IV – Las disyuntivas del ALBA
Por Claudio Katz ()
Enviado por el autor, 28/03/06
Resumen:
El ALBA es un proyecto opuesto al ALCA e inicialmente diferenciado del
Mercosur. Constituye un resultado del proceso bolivariano y comparte
los dilemas de esa experiencia. El intercambio cooperativo que
realizan Cuba y Venezuela retrata el embrión de una asociación, que
podría sustituir los principios de la competencia y el librecomercio
por normas de complementación y solidaridad.
El ALBA exige forjar la unidad antiimperialista
de la región y no podrá constituirse mediante alianzas con las
clases dominantes. Estos frentes anularían su conformación, porque
los capitalistas sudamericanos
defienden intereses opuestos a la integración popular.
Los
pasos hacia el desarrollo concreto del ALBA transitan por tres áreas.
En el plano energético se requiere favorecer a la masa de
consumidores y eliminar la apropiación de la renta petrolera, lo que
exige a su vez la nacionalización de esos recursos. En el plano
financiero se impone conformar un banco regional con los fondos
surgidos de la suspensión del pago de la deuda externa. El sostén
venezolano a la cancelación de la deuda argentina con el FMI
contradice este curso. En la órbita comercial deben priorizarse las
medidas que permitan mejoras inmediatas del nivel de vida de la mayoría.
El ALBA conquistará legitimidad popular si se
compromete con las reivindicaciones de los oprimidos y promueve
reformas sociales radicales. Para ello debe ser concebido como parte
de una estrategia socialista de emancipación.
El
ALBA
Un tercer proyecto de integración regional opuesto al ALCA e inicialmente
diferenciado del Mercosur ha comenzado a discutirse en Latinoamérica.
Se denomina Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) y fue
planteado hace cuatro años por el presidente Chávez. Desde ese
momento se han desarrollado en Venezuela varias actividades para
impulsar una iniciativa, que presenta tres niveles de análisis: cómo
resultado del proceso bolivariano, cómo esbozo de intercambio
comercial cooperativo y cómo proyecto estratégico de unificación
latinoamericana.
El
epicentro venezolano
El
término bolivariano identifica tanto al ALBA como al régimen
prevaleciente en Venezuela. Esta coincidencia ilustra la directa ligazón
que existe entre una experiencia política nacional y su proyección
regionalista.
Chávez
convocó a construir el ALBA cuándo el ALCA comenzó a naufragar y ha
definido solo los lineamientos muy genéricos de esta opción. En
cambio expuso de manera contundente su intención de situar la
propuesta en un sendero de resistencia a la dominación norteamericana.
El
propósito primordial del ALBA es contener el expansionismo de Estados
Unidos. Esta finalidad antiimperialista explica porqué el proyecto
alude a una gesta liberadora y no a las características mercantiles
de la integración regional. Resalta la oposición al librecomercio y
a los tratados bilaterales que impulsa el gigante del norte, sin
abundar en el perfil de los mercados regionales.
Esta
prioridad antiimperialista obedece a la amenaza de agresión que sufre
Venezuela. La CIA ha manejado todos los hilos de las campañas
desestabilizadoras, los golpes de estado y las provocaciones
terroristas que enfrentó Chávez. A falta de un Pinochet, el
Departamento de Estado ha combinado advertencias militares con
presiones diplomáticas para socavar el proceso bolivariano. Sólo el
pantano militar que afronta en Irak le ha impedido a Bush lanzar una
invasión en regla, contra un país clave para el abastecimiento
petrolero de Estados Unidos.
El
presidente norteamericano espera la oportunidad para intentar la
recuperación del combustible venezolano. Busca revertir el desafío
de un gobierno que interviene activamente en la OPEP y reorienta sus
ventas de crudo hacia China y Latinoamericana. El ALBA forma parte de
una estrategia defensiva en esta confrontación con el imperialismo.
Pero
la iniciativa regionalista también expresa la radicalización del
proceso bolivariano, en un marco de movilizaciones populares que
derrotaron las conspiraciones derechistas. Por eso el ALBA no surgió
en el debut del chavismo (caracazo de 1989, revuelta militar de1992,
éxito electoral 1992), sino en la etapa posterior de victorias contra
el golpismo empresarial (diciembre 2001, abril 2002), la asonada
petrolera (diciembre 2002) y el complot del referéndum (agosto 2004).
En
esta pulseada contra la derecha el ALBA ha contribuido a definir el
horizonte latinoamericanista que complementarían las transformaciones
políticas que se han registrado en el país. Estos cambios ya
doblegaron a los viejos partidos de las clases dominantes y
desplazaron a sus representantes del manejo del estado. En los últimos
meses, la oposición ha perdido, además, la iniciativa callejera y
tiende a marginarse de las elecciones porque avizora resultados
adversos.
El
ALBA proyecta hacia Latinoamérica los avances sociales que se han
introducido en Venezuela, a partir de cierta distribución de la
tierra, créditos a las cooperativas y una significativa extensión de
los servicios educativos y sanitarios. Pero el proyecto no define con
nitidez el alcance y los caminos para desenvolver estas
transformaciones, porque las reformas que avanzan en ciertos campos se
han estancado en otros. Mientras que la movilización popular y la
radicalización política impulsan la profundización de esos logros,
la burocracia, la estructura del viejo estado y la escasa
independencia política de los movimientos sociales bloquean este
progreso.
El
rumbo concreto que podría desenvolver el ALBA depende en gran medida
del desenlace de estas disyuntivas. Un giro hacia el camino recorrido
por la revolución cubana potenciaría propuestas de unificación
Latinoamérica muy distintas a las derivadas de una reproducción de
la involución padecida por el PRI mexicano o el peronismo argentino.
El destino del ALBA es por ahora un interrogante porque esta
encrucijada permanece irresuelta.
Pero
lo novedoso del proyecto radica en el llamado a gestar una integración
antiimperialista, en oposición a la sumisión que imperó en Latinoamérica
en la última década. Con el ALBA reaparece el nacionalismo
progresista que había perdido influencia en la región. Es importante
registrar que la convocatoria al ALBA proviene de un país con
recursos económicos y significado político zonal. No emana de una
nación pobre, alejada o insular, sino de un epicentro con poder de la
efervescencia latinoamericana.
