América Latina

El escenario latinoamericano [1]

Por Claudio Katz, 26/05/06

El ALCA, el MERCOSUR y el ALBA son las principales iniciativas de asociación regional actualmente debatidas en América Latina. La discusión de estas alternativas presenta dos peculiaridades en comparación a las reflexiones tradicionales sobre la integración: suscita atención de los movimientos sociales y se desenvuelve en una coyuntura de agudos desequilibrios.

Las organizaciones populares han incorporado a su agenda popular un tema que en el pasado solo estudiaban los diplomáticos, los empresarios y las elites gobernantes. Este cambio ilustra una nueva percepción de los caminos a recorrer en la batalla por reformas sociales. Entre los movimientos de trabajadores, campesinos y pobladores se ha generalizado la convicción que para afianzar cualquier conquista de los oprimidos a escala nacional serían necesarios también logros zonales. Esta visión regional incluye un cuestionamiento de la vieja balcanización que ha sufrido América Latina.

La integración goza de popularidad pero no tiene implicancias espontáneamente progresivas. Todo depende del modelo que asuma y de los intereses sociales que defienda. Compartir cierta vecindad geográfica facilita esa convergencia, pero no asegura su legitimidad. Lo que impulsa a distintos pueblos a compartir un proyecto histórico es la existencia de una meta emancipatoria común. Por eso el carácter de la unidad regional depende del programa, las prioridades y los sujetos involucrados en ese proyecto.

El ALCA, el MERCOSUR y el ALBA plantean distintas propuestas frente a la crítica realidad latinoamericana. En la región se conjugan colapsos económicos, convulsiones políticas, rebeliones sociales y virajes ideológicos de gran envergadura. ¿Qué tipo de integración podría emerger en estas condiciones? ¿Los proyectos en juego son convergentes o incompatibles? ¿Podría confluir el ALCA con el MERCOSUR y esta segunda asociación con el ALBA? ¿Qué propósito persiguen los tratados bilaterales y las negociaciones multilaterales que complementan a ambas iniciativas? El objetivo central de este ensayo es responder a estas preguntas y el sentido de este capítulo inicial es caracterizar el contexto en que se dirimen las distintas opciones.

Turbulencias económicas

Los tres proyectos de asociación aparecen  al  cabo de veinte años de modelo económico neoliberal, es decir cuándo las consecuencias de este esquema están a la vista. En el terreno financiero, el principal efecto de esa política ha sido el aumento de la  vulnerabilidad. Los ciclos de prosperidad y crisis han quedado más sujetos que en el pasado a la afluencia y salida de los capitales externos. Cuándo la rentabilidad decrece en los circuitos bancarios o bursátiles de las economías avanzadas, fondos especulativos arriban a la región y cuándo esta tendencia se revierte retornan a sus lugares de origen. Este vaivén provoca agudas turbulencias.

Actualmente predomina una corriente de ingresos de capital que favorece la recuperación del PBI y genera una impresión de estabilidad. Pero bajo la superficie de cierta calma, el problema de la deuda externa no ha quedado resuelto y los desequilibrios que condujeron a la cesación de pagos no se han disipado. El monumental default que protagonizó la Argentina no fue un hecho excepcional. Afectó anteriormente a otros países (Ecuador, Perú, Bolivia, Brasil, México) y su repetición será una posibilidad siempre latente mientras continúe la acumulación de pasivos impagables.

La refinanciación constante de estas deudas se ha tornado más gravosa con la nueva política de superávit fiscal, que los países latinoamericanos implementan para pagar intereses y reducir pasivos con organismos multilaterales.

El neoliberalismo potenció también en la órbita comercial la fragilidad de la región. Mediante una drástica apertura se afianzó el papel subordinado en la división internacional del trabajo y se consumó la desarticulación del viejo complejo industrial a favor de las actividades de ensamblaje que realizan las grandes corporaciones. Estas compañías lucran con la fuerza de trabajo abaratada y con la completa ausencia de regulaciones ambientales.

