Sin caer en
asimilaciones simplistas, el 'parecido de familia' entre el proceso
brasileño y el uruguayo dista de ser imperceptible...
A propósito de
Uruguay
Por Daniel Campione
Rebelión, 23/03/05
Un país pequeño que
nos recuerda a otro inmenso; nos hace pensar en un continente, y
terminamos hablando del mundo.
El Frente
Amplio-Encuentro Progresista-Nueva Mayoría, asumió el gobierno en
Uruguay el pasado primero de marzo. Contemporáneamente a los primeros
pasos de la nueva gestión, los medios masivos nos invitan a
solazarnos con la imagen de antiguos dirigentes tupamaros presidiendo
el Congreso, revistando tropas u ocupando importantes ministerios; o
con el límpido historial de Tabaré Vásquez como médico oncólogo,
dirigente deportivo, hombre querido en su barrio natal, intendente de
su ciudad y finalmente presidente. Parece difícil no emocionarse
frente a la imagen de que los que ayer fueron literalmente enterrados
vivos en las mazmorras dictatoriales, ocupando lugares de poder,
recibiendo honores de los mismas instituciones que no hace tanto
tiempo los trataron como a criminales...
Esto nos trae el
recuerdo de que, hace menos de tres años atrás, los mismos medios
nos estimulaban a la admiración ante la asunción de la presidencia
brasileña por el PT, a través de su dirigente histórico, Ignacio
Lula Da Silva. Se nos hablaba del primer presidente de origen obrero
en toda la historia latinoamericana, de los orígenes del partido de
los trabajadores como conjunción de dirigentes sindicales,
intelectuales marxistas y militantes del cristianismo radicalizado. Y
se apelaba también a emociones más íntimas al recordarnos el origen
nordestino y pobre del presidente, el largo peregrinaje en pau de
arara con madre y hermanos hasta llegar a Sao Paulo, los días de
persecuciones y sacrificios asociados a los primeros pasos del
sindicato siderúrgico paulista...
Nada de eso era
mentira, ni en el caso del médico montevideano ni en el del líder
sindical del ABC paulista. Tampoco son falsos los pergaminos de la
coalición progresista uruguaya, ni del partido que unificó a parte
sustancial del movimiento social y la izquierda radical brasileña. Lo
que ocurre es que ni las fuerzas políticas ni los individuos pueden
ser juzgados exclusivamente (ni en su favor ni en su contra) por sus
orígenes y trayectoria, sino se hace el análisis de su
significación social y política en el presente. Y que el examen no
puede quedarse en el de sus apoyos iniciales, sino en el de las
fuerzas sociales que se articularon para facilitar su llegada al
gobierno. Esos elementos nos llevan siempre mucho más allá de las
intenciones colectivas y las honestidades personales, hacia el
entramado general de la sociedad, hacia el 'bloque histórico' en el
que se combinan contradictoriamente desde el proceso de producción
material hasta las ideas, pasando por los alineamientos políticos.
Cabe recordar que el
por muchos tan ansiado gobierno del PT, derivó desde el primer
momento en la entrega de los principales resortes económicos del
aparato estatal a funcionarios reclutados entre lo más granado del
gran capital y el poder financiero, y en la adopción de políticas
económicas y sociales que no sólo no revertían los resultados de
las 'reformas de mercado' impuestas en los largos años de presidencia
de F.H. Cardoso, sino que en más de un sentido completaban y
profundizaban aquéllas, como en el caso de la reforma del sistema de
Previsión Social. No sólo no existió la menor intención de atacar
al núcleo del poder económico, sino que fueron quedando para más
tarde (o nunca) las políticas asistenciales más o menos consistentes
o la búsqueda de reformas democratizadoras de la vida social en
general. La acción de gobierno pareció (parece) diseñada para
aventar cualquier prevención acerca del supuesto carácter socialista
o siquiera 'populista' de sus integrantes. Y aquellos de sus
partidarios que se manifestaron más abiertamente críticos frente a
ese rumbo, recibieron la expulsión del partido o la invitación más
o menos perentoria a alejarse hacia otras tiendas políticas a modo de
única respuesta.
