I
– Naufraga el ALCA, emergen los bilaterales
Por
Claudio Katz ()
Enviado
por el autor, 26/03/06
Resumen:
La versión original del ALCA ha fracasado por
conflictos entre empresarios, divergencias entre gobiernos y
resistencias populares. Este proyecto intentaba reforzar la dominación
integral de Estados Unidos sobre Latinoamérica mediante privilegios a
los exportadores y corporaciones del norte. La iniciativa fue apoyada
dentro y fuera de Estados Unidos por las firmas más
internacionalizadas y objetada por los sectores más dependientes de
cada mercado interno.
Estados Unidos ya ha lanzado una contraofensiva
para suscribir tratados bilaterales que radicalizan la agenda
neoliberal y aumentan la indefensión de las economías
latinoamericanas. El antecedente de México ha sido nefasto en materia
agrícola, laboral y ambiental. El convenio con Chile acentuó la
primarización exportadora y las asimetrías con el gigante
norteamericano son monumentales en los TLCs negociados con Centroamérica
y los países andinos.
La primera potencia busca bloquear la concurrencia europea
que se canaliza a través de España. Pero este rival no desafía la
hegemonía norteamericana, ni ofrece condiciones de librecomercio más
benévolas para América Latina. A diferencia de Europa, Estados
Unidos no necesita conformar una estructura estatal asociada para
reforzar su hegemonía. Por eso impulsa tratados que desnivelan los
mercados de trabajo, impiden monedas comunes y desconocen la
existencia de fondos de compensación regional.
En las negociaciones multilaterales de la OMC se verifican
las mismas tensiones que han estancado al ALCA. Pero también allí
las grandes potencias recurren a alianzas bilaterales para replantear
sus exigencias. América Latina no ha perdido relevancia para Estados
Unidos, especialmente en el contexto actual de cuestionamiento al
neoliberalismo y renacimiento del antiimperialismo.
Naufraga el
ALCA
El proyecto norteamericano de constituir una Área de Libre
Comercio para las Américas (ALCA) atraviesa una severa crisis. Una
negociación que debía concluir el año pasado está paralizada desde
el 2003 por el efecto combinado de conflictos entre grupos
capitalistas, divergencias entre gobiernos y resistencias populares.
Las
tratativas quedaron definitivamente bloqueadas cuando las disidencias
alcanzaron una dimensión inmanejable en torno a 5.300 puntos de
conflicto (corchetes en los documentos discutidos). Estas
discrepancias obligaron a suspender las conversaciones.
A
fines del 2005 Bush intentó relanzar la negociación en la cumbre de
Mar del Plata. Lanzó un repentino ultimátum, exigió reiniciar de
inmediato las tratativas y logró el apoyo de un significativo bloque
de mandatarios. Pero su demanda generó también fuertes críticas y
condujo al naufragio del encuentro. Todos los comentaristas resaltaron
este fracaso y algunos evaluaron que constituyó un desastre político
mayúsculo para el presidente norteamericano.
Este resultado confirmó que –al menos en su versión
original– el
ALCA agoniza. ¿Pero cuál es la envergadura de este fracaso?
La respuesta depende de la caracterización del tratado.
Significado y funciones
El
ALCA es un proyecto de dominación norteamericana de la región.
Retoma una meta estratégica de Estados Unidos que asumió distintas
formas en los siglos XIX y XX. A diferencia de varios ensayos
precedentes el ALCA enfatiza la dimensión económica de esta
sujeción. Por eso la iniciativa no es impulsada con los argumentos
militares de la guerra fría (“un bloque contra el comunismo”), ni
con sus equivalentes actuales (“la batalla contra el terrorismo”).
Se resalta, en cambio, la conveniencia del librecomercio con el
espejismo de un proyecto optativo. Sus promotores incluso sugieren que
una exigencia del imperialismo está sujeta a la decisión soberana de
los países latinoamericanos. Pero basta comparar el PBI
estadounidense con el vigente en cualquier economía de la región,
para notar cuán ridícula es la creencia de una negociación entre
pares.
La
difusión del ALCA como un proyecto económico oculta que su corolario
sería un proceso de recolonización política norteamericana,
sostenido en un mayor despliegue del Pentágono. La creciente apertura
comercial y las privatizaciones al servicio de las corporaciones
estadounidenses requerirían esta cobertura político–militar.
Todos
los gobiernos norteamericanos han buscado el control absoluto de la
región. Esta tendencia se ha verificado desde los Congresos
Panamericanos hasta la formación de la OEA y el “Consenso de
Washington”. El impulso hacia esta sujeción deriva de la dinámica
expansiva del capital metropolitano sobre sus vecinos más cercanos.
Estos territorios forman parte de un área que Estados Unidos siempre
incluyó entre sus pertenencias.
El
ALCA es la etiqueta contemporánea de esta ambición imperialista, que
se expresó en el reiterado intento de constituir la Unión
Panamericana (1899, 1902, 1906, 1923, 1933, 1936). Por esa vía se
buscó erigir una zona de convenios arancelarios y financieros que
garantizaran la primacía de las corporaciones norteamericanas. Este
objetivo ha sido explícitamente reconocido en la actualidad por las
principales figuras de la Casa Blanca.
El
ALCA pretende brindar a esas empresas amplias seguridades de ganancias
por sus inversiones. Por eso el convenio incluye controvertidos pagos
de patentes, nuevas retribuciones por servicios y ciertos privilegios
en futuras privatizaciones. El tratado le otorga status constitucional
a estos beneficios y asegura su cumplimiento a través de pactos,
obligaciones y verificaciones supranacionales.
El
ALCA abre los mercados a los exportadores estadounidenses y establece
cambios impositivos y laborales que reducen los costos de las
corporaciones radicadas en la zona. Induce, además, el abaratamiento
de los salarios que se pagan en Estados Unidos, ya que potencia el
chantaje que practican los patrones en las negociaciones con sus
trabajadores (amenazas de trasladar plantas a Latinoamérica si no se
aceptan menores retribuciones).
El
tratado facilita la circulación irrestricta de los productos entre
las filiales de las grandes firmas y estimula la re–localización de
los procesos de fabricación en las áreas que toleran formas de
explotación extrema de los trabajadores. Para eso garantiza la plena
movilidad del capital y la creciente inmovilidad de la fuerza de
trabajo. El ALCA favorece a los grupos capitalistas más
internacionalizados en su competencia con rivales menos globalizados.
