¿Cristóbal Colón
descubrió América en 1492?
¿O antes que él la descubrieron los
vikingos?
¿Y antes que los vikingos?
Los que allí vivían, ¿no
existían?
Por Eduardo Galeano
Brecha, Montevideo, 07/10/05
Cuenta la historia
oficial que Vasco Núñez de Balboa fue el primer hombre que vio,
desde una cumbre de Panamá, los dos océanos. Los que allí vivían,
¿eran ciegos?
¿Quiénes pusieron sus
primeros nombres al maíz y a la papa y al tomate y al chocolate y a
las montañas y a los ríos de América? ¿Hernán Cortés, Francisco
Pizarro? Los que allí vivían, ¿eran mudos?
Nos han dicho, y nos
siguen diciendo, que los peregrinos del Mayflower fueron a poblar América.
¿América estaba vacía?
Como Colón no entendía
lo que decían, creyó que no sabían hablar.
Como andaban desnudos,
eran mansos y daban todo a cambio de nada, creyó que no eran gentes
de razón.
Y como estaba seguro de
haber entrado al Oriente por la puerta de atrás, creyó que eran
indios de la India.
Después, durante su
segundo viaje, el almirante dictó un acta estableciendo que Cuba era
parte del Asia.
El documento del 14 de
junio de 1494 dejó constancia de que los tripulantes de sus tres
naves lo reconocían así; y a quien dijera lo contrario se le darían
cien azotes, se le cobraría una pena de diez mil maravedíes y se le
cortaría la lengua.
El notario, Hernán Pérez
de Luna, dio fe.
Y al pie firmaron los
marinos que sabían firmar.
Los conquistadores exigían
que América fuera lo que no era. No veían lo que veían, sino lo que
querían ver: la fuente de la juventud, la ciudad del oro, el reino de
las esmeraldas, el país de la canela. Y retrataron a los americanos
tal como antes habían imaginado a los paganos de Oriente.
Cristóbal Colón vio
en las costas de Cuba sirenas con caras de hombre y plumas de gallo, y
supo que no lejos de allí los hombres y las mujeres tenían rabos.
En la Guayana, según
sir Walter Raleigh, había gente con los ojos en los hombros y la boca
en el pecho.
En Venezuela, según
fray Pedro Simón, había indios de orejas tan grandes que las
arrastraban por los suelos.
En el río Amazonas,
según Cristóbal de Acuña, los nativos tenían los pies al revés,
con los talones adelante y los dedos atrás, y según Pedro Martín de
Anglería las mujeres se mutilaban un seno para el mejor disparo de
sus flechas.
Anglería, que escribió
la primera historia de América pero nunca estuvo allí, afirmó también
que en el Nuevo Mundo había gente con rabos, como había contado Colón,
y sus rabos eran tan largos que sólo podían sentarse en asientos con
agujeros.
El Código Negro prohibía
la tortura de los esclavos en las colonias francesas. Pero no era por
torturar, sino por educar, que los amos azotaban a sus negros y cuando
huían les cortaban los tendones.
Eran conmovedoras las
leyes de Indias, que protegían a los indios en las colonias españolas.
Pero más conmovedoras eran la picota y la horca clavadas en el centro
de cada Plaza Mayor.
Muy convincente
resultaba la lectura del Requerimiento, que en vísperas del asalto a
cada aldea explicaba a los indios que Dios había venido al mundo y
que había dejado en su lugar a San Pedro y que San Pedro tenía por
sucesor al Santo Padre y que el Santo Padre había hecho merced a la
reina de Castilla de toda esta tierra y que por eso debían irse de
aquí o pagar tributo en oro y que en caso de negativa o demora se les
haría la guerra y ellos serían convertidos en esclavos y también
sus mujeres y sus hijos. Pero este Requerimiento de obediencia se leía
en el monte, en plena noche, en lengua castellana y sin intérprete,
en presencia del notario y de ningún indio, porque los indios dormían,
a algunas leguas de distancia, y no tenían la menor idea de lo que se
les venía encima.
Hasta no hace mucho, el
12 de octubre era el Día de la Raza.
Pero, ¿acaso existe
semejante cosa? ¿Qué es la raza, además de una mentira útil para
exprimir y exterminar al prójimo?
En el año 1942, cuando
Estados Unidos entró en la guerra mundial, la Cruz Roja de ese país
decidió que la sangre negra no sería admitida en sus bancos de
plasma. Así se evitaba que la mezcla de razas, prohibida en la cama,
se hiciera por inyección.
¿Alguien ha visto,
alguna vez, sangre negra?
Después, el Día de la
Raza pasó a ser el Día del Encuentro.
¿Son encuentros las
invasiones coloniales? ¿Las de ayer, y las de hoy, encuentros? ¿No
habría que llamarlas, más bien, violaciones?
Quizás el episodio más
revelador de la historia de América ocurrió en el año 1563, en
Chile. El fortín de Arauco estaba sitiado por los indios, sin agua ni
comida, pero el capitán Lorenzo Bernal se negó a rendirse. Desde la
empalizada, gritó:
—¡Nosotros seremos
cada vez más!
—¿Con qué mujeres?
–preguntó el jefe indio.
—Con las vuestras.
Nosotros les haremos hijos que serán vuestros amos.
Los invasores llamaron
caníbales a los antiguos americanos, pero más caníbal era el Cerro
Rico de Potosí, cuyas bocas comían carne de indios para alimentar el
desarrollo capitalista de Europa.
Y los llamaron idólatras,
porque creían que la naturaleza es sagrada y que somos hermanos de
todo lo que tiene piernas, patas, alas o raíces.
Y los llamaron
salvajes. En eso, al menos, no se equivocaron. Tan brutos eran los
indios que ignoraban que debían exigir visa, certificado de buena
conducta y permiso de trabajo a Colón, Cabral, Cortés, Alvarado,
Pizarro y los peregrinos del Mayflower.
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