II – ¿Crisis o resurgimiento del Mercosur?
Por
Claudio Katz ()
Enviado
por el autor, 26/03/06
Resumen: Una nueva crisis afecta al Mercosur en el mismo
momento que se proclama su resurgimiento. El tratado funciona como una
Unión Aduanera precaria y una Zona de Libre Comercio incompleta, sin
perspectivas de conformar un Mercado Común.
La asociación surgió con perfiles neoliberales y acentuó
la fractura socio–geográfica del Cono Sur. Fue propiciada por las
empresas transnacionales para abaratar costos, enfrentar la
concurrencia externa y contrarrestar la estrechez de los mercados,
pero quedó paralizada durante las crisis del neoliberalismo periférico.
Este estancamiento puso de relieve la fragilidad de un acuerdo que
carece de autoridades estatales supranacionales y está sometido a la
presión disgregadora de los negocios extra regionales.
El tratado recobró fuerzas con el fin del
ciclo depresivo, pero afronta nuevamente los conflictos entre
Argentina y Brasil que obedecen al retroceso competitivo del primer país
frente al segundo. El Mercosur está amenazado por la eventualidad de
un tratado de Uruguay con Estados Unidos y por la controversia de las
papeleras. Plantea un modelo de integración que acentúa las
disparidades regionales y las desventajas de los pequeños países.
El Mercosur difiere del ALCA, pero no constituye una
alternativa a la dominación norteamericana. Tampoco reproduce el
esquema europeo, porque las clases dominantes sudamericanas no
convergen en un polo de gravitación mundial.
El Mercosur
El
ascenso de varios gobiernos de centroizquierda en Sudamérica es
habitualmente identificado con el resurgimiento del Mercosur. Muchos
analistas consideran que Kirchner, Lula y Tabaré sustituirán la
afinidad comercial con Estados Unidos que prevaleció en los 90 por un
entrelazamiento regional autónomo.
Todas
las declaraciones presidenciales apuntan hacia esta dirección, pero
un largo trecho separa la retórica de los hechos. No alcanzan las
exhortaciones para implementar un relanzamiento del Mercosur. Se
requieren ciertas decisiones estratégicas que por ahora no se
vislumbran.
El
panorama actual de la asociación es muy contradictorio, porque los
llamados a reflotarla coinciden con divergencias que amenazan su
continuidad. Aunque Argentina y Brasil han
buscado conciliar sus disidencias comerciales, persisten las
causas de estos enfrentamientos. Además, Uruguay amenaza con patear
el tablero y embarcarse en una negociación de librecomercio con
Estados Unidos. Si no se resuelve la crisis creada con Argentina por
la construcción de plantas papeleras, el Mercosur podría
fracturarse. Paraguay también coquetea con la posibilidad de un
convenio bilateral con Norteamérica, que incluiría la instalación
de una base militar del Pentágono. Definir en qué etapa se encuentra
el Mercosur es el punto de partida para evaluar su futuro.
El
significado del convenio
El
Mercosur es un proyecto de integración de alcance sub–regional. No
tiene la aspiración hemisférica del ALCA, ni pretende aglutinar a
todos los países de la zona, pero incluye a las dos naciones de mayor
peso en el Cono Sur. Es visto como el principal desafío al ALCA, pero
en los hechos no ha superado aún su estadio inicial.
A
diferencia del ALCA –que se perfiló como una Zona de Libre
Comercio– y la Unión Europea –que se forjó como un Mercado Común–
el Mercosur se desarrolló como Unión Aduanera, es decir como una
instancia integradora de menor alcance. Mientras que el primer tipo de
acuerdo implica circulación irrestricta de bienes y el segundo
introduce políticas macroeconómicas y monetarias comunes, el tercer
convenio solo apunta a erigir un arancel común frente a terceros países.
Ciertamente
esta fisonomía fue inicialmente concebida como un paso hacia las
formas más avanzadas de integración, pero el salto nunca se concretó.
Al cabo de una década y media el Mercosur existe como precaria Unión
Aduanera y una Zona de Libre Comercio incompleta. Además, carece de
planes para constituir un Mercado Común.
