Perú:
Tupac
Amaru, Mariátegui y Hugo Blanco
Jalones
revolucionarios
Por
Roberto Sáenz
Socialismo o Barbarie, periódico, 12/08/05
En
apretada síntesis, queremos dejar establecidos algunos jalones de la
inmensa tradición revolucionaria de las masas explotadas y oprimidas
del país, las que deben hacer parte de este relanzamiento de la
tradición del socialismo revolucionario en el Perú.
La
rebelión de Tupac Amaru
Cusco
es una hermosa ciudad, de gran tradición de lucha originaria-campesina y hoy un “paraíso” del
turismo. A simple vista se puede ver como sobre las construcciones
dejadas por los Incas se elevan, opresivamente, las Iglesias y cruces
católicas de la conquista española. Pero está omnipresente la
tradición y el legado dejado por el levantamiento de Tupac Amaru y de
los originarios anónimos que iban mas lejos que el programa
levantado por el dirigente martirizado.
“Las
masas que se sublevaron, los gruesos contingentes armados del primer
ejército campesino popular de nuestra historia y los adherentes
espontáneos de las horas de apogeo de la sublevación eran indígenas;
el estamento más explotado del reino y el más numeroso, el que
aportaba la fuerza de trabajo que generaba las más grandes riquezas
de las que nunca había gozado. Para ellos, Tupac Amaru hacía
también la revolución, tenía reivindicaciones como la supresión de
la mita que seguía obligando a los indígenas a trabajar en las
minas. Pero estos peruanos iban más allá de las metas de sus
dirigentes. Atacaron los signos de la explotación: los obrajes, las
haciendas, a la iglesia; no distinguían entre un criollo o mestizo y
un español, en su movimiento no querían patrones, sino al Inca. Las
masas transformaron la revolución política de los dirigentes
integradores en una revolución social contra la explotación”[1].
Pero
como es sabido, “la sociedad colonial no estaba preparada para los
cambios que Tupac Amaru quería. La gran rebelión de los indios y
campesinos del sur del Perú no contó con el apoyo de los mestizos
y criollos que vieron peligrar sus privilegios. La independencia
que los criollos limeños firmaron, no trajo justicia a nuestro país.
Y hoy, a doscientos años del grito de protesta de Tinta, todavía no
hemos resuelto las contradicciones que impidieron el éxito de Tupac
Amaru”[2].
El
levantamiento de Tupac Amaru en el sur del Perú, como el de Tupac
Katari y Bartolina Cisa en el altiplano boliviano, constituyeron en
germen un proceso abortado de revolución social. En cierto modo
“aceleró” la descomposición del imperio colonial y el proceso de
la independencia llevado a cabo por las clases acomodadas criollas.
Pero, en los hechos, abortó realmente como revolución social, siendo
llevada adelante desde arriba, obteniendo solo una independencia política
formal y no la posibilidad de un desarrollo capitalista
independientes.
“En
1780-1 (...), la insurrección de los Andes fue una real y profunda
revolución democrática burguesa. Por su composición de clase y
sobre la base de su propia civilización, ella tenía un potencial
mucho más grande que cualquiera de los movimientos subsecuentes por
la independencia para sentar las bases para la unificación de
Latinoamérica y un democrático e independiente desarrollo del
capitalismo”[3].
Sin
embargo, “las guerras de la independencia llevadas a cabo en la
primera mitad del siglo XIX, aunque victoriosas fueron derrotadas
en tanto que revoluciones burgueses, porque no tuvieron éxito en
transformarse realmente en revoluciones ‘nacionales’y construir la
unión latinoamericana, o como mínimo, una sólida base para su
formación.
En
vez de formar una federación o (...) una confederación, la libertad
americana de la dominación española fue fragmentada en una
constelación de Estados. En cercana articulación con la derrota a
este nivel, las guerras de la independencia no condujeron a la
supresión de la colonia dentro de las nuevas repúblicas. Por el
contrario, después de las guerras de independencia, a través de
numerosas guerras civiles, las clases dominantes y los modos de
explotación coloniales fueron preservados (...). La guerra
genocida llevada adelante por la triple alianza de las oligarquías de
Brasil, Argentina y Uruguay con el apoyo de Inglaterra (la potencia
hegemónica mundial) contra el Paraguay llevó a la completa e
irreversible destrucción del único intento emergente de las guerras
de la independencia para asegurar un desarrollo capitalista
independiente”[4].
O
sea, se cortaron las vías de la rebelión y la independencia desde
debajo de fines del siglo XVIII, así como el único desarrollo
capitalista independiente que podría haber configurado Paraguay.