Al
cabo de varios años de crítica y denuncia, estas finalidades
regresivas del ALCA ya no constituyen ningún secreto.
Lo novedoso ha sido la imposibilidad de implementar el proyecto. ¿Por
qué naufragó una iniciativa tan vital para el imperialismo
norteamericano?
Las
causas de un fracaso
En
las negociaciones del ALCA Estados Unidos planteó fuertes demandas,
rechazó cualquier concesión y buscó ajustar todos los ítems del
convenio a las conveniencias de sus compañías. Esta inflexibilidad
condujo al estancamiento de las tratativas. Los negociadores
latinoamericanos intentaron mantener las negociaciones, pero a partir
del año 2002 objetaron su continuidad.
En
términos generales, las discrepancias en torno al ALCA oponen a los
grupos exportadores y las firmas internacionalizadas con los sectores
menos globalizados y más dependientes de cada mercado interno. Esa
división rige dentro y fuera de Estados Unidos y se expresa en un
complejo enjambre de intereses.
Los
promotores del convenio son las compañías que actúan en la órbita
del comercio exterior, las empresas con inversiones regionales y las
firmas con mayor competitividad internacional. El grueso de las
corporaciones norteamericanas se ubica en alguno de estos segmentos,
pero no todas ganarían con la reducción de aranceles.
En
el bando latinoamericano promueven el ALCA las empresas que lograrían
un mayor acceso al mercado estadounidense. Rechazan el convenio las
compañías que perderían posiciones frente a sus competidores foráneos.
Pero esta pulseada entre grupos internacionalizados y no globalizados
presenta características muy específica en cada bloque.
Dentro
de Estados Unidos, el ALCA ofrece grandes ventajas para los grupos
exportadores y las compañías ya instaladas en Latinoamérica.
Promete importantes lucros para las firmas que operan en los servicios
(especialmente financieros) y en actividades muy dependientes de los
contratos de propiedad intelectual (informática, farmacéuticos). El
convenio en cambio desfavorecería a los sectores protegidos de la
industria (acero) y el agro (azúcar), que deberían afrontar la
concurrencia de los exportadores latinoamericanos.
Aunque
el sacrificio de apertura que debe ofrendar Estados Unidos es muy
pequeño en comparación a lo que obtiene, los negociadores de Bush no
tuvieron contemplaciones. Colocaron sobre la mesa el poderío
imperialista para imponer sus demandas sin ninguna contrapartida,
porque necesitaban utilizar las concesiones de Latinoamérica para
compensar a los perdedores norteamericanos del acuerdo. Por esa vía
esperaban asegurar la aprobación legislativa del ALCA. Pero esta política
de tensar al máximo las tratativas desembocó en un gran fracaso.
El
ALCA conduciría a ampliar los convenios de librecomercio que ya
tienen varios países con Estados Unidos. En México promueven esta
extensión los sectores locales asociados con la fabricación en las
maquiladoras y en Chile alientan la misma ampliación, los
exportadores de productos agrícolas (minería, fruticultura, madera,
energía o insumos industriales básicos). En cambio, resisten el ALCA
en ambos países, los grupos empresarios locales que ya sufrieron los
demoledores efectos de la apertura arancelaria.
Los
países del Cono Sur están menos integrados a la esfera comercial
norteamericana y frente al ALCA las clases dominantes oscilan entre la
tentación y el terror. Observan el ingreso al mercado estadounidense
como una gran oportunidad de negocios, pero temen las consecuencias de
la liberalización importadora.
En
Brasil y Argentina los sectores exportadores más favorables al
tratado (acero, jugo de naranja, soja, carne) chocan con la oposición
de muchos grupos industriales y financieros locales. Estas fracciones
mantienen ventajosas relaciones con el sector público y perderían
influencia con la ampliación de las normas de competencia que
contempla el ALCA. La concurrencia con los grupos foráneos afectaría
su dominio de los mercados nacionales y también la preponderancia
lograda en los países vecinos.
En
este intrincado contexto el gobierno norteamericano no pudo encarrilar
la negociación. Las alianzas que intentó forjar Bush con presidentes
y latinoamericanos fracasaron, porque la capacidad de Estados Unidos
para garantizar obediencia en su patio trasero ha decrecido
significativamente en los últimos años.
La
resistencia popular que suscitó el ALCA transformó las discrepancias
de los negociadores en un conflicto irresoluble, especialmente cuándo
las tratativas perdieron carácter secreto. Sin este rechazo de los
movimientos sociales las negociaciones habrían continuado y quizás
prosperado.
La
crisis actual del ALCA obedece a este empalme de divergencias por
arriba y cuestionamientos por abajo. Es importante registrar ambos
procesos para no sobrevalorar uno u otro condicionante. Los
funcionarios rechazaron el convenio bajo la presión conjunta de ambas
situaciones. No podían firmar el tratado con el aval exclusivo de los
grupos empresarios, ni actuaron tomando únicamente en cuenta la opinión
de la población. Bajo el efecto conjunto de las tensiones entre
capitalistas y las objeciones populares, el ALCA no se aprobó. ¿Pero
ha sido definitivamente derrotado?
Convenios
bilaterales
El
imperialismo ya lanzó un programa sustituto. Esta contraofensiva
promueve el reforzamiento de los tratados de librecomercio ya
existentes (México y Chile), la ratificación de nuevos convenios
(Centroamérica y Republica Dominicana) y la negociación de otros
acuerdos (Panamá, Perú, Colombia y Ecuador). Esas iniciativas
indican que solo la versión inicial del tratado o su parche posterior
(un “ALCA Light”) quedaron fuera de la escena. Estados Unidos ya
ha lanzado el mismo producto con un nuevo envase. Es cierto que el “ALCA
ha sido derrotado”, pero únicamente en la desmesurada modalidad
original que contemplaba “un solo tratado desde Alaska hasta Tierra
del Fuego”. El gran número de acuerdos bilaterales que está
suscribiendo Estados Unidos con países latinoamericanos ilustra como
se recrea esta iniciativa.
En
la cumbre de Mar del Plata Bush comprometió a número importante de
gobiernos con la defensa de esos tratados (TLCs). Incluso logró
sustituir las conversaciones en bloque por tratativas bilaterales que
favorecen las exigencias de un gigante frente a interlocutores débiles
y dispersos. Estos acuerdos radicalizan la agenda neoliberal e
incorporan reclamos que los norteamericanos mantuvieron en reserva
durante las conversaciones del ALCA.
