Otra
salida polémica del atolladero
Análisis
de Kintto Lucas
Inter Press Service (IPS), 21/04/05
Quito.–
Las movilizaciones que antecedieron la caída del presidente
ecuatoriano Lucio Gutiérrez tuvieron como protagonista fundamental a
la clase media y media alta de Quito, que no pertenece a partidos políticos
ni a movimientos sociales organizados.
Sin
embargo, en la solución de la crisis, el protagonismo correspondió a
la embajadora de Estados Unidos en Ecuador, Kristie Kenney, a los
mandos de las Fuerzas Armadas, constituidos desde hace años en árbitros
de la democracia ecuatoriana, y al Congreso legislativo, que encontró
la cláusula necesaria para cesar a Gutiérrez con una apariencia de
legalidad.
El
principio del fin del gobierno de Gutiérrez, acosado por
manifestaciones populares y destituido el miércoles, fue la visita de
la embajadora estadounidense Kenney al Palacio de Gobierno para
dialogar con el mandatario sobre la crisis.
Al
final de la reunión, el portavoz de la embajada, Glenn Warren, dijo
que Washington estaba muy preocupado por la situación del país y que
llamaba a solucionarla enseguida. Para muchos eso fue, más que un
mensaje, una orden destinada a producir un efecto dominó.
Minutos
después, el comandante en Jefe de la Policía, Jorge Poveda, renunció
a su cargo, pidió disculpas por las acciones policiales contra las
manifestaciones y se mostró contrario a seguir reprimiendo a los
opositores.
La
policía ecuatoriana está considerada como una institución
estrechamente ligada a acciones vinculadas al Plan Colombia,
financiado por Washington para combatir en el país vecino el narcotráfico
y la guerrilla de izquierda.
Fuerzas
policiales han participado en operativos conjuntos con servicios de
inteligencia colombianos y estadounidenses, como la captura del
dirigente de las rebeldes Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia,
Simón Trinidad, acción reconocida por la misma embajada.
En
cambio, las Fuerzas Armadas ecuatorianas se han resistido históricamente
a involucrarse en la guerra interna colombiana, que lleva más de
cuatro décadas.
Tras
la renuncia de Poveda, el Congreso Nacional convocó a una sesión
extraordinaria con las firmas de 60 diputados en la sede del Centro
Internacional de Estudios Superiores en Comunicación para América
Latina (Ciespal) y, menos de 40 minutos después de instalado, aprobó
una moción destituyendo a Gutiérrez por abandono del gobierno.
El
presidente permanecía en la sede del gobierno y no había renunciado
al cargo.
Pocos
minutos más tarde se confirmaba la salida de Gutiérrez, cuando el
jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, almirante Víctor
Hugo Rosero, anunció que los militares le retiraban su apoyo para
"salvaguardar" la paz del país.
Tal
como en ocasiones anteriores desde la restauración democrática en
1978, el Congreso halló una salida polémica a la crisis.
En
febrero de 1997, cuando el parlamento destituyó al presidente Abdalá
Bucaram, en el cargo desde el año anterior, la cláusula utilizada
fue declararlo incapaz para gobernar por "insania mental".
Tras
esa destitución, en lugar de asumir el cargo la vicepresidenta Rosalía
Arteaga, lo hizo el presidente del Congreso, que fue el encargado de
llamar a la sesión extraordinaria.
El
alto mando militar retiró la confianza al presidente luego de
intensas movilizaciones populares y antes de que el Congreso se
pronunciase. Sacado Bucaram de en medio, el intermediario entre el
parlamento y la vicepresidenta fue el jefe del Comando Conjunto de
entonces, general Paco Moncayo, actual alcalde de Quito y opositor de
Gutiérrez.
En
enero de 2000, cuando cayó Jamil Mahuad (1998–2000), el Congreso
volvió a actuar de una forma poco apegada a las normas. Tras una
rebelión militar e indígena (de la que tomó parte el entonces
coronel Gutiérrez), los mandos militares desconocieron al presidente
y a los rebeldes que intentaban instalar un triunvirato e hicieron
asumir como primer mandatario al vicepresidente Gustavo Noboa en la
sede del Comando Conjunto.
Horas
más tarde, el Congreso se reunió en Guayaquil y declaró cesante a
Mahuad por abandono de cargo, argumentando que había renunciado, pese
a que no lo había hecho y todavía permanecía en el país.
Ahora,
en cambio, y de acuerdo a fuentes militares y parlamentarias
consultadas por IPS, los mandos militares prefirieron una resolución
tramitada por el Congreso antes que una propia.