Ejemplos
de otra integración
El
segundo nivel de discusión del ALBA son las iniciativas concretas de
intercambio comercial que han comenzado a instrumentar los promotores
del proyecto. El principal modelo son los acuerdos suscriptos por Cuba
y Venezuela en los últimos años.
También
aquí se verifica una peculiaridad del proceso bolivariano, porque los
estrechos vínculos que ha establecido Chávez con Fidel desafían el
embargo norteamericano y auxilian a la isla con suministros y sostén
diplomático. Esta relación con Cuba expresa una afinidad hacia la
izquierda del gobierno venezolano, que lo diferencia categóricamente
de otros movimientos nacionalistas de América Latina.
Los
convenios Cuba–Venezuela plasman la idea del intercambio solidario
en tratados que establecen la retribución venezolana en petróleo por
prestaciones cubanas en materia de salud (médicos, odontólogos,
vacunación, instalación de clínicas) y educación (campañas de
alfabetización). Estos acuerdos jerarquizan el campo de la salud y la
educación y demuestran como puede internacionalizarse la colaboración
entre gobiernos, para desarrollar servicios públicos que favorezcan a
la mayoría popular. Con estas prioridades, el ALBA indica un camino
para situar en primer plano la satisfacción de las necesidades básicas
de la población latinoamericana.
Una
integración que empiece resolviendo la tragedia de enfermedades
sociales, desnutrición, analfabetismo y deserción escolar que padece
la región ofrecería un programa atractivo para los pueblos. Los
convenios Cuba–Venezuela son relevantes porque ilustran este rumbo y
señalan una agenda de convergencia entre países, radicalmente
distinta al paquete de aranceles, subsidios y tarifas que discuten los
capitalistas.
El
intercambio solidario es un principio adverso a la filantropía
imperialista que propone Estados Unidos para “ayudar a los pobres”
de la región. Estas dadivas son habitualmente irrisorias y van acompañadas
de exigencias neoliberales de privatización (como los convenios de
canje de la deuda externa por educación).
Las
ideas del ALBA también han comenzado a implementarse a una escala
menos ambiciosa, mediante las iniciativas para coordinar el desarrollo
de las cooperativas y las empresas de cogestión obrera de Sudamérica.
Con esta finalidad se creó un ente regional (Empresur) que intenta
ensamblar la actividad de las pequeñas empresas que surgieron en los
últimos años, bajo el impacto de crisis industriales (quiebras,
abandonos patronales) o como resultado de emprendimientos productivos
de origen popular.
La
gravitación económica de estos proyectos –al igual que las
propuestas de asociación entre universidades y áreas municipales–
es por ahora muy limitada. Pero al impulsar su articulación se ofrece
una respuesta al molde de integración centrado en las grandes
corporaciones, que promueven tanto al ALCA como al Mercosur. En estos
convenios no hay espacio para la pequeña empresa, ni menos aún para
las cooperativas, porque cualquier integración prohijada por el gran
capital afianza la concentración de la propiedad.
Criterios
de asociación
Los
principios de intercambio establecidos entre Venezuela y Cuba podrían
extenderse en un futuro a toda la región. Esta ampliación plantea la
posibilidad de introducir una desconexión entre el precio de los
bienes transados y su cotización mercantil nacional o internacional.
Esta valuación podría adaptarse a lo que necesita y puede ofrecer un
país a otro, en abierta contraposición a las normas capitalistas que
guían al ALCA o al Mercosur.
Algunos
analistas interpretan correctamente que este intercambio se basa en un
principio de “ventajas cooperativas” compartidas por todos los países
y no en un esquema de “ventajas comparativas” de cada economía.
El nuevo modelo permitiría reducir las asimetrías entre las
naciones, ya que induciría a crear instrumentos de compensación
entre los participantes de todas las transacciones. En lugar de
comprar y vender siguiendo el dictado de la ganancia se comenzaría a
comerciar en función de lo que cada país produce y necesita.
Este
criterio introduce un desafío radical al regionalismo capitalista
contemporáneo, tanto en la versión del ALCA como en las vertientes
del Mercosur. En lugar de alentar negocios entre empresarios se
propiciarían mecanismos de complementación, cooperación y
solidaridad. Por esa vía se cuestionaría la identificación de los
bloques zonales con una función competitiva y comenzaría a probarse
que la concurrencia no es un rasgo intrínseco de la naturaleza
humana, ni una condición para el progreso de los individuos.
El
mito de la competencia como un dato insoslayable necesario para la
prosperidad de la economía confunde el afán de superación personal
con la apetencia por el lucro. Oculta el tendal de sufrimiento,
desigualdad y opresión que invariablemente acompaña al furor por
aplastar al rival y omite que la norma capitalista
de la concurrencia exige profundizar la división entre los
oprimidos para beneficiar a los capitalistas.
El carácter revulsivo de los proyectos de intercambio solidario
radica en que opone al gran lema de la integración contemporánea
(“competir, competir, competir”), una meta inversa de colaboración,
cooperación y complementación entre los pueblos.
Pero
tampoco conviene identificar automáticamente cualquier intercambio
divorciado del lucro inmediato con el bienestar popular. Existen
numerosos antecedentes de esta modalidad de intercambio que favorece a
las elites estatales o las burocracias
opresoras. El ejemplo más evidente fue la cúpula de la URSS que
reforzaba su poder con los mecanismos de comercio que regían en el ex
“bloque socialista” (Comecon). También ha sido muy frecuente el
uso de privilegios comerciales por parte de distintos gobiernos con
finalidades diplomáticas, políticas o militares.
El
perfil concreto que podría adoptar el ALBA depende por lo tanto de la
naturaleza social y la orientación política de los participantes de
esa asociación.
Las
definiciones estratégicas
El
tercer nivel de discusión del ALBA es la política de construcción
de este proyecto. ¿Puede erigirse esta asociación junto a las clases
dominantes de Latinoamérica? La respuesta a este interrogante define
los sujetos y las alianzas que orientarían la iniciativa.
Este
debate involucra a los movimientos sociales de la región. A
diferencia de los programas convencionales de integración, el ámbito
de análisis del ALBA no se restringe a las cumbres entre cancilleres,
ni a los cócteles entre empresarios. Ha suscitado una activa reflexión
entre los militantes que apuestan a gestar un proyecto de unificación
latinoamericana basado en el protagonismo de los oprimidos.
