¿Fin
del protectorado?
Por José Steinsleger
La
Jornada, México, 21/04/05
Esta
vez no fueron "los indios", ni las ilusiones depositadas en
un caudillo "populista". En un clima de indignación y gravísima
crisis institucional, el conjunto de la sociedad ecuatoriana derrocó
a su tercer presidente elegido, que de la soberanía nacional y la
Constitución hizo un amasijo de disposiciones dictadas por la
embajada de Estados Unidos en Quito.
Para
Estados Unidos, la Unión Europea, Naciones Unidas o la Organización
de Estados Americanos, "el apoyo a la democracia ecuatoriana es
vital". No obstante, también pasan por alto que, con Gutiérrez,
Estados Unidos consiguió reforzar cinco oficinas de seguridad en el
país (algunas ya existentes) enlazadas directamente al Comando Sur,
con sede en Miami.
Según
el diario El Comercio de Quito (30/03/05), estas oficinas son: Agregaduría
de Defensa (DAO, por sus siglas en inglés), Agencia de Control
y Fiscalización de Drogas (DEA), Grupo Consultivo y de Ayuda
Militar (MAAG), Departamento de Seguridad Interna (DHS) y Agencia
Nacional de Seguridad (NAS).
La
más importante es el MAAG, grupo militar, destinado a "...apoyar
la democracia en el Ecuador y su buen récord de respeto de los
derechos humanos, así como los objetivos de la política
estadounidense en el país" (sic). Así, el concepto de ayuda
"para seguridad" implica la "...provisión de equipo
militar, entrenamiento y servicios de Estados Unidos al gobierno de
Ecuador".
La
mayoría de los cientos de militares estadounidenses que circulan por
territorio ecuatoriano se concentra en dos actividades coordinadas por
el MAAG: campañas médicas y de seguridad (leáse, espionaje y
organización de paramilitares).
A
ellos se suman los operarios de la base de Manta, en el litoral pacífico,
ocupada por el Comando Sur desde 1999, cuando se firmó un acuerdo
bilateral por 10 años. Y un objetivo largamente acariciado por el
imperio desde mediados del siglo XIX: convertir en base militar el frágil
ecosistema de Galápagos, patrimonio cultural de la humanidad.
El
dinero que la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo (USAID)
maneja en Ecuador llega mediante el Comando Sur. Lo mismo que los
recursos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM),
a cargo de los proyectos de alcantarillado y potabilización en los
poblados de la frontera norte. Pero tal como señala el sociólogo
Guillermo Navarro, el propósito real apunta a controlar estos
recursos porque la instalación de servicios en la frontera norte
parte de sus intereses para intervenir en Colombia.
Las
agencias de noticias internacionales callan o diluyen los pormenores y
magnitud de la crisis política ecuatoriana. En efecto, el
nombramiento en diciembre pasado de una Corte Suprema de Justicia afín
a Lucio Gutiérrez buscaba anular los juicios pendientes de ex
gobernantes como Abdalá Bucaram, Gustavo Noboa y el vicepresidente
Alberto Dahik, lo que sucedió. En efecto, hubo malestar en las
fuerzas armadas por el retorno del gángster Abdalá Bucaram de su
autoexilio en Panamá, a inicios del mes. En efecto, dirigentes
espurios de Guayaquil y Quito pescaban en río revuelto, animados por
el descrédito de Lucio Gutiérrez en las encuestas más serias. En
efecto, estos factores convergieron en el malestar nacional.
Sin
embargo, las agencias omiten que 62 y 95 por ciento de los encuestados
por la empresa Market rechazaban la gestión del gobierno en política
económica y exterior. Opinión que fue creciendo desde el momento en
que Gutiérrez se asumió como "principal aliado de George W.
Bush en América Latina", y firme partidario del tratado del
libre comercio.
Entonces,
Gutiérrez dejó de ser visto como "populista". Hasta que el
vaso se desbordó. El 11 de abril pasado, el general Richard Myers,
jefe del comando de las fuerzas armadas de Estados Unidos y brazo
derecho de Bush, condecoró al ex gobernante en Quito, agradeciéndole
la inmunidad conferida a sus tropas en Ecuador. Previamente, en Bogotá,
Myers declaró a la prensa que su país no toleraría "países
perturbadores (sic) que en América Latina no cooperen en la lucha
contra el terrorismo".