El
arancel compartido fue establecido en 1995 en un porcentaje semejante
para todos los sectores de los cuatro países. Pero este piso fue periódicamente
violado en distintos rubros. Las mismas inconsistencias han afectado
el comercio interior libre de aranceles. Los sucesivos acuerdos fueron
de hecho desconocidos mediante excepciones de productos (azúcar,
automotores, etc), cláusulas de salvaguardia y prórrogas de los
cronogramas para eliminar las excepciones. Las propuestas de
instituciones políticas, moneda común o convergencia macroeconómica
constituyen hasta ahora meras declaraciones. Estas flaquezas han
signado el perfil de la asociación en sus tres períodos de
existencia.
El
Mercosur neoliberal
Los
beneficiarios de la primera etapa del convenio fueron las grandes
corporaciones trasnacionales establecidas en Brasil y Argentina. Tanto
el arancel común como las reducciones aduaneras dispuestas en este
período favorecieron la complementación comercial y productiva de
esas empresas. El acuerdo convalidó la división del trabajo que
establecieron esas firmas para abaratar los costos de fabricación,
transporte y venta de sus mercancías.
Estas
medidas se introdujeron en el cenit del integracionismo neoliberal de
los 90. En ese período se multiplicaron los acuerdos de intercambio y
se generalizó la reducción de los aranceles. De 21 convenios de este
tipo que regían en Latinoamérica en los años 60 se pasó a 59
acuerdos en la década pasada y este aumento incluyó rebajas de 15 a
20 puntos del arancel promedio. Los tratados permitieron una
significativa ampliación del comercio interregional controlado por
las grandes compañías. El 60% del intercambio entre Argentina y
Brasil –que entre 1990 y 1995 se multiplicó por cinco– fue
acaparado por las empresas trasnacionales.
Estas
firmas comandaron el debut del Mercosur. Moldearon los acuerdos,
establecieron el ritmo de su implementación y forjaron a través de
gobiernos afines el marco institucional necesario para el
funcionamiento del convenio. Esta acción contó, a su vez, con el
aval de las clases dominantes locales que observaron en el tratado una
oportunidad para desarrollar negocios complementarios. El Mercosur
nació con este auspicio de funcionarios, empresas multinacionales y
capitalistas sudamericanos.
La
constitución de la asociación marcó un giro en la rivalidad histórica
de Brasil y Argentina.
También modificó el rol pendular que tradicionalmente jugaron
Uruguay y Paraguay en el Cono Sur. Este viraje obedeció a múltiples
razones.
Por
un lado, la crisis de la deuda empujó en los años 80 a varios
gobiernos a buscar un contrapeso a la inestabilidad financiera en la
convergencia comercial. Por otra parte, el fin del ciclo político
dictatorial diluyó las hipótesis de conflicto zonal, que
tradicionalmente habían contemplado las elites militares del Cono Sur.
Pero
lo que más indujo a constituir el Mercosur fue la necesidad de
expandir la escala de la producción y extender la dimensión de los
mercados. Esta exigencia proviene de la compulsión competitiva que
impone el avance de la mundialización. Fabricar y vender a nivel
regional constituye una exigencia de supervivencia para muchas
empresas para enfrentar la concurrencia importadora y las limitaciones
del poder de compra que ha creado el empobrecimiento de la población.
Este
condicionante competitivo condujo a las empresas transnacionales a
erigir un “Mercosur de los negocios” en los segmentos más rentables de la región. El circuito integrado al convenio
quedó reducido al 20% de la zona formalmente incorporada al tratado y
a sólo 14 de las ciudades
de los cuatro países. En este territorio se concentra un sector que
duplica el promedio regional del PBI per capita y allí se asentó un.
Mercosur estrecho, que conecta el Sur–Sureste brasileño con la
Pampa y el Litoral argentinos. El resto de la población no tiene
cabida en la asociación. El surgimiento del Mercosur en pleno auge de
las privatizaciones y la desregulación acrecentó, por lo tanto, la
fractura social y geográfica del Cono Sur.
La
crisis del tratado
En
la segunda mitad de los 90 el Mercosur quedó paralizado por la crisis
del neoliberalismo periférico. De un debut propicio para los negocios
(1990–94) se pasó a un período turbulento. El colapso financiero
que afectó primero a México, luego a Rusia y posteriormente a los países
asiáticos conmovió a Sudamérica, cuando la crisis golpeó a Brasil
(1999) y a la Argentina (2001). Durante una prolongada etapa, la
asociación quedó paralizada.