Algunos
promotores del ALBA le asignan un contenido radical que incluye un
explícito horizonte anticapitalista. Pero proponen edificar
paulatinamente esta asociación a través de una red de alianzas con
parlamentarios, alcaldes y gobiernos centroizquierdistas. Subrayan la
necesidad de acumular fuerzas y agrupar aliados contra el enemigo
imperialista y sugieren oponer a los tratados bilaterales que promueve
Estados Unidos en sustitución del ALCA (“Alquitas”), una red de
contrapesos equivalentes (“Albitas”). Por ese camino avizoran la
construcción completa de la alternativa bolivariana.
Pero
una porción muy significativa de los gobiernos municipales,
regionales y nacionales que participarían de esa alianza están
controlados por los partidos tradicionales y sus elites capitalistas.
Resulta difícil imaginar cómo se avanzaría en la lucha regional
contra las clases dominantes si esas organizaciones integran la cadena
de “Albitas”.
O
el sujeto del nuevo proyecto son los oprimidos o la propuesta pierde
significación transformadora. Los regionalismos de corte popular y
perfil capitalista son antagónicos, ya que favorecen intereses
sociales completamente opuestos. Para las clases dominantes la
integración es un campo de negocios y un instrumento de reforzamiento
de su poder. En cambio para los trabajadores, campesinos, desempleados
y pequeños comerciantes o productores, la unidad regional constituiría
un eslabón hacia la emancipación social. Si el ALBA intenta
converger con los capitalistas deberá facilitar los acuerdos entre
gobiernos y los negocios entre empresarios que perpetúan el status
quo.
Ese
segundo curso contradice no solo los objetivos anticapitalistas de
largo plazo, sino que también obstaculiza las transformaciones
sociales inmediatas que se requieren en cada país para iniciar un
proceso de integración popular. Por ejemplo, una acumulación de
“Albitas” junto a Lula, Kirchner o Tabaré bloquearía cualquier
avance emancipador, ya que excluiría tres medidas básicas de ese
camino: la reforma agraria, la redistribución del ingreso y la
nacionalización de los recursos básicos.
Es
cierto que el ALBA no puede construirse imaginando un curso de
transformación simultánea. Los pueblos no comparten el mismo nivel
de radicalidad política, no exhiben el mismo grado de conciencia
revolucionaria y no implementarán
cambios sociales al mismo tiempo. Pero estas diferencias sólo
pueden ser acortadas si se forja un proyecto antiimperialista
consecuente, que unifique en un sentido progresista esa gran variedad
de situaciones. La estrategia de los “Alquitas” es negativa porque
propicia alianzas con los defensores del orden vigente que desalientan
este empalme.
No cabe duda que el enemigo principal es el
imperialismo y que la prioridad es derrotar su proyecto de dominación
regional. Pero quiénes suponen que el éxito de esta confrontación
depende de la amplitud de la coalición opositora olvidan que el ancho
de un frente no es necesariamente proporcional a su eficacia. Un número
elevado de socios puede tornar improductiva la alianza si se aglutina
bajo un mismo techo intereses que son divergentes. En esas
circunstancias gana el enemigo, porque cuenta con la decisión y la
cohesión que le falta al campo contrario.
La teoría de oponer un frente de “Albitas” a la
política norteamericanas de “Alquitas” tiene muchas semejanzas
con el modelo de confrontación entre dos campos que pregonaban los
seguidores de la Unión Soviética. También ellos pensaban que el
prestigio histórico de la revolución rusa, los logros sociales de
las transformaciones anticapitalistas y los recursos económicos de la
URSS bastarían para inclinar a muchos gobiernos capitalistas hacia
una coalición contra el imperialismo estadounidense.
Esta misma ilusión reaparece ahora en torno a
Venezuela. Se supone que el proceso bolivariano y los recursos
petroleros constituirán grandes factores de atracción hacia un
bloque antinorteamericano. Pero el fracaso de esa política en el
pasado debería conducir evitar la reiteración del mismo error. Los
capitalistas saben como custodiar sus intereses y terminan lucrando
con ese tipo de alianzas.
La construcción del ALBA no debe seguir la norma
paternalista de indicarle a cada pueblo cuál es el gobernante
capitalista que le conviene aceptar, en pos de la integración
latinoamericana. Estas convocatorias suscitan la desconfianza popular,
cualquiera sea la justificación que se exhiba (conveniencias
regionales, necesidades de estado, amplitud de alianzas). Esa receta
no conduce a la integración, sino a la desmoralización de los
movimientos sociales.
¿Aliados o enemigos?
Otros promotores del ALBA sugieren un camino intermedio
que combine la consolidación del proyecto desde Cuba y Venezuela, con
su aliento indirecto a través de la presión sobre los gobiernos de
centroizquierda. Esta
visión presupone que estas administraciones son maleables y podrían
inclinarse indistintamente hacia el ALCA, el Mercosur o el ALBA. Todo
dependería de la influencia ejercida por las fuerzas sociales que
pugnan por cada camino.
Pero los gobiernos sudamericanos no son hojas al
viento, ni giran hacia cualquier dirección por las demandas de la
opinión pública. Son estructuras políticas al servicio de las
clases dominantes y cuentan con amplio margen de acción, pero
actuando en el marco establecido por los grandes capitalistas. Cuándo
dirimen una inclinación por el ALCA o por el Mercosur dilucidan qué
sectores del establishment cuentan con mayor poder. Por eso ninguno de
ellos coquetea con el ALBA y si en el futuro se aproximan a esta
iniciativa será para neutralizar el contenido antiimperialista del
proyecto y erradicar sus facetas anticapitalistas.
Quiénes confían en los buenos resultados de una presión
sobre vacilantes gobiernos de centroizquierda estiman que pueden
radicalizar las decisiones de sus mandatarios. Pero no observan que
una presión equivalente también opera a otro nivel, bajo la forma de
presidentes moderados que rodean a sus colegas radicales. Este
movimiento de encierro es clave en el actual escenario sudamericano.
Mientras evitan enunciar cualquier opinión sobre el ALBA, Kirchner,
Lula y Tabaré trabajan activamente para impedir la profundización
del proceso bolivariano.
Buscan ante todo atenuar la confrontación contra el
imperialismo y también contrapesar la enemistad de los capitalistas
venezolanos con Chávez. Por eso auspician la presencia de empresarios
latinoamericanos en Venezuela que contribuyan a contener el proceso
bolivariano. Especialmente Kirchner cumple un papel muy activo en este
operativo, mediante el impulso a los negocios que realizan grandes
capitalistas argentinos (Techint, Pescarmona) y europeos (Repsol) en
Venezuela. Esta acción tiende a sofocar el despunte efectivo del
ALBA.