Puede hablarse de la
'traición' de Lula y de la cúpula del PT. Pero eso tiene más de
descarga emocional que de tentativa de explicación. Lo cierto es que
el petismo, con su líder en primer término, fue 'educado'
pacientemente por el gran capital del Brasil y del mundo, hasta
convertirse en realmente 'elegible' para la presidencia. Recuérdese
la primera candidatura presidencial de Lula, cuando los medios
empresariales, con el conglomerado comunicacional Globo a la cabeza,
no dejaron maniobra que desplegar a la hora de impedir el triunfo del
candidato del PT, sin excluir las manipulaciones más descaradas. A
partir de allí, fue estimulado progresivamente a ampliar hacia la
derecha su arco de alianzas, a ir recortando las aristas radicalizadas
del programa de gobierno; a desactivar o dificultar la movilización
de sus bases, a introducir mecanismos proselitistas, organizativos y
de recaudación financiera propios del marketing...Y, es claro, el
nivel de prevención y hostilidad de los grandes empresarios, los
medios de comunicación y otros ámbitos de poder fue disminuyendo con
ritmo gradual pero constante. Hasta que en las elecciones de 2002, el
PT ganó la presidencia dentro de un clima más bien plácido y de
'orden', sin acompañamiento de luchas sociales agudas ni de
movilizaciones sociales iracundas, con un vicepresidente empresario,
religioso y de antecedentes derechistas; y el beneplácito de los
'capitanes de industria' paulistanos. El partido pensado como
articulación de los luchadores sociales y las corrientes de izquierda
de todo Brasil, se había convertido en un 'partido de gobierno', que
ya no significaba ninguna amenaza seria para los intereses más
concentrados. Por el contrario, podía ofrecer tanto una continuidad
como una corrección parcial de las medidas desarrolladas durante
largo tiempo y condenadas a menudo bajo el rótulo de
'neoliberalismo'.
¿Qué significaba, en
esas condiciones, el triunfo del PT? ¿Acaso la victoria de las
fuerzas obreras y populares que se habían nucleado en ese partido,
simbolizada por la figura de un líder de origen obrero e historia de
luchador social radicalizado? Quizás sería más ajustado a la
realidad pensar que las fuerzas interesadas en el mantenimiento y
reproducción del orden social existente han logrado de esa forma un
éxito histórico: Lograr expandir su hegemonía más allá de su base
social tradicional, y lograr que una fuerza que se proclama obrera,
asociado en su origen a la impugnación radical de la injusticia
social y del poder del gran capital, realice el programa estratégico
de la gran empresa, sometido plenamente a las reglas de la democracia
representativa y más aun, a los preceptos de la 'economía de libre
mercado'. Mientras el gobierno de Lula conserve popularidad y su
partido y aliados capacidad de ganar elecciones, la derecha podrá
asistir satisfecha a como sus intereses y sus ideas fundamentales se
mantienen eficazmente a salvo custodiados por funcionarios y
legisladores que no han para ello necesitado renegar de su pasado
guerrillero, o de su identificación con las ideas del marxismo. Que
hasta en algunos casos siguen afiliados a partidos que se llaman
'comunista' o a corrientes que ostentan nombres de similar raigambre
proletaria y socialista. Un 'transformismo' perfeccionado hasta el
límite en que el 'cambio de bando' queda oculto para la mayoría de
la población, ya que los estandartes, las consignas, la simbología
siguen siendo sustancialmente las mismas que en mejores épocas. Y si
en algún momento el nuevo partido gobernante se ve sumido en la
crisis y pierde apoyo popular, entonces se proclamará el 'fracaso de
la izquierda', se retomará el discurso sobre la definitiva caducidad
de las ideas socialistas, y se conminará al PT a resignarse a un
declive duradero o bien a aggiornarse ampliando y profundizando aun
más su giro a la derecha...
No se le habrá
escapado a los lectores el sentido y finalidad de este extenso
comentario sobre Brasil en una nota que comenzó refiriéndose al
presente uruguayo. Ocurre que, . También el FA llega al gobierno
después de reiteradas derrotas; luego de quitar radicalidad a sus
postulados, de disminuir el protagonismo de sus comités de base, de
hacer avanzar sus alianzas hacia el centro del espectro político,
como lo proclama su estirada denominación actual. Y anunciando a voz
en cuello que su gestión no tiene ninguna intencionalidad
'socialista', y postulando para ministro de Economía primero a un
funcionario de un organismo financiero internacional, y luego al más
moderado y 'ortodoxo' de sus economistas, ese doctor Astori tan
admirador del 'modelo chileno'. También los poderosos de Uruguay
trabajaron activamente para que la coalición de izquierda se volviera
compatible con la 'gobernabilidad', asignando a ese término su único
significado real: la adquisición de un compromiso inamovible con que
ningún cambio puede afectar la propiedad privada de los medios de
producción, y conviniendo en que ninguna acepción de la palabra
'democracia' es válida sino acepta como intocable los mecanismos
básicos de la democracia representativa. Dentro de esos parámetros,
el Frente propone llevar adelante las medidas más audaces e
ingeniosas, pero queda el interrogante de cuánta audacia e ingenio
puede coexistir con la aceptación de que una sociedad injusta y
desigual seguirá regida por las relaciones sociales que la llevaron
precisamente al reinado de la desigualdad y la injusticia.