Estos
descalabros modificaron el clima de aprobación que rodeaba el
proyecto y acentuaron la influencia de los críticos del tratado.
Incluso muchos funcionarios y empresarios que reivindicaban el acuerdo
comenzaron a reprobarlo. En un contexto de pérdidas de mercados y
ganancias decrecientes, muchos grupos capitalistas objetaron las
restricciones que imponía el Mercosur para comerciar con otros países.
Estas quejas debilitaron la asociación y agravaron la precariedad de
los convenios aduaneros.
En
la segunda mitad de los 90 el arancel común quedó perforado por las
medidas de excepción que adoptaron todos los participantes para
contrarrestar la crisis. La falta de armonía comercial entre
Argentina y Brasil se agravó y aparecieron nuevas restricciones al
intercambio.
En
esta coyuntura se comprobó que el Mercosur no puede funcionar sin
instituciones, ni reglas de arbitraje. Esta ausencia bloquea la propia
existencia del convenio en los momentos críticos. Pero para instaurar
estas reglas y hacerlas cumplir se requiere una autoridad estatal
supranacional con amplias facultades de intervención. Este organismo
presupone, a su vez, un grado de coincidencia capitalista zonal
superior a la atracción que ejercen los negocios extra–regionales.
Ni la primera institución, ni la segunda fuerza aparecieron en ese
período.
Los
conflictos de esa etapa revelaron que los problemas pendientes en el
Mercosur giran en torno a obstáculos arancelarios y comerciales muy
elementales.
Antes de afrontar la falta de cohesión financiera, la carencia de un
área monetaria compartida o la ausencia de coordinación cambiaria,
los miembros del tratado deben contar con un arancel efectivo y un
intercambio comercial interior sin restricciones.
El
replanteo de la asociación
Con
el fin del ciclo depresivo (1999–2002) el Mercosur volvió a
recobrar fuerzas, pero esta vez bajo el mando de los grupos
capitalistas locales que sobrevivieron a la crisis.
La asociación comercial figura nuevamente en la agenda de las
clases dominantes de Sudamérica. Pero un dilema de ese proyecto es el
posicionamiento frente al ALCA. Las burguesías locales de Brasil y
Argentina mantienen importantes conflictos comerciales con Estados
Unidos y podrían reflotar el Mercosur como un instrumento defensivo
frente a los tratados de librecomercio que propicia Bush.
Algunos
analistas estiman que este resurgimiento ya se ha producido.
Consideran que la etapa neoliberal ya quedó atrás y que ahora se
apuesta a superar el viejo horizonte comercial por metas más
ambiciosas en el terreno de la producción y la energía.
Pero
conviene recordar que el relanzamiento actual del Mercosur no es un
hecho inédito. En otras oportunidades, varios presidentes proclamaron
el renacimiento de la asociación. Aunque lo hicieron en condiciones más
adversas, esos precedentes indican que no basta una convocatoria para
reflotar al tratado.
En
última instancia el fortalecimiento o la disgregación del Mercosur
depende de la pulseada entre dos fuerzas. Las burguesías locales de
Brasil y Argentina –que se han entrelazado en negocios comunes
dentro de ambos países– promueven proyectos diferentes a los
sectores que exportan hacia Europa y Estados Unidos.
Este
conflicto se procesa al interior del Mercosur de manera confusa.
Algunas iniciativas que parecen reforzar el tratado, en los hechos
tienden a anularlo. Por ejemplo, la ampliación del convenio hacia países
que cuentan con acuerdos de librecomercio con Estados Unidos (México,
Chile) podría disolver el arancel común. Pero el área más crítica
del Mercosur es la persistencia de choques entre los fundadores del
convenio.
Argentina
y Brasil
El
centro estas pugnas son las desavenencias entre Argentina y Brasil. La
brecha de productividad que separa a ambos países sale a flote en
cada expansión del intercambio comercial. La industria brasileña es
más competitiva, cuenta con un mercado mayor y absorbe todas las
inversiones en juego. Este desequilibrio se verifica en la balanza
comercial y en la localización
de las nuevas plantas. Argentina ha primarizado su economía y padece
un contundente retroceso de largo plazo frente a su vecino.