Los convenios que se están suscribiendo con estas
firmas mantienen todas las normas de los acuerdos capitalistas
convencionales y contradicen los enunciados de la integración
popular. Los tratados son negociados entre empresarios y funcionarios
sin participación de los movimientos sociales y se firman contratos
estructuralmente adversos a las reformas sociales y a la distribución
del ingreso. Cuánto mayor sea el número de estos acuerdos acuerdos y
más conservadores sean los gobiernos que los apadrinen, más lejos se
ubicará la posibilidad de constituir un ALBA solidario y cooperativo.
Reconocer este dilema no implica negar la necesidad que
tiene Venezuela de alcanzar coincidencias comerciales con otros países
y forjar bloques defensivos contra las agresiones norteamericanas.
Resulta indispensable evitar el aislamiento y es totalmente legítimo
buscar aliados. Pero la estrategia del ALBA no puede basarse en estas
convergencias tácticas y alianzas del momento. Cuándo se concibe a
las burguesías locales de Latinoamérica como aliadas perdurables de
un proceso de integración regional se confunden ambos planos.
Este error también se evidencia en muchas
interpretaciones del conflicto entre el Mercosur y el ALCA que apareció
en Mar del Plata. Se ha magnificado este choque suponiendo abre una
brecha para potenciar el ALBA y se olvida que el eje de la disputa
entre los capitalistas sudamericanos y las corporaciones
estadounidenses es el manejo de los subsidios y la distribución de
los beneficios impositivos o arancelarios. Estos debates son
completamente ajenos a cualquier necesidad popular.
El ALBA no emergerá de alianzas con los sucesores de
las clases dominante que frustraron la unidad regional en el pasado.
Los mismos intereses centrífugos que durante los siglos XIX y XX
impidieron la erección de la “Patria Grande” actualmente bloquean
la integración. Las mismas tendencias que sofocaron los objetivos de
San Martín y Bolívar están presentes de manera explícita (ALCA y
bilaterales) o bajo formas atenuadas (Mercosur).
El desafío del ALBA es revertir esta trayectoria de
frustración burguesa en las tres áreas que actualmente definen el
modelo de integración: energía, finanzas y comercio.
Dilemas energéticos I
En los últimos años el gobierno venezolano ha
concertado numerosos contratos petroleros con países latinoamericanos
que algunos analistas sitúan en la perspectiva del ALBA. Se han
multiplicado los convenios de producción, abastecimiento y
comercialización conjunta del combustible. El objetivo es forjar una
asociación regional ( Petroamérica) o por lo menos una estructura
sudamericana (Petrosur) y otra caribeña (Petrocaribe).
Con esta finalidad la empresa estatal venezolana
(Pdevesa) ha suscripto acuerdos con otras compañías equivalentes
(Petrobrás de Brasil) y con grupos privados que operan en la zona
(especialmente Repsol). También ha impulsado la reconstitución de
entes estatales (Enarsa) en los países que han sufrido la privatización
integral de la actividad petrolera (Argentina). Además, se están
elaborando proyectos de integración y especialización energética de
largo plazo, junto a programas de abastecimiento (anillo energético)
y provisión coordinada del combustible (gasoducto regional).
El objetivo es ampliar la autonomía energética para
garantizar la independencia económica de la región. Mediante el
autoabastecimiento se podría reorientar la actividad productiva y
contrarrestar las presiones disgregadoras que ejercen grupos
capitalistas hostiles a la integración. La meta es sustituir el
modelo exportador de combustible (hacia el mercado norteamericano o
internacional) por un esquema de utilización regional concertada.
Pero
el loable propósito de romper esta dependencia exige definir nuevas
relaciones con los poseedores y operadores de la estructura energética.
Este problema es clave porque la dificultad histórica de Latinoamérica
no radica tanto en el enlace interno de productores con consumidores,
sino en el destino de la renta energética. Si los convenios en marcha
legitiman las privatizaciones realizadas durante los 90 convalidarán
el protagonismo de las compañías privadas en el manejo del anillo o
el gasoducto. En este caso los grandes capitalistas continuarán
acaparando los beneficios del petróleo.
Lo
que sucede en Argentina es un buen ejemplo de esta disyuntiva. A través
del manejo oligopólico de los precios, cinco compañías se apropian
de una renta energética que se triplicó entre 1999 y 2004. Este
aumento les permitió acumular ganancias que oscilaron entre 28.800 y
31.300 millones de dólares. Durante este mismo período la absorción
estatal del excedente cayó del 44,6% al 36% y se ubicó 30 puntos por
debajo del nivel capturado por el sector público de Ecuador o
Venezuela. En Argentina se cobran regalías particularmente reducidas
y las declaraciones juradas de las empresas aportan la única
información sobre los recursos existentes.
Si
los contratos regionales se realizan con las mismas compañías que
acaparan estos beneficios, ningún ALBA energético servirá para
modificar esa depredación. Los cambios serán insustanciales,
mientras se mantenga la estructura de las privatizaciones gestadas
durante los 90,. La regionalización de la actividad petrolera
modificaría a lo sumo ciertos destinos del negocio, pero no a sus
beneficiarios.
El
caso de Bolivia ofrece un segundo ejemplo del mismo problema. Allí se
localizan las segundas reservas de gas del continente. Pero el 98% de
las concesiones están repartidas entre cinco compañías, con claro
predominio de Repsol (43,6%) y Petrobrás (35,2%). A pesar de la
excepcional riqueza energética del país, menos del 1% de la población
tiene acceso al gas natural, ya que la explotación está diseñada
para la exportación. Por eso de los 1500 millones de dólares que
generaba el sector durante el auge de las privatizaciones, el estado sólo
capturaba a través de impuestos 200 millones de dólares.
A
las compañías les interesa extraer el combustible de Bolivia para
exportarlo y por eso desconocieron la exigencia popular de
industrializar localmente el gas. Al cabo de grandes revueltas
populares ahora se debate no solo el monto de las regalías y los
impuestos (que ya se elevaron a 700 millones de dólares), sino también
la propia nacionalización de los hidrocarburos. Solo si enlaza con
una transformación radical de esta índole, el ALBA podría
contribuir a revertir la tragedia energética del Altiplano.
