III – El Mercosur de las clases dominantes
Por
Claudio Katz ()
Enviado
por el autor, 30/03/06
Resumen:
Los grandes grupos capitalistas que sobrevivieron a la crisis buscan
amoldar el Mercosur a sus intereses. Aplican con mayor pragmatismo los
mismos criterios de librecomercio que provocaron el deterioro económico
de los 90. Garantizan el pago de la deuda externa, que solventa la
mayoría popular, para afianzar su integración al circuito financiero
internacional.
No
existen divergencias irresolubles entre el Mercosur y el ALCA, pero
los subsidios norteamericanos al agro traban una eventual confluencia.
Los gobiernos del Cono Sur han intervenido coordinadamente en la región
para auxiliar a sus socios más débiles y exhibir capacidad de acción
política frente al mandante norteamericano. Bush expresa satisfacción
e incomodidad frente a estas acciones, que tienden a reforzar el
liderazgo brasileño del Mercosur.
Las
clases dominantes de la región se asocian pero al mismo tiempo
rivalizan con el capital externo. Propician el Mercosur porque no se
han disuelto en el proceso de transnacionalización. El proyecto de
retomar un modelo regional industrialista enfrenta las mismas
dificultades que frustraron al desarrollismo. Se reproducen las
tensiones que en el pasado enfrentaron a los funcionarios, los políticos
y los capitalistas.
Se
debe discutir no solo la viabilidad, sino también la conveniencia del
Mercosur. Un proyecto de integración popular requiere otro programa y
otros artífices. Es poco realista la expectativa de gestar un
“Mercosur social”.
El
futuro del Mercosur
El
futuro del Mercosur está sujeto al giro que procesan las clases
dominantes de Sudamérica. Los grupos capitalistas locales que
emergieron con mayor poder de las últimas crisis intentan amoldar la
asociación a sus intereses específicos. Agrupan a las fracciones
concentradas del empresariado regional, mantienen fluidas conexiones
con las grandes empresas extranjeras y ejercen una significativa
influencia en las finanzas y la agroexportación.
Estos
sectores buscan adecuar el Mercosur a sus prioridades. Promueven un
desarrollo hacia afuera que jerarquiza la especialización en materias
primas e insumos industriales, porque pretenden compensar con
exportaciones la contracción de los mercados internos. Como aspiran a
conseguir un lugar en la competencia global han archivado el viejo
esquema de sustitución de importaciones e industrialización hacia
adentro.
Estas
orientaciones explican la actitud de las clases dominantes frente al
libecomercio y el endeudamiento externo. Pero plantean un serio
conflicto de intereses con Estados Unidos, colocan a Brasil ante un inédito
rol y empujan a los gobiernos del Mercosur hacia una intervención política
más directa en la región.
El
dogma del librecomercio
El
giro exportador de las clases capitalistas se expresa en su defensa
del librecomercio y la aplicación de este criterio para construir
internamente el Mercosur. Por un lado, propician acuerdos de reducción
arancelaria con otros bloques (Europa, China, Sudeste Asiático) y
conciben la protección consensuada como una medida transitoria hacia
el comercio global irrestricto. Por otra parte, convocan a erradicar
los aranceles entre países de la región estimando que servirá para
especializar a cada economía en sus ventajas comparativas.
Este
apego al librecomercio contrasta con las tesis proteccionistas que
alentaban hasta los años 70 las clases dominantes de la región. La
idea de construir industrias nacionales resguardadas frente a la
competencia externa ha perdido peso frente a la prioridad de encontrar
mayores beneficios en el intercambio comercial liberalizado.
Este
viraje resucita la vieja tradición librecambistas de las oligarquías
latinoamericanas. La idea de forjar acuerdos con Estados Unidos y
Europa para ingresar exportaciones a los mercados metropolitanos se ha
impuesto nuevamente como gran criterio de la política comercial. Pero
como los gobiernos del Mercosur ya conocen el riesgo de una masiva
invasión de importaciones foráneas, tratan de aplicar con mayor
cautela los esquemas de librecomercio. No olvidan la nefasta
experiencia de los 90.
Durante
la década pasada rigió el neoliberalismo comercial extremo. Los
gobiernos sancionaron un recorte de los aranceles que redujo la
protección promedio en Latinoamérica del 40 al 11%. Estas podas se
instrumentaron con brutales rebajas, en breves períodos de dos o tres
años. Por eso la dispersión de las tarifas cayó del 30% (mitad de
los 80) al 9% (fines de los 90). Bajo el estandarte del
“regionalismo abierto” y la promesa de alcanzar un nivel de
prosperidad semejante al Primer Mundo se introdujo un nivel de
apertura superior al prevaleciente en los países avanzados.
Esta
desprotección acentuó el impacto de las crisis, afianzó el
retroceso de la región en el mercado mundial y multiplicó las
deformaciones de la estructura fabril. La relación industria–PBI se
ha mantenido en los niveles de los 80, la creación de empleo formal
fue bajísima, el crecimiento de las exportaciones fue erosionado por
un incremento superior de las importaciones y la tasa de inversión no
asegura la expansión sostenida del producto.