Estas
desigualdades explican las controversias que genera el Mercosur.
Mientras que Argentina tiende a acoplarse a las necesidades de Brasil,
el principal país de Sudamérica concibe al tratado como un medio
para reforzar su presencia comercial en el mundo.
Desde
la suscripción del acuerdo los industriales argentinos han
cuestionado la invasión de productos brasileños. Esta competencia ha
sido particularmente dura en ciertas ramas (textil, calzado,
electrodomésticos) y en la actividad automotriz. En este sector los
grandes fabricantes establecieron una división de tareas nítidamente
favorable a Brasil. Los 65 modelos que se fabrican en ese país
contrastan con los 17 prototipos que se producen en Argentina. Esta
asimetría ha conducido a prorrogar indefinidamente las excepciones a
la liberalización de aranceles que rigen en esa rama. Argentina
argumenta que Brasil no sólo cuenta con un mercado más amplio, sino
que además utiliza un sistema de subsidios oficiales y financiamiento
barato que torna imposible la competencia.
Aunque
el balance comercial entre ambos países está muy sujeto a las
fluctuaciones cambiarias, Argentina soporta un déficit creciente
desde el 2003, a pesar del mayor abaratamiento de su moneda. La
persistencia de este desequilibrio pone en debate la conveniencia del
Mercosur, porque este desbalance contrasta con el superávit vigente
con el NAFTA o la Unión Europea.
Estos
desequilibrios han endurecido la negociación sobre el futuro del
convenio. En los últimos dos años Argentina ha exigido la introducción
de salvaguardias para proteger su industria en los momentos de auge
importador. (“cláusula de adaptación competitiva”). También
reclama mayor equidad en las inversiones automotrices, acuerdos de
localización de plantas para la producción conjunta (especialmente
en el sector farmacéutico) y la remoción de ciertas barreras
para–arancelarias que rigen en Brasil.
Estas
exigencias plantean un dilema a los gobiernos brasileños. Ceder a las
demandas argentinas conduce a reducir las ganancias de los grandes
grupos industriales. Pero rechazar estos pedidos amenaza la
continuidad de una asociación que Brasil necesita para expandir
globalmente sus negocios. Al mantener esas disyuntivas en suspenso,
todos los gobiernos brasileños han agravado la crisis del Mercosur.
A
principios del 2006 se produjo un cambio. Brasil aceptó ciertos
reclamos argentinos y permitió la vigencia parcial de las
salvaguardias, a cambio de compromisos de ajuste competitivo en los
sectores beneficiarios de esa protección. Se ha puesto en marcha un
complejo mecanismo de arbitraje que limita tanto la avalancha
exportadora de Brasil, como las defensas unilaterales que varias veces
adoptó Argentina. El grado de cumplimiento de este convenio es muy
incierto, porque los grupos capitalistas insatisfechos de ambos países
han incrementado sus quejas.
Por
el momento se ha reglamentado cierto empate, a la espera de observar
como evolucionan ambas economías. No se sabe si el gobierno brasileño
restringirá efectivamente las ganancias de ciertos sectores para
buscar el liderazgo sudamericano. Y también se desconoce si a la
Argentina le conviene asegurarse una porción de mercado brasileño,
renunciando a negocios más ambiciosos fuera de la región.
La
sorpresa uruguaya
La
intención uruguaya de abrir una negociación de libre comercio con
Estados Unidos ha introducido un segundo foco de crisis en el
Mercosur. Hasta ahora abundan las especulaciones, pero luego de la
ratificación de un tratado de inversión con Norteamérica no hay que
descartar la posibilidad de un convenio bilateral. Varios funcionarios
han confesado abiertamente que evalúan esa opción.
Estados
Unidos aprovecha esta inesperada posibilidad para introducir una cuña
dentro del Mercosur. Repite el libreto que utilizó con Centroamérica
y los países andinos y le ofrecer a Uruguay la apertura de su mercado
para ciertas exportaciones (carne y lana). Por supuesto que oculta las
brutales contrapartidas que acompañarían a ese dudoso privilegio.