Dilemas
energéticos II
El
segundo problema de un ALBA energético radica en los destinatarios de
producción petrolera. Si los nuevos contratos aseguran el
abastecimiento de combustible a las compañías que lucran con el
modelo exportador, consolidaría el esquema dualista edificado durante
el auge neoliberal. Habría mayor autonomía del aprovisionamiento,
pero esta independencia carecería de incidencia popular. El resultado
sería opuesto al buscado por ejemplo por Pdevesa, cuando suscribe
contratos de solidaridad con Cuba o subvenciona la venta de
combustible para los consumidores humildes de Estados Unidos.
El
proyecto del gasoducto forma parte de este dilema. Por un lado se han
planteado objeciones económicas (el costo comparativo con el gas
licuado), ambientales (efecto
sobre el Amazonas), técnicas (viabilidad de la construcción,
seguridad de la provisión, disponibilidad del gas) y financieras
(costo del emprendimiento).
Pero
el mayor problema radica en los destinatarios finales del producto. Al
afirmar que los beneficiarios de esta gigantesca obra serían “los
países de región” no se aclara quiénes usufructuarían
concretamente del combustible. El mismo gas puede servir para abaratar
el consumo corriente de la mayoría popular, para erigir
emprendimientos de uso colectivo o para garantizar insumos baratos a
los grandes grupos capitalistas. Son destinos diferentes, que serán
predeterminados al momento de resolver quién construye y financia un
gasoducto de 8000 kilómetros.
Muchos
analistas reconocen los peligros de esta iniciativa. También
advierten las dificultades de un ALBA energético conformado junto a
las empresas privadas. Pero argumentan que el propio proyecto permitirá
modificar paulatinamente la propiedad y el control capitalista del
petróleo, mediante la reintroducción progresiva de los estados
sudamericanos en esa actividad. El ejemplo de esta perspectiva son los
contratos que ha suscripto Pdvesa con Enarsa. Muchos afirman con el
padrinazgo del gigante venezolano, la pequeña compañía argentina
recuperará espacio en el universo petrolero local.
Pero
hasta ahora la formación de Enarsa ha servido para emparchar el
modelo privatista. La nueva compañía no cumple ningún papel
significativo. No reedita YPF, no maneja recursos financieros, no
regula el mercado y no administra los pozos. En cambio, su constitución
ha facilitado la estrategia de la empresa privada que mejores vínculos
mantiene con Kirchner (Repsol). Esta compañía ha globalizado su
gestión y reducido la gravitación de Argentina en su estrategia. Por
eso suscribió un acuerdo con Pdevesa y Enarsa para proveer crudo a
sus nuevos socios, a cambio de atribuciones para operar en el Orinoco
venezolano. Esta lucrativa transacción fue posible por la mediación
que ejerció el presidente argentino sobre su par venezolano.
Una
función semejante ha cumplido Kirchner en Bolivia. Desde que la
importación de gas quedó amenazada por una gran rebelión popular en
el Altiplano, el mandatario argentino hizo lo imposible para disuadir
la nacionalización de los hidrocarburos. Su principal preocupación
es el efecto que tendría esta medida sobre el conjunto de la región.
Lula fue mucho más lejos y amenazó con duras represalias ante
cualquier perturbación de los negocios de Petrobrás.
Estos
antecedentes indican que los convenios regionales de Pdvesa no
inclinan la balanza hacia la progresiva estatatización de la
actividad petrolera regional. Al contrario, abren el mercado
venezolano para las compañías privadas y consolidan su expansión
hacia el resto de Sudamérica.
Recuperar
la propiedad estatal de los hidrocarburos es una medida insoslayable
para erigir un ALBA energético favorable a los pueblos. No basta
incrementar el control sobre la gestión privada, ni alcanza con
aumentar la renta apropiada por el estado. La reestatización es vital
para crear un enlace de compañías con poder real en los distintos países.
Los acuerdos regionales son convenientes y necesarios, pero para que
el uso de estos recursos favorezca a la mayoría de la población, en
Bolivia y Argentina el gas y el petróleo deben volver a manos del
estado.
Pero
incluso este paso sería insuficiente si el control de las compañías
estatales continúa en manos de los grupos privados. Este manejo
predominaba anteriormente en Pdevesa y prevalece en la actualidad en
Petrobrás y Pemex. Democratizar la gestión de las empresas públicas
es indispensable para orientar su administración hacia las
necesidades populares. El ALBA energético podría facilitar este
proyecto, pero se impone definir previamente que en este proyecto no
hay cabida para las grandes compañías privadas. El petróleo y el
gas son recursos no renovables que deben ser aprovechados para crear
empleo y bienestar. Un bien que pertenece a toda la sociedad no debe
permanecer en manos de los capitalistas.
Las
decisiones financieras
El
segundo pilar del ALBA se ubica en el terreno financiero. Sus
promotores alientan la constitución de un banco regional (Bansur) que
apuntaría al logro de varios objetivos estratégicos. Serviría, por
un lado, para asegurar la autonomía financiera de la región,
erradicando la tradicional supervisión que ha ejercido el FMI sobre
la política macroeconómica de todos los países. Permitiría, además,
constituir una gran reserva en divisas para reemplazar el rol que
cumplen los organismos internacionales en las situaciones de crisis,
como prestamistas de última instancia.
La
existencia de este resguardo regional evitaría los condicionamientos
que en esas circunstancias imponen los grandes acreedores externos. Un
banco sudamericano generaría préstamos centralizados para el
desarrollo de la región. El funcionamiento y los costos del sistema
crediticio quedarían bajo el control regional y se eliminaría la
presencia dominante del Banco Mundial y el BID. Finalmente, un ente
financiero zonal tendería a supervisar la acción de los distintos
bancos centrales y crearía el primer basamento de una moneda común.
Este
paquete de objetivos es indudablemente atractivo. Pero al igual que en
el plano energético hay que evaluar su eventual implementación a la
luz de los dilemas financieros actuales. Hasta ahora la principal
medida de coordinación que adoptaron en conjunto Argentina y
Venezuela fue la adquisición de bonos argentinos para sostener el
pago anticipado de deudas al FMI que hizo Kirchner. ¿Cancelar los
pasivos de ese organismo es un prolegómeno del ALBA?
