Ola centroizquierdista en Latinoamérica
Camino
a una nueva frustración
Editorial de Socialismo o Barbarie, periódico, 26/01/06
La asunción de Evo
Morales como presidente de Bolivia fue la coronación de una
seguidilla de acontecimientos que pusieron a las relaciones entre los
países sudamericanos en el centro del escenario. Repasemos: la
victoria de Michelle Bachelet, la candidata de la Concertación
(Democracia Cristiana y Partido Socialista) en Chile; las reuniones de
Lula con Kirchner y de ambos con Chávez para tratar el ingreso de
Venezuela al Mercosur y los reclamos de los socios menores del bloque,
Uruguay y Paraguay; el conflicto entre Argentina y Uruguay (o, para
ser más exactos, entre el pueblo de Gualeguaychú y el gobierno del
Frente Amplio) por las papeleras, y la eventualidad de un tratado de
libre comercio entre EEUU y Uruguay.
Por supuesto, enseguida volvieron a aparecer los compradores (y
vendedores) de buzones cacareando sobre la “unidad latinoamericana
contra EEUU” (aunque se cuidan bien de decir antiimperialista). El
presidente Kirchner, especialista en la comercialización de humo y
baratijas ideológicas desde la tribuna, anunció pomposamente que
“se terminó la idea de una América del Sur Cenicienta del mundo”
y llamó a construir “una fuerte alianza regional” (Clarín,
19-1-06). Con su propio estilo, Lula, Evo y Chávez entonaban la misma
melodía, acompañados en Argentina por el desafinado coro de
“progres” al que sumó su voz, una vez más
–desgraciadamente–, Hebe de Bonafini.
¿Cuánto
hay de cierto en esta publicitada “onda progresista” (Lula dixit)
en América Latina? Vamos a tratar de ordenar los elementos en cuestión.
En primer lugar, si se compara con el ciclo político anterior de América
Latina –el de los 90, de neoliberalismo y “relaciones carnales”
con EEUU–, el cambio es evidente. Pero eso no justifica el
entusiasmo facilista de los que creen que se viene una consumación
moderada y pacífica de los ideales de los 70. En realidad, todos los
analistas con un mínimo de seriedad coinciden en que si algo tienen
en común todos los gobiernos de “centro izquierda” de la
región –con la excepción, acaso, de Chávez–
NO es ser socialistas, ni antiimperialistas, ni
nacionalistas, sino realistas. Es decir, gente que matiz más,
matiz menos, no va a cuestionar, ni mucho menos sacar los pies del
plato del capitalismo globalizado y de las relaciones de poder
internacionales tal como son hoy. Creer lo contrario de Evo o de
cualquiera de las mandatarios centroizquierdistas actuales, es
encaminarse a una nueva frustración.
En ese sentido, y más allá de cierto revuelo provocado por algunos
miembros del nuevo gabinete boliviano, los que ponen los ojos en
blanco al hablar del “indígena presidente” harían bien en
recordar el chasco que se llevó buena parte de la izquierda (incluido
el MST argentino) que se entusiasmó con la asunción del “obrero
presidente” Lula... Sin duda, Evo llega al poder en condiciones muy
diferentes: por ejemplo, su victoria es un reflejo –si bien
distorsionado– de las profundas rebeliones que convulsionaron
Bolivia en los últimos cinco años; nada parecido ocurrió en Brasil.
De lo que se trata es de llevar el análisis un poco más allá del
encandilamiento con la “chompa” de Evo.
“El populismo no siempre es malo”
Acaso de manera tardía, la diplomacia yanqui tomó nota de que, sin
tener por qué asustarse de cucos como Bachelet o Tabaré Vázquez (y,
en todo caso, debiendo adecuarse a ciertas reformas cosméticas), ya
era hora de cambiar los modales –no la estrategia, por
supuesto– en su relación con los países de la región. El símbolo
de esta “era de comportamiento civilizado”, que contrasta con la
torpe patoteada de Bush y Fox en la Cumbre de las Américas, es el
perfil de Thomas Shannon, el nuevo subsecretario de Estado yanqui para
Asuntos Hemisféricos (algo así como un ministro de Patio Trasero).