Los
nuevos TLCs introducen inéditas obligaciones (privatizaciones de la
salud), extienden los derechos de propiedad intelectual a sectores
impensados (plantas, animales) e
incluyen temas soslayados en convenios anteriores (servicios
financieros y telecomunicaciones).
Estados
Unidos obtiene con más facilidad sus objetivos en los convenios con
pequeños socios que en las negociaciones con todo un bloque. Además
puede impedir por este camino la eventual renegociación de lo ya
suscripto. Un conjunto de cláusulas garantizan la continuidad de los
tratados, aunque sus efectos sean catastróficos para los países
latinoamericanos.
Los
acuerdos bilaterales apuntan hacia dos situaciones diferentes. Por un
lado jerarquizan la instalación de plantas de ensamblaje industrial
(electrónica, indumentaria, automotores) en los países de Centroamérica
próximos al mercado estadounidense. En otros casos (Sudamérica) se
promueve la exportación de los recursos naturales más requeridos por
la economía metropolitana. Ambos cursos acentúan la dependencia de
la estructura productiva latinoamericana del ciclo de negocios
estadounidense.
Las
clases dominantes latinoamericanas que firman convenios bilaterales no
desconocen estos nocivos efectos, pero aspiran a compensarlos mediante
un significativo aumento de exportaciones hacia Estados Unidos. Los
ganadores y perdedores de esta ecuación son grupos económicos muy
distintos, pero el balance es invariablemente adverso para las mayorías
populares. Cada nuevo TLC aumenta la pobreza, la desocupación, la
degradación de los salarios y la polarización del ingreso en la región.
Cuánto más pequeños son los países suscriptores, mayor es la
desprotección frente al coloso norteamericano. Esta indefensión se
traduce en la destrucción de la pequeña agricultura y la pulverización
de las viejas (e integradas) industrias locales.
El
nuevo empleo que generan las maquiladoras no compensa la destrucción
de puestos de trabajo que provoca la masiva importación de productos
foráneos. Por eso la emigración se multiplica y se generaliza una
relación de dependencia entre los convenios y las remesas que envían
los trabajadores expatriados. Los negociadores estadounidenses han
convertido el otorgamiento de visas de trabajo en un gran instrumento
de presión en cualquier tratativa.
Las
remesas de los emigrantes latinoamericanos involucran sumas que ya
superan la inversión extranjera directa (45.800 millones de dólares
frente a 44.000 millones en el 2004).
Estas divisas son principalmente giradas hacia México, Brasil y
Colombia, pero representan una porción más significativa de los
recursos que arriban a los pequeños países de Centroamérica o del
Área Andina. En estos casos los ingresos superan ampliamente a
cualquier rubro de exportación. Los bancos norteamericanos están
actualmente interesados en formalizar la circulación internacional
subterránea de estos fondos. Buscan controlar el tránsito de estos
flujos para apropiarse –a través del cobro de comisiones– de una
porción significativa de estos ahorros.
Con
la firma de cada TLC se agrava el problema de los emigrantes porque
estos convenios aumentan el empobrecimiento, que obliga a los
desamparados a escapar hacia el Norte. Estados Unidos pretende lograr
tres objetivos contradictorios: controlar la afluencia de
trabajadores, manejar las remesas y regular la explotación laboral de
los indocumentados. Por eso ajusta permanentemente las cláusulas de
las negociaciones bilaterales y enfrenta creciente dilemas en cada
tratativa.
Balance
de los antecedentes
Una
forma de evaluar los tratados bilaterales es observar que sucedió con
el convenio que mantiene México con Estados Unidos (NAFTA). Este
tratado rige desde hace más de una década y sus defensores resaltan
que ha facilitado la modernización del país. Afirman que permitió
duplicar las exportaciones y triplicar la inversión extranjera, sin
aclarar como se alcanzaron esas metas.
Desde
la vigencia del convenio la tasa de crecimiento ha sido inferior al
promedio de las décadas precedentes y la creación de empleo fue muy
baja en comparación con el incremento de 45% que registró la
productividad. Más de un tercio de la población trabaja en el sector
informal y el aumento de la pobreza acompañó a la contracción de
los salarios. La crisis rural se multiplicó bajo el impacto de
importaciones masivas de alimentos y el desastre provocado por el
descontrol de las inversiones ya alcanza proporciones alarmantes.
Entre 1985 y 1999, la erosión del suelo aumentó 89% y la polución
del aire se incrementó en un 97%. Ningún beneficio del NAFTA
compensa este desastre ambiental.
El
convenio afianzó el modelo de especialización exportadora. Este
esquema se basa en el intercambio intrafirma y la adquisición de
insumos extranjeros. Sustituyó formas embrionarias de articulación
industrial interna por un modelo de ensamblaje fabril, controlado por
las corporaciones norteamericanas que operan a ambos lados de la
frontera. Las maquilas obstruyen el desarrollo del mercado interno y
desarticulan las cadenas productivas preexistentes.
Este
esquema se nutre de la explotación de una fuerza de trabajo joven,
mal remunerada, poco calificada y sometida a exigencias laborales
infrahumanas.
El avasallamiento de los derechos laborales es cotidiano y se sostiene
en la ausencia (o mal funcionamiento) de los organismos que debían
controlar los atropellos patronales.
El
convenio con Chile jerarquiza otro aspecto de las tratativas
bilaterales: la exportación de recursos naturales. A cambio de
ciertos beneficios para vender fruta, pescado, maderas y minerales, el
país mantiene un nivel de protección arancelaria inferior al
promedio de cualquier país sudamericano. Por eso los pequeños
comerciantes e industriales soportan una competencia externa
devastadora. Este esquema acentúa la primarización y potencia la
desigualdad social. La quinta parte más rica de la población chilena
se apropia actualmente del 56% del ingreso nacional, mientras que el
quinto más pobre solo obtiene el 4% de ese total.
Los
tratados que vertiginosamente se han firmado con Centroamérica
(CAFTA) combinan el modelo de la maquila con la exportación
primarizada. Bush logró a mitad del 2005 la aprobación legislativa
de estos convenios. Sancionan una asimetría escandalosa con seis
economías que no equivalen siquiera al 1% del PBI norteamericano. Los
acuerdos incluyen todas las exigencias estadounidenses en materia de
propiedad intelectual, compras gubernamentales, aperturas de servicios
y facultades de tribunales extranjeros, que no prosperaron con el ALCA
Además, implican la erección de una infraestructura de puertos,
canales y carreteras (Plan Puebla Panamá), rodeadas de bases
militares estadounidenses y adaptada a las necesidades de las
corporaciones norteamericanas
.