Algunos
funcionarios venezolanos afirman que esta operación abre el camino
hacia el Bansur, porque inaugura una operación resuelta en la región.
Plantean que existe, además, la intención de utilizar los títulos
adquiridos para formar un mercado secundario en la zona. Se comenzaría
con estos bonos para avanzar luego hacia la constitución de las
reservas comunes del nuevo banco.
¿Pero estos objetivos latinoamericanistas con un horizonte popular no
son contradictorios con el sostenimiento
de un pago anticipado al FMI?
Muchos
analistas opinan que ambas iniciativas no son incompatibles. Destacan
que Venezuela se solidarizó con una medida adoptada por Argentina
para romper la subordinación con el FMI. Pero en los hechos se canceló
un pasivo en coincidencia con la intención del Fondo de reducir su
elevada exposición con grandes deudores. Además, el principal efecto
de esa medida será el aumento de las exigencias de solvencia fiscal
que afronta Argentina para cumplir con sus acreedores. En este
compromiso se asienta el esquema de creciente superávit que padece la
población.
Kirchner
no tenía ninguna necesidad de anticipar ese pago y Chávez no estaba
obligado a respaldarlo. Los 3000 millones de dólares que se han
utilizado para sostener esa transacción podrían haberse destinado a
gastos sociales o una mayor inversión pública. En ese caso, en lugar
de mejorar el balance del FMI se habría favorecido a la masa de la
población empobrecida.
La
compra de los bonos argentinos no ha sido un acto de solidaridad, sino
un sostén al giro de esos recursos al FMI. Por ese camino Venezuela
participa de una triangulación que mantiene el endeudamiento de
Argentina. Es cierto que el FMI suele prestar con garantías de ajuste
fiscal antipopular que Venezuela de ninguna manera exige. Pero el
valor de mercado de los bonos que ha comprado depende implícitamente
de la continuidad del superávit. Los préstamos no facilitan ninguna
medida de redistribución del ingreso en Argentina y abren serios
interrogantes para Venezuela. ¿O acaso estas adquisiciones
constituyen la inversión más acertada y prioritaria? ¿Favorecen las
transformaciones sociales que se necesitan para profundizar el proceso
bolivariano?
Lo
que resulta indiscutible es que la
triangulación financiera Venezuela–Argentina–FMI convalida
la vigencia de todos los mecanismos de pago de la deuda externa que
actualmente rigen en América Latina. El reciclaje de los pagos choca,
además, con la perspectiva de un frente común de deudores que pondría
fin al drenaje de divisas. Por este camino no emergerá un banco
regional al servicio de los pueblos, ya que la constitución de esa
entidad requeriría frenar la salida de recursos latinoamericanos
hacia los acreedores.
En
las condiciones actuales de alto endeudamiento externo, el Bansur
carecería de poder efectivo si no es gestado a partir la suspensión
de los pagos de esa hipoteca. ¿Qué supervisión podría realizar de
las finanzas de los países agobiados por una hemorragia de divisas?
Un fondo anti–crisis no podrá forjarse en estas condiciones o sería
inefectivo para contrarrestar los periódicos colapsos que sufren las
economías latinoamericanas. Además, las reservas requeridas para acuñar
en algún momento la moneda común difícilmente podrían ser reunidas
en estas circunstancias. El condicionamiento que impone el pago de la
deuda imposibilita la existencia de un Bansur con poder real, porque
esas erogaciones absorben los fondos requeridos para plasmar ese
proyecto.
Por
otra parte, es evidente que las condiciones para constituir un banco
regional no perdurarán indefinidamente. La excepcional coyuntura
financiera actual debe aprovecharse o será desperdiciada y se está
dejando pasar un período de altas cotizaciones de las materias primas
y bajas tasas de intereses para adoptar decisiones claves. En vez de
concertar un frente de los deudores, la mayoría de los gobiernos de
centroizquierda se están poniendo al día con los pagos a los
acreedores. De esta forma dilapidan los recursos iniciales que
permitirían gestar el banco del ALBA financiero.
Estas
discusiones estratégicas son habitualmente eludidas. Lo que prevalece
son debates laterales sobre la conveniencia o no de acumular altas
reservas en divisas. Ambas opiniones se apoyan en argumentos
valederos, ya que es tan desacertado inutilizar recursos en las arcas
de los Banco Centrales, como desproteger a las economías frente a
imprevistas crisis externas. Pero el problema a dirimir no es la
magnitud del respaldo que necesita cada economía, sino cuál es la
finalidad de ese sostén. En un marco de aceptación de la deuda, la
existencia de altas reservas, solo constituye una garantía de pago. Y
en este mismo contexto, un nivel bajo de respaldo simplemente indica
que los bancos confían en seguir cobrando su tributo. En ambos
escenarios un Bansur no cumpliría ningún papel relevante.
Si
la coyuntura financiera favorable de América Latina se prolonga y el
crecimiento exportador no se detiene es posible que surja un banco
regional. Pero sin cambios en torno a la deuda, esta entidad no
apuntalará el proyecto imaginado con el ALBA financiero. Será un
banco más, probablemente orientado a aceitar los negocios conjuntos
de las burguesías locales en los distintos países de Sudamérica.
Aunque los estados auspicien y regulen esta entidad, los préstamos
estarán dirigidos a los grandes grupos capitalistas que están
forjando actualmente pequeñas multinacionales latinoamericanas.
La
cancelación anticipada que Argentina dispuso con el FMI se encuadra
en está última perspectiva, porque Kirchner trabaja activamente para
favorecer a los capitalistas locales. Ha buscado brindarles todo el
oxigeno que necesiten para hacer negocios, sin las presiones adversas
que ejerce el FMI en varios terrenos (tipo de cambio, tarifas e
impuestos). Si el Bansur se erige adoptando este modelo de autonomía,
el ALBA financiero quedará desnaturalizado o pasará al olvido.
Las opciones comerciales
Algunos analistas estiman que el propósito del ALBA es
trascender el Mercosur y su equivalente en la región andina (CAN).
Interpretan que está concebido para superar la fracasada integración
desarrollista de los años 60 y la posterior reconfiguración
neoliberal de ese proyecto.
¿Pero como se compatibiliza este objetivo con la
acelerada negociación para incorporar a Venezuela al Mercosur?
Aunque el ingreso formal aún no se ha consumado, en ciertos
terrenos el país ya ha comenzado a formar parte de esta asociación.