Las
fuentes confirmaron que el alto mando militar no aprobó la injerencia
estadounidense a través de la embajadora y exigió al Poder
Legislativo que adoptara primero una resolución sobre la salida de
Gutiérrez.
Cuando
los legisladores destituyeron el miércoles al presidente y nombraron
en su lugar al vicepresidente Alfredo Palacio, los comandantes no se
presentaron a respaldarlo.
Luego
de juramentar ante los diputados, Palacio fue rodeado por una multitud
que seguía reclamando "que se vayan todos" y que el nuevo
mandatario respetara "la conformación de asambleas populares”.
Recién
investido, Palacio se comunicó varias veces con los integrantes del
alto mando para pedirles su presencia y apoyo. Éstos, reunidos en
pleno, prefirieron emitir un comunicado pidiendo a la población que
regresara a sus hogares, pues ya habían sido cumplidas sus demandas.
Pero
no se trasladaron al edificio donde se encontraba Palacio ni dieron órdenes
para protegerlo de la multitud. Finalmente, decidieron enviar un
emisario para asistirlo en la salida del edificio de Ciespal,
disfrazado. Horas más tarde, Palacio dijo a la prensa que en esos
momentos estuvo muy solo.
Fue
Palacio quien debió concurrir a la sede del Ministerio de Defensa
casi escondido, para dar allí una conferencia de prensa, ya
flanqueado por los comandantes, pues tampoco logró alcanzar la casa
de gobierno, rodeada de manifestantes que exigían no se traicionara
la "voluntad popular".
Apenas
este jueves el mandatario pudo acceder a la sede presidencial para
nombrar a sus primeros ministros.
Las
protestas que acabaron con la caída de Gutiérrez estuvieron marcadas
por el rechazo a los partidos políticos y el reclamo de renuncia
masiva de los representantes de los poderes Ejecutivo, Legislativo y
Judicial, con las consignas "Lucio fuera" y "Que se
vayan todos”.
Las
protestas surgieron espontáneamente el miércoles 13 de abril en
Quito y continuaron durante ocho días hasta la caída de Gutiérrez.
El
13 había tenido escasa aceptación la convocatoria a una huelga
general efectuada por Moncayo, alcalde de Quito, y por el prefecto
(gobernante provincial) Ramiro González, de Pichincha, provincia
donde se encuentra la capital ecuatoriana.
En
cambio, los oyentes de radio La Luna, de Quito, propusieron una
movilización espontánea contra el gobierno, que fue creciendo a
partir de la difusión desde la propia emisora y de mensajes enviados
a través de teléfonos celulares.
La
convocatoria logró una amplia adhesión, y durante varios días miles
de personas se movilizaron en distintos puntos de la capital, sobre
todo en zonas de clase media, para exigir la salida de Gutiérrez.
El
protagonismo de las movilizaciones no estuvo en el movimiento indígena
como en ocasiones anteriores, sino en habitantes de Quito, en su mayoría
de clase media, que no pertenecen a partidos políticos ni a
organizaciones sociales.
A
partir de la movilización, algunos sectores ya comienzan a hablar de
nuevas formas organizativas, las asambleas populares, que se encarguen
de vigilar al gobierno y, sobre todo, de presionar por un plebiscito
sobre la conveniencia o no de firmar un tratado de libre comercio con
Estados Unidos y de mantener o no la base de Manta en manos de las
Fuerzas Armadas estadounidenses.
Consultado
por IPS al asumir, Palacio dejó abierta la posibilidad de la
consulta.
"Aquí
se ha hablado mucho de la consulta popular. Pero al pueblo no se le
pueden hacer preguntas intrascendentes", dijo el flamante
mandatario.
"Hay
que preguntarle cosas que vayan a cambiar su destino histórico, que
sirvan para su futuro, como por ejemplo: ¿Cree usted que el sistema
presidencialista se agotó? ¿Es partidario del sistema parlamentario?
¿Quiere tener autonomía o no? Hay que preguntarle al pueblo qué es
lo que necesita. El resto no vale la pena”, arguyó.
Interrogado
sobre la continuidad de las negociaciones para el tratado comercial
(cuya novena ronda se desarrolla esta semana en Lima con delegaciones
de Colombia, Ecuador, Estados Unidos y Perú), Palacio consideró, sin
mucha convicción, que el asunto también podía ser materia de
consulta.
La
presión popular por el cumplimiento de los reclamos y el continuado
clamor para que renuncien los legisladores podrían convencer al
mandatario de seguir el camino de la consulta popular para ganar un
respaldo que hoy no parece tener.
Ese
camino podría desembocar en un referendo sobre múltiples temas,
incluida la legitimación de su propio mandato.
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