Relaciones EU-AL:
hegemonía, globalización
e imperialismo
Por James Petras
La Jornada, 10/07/05
Traducción de Jorge Anaya
Muchos académicos,
periodistas y expertos, sobre todo en Estados Unidos, se apoyan en los
conceptos de hegemonía y globalización en vez del de imperialismo al
abordar las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. El
concepto "globalización" no explica los vastos flujos de
capital, utilidades, regalías, intereses y dinero lavado que salen de
América Latina. No explica la red de bases y misiones militares
estadounidenses, así como las operaciones militares y de inteligencia
mediante las cuales Washington interviene en la región. Tampoco
describe el control y explotación que ejercen los bancos, casas de
inversión y empresas trasnacionales estadounidenses en la economía,
el comercio, la energía y las materias primas del subcontinente.
"Hegemonía"
no es un concepto útil, salvo en circunstancias y marcos temporales
muy limitados. La mayoría de las políticas estadounidenses, desde el
Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) hasta la privatización
de los principales servicios públicos, telecomunicaciones, agua y
energía, son objeto de vehemente oposición de la gran mayoría de
los latinoamericanos mediante protestas en masa, referendos o
derrocamiento de regímenes clientes. Es claro que Estados Unidos no
ejerce "hegemonía" sobre 70 por ciento de la población
urbana y rural, en especial obreros, campesinos y empleados públicos.
La influencia ideológica o hegemonía estadounidense se ejerce sobre
la elite política y económica. Además, inclusive la elite política,
bajo presión de las masas, huelgas generales o amenazas de
levantamientos populares, rechaza también, al menos de forma
temporal, las políticas de Washington, por ejemplo los intentos de
derrocar al presidente de Venezuela, electo con el voto popular.
Las relaciones entre
Estados Unidos y América Latina, en cuanto afectan a la gran mayoría
del subcontinente, están basadas en la dominación, en amenazas económicas
y militares, y en la intervención directa e indirecta. La noción de
imperialismo captura mejor la naturaleza dual de estas relaciones
-dominación, explotación y colaboración con las elites clientes-
que las de globalización y hegemonía.
El imperialismo es una
estructura y una relación. La estructura imperial comprende la vasta
red económica que explota a Latinoamérica; las agencias del Estado
imperial y su penetración en las instituciones internacionales -Banco
Mundial, Fondo Monetario Internacional (FMI) y demás-, y sus activos
políticos en las estructuras gubernamentales de los regímenes
latinoamericanos. Los conflictos de clase y nacionales entre el
imperio y las organizaciones sociopolíticas de masas desempeñan un
papel decisivo en la definición de las políticas hacia América
Latina, sus estructuras y su dirección. El ejercicio del poder
imperial es contingente, según la correlación de fuerzas de clase y
nacionales en un país y en un momento dados.
En los 30 años
pasados, el imperialismo estadounidense, con apoyo de las elites
latinoamericanas, ha tenido éxito en gran medida en imponer un
"mercado libre" o el modelo político-económico neoliberal
en todo el continente, lo cual ha producido enormes transferencias de
riqueza a los bancos estadounidenses y trasnacionales: las
estimaciones llegan a mil 500 billones de dólares en los 15 años
pasados.
El resultado de este
modelo de acumulación "con centro en el imperio" ha sido el
vasto empobrecimiento de la población rural y urbana, la movilidad
hacia abajo de todos los empleados del sector público y otros
trabajadores, y la expansión de un "sector informal" mal
pagado que representa hoy entre 50 y 80 por ciento de la fuerza
laboral.
Dados los estrechos vínculos
entre el modelo de "libre mercado" centrado en el imperio y
la aguda polarización social, no es sorprendente que los regímenes
clientes respaldados por Washington y las políticas neoliberales
hayan sido el blanco de sostenidas protestas de masas, levantamientos
e incluso desafíos electorales.
