¿Purga
preventiva entre la izquierda del Frente Amplio?
El
martes 1º de marzo, asume la presidencia de Uruguay el Dr. Tabaré Vázquez.
El próximo gobierno nacional del Frente Amplio se apresta a repetir la triste
historia y decepción de Lula y el PT en Brasil. Tabaré y el FA se
han comprometido a gobernar acatando los mandatos del FMI y al
servicio de la burguesía y el capital financiero. En este cuadro, se
inscriben hechos como los que se relatan en este artículo. La
“purga” en los sectores de izquierda del Frente Amplio parece ser
la
medida más adecuada para prevenir las previsibles protestas y
reclamos del futuro. (Nota de SoB)
Un
giro (anunciado) hacia el progresismo
Por
Mario Pieri y Waldemar Torino
Rebelión, 23/02/05
De
los 600 adherentes de un año atrás, solamente 250 acreditados para
participar en el IVº Congreso de la Corriente de Izquierda (CI) [del
Frente Amplio]. Apenas 92 se hicieron presentes. Por diversas razones,
la mayoría de los militantes, adherentes y votantes [cerca de 11.000
en las elecciones presidenciales de octubre 2004), le dieron la
espalda a una instancia meramente administrativa. Algunos
privilegiaron su militancia social, otros eligieron estar en una
movilización contra los grupos fascistas. Muy pocos, llegaron con la
intención de dar la “última batalla” para defender la versión
original del “proyecto radical”.
No
hubo pre-congreso, es decir, no hubo (como en las tres ocasiones
anteriores) un debate político amplio y democrático, y algunos de
los documentos puestos a votación se distribuyeron fuera de todo
plazo estatutario. Fue el Congreso con menor participación. Lo que se
anunciaba como un fin de semana “fermental” con “ricos
debates” e intercambio unitario, tuvo la carátula burocrática de
trámite urgente. Decenas de expulsiones se produjeron en el propio
Congreso. En tiempos no tan lejanos se le llamaba a esto purga política.
Esta vez se disfrazaron bajo el eufemismo de la “auto-exclusión”,
con el ridículo argumento de “preservar la organización” de los
“trotskistas” y “violentistas”. Finalmente, una “mayoría”
de 58 contra una “minoría” de 30, saldó el diferendo.
Entre
los expulsados están miembros de la anterior dirección nacional,
sindicalistas, activistas barriales, feministas y militantes del
interior del país. Y todo el Frente Juvenil: los jóvenes rebeldes no
solo apoyaban una línea de continuidad radical, sino que habían
tenido la osadía de proponer la legalización del consumo de
marihuana.
El
sábado 20, algunas horas después de comenzada la “instancia
soberana”, algo más de 50 congresales elegían una nueva dirección
de 40 miembros. Caía, entonces, el telón de un Congreso denominado
“Enrique Erro y Alba Roballo” (dos fundadores, ya fallecidos, del
Frente Amplio en 1971, ambos provenientes del ala
nacionalista-progresista del Partido Nacional y el Partido Colorado).
Todo un símbolo. Las primeras reacciones fueron las normales:
indignación, protestas, cuestionamientos a la “legitimidad” de lo
resuelto y renuncias. Como para confirmar que fue el último Congreso
de la CI.
Radicales
y “ultras” derrotados
Ya
lo había advertido el tupamaro Eduardo Bonomi (futuro ministro de
Trabajo): el principal “peligro” son los “ultras” y sus
acciones “desestabilizadoras”. Por las dudas, otros dirigentes del
Frente Amplio e incluso de la corporación médica (en conflicto con
los trabajadores de la salud privada), removían los fantasmas sobre
el “sectarismo mirista” en el gobierno de Salvador Allende. Si
alguien pensaba que el sabotaje contrarrevolucionario podría venir de
la derecha política, los militares, las clases propietarias y el
imperialismo, estaba completamente equivocado.
