La fase actual del conflicto
Una
encrucijada sin salida
Por
Isidoro Cruz Bernal
Socialismo
o Barbarie, periódico, 25/02/06
La
puja desatada en torno a las plantas de celulosa ingresó en una nueva
etapa hace un poco más de una semana ya que pasó a expresarse como
un conflicto entre estados. Esto se debe al brusco giro de Kirchner,
que dio instrucciones al canciller Taiana para comenzar el reclamo
ante la Corte Internacional de La Haya pidiendo la paralización de
las obras en la costa de Fray Bentos.
Lumpen–chauvinismo
¿Cual
es el significado de estos hechos? Empecemos por lo más anecdótico.
Fiel a sus hábitos políticos más acendrados, el gobierno ha dado un
giro en la política que venía desarrollando en esta cuestión. Dos
semanas atrás Kirchner hizo declaraciones en las que bajaba el tono
de la disputa, cuando planteó que el Uruguay tenía derecho a buscar
otros caminos alternativos a los que le ofrecía el Mercosur. Allí
ubicó la cuestión de las plantas de celulosa. Incluso le dio pie a
una serie de gobernadores para que le cayeran por la cabeza a Busti.
Solá, por ejemplo, declaró que Busti estaba molesto porque las
plantas de celulosa habían elegido a Uruguay, y no a Entre Ríos,
para instalarse.
Ahora,
al darse cuenta que puede capitalizar políticamente esta crisis,
declara que es una “causa nacional” y se pone a la cabeza del
reclamo. Cumple, en el fondo, con el persistente pedido de la asamblea
ambientalista de Gualeguaychú, que siempre orientó su accionar hacia
la exigencia al estado nacional para que hiciese presión sobre el
Uruguay. Kirchner, de una manera similar a lo que hizo en Mar del
Plata (es decir, recibiendo a Bush y al mismo tiempo impulsando las
demostraciones del ala derecha del altermundialismo), concentra en un
lapso muy breve dos políticas altamente contradictorias. Primero dio
claras señales conciliatorias hacia Uruguay y ahora le echa nafta
al fuego siguiendo su lógica de gobierno burgués que va a la
rastra de los humores de la llamada “opinión pública”. Este
rasgo irresponsable y lumpen del kirchnerismo no nos produce a
los socialistas el espanto que le da a la oposición burguesa de
derecha, que clama al cielo pidiendo por un “estadista” que lleve
“políticas previsibles y a largo plazo”. Lo tomamos como un dato
de hecho, un recurso que deja a la vista el modo de hacer política de
nuestro enemigo actual.
Al
mismo tiempo, tenemos que decir que todo esto es un verso. Kirchner
hace lo que le sale más fácil, “habla para la tribuna”,
conciente de que la instalación de las plantas de celulosa es un
hecho y que cuando esto se materialice no va a tener que pagar
ninguna clase de costo político, ya que aparece, ante la voluble
“opinión pública”, oponiéndose a las plantas de celulosa. Una
oposición “pour la galerie”, ya que Kirchner sabe que los
fallos de la Corte de La Haya no son vinculantes para el país
perdedor (en caso de que Uruguay pierda, además).
La otra orilla
Las
maniobras kirchneristas contrastan con la actitud del progresista
Tabaré Vázquez. Éste pone cara de “gran estadista” y hace
gestos para el bronce mientras se erige en el defensor más pertinaz
de la “seguridad jurídica” para la inversión extranjera, que ha
sido uno de los rasgos más característicos de su gobierno. Ha
querido demostrar, casi hasta la exageración, que la orientación de
los proyectos heredados de la coalición rosada (colorada y blanca),
que gobernó durante 10 años seguidos, no corren ninguna clase de
peligro con su administración. Después de todo, el proyecto de
las plantas de celulosa fue gestado bajo el gobierno de Jorge Batlle
(el que devaluó los salarios un 20% en la crisis del 2002). A ello
hay que agregar que las inversiones en forestación, funcionales a las
plantas de celulosa, comenzaron en el gobierno de Lacalle y llegaron a
su apogeo en el segundo mandato de Sanguinetti. Esta forestación
irracional va a ser lo que alimentará las plantas de celulosa, y su
implementación ha colaborado en desplazar cualquier proyecto de
explotaciones ganaderas o agrarias, más congruentes con las características
de la región. Además, el árbol que han plantado en mayor número en
esta zona es el eucalipto, que no tiene depredador natural en este
ecosistema y que ha ocasionado escasez de agua en varios pequeños
pueblos del interior.
En
términos generales, podemos decir que el proyecto de las plantas de
celulosa es representativo de la línea general de compromiso con
los intereses del gran capital y de no ruptura con el neoliberalismo
que ha seguido el gobierno “progresista” de Vázquez, Astori y
Mujica.