La reducción de aranceles consolidó, además, la especialización exportadora en productos agro–mineros y bienes manufacturados básicos o intermedios. Este perfil acentúo la dependencia regional del vaivén internacional que sufren los precios de las materias primas. El crecimiento del PBI de los últimos años la región obedece en gran medida al alto nivel de estas cotizaciones.

La oleada neoliberal agravó el empobrecimiento de la población y precipitó una inédita expansión de la precarización y el desempleo. La miseria absoluta ya no recae solamente sobre los campesinos expulsados de sus tierras, sino que se extiende también a los obreros descalificados y a los jóvenes desocupados. El resultado de esta tragedia social ha sido un mayor ensanchamiento de la desigualdad social, que alcanza en América Latina niveles muy superiores a cualquier otra región del planeta.

La combinación de endeudamiento externo, especialización exportadora y pauperización desembocó durante los 80 y los 90 en una secuencia de colapsos productivos, bancarios y cambiarios que golpeó a varios países (Ecuador, Bolivia, Argentina, Perú, Uruguay). Estas crisis no tuvieron el impacto acotado que prevaleció en las economías desarrolladas, sino que alcanzaron una dimensión comparable a las depresiones de entreguerra.

Los neoliberales atribuyen estas eclosiones al carácter incompleto de las reformas, como si la escala de esas transformaciones hubiera sido menor. Ocultan que el ajuste fue mayúsculo y que la eliminación de las viejas regulaciones keynesianas tuvo efectos devastadores sobre las economías dependientes.

El neoliberalismo periférico no solo atropelló las conquistas de las mayorías populares, sino que también condujo a una pérdida de posiciones económicas de América Latina en el mercado mundial. Este retroceso se verifica en todos los indicadores de competitividad, inversión o ingreso per capita y contrasta con la evolución de China o el Sudeste asiático. Este resultado constituyó un fracaso para las clases dominantes.

La fractura entre actividades prósperas de exportación y producciones en declive destinadas al mercado interno agravó el tradicional dualismo de la economía latinoamericana. Esta segmentación afecta los beneficios de los capitalistas, porque acrecienta la dependencia de la acumulación de la demanda internacional y de la frágil competitividad de cada economía. Además, la reducción de los costos laborales no compensó la contracción de los mercados internos y esta declinación del poder adquisitivo afecta la consistencia de los negocios. Esta acumulación de problemas ha inducido a los giros en la política económica que actualmente se observan en la región.

A comienzos del 2006 la coyuntura está signada por la reactivación, la afluencia de capitales y la bonanza exportadora. Pero la secuela de la crisis está presente y este legado explica la intensidad de las polémicas que rodean al ALCA, al MERCOSUR y al ALBA.

Rebeliones populares

El curso de la integración se dirime en la arena de la lucha social y no en serenas reflexiones de opciones macroeconómicas. América Latina ha sido en los últimos años en un gran epicentro de rebeliones populares. Estos levantamientos generaron la interrupción de varios mandatos presidenciales y provocaron desde 1989 la salida anticipada de 11 presidentes. Los casos más importantes se registraron en tres naciones: Argentina, Bolivia y Ecuador.

La sublevación del 2001 en el primer país alcanzó una dimensión inédita. La confluencia de los desocupados y la clase media empobrecida se plasmó en una revuelta que incluyó asambleas populares masivas y una ocupación perdurable de las calles. Aunque este nivel de convulsión ha decaído una nueva variedad de protestas se verifica en la actualidad. Esta vitalidad del movimiento social irrita a la derecha, desconcierta al gobierno y desespera a los capitalistas. En un marco favorable para obtener conquistas populares, los asalariados han recuperado visibilidad y tradiciones combativas.

En mayo del 2005 se registró en Bolivia la mayor insurrección del continente. Este levantamiento profundizó el nivel de combatividad, participación popular y  radicalización política que anticiparon varias sublevaciones previas. La mayoría popular exige la nacionalización de los hidrocarburos, en un país depredado por las compañías extranjeras y empobrecido por el cierre de las minas y la erradicación de la coca. El nuevo gobierno de Morales afronta este cuadro en un clima de expectativa y alerta de los movimientos sociales.