Este
fracaso obedece en parte a la propia falacia del librecomercio. Los
tratados nunca sancionan el intercambio irrestricto, sino la combinación
de liberalización y proteccionismo que requieren las economías
dominantes. Tanto Estados Unidos como la Unión Europea promueven
reducciones de tarifas en los segmentos que les interesa (servicios) y
preservan altos aranceles en los sectores que necesitan proteger
(acero, agro).
El
librecomercio otorga libertad a las grandes potencias para descargar
sus excedentes sobre los países pobres. Reafirma la libertad de las
grandes empresas para lucrar con fuerza de trabajo abaratada y afianza
la libertad de los bancos para especular con monedas, títulos y
acciones.
Como acertadamente subrayó un novelista, la división internacional
del trabajo define que unos países se especializan en ganar y otros
en perder. Y en esta asignación de roles, América Latina se ha
especializado en perder desde los tiempos más remotos.
El
intercambio con menores aranceles favorece a las grandes corporaciones
del centro y a sus socios de la periferia, pero golpea a la población
de ambas regiones. No produce las ventajas de la especialización
complementaria, ni tampoco permite la satisfacción de necesidades recíprocas.
Cómo las empresas metropolitanas cuentan con mayor nivel de
productividad, industrialización y desenvolvimiento tecnológico,
obtienen en el mercado mundial beneficios extraordinarios, a costa de
sus frágiles competidores de la periferia.
Estas
ganancias no provienen de la localización, los atributos del suelo o
las peculiaridades de cada población. Surgen de las brechas de
productividad que caracterizan al capitalismo contemporáneo. El
librecomercio renueva la vieja fractura internacional entre países
exportadores de insumos básicos y economías productoras de bienes
elaborados. Si las clases dominantes de Sudamérica propagan la
ideología del librecomercio a pesar de estos resultados, es porque
esperan obtener algún espacio comercial dentro de un esquema que
afecta a la mayoría popular.
Los
líderes actuales del Mercosur defienden este modelo con mayores
prevenciones que en la década pasada. Afirman que aprendieron la
lección y prometen no reproducir el librecambismo ingenuo de los 90.
Postulan una versión pragmática de esta doctrina, advirtiendo que
imitarán la conducta de sus pares de Estados Unidos y Europa. Pero en
este juego de liberalización hipócrita las cartas están
desigualmente distribuidas, porque el librecambismo periférico tiene
escasa capacidad de acción en una economía mundial dominada por las
potencias centrales.
Convalidación
de la deuda
El
problema de la deuda está omitido en la agenda del Mercosur. Los
gobiernos no encaran conjuntamente el tema, ni discuten medidas
colectivas para atenuar esta carga financiera. Han naturalizado el
pasivo, como un dato de la realidad que cada país debe afrontar
individualmente.
Las
razones de esta actitud son evidentes. Las burguesías locales
propician honrar el pasivo porque no pagan la factura y además, son
acreedoras de una porción de la hipoteca, que solventa la mayoría
popular. Esta conducta se ha reforzado al cabo de una crisis que
empobreció a la población, aumentó el poder de los prestamistas y
agravó el endeudamiento de los estados.
La
idea de resistir en bloque el pago de ese tributo ha sido abandonada
incluso por sectores de centroizquierda que en el pasado promovieron
cierta resistencia. Algunos funcionarios lamentan el endeudamiento y
otros objetan su manejo precedente, pero todos asumen la carga como un
dato de la realidad. Por eso han sepultado todas las sugerencias
favorables a la constitución del frente de los deudores que se
debatieron en los años 80.
Para
los capitalistas locales es indispensable cumplir con los compromisos
de la deuda para mantener aceitada su integración al circuito
financiero internacional. Estos grupos participan activamente de ese
sistema como depositantes de rentas y como perceptores de intereses.
Reciclan una porción significativa de sus ingresos hacia el exterior
y mantienen parte de su patrimonio fuera de sus países de origen. El
resultado de esta integración es particularmente perverso. Mientras
las capas dirigentes de Latinoamérica apuntalan financieramente al
estado norteamericano (comprando bonos del tesoro), la población de
la región solventa la gran transferencia de fondos al exterior que
impone el pago de la deuda pública.
Las
naciones periféricas mantienen colocados en los bancos de los países
centrales grandes montos de efectivo. Estos depósitos duplican las
sumas de los préstamos que esas entidades giran a las regiones
subdesarrolladas. Los gobiernos de estas zonas también acumulan
reservas multimillonarias en divisas y bonos del Tesoro y destinan
parte del ahorro local a sostener las monedas y los títulos de las
principales potencias.
Este tipo de asociación no podría perdurar si los países periféricos
resolvieran declarar una moratoria de la deuda externa.
Las
clases dominantes de Sudamérica preservan el pago de la hipoteca para
asegurarse también el cobro de los bonos que han suscripto con sus
propios estados. Cierta porción de la deuda externa y el grueso de la
deuda interna están en manos de este sector capitalista, que
incrementó sus acreencias en las últimas crisis mediante la conversión
de muchos pasivos a moneda nacional.