Finalmente
se encuentran muy avanzadas las negociaciones de los TLCs Andinos.
Estados Unidos suscribió un convenio con Colombia que incorpora cláusulas
muy adversas para la agricultura de ese país. La expectativa de un
tratamiento más benévolo hacia el gobierno sudamericano predilecto
de Bush ha quedado completamente defraudada.
Es
probable también que las tratativas progresen con Ecuador si se
concluye el acuerdo con Perú. La letra chica de estos compromisos es
más draconiana de lo suscripto en el CAFTA. A cambio de concesiones
muy puntuales para exportaciones de baja relevancia (espárragos,
flores), Estados Unidos impone el ingreso masivo de sus productos y
capitales en los dos países.
La
acotada rivalidad con Europa
Con
el ALCA y los TLCs Estados Unidos introduce barreras a la competencia
europea. Las corporaciones del viejo continente tienen prioridades
geopolíticas en otras zonas (consolidación de la absorción del Este
Europeo, permanencia en los viejos enclaves africanos) y no aspiran a
desafiar la hegemonía política y militar de la primera potencia en
Latinoamérica. Pero intentan disputar los negocios más rentables de
la región. Con las preferencias arancelarias y los privilegios de
inversión que implanten los tratados bilaterales, Estados Unidos
intenta bloquear esta concurrencia. También busca contener la
incipiente presencia de China en Latinoamérica.
La
Unión Europea ha buscado contrarrestar las negociaciones del ALCA con
ofertas de librecomercio a varios países (México, Chile) y bloques
de la región (Mercosur). En las zonas que Estados Unidos controla más
directamente (Norte y Centroamérica) trata de establecer plataformas
de ingreso de sus propios productos al mercado yanqui. Pero en Sudamérica,
los europeos aspiran a capturar porciones más significativas del
comercio y las inversiones, a través de negociaciones en los Foros
Iberoamericanos.
España
es la pieza clave de esta estrategia. Primero reorientó hacia
Latinoamérica parte de los fondos de compensación que recibió
durante el proceso de la unificación europeo. Luego se lanzó a
conquistar un lugar primordial como inversor extranjero en la región,
reciclando unos 40.000 millones de dólares hacia sus viejos dominios
coloniales. Además, ha jugado un rol dominante en la captura de las
privatizaciones realizadas durante los 90. Se ha especializado en tres
actividades de servicios (finanzas, telecomunicaciones y energía).
Por eso logró crear pequeñas multinacionales de cierto peso en el
mercado mundial (Endesa, Repsol y Telefónica, financiados por el
BBVA, La Caixa y el BSCH).
España
concentra el 50% de las inversiones europeas en Latinoamérica (1992–01)
y lidera –después de Estados Unidos– las inversiones foráneas.
Volcó toda su expansión internacional hacia esta zona para sortear
las dificultades que enfrentaba en los mercados más disputados de las
regiones centrales. Como no puede lidiar con las grandes potencias
europeas aprovechó sus viejos vínculos con América Latina para
participar en la gran subasta neoliberal de la década pasada. Obtuvo
inesperadas posiciones, pero debió abrir sus empresas a la
financiación internacional y actúa bajo la supervisión de sus
socios mayores del Primer Mundo.
Los
capitales ibéricos controlan una porción significativa de los bancos
de la región y con los activos que le sustrajo a la Argentina han
montado una influyente compañía energética (Repsol). Pero la
especialización española en servicios contrasta con la inversión
industrial en maquiladoras que caracteriza a Estados Unidos. Esta
diferencia ilustra el alcance limitado de su reconquista de Latinoamérica.
Ciertos negocios españoles cuentan con el beneplácito de Wall
Street, pero otros han suscitado roces, que se extienden al campo político
y diplomático.
Estos
choques han reforzado la predisposición favorable de algunos
analistas hacia el capital europeo. Afirman que ofrece un tratamiento
más benévolo hacia Latinoamérica que su competidor norteamericano y
elogian las cláusulas de equidad social que contienen sus propuestas
de librecomercio. Pero estas menciones carecen de efectos prácticos y
sirven para disfrazar contratos tan perniciosos para Latinoamérica
como los suscriptos con el gigante del Norte.
Basta
observar el contenido de los convenios Europa–Chile, Europa–México
o Europa–Mercosur, para notar que bajo una retórica de cooperación
están presentes las mismas exigencias de propiedad intelectual y
reducción arancelaria que caracterizan al ALCA. Y en ciertos rubros
–como la protección de las inversiones– estas demandas son aún
más severas que las reclamadas por Estados Unidos. Otro ejemplo de
esta similitud se ha verificado en las privatizaciones. Las
transferencias de compañías estatales a empresas europeas tuvieron
efectos nefastos y algunas concesiones –como el agua manejada por el
grupo Suez– encabezan los escándalos de estafa y despojo.
Tampoco
el comercio con Europa ha beneficiado a Latinoamérica. Mientras que
las exportaciones del viejo continente a la región aumentaron 222%
(1990–2000), las compras se incrementaron solo en 80%. El viejo
patrón primarizado (vender bienes básicos y comprar productos
elaborados) no se ha modificado significativamente.
Las
políticas de librecomercio que impulsan Europa y Estados Unidos no
difieren sustancialmente. Expresan la misma pretensión de dominación
en un marco de rivalidad más acotada, como consecuencia del mayor
ensamble de capitales entre ambos polos. La concurrencia entre las
grandes potencias por el control de América Latina persiste, pero con
características muy distintas al pasado. El imperialismo
norteamericano promueve el ALCA y los TLCs en una zona de histórico
dominio frente al imperialismo europeo, que ensaya convenios de
alcance más puntual y propósitos más específicos. El carácter
limitado de esta competencia confirma que a diferencia de lo ocurrido
durante los siglos precedentes, las rivalidades interimperialistas se
procesan en el ámbito económico y político sin proyectarse al
terreno bélico.
Dominación
sin integración
Los
proyectos de librecomercio apuntan a reforzar la supremacía de
Estados Unidos como potencia hegemónica. Para ejercer esta dominación
la primera potencia no necesita constituir nuevas entidades
supranacionales, ni integrar socios a su estructura estatal. Solo debe
reafirmar su liderazgo y control del escenario global. Por el
contrario, para rivalizar con la hegemonía norteamericana Europa
tiene que recurrir a un proceso de unificación estatal. Esta
convergencia es indispensable para que un cuerpo burocrático
centralizado pueda actuar en el viejo continente con la autonomía,
celeridad y decisión que caracteriza al ejecutivo norteamericano.