Del decenio de 1990 a
2005 han sido derrocados presidentes clientes de Washington en
Venezuela, Brasil, Ecuador (tres veces), Bolivia (dos veces), Perú y
Argentina. Los referendos preparados para privatizar empresas públicas
han sido derrotados en Uruguay (sistema de agua potable y de puertos),
Perú (agua) y Bolivia (agua). Han ocurrido levantamientos importantes
para renacionalizar el petróleo y el gas (Bolivia), poner fin al
pillaje financiero de bancos foráneos (Argentina) y detener los
injerencistas programas de erradicación del cultivo de coca (Perú y
Bolivia). Dos importantes movimientos guerrilleros que cuentan con 25
mil combatientes han logrado repeler un programa de contrainsurgencia
dirigido por Estados Unidos a un costo de 3 mil 500 millones de dólares
y retienen control sobre la tercera parte de Colombia. En Venezuela,
mayorías populares hasta de 60 por ciento han respaldado al
presidente Chávez y su programa nacional popular, sus iniciativas
constitucionales y sus aliados en el gobierno y el Congreso. Un golpe
de las elites civiles y militares, apoyado y financiado por
Washington, fue derrotado por una gigantesca movilización popular en
unión con oficiales constitucionales del ejército.
Los principales
movimientos por la democracia y la justicia social en toda la región
se oponen de manera unánime a las políticas imperiales
estadounidenses y en muchos casos han llevado a cabo significativos
programas de redistribución social. El Movimiento de los Trabajadores
Rurales sin Tierra de Brasil ha ocupado miles de predios y asentado a
más de un millón 500 mil de campesinos. Las agrupaciones de
cocaleros en Perú y Bolivia han desarrollado y cultivado tierras e
incrementado sustancialmente los ingresos. El movimiento de
trabajadores desempleados ha tomado el control de 200 fábricas en
Argentina, mientras 3 millones de desempleados lograron pensiones de
subsistencia del gobierno nacional, en contra de los programas de
austeridad del FMI. En Ecuador los sindicatos obreros y los
movimientos indígenas han bloqueado la privatización total de la
industria petrolera estatal.
Si bien los movimientos
sociales de masas han demostrado los "límites" del poder
imperial estadounidense -tanto económico como militar-, no se puede
decir lo mismo de los partidos electorales de
"centroizquierda" que han capitalizado el descontento
popular para ganar elecciones.
La mayoría de los
periodistas y académicos continúan refiriéndose a los gobiernos de
Lula da Silva en Brasil, de Néstor Kirchner en Argentina, de Ricardo
Lagos en Chile y, en fecha más recientes, al de Tabaré Vázquez en
Uruguay, como de "centroizquierda", pese a que estos regímenes
han adoptado casi sin excepción toda la agenda neoliberal. Esta
caracterización errónea se basa en la trayectoria pasada de esos líderes
(su pasado izquierdista), y en algunos casos en las demagógicas
afirmaciones que hacen sobre sí mismos. En realidad estos regímenes
han incrementado y extendido la privatización, elevado los superávits
presupuestarios para pagar la deuda externa, reducido salarios,
pensiones y empleos de los trabajadores del sector público y abierto
el país a mayor destrucción ecológica mediante el subsidio a la
creciente explotación agrominera en el Amazonas y en otros
ecosistemas de precario equilibrio.
El imperio
estadounidense no ha logrado avances contra los movimientos de masas
mediante políticas coercitivas, injerencia militar y represión, pero
sí mediante los partidos electorales de centroizquierda. La
desventaja para él es que las masas pronto muestran su profundo
desencanto con lo que se percibe como la traición de las elites
centroizquierdistas y se vuelven hacia los únicos métodos probados
de acción directa: protestas de masas, huelgas generales, bloqueos
carreteros y ocupaciones de tierras. Si bien los movimientos sociales
han sido los principales vehículos por los que las clases obrera,
campesina y de empleados han desplazado a políticos venales, llevado
a cabo reformas sociales y bloqueado las políticas más aparatosas de
Washington, no han logrado adueñarse del poder del Estado. Cada
presidente derrocado por estos movimientos es remplazado por otro
salido de la misma elite, que aplica las mismas políticas
neoliberales. Esta "rotación" o "circulación" de
elites, que los publicistas del imperio llaman con aprobación
"cambio constitucional", ha frustrado los esfuerzos de los
movimientos por lograr cambios estructurales amplios e irreversibles.