Quedaron estas tareas (como está clásicamente establecido por León
Trotsky) democráticas y antiimperialistas elementales, para ser
llevadas adelante no por una burguesía cada vez mas sometida al
imperialismo, sino por la clase obrera y la revolución socialista, en
las actuales condiciones de comienzos del siglo XXI.
El
legado de Mariátegui
Ciento
cincuenta años después de Tupac Amaru, José Carlos Mariátegui vino
a colocar la lucha emancipadora en la perspectiva del socialismo y
la clase obrera. Nos resulta aún difícil poder establecer (de
conjunto) una apreciación global del legado “mariateguista”. Pero
en todo caso, tenemos la firme convicción de que se trataba de un
socialista revolucionario que enfrentó en los hechos –aún a
pesar de elementos de tipo “empírico”; de no haber comprendido la
especificidad de la batalla de Trotsky contra el estalinismo– el
curso que empezaba a tomar éste en la región.
Contra
el enfoque frentepopulista de la III Internacional ya en manos de
Stalin (que abordaba el problema de la opresión originaria sólo como
un problema “político”), planteo de manera revolucionaria la
cuestión del Indio para la época, al señalar que “el problema indígena
se reduce al problema de la propiedad de la tierra, a la necesidad de
expropiar los latifundios”. Esto cuando ya entrado el siglo XX, los
terratenientes estaban ligados por mil y un vínculos a la burguesía
ascendente.
Al
mismo tiempo, sin bien en su obra en muchos casos parece abusarse del
uso de la equivocada connotación de “feudal” para caracterizar
las formas de propiedad de la tierra por parte de los hacendados, su
perspectiva, a diferencia del estalinismo, es siempre en el terreno de
la lucha contra el capitalismo y por el socialismo, con un ángulo de
clase y no la postulación de una estrategia etapista.
Lo
mismo que, mas allá de los elementos de “idealización” del
Imperio Inca como “comunismo primitivo” (desmentidos por la
investigación histórica posterior), sin embargo sorprende el hecho
de no había rastro en el de una concepción romántica. Por el
contrario, su ángulo era bien de clase.
“Del
prejuicio de la inferioridad de la raza indígena, empieza a pasarse
al extremo opuesto, el de que la creación de una nueva cultura
americana será esencialmente obra de fuerzas raciales autóctonas.
Suscribir esta tesis es caer en el mas ingenuo y absurdo misticismo
(...). Las posibilidades de que el indio se eleve material e
intelectualmente dependen, en cambio, de las condiciones económico-sociales.
No están determinadas por la raza, sino por la economía y la política.
La raza por si sola no ha despertado no despertara al entendimiento de
una idea emancipadora (...). El feudalismo español se superpuso al
agrarismo indígena, respetando en parte sus formas comunitarias; pero
esta misma adaptación creaba un orden extático, un sistema económico
cuyos factores de estagnación eran la mejor garantía de la
servidumbre indígena. La industria capitalista rompe este equilibrio,
interrumpe este estancamiento, creando nuevas fuerzas productoras y
nuevas relaciones de producción. El proletariado crece
gradualmente a expensas del artesanado y la servidumbre. La evolución
económico y social de la nación entra en una era de actividad y
contradicciones que, en el plano ideológico, causa la aparición y
desarrollo del pensamiento socialista”[5].
Esto
no quiere decir que Mariategui no tuviera apreciaciones que son de
actualidad incluso hoy, respecto de cómo combinar los problemas de
clase y etnia de gran importancia en el altiplano. “El problema de
las razas no es común a todos los países de América Latina (...).
Pero en países como el Perú y Bolivia (...) donde la mayor parte de
la población es indígena, la reivindicación del indio es la
reivindicación popular y social dominante. En estos países el
factor raza se complica con el factor clase en forma que una política
revolucionaria no puede dejar de tener en cuenta. El indio quechua
o aymara ve su opresor en el ‘misti’, en el blanco. Y en el
mestizo, únicamente la conciencia de clase, es capaz de destruir el
habito del desprecio, de la repugnancia por el indio (...). La barrera
del idioma se interpone entre las masas campesinas indias y los núcleos
obreros revolucionarios de raza blanca o mestiza (...). Pero en la
ciudad, en el ambiente obrero revolucionario, el indio empieza ya a
asimilar la idea revolucionaria, a apropiarse de ella, a entender su
valor como instrumento de emancipación de esta raza, oprimida por la
misma clase que explota en la fabrica al obrero, en el que descubre un
hermano de clase”[6].