Estas
diferencias entre Estados Unidos y Europa explican porqué el ALCA y
los TLCs adoptan formas tan distintas al modelo de Unión que
iniciaron Francia y Alemania. Mientras que la potencia dominante busca
reforzar una primacía que ya detenta, su rival necesita crear un
bloque para disputar zonas de liderazgo mundial. Por eso Estados
Unidos solo promueve convenios arancelarios entre países (Zonas de
Libre Comercio) y la Unión Europea alienta una convergencia plena en
el terreno comercial, financiero y monetario (Mercado Común). El ALCA
es un proyecto radicalmente opuesto a este segundo tipo de empalme y
por eso busca ampliar –en varios campos– las asimetrías entre
Estados Unidos y Latinoamérica. Esta polarización se comprueba en
por lo menos tres campos.
En
primer lugar, el ALCA y los TLCs descartan la constitución de una
moneda única (como el Euro), precedida por convergencias
presupuestarias (Maastrich) y un Banco Central común (BCE). Estas
iniciativas ni siquiera han sido concebidas en el ensayo más avanzado
de esos tratados (NAFTA). Renunciar al papel simbólico que ocupa el dólar
o incorporar funcionarios extranjeros a la Reserva Federal serían
medidas incompatibles con el ejercicio del poder imperialista
norteamericano.
Mientras
negocia con Latinoamérica acuerdos bilaterales, Estados Unidos ha
buscado reforzar el papel del dólar. Esta divisa es el instrumento de
financiación internacional de su déficit fiscal y cumple un papel
clave en la regulación del ciclo económico norteamericano. La
preservación de este enorme margen de libertad monetaria exige que
los países latinoamericanos mantengan sus propias monedas y por eso
los procesos de dolarización o convertibilidad han sido excepcionales
y de corta duración.
En
segundo lugar, las Zonas de Libre Comercio difieren de un proyecto de
Mercado Común en la ampliación (o preservación) de enormes brechas
de desigualdad salarial. El principio rector del ALCA, el CAFTA o el
NAFTA es la movilidad del capital y la inmovilidad de la fuerza de
trabajo, para que los empresarios puedan aprovechar en negocios
supranacionales las grandes diferencias de costos salariales. Mientras
que en Europa la brecha del ingreso per capita promedia el 50%, en el
hemisferio americano esta fractura es de 22 veces.
El
capitalismo europeo necesita crear un mercado de trabajo más
equilibrado para expandirse a escala regional y global. Por eso ha
introducido distintas modalidades de ampliación de la circulación
continental de personas (acuerdos de Schengen). Impulsa la constitución
de una ciudadanía común, que le permita simultáneamente abaratar
los salarios de Europa Occidental (con migraciones de Europa del Este)
y gestar un bloque competitivo frente a sus rivales de Asia y América.
Por
el contrario, la finalidad expresa del ALCA, el NAFTA o el CAFTA es
controlar la afluencia de emigrantes a Estados Unidos y orientar la
llegada de los indocumentados hacia las ramas de menor calificación.
En lugar de la ciudadanía común, Bush promueve el reforzamiento de
las guardias fronterizas para cazar emigrantes. El símbolo de sus
tratados no es un nuevo emblema continental, sino un muro
electrificado para impedir el ingreso de los pauperizados a Estados
Unidos. El NAFTA combina esta penalización del movimiento de personas
con una legislación que asegura a los empresarios plena libertad de
tránsito por cualquier frontera.
Este
doble patrón apunta a garantizar que los asalariados mexicanos
reciban remuneraciones varias veces inferiores a las vigentes en
Estados Unidos. El NAFTA estimula la competencia entre trabajadores y
ha sido un instrumento activo para debilitar los sindicatos
norteamericanos y reducir las conquistas sociales de Canadá. Las
disposiciones laborales formalmente incorporadas al tratado (libertad
de asociación, eliminación del trabajo forzoso, sanciones al trabajo
infantil y a la discriminación) nunca fueron ratificadas, ni
implementadas.
La
tercera diferencia de la Zona de Libre Comercio impulsada por Estados
Unidas con el Mercado Común de Europa es la ausencia de fondos
compensatorios para reducir las asimetrías regionales. La
disminución de estas disparidades mediante la creación de los “fondos
de cohesión” fue el precio que Alemania y Francia pagaron
inicialmente para dotarse de un instrumento competitivo continental.
Este presupuesto se distribuyó en distintos países de la periferia
europea que ingresaron a la Unión (primero España, Portugal, luego
Grecia e Irlanda, ahora algunas naciones de Europa del Este).
El
ALCA no contempla ninguna compensación de esta índole, porque la
dominación norteamericana presupone perpetuar y no reducir las
descomunales distancias del ingreso per capita que separan a Estados
Unidos del resto de la región. La preservación de esta asimetría es
tan vital para el imperialismo, como la multiplicidad de monedas y
brechas salariales.
El
ALCA y la OMC
El
ALCA y los TLCs complementan la política multilateral de Estados
Unidos en la OMC. Desde la posguerra las grandes potencias intentan
concertar en este ámbito sus divergencias comerciales mediante
acuerdos que afectan a los países dependientes. Primero acordaron la
reducción de aranceles en todos los sectores industriales y
posteriormente han presionado por liberalizar los servicios. En cambio
mantienen bloqueada la disminución de los subsidios agrícolas que
demandan los exportadores de la periferia.
América
Latina quedó muy atrapada en las perniciosas negociaciones que se
desenvuelven en la OMC. Primero aceptó la reducción de aranceles
(Ronda Uruguay en 1986–94), luego se resignó a debatir la
desregulación de servicios (Ronda de Doha en 2001) y finalmente
participa de las tratativas de patentes e inversiones (que se
inauguró con los “temas de Singapur” en 1996).
En
las negociaciones multilaterales se ha repetido la norma de las
tratativas de librecomercio regional. Latinoamérica concede sin
obtener nada a cambio. Mientras que la región abrió sus mercados,
las economías desarrolladas han preservado altos niveles de protección.
Esta asimetría se puso de manifiesto abiertamente en las
conversaciones de Seattle (1999), Cancún (2003) y Hong Kong (2005).
La principal inequidad de estas negociaciones se concentra en el tema
agrícola, pero se extiende también a los aranceles disfrazados, que
Estados Unidos y Europa imponen a ciertas importaciones industriales
(sobre todo textiles y acero).