Esta integración seguramente tomará un tiempo, porque
Venezuela debe adecuar su estructura arancelaria a las normas vigentes
en el Cono Sur y también necesita reemplazar el esquema de asociación
que mantenía con sus vecinos. Este trámite no será sencillo, porque
el país tiene que amoldar 1600 normas comerciales a las pautas del
Mercosur. Ciertos analistas anticipan que este proceso podría demorar
por lo menos tres años y destacan que un área particularmente
conflictiva será el reordenamiento de las relaciones de intercambio
con Colombia.
Si se toma en cuenta que el Mercosur no alcanzó su
propia armonización interna al cabo de una década y media, es poco
probable que el nuevo socio logre una conciliación acelerada de su
esquema aduanero con los países del sur.
La presencia de Venezuela no introduce mayor cohesión
comercial, ni asegura la resolución de las dificultades que persisten
en torno al arancel común.
Pero el problema más inmediato será el impacto de la
disminución de las protecciones aduaneras frente a la competencia
brasileña. Existe una diferencia de ocho veces entre la capacidad
productiva de ambos países y Venezuela no está en condiciones de
digerir una invasión de las exportaciones de su vecino sudamericano.
Un informe reciente sobre el tema subraya que con excepción del petróleo,
el hierro, el acero y el aluminio, el resto de los sectores
industriales no podrían soportar la concurrencia de Brasil.
Esta asimetría presagia la reproducción del tipo de conflictos que
oponen a Argentina con la principal economía de Sudamérica y refuta
la expectativa de un beneficio compartido por todos los integrantes de
la asociación.
Pero existe también un dilema estratégico: ¿cómo
puede conciliarse el ingreso de Venezuela al Mercosur con el proyecto
del ALBA? ¿Se espera
lograr la progresiva disolución de la primera asociación en la
segunda? ¿Se piensa empujar a Brasil y a la Argentina en bloque o
individualmente hacia la alternativa bolivariana?
Estas preguntas carecen de respuestas porque nadie
aclara cómo se efectivizaría esa convergencia. Es evidente que
Venezuela no trasciende al Mercosur al ingresar a este acuerdo y es un
misterio cómo podrían efectivizarse los principios del ALBA en ese
marco. Ambas iniciativas son inconciliables. De la misma forma que el
Mercosur desaparecería si sus integrantes ingresan al ALCA, un ALBA
genuino no podrá emerger nunca desde el Mercosur.
Esta incompatibilidad proviene de los intereses
sociales que están en juego en ambos proyectos. El Mercosur es un
organismo manejado por las clases dominantes del Cono Sur y busca
afianzar la influencia de esos sectores. Los promotores del ALBA
conciben al proyecto como un instrumento de las clases populares.
Proponen una lucha antiimperialista e insinúan un horizonte
anticapitalista. Estos objetivos no son realizables dentro del
Mercosur. O se construye la integración regional fuera de ese ámbito
o el ALBA pierde su finalidad originaria y se diluye antes de haber
nacido. Este proyecto necesita diferenciarse taxativamente del
Mercosur.
Tres ejes del ALBA
La integración goza de cierta popularidad en Latinoamérica
porque existe la generalizada convicción que la balcanización de la
región fue una de las causas del subdesarrollo. Pero la unidad
regional frecuentemente es percibida como un propósito vago, lejano e
impreciso. Existen pocas ideas nítidas del camino a recorrer para
materializar ese proyecto. El ALBA podría comenzar a llenar ese vacío,
si asume un perfil propio y explicita abiertamente sus diferencias con
los programas capitalistas de ensamble regional.
El proceso de integración es bien visto, pero no
constituye un valor en sí mismo, ni tiene implicancias espontáneamente
progresivas. Todo depende del modelo
que asuma y de los intereses sociales que defienda. El desafío del
ALBA es enarbolar un programa de integración popular como alternativa
a los proyectos del imperialismo y las burguesías locales. Esta
plataforma presupone tres ejes insoslayables: la nacionalización de
la energía, el frente común contra el pago de la deuda y la
redistribución del ingreso. Este último planteo es decisivo porque
implica drásticas reformas sociales para mejorar inmediatamente el
nivel de vida de los oprimidos. Su promoción le aportaría al ALBA
una genuina legitimidad popular.
El Mercosur no puede ofrecer este tipo de sustento
porque se ha sido erigido para reforzar ganancias capitalistas que
agravan la inequidad social. Por eso la agenda de esa asociación gira
en torno a los subsidios, los aranceles, el tipo de cambio y las
inversiones. Para convertirse en una opción de las mayorías el
temario del ALBA debería ser completamente diferente. Tendría que
abocarse a debatir como coordinar a escala regional la lucha por
mejoras de los salarios, seguros para los desocupados, auxilios a los
pequeños campesinos y avances en la salud y la educación pública.
Este tipo de preocupaciones define el carácter popular
de una propuesta de integración frente a los programas capitalistas.
Estos proyectos excluyen los logros sociales y son intrínsecamente
adversos a la redistribución. Propician el libre comercio,
uniones aduaneras y mercados comunes que refuerzan el
crecimiento dualizado, la precarización del trabajo, la estabilización
del desempleo y la consolidación de la pobreza. Cada modelo de
integración presupone un perfil clasista. Mientras que el ALCA y el
Mercosur disfrazan esas finalidades, el ALBA no debe ocultar que se
ubica en el campo de la mayoría popular contra las minorías
opresoras y que asume todas las reivindicaciones de los oprimidos.
Compartir un idioma, lazos fronterizos, cierta
vecindad, rasgos idiosincrásicos y tradiciones semejantes facilita un
proyecto de integración, pero no asegura su
legitimidad popular. La proximidad geográfica puede inducir a
la asociación, pero lo que efectivamente impulsa a los distintos
pueblos a converger en un proyecto compartido es la existencia de una
meta emancipatoria.
Este aspecto antiimperialista está presente en la
convocatoria al ALBA. Pero solo la expectativa de erradicar la opresión
social convertiría a ese proyecto en un objetivo de las grandes mayorías.
Para echar raíces en el imaginario colectivo, el ALBA debería asumir
claramente las banderas de la lucha social.
Un proyecto de emancipación regional también
contribuiría al éxito de las batallas reivindicativas que se
desenvuelven a escala nacional. El ALBA aparece en un momento muy
oportuno, porque muchos movimientos sociales actualmente enlazan sus
demandas locales con banderas regionalistas. La propuesta podría
aunar las aspiraciones sociales en juego en cada país, con la meta de
la integración popular latinoamericana.
