivindican con mucho mayor fuerza. Pero eso ha sido parte de una evolución
que se ha reflejado en cambios en su programa y en la plataforma de
Andahuaylas. Pero la izquierda no ha querido ver, no le ha interesado ver.
Todo izquierdista que se respete- especialmente los intelectuales, que
hablan en la tele o son entrevistados por los diarios-, tiene su batería
de citas sobre que el humalismo quiere robarse a nuestros hijos, hacernos
comer cañihua todos los días y meternos en un cuartel nacional para
hacernos marchar todo el día. Con ellos ni a la esquina. Tan ni a la
esquina, que muy poco a importado la suerte del grupo que estaba en la
comisaría cuando había altas probabilidades de que fueran enfrentados
con la fuerza. Durante la masacre de los penales, parlamentarios de
izquierda intentaron detener el exterminio a los internos senderistas. Aquí,
en cambio, la tónica fue: éstos se la buscaron, que asuman las
consecuencias.
¿Qué
es lo que tanto irrita en Humala que hace que algunos puedan pensar que
mejor fuera si desaparecen? Me parece que no es la competencia abajo. Tal
vez eso haya ocurrido en algún momento durante la huelga cocalera y
algunas movilizaciones en el sur. Es porque los medios tomaron a Antauro
como un vocero de la radicalidad antitoledista que ponía a la izquierda
en compromiso. Tanto esfuerzo por exorcizar el violentismo que marca el
izquierdismo originario; por ser demócratas verdaderos, pero sociales,
pero más demócratas que sociales; por ir ganando espacios
institucionales e irse institucionalizando; y llegan estos pendencieros a
mostrar que todo espacio vacío se llena. Creo que en Humala la izquierda
cree estar salvando la deuda que le imputa la derecha, de que no delimitó
lo suficiente y lo oportunamente que era necesario con Sendero. La propia
tesis de que son una tira de locos, payasos y suicidas, abona a dejarlos
que se vayan solos al abismo, y a contribuir al gran bloque de la
democracia. Lo malo es que el pueblo no apoya este camino.
Algunos
creen que es necesario añadirle historia y teoría a toda estas
perspectiva. Los pragmáticos dirán que es una pérdida de tiempo. Pero
de todos modos hay los que han encontrado la caracterización que explica
porqué nos estamos peleando con Humala, cuando Humala se está peleando
con el gobierno. El fascismo. Hay alguien que ve las camisas negras de los
reservistas y se le ocurre que están tirando para pardo y que la transición
de Toledo es el equivalente a la república de Weimar. La analogía, como
siempre, es altamente riesgosa. No importa. Los seguidores de Humala son
ex soldados como los de Hitler. Uno es mayor dado de baja el otro fue ex
sargento. Weimar era una democracia con una constitución avanzada, aquí
elegimos al presidente y los parlamentarios. Debe ser casi lo mismo.
En
Alemania el gran capital financió la organización contrarrevolucionaria
para que destruyera los sindicatos y los locales de los partidos, aquí el
gran capital se muere de miedo de ver a sus ex defensores heridos porque
después de usarlos los dejaron al abandono. Como dos gotas de agua. El
fascismo es la fuerza de choque del gran capital explicaba Mariátegui, ¿se
aplica eso al etnocacerismo de los hermanos Humala? Claro, con la palabra
fascismo pasa lo de siempre que significa tantas cosas que uno termina por
confundirse. Bush es tan fascista que su régimen es ahora señalado como
el Cuarto Reich. Pero Hussein también era fascista. A Chávez también lo
han fascistizado, pero por no hacer lo de Chávez (girar a la izquierda) a
Lucio Gutiérrez le dice facho en el Ecuador. Fascista fue Velasco para
Sendero Luminoso. Y muchos subrayan los rasgos fascistas del APRA y los
aires de nuevo fuhrer que adopta Alan García. O sea que la definición es
clarísima.
Pero
vamos al fondo del asunto: ¿es verdad que los Humala nos regimentarán
como si todos fuésemos sus soldados? No veo en que se sostiene una
suposición de ese tipo. Y si fuera su último objetivo, cómo lograrían
imponerlo a los peruanos. Pero el problema del Perú no es esta amenaza
hipotética, sino unir fuerzas para cambiar el curso de descomposición de
la transición fallida y permitir precisamente que las masas participen,
logres protagonismo político que ahora no tienen. La crisis de
Andahuaylas es un extraordinarios ejemplo: mientras los humalistas
apelaron a la gente y se movieron dentro de ellas, tratando de
representarlas; el Estado respondió con puras fuerzas de represión, sin
convocar a la población a la defensa democrática. Al pueblo se le
llamaba a desalojar en Andahuaylas y a espectar en el resto del país.
Ferrero decía: sépanlo bien que tenemos suficientes fuerzas policiales y
materiales para tomar la comisaría. No tenía nada más. Y los partidos
marchaban detrás de esa posición, porque tampoco creen en la participación
en las horas decisivas.
¿Humala
podría llegar a ser un fascista? No lo sé. No lo creo. Además hay un
montón de grados de eventual desviación que puede sufrir su organización
y cualquier otro sector político. Pero no estamos para hacer predicciones
sino para definir una política. Y de manera clara y responsable. Los que
no quieran ver lo que ha pasado que no lo hagan. Las masas no son tan
despistadas como creen. El año nuevo del 2005 ha reactualizado el tema de
si iremos hasta el final del mandato de Toledo, con el aparato de la
dictadura en funciones y con cada vez mayor número de administradores
fujimoristas gerenciando el poder, con los partidos metidos en un pacto de
sucesión que es el de las mutuas impunidades. Y con los grandes intereses
económicos rotándose las manos por la nueva ola de privatizaciones que
está lista, el TLC y otras francachelas; o si se retoma y profundiza la
resistencia a todo este esquema. Tengo la convicción que lo que ha
ocurrido entona la lucha. Lo veremos en las próximas semanas y meses.
|