La
adversidad comercial padecida por Latinoamérica fue particularmente
abrumadora en la última década. La región aceptó disponer una
drástica reducción de los aranceles (del 30 % promedio en 1980 al
10% en 1999), sin lograr ningún aumento en su participación en el
comercio mundial (solo mantuvo el bajo porcentaje de las últimas
décadas en torno al 5,8–5,6%).
La apertura incrementó la fragilidad comercial de la
región y la inserción subordinada en la división internacional del
trabajo. Consolidó la desarticulación del viejo complejo industrial
(en los países de desarrollo mediano) y la especialización
exportadora en bienes básicos (en toda la zona).
Las materias primas y las manufacturas de origen agropecuario
acaparan actualmente las ventas de Latinoamérica. Conforman el 72% de
las exportaciones argentinas, el 83 % de las bolivianas, el 83% de las
chilenas, el 64% de las colombianas y el 78% de las venezolanas. La
especificidad mexicana (81% de exportaciones manufactureras) es engañosa,
porque el país se ha especializado en el ensamble de partes sin valor
agregado, que las maquiladoras intercambian con las casas matrices
estadounidense. Ünicamente Brasil constituye una relativa excepción,
ya que en su canasta de exportaciones las materias primas constituyen
el 52% del total.
La
pérdida de posiciones de América Latina en el mercado mundial se
comprueba en los bajos índices de competitividad, inversión e
ingreso per capita. Estos índices son muy desfavorables no solo en
comparación con las economías desarrolladas, sino también frente a
China o el Sudeste asiático.
La
crisis de las tratativas de la región en la OMC se explica por este
retroceso. En los últimos años ha crecido la resistencia de muchos
gobiernos a las demandas de los países centrales y por eso las
negociaciones afrontan un estancamiento semejante al ALCA. Las grandes
potencias ya no pueden imponer todas sus exigencias, ni logran manejar
a la OMC con la misma discrecionalidad que prevalecía en el pasado.
Este es el origen del impasse predomina en las cumbres del comercio
internacional, que invariablemente transmiten la impresión de
tratativas bloqueadas.
En
las últimas reuniones varias naciones periféricas comenzaron a
coordinar sus demandas y precipitaron grandes cambios en las alianzas
vigentes dentro de los organismos multilaterales. Hasta mediados de
los 90 el único alineamiento significativo fuera de Estados Unidos y
Europa era el “Grupo Cairns” (Australia, Nueva Zelanda, Argentina,
Uruguay, Malasia y Canadá) que tendía a emblocarse con Norteamérica
en sus conflictos con el viejo continente. Pero en los últimos años
apareció el “Grupo de los 20”, que excluyó a los principales
socios de Estados Unidos (Canadá, Australia, Nueva Zelanda) y
conformó un frente de Sudamérica con India, China y Sudáfrica.
El
debut de este grupo se produjo en Cancún (2003), cuándo las grandes
potencias no pudieron imponer sus propuestas frente a la oposición
que erigieron las naciones subdesarrolladas. En este contexto
apareció también otro alineamiento de países más pobres y
dependientes de mono exportaciones básicas (“Grupo de los 90”).
También esta irrupción ha contribuido a modificar el marco de las
negociaciones comerciales. Del predominio absoluto de las grandes
potencias se ha pasado a un contexto signado por la aparición de
varios bloques que desafían esa dominación.
En
la OMC se perfila un cuadro paralelo al ALCA. Estados Unidos no logra
acordar reglas de competencia con sus rivales imperialistas y tampoco
consigue someter a las naciones periféricas a sus exigencias. La
combinación de bloqueo y resistencias que obstaculiza los proyectos
del imperialismo en América Latina tiene su correlato a nivel global.
Pero
también a escala mundial, Estados Unidos ensaya nuevos alineamientos
y juega la carta de acciones bilaterales. Por ejemplo, en la última
reunión de la OMC en Hong Kong acordó con su rival europeo otorgar
ciertas concesiones menores a la periferia, para reestablecer la
continuidad de las negociaciones, con nuevas fórmulas de replanteo de
sus exigencias.
Pero
este paquete incluyó un agregado sustancial: la cooptación de Brasil
y la India. A cambio de ciertas concesiones específicas, ambos países
aceptaron jugar un rol de disuasión de la resistencia expresado por
las restantes naciones periféricas. Cumplieron ese papel luego de
participar en los últimos dos años en el grupo de selectas naciones
que preparan las cumbres. Desde su nuevo lugar India y Brasil se
abocaran a convencer a todas las naciones subdesarrolladas de la
conveniencia de un trato adverso.
Es
cierto que las grandes potencias ya no pueden hacer y deshacer a su
gusto en la OMC y que deben tomar en cuenta la oposición de los países
dependientes. Pero maniobran para recrear ese control, cooptando a dos
naciones de enorme gravitación en la periferia. A través de la
mediación de Brasil y la India, las potencias centrales han ensayado
un mecanismo de neutralización del conjunto de las naciones
subdesarrolladas.
No
solo el “Grupo de los 90” fue inducido a aceptar la agenda de los
poderosos, sino que el propio “Grupo de los 20” forjado en Cancún
tendió a disolverse bajo el efecto de sucesivas deserciones. De los
catorce países que originalmente integraron este alineamiento en
Latinoamérica, cinco resolvieron alejarse bajo la presión directa de
Estados Unidos. Las cadenas de convencimiento que utiliza la
diplomacia imperialista han funcionado a pleno para aislar a los
gobiernos más críticos y domesticar al resto.
La
gravitación de Latinoamérica
El
congelamiento del ALCA, la contraofensiva de los TLCs, las crisis y
maniobras de Estados Unidos en la OMC ilustran las dificultades que
enfrenta el imperialismo en América Latina. Esa región representa un
grave problema para la primera potencia, porque la ofensiva contra las conquistas populares perpetrada durante los 90 se
encuentra severamente desafiada por un nuevo ciclo de rebeliones
sociales.
En varios casos estas sublevaciones convergieron con crisis
políticas que provocaron la caída de distintos presidentes. Con
protestas urbanas y revuelta campesinas, los oprimidos han recuperado
capacidad de acción y han modificando la adversa correlación social
de fuerzas que predominaba durante la década pasada.
Esta irrupción ha convalidado un giro a la izquierda en el
espectro político, que expresa el generalizado cuestionamiento
popular al neoliberalismo. El descrédito de esta doctrina es muy
visible en comparación a otras regiones del planeta, en un contexto
de sostenido resurgimiento del antiimperialismo.