Los subsecretarios anteriores, Otto Reich y Roger Noriega, eran dos
rotundos orangutanes que a cualquier intento de diálogo contestaban
con amenazas. Obsérvese, en cambio, el debut de Shannon en su función:
explicó, para sorpresa y disgusto de la derecha dura acostumbrada a
los rebuznos de Noriega, que “el populismo no siempre es malo”. Es
decir, como reconociendo que el Estado tiene derecho a conservar la
atribución de encargarse de alimentar a las masas a las que el
capitalismo priva de todo sustento.
Se trata, para los yanquis, de admitir una realidad: no se puede
dominar en la región exactamente de la misma manera que en los 90,
cuando Menem, Fujimori, Collor, Cardoso, Banzer, etc., les ponían la
alfombra roja y les decían “llévense lo que quieran”. Ahora, la
relación implica aceptar que los gobiernos de la región necesitan
cierto margen de maniobras para contener el desastre social de los 90,
y que no se pueden llevar las cosas al extremo como en Argentina
(2001) y Bolivia (2003 y 2005). Ningún gobierno de la región puede
aspirar a una mínima estabilidad si se presenta como un
vasallo total de EEUU en las decisiones económicas, sociales o de política
exterior. La sujeción al imperialismo debe adoptar formas más
digeribles que no excluyen algún margen de autonomía.
El
panorama que se encuentra Mr. Shannon en Sudamérica no es el de un
arco político-ideológico totalmente homogéneo (incluso descontando
a amigos dilectos como Álvaro Uribe en Colombia, Nicanor Duarte
Frutos en Paraguay y Hugo Toledo en Perú). EEUU ve dos sub bloques en
el “centro izquierda”. Uno, es el que componen Bachelet, Lula,
Tabaré y algo más críticamente, incluso Kirchner: gente seria y
confiable, a veces antipática, pero a la que se le pueden encargar
incluso ciertos trabajos sucios, como “pacificar” Haití y ayudar
a controlar a los miembros del otro sub bloque. Allí encontramos a
gobiernos que EEUU mira de reojo: Evo y, sobre todo, Chávez.
Pero confiar más en unos que en otros no significa cortar relaciones
con los “sospechosos” (aquí, nuevamente, en el caso de Chávez
está la especificidad de que este ensaya cierta orientación no ya
autónoma, sino independiente, aunque enteramente dentro del
capitalismo). Después del triste papel que cumplió el embajador
yanqui en Bolivia, Manuel Rocha –cuya histeria anti Evo contribuyó,
sin duda, al triunfo del candidato del MAS–, Shannon optó por una
postura mucho más dialoguista y respetuosa. Después de todo, Evo no
es un “vendedor de droga”, como decía el palurdo de Rocha, sino
un gobernante que defiende su base social y que se mostró dispuesto a
“una alianza con EEUU para la lucha contra el narcotráfico”.
Es por eso que en su discurso de asunción y frente al propio
Shannon,
Evo pudo decir sin faltar del todo a la verdad que “Bolivia no está
sola, Fidel y EEUU nos apoyan” (Clarín, 23-1-06).
Negocios son negocios
El centroizquierda latinoamericano cacarea por la “unidad estratégica”
regional, pero en los hechos cuida el bolsillo de sus burguesías
locales. Una clara muestra de esto es la cuestión del MERCOSUR y
las relaciones con EEUU. El MERCOSUR no es un mercado común, ni
siquiera una verdadera unión aduanera. Por eso los socios menores,
Uruguay y Paraguay, están buscando por su cuenta abrochar acuerdos
bilaterales de libre comercio, sobre todo con EEUU, por fuera del
MERCOSUR. Que Duarte Frutos sea un político burgués de derecha y que
Tabaré Vázquez sea la figura principal del Frente Amplio (una de las
coaliciones de “izquierda” más antiguas del continente) no cambia
nada. La coherencia con la historia importa poco; lo que importa es
garantizar que la clase capitalista local pueda hacer buenos negocios.