Pero
lo más llamativo es observar como un gobierno de centroizquierda se
ha convertido en el artífice de esa iniciativa. La derecha se
congratula de este giro y recibió con una irónica recepción la
aprobación legislativa que hizo el Frente Amplio del tratado de
inversiones con Estados Unidos (“bienvenidos al club de los serviles
al imperialismo”). La conducta de la coalición gobernante ha
confirmado todas las advertencias que presagiaban la conversión de
los viejos críticos del sistema en acérrimos defensores del status
quo. Los ex izquierdistas no se limitan a gestionar el orden
capitalista, sino que asumen las tareas que la derecha no pudo
implementar. Ningún reaccionario hubiera imaginado que el Frente
Amplio propiciaría un tratado con Estados Unidos en desmedro del
Mercosur. Este viraje no solo defrauda las expectativas populares,
sino que ha desconcertado también a los propios aliados
centroizquierdistas del Frente Amplio en la región.
Pero
existe un tema aún más conflictivo. Tabaré ha resuelto de continuar
la construcción de fábricas papeleras que contaminarían un río
fronterizo con la Argentina. Esta decisión –que ratifica un
compromiso asumido por gobiernos anteriores– ha desatado un choque
diplomático sin precedentes con la Argentina. La contaminación que
producirían las papeleras es denunciada por numerosos expertos, que
destacan el daño acumulativo de volcar desechos al río sin un
tratamiento adecuado de los efluentes.
El
gobierno evita una investigación independiente de estos efectos, a
pesar de los terribles precedentes internacionales que registra esta
actividad. Tabaré permite que las plantas manejen secreto la tecnología
en juego para evitarle mayores costos a las empresas española y
finlandesa que construyen las fábricas. Estos grupos capitalistas
habitualmente aprovechan la ausencia de controles, para radicar en los
países periféricos un tipo de producción que no realizan en las
naciones desarrolladas. Es falso que el gobierno evitará la
contaminación en el futuro. La supervisión oficial estará sujeta a
las restricciones que impone un tratado de inversiones que protege a
las compañías.
Tabaré
se ha convertido en el principal abogado de las empresas. Manipula la
información y defiende los intereses de las papeleras como una causa
nacional. Afirma que esta iniciativa es la única vía que le queda a
Uruguay para industrializarse, ocultando que en realidad se afianza un
perfil de especialización monoproductora en un rubro básico de la
celulosa. Las plantas generan poco empleo, imponen la sobreutilización
de los recursos hídricos y provocan desertificación.
La
defensa gubernamental de esta inversión capitalista
adoptó un cariz fanático desde que irrumpió una activa
oposición vecinal del lado argentino. La población ha recurrido a la
tradición de los piquetes y a los cortes de puentes para protestar
contra las papeleras.
El
gobierno argentino simpatiza con esa movilización. Hasta que apareció
el cuestionamiento callejero, Kirchner aceptaba la construcción de
las papeleras. Sus aliados en varias provincias argentinas (Formosa,
Misiones, Corrientes) promueven el mismo tipo de forestación y la
misma variedad de fábricas contaminantes. Solo la intervención
popular ha obligado al gobierno argentino a objetar un proyecto que
convalidaba sigilosamente.
La
crisis creada por las papeleras es muy seria. Por el momento el
gobierno argentino anunció que llevará el caso al Tribunal
Internacional de La Haya, pero esta decisión carece de efectos prácticos,
ya que las fábricas estarán produciendo a pleno cuando ese organismo
emita un dictamen. La resolución de recurrir a una instancia arbitral
externa refleja la debilidad estructural del Mercosur. Cuándo un
conflicto entre dos miembros de una Unión Aduanera tiende a dirimirse
en organismos internacionales, la continuidad de esa asociación
trastabilla.
Los
perdedores del convenio
El
trasfondo de la crisis planteada por las papeleras es la inutilidad
del Mercosur para los pequeños países miembros. Argentina negocia
duramente sus conflictos comerciales con Brasil, pero las peticiones
de Uruguay jamás han sido tomadas en cuenta. La Republica Oriental no
logró inversiones, ni aumentó significativamente sus exportaciones.
