Los
presidentes han erosionado la necesaria solidaridad. La política de
Bush –expresada de modo directo por Condoleezza Rice– apuesta a
Brasil como el gran estabilizador de la convulsionada región
Mercosur,
una crisis casi terminal
Por
Raúl Zibechi (*)
Artículo
enviado por Correspondencia de Prensa, 10/05/06
Un
daño irreparable. Mientras el gobierno de Bolivia nacionalizaba los
hidrocarburos, el presidente de Uruguay anunciaba en Washington la
salida del Mecado Común del Sur (Mercosur), sumiendo a la más
importante alianza regional en una crisis casi terminal de la que
resultará muy difícil salir: las relaciones entre sus presidentes se
han erosionado y la desconfianza ocupa ahora el lugar de la necesaria
solidaridad.
Tabaré
Vázquez fue contundente. Dos días antes de su entrevista con George
W. Bush anunció su intención de "desligarse como miembro pleno
del Mercosur" con el objetivo de concretar acuerdos comerciales
con la superpotencia para ganar mercados para las exportaciones
primarias de Uruguay.
Además,
y pese a que los ambientalistas argentinos despejaron el bloqueo del
principal puente internacional, adelantó que seguirá adelante con
las denuncias ante los organismos internacionales por "el daño
provocado por las protestas contra las plantas de celulosa".
Apenas difundida la noticia, miembros del gabinete uruguayo
desmintieron la eventualidad de una ruptura del Mercosur y voceros del
propio Vázquez matizaron sus afirmaciones.
Sin
embargo, los desmentidos no son creíbles, toda vez que Vázquez ha
forjado todo un estilo de ambigüedades y vaivenes, afirmaciones
contradictorias luego negadas por sus voceros.
Mes
y medio atrás, en Caracas, aseguró en tono tajante, junto a Hugo Chávez,
que Uruguay no firmará un TLC con Estados Unidos. La semana pasada,
con el presidente Fox, en México, dijo lo contrario. Uruguay no puede
pretender que un acuerdo con Washington sea recibido sin más por sus
vecinos. Más aún cuando Vázquez sostiene que se trata de buscar
"una nueva inserción de Uruguay en el mundo" y asegura que
su objetivo es "liberar al Uruguay" de los problemas que le
acarrea el Mercosur.
Los
objetivos y el lugar donde fueron planteados, en medio de reuniones
con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Interamericano de
Desarrollo, no son de recibo cuando la región atraviesa una coyuntura
que puede suponer un viraje de larga duración respecto a la
tradicional dependencia de Estados Unidos y los organismos
financieros.
En
efecto, el litigio entre Argentina y Uruguay por las plantas de
celulosa está en camino de resolverse. Los ambientalistas de la
Asamblea de Gualeguaychú despejaron la ruta y levantaron el corte del
puente internacional, principal argumento del gobierno uruguayo para
mantener las espadas en alto. Ahora el diferendo se ventilará en
instituciones internacionales, ya que Néstor Kirchner decidió
presentar un reclamo ante el Tribunal de La Haya, que había
condicionado a que los vecinos levantaran el bloqueo.
Los
100 mil manifestantes que desbordaron las inmediaciones del puente el
pasado domingo, son fiel testimonio del potente rechazo y del masivo
apoyo con que cuentan los ambientalistas. La forma democrática y
horizontal con que funciona la asamblea, a la que acuden miles de
vecinos, capaces de debatir y acordar durante horas, fue reconocida
hasta por la derecha argentina.
La
incapacidad de negociar y el apego de Vázquez a los acuerdos con
megaempresas de celulosa pudo más, sin embargo, que la movilización
social. Estamos ante un triunfo de las multinacionales y una derrota
de la movilización social, en la cual un gobierno que se proclama de
izquierda jugó un papel decisivo.
El
grave momento que atraviesa la región requiere grandeza. Todo indica
que se están desdibujando los alineamientos tradicionales y están
emergiendo otros. El eje Cuba–Venezuela–Bolivia es ya una
realidad, tanto en el terreno político como en la cooperación económica.
Por
otro lado, parece insinuarse otro eje "estabilizador"
conformado básicamente por Brasil, Chile y Uruguay, con buenas
relaciones con Washington, los organismos financieros internacionales
y las grandes empresas. El papel de Argentina parece aún incierto, ya
que si bien necesita mantener su sólida alianza con Brasil, comparte
con el eje "bolivariano" sus raíces afincadas en la
profunda movilización y revuelta popular, que marca límites a
cualquier gobierno. No era en absoluto absurda ni irreal la política
de la administración Bush –expresada de modo directo por
Condoleezza Rice– de apostar a Brasil como el gran estabilizador de
la convulsionada región.
El
gobierno de Lula ha adoptado una posición apaciguadora ante la
nacionalización de los hidrocarburos por el gobierno de Evo Morales.
Un medido comunicado oficial aplacó la ira del presidente de
Petrobras y reconoció el derecho de Bolivia de controlar la
comercialización, transporte e industrialización de los
hidrocarburos "como acto inherente a su soberanía". Pero
hay contradicciones insoslayables.
Brasil
depende en un 50 por ciento del gas boliviano; 75 por ciento del gas
consumido en Sao Paulo, corazón de la industria de la décima
potencia industrial del mundo, proviene de Bolivia. Como
contrapartida, Petrobras produce 15 por ciento del producto interno
bruto boliviano y son brasileños los que cultivan 30 por ciento de la
soya en el separatista departamento de Santa Cruz. Lula moderó sus
impulsos, pero todos los testimonios dan cuenta de su perplejidad ante
el sorpresivo anuncio de Evo.
Síntoma
de los nuevos tiempos, Lula, Kirchner, Evo y Chávez se reunieron para
ver cómo seguir adelante y, sobre todo, para debatir el precio del
gas que será uno de los ejes de la nueva política boliviana.
El
daño irreparable infligido al Mercosur, que hasta hace un año parecía
en condiciones de expandirse incluyendo a Bolivia y Venezuela, puede
ser ahora el punto de partida de otra integración anclada en los
hidrocarburos y en sociedades movilizadas. Sin embargo, tampoco es el
momento de echar las campanas al vuelo. Hay demasiadas contradicciones
sobre la mesa. Brasil sigue apostando al IIRSA, integración destinada
a facilitar el flujo de mercancías Pacífico–Atlántico acorde con
las necesidades actuales del comercio global digitado por las
multinacionales. Un test decisivo será el proyectado Gasoducto del
Sur: si se concreta será la primera gran obra Norte–Sur, orientada
a comunicar a los países de la región a contramano de las
expectativas de los mercados.
(*)
Periodista del semanario Brecha, investigador y docente, integra el
espacio Hijos (derechos humanos) en Montevideo. Recientemente ha
publicado "Dispersar el poder. Los movimientos como poderes
antiestatales", Textos rebeldes, La Paz, 2006, un riguroso análisis
sobre los movimientos sociales en Bolivia, con énfasis en El Alto.
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