Así, se entienden muchas cosas:
1) que Paraguay le dé a los yanquis permiso para instalar una base
militar cambio de migajas;
2) que la “izquierda” uruguaya defienda el tratado de protección
de inversiones con EEUU y proponga un acuerdo bilateral por fuera de y
contra el MERCOSUR (asociación que, según el actual ministro
uruguayo y ex tupamaro José Mujica, “no sirve para un carajo”);
3) que Kirchner y Lula hayan aceptado la necesidad de ser
“flexibles”con esos acuerdos extra bloque (lo que significa que el
MERCOSUR vale, en los hechos, un billete de dos patacones);
4) que Evo haya dicho que está abierto a cualquier variante (MERCOSUR,
ALCA, Unión Europea, acuerdos bilaterales, lo que venga). Ya dejó
una pista: aclaró que “la
asociación plena con el MERCOSUR será bienvenida sólo si fuera
buena para las microempresas” (¿Y los trabajadores? Mal, gracias);
5) que Chile, miembro observador del MERCOSUR, tenga firmado un acuerdo
de libre de comercio con EEUU;
6) que las burguesías de Argentina y Brasil no pueden resolver sus
diferencias comerciales en el seno del MERCOSUR –reflejo del
distinto peso y desarrollo de ambas– desde hace 20 años;
7) que
Kirchner, al respecto y constatando que “en Brasil hay una
burguesía industrial muy fuerte”, suspirara con resignación porque
“nosotros no tenemos esa burguesía” (Clarín, 20-1-06);
8) que el ALBA, la “alternativa bolivariana” de Chávez al ALCA, no
sea más que una fachada para el programa de TV “Aló Presidente”
y para los discursos como en la Cumbre de Mar del Plata, sin ninguna
entidad real;
9) que todo el arco político uruguayo haga causa común con su burguesía
–y con la política de Estado de forestar medio Uruguay– en la
defensa de las papeleras, que van a invertir una suma muy
considerable.
La lista podría seguir y seguir, pero con esto alcanza.
Los progres y reformistas sintieron por un momento que se inflamaban
sus olvidados ardores revolucionarios cuando escucharon a Evo decir
que iba a “retomar las tareas que dejó el Che”, sólo que “sin
armas y en democracia”... Pero a no engañarse. El pragmatismo
de los que en la tribuna parecen agitadores pero que en su despacho
actúan casi como gerentes, fue resumido por una frase que merecería
encabezar, por su claridad, cualquier artículo que se escriba sobre
el “progresismo” latinoamericano. Dice así: “La función de
un presidente es hacer buenos negocios para su país”. La dijo
el mismísimo Evo Morales, pero podrían firmarla Lula da Silva, Néstor
Kirchner, Michelle Bachelet, Tabaré Vázquez, e, incluso, Hugo Chávez.
El que seguro no firmaría es Ernesto Guevara.
Manipulación electoral
Un elemento que, dentro de todo, pone contento al Departamento de
Estado yanqui, es que toda esta “onda progresista” se da en el
marco de una relativa relegitimación y/o consolidación de las
instituciones de la “democracia” burguesa. Instituciones que
vuelven a ser vistas por el conjunto de la población como el
instrumento apropiado para generar cambios políticos, sobre todo
en el caso del voto. En Bolivia, en particular, el imperialismo
estaba particularmente interesado en que las rebeliones en las calles
dejaran paso a la acumulación de papeletas electorales. En un país
como este, con su tradición revolucionaria y de inestabilidad política
y social, los yanquis y la clase capitalista ven imprescindible una
recuperación institucional. El analista boliviano de derecha Carlos
Toranzo Roca, a la vez que mascaba bilis por el triunfo de Evo, se
consolaba con la idea de que, al menos, “Bolivia abrió un camino
de cambio por la vía del voto, por medio de una democracia que
dio espacio a todos sus actores sociales” (Clarín, 23-1-06).
A esta idea de “cambio por la vía del voto” se le quiere sumar el
discurso, que en Argentina conocemos bien, de la “gestión
eficiente”. Es decir, las cosas van a mejorar porque sacamos a
políticos corruptos o ineptos y ponemos a gente que no roba. El
citado Toranzo Roca explica que Evo “capitalizó el voto de quienes
estaban hartados del clientelismo (…) votaron por Morales… como un
rechazo a los viejos políticos marcados por la corrupción. La gente
votó (…) por la necesidad de conectar la ética con la política”
(Idem).