Por
su parte, El País, principal diario de la derecha, informaba en una
nota del 17-2-05 que en el Frente Amplio se especulaba con los
resultados del Congreso de la CI: el ofrecimiento de cargos en la
nueva administración estaba condicionado al alcance de la “depuración”
interna. El lunes 21, terminado el Congreso: el mismo diario
destacaba: “La expulsión de estos dirigentes de la Corriente de
Izquierda a pocos días del inicio del gobierno del Frente Amplio, fue
valorada ayer en medios de la izquierda como una nueva señal de
moderación esta vez de los más radicales”. En la misma dirección
apuntaba el diario La República (21-2-05) en un titular de tapa:
“La Corriente de Izquierda expulsó al sector más ultra”. Más o
menos como el título de un artículo publicado en El Observador Económico
(20-2-05): “Corriente de Izquierda expulsa a los más radicales”.
En
el Congreso se impuso, claramente, un giro hacia el progresismo. Se
terminó de afirmar una orientación “frenteamplista”, encabezada,
entre otros, por Helios Sarthou (ex senador, abogado laboral, fundador
de la CI) y Juan Carlos Venturini (integrante del secretariado del PIT-CNT,
quien votó a favor de “dialogar” y participar en reuniones con la
embajada norteamericana y funcionarios del Departamento de Estado).
Las presiones directas e indirectas para “bajar el tono” y acompañar
“las expectativas de la gente”, fueron surtieron efecto.
La
orientación política adoptada -más allá de cierta retórica
declarativa para salvaguardar la imagen- descarta en la práctica una
perspectiva de construir una izquierda revolucionaria,
anticapitalista, que integre a fuerzas políticas y sociales de
adentro y afuera del Frente Amplio.
Una
orientación que, a nivel sindical se adapta a la política de “diálogo”
y “pacto productivo” con las patronales; una orientación
funcional a la estrategia de colaboración de clases que promueve el
gobierno progresista. Por lo tanto, una orientación que se confronta
a la “línea dura” que viene de las tendencias clasistas y
combativas del movimiento sindical.
De
lo aprobado en el Congreso se desprende que las anteriores
definiciones políticas de la CI fueron abandonadas. A esto se suma la
determinación de reducir las alianzas a “un espacio de coordinación
política permanente de la izquierda frenteamplista” que, en lo
esencial, tiene un objetivo electoralista con miras a las elecciones
municipales de mayo.
Esta
orientación se niega a reconocer (y mucho menos decirlo), que el
curso que se presta a recorrer el gobierno del Encuentro
Progresista-Frente Amplio-Nueva Mayoría, pone en tela de juicio los
tres pilares básicos e inmediatos de cualquier gobierno que se
pretenda realmente de izquierda; 1) una real distribución de la
riqueza a favor de los trabajadores y las capas sociales empobrecidas:
lo que implica afectar las ganancias capitalistas; 2) medidas que
apunten a quebrar el círculo de la dependencia con respecto al
imperialismo, y recuperen la soberanía nacional: lo que implica una
ruptura con las condiciones de las instituciones financieras
internacionales; 3) crear las condiciones para superar las barreras de
una “democracia representativa” donde, los derechos económicos y
sociales son confiscados: lo que implica poner en práctica
instrumentos de democracia directa, de participación y decisión
efectiva de la soberanía popular.
La
derrota de las posiciones y propuestas más radicales en el Congreso
es un dato político inocultable. Errores aparte -que deberán
integrar elementos de una reflexión autocrítica y seria- la derrota
se inscribe en un contexto de retroceso de una conciencia
anticapitalista, de fragmentación de las resistencias sociales
defensivas, y extrema debilidad de una izquierda revolucionaria que
recibe los coletazos regionales en términos de dispersión, fracasos
y cooptación institucional.
Es
una derrota que refuerza las posiciones vacilantes de una parte del
campo de izquierda en el Frente Amplio. Ni que decir que engorda aún
más el “reformismo” y el oportunismo de una capa de dirigentes
progresistas, intelectuales y sindicalistas que se integran al aparato
de Estado. Muchos por convencimiento político e ideológico, otros
por aquello que decía el caudillo mexicano, Alvaro Obregón: nadie
resiste un cañonazo de 20 mil pesos.