Este
proceso aumentó la gravitación de la deuda interna en desmedro de la
externa sin generar ningún beneficio para los países. El costo
financiero de la hipoteca no se reduce y la vulnerabilidad de las
finanzas públicas persiste. Pero al reforzar su papel de acreedor del
estado, las clases dominantes también han ampliado su capacidad para
exigir disciplina fiscal y lograr el cobro puntual de sus préstamos.
Por eso se han generalizado en toda la región el nuevo dogma del
superávit fiscal, que compromete a los estados a realizar ahorros
forzosos para garantizar el pago de intereses.
En
este terreno los gobiernos actuales de centroizquierda son más
ortodoxos que sus antecesores derechistas. Por un lado, extreman los
ajustes para cumplir con las acreencias corrientes y por otra parte,
generan excedentes suplementarios para reducir los pasivos con los
organismos multilaterales. Lula y Kirchner han comandado este anticipo
de pagos y por eso dispusieron la cancelación total de las
obligaciones con el FMI. Esta decisión obliga a reforzar el ajuste y
la solvencia fiscal.
Aunque
se ha presentado esta decisión como un acto soberano, es evidente que
la medida empalma con la pretensión del Fondo de reducir su exposición
financiera. Pero el principal objetivo de la medida ha sido aliviar
los controles que ejercen esos organismos sobre el rumbo cotidiano de
la política económica de cada país. Por esta vía se busca
incrementar la autonomía de los negocios que realizan las clases
dominantes sudamericanas. Pero este reforzamiento de los grupos
capitalistas locales también deteriora el ingreso popular y bloquea
cualquier modalidad de redistribución.
El
cambio en la coyuntura financiera internacional ha reducido las
tensiones creadas por la administración de la deuda que prevalecieron
en los últimos años. Actualmente predominan tasas de interés bajas
y una corriente de afluencia de capitales hacia la región. Pero este
cuadro es problemático, porque la drástica liberalización del
movimiento de capitales que implementó el neoliberalismo ha reforzado
la dependencia del ciclo regional del vaivén de ingresos y salidas
del capital especulativo externo. Cuándo la rentabilidad decrece en
los circuitos bancarios o bursátiles de las economías avanzadas
estos fondos arriban a la zona. Pero cuándo se revierte la tendencia,
los mismos capitales retornan abruptamente a sus lugares de origen,
provocando agudas turbulencias.
Actualmente
no se percibe gran preocupación por estas oscilaciones. Prevalece el
ingreso de capital, la estabilidad económica y la recuperación del
PBI. La tasa de crecimiento en la región fue 5,7% en el 2004, 4,2% en
el 2005 y se espera otro incremento semejante durante año en curso.
Pero
bajo la superficie de esta calma, la deuda externa continúa creciendo
en forma descontrolada y este aumento crea las condiciones para
recrear la imposibilidad de continuar los pagos. Cuándo las
condiciones vuelvan a tornarse adversas, el monumental default que
protagonizó la Argentina podría repetirse en otros países de la
región.
El
cumplimiento con los acreedores acentúa en lo inmediato el
sufrimiento popular, porque algunos gobiernos de centroizquierda hacen
lo imposible para congraciarse con los banqueros. El ejemplo de Lula
es contundente, ya que con las sumas que ha destinado a cumplir con la
deuda se podría haber garantizado en Brasil vivienda para 15 millones
de familias y tierra para 4 millones de asentados o duplicado el gasto
en salud y educación.
Situaciones semejantes se registran en otros países del Mercosur. El
pago de la deuda es una penuria popular que convalidan las clases
dominantes para gestar el tipo de integración regional que favorece
sus negocios.
La
controversia agrícola
Con
actitudes de librecomercio pragmático y conductas de buen pagador de
la deuda, las clases dominantes de Sudamérica encaran la intrincada
negociación de los subsidios norteamericanos al agro. Estos auxilios
constituyen el punto de mayor conflicto entre el Mercosur y han
bloqueado todas las iniciativas norteamericanas para sumar a los países
del Sur al proyecto del ALCA.
El
choque creado por estas subvenciones es muy severo porque este apoyo
estadounidense afecta la competitividad de las exportaciones que
Argentina y Brasil realizan sin ningún sostén estatal. Distintos
gobiernos norteamericanos han propuesto contrapartidas a la aceptación
de estas subvenciones. Pero ninguna compensación contrarrestaría las
pérdidas que le ocasiona a Argentina y Brasil rivalizar con una
potencia que solventa sus exportaciones con fondos públicos.
El
mismo choque se extiende también a los aranceles, porque a pesar de
su discurso librecambista Estados Unidos recurre a fuertes tarifas
para proteger de la competencia externa distintos cultivos locales.
Esta situación ha provocado el estancamiento de las negociaciones del
Mercosur con los funcionarios estadounidenses. Los representantes
norteamericanos exigen legitimar una concurrencia desigual que los
gobiernos del Sur no pueden aceptar.
