Marginación, violencia y drogas
Pandillas
maras: la guerra de los
excluidos
IAR-Noticias 31/03/05
Hay alrededor de 250.000 jóvenes
centroamericanos agrupados en las maras (pandillas juveniles), especie de hermandad marginal producto de una sociedad de consumo
criminal y transnacionalizada que destruyó sus identidades y sus
lazos afectivos con su comunidad de origen. Su horizonte inmediato está
compuesto por la violencia, las drogas y la delincuencia. Pero
también están en "guerra" contra los gobiernos de
"mano dura" que los reprimen con cárceles y
"escuadrones de la muerte".
Hay
alrededor de 250.000 jóvenes centroamericanos agrupados en las maras
(pandillas juveniles) , especie de hermandad marginal donde sus
integrantes encuentran el afecto que no hay en sus desintegradas
familias.
Pero también inician el camino de
la violencia, las drogas y la delincuencia, y están en
"guerra" contra los gobiernos de "mano dura" que
los reprimen con cárceles y "escuadrones de la muerte".
El Imperio norteamericano, que hoy
sufre el efecto boomerang de estas pandillas, fue quien las procreó
con la marginación, las drogas distribuidas por la redes de la CIA, y
una sociedad de consumo criminal que destruyó sus identidades y sus
lazos afectivos con su propia comunidad de origen.
En una región donde 70% de sus 34
millones de habitantes vive en la pobreza y la marginación, las maras
crecieron como plantas silvestres de un sistema de miseria y de
exclusión social.
Son el rostro viviente de lo que
deja el capitalismo carnívoro y transnacionalizado en la franja más
pobre y marginal del continente latinoamericano.
Algunos integrantes son jóvenes
que emigraron a EEUU y aprendieron el arte de las pandillas, cuyas
enseñanzas trajeron cuando fueron deportados. "Y por delitos
gravísimos", dijo el presidente salvadoreño Saca, abanderado de
la política represiva. En su país, dijo a la radio hondureña HRN,
hay "4.000 'mareros' encarcelados".
Las maras comenzaron a surgir en la
década de los 90, luego de los procesos de paz entre las guerrillas
izquierdistas y el gobierno de El Salvador (1992) y en Guatemala en
1996.
El fenómeno se extendió a
Honduras, donde no hubo guerra civil, pero si prevalecían las causas
que originaron los conflictos armados en América Central: pobreza,
marginación, desempleo y deficientes servicios de educación y salud
públicas, además de la consecuente desintegración familiar,
alentada por la situación descripta.
Las principales pandillas, la MS y
la M -18, están consideradas como las más peligrosas de la región y
sus redes se extienden a México y Estados Unidos.
Ambas nacieron en Los Ángeles,
California, formadas por hijos de inmigrantes que no pudieron
integrarse socialmente o que se sintieron marginados en Estados
Unidos.
"Yo fui parte del embrión de
las maras en Los Angeles. Era de la Mara Salvatrucha, integrada en su
mayoría por salvadoreños, y entonces me apodaron ‘El Catracho’,
como ahora soy conocido en la penitenciaria", dijo a la AFP en la
cárcel un ‘marero’, que dijo llamarse Mario, de 45 años.
"La mara se forma cuando la
gente no tiene trabajo, no tiene familia, y ahí busca cariño, amigos
y solidaridad", declaró a la agencia AFP ‘El Catracho’,
quien dice que ya dejó las pandillas.
Los gobiernos, que fueron incapaces
de rehabilitar a los jóvenes mediante la inclusión social, el
estudio y el trabajo, recurren a una política de represión y cárcel
para hacer frente a un problema cuya solución es, para otros, de índole
económico-social.
Las administraciones de Honduras,
El Salvador y Guatemala han emprendido una ofensiva represiva contra
las pandillas armadas, a las que se les atribuye múltiples hechos
violentos que -según los voceros oficialistas- han "alterado la
paz social" en los tres países centroamericanos.
Los presidentes (títeres de
Washington) de Centroamérica se reunirán el viernes en Tegucigalpa,
Honduras, para buscar una política eficaz ante el imparable avance de
estas pandillas de jóvenes delincuentes contra las que fracasaron
hasta hoy todas las medidas sociales y represivas para contenerlos.
En Honduras, el Parlamento incluso
incrementó las penas de cárcel contra los jefes de ''maras'' y los
que sólo son miembros comunes.
El Salvador, Honduras y Guatemala
-los tres países, con altos índices de pobreza- iniciaron en 2003
una política de "súper mano dura", sin resultados. Durante
el encuentro del viernes harán un balance de esa cuestionada
estrategia basada en la represión policial, en el encarcelamiento
compulsivo, y hasta en el asesinato.
Asistirán el presidente anfitrión,
Ricardo Maduro, y sus pares de El Salvador, Elías Antonio Saca;
Guatemala, Oscar Berger; Costa Rica, Abel Pacheco, y Nicaragua,
Enrique Bolaños. También concurrirán, representantes de Estados
Unidos y México.