La pedagogía impartida
por las fuerzas hegemónicas, en ambos casos, llega a un resultado
construido a lo largo de un tiempo prolongado, y con innegable dosis
de coherencia y lucidez. Los mismos partidos que hace dos o tres
décadas se identificaban con la abolición del capitalismo, y
recibían como respuesta la proscripción; junto con el asesinato, la
prisión o el exilio de sus militantes y dirigentes; hoy tienen
'licencia para gobernar', una vez demostrado con creces que aquellos
objetivos han sido abandonados. Las fuerzas que esquilmaron a sus
sociedades, reprimiendo primero y empobreciendo después a la mayoría
de sus habitantes, ya no necesitan imperiosamente ni de militares, ni
de fuerzas de tradición conservadora, ni siquiera de 'populistas'
conversos; a la hora de desarrollar sus propósitos de largo alcance:
Lo hacen teniendo al frente del aparato del estado a un personal que
en parte sigue propiciando un 'socialismo' cada vez más lejano y
vagaroso, y hasta amparándose en un 'marxismo-leninismo' estéril a
fuerza de décadas de macerarlo en el mecanicismo y la vulgarización.
No se trata por cierto
de adoptar posturas fatalistas y dar todo el proceso por 'cerrado'. El
nuevo gobierno uruguayo recién se inicia, y las presiones desde
'abajo' y las pujas al interior de la coalición pueden producir
reacomodamientos y hasta algunas sorpresas. Pero lo que no puede
soslayarse, si se aspira a sostener con consecuencia una perspectiva
de izquierda, es que la continuidad y el acatamiento de las reglas del
juego democrático siguen pariendo en nuestros países nuevas
modalidades de recomposición de la hegemonía burguesa, y que la
aptitud para la cooptación de antiguos adversarios, en un marco de
apariencia cada vez más 'pluralista' y hasta 'multicultural', no
sólo no ha disminuido sino que tiende a expandirse. Marchando sobre
ese sendero, las izquierdas llegan al gobierno proclamando que los
límites de lo posible marcados por las clases dominantes, son
intangibles también (y quizás más aún que para otros) para sus
tradicionales impugnadores. ¡Y cuánto más creíble se vuelve lo
inmodificable del orden social si lo predican quiénes dedicaron parte
sustancial de sus vidas a combatirlo¡ Y sientan así las bases para
que los conflictos subyacentes sean absorbidos por la maquinaria de la
'alternancia' entre partidos. Sus éxitos serán exhibidos como el
triunfo de la 'moderación', del 'abandono de los odios y prejuicios
del pasado', de la 'aceptación de los profundos cambios producidos a
escala mundial'. Sus fracasos serán cargados a la cuenta de la
'izquierda' y convertidos en exhortación, difícil de resistir, a que
el voto popular migre hacia variantes aún más 'serias' y
'realistas'.
Hechas esas
constataciones, cabe reflexionar sobre que ese camino no puede llevar
sino a la negación de cualquier perspectiva de democratización
verdadera, y de cualquier cambio radical en la calidad de vida y la
capacidad de iniciativa y decisión de las mayorías populares. Por
cierto que en todos los países asoman 'progresistas' de toda laya, y
hasta izquierdistas de orgullosa prosapia, que con la mirada dirigida
con empeño hacia las cúpulas estatales y a las relaciones
diplomáticas, optarán por extasiarse frente a alguna frase atrevida
en un documento, ante algún gesto firme ante una que otra empresa
enemistada con funcionarios del gobierno correspondiente.
Contabilizarán eufóricos cada abrazo material o simbólico con
Chávez o Fidel, se enojarán con relativo brío ante alguna
capitulación demasiado evidente frente a la diplomacia
norteamericana,... y pedirán al pueblo paciencia infinita mientras
denostan con empeño a los 'impacientes' y 'extremistas' que nunca
faltan, en el mismo gesto con que pretenderán barrer bajo la alfombra
el 'detalle' de que el poder, la riqueza y la maquinaria para
construir opinión pública siguen en idénticas manos.
Por fortuna, y sin
salir del ámbito latinoamericano, puede apreciarse que hay otros
caminos disponibles. Nada sencillos, de lenta maduración, plagados de
peligros, pero existen. Golpe, sabotajes y referéndum mediante, el
proceso venezolano se aleja de los límites impuestos por décadas de
ofensiva del gran capital. Allí están los cubanos, persistiendo en
no someterse a los imperativos del poder imperial y en cerrarle el
paso a la restauración capitalista. Y en otro plano, resulta
alentador ver como en Bolivia tienden a quemarse los papeles de los
profetas de la conciliación con la gran empresa; y hasta alguna
credencial de 'presidenciable' a medio imprimir retorna al baúl
mientras su presunto titular vuelve a sumergirse en las aguas del
conflicto social... Y en Ecuador, y en Colombia, y en Argentina...todo
el tiempo y en todos lados ocurren cosas que no encajan en los planes
del gran capital, ni son fáciles de digerir para su institucionalidad
política... Todo indica que de su crecimiento y articulación, más
que de calendarios electorales con candidatos de pasado 'interesante'
va a depender la perspectiva de un futuro distinto para América
Latina... y para el mundo, por cierto.
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