Todas
las administraciones del Norte han compartido esta dura posición en
el tema agrícola. Este sector representa solo el 8% de las
exportaciones y el 2% del PBI, pero cuenta con una influencia económica
y política enorme. Por eso consigue asegurar la continuidad de
subvenciones que son acaparadas por las grandes compañías. La
protección estatal alcanza proporciones mayúsculas, porque los
mismos productos subsidiados gozan además de altos aranceles. Este
doble auxilio abarata las exportaciones y encarece las importaciones.
Mientras
que los aranceles son crecientes en función del grado de elaboración
de cada producto, los subsidios han sido sucesivamente incrementados
por disposiciones gubernamentales (Fair Act de 1996 y Farm Bill del
2002). Los gobiernos norteamericanos exaltan las virtudes del
librecomercio, pero aplican esta descarada protección. Esa dualidad
revela hasta que punto las propuestas de integración comercial que
plantean el ALCA y los convenios bilaterales son coberturas de un
proyecto de pura dominación.
Estados
Unidos argumenta que no puede remover los subsidios mientras sus
rivales europeos conserven el mismo tipo de auxilios. Por eso proponen
que los países sudamericanos acepten transitoriamente esta restricción,
mientras se batalla en común por la reducción paulatina y concertada
de todas las subvenciones. Los gobiernos norteamericanos sugieren que
Argentina y Brasil serían los grandes beneficiarios de un bloque de
presión conjunta sobre Europa, conformado junto a otros países
exportadores que enfrentan la misma adversidad, como Australia y Canadá.
Pero
los países del Mercosur nunca tendrán voz ni voto en las tratativas
agrícolas que realizan los dos grandes bloques. Estados Unidos y
Europa manejan los hilos de estas negociaciones. En las últimas
conversaciones de la OMC, por ejemplo, este debate giró en torno a
una propuesta norteamericana de bajar 90% los aranceles y 60% los
subsidios, frente a la contrapropuesta europea de reducir
exclusivamente las protecciones aduaneras en un 60%. Lo que se
discuten son porcentajes de disminución de los auxilios estatales y
no la eliminación de los subsidios que reclama el Mercosur.
Las
clases dominantes de Sudamérica siempre han oscilado entre el
endurecimiento y la resignación frente a la supremacía
estadounidense y la gravitación europea en las negociaciones agrícolas.
El fracaso provocado por la indulgencia de los años 90 ha dado lugar
actualmente a una postura más crítica. Esa actitud se verifica en el
apoyo que el establishment argentino brindó a los cuestionamientos
planteados por Kirchner a Bush en Mar Plata. Este mismo aval
capitalista recibe Lula cuándo reclama la reducción de las
subvenciones.
Pero
los gobiernos de centroizquierda buscan alguna salida a este
conflicto, para intentar un mayor ingreso de sus exportaciones al
mercado norteamericano. Esperan retomar en algún momento las
tratativas para lograr un acuerdo continental del librecomercio. Las
subvenciones al agro traban estas negociaciones e impiden la
confluencia del Mercosur con el ALCA.
Es
importante registrar que las divergencias del Mercosur con el ALCA
giran en torno a esos subsidios para tomar nota del tipo de
discrepancias en juego. Bastaría que se acordara un horizonte de
reducción de esas subvenciones para abrir una convergencia. Los
funcionarios actuales en Brasil y Argentina no plantean la eliminación
total de los auxilios estatales, sino garantías de un recorte
progresivo. Esta visión ha sido explícitamente enunciada por un ex
canciller argentino.
La
política del Mercosur
El
perfil comercial de Sudamérica, la evolución del endeudamiento
regional y el curso de las tratativas agrícolas también dependen de
la capacidad que exhiban los gobiernos del Mercosur para asegurar la
estabilidad política de la zona. Por eso las clases dominantes del
Cono Sur ensayan una intervención directa y coordinada en la región.
No solo hay cumbres presidenciales y declaraciones conjuntas. También
se desarrollan acciones compartidas basadas en un principio de
padrinazgo de los países grandes sobre los chicos.
Esta
ingerencia es un resultado del propio curso de los negocios. Para
garantizar las inversiones de las grandes empresas, el Mercosur se vio
obligado a comprometerse desde principios de los 90 en las crisis
institucionales que afectaron a varios países.
Frente a estas conmociones, Argentina y Brasil actuaron en común
buscando imponer cierto orden desde el exterior. Ambos países
intervinieron coordinadamente primero en Paraguay (crisis del general
Oviedo) y luego en Ecuador y Bolivia. La caída de varios presidentes
bajo el impacto de grandes levantamientos populares los indujo a tomar
medidas más contundentes para recomponer los sistemas políticos
colapsados.
Esta
intervención ha introducido un cambio en comparación a la época de
la ALALC o la ALADI. En los últimos años se han incorporado al
Mercosur “cláusulas democráticas” que legitiman esta
interferencia. A través del “Grupo de Río” los ministros de la
asociación discuten líneas de acción frente a cada crisis. También
evalúan formar nuevas instituciones políticas zonales –como la
Comunidad Sudamericana de Naciones– para otorgarle mayor legalidad a
participación. Algunos presidentes tratan de crear una válvula de
seguridad permanente, que permita una acción preventiva externa
anticipada de las crisis e impida el estallido institucional que se ha
observado en varias naciones.