Dentro de algunos de
los principales movimientos de América Latina, sobre todo en Bolivia,
Ecuador, México y Brasil, existe debate y discusión en torno a crear
un nuevo instrumento de clase para tomar el poder del Estado. Sin
embargo, la relación entre la dinámica de los movimientos sociales y
la cuestión del poder del Estado es muy problemática. Lo que ha
inclinado la balanza en una dirección más favorable en la gran
disputa entre los movimientos latinoamericanos y el imperio
estadounidense es la enérgica estrategia "regionalista"
propugnada por el presidente de Venezuela. Sus amplios programas de
bienestar social, sobre todo en salud y educación, plantean un serio
desafío al modelo centrado en el imperio promovido por Washington. La
derrota infligida por Chávez a los esfuerzos estadounidenses por
desestabilizar su gobierno; su oposición a la invasión de Haití y
su venta subsidiada de petróleo y gas a los países caribeños le han
ganado simpatía en lo que solía llamarse "el patio trasero de
Estados Unidos". Chávez diversificó relaciones con China, Irán,
Libia, India y Rusia, y su propuesta de una empresa y un bloque
comercial regionales del petróleo en América Latina ha demostrado,
sin lugar a dudas, inclusive a las elites latinoamericanas, que las
alternativas a la dominación estadounidense son viables y
prometedoras.
Las estrechas
relaciones de trabajo y políticas entre Venezuela y Cuba ofrecen un
modelo de colaboración regional: Venezuela surte petróleo a precios
subsidiados y Cuba lleva a cabo programas de salud y educación para
los venezolanos. El surgimiento de un modelo venezolano basado en
economía mixta, bienestar social, política exterior independiente y
nacionalista y participación de las masas populares en el proceso político,
bajo el liderazgo de un presidente afrovenezolano, presenta un
formidable "punto de referencia" para los florecientes
movimientos sociales latinoamericanos.
La declaración de Chávez
de junio pasado, en la que se define como socialista del siglo XXI que
no ve futuro en la explotación capitalista e imperialista, tendrá el
efecto de volver a legitimar un marxismo renovado, que se propone
vincular la nueva configuración de fuerzas sociales radicalizadas
-indígenas, negros, trabajadores informales y empleados públicos
empobrecidos- con los sectores militantes de trabajadores
sindicalizados y movimientos campesinos.
La agenda extremista de
Washington, su postura beligerante hacia Venezuela y Cuba, han
polarizado a América Latina en su contra, como se mostró en la
reciente reunión (junio de 2005) de la Organización de Estados
Americanos, en la que se rechazó la propuesta de Condoleezza Rice de
"monitorear" medidas autoritarias adoptadas por regímenes
latinoamericanos (léase Chávez).
En el futuro
previsible, las relaciones Estados Unidos-América Latina continuarán
marcadas por severo conflicto, en especial en los movimientos de
masas. Washington seguirá beneficiándose del reciclamiento de regímenes
putativos de "centroizquierda", pero es probable que éstos
sigan contando con respaldo popular de escasa duración. Es posible
que en un futuro no muy lejano una u otra de las coaliciones populares
de pobres del campo y la ciudad lleguen "a la cima" y se
adueñen del poder, probablemente en alguno de los países andinos, lo
cual pondrá en marcha un nuevo desafío al imperio y a los
movimientos internacionales y regionales de solidaridad.
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