Algunos
analistas consideran que este desequilibrio podría resolverse con
auxilios presupuestarios. Especialmente plantean la necesidad de
introducir fondos de compensación para las economías más frágiles
del Mercosur.
Otros especialistas estiman que los desequilibrios quedarán superados
cuando la asociación supere su estadio comercial y avance hacia una
etapa centrada en la producción.
Pero
es evidente que los gobiernos de Brasil y Argentina tienen poca
capacidad para subvencionar a los pequeños países, ya que a duras
penas pueden gestionar sus propias economías. El Mercosur no es la
Unión Europea, sino una asociación de economías periféricos y los
países que encabezan este ensamble no pueden imitar a las potencias
que lideran la unificación del Viejo Continente.
También
el otro socio menor del Mercosur manifiesta su descontento. Pero
Paraguay carga, además, con una historia de animosidad hacia los dos
grandes vecinos que destruyeron el país durante la guerra de la
Triple Alianza (1865–69). Los catastróficos efectos de esa tragedia
crearon una memoria de hostilidad hacia los vencedores y una
conciencia de duelo, que se procesó a través de un prolongado
estancamiento. Paraguay, se convirtió en un estado tapón entre los
dos grandes vecinos, pero a diferencia de Uruguay no tuvo acceso al
comercio exterior y padeció un encierro secular. Ni siquiera ha
contado con las instituciones ciudadanas que caracterizan a Uruguay y
ha sobrevivido durante décadas como un “estado fallido”.
Paraguay
exporta a Brasil y Argentina las mismas materias primas que antes vendía
a otros países. También le compra a estas dos naciones las
manufacturas que antes importaba desde otros lugares. Pero a
diferencia de Uruguay ha debido elevar los aranceles extra regionales,
porque ya era una economía muy abierta. Su pequeña industria tiende
a ser demolida por la competencia brasileña y el campesinado –que
constituye la mitad la población– sufre las consecuencias de esta
concurrencia.
El
Mercosur le impide a Paraguay aprovechar su ubicación para obtener
ventajas en la distribución de la renta hidroeléctrica. Por eso al
igual que Uruguay coquetea con un tratado de libre comercio con
Estados Unidos y refuerza esta posibilidad negociando la implantación
de una base militar norteamericana. Pero este remedio sería peor que
la enfermedad. Si el Mercosur genera pérdidas, la exclusión de esa
asociación augura consecuencias más negativas. El mismo dilema
afronta otro pequeño país fronterizo como Bolivia, que mantienen
indefinido su ingreso o alejamiento del Mercosur y han oscilado entre
esta opción y un tratado bilateral con Estados Unidos.
El
maltrato que impone el Mercosur a las economías más frágiles no es
una perversión de este tratado. Es un típico efecto de los convenios
de integración capitalista, que enriquecen a ciertas regiones y
relegan a otras. Esta polarización se extiende también al interior
de los países. Por ejemplo, las actividades del Mercosur han sido
completamente acaparadas dentro de Brasil por la región Sur–Sureste
en desmedro del Norte, Nordeste, Centro y Oeste. El tratado acentúa
las enormes disparidades zonales que han signado la historia del país.
Esta
experiencia demuestra el carácter hipócrita del discurso de
hermandad que preside Mercosur. La retórica oficial siempre
complementa con alusiones al destino compartidos la cruda reivindicación
empresarial de la asociación en términos de costos y beneficios.
Pero estas referencias a una identidad semejante, al pasado común y
al porvenir asociado propagan una imagen mítica que oculta los
conflictos generados por el modelo capitalista de integración.
Las
tensiones con Estados Unidos
En
la tercera etapa del Mercosur los gobiernos de Sudamérica combinan
continuismo neoliberal con regulaciones heterodoxas para favorecer a
las burguesías locales. Estos sectores buscan ampliar su autonomía
para desarrollar negocios regionales, utilizando un proyecto que choca
con el ALCA.
Las
clases dominantes del Cono Sur no aceptan someterse pasivamente a la
estrategia norteamericana, pero tampoco se aprestan a resistirla
frontalmente, ni a erigir una alternativa antagónica. Rechazan la
presión de Bush, pero sin contar con la independencia y el poder
social requerido para desenvolver una opción propia.