Este
tipo de acciones no representan actos de solidaridad con las luchas
populares. Tampoco se traducen en socorros humanitarios significativos
en las situaciones de emergencia. La principal función de estas
intervenciones ha sido doblegar (o enfriar) las rebeliones sociales
que desbordaron a las clases dominantes locales. Lo que moviliza a los
jefes del Mercosur es la amenaza que perciben a la continuidad de sus
negocios.
La
prensa suele describir esta reconstrucción externa del poder político
con fórmulas elegantes. Describe como se “contrarrestan la
crisis”, se “estabilizan los sistemas políticos” y se
“recomponen las instituciones”. Pero siempre oculta que la función
de estas acciones es perpetuar la opresión social. Las clases
dominantes de Sudamérica amplían su radio de acción para afirmar su
poder. Su intervención auxilia a gobiernos frágiles y defiende los
privilegios de las grandes empresas. Pero también apunta a otro
objetivo: exhibir capacidad de acción política autónoma frente al
gran patrón norteamericano.
Estados
Unidos y Brasil
El
gobierno de Bush mantiene una reacción contradictoria de incomodidad
y satisfacción frente a las acciones políticas del Mercosur. Por un
lado preferiría liderar directamente las operaciones en su patio
trasero para recrear la vieja función virreinal de la embajada
norteamericana. Pero por otra parte, la administración estadounidense
ha perdido influencia directa y presencia inmediata en esta región y
por eso aprueba el rol de estabilizador que cumplen otros estados.
En
un momento de aislamiento diplomático, carencia de aliados y escasa
capacidad de respuesta militar, Bush se congratula del papel sustituto
que han asumido los principales gobiernos centroizquierdistas. Ha
visto como las tropas de Argentina y Brasil sustituyeron en Haití a
los marines en la custodia de un gobierno creado por la CIA. Y también
observa como los presidentes del Cono Sur atemperaron la sublevación
popular en Bolivia, morigeraron el colapso gubernamental de Ecuador e
intentan moderar la radicalización de Chávez. El mantenimiento del
status quo transita actualmente ese camino.
Pero
las piezas del ajedrez geopolítico se están moviendo velozmente y
Brasil intenta aprovechar la coyuntura para convertirse en el líder
indiscutido del Mercosur. Busca manejar todas las cartas de la
diplomacia regional, a través de la creación de la Comunidad
Sudamericana de las Naciones. La clase dominante brasileña sabe que
para ocupar un lugar en el Consejo de Seguridad de la ONU tiene que
mostrar capacidad de control efectivo sobre alguna porción del
planeta.
La
ocupación de Haití constituye un test de este proyecto. Brasil
comanda las tropas sudamericanas en la isla para demostrar que puede
ejercer un mando militar en el cumplimiento de una “responsabilidad
regional”. Qué este operativo se haya instrumentado con el aval de
Estados Unidos y legitimando un golpe de estado, no constituye una
gran preocupación para el gobierno de Lula. La supremacía de los
capitalistas brasileños dentro del Mercosur exige no solo predominio
comercial, habilidad financiera y preponderancia industrial. También
requiere capacidad política, protagonismo político, presencia
militar y peso estatal a escala regional.
Otro
ejemplo del liderazgo ambicionado por la clase dominante del principal
país sudamericano se observó en el rol jugado por Brasil en las últimas
reuniones de la OMC. Allí actúo como mediador de las presiones
imperialistas sobre el conjunto de la periferia. El gobierno
centroizquierdista de Lula profundiza en este terreno la orientación
que han seguido todas las administraciones que lo precedieron. Esta
estrategia apunta a lograr que el control brasileño del Mercosur
facilite otro tipo de negociaciones del ALCA con Estados Unidos.
Algunos
analistas estiman que la diplomacia brasileña reproduce en el Cono
Sur el rol que juegan Sudáfrica y la India en sus respectivas
regiones. Estiman que este predominio es factible porque el país reúne
al 49% de la población sudamericana, la mitad de su PBI y mantiene un
gasto militar equivalente al resto de la región.
Pero la proyección internacional de Brasil depende de la estabilización
del Mercosur y esta consolidación a su vez requiere que las clases
dominantes locales se afiancen frente a sus socios y rivales
extranjeros.
Locales
y trasnacionales
Un
retrato de las 50 mayores compañías de Latinoamérica revela que los
grandes grupos capitalistas de Latinoamérica buscan ocupar los nichos
que dejan sus competidores del centro en el mercado internacional.
Apuestan a la exportación y a contar con financiación metropolitana.
Su objetivo es alcanzar el status de pequeñas o medianas
multinacionales, adquiriendo empresas menores en su radio fronterizo.
Las 20 compañías brasileñas de este ranking confirman este perfil.
Las
empresas argentinas se especializan enimentos, cereales, soja, tubos
de acero, pero solo han logrado una penetración internacional
significativa en pocos sectores.