América Latina retoma su tradición de revueltas sociales,
proyectos radicales y aspiraciones emnacipatorias. Las clases
opresoras han perdido el recurso represivo de las dictaduras militares
y luego de las corruptas administraciones de los 90, sus principales
representantes derechistas han quedado fuera de la escena.
El
gobierno norteamericano enfrenta en la región una gran hostilidad
política y no tiene capacidad de intervención militar inmediata.
También soporta un fuerte descrédito de los valores y la ideología
que históricamente difundió en la zona. Sin embargo, algunos
analistas le asignan poca importancia a estas dificultades, porque
evalúan que América Latina ha perdido relevancia. Por eso estiman
que el Departamento de Estado “desatiende” una región que ya no
gravita a escala mundial.
Pero si Latinoamérica careciera de importancia, la presencia
militar norteamericana debería haber decrecido y los hechos indican
un curso radicalmente opuesto. En la última década la presencia del
Pentágono se reforzó en todo el hemisferio. Hubo transferencia de atribuciones a
los comandos regionales, ampliación de la capacidad de intervención
desde bases estratégicas (Guantánamo, Aruba, Manta, El Salvador),
despliegue de ejércitos privados (Colombia), construcción de nuevas
instalaciones en regiones conflictivas (Paraguay, Perú), multiplicación
de los ejercicios conjuntos con tropas locales, ensayos de asesinatos
selectivos de militantes (Puerto Rico) y encubrimiento de acciones
terroristas (Posada Carriles).
Esta
militarización ilustra que la retaguardia latinoamericana no ha
perdido gravitación geoestratégica para Washington. Esta importancia
parece diluida porque Bush no puede utilizar por el momento el arsenal
acumulado en la zona contra sus principales enemigos (Cuba y
Venezuela). Mientras los marines continúen atrapados en el pantano de
Irak, cualquier acción bélica en otras regiones debe ser pospuesta.
La
tesis de la irrelevancia de Latinoamérica es un mito que difunden
los opresores para presentar su dominación como un hecho
gratificante. Buscan presentar esta sujeción como un premio a la
sumisión. Sugieren que el comportamiento benévolo del imperialismo
será proporcional a la pasividad de los esclavos y por eso convocan a
los oprimidos a competir por ganar el favor del amo. Pero este
llamamiento se basa en la falsa creencia que el imperialismo se ha
desinteresado por el futuro de la zona. Esta imagen pretende
naturalizar la supremacía estadounidense, instando a las mentes
colonizadas a auto–asumir su inferioridad.
El fracaso del ALCA es un indicio de la decreciente
influencia de estas mistificaciones y por eso las
campañas contra este tratado tuvieron un gran impacto en la región.
Estas movilizaciones fueron continentales e incluyeron en los últimos
seis años grandes manifestaciones, foros y encuentros hemisféricos
de rechazo al convenio.
En
Argentina una consulta popular contra el ALCA (noviembre 2003) obtuvo
2,2 millones de votos y en Brasil un referéndum semejante (2002)
reunió 10 millones de sufragios. También las campañas en Paraguay,
Uruguay y Bolivia alcanzaron una inesperada repercusión, porque en
todos los casos la denuncia contra el ALCA fue asociada a las
reivindicaciones populares específicas de cada país (distribución
del ingreso en Argentina, defensa de la propiedad estatal del
petróleo en Uruguay y del agua en Bolivia). También lograron gran
repercusión los cuestionamientos al avasallamiento regional de la
soberanía (“Centroamérica no está en venta”). Dentro de Estados
Unidos el movimiento sindical ha jugado un papel muy importante y un
punto culminante de estas movilizaciones fueron las marchas de
Seattle.
Estas
resistencias se extienden ahora a los nuevos tratados bilaterales, que
ya han desatado numerosas demandas de revisión. La oposición a estos
convenios es también intensa en Sudamérica, como lo prueban las
contundentes acciones del movimiento social ecuatoriano y las grandes
movilizaciones contra el TLC en Colombia.
En este escenario las viejas discusiones sobre la integración
latinoamericana adquieren un nuevo sentido. Este debate ha superado el
ámbito elitista y suscita el interés de los movimientos sociales.
Los dirigentes populares de muchos países discuten una agenda de
proyectos regionales, que hasta ahora solo interesaba a los
embajadores, los funcionarios y los empresarios de la zona. La discusión
tiende a desplazarse desde las cúpulas hacia los militantes.
Este giro se verifica no solo en los foros regionales, sino
también en los programas que se elaboran en el ámbito nacional. El
avance de la mundialización también han generado un nuevo tipo de
conciencia latinoamericanista en las organizaciones sociales. Existe
la creciente convicción que sin proyecciones zonales no habrá forma
de consolidar las conquistas populares que se obtengan en cada país.
El
interés por elaborar propuestas alternativas al ALCA crece día a día
y numerosas reflexiones apuntan a
dilucidar lo que está en juego en otros proyectos de ensamble
regional. Una pregunta clave gira en torno al Mercosur. ¿Constituye
esta asociación una opción al ALCA? Exponemos nuestra respuesta en
el próximo artículo.
Notas:
[2]No
se logró consensuar una declaración conjunta y la cumbre
concluyó sin una nueva agenda a la vista. Oppenheimer
Andrés. “En camino hacia la división del hemisferio”. La
Nación, 6–11–05.
[3]Morgenfeld
describe este expansionismo. Morgenfeld Leandro. “ALCA: ¿a
quién le interesa?”. Ediciones Cooperativas, Buenos Aires,
2006.
[4]
El propósito
del ALCA es “garantizar a las empresas estadounidenses el
control de un territorio que se extiende desde el Artico hasta la
Antártida y el libre acceso sin ninguna clase de obstáculos para
nuestros productos, servicios, tecnologías y capitales por todo
el hemisferio”. Colin Powell, citado por Boron
Atilio. “La mentira como principio de política exterior de
Estados Unidos hacia América Latina”. Foreign Affaire (en
español) enero–marzo 2006.
[5]Hemos
expuesto nuestra visión en: Katz Claudio–“El
abismo entre las ilusiones y los efectos del ALCA”. Revista
Nueva Sociedad, n 174, julio–agosto 2001, Editorial: Nueva
Sociedad, Caracas.
[6]Algunos
analistas resaltan solo la derrota de Bush y otros la combinación
de fracaso y contraofensiva. Benedetti
Jorge. “2005: el año que derrotamos el ALCA”. El Economista
de Cuba, enero 2006. La Habana.