Simultáneamente,
y a consecuencia de una nueva mayoría parlamentaria contraria al
gobierno, la protesta popular y espontánea empezó a tomar forma. A
finales de marzo, el salón del Congreso fue un campo de batalla.
Volaron sillas, vasos con agua y botellas, y la explosión de una
bomba de gases lacrimógenos evitó el conteo de votos para elegir
nuevo fiscal general.
En
la calle, las movilizaciones devinieron en auténticas oleadas de
ciudadanos descontentos que protestaban por la política económica,
la exoneración de los gobernantes involucrados en casos de corrupción,
la destitución de los jueces de la Corte Suprema y, finalmente, un
grito de consenso: "Lucio fuera".
Sin
saber qué hacer con el descontento de ciudadanos independientes o
pertenecientes a las más diversas organizaciones, Gutiérrez dictó
el estado de sitio en Quito (15 de abril). A la tétrica ceremonia del
aspirante a seudodictador asistió la embajadora del terrorista Bush,
la señora Kristie Kenney, quien durante todo el mandato del régimen
depuesto entraba y salía a diario del Palacio de Carondelet
(presidencial). Quien brilló por su ausencia fue el general Milton
Aguas, jefe del ejército. Su oposición a salir en cadena nacional
dio paso para que Gutiérrez ordenase su baja.
El
"decreto de emergencia" no terminó de ser enunciado, y el
pueblo de Quito se lo pasó por el arco de triunfo. En todos los
barrios, sin excepción, la gente salió a las calles. Ante el
silencio de los canales de televisión, la radioemisora La Luna, de
alcance y prestigio profundo en la ciudadanía, se convirtió en una
suerte de coordinadora de la movilización popular. Y cuando un grupo
de personas se aproximó a la radioemisora con armas, gasolina y
antorchas, topáronse con un fortín humano de contención, decidido a
salvaguardar la libertad de expresión.
El
ejemplo de La Luna fue seguido por otras radioemisoras, que empezaron
a transmitir lo que en realidad estaba pasando. Los canales de
televisión no tuvieron más remedio que "informar". En la
madrugada del sábado 16, el cabildo quiteño resolvió pedir la
renuncia del gobernante, quien a estas alturas se vio obligado a
revertir el estado de sitio.
Dos
deserciones importantes del equipo de gobierno llamaron la atención.
La declaración de la primera dama y diputada nacional Ximena Bohórquez,
ya enfrentada con su esposo en otras ocasiones, quien declaró:
"yo también soy forajida", y la renuncia del comandante
general de la policía, Jorge Poveda, quien manifestó su desacuerdo
con la represión contra el pueblo de Quito. "Soy un hombre del
pueblo", dijo Poveda.
Los
vecinos levantaron barricadas en las principales vías de acceso a la
ciudad, impidiendo el ingreso de los cientos de golpeadores pobres,
traídos por el gobierno desde la costa y la Amazonia. Minuto a
minuto, rodeado de al menos 4 mil efectivos, Gutiérrez era informado
que 30 mil manifestantes desarmados venían rompiendo cercos y
sorteando alambrados de púas, lluvia de gases y balas de caucho de
las fuerzas represivas.
En
la tarde de ayer, tras ser destituido por el Congreso (61 diputados de
100), Lució Gutiérrez abordó un helicóptero y huyó del país, con
rumbo desconocido. El vicepresidente Alfredo Palacio, señor don
nadie, juró como nuevo presidente constitucional de Ecuador.
¿Qué
sigue? Nadie sabe qué sigue. Los pueblos del país andino continúan
deliberando día y noche, sin mover el dedo del renglón: no al
neoliberalismo, no al tratado de libre comercio, no a la dolarización,
no a la entrega de los recursos naturales, no a la privatizaciones, no
a la base militar de Manta, no a la inmunidad de las tropas yanquis,
no al Plan Colombia, no al protectorado de Washington, no a los grupos
oligárquicos financieros, no al racismo, no a las "comisiones de
notables", no a los intelectuales vendidos, no a los partidos políticos
tradicionales.
Una
sola voz, "¡Que se vayan todos!", retumba en sierra, costa
y Amazonia de Ecuador. "Que se vayan todos" y justicia para
los responsables de la muerte de Julio García, cronista gráfico
chileno–ecuatoriano caído cuando trataba de registrar atropellos
impensables tres años atrás, cuando Lucio Gutiérrez concitó las
esperanzas de un país abrumado de miseria y harto de confiar.
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