En México han conformado multinacionales de tamaño medio adquiriendo
pequeñas compañías de Centroamérica o hispanas de Estados Unidos y
actúan en los pocos sectores que pueden afrontar la rivalidad global
(bebidas, alimentos, farmacia). Aglutinan al segmento que sobrevivió
a la crisis financiera de mitad de los 90 (“tequila”) y que han
podido absorber el terrible impacto que produjo la apertura comercial
que acompañó al NAFTA.
Las
empresas con inversiones regionales y orientación exportadora
conforman los grupos hegemónicos de las clases dominantes
latinoamericanas. Estos sectores constituyen burguesías locales, pero
ya no nacionales en la acepción clásica del término. No privilegian
la producción destinada al mercado doméstico, ni la acumulación endógena
que predominó durante la posguerra en la periferia. Tampoco
jerarquizan los negocios asociados a la mejora del poder adquisitivo
de la población.
En
Sudamérica los grupos capitalistas locales mantienen su vieja
asociación con las corporaciones transnacionales instaladas en la
zona. Ambos sectores se han intercalado en la hegemonía del Mercosur
y expandieron conjuntamente su influencia durante el proceso de
fusiones y adquisiciones que se registró entre 1990 y 1998.
Los
capitalistas locales juegan un rol clave en el Mercosur a partir de la
alianza estratégica que han forjado con sus socios extranjeros. Esta
asociación guarda cierta semejanza con el acuerdo estratégico que
mantuvieron los terratenientes latinoamericanos y las empresas foráneas
hasta la primera mitad del siglo XX.
Este
enlace asume rasgos complementarios o contradictorios en cada
coyuntura, porque la desnacionalización de activos y la gravitación
de las burguesías locales suscitan coincidencias en ciertos períodos
y fuertes choque en otras circunstancias. Los dos procesos se
afirmaron en la última década. Por un lado la participación de los
capitales extranjeros en las 500 mayores empresas de la región pasó
de 31,8% (1990–92) a 46,6% (1998–2000), pero por otra parte también
se elevó la presencia de los grupos privados nacionales de 52,8% a
55,8%. Ambos avances se produjeron a costa de la retracción del peso
de las firmas estatales, que cayeron de 17,4% a 7,6%.
Estos porcentajes confirman que junto a la extranjerización aumentó
la influencia de los grandes grupos capitalistas locales. Lo que
decreció fue la presencia del sector público.
La
asociación del capital local y extranjero ha signado tanto la
historia latinoamericana como la rivalidad entre ambos grupos. Estos
conflictos se han expresado en la vigencia de períodos de mayor y
menor regulación estatal de la inversión foránea. Estas fases
siempre coincidieron con actitudes de reserva y entusiasmo hacia el
rol de las corporaciones multinacionales. Un termómetro de esta
ambivalencia han sido las cambiantes posturas de la CEPAL.
Este
vaivén no ha desaparecido, porque a pesar de su creciente enlace con
el capital extranjero, las clases dominantes nativas mantienen
intereses específicos y diferenciados de las compañías foráneas.
Por eso el término “transnacionalización” debe utilizarse con
cuidado para describir los cambios registrados en las burguesías
locales.
Estos
sectores no se han disuelto en negocios globales. Continúan operando
desde sus países de origen y conforman un segmento distinto y rival
de las compañías metropolitanas. Han profundizado su asociación con
el capital extranjero, pero sin perder sus viejos cimientos
territoriales. De esta localización depende una parte significativa
de sus beneficios y también los subsidios que reciben los estados.
Extraen privilegios de la influencia que ejercen sobre el poder político
de cada país y que no comparten con las empresas metropolitanas. El
avance de la mundialización no ha extinguido a las clases dominantes
de la periferia. Solo ha modificado el perfil y las prioridades de
este sector.
Las
tensiones en la cúspide
El
Mercosur es un instrumento de las clases capitalistas de Sudamérica
para expandir su gravitación económica, su peso político y su
influencia social. Estos grupos encaran una nueva etapa del tratado
luego del ensayo de apertura y desregulación neoliberal que
promovieron durante los 90. Esta frustración ha inducido a una
revalorización de la industrialización desarrollista precedente.
Nadie reivindica el modelo de protección aduanera y producción
centrada en el mercado interno, pero se habla de reindustrializar los
países, recrear el empresariado nacional y forjar el capitalismo
regional.
Muchos
promotores del Mercosur suponen que estos objetivos pueden alcanzarse
si las fuerzas políticas y los funcionarios estatales disciplinan a
las clases capitalistas y las involucran en un proyecto de crecimiento
sostenido y redistributivo. Pero olvidan que esta misma política ya
se ensayó en el pasado. Lo que demolió el modelo desarrollista no
fue sólo el espontáneo avance de la mundialización, ni la marea
destructiva del neoliberalismo. Estos procesos solo destruyeron un
esquema que ya naufragaba, por la resistencia de las burguesías
nacionales a aceptar –en las condiciones de acumulación de esa época–
las demandas de expansión productiva y mejora del poder adquisitivo
que planteaba el poder político.
