Cambio
histórico: los desafíos de la nueva administración
El
Frente Amplio o el izquierdismo retórico
Por
Claudio Aliscioni,
enviado especial a Montevideo,
diario Clarín,
Buenos Aires, 27/02/03
En
lo esencial, el nuevo gobierno instalará desde lo económico una línea
de continuidad con la administración saliente del colorado Jorge
Batlle, es decir, colaboración con los organismos financieros
internacionales e incentivo para el capital privado.
Cuando
este martes asuma Tabaré Vázquez como nuevo presidente de Uruguay,
el tradicional bipartidismo de ese país será un recuerdo del pasado.
Pero, este cambio no bastará para alterar en sustancia el curso
actual de las cosas.
Es
cierto que muchos en la región –la inclusión de desprevenidos
analistas de la Argentina es aquí necesaria– han venido alarmándose
por la intromisión del gobierno del Frente Amplio, que suele
catalogarse como representante de la izquierda política. Pero debe
aclararse que esa orientación proviene más bien de un simple equívoco
lingüístico que el tiempo, y sin duda la misma acción de gobierno
de Vázquez, se encargarán de disipar.
Para
empezar, los mismos integrantes de la nueva administración uruguaya
admiten que el sesgo ideológico de su gobierno mucho se parecerá al
del brasileño Lula da Silva y al de Néstor Kirchner, las dos figuras
en las que Tabaré pretende mirarse como si fueran su espejo político.
Las
comparaciones, sin embargo, deben detenerse allí: sería trabajoso
incluir sin tropiezos a estos modelos dentro de los cánones de la
izquierda clásica, aunque todos pongan mucho énfasis en la cuestión
social y en la necesidad de aplicar políticas distributivas más
novedosas.
En
lo esencial, el nuevo gobierno instalará desde lo económico una línea
de continuidad con la administración saliente del colorado Jorge
Batlle, es decir, colaboración con los organismos financieros
internacionales e incentivo para el capital privado. Como en todas las
economías regionales, el problema principal será la deuda externa.
Pero últimamente Uruguay ha venido canjeando los débitos privados y
renegociando la deuda pública de modo que los vencimientos de este año
no ahoguen a la gestión que llega. La continuidad también se
traducirá en un marcado apoyo a las empresas públicas, lo que
reforzará el papel importante que el Estado tiene aún hoy en la vida
cotidiana uruguaya.
Las
diferencias asomarán en las relaciones exteriores, con un claro
acercamiento al Mercosur –bloque mirado con cierto desánimo por
Battle– y una mayor distancia de EE.UU. También en la política doméstica
ligada al ingreso. Un simple dato mide los desafíos en este rubro:
según la Unicef, por cada adulto pobre hay nueve niños que no logran
cubrir su cuota de alimentación y servicios básicos. En 1986, la
relación era de 2 a 1.
Es
casi un lugar común cifrar los temores sobre su gestión en la
presencia de los tupamaros en la alianza, cuyo bloque interno fue el más
votado en las presidenciales de octubre. Pero no hay que exagerar aquí
tampoco: para muchos uruguayos, su ascenso al poder se leía hasta en
la borra del café. Lo cierto es que el frenteamplista gobierna
Montevideo con eficacia desde hace 15 años. Y su voto comenzó a
crecer desde los 60. Resta ahora saber qué harán con ese capital político
ganado en buena ley.
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