Los mareros no sólo son
encarcelados, hay declaraciones (de testigos protegidos) de la
existencia de escuadrones de la muerte apañados por el poder, que son
utilizados para asesinarlos ilegalmente y sin dejar rastros.
Funcionarios que se atrevieron a
denunciarlos fueron silenciados y despedidos por su gobierno.
Hormigas depredadoras
Guatemala, Honduras y El Salvador
son los países más afectados por las maras, contracción del término
marabunta: una colonia de hormigas depredadoras carnívoras de las
selvas de Sudamérica.
Los jóvenes de "Mara
Salvatrucha", "Mara 18" u otros grupos andan tatuados,
con la cabeza rapada y ropa holgada. "Son un desarrollo de los años
90, corolario de tantos años de pobreza, marginalidad, abuso doméstico
y fallas del sistema educativo", denunció el comisionado de
Derechos Humanos, Ramón Custodio.
Hay infinidad de testimonios
parecidos de un fenómeno social dramático que reúne, en un círculo
vicioso, juventud, abandono y miseria, migración a Estados Unidos
—en particular a Los Angeles, California—, droga y ultraviolencia.
Iniciadas hace varios años como
barras juveniles de diversos barrios, se "transnacionalizaron"
y devinieron en verdaderas organizaciones criminales, con "códigos
de ética" similares a los de la mafia italiana, de acuerdo con
un estudio de la Universidad Centroamérica (UCA) de El Salvador.
Jóvenes, hombres y mujeres de
hogares pobres y desintegrados, conforman esas maras que tuvieron como
única respuesta del Estado y los gobiernos la represión, encarnada
en el término acuñado por el presidente salvadoreño "Tony"
Saca, como la política de "súper mano dura", el eslogan
con que ganó las elecciones de 2004 y que hasta hoy no pudo frenar el
fenómeno.
La iglesia Bautista de Avivamiento,
en Puerto La Libertad, este de El Salvador, se llena de jóvenes que
buscan aprender un oficio para escapar de las maras.
Pero no es fácil, en ése y otros
países de la región, vivir del sueldo de electricista o albañil, si
es que consiguen trabajo. Un ex seminarista jesuita, ahora miembro de
la iglesia, Mauricio Castro, se encarga de atender a los mareros. Y
aclara: "Difícil, pero no imposible". Luego reconoce que
"lo más duro es hacer que la sociedad deje de estigmatizarlos
como personas malas".
Detrás de esos rostros endurecidos
por la tragedia están la pobreza, la marginación, el desempleo y los
deficientes servicios de educación y salud públicas, además de la
desintegración familiar producida por el abandono y la exclusión
social.
Los funcionarios y los
especialistas consideran que los tentáculos de la mara se extienden a
México y EEUU, cuyos gobiernos ya comenzaron a manifestar su
"preocupación" por estos ejércitos de marginales que
comienzan a poner en peligro la "seguridad" de sus
sociedades integradas al sistema.
El efecto boomerang en EEUU
A comienzos de los años noventa,
Estados Unidos inició una política de deportación de
"criminales", muchos de ellos pandilleros de la M-18 o de su
rival la Mara Salvatrucha (MS).
"La situación es alarmante.
Así como nosotros exportamos problemas hacia Honduras o El Salvador
15 años atrás, esta gente regresa ahora a nuestro país", contó
un funcionario estadounidense a la agencia AFP.
Actualmente, las pandillas son
consideradas uno de las principales pandemias que diezman países como
México, El Salvador, Guatemala, Ecuador, Honduras, Canadá y muchas
ciudades de Estados Unidos.
"Esta gente regresó a sus
hogares, pero llevaron todo lo que habían aprendido en Los Angeles,
como robar, vender drogas y matar. Crecieron y establecieron una red
de intercambio", señaló el funcionario.
La deportación de centroamericanos
no detuvo la ola de pandillas en Estados Unidos. Todo lo contrario,
desde 1992, el número de pandillas creció en proposiciones
extraordinarias, según afirman expertos en el tema.
El Centro Nacional de Pandillas Jóvenes
estima que más de 750.000 jóvenes marginales aterran los barrios
estadounidenses. En California hay más de 365.000, de los que 100.000
están en el condado de Los Angeles.
El número se quedó corto, según
el funcionario entrevistado por AFP quien asegura que tan sólo en la
ciudad de Los Angeles, hay 200.000 pandilleros.
"Más de la mitad de los
homicidios de la ciudad fueron perpetrados por pandillas...y estoy
siendo conservador", añadió.
El funcionario puede recitar los
nombres de cada una de las maras de la ciudad. Sabe su historia, cómo
se mueven, dónde venden armas y drogas, sus líderes, sus odios y sus
alianzas.
Lo que no sabe, o no quiere saber
este funcionario, es que su país, el Imperio norteamericano que hoy
sufre el efecto boomerang de estas pandillas, fue quien las procreó
con la marginación, las drogas distribuidas por la redes de la CIA, y
una sociedad de consumo criminal que destruyó sus identidades y sus
lazos afectivos con la sociedad.
Con información de AFP / EFE / AP
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