En síntesis,
el relanzamiento del marxismo revolucionario en el Perú tendrán que
enfrentar de una vez la distorsión y total injusticia por la cual las
corrientes estalinistas y / o maoístas se han apropiado del legado de
Martiategui, reduciéndolo a un vulgar “populista” de izquierda.
Mariategui era un revolucionario socialista proletario con todas las
letras y deberá ser recogido (aun críticamente, marcando los puntos
débiles de su pensamiento) para la tarea de relanzar el socialismo
revolucionario en el país.
Convención
y Lares
Treinta
años después de la muerte de Mariategui, a comienzos de la década
del ’60, estuvieron los históricos levantamientos campesinos
liderados por Hugo Blanco[7]. Estos ocurrieron en la parte norte del
departamento del Cusco: los valles de Convención y Lares.
Configurando un verdadero levantamiento revolucionario campesino. La
significación de estos hechos es múltiple, pero queremos simplemente
dejar sentado el valor de que a contra corriente de los levantamientos
y revoluciones campesinas anticapitalistas de la 2º posguerra
encuadrados burocráticamente desde arriba y sin socialismo (China del
’49), con Hugo Blanco al frente, se configuro una lucha campesina
revolucionaria por intermedio de métodos de lucha de clases directa y
democracia de bases, mas allá de que no fue triunfante.
Desde
el sindicato de la localidad de Chaupimayo, Hugo Blanco y otros
dirigentes campesinos / originarios, llevaron a cabo una experiencia
de lucha independiente que ha entrado en la tradición de los
trabajadores del campo y la ciudad de su país, de alguna forma de
la misma manera en que en Bolivia el trotskismo hizo pie a fines de
los ’40 entre el proletariado minero.
“Las
asambleas de masas ponían al indio a la cabeza del proceso. Una
concentración de ponchos en la plaza central del Cusco, en el
corazón de la ciudad. En el court del pórtico de la Catedral, que
domina la plaza. El olor a coca y el quechua permeaban el aire.
Quechua, por las gargantas; Quechua gritado, tirando afuera
centurias de opresión. Marchas por las calles centrales, antes y
después de cada meeting. Ventanas y puertas de los poderosos
miedosamente cerradas ante el avance de las multitudes, una multitud gritando
en Quechua verdades silenciadas por centurias de dominación del
castellano español. Los indios dominaban las plazas y las calles,
calles enteras y las veredas. Esto es lo que las asambleas campesinas
implicaban, mas allá del objeto especifico de cada reunión”[8].
Esta
claro que esta experiencia debe entrar como parte de la tradición
que reivindicamos para el relanzamiento del socialismo revolucionario
en el Perú. Esto mas allá que, esta claro, el centro estratégico de
nuestra acción debe ser desde la nueva clase trabajadora que esta
emergiendo a partir de las nuevas condiciones.
Notas:
1-
“La rebelión de Tupac Amaru, 1780”, Luis Miguel Glave.
Centro de Estudios Rurales “Bartolomé de las Casas”, Cusco, 1982.
En el mismo sentido: “Cuando estalla la rebelión, el Corregidor
(funcionario colonial) era el blanco principal de los rebeldes. Esto
hizo que muchos hacendados no combatieran la revuelta, pero (...)
aunque Tupac Amaru no buscaba enemistades con los criollos que eran
dueños de haciendas, ni con la Iglesia, que era la gran propietaria
de la tierra (...), los campesinos sublevados no distinguieron la táctica
de su líder y emprendieron el ataque contra los lugares de explotación.
Es por ello que la protesta política se convirtió en una revolución
social”. Idem,
Luis Miguel Glave.
2-
Idem, pag. 2
3-
Idem, Kowalewsky.
4-
Zbigniew Kowalewski, “Revolución socialista y unidad
latinoamericana”. En IV Online magazín, abril 2005.
www.internationalviewpoint.org
5-
Cose Carlos Mariategui, “El problema de las razas en América
Latina”. En Textos Básicos, pag. 217, Fondo de Cultura Económica,
Perú, 1991.
6-
José Carlos Mariategui, ídem, pagina 216/9.
7-
Hugo Blanco es el mas importante dirigente campesino del Perú y uno
de los dirigentes de masas mas importantes del trotskismo en toda la
posguerra en el continente. Fue ganado para el trotskismo por la
corriente de Nahuel Moreno, aunque luego se paso al “mandelismo”.
Si bien, lamentablemente, desde el punto de vista político el compañero
hace muchos años viene sosteniendo posiciones oportunistas, es
reivindicable que hasta aun hoy se mantiene como militante entre las
bases campesinas.
8-
Hugo Blanco, “Tierra o Muerte”, pagina 47. Pathfinder Press, Nueva
York, 1972.
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