La
pregunta a contestar es: ¿por qué la actitud de este gobierno goza
de un apoyo mayoritario? Una razón ya la dimos implícitamente. Al no
significar una ruptura con la orientación política, económica y
social con los anteriores gobiernos neoliberales, tanto colorados como
blancos no han tenido empacho en ir contentos hacia la “unidad
nacional” con Tabaré.
Por
el lado de la población trabajadora, a pesar del curso político
concreto del gobierno, aún queda cierta expectativa en que el
gobierno “del Frente” muestre algunos rasgos diferenciadores con
respecto a los partidos tradicionales. La experiencia con el Frente
Amplio recién hace un año que se está desarrollando y el gobierno
tiene el crédito, aunque sea, de haber sido largamente deseado y
hasta fantaseado por el electorado que se define de izquierda, cuya
proporción oscila entre el 20 y el 30% de la población.
Otro
costado del problema es que Uruguay no escapa a las generales de la
ley de este período histórico en América Latina. Después del
empobrecimiento ocasionado por las políticas de los años 90 se está
viendo que, a través de concesiones relativamente fáciles y
“baratas” de dar (planes sociales, por ejemplo), los gobiernos
de centroizquierda ganan apoyo político. Otro aspecto de esa política
es la de atraer inversiones de características depredatorias con la
excusa de que “dan trabajo”, sin que importe su forma y
condiciones y, para colmo, presentando a los capitalistas casi como
benefactores.
Como
resultado de las políticas neoliberales, la clase obrera uruguaya ha
perdido peso en el país. Ha quedado reducida al cinturón obrero
alrededor de Montevideo (también bastante adelgazado), mientras que
en el interior del país ha sido considerablemente desestructurada. La
construcción de las plantas de celulosa ha generado una migración de
obreros de varias zonas del interior del país (muchos de ellos han
llegado a dormir en bancos de plaza con la esperanza de ser tomados en
la construcción de las plantas). Éstas, si bien no darán más de
400 o 500 puestos permanentes de trabajo, van a conformar una
concentración de trabajadores en Fray Bentos, zona que se encuentra
en la parte costera más poblada del país.
Por
su parte, la central sindical, el PIT–CNT, pese a su apoyo de
tipo general al gobierno y de que los sectores clasistas o
independientes sean bastante minoritarios, ha planteado su oposición
a las plantas de celulosa. A esto hay que sumar un elemento
contradictorio, que es el hecho de que la subida de Tabaré al
gobierno ha producido un alto a la represión antisindical y una
reafiliación de más de 30.000 trabajadores al PIT–CNT (por
supuesto que la apuesta del gobierno es que sean los sectores más
burocráticos de la central los que se encarguen de que la clase
obrera se quede quieta y se conforme con lo que Tabaré se digne a
dar). Estas señales pueden, quizá, indicar un comienzo en la
recomposición social y política de los trabajadores uruguayos.
La asamblea de Gualeguaychú
Desgraciadamente,
la política llevada adelante por la asamblea ambientalista fue
completamente funcional a que la mayoría del pueblo uruguayo se
abroquelara en favor del estado burgués. La única forma que
hubiera habido de evitar que no se construyeran las plantas de
celulosa era conquistar base social en la otra orilla. Lograr eso no
depende de la asamblea de Gualeguaychú por entero. Pero ésta podría
haber evitado las groseras manifestaciones de chauvinismo nacionalista
en que cayeron. En vez de manifestar solamente con banderas
argentinas, podrían haber llevado algunas uruguayas para tratar de
apelar a la conciencia de sectores populares del país vecino.
Contrariamente a esto, la asamblea lo único que hizo fue pedirle a
Busti y Kirchner que “defendieran a la nación argentina” en
contra de Uruguay. Jamás entró en sus consideraciones ni en sus
argumentaciones el problema de la falta de empleo en el interior de
Uruguay. El discurso ambientalista suena en los oídos de los
trabajadores de la zona como una excusa hipócrita, cuyo único
resultado concreto es empujarlos a los brazos de Tabaré Vázquez. El
discurso chauvinista y, de hecho, anti–obrero de la asamblea también
tuvo como efecto alejar la posibilidad de continuar la movilización
conjunta con la izquierda y los movimientos sociales que, en Uruguay,
se oponen a las plantas de celulosa (lo cual se había dado
inicial y embrionariamente a mediados de 2005).