Las
clases capitalistas de los países periféricos medianos lucraron con
los subsidios estatales y la protección aduanera, pero rechazaron
cualquier recorte de sus beneficios e impidieron el control de sus
inversiones. Utilizaron el esquema desarrollista para socializar pérdidas
y apropiarse de altas ganancias y por eso el modelo colapsó, en un
marco de agudos desequilibrios internos y baja competitividad
internacional.
El
déficit fiscal, el endeudamiento externo y el desbalance comercial
sepultaron este esquema. Pero lo importante es observar que el modelo
desarrollista no se desplomó por exclusiva culpa de los funcionarios
del estado y las elites políticas. Los principales responsables de
este fracaso fueron los exponentes de la burguesía nacional.
Es
probable que el esquema industrialista actual en el Mercosur repita la
misma tensión entre elites, funcionarios y clases capitalistas, que
frustró el antecedente nacional de los años 50 y 60. La mayor
asociación internacional de las clases dominantes refuerza esta
inestabilidad porque torna más difícil el disciplinamiento estatal
de los capitalistas, mientras no se logre forjar una autoridad
supranacional.
¿Un Mercosur social?
La
mayor parte de las discusiones sobre el Mercosur gira en torno a la
viabilidad de esta asociación. Pocas veces se debate su conveniencia,
a pesar de la mayor relevancia que tiene este segundo problema. La
factibilidad futura del tratado es un tema abierto y como todo pronóstico
admite muchas opiniones valederas. Pero esta ambigüedad es
inaceptable al momento de caracterizar si el proyecto es o no
favorable a los intereses populares.
El
Mercosur es el programa de clases dominantes y plantea un programa
adverso para las clases oprimidas. Una alternativa de integración
favorable a los intereses populares requiere concebir otro modelo de
convergencia zonal.
Existe
la errónea creencia que el desarrollo de la región necesariamente
presupone la consolidación de los grupos capitalistas que promueven
el convenio.
Esta visión se basa en la errónea identificación del bienestar de
los pueblos con la prosperidad de las clases dominantes, como si los
beneficios de este sector no derivaran de la explotación de los
trabajadores. Este enfoque oculta que el Mercosur es un mecanismo de
reforzamiento de esta opresión.
Las
normas de librecomercio regional que introduce el tratado multiplican
el empobrecimiento y la desigualdad social. Las reglas financieras del
convenio favorecen a las grandes empresas en desmedro de los
campesinos y la pequeña producción. Los subsidios que contempla el
acuerdo aumentan las subvenciones a los capitalistas que ya controlan
el poder económico de Sudamérica.
El
Mercosur no es un proyecto para revertir la explosión de pobreza,
miseria y precarización laboral que generó el neoliberalismo. Al
contrario, permite convalidar estos atropellos y facilita el
aprovechamiento patronal de las condiciones de explotación que ha
legado la década del 90. Los capitalistas lucran con la extensión de
la miseria absoluta, que ya no afecta sólo a los campesinos
expulsados de sus tierras. Este padecimiento se ha extendido a los
obreros descalificados y los jóvenes desocupados. El Mercosur
legitima la tragedia social de Sudamérica y por eso omite la
incorporación de los derechos laborales que atenúen la opresión de
los excluidos y la explotación de los incluidos.
Los
salarios mínimos han caído drásticamente en todos los países de la
región y los costos salariales han quedado reducidos a un sexto u
octavo de sus equivalentes en las naciones desarrollados. La
informalidad laboral se ha generalizado y el desempleo afecta a más
personas durante períodos más prolongados. Por eso la desigualdad
social alcanza en la región proporciones superiores a otras zonas del
planeta. La pobreza se expandió durante los períodos depresivos y la
inequidad se afianzó en las fases de estabilización del Mercosur.
Es cierto que las propias clases dominantes están
descontentas con los resultados económicos del neoliberalismo y que
ensayan un replanteo de la asociación. El declive de los mercados
internos, el dualismo económico y la segmentación social
desestabilizan el proceso de acumulación y afectan sus beneficios.
Pero las burguesías locales no se disponen a revertir estas
pérdidas con mejoras del ingreso popular. Su proyecto es preservar
las contrarreformas sociales que perpetró el neoliberalismo para
relanzar un modelo de crecimiento exportador asentado en los bajos
salarios. Todos los capitalistas promueven este perfil opresivo de la
integración regional y ni siquiera las vertientes burguesas más críticas
del Mercosur neoliberal contemplan un giro hacia la redistribución
del ingresos.
Este
diagnóstico no se discute con nitidez en la actualidad. En los
movimientos sociales sólo existe la decisión de rechazar el ALCA y
sus variantes bilaterales, pero los cuestionamientos al Mercosur son
excepcionales.
Algunos
militantes propugnan gestar
un “Mercosur de contenido social”, pero no aclaran el significado
de este concepto. El tratado vigente en Sudamérica tiene un basamento
capitalista y este cimiento no cambiará incorporando algunos derechos
populares al convenio.
El ALCA es el proyecto del imperialismo y el Mercosur es el
programa de las clases dominantes del Cono Sur. No se puede mejorar el
primer proyecto mediante negociaciones y no se puede transformar al
segundo a través de la mera presión popular.