Pero este ensamble presupone un abierto compromiso con
las exigencias que los trabajadores, campesinos o desocupados esgrimen
contra sus opresores locales. Si
los artífices del ALBA son los pueblos, no hay transacción posible
con las clases dominantes de Latinoamérica.
La perspectiva socialista
El ALBA ha sido imaginado en términos de esperanza,
amanecer o alborada, pero cumplirá esa expectativa si desenvuelve un
proyecto revolucionario para América Latina. Este curso exige no solo
la impugnación radical del librecomercio y del neoliberalismo, sino
también la actualización del legado antiimperialista que forjaron
los pregoneros de la unidad latinoamericana (Bolívar, Miranda, Morazán).
Los pensadores y líderes populares de distintas regiones del
continente mantuvieron viva esta tradición durante el siglo pasado.
La unidad regional nunca fue una meta de las oligarquías y continúa
siendo un objetivo ajeno a las clases dominantes contemporáneas.
Los únicos grupos sociales con interés y capacidad de
concreción de este propósito son los explotados y oprimidos de la
región. Por esta razón el anticapitalismo forma parte del horizonte
necesario para alcanzar la integración popular de América Latina. Un
ALBA popular logrará sus metas si converge con los métodos de lucha,
los programas estratégicos y los sujetos sociales comprometidos con
el socialismo.
Este empalme es factible porque dos articuladores del
ALBA –el proceso bolivariano y la revolución cubana– promueven
también el denominado “socialismo del siglo XXI”. Esta
convergencia de objetivos fue por ejemplo visible en el Foro Social
Mundial realizado en Caracas en enero pasado. Ambos proyectos se
debatieron conjuntamente en numerosas actividades.
No es fácil precisar el significado actual de una
integración socialista de la región. Pero resulta vital comenzar a
concebir desde ahora que tipo de unidad regional empalmaría con la
erradicación del capitalismo. Los principios de esta convergencia serían
completamente opuestos a las normas que guían el libre comercio o un
mercado común. En lugar de ponderar las ganancias y los negocios, la
integración socialista convoca a la emancipación, la libertad y la
igualdad.
Es cierto que este postulado es muy genérico y que el
emblema de forjar la Unidad Socialista de América Latina presenta
todavía un cariz muy vago y abstracto. Pero el desafío es llenar de
contenido ese casillero y evitar formularlo como un ultimátum. Con
distintas mediaciones y planteos transitorios se encontraría el
ensamble entre las metas regionalistas y anticapitalistas. El planteo
del ALBA permite avanzar en la comprensión de estas conexiones.
La integración socialista de América Latina
constituirá un proceso original, que sintetizará las tradiciones y
las culturas peculiares de la región. Pero esta especificidad no
anulará el significado universal del socialismo como debut de una
sociedad pos–capitalista. La unidad regional sería un eslabón
hacia ese objetivo.
La integración socialista sugiere un porvenir
completamente diferente al imaginario neoliberal de mercado perfecto y
al propósito keynesiano de humanizar el capitalismo con regulaciones
estatales. Debatir un proyecto socialista implica sustraer la discusión
de los moldes capitalistas, que frecuentemente se asumen como datos
invariables del futuro. Limitarse a dirimir cuál es el modelo de
explotación se adecua a la región equivale a proclamar una
auto–condena. El capitalismo augura miseria, opresión y
padecimientos populares en cualquiera de sus variantes. Por eso la
integración popular latinoamericana exige dos horizontes: el ALBA y
el socialismo.
Notas:
[2]Valencia
presenta una síntesis del origen, las concepciones y los propósitos
del proyecto. Valencia
Judith. “El ALBA elabora filosofía”. Primer encuentro por la
consolidación de un nuevo estado de derecho, Barquisimeto,
septiembre de 2005. “La Comunidad Sudamericana de Naciones”.
Caracas, 2–4 junio 2004. “Venezuela rompe el cerco”. Comité
técnico de la comisión presidencial asesora de las negociaciones
del ALCA, Caracas, 2005. También Guerrero describe los primeros
pasos de esta iniciativa. –Guerrero Modesto Emilio. El Mercosur,
Vadell Editores,
Caracas, 2005.
[3]
Presentamos nuestra caracterización del proceso bolivariano en:
Katz Claudio. “Centre–gauche, nationalisme et socialismo”.
Inprecor n 504, avril 2005, Paris.
[4]Esta
interpretación propone: Sader
Emir. “El lento y firme despuntar del ALBA”. Le Monde Diplo,
febrero 2006, Buenos Aires.
[5]Cammack
desarrolla esta caracterización. Cammack
Paul. “Signos de los tiempos: capitalismo, competitividad y el
nuevo rostro del imperio en América Latina”. El imperio
recargado, FLACSO, 2005.
[6]Bossi Fernando Ramón. “Construyendo el ALBA desde los pueblos”. www.alternativaboliviarnaia.org,
3–1—05.
[7]
Katz Claudio.”El modelo no redistribuye ingreso”. Enfoques Críticos,
n 2, marzo 2006, Buenos Aires.
[8]“Gasoducto:
fantasía o realidad”, Clarín 5–3–06.
[9]
Nelson Merentes, “Venezuela está dispuesta a comprar todos los
bonos que le ofrezca Kirchner".Clarín, 10–1–06, Buenos
Aires.
[10]
Valencia Judith. “La estrategia
transnacional continental configura y reconfigura los procesos de
integración”. VIII Encuentro sobre globalización, La Habana,
2005.
[11]Baldinelli
Elvio. “Venezuela, problema para el Mercosur”. La Nación,
16–11–05
Informe
del ILDES citado por Bodas José, Neto Carlos. “Las
transnacionales y el Mercosur” Argenpress, 16–1–06.
[13]
Sader se equivoca al afirmar que con la entrada de Venezuela al
Mercosur “todos los países ganarían […] y desarrollarían un
liderazgo compartido”. Sader, Emir, “Discutir un programa
global”, Página 12, 5–3–06.
[14]
Lander desarrolla esta idea. Lander Edgardo. “¿Modelos alternativos de integración? Proyectos
neoliberales y resistencia populares. Revista OSAL, n 15, enero
2005, Buenos Aires.
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