De esta manera, se quiere reducir de movida el espectro del “cambio
posible” a lo puramente institucional, a los derechos
democráticos comprendidos y asumidos sólo formalmente (y, por
lo tanto, no realmente satisfechos). Abonan una idea parecida los
que saludan el triunfo de Evo como la incorporación de las masas indígenas
al Estado, y solamente eso (lo que tampoco es exactamente la
realidad).
Lo que está ausente aquí es el verdadero motor de las
rebeliones populares (e, indirectamente, del triunfo de Evo). Es
decir, los motivos sociales, que son los únicos que podrían dar
base material para resolver realmente las reivindicaciones democráticas:
la propiedad de los recursos naturales, la expropiación de las compañías
extranjeras, la salida de la miseria y la explotación acabando con el
capitalismo. Incluso los aspectos “institucionales” pendientes,
como la Asamblea Constituyente y la cuestión de las divisiones
regionales, están en el fondo supeditadas a los reclamos sociales.
Evo ya se subió al verso de que todo depende de la “buena gestión”
y de la pulcritud de comportamiento, como si las relaciones de fuerza
entre las clases no existieran o no importaran. Según él, si los
gobiernos anteriores “hubieran sido inteligentes administradores de
nuestra patria, Bolivia sería mejor que Suiza”, ya que Bolivia
tiene más recursos naturales que Suiza. También aquí, pareciera que
todo depende de la “inteligencia” u “honestidad” de los
“administradores”. La elemental distinción entre un país europeo
desarrollado y un país que sufre al expolio imperialista desde su
nacimiento y aun antes queda totalmente velada.
No, no alcanza con la “administración inteligente” para hacer que
Bolivia sea Suiza. Sin una ruptura con los múltiples lazos de
dependencia y explotación que someten a Bolivia, ese país no dejará
de ocupar el lugar de una de las naciones más pobres del planeta.
Pero mal puede romper con esos lazos de sometimiento quien ni siquiera
los expone a plena luz, y se conforma con reclamar “un trato
igualitario” a quienes explotan el trabajo y las riquezas
bolivianas.
Los sucesivos procesos electorales en el continente, aun dándole la
victoria a los “progresistas”, buscan re-legitimar las
instituciones del régimen de la “democracia” colonial, sirviendo
de desvío y mediación para el desarrollo de movimientos que
cuestionen el orden social.
Poner bien en alto las luchas y reivindicaciones obreras
Por lo tanto, no hay que encandilarse con las mieles de los
discursos de los nuevos mandatarios.
Su grado de “radicalidad” ha dependido del proceso que los vio
surgir: donde no ha habido rebelión popular (como en el caso de
Chile, Uruguay o Brasil) se trata de variantes neoliberales casi puras
y duras. Donde sí ha habido rebeliones populares, como en Argentina,
Bolivia o Venezuela, se trata de diversos grados de retoques, reformas
o incluso lisa y llanamente cambios respecto de la orientación
prevaleciente en los 90. Pero lo que nunca se debe perder de vista es
que en todos los casos –incluso el de Chávez y su prédica del
“socialismo en el siglo XXI”– se trata de gobiernos 100%
capitalistas. Gobiernos que no son nuestros gobiernos, no
son gobiernos de la clase obrera y los explotados, sino gobiernos
capitalistas normales (como es el caso de Kirchner en nuestro país),
nacionalistas burgueses (como es el caso de Chávez) o,
incluso burgueses “anormales” de Frente Popular (como es el
caso de Morales en Bolivia).
En todos los casos, de
lo que se trata es de no dejarse cooptar.
Llamar a no confiar en estos gobiernos de desvío de las luchas
y rebeliones populares. Levantar bien en alto todas las peleas y
reivindicaciones obreras, trabajando por preparar la alternativa
revolucionaria para el inevitable momento en que amplios sectores
de masas comiencen a hacer la experiencia con estos gobiernos y se
vuelva a colocar a la hora del día nuevas rebeliones populares en las
que, ahora sí,
se deberá luchar a brazo partido por que se
transformen en revoluciones sociales.
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