El Mercosur carece de legitimidad social. Ningún sector
popular lo percibe genuinamente como una institución favorable a sus
intereses. En el mejor de los casos es visto como una abstracción
lejana o como una preocupación de funcionarios y empresarios. La
unificación desde abajo en Sudamérica exige construir otra integración,
con otro programa. Esta es la alternativa que analizamos en nuestro
estudio sobre el ALBA.
Notas:
[2]Una
defensa de este librecomercio plantea: Delvin
Robert. “El área de libre comercio de las Américas.
Expectativas de largo plazo”. La integración económica y la
globalización. Nuevas propuestas para el proyecto
latinoamericano. Plaza y Janes, México, 2003.
[3]Puyana Alicia. “Introducción”. La integración económica y la
globalización. Nuevas propuestas para el proyecto
latinoamericano. Plaza y Janes, México, 2003.
[4]O´Neall Siv. “Los acuerdos de libre
comercio. Hipocresía e ilusión”, BECM n 161, 15–1–06
[5]
Eduardo Galeano .Las venas abiertas de América Latina. Introducción,
Catálogos, Buenos Aires, 2006.
[6]Hemos
analizado este problema en: Katz Claudio. “Los efectos del libre
comercio”. VII Encuentro internacional de economistas sobre
globalización y problemas del desarrollo”. ANEC, La Habana, 8
de febrero de 2005.
[7]
Dumenil
Gerard. “EEUU compró a
las clases dirigentes”. Página 12, 6–2–05, Buenos Aires.
[8]
Toussaint Eric. “Entrevista”. El
Economista de Cuba, reproducido por CP n 5039, 1–8–05.
[9]Jubileo. Auditoria de la deuda–América Latina y el Caribe. Folleto al
FSM–Caracas enero 2006.
[10]Morgenfeld
describe el carácter del conflicto entre el Cono Sur y Estados
Unidos. Morgenfeld Leandro. “ALCA: ¿a quién le interesa?”.
Ediciones Cooperativas, Buenos Aires, 2006.
[11]Estay
detalla este problema. Estay
Jaime, Sánchez Germán. “Una revisión general del ALCA
y sus implicaciones”. El ALCA y sus peligros para América
Latina, CLACSO libros, Buenos Aires, 2005. Estay Reyno Jaime.
“América Latina en las negociaciones comerciales multilaterales
y hemisféricas”, en Estay Reyno Jaime. La economía
mundial y América Latina, Clacso libros, Buenos Aires, 2005.
[12]
Este análisis plantea: Gudynas
Eduardo. “Regresa la sombra del ALCA” Correspondencia de
prensa n 9039, 10–11–05
[13]
“No hay ningún impedimento o condicionamiento que nos haga
imposible avanzar en el ALCA, como no sea el desequilibrio (de los
subsidios). Bielsa Rafael. “Un ALCA con principios puede
tener un buen final”, Clarín, 2–5–05.
[14]
Guerrero Modesto Emilio. El
Mercosur, Vadell Editores, Caracas, 2005.
[15]Camargo Sonia de. “Area de Livre Comercio das
Américas: o labirinto
latino–americano”. América Latina y el (des) orden
neoliberal, FLACSO 2004.
[16]López
Belloso Roberto. “Haití: contradicciones del lejano y del
cercano norte”. Brecha, 10–206, Montevideo.
[17]La
Nación 11–9–05. Ver también. Ceriotto Luis. “Multilatinas,
un club en el que mandan Brasil y México”. Clarín,
26–3–06.
[18]Describimos
este comportamiento en: Katz Claudio.
“Capitalismo imaginario, negocios reales”. Enfoques Críticos,
año 1, n 1, noviembre–diciembre 2005, Buenos Aires.
[19]Garrido
Celso. “Los nuevos desafíos”. Ramírez
Tamayo Zacarías. “El exportador de capitales”. El Semanario,
29–9–05, México.
[20]
Las empresas de propiedad local capturaron el 57%
de estas operaciones. Cimadamore
Alberto. “Crisis e instituciones: hacia el Mercosur del siglo
XXI”. Los rostros del Mercosur, Clacso 2001.
[21]Moro Alfonso. “Los intereses de las transnacionales europeas en América
Latina”. Cuadernos del Sur 38–39, mayo 2005, Buenos Aires.
[22]Un
retrato de estas actitudes puede rastrearse en: Kerner Daniel. “La
Cepal, las empresas transnacionales y la búsqueda
de una estrategia de desarrollo latinoamericana”. Revista de la
CEPAL 79, abril 2003.
[23]
Un análisis de las conductas de las burguesías nacionales
presenta: Chibber
Vivek. “¿Reviviendo el
estado desarrollista? El mito de la burguesía nacional El imperio
recargado, FLACSO, 2005.
[24]Además,
a diferencia de lo ocurrido en el sudeste asiático durante los
80, el viraje hacia el modelo exportador se ensaya al cabo de un
largo y fracasado proceso de industrialización interna.
[25]
Por ejemplo Schvarzer
Jorge. “El Mercosur, un bloque económico con objetivos a
precisar”. Los rostros del Mercosur, Clacso 2001
|