Las
raíces de esta política están en la base social de la
asamblea de Gualeguaychú: una clase media, acomodada en gran parte,
perteneciente a una provincia económica y socialmente atrasada,
comparada con la cual el Uruguay es sinónimo de modernidad
vertiginosa. Este sector, en parte por sus características de clase,
desgraciadamente, no pudo escapar al abrazo de oso del estado burgués,
que rápidamente lo dirigió hacia un chauvinismo sin salida.
Algunas enseñanzas
Una
lucha conjunta, de ambas orillas, contra las plantas de celulosa
hubiera sido el único desarrollo progresivo para esta situación. Era la única manera de que el resultado del
conflicto, cualquiera que fuere, no se percibiera como una “derrota
del propio país”. Al no desarrollarse los acontecimientos en ese
sentido, la dinámica de la situación no tardó en cristalizarse
hacia un enfrentamiento nacionalista entre dos países periféricos
de carácter reaccionario por ambos lados.
Una
enseñanza muy pertinente que deja este desgraciado conflicto es que
no se puede estar incondicionalmente a favor de un método de lucha
(el piquete en este caso), independientemente del sector social
que lo lleva a cabo. Cuando lo pusieron en práctica los compañeros
de Cutral–Có, Mosconi o sectores de los desocupados del Gran Buenos
Aires los piquetes fueron, en sus expresiones más avanzadas, una
parte de la recomposición de la clase trabajadora en Argentina. No
sucede lo mismo cuando un grupo socialmente de clase media bloquea
puentes (primero con tolerancia estatal y ahora con apoyo explícito)
con el objetivo explícito de estropearle la temporada al pauperizado
interior uruguayo dedicado al turismo, mayoritariamente formado por
pequeños burgueses tan o más arruinados que los de la orilla opuesta
y que lo viven como una “agresión” indiscriminada al Uruguay como
tal. Aunque ésta sea una percepción errada de los términos reales
del conflicto, cualquier corriente que haga política seriamente no
puede dejar de tomarla en cuenta.
El
hecho de que algunas corrientes trotskistas, como el PO, digan que
“Gualeguaychú es un pueblo piquetero” demuestra que han perdido
los parámetros de clase desde hace varios años y que les va a costar
reencontrarse con ellos si juzgamos a partir de semejantes
“elaboraciones”. Las dos MSTs no han llegado a los exabruptos del
PO, pero parecen pensar que basta con hacerle seguidismo acrítico
a la asamblea de Gualeguaychú para creer que fijan alguna clase de
posición política con esto.
Para
que no haya falsas polémicas: no somos “obreristas” que creemos
que todo lo que no haga la clase obrera industrial concentrada y de
mameluco es reaccionario. Por lo tanto, no juzgamos como no progresiva
a la asamblea de Gualeguaychú por su carácter social (pequeñoburgués).
Sabemos que la historia del socialismo revolucionario (y de la lucha
de clases internacional) está llena de pequeñoburgueses que
contribuyeron eficazmente a ella. La juzgamos por su política
chauvinista, pro–estado y absolutamente opuesta a confluir con
sectores opositores a las plantas de la otra orilla. ¿Acaso tendría
Tabaré Vázquez las manos libres para engañar a su pueblo si hubiera
habido manifestaciones conjuntas contra las plantas de celulosa hasta
llegar a una lucha común?
Por
último, una cuestión programática que los marxistas revolucionarios
tenemos que incorporar es el estudio serio de los problemas
ambientales desde un punto de vista anticapitalista. En Europa,
hace más de 20 años que los revolucionarios elaboran planteos políticos
sobre esa materia. En América Latina durante muchos años pensamos
que era un “problema de los países imperialistas y ajeno a nuestros
pueblos”. En los últimos años empezamos a comprobar que eso no es
así. Pero esta comprobación no puede llevarnos a enfoques
desequilibrados que caracterizan a amplios sectores del ambientalismo,
para los cuales el enemigo de la naturaleza parecería ser la
modernidad como tal.
Por
supuesto, no ubicamos a las plantas de celulosa de Botnia, Ence y
Tabaré como ejemplo de modernidad, sino que alertamos contra un
conformismo que vemos extenderse en la izquierda latinoamericana, que
de no interesarse en absoluto en la problemática ambiental ha pasado
a “comprar” los peores argumentos de un “pobrismo” pequeño
burgués. También en las cuestiones ambientales creemos que, más allá
de tratar de estudiarlas con la mayor seriedad posible, hay que mantener
un parámetro de clase. La defensa de la naturaleza contra la
voracidad depredadora del capitalismo actual depende del triunfo político
y social de la clase obrera y de ningún modo de la “sensibilidad”
o la “conciencia” de una “opinión pública” que es, lisa y
llanamente, el otro yo de los medios de comunicación de la sociedad
capitalista.
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