Gudynas
Eduardo. “Regresa la sombra del ALCA” Correspondencia de
prensa n 9039, 10–11–05.
[7]Un
análisis de estas negociaciones ofrecen: Lander Edgardo. “¿Modelos
alternativos de integración? Proyectos neoliberales y resistencia
populares. Revista OSAL, n 15, enero 2005, Buenos Aires. Estay
Reyno Jaime. “América Latina en las negociaciones comerciales
multilaterales y hemisféricas”. La economía mundial y América
Latina, Clacso libros, Buenos Aires, 2005.
[8]Puyana
Alicia. “Introducción”. La integración económica y la
globalización. Nuevas propuestas para el proyecto
latinoamericano. Plaza y Janés, México, 2003.
[9]
Jubileo.
Auditoria de la deuda–América Latina y el Caribe. Folleto al
FSM–Caracas enero 2006.
[10]Esta
defensa plantea: Delvin
Robert. “El área de libre comercio de las Américas.
Expectativas de largo plazo”. La integración económica y la
globalización. Nuevas propuestas para el proyecto
latinoamericano. Plaza y Janes, México, 2003.
[11]Wise
Timothy. “NAFTA Untold Stories”, IRC, June 2003
[12]Garza
Toledo Enrique. “NAFTA, manufactura y trabajo”. NAFTA y
Mercosur. Procesos de apertura económica y trabajo, FLACSO, 2003.
[13]
Restivo
Néstor. “Estampa de una economía rica y un reparto desigual”.
Clarín, 6–1–06.
[14]
Aguilar
Carlos. “Mesoamérica en la hora de la resistencia popular”.
OSAL n 13, enero–abril 2004, Buenos Aires.
[15]
RECALCA. “Colombia: Entrega total” Red Colombiana de Acción
frente al Libre Comercio y el ALCA”, Bogotá, 3–2–06
[16]Ruiz
Caro Ariela. “Repercusiones del fracaso de la OMC en Cancún en
la conformación del ALCA”. Estay Jaime, Sánchez Germán. El ALCA
y sus peligros para América Latina, CLACSO libros, Buenos Aires,
2005.
[17]
El tipo de
convenios libre–comercio que suscribió China con varios países
de Sudamérica a mitad del 2005 indica que cual es la estrategia
inmediata de expansión de la potencia asiática. Busca asegurase
el reconocimiento del status jurídico de “economía de mercado”
a cambio de ciertas promesas de inversión directa, con el
objetivo de perforar todas las barreras arancelarias vigentes en
la región. Por ejemplo, un año después de firmado un tratado de
este tipo con la Argentina, las exportaciones chinas subieron 59%
y sus compras solo aumentaron 21% (La Nación, 26–3–06).
[19]
Un ejemplo reciente de estas divergencias es la decisión española
de rechazar el veto norteamericano a los contratos de provisión
militar que suscribió con Venezuela.
[20]
Martínez Osvaldo. “Las trampas del librecomercio”. Documento
de trabajo, La Habana, 2005.
[21]Moro
Alfonso. “Los intereses de las transnacionales europeas en
América Latina”. Cuadernos del Sur 38–39, mayo 2005, Buenos
Aires.
[22]
Hemos analizados este problema en Katz Claudio. “El imperialismo
en el siglo XXI”. Socialismo o barbarie, año 4, n 15,
septiembre 2003, Buenos Aires.
[23]Guillen
Romo Héctor. “La integración monetaria en el marco del TLCAN”. Realidad Económica n 213, julio agosto 2005.
[24]Ghiotto
Luciana. “El ALCA, un fruto de la relación capital–trabajo”. Estay Jaime, Sánchez Germán.
El ALCA y sus peligros para América
Latina, CLACSO libros, Buenos Aires, 2005.
[25]
Hemos analizado este problema en: Katz Claudio.“ZLEA et dette:
les deux faces d´une meme domination”. Mobilisations des
peuples contra L´ALCA–ZLEA. Ed. CETIM (Centre Europe–Tiers
Monde, Genéve, Suisse, 2004.
[27]Una
explicación de estas crisis expone: Lucita
Eduardo. “¿Continuidad del estancamiento o principio del fin?”.
Correo de Prensa n 9209, 24–12–05. Ver también los análisis
de León Irene. “De las zozobras de Cancún a las zambullidas de
Hong Kong”. ALAI– Amlatina, 14–12–05, “Guión previsible
de un desenlace anunciado”. ALAI. Amlatina, 20–12–05.
[28]Estay
Reyno Jaime. “América Latina en las negociaciones comerciales
multilaterales y hemisféricas”. La economía mundial y América
Latina, Clacso libros, Buenos Aires, 2005.
[29]Estados
Unidos y Europa han propuesto
recortar los aranceles industriales altos en una proporción mayor
que los bajos, lo que penaliza la sustitución de importaciones de
la periferia. Promueven desarrollar negociaciones plurilaterales
de servicios, acotando los proyectos de negociación sectorial que
defienden los países dependientes. Además, pusieron la fecha del
año 2013 para la reducción de los subsidios a la exportación de
productos agrícolas, pero manteniendo el resto de la estructura
de subvenciones que cuestiona la periferia.
[30]Bello
describe esta cooptación. Lo acordado en Hong Kong incluye
ampliar las atribuciones de la OMC, convalidar los subsidios
agrícolas en Estados Unidos que afectan a los países más pobres
(algodoneros) e integrar a los países más reacios a las
negociaciones del rubro que más interesa a los países avanzados
(servicios).
Bello Waldem. “El verdadero significado de Hong Kong”. La
Jornada, 5–1–06, México.
[31]
Oppenheimer
es un ejemplo típico de esta visión. Oppenheimer Andrés.
Cuentos Chinos, Sudamericana, Buenos Aires, 2006.
[32]Boron
desarrolla esta caracterización. “La
mentira”.
[33]Un
balance de estas resistencias presentan: Berrón
Gonzalo, Freire Rafael. “Los movimientos sociales del Cono sur
contra el mal llamado libre comercio” OSAL n 13, enero–abril
2004, Buenos Aires.. Solón Pablo. “El movimiento contra el ALCA
en Bolivia y en la región andina”. OSAL n 13, enero–abril
2004, Buenos Aires. Seoane José, Taddei Emilio. “Cartografía
de la resistencia y desafíos de la otra América posible”.
Revista OSAL, 2006.
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