Estados
Unidos versus América Latina
Por
Immanuel Wallerstein
La
Jornada, 22/11/05
Traducción de Ramón Vera Herrera
El
severo rechazo a la diplomacia de Bush en la Cumbre de las Américas
en Mar del Plata, Argentina, el 4 y 5 de noviembre pasado, fue, en
cierto sentido, la culminación de casi dos siglos de difíciles
relaciones entre Estados Unidos y el resto del continente americano.
No surgió de la nada, y seguramente no es el fin de la historia, que,
desde el punto de vista estadounidense, va cuesta abajo
constantemente.
Con
la doctrina Monroe, desde 1823 Estados Unidos proclamó que América,
el continente, era su reserva privada. Con esta doctrina Estados
Unidos saludó la independencia de muchas de las antiguas colonias de
España y advirtió a las potencias europeas que no intentaran
entrometerse nunca más en el continente. Por supuesto no se le
extendió un reconocimiento semejante a Haití, Estado dominado no por
colonizadores blancos sino por ex esclavos negros y colorados libres.
Washington se negó a reconocer a Haití hasta 1862 (cuando la secesión
de sus estados esclavistas alivió algo de la presión que pesaba
sobre el gobierno estadounidense). Sin duda Estados Unidos no tenía
manos libres en América Latina; durante todo el siglo XIX Gran Bretaña
era todavía la fuerza económica (y política) dominante en la región.
Pero
lentamente Estados Unidos estableció su primacía en México (después
de varias escaramuzas militares), en el Caribe (especialmente después
de la guerra hispano–estadounidense) y eventualmente en Sudamérica.
A principios del siglo XX se sintió en libertad de arrancar a Panamá
de Colombia (para construir el canal) y de enviar marines a imponer su
orden (y defender sus intereses corporativos) en varios estados
centroamericanos y caribeños presumiblemente soberanos.
La
política del gran garrote que implicó una intrusión imperial
abierta, fue básicamente la única que ejerció Washington hasta
1933, cuando Franklin Roosevelt proclamó en sustitución la política
del buen vecino, y la aplicó a Cuba, México y Puerto Rico, entre
otros sitios. Después de eso no se abandonó del todo el gran garrote
(la invasión de Bahía de Cochinos en Cuba en el periodo de Kennedy,
los marines enviados a República Dominicana en el gobierno de Johnson,
la invasión de Granada con Reagan y la de Panamá en el régimen de
George Bush padre). Tampoco debemos olvidar las innumerables veces que
Estados Unidos respaldó de modo encubierto golpes militares
(notablemente en Guatemala, Brasil, Chile y –sin éxito– en 2002
en Venezuela). Pero el gran garrote alternaba con diplomacia más
suave. Y fue una diplomacia más suave la que George W. Bush intentó
usar de manera torpe en Mar del Plata.
No
funcionó. ¿Por qué? Mientras que en cierto sentido Bush no intenta
nada nuevo en América Latina, pues meramente continúa en la región
las políticas de sus predecesores, sus aventuras en Irak han
estorbado la capacidad de que esta política funcione. Al tratar de
empujar –de manera muy lamentable– su política de intimidación
machista en Medio Oriente, Bush ha minado radicalmente el nivel de
respaldo mundial para su país y al tiempo ha amarrado los
instrumentos de su fuerza (militar, financiera y política). La
culminación de dos siglos de dominación en América Latina es la
imagen de Estados Unidos como un gigante con los pies de barro. Tan sólo
miremos la serie de golpes al poderío y el prestigio estadounidenses
que se asestaron antes y durante Mar del Plata.
El
presidente de Argentina, Néstor Kirchner, abrió la reunión con un
discurso en el que declaró que Estados Unidos tenía la "inescapable
e inexcusable" responsabilidad por las políticas que condujeron
a la pobreza y a una tragedia social en América Latina. Específicamente
citó el consenso de Washington y las políticas de ajuste estructural
del Fondo Monetario Internacional. Pese a que éste es el lenguaje
tradicional de la izquierda en América Latina, es probablemente la
primera vez que el anfitrión de una reunión internacional dice esto
en público con el presidente estadounidense enfrente. ¿Se retiró
Bush? No, refrenó la lengua y se concretó a alabar a Kirchner por
las mejoras que ha logrado en la economía argentina.
Entretanto,
Hugo Chávez, el presidente de Venezuela que se ha tornado la gran némesis
de Estados Unidos, habló frente a un público vasto, y denunció las
perfidias de Washington. Se le unió, entre otros, el gran héroe del
futbol argentino (y de América Latina) Diego Armando Maradona, quien
aprovechó la ocasión para decir que "Fidel (Castro) es Dios, y
Bush es un asesino". Puede que las estrellas del soccer no
califiquen como analistas políticos, pero tienen mucha influencia en
la opinión pública.
La
reacción estadounidense a Kirchner e incluso a Chávez fue suave
porque Estados Unidos se concentraba en que saliera algo de la cumbre
–un compromiso, la confirmación de un compromiso–: lograr el Area
de Libre Comercio de Las Américas (ALCA). Aquí Estados Unidos se topó
con un bloque de granito: los cuatro estados que conforman el Mercosur
–Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay–, más Venezuela, dijeron
que no. El presidente de México, Fox, intentó reclutar a los otros,
pero sin Brasil, Argentina y Venezuela el ALCA está, como proclamó
Chávez, "muerto y lo estamos enterrando aquí". Y mientras,
esos mismos países fortalecen sus lazos económicos con Europa y
China en detrimento de Estados Unidos.
Bush
ha impulsado dos cosas en América Latina: el ALCA, ahora muerto, y
aislar a Cuba. Aunque Cuba no fue invitada a la cumbre (Bush no habría
venido en ese caso), justo pocos días después la Asamblea General de
Naciones Unidas votó una vez más –y con la más alta votación
hasta el momento (182 a 4, con una abstención y cuatro países que no
votaron)– en favor de poner fin al bloqueo a Cuba. Lo más que pudo
lograr Estados Unidos de América Latina fueron dos "no
votos", de Honduras y Nicaragua.
Finalmente,
aunque en Mar del Plata México fue uno de los pocos defensores públicos
de Estados Unidos respecto del ALCA, poco días antes México había
ratificado el tratado de la Corte Internacional de Justicia, y específicamente
rehusó firmar el llamado acuerdo bilateral de no rendición que
Estados Unidos insiste en obtener en todas partes para sus propios
soldados.
La
doctrina Monroe está muerta. Y pocos lo lamentan.
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