Desde
el 1º de marzo, cuando asuma Tabaré Vázquez, el paisaje estará más
despejado. La negociación con el FMI y las cámaras empresariales se
dará en un clima de mayor “sensatez”. La mayoría del Frente
Amplio y la burocracia sindical de parabienes. Consiguieron
disciplinar a la tropa e imponer –por lo menos en lo inmediato- el
horizonte del “cambio posible”. Tendrán un “obstáculo” menos
con el cual lidiar o por lo menos una oposición más “light” y
respetuosa de la “legalidad frenteamplista”.
En
efecto, la CI había sido desde su fundación en 1997: “una molestia
permanente en la Mesa Política del Frente Amplio (…) sus posiciones
radicales –la mayor parte de las veces en solitario y en contra de
las posturas de Estados Unidos o del pago de la deuda externa–
estuvieron permanentemente presentes en el órgano de dirección de
izquierda”. (El País, 21-2-05)
Cuesta
arriba y a contramano
El
IVº Congreso de la CI ya es anécdota. Una experiencia de casi ocho años
llega a su fin. Queda, sin embargo, la identidad revoltosa y una
acumulación adquirida en las luchas políticas y sociales. Una
“identidad CI” que nació con el coraje político de oponerse
-pese a ser absoluta minoría- a la privatización del municipal Hotel
Casino Carrasco (lo que incluso motivó, en su momento, nada menos que
la renuncia de Tabaré Vázquez a la presidencia del Frente Amplio) y
que continuó a lo largo de muchas otras batallas en el terreno de los
derechos humanos, las huelgas sindicales y estudiantiles, las
organizaciones barriales, las ollas populares, las campañas de firmas
y plebiscitos contra las privatizaciones, en las marchas y protestas
antiimperialistas.
Hay
que (re)construir una izquierda radical, revolucionaria que lucha por
el poder desde abajo. En el entendido que luchar por el poder, implica
favorecer todo movimiento de acumulación de experiencias, de acciones
directas de masas, de autodefensa popular, de refuerzo de la
conciencia de clase, de preparación de los enfrentamientos futuros
contra un poder burgués que defiende con uñas y dientes los
intereses del capital y el imperialismo.
En
tal sentido, adquiere una prioridad la construcción de espacios de
coordinación para la acción político-social y alianzas programáticas
que apunten a superar la dispersión de una izquierda de “intención
revolucionaria” que se encuentra adentro, en los márgenes o afuera
del cuadro orgánico del Frente Amplio.
La
(re)construcción de esta izquierda se da en un escenario de
expectativas en el nuevo gobierno. Por lo tanto, a contramano del
“cambio posible”. Pero es una prioridad. No solo para fortalecer
la resistencia y la disputa por las relaciones de fuerza; la lucha por
el no pago de la deuda externa y la ruptura con el FMI; la lucha
contra el desempleo y el hambre; contra la Impunidad del terrorismo de
Estado y la lógica de dar vuelta la página; la lucha contra la
colaboración de clases vestida bajo el slogan de “país
productivo”; la lucha contra el ALCA y por la soberanía nacional.
También es una prioridad para restablecer una conciencia clasista que
trascienda el electoralismo, el cretinismo parlamentario, la integración
a las instituciones del Estado burgués.
La
instalación de un gobierno progresista, no garantiza por si mismo,
una perspectiva de desarrollo de las luchas sociales y trasformadoras.
Por el contrario, la victoria electoral puede conducir a una derrota
estratégica de la izquierda -como ha ocurrido en el Brasil de Lula-
si no existe una alternativa revolucionaria organizada, movilizada, y
en sintonía con las reivindicaciones y necesidades populares.
(*)
Mario Pieri, fue miembro de la dirección nacional de la CI y de la
Comisión de Programa del Frente Amplio. Waldemar Torino, fundador de
la CI y miembro de la anterior dirección nacional.
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