El
imperialismo norteamericano ha buscado erosionar al Mercosur por tres
caminos. Intenta inducir alternativamente a la burguesía brasileña o
argentina hacia opciones diferentes, seduce a distintos grupos
exportadores de ambos países con el espejismo de los tratados
bilaterales y propicia una cuña en la asociación con ofertas a
Uruguay y Paraguay.
Pero
la presión estadounidense no ha prosperado porque el comercio del
Cono Sur presenta cierta diversificación. A diferencia de México,
Centroamérica y los países Andinos, Brasil y Argentina mantienen una
cartera más variada de clientes. Esta performance limita la capacidad
estadounidenses para quebrar el Mercosur.
Existe
una vieja historia de conflictos irresueltos de las burguesías
sudamericanas con Estados Unidos. Estas desavenencias han persistido
durante todo el siglo XX. La novedad que introdujo el Mercosur es la
existencia de un principio de negociación conjunta de los grupos
dominantes locales con su poderoso socio y rival. Para ensayar este
camino fue necesario desactivar las tensiones fronterizas
inter–regionales que durante décadas incluyeron varias
posibilidades de guerra. El Mercosur existe porque Brasil, Argentina,
Chile y Bolivia no quedaron desangrados en el tipo de conflagraciones
que padecieron Irak e Irán. Tampoco atravesaron por los choques que
oponen a Pakistán con la India o que han devastado a numerosos países
africanos.
Pero
la conformación del Mercosur también ha requerido cierto desenlace
de liderazgos. El roce histórico que la europeizante burguesía
argentina mantuvo con los gobiernos norteamericanos (doctrina Drago
versus doctrina Monroe) ha perdido relevancia por el fulminante
retroceso que padeció Argentina. En cambio, Brasil que históricamente
desarrolló una política más conciliatoria con el dominador
norteamericano cumple ahora un rol de dirección en la zona. Su
creciente adquisición de empresas argentinas refuerza adicionalmente
este papel geopolítico.
La
comparación con Europa
El
grado de autonomía que aspira a alcanzar el Mercosur choca con la
inserción periférica de la región. Las burguesías de Brasil y
Argentina conforman segmentos capitalistas importantes del mundo
subdesarrollado, pero tienen pocas posibilidades históricas de
alcanzar el tipo de convergencias que, por ejemplo, predominaron en la
Unión Europea. El Mercosur no logra emular este modelo porque Brasil
no es Alemania en el plano económico y Argentina no es Francia en el
plano político.
El
Mercosur carece de una locomotora con proyecciones dominantes en el
mercado mundial. La asociación solo tiene propósitos defensivos
(frente a la extranjerización de la economía) y ambiciones
extra–regionales acotadas (abrir algunos mercados a la exportación
agrícola o industrial básica).
Por
el contrario, las clases dominantes europeas apuestan a recuperar sus
viejas glorias imperiales frente Estados Unidos y Japón. Por eso
implementan una ofensiva neoliberal tendiente a remover las conquistas
sociales de posguerra. Buscan crear condiciones de competitividad
capitalistas equiparables a las vigentes en otras economías
desarrolladas.
Los propósitos del Mercosur son modestos. La máxima aspiración de
las burguesías sudamericanas es alcanzar algún papel significativo
en el universo de los competidores periféricos.
Pero
el logro de esta meta a través de la integración parece improbable.
No hay que olvidar que todos los intentos previos –desde la ALALC
hasta la ALADI y el Pacto Andino– fracasaron. Estos ensayos no
pudieron evitar la sistemática violación de los acuerdos comerciales
que generó la ausencia de una autoridad estatal, capaz de sostener el
convenio frente al comportamiento disgregador de las burguesías
locales. Ninguna clase dominante nacional pudo contrarrestar esta
disolución, actuando como centro hegemónico regional.
El
Mercosur no ha remontado estos obstáculos históricos. Es cierto que
a diferencia del pasado, existe en la actualidad cierta intención de
gestar una autoridad supranacional y todavía es visible la intención
de Brasil de jugar un rol dirigente. Pero estas tendencias apenas
despuntan. Los acuerdos intergubernamentales que rigen la asociación
no tienen hasta ahora consistencia supranacional y no se vislumbra la
conformación del aparato proto–estatal regional que exigiría la
integración capitalista.
El
Mercosur carece de mecanismos ejecutivos. No cuenta con instituciones
comparables al Consejo Europeo, ni menos aún con dispositivos para
adoptar decisiones rápidas (como el “fast track” norteamericano).
Tampoco ha empezado a recorrer el camino constitucional que precede a
la formación de una cúpula burocrática supranacional. La existencia
de esa capa autónoma es indispensable para contrarrestar las
presiones nacionales contrarias al ensamble regional burgués.
Las
clases capitalistas de Sudamérica tampoco se han entrelazado como sus
pares europeos. En última instancia, la capacidad de decisión de los
funcionarios que comandan un proceso de integración regional depende
de la solidez económica de las clases dominantes que representan.
Se podría argumentar
que la unificación europea ha sido un acontecimiento imprevisto. Pero
el Mercosur cuenta con pocas posibilidades de repetir esa sorpresa.
Los intereses extra–regionales de las clases dominantes de Sudamérica
son más fuertes y limitan estructuralmente la integración
capitalista. Un análisis del perfil de estos grupos capitalistas
permite comprender mejor adónde va el Mercosur y por eso estudiamos
esos rasgos en el siguiente artículo.
Notas:
[2]Ghiotto Luciana. “El ALCA, un fruto de la relación
capital–trabajo”. Estay Jaime, Sánchez Germán. El ALCA y sus peligros para
América Latina, CLACSO libros, Buenos Aires, 2005.
[3]Guerrero Modesto Emilio. El Mercosur, Vadell Editores, Caracas, 2005.
[4]Ambos
procesos son descriptos por Schvarzer Jorge. “El Mercosur, un bloque económico con objetivos a
precisar”. Los rostros del Mercosur, Clacso, 2001
[5]Saludjian describe esta crisis con el término “desmercurización”.
Saludjian Alexis. Hacia otra integración sudamericana, Libros del
Zorzal, Buenos Aires,
noviembre 2004.
[6]Esta
caracterización plantea:
Bouzas Roberto. “¿Puede sobrevivir el Mercosur?”. Perfiles
Latinoamericanos, n 23, diciembre 2003, México.
[7]Rapoport Mario, Musacchio. “Mercosur o provincias del imperio”. Le
Monde Diplo, enero 2006, Buenos Aires.
[8]
En los años 20, la economía argentina era el doble de la brasileña.
En 1937/38 el PBI argentino era 50% más grande que Brasil. En
1960 las economías de ambos países se había equiparado. Pero en
la actualidad la diferencia entre los dos países es muy
significativa. En 1965 el PBI brasileño era un 25% mayor que el
argentino y en 2003 ya superaba en 4 veces al de su vecino.
Sevares, Julio “Rezago Industrial Argentino”, Clarín,
14–2–06.
[9]
Por ejemplo: Fernández
Huidobro Eleuterio. “Cuándo viene una inversión, ustedes nos
cortan las rutas”. Página 12, 16–1–06.
[10]Las
características negativas del tratado son descriptas por Lorier
Eduardo. “¿Por qué nos oponemos al tratado de inversión con
Estados Unidos?”. InfoNoticias WebPcu.org, 23–8–05.
[11]Rappaport Mario. “Estados Unidos juega a debilitarlo”. Página 12,
22–1–06.
[12]Sigal Eduardo. “El ALCA no le conviene a Uruguay”, Página 12,
22–1–06.
[13]Rodriguez José Carlos. “Una ecuación irresuelta:
Paraguay–Mercosur”. Los rostros del Mercosur, Clacso 2001.
[14]Costa Lima Marcos. “A dinamica espacial do Mercosur”. Los rostros del
Mercosur, Clacso 2001
[15]Una
descripción de estas tensiones presenta: Jelin Elizabeth. “Los movimientos sociales y los actores culturales en
el escenario regional. El caso del Mercosur”.
Los rostros del Mercosur, Clacso 2001
[16]
Malewski expone los ejes de esta estrategia. Malewski
Jan” “Une crise de la construction neoliberale” Inprecor
507–08, juillet–aout 2005, Paris.
|