También el estallido que conmocionó a Ecuador en  abril del 2005 coronó una sucesión de levantamientos anteriores, que primero protagonizaron los campesinos e indígenas y luego la clase media urbana. Estas acciones demolieron a un gobierno que debutó con discursos progresistas y concluyó adoptando políticas reaccionarias. Las demandas de los sublevados han chocado con la incapacidad de las elites para gobernar, en un país arruinado por la emigración y la amenaza de fracturas territoriales.

Estos levantamientos en tres países sudamericanos han sido los episodios más convulsivos del nuevo ciclo de rebeliones que recorre a la región. Movimientos campesinos en Perú, demandas de los pueblos indígenas en México, irrupciones antiimperialistas en Venezuela, protestas contra los tratados de libre comercio en Colombia y resistencias a las políticas de ajuste en Centroamérica han signado el cuadro social de la última década.

La intensidad de estas acciones difiere en cada caso y en varios países claves –como Brasil, Uruguay o Chile– las luchas populares mantienen un perfil menos relevante. Pero en términos generales y en comparación a la década precedente se ha registrado un importante cambio en las relaciones de fuerza entre las clases dominantes y dominadas. La gran ofensiva perpetrada por los capitalistas en los 90 enfrenta un serio límite y los opresores han perdido la iniciativa que mantuvieron durante el cenit del neoliberalismo. La consistencia de las revueltas sociales refleja una continuidad de tradiciones combativas en Latinoamérica que la derecha no ha podido destruir.

Distintos sectores populares han protagonizado huelgas, movilizaciones y rebeliones de la última década. En algunas regiones prevalecen las comunidades indígenas (Bolivia, Ecuador, México) y en otras los campesinos (Brasil, Perú, Paraguay). Pero también los asalariados urbanos (Argentina) y los precarizados (Venezuela, Caribe, Centroamérica) han jugado un rol dominante.

Esta centralidad de la protesta ha modificado la apreciación de los actores que podrían comandar una transformación socio–política. Durante los años 80 muchos teóricos atribuyeron ese rol a los ciudadanos y en los 90 lo redujeron a la intervención de los individuos. Pero al calor de la resistencia popular, los movimientos sociales son nuevamente observados como artífices de estos cambios.

La noción de pueblo ha reconquistado gravitación y las caracterizaciones de clase han recuperado interés. No solo reaparece la distinción entre dominadores y dominados, sino también la preocupación por precisar el rol de los explotados dentro del espectro de los oprimidos. Es evidente que ese sector reúne a la clase trabajadora en un sentido amplio y cuenta con mayor capacidad  para afectar los centros del poder del capitalismo.

El éxito de las luchas populares depende de la confluencia de todos los oprimidos en torno a reivindicaciones y metas comunes. Esta conclusión sobrevuela todos los debates sobre el ALCA, el MERCOSUR o el ALBA que se desenvuelven en las organizaciones populares. En este ámbito la integración es un tema asociado con la  resistencia y discutido junto a consignas, programas y propósitos de lucha. La tónica de las reflexiones sobre la integración que predomina en los encuentros regionales de tecnócratas y empresarios es obviamente muy diferente.

Conmociones políticas

El neoliberalismo comenzó en América Latina durante las dictaduras pero se consolidó con los regímenes constitucionales. Esta continuidad ha provocado un profundo deterioro del sistema político que sustituyó a las tiranías.

Con el fin de las dictaduras las clases opresoras perdieron su viejo recurso de represión masiva contra el pueblo y el fracaso de los gobiernos militares fue tan contundente que resulta muy improbable su reinstalación futura. La opción golpista perdió eficacia, además, porque la propia capa militar tiende a fracturarse bajo la presión popular.

Con mecanismos constitucionales se han instrumentado en los últimos años terribles políticas de ajuste, pero la efectividad de este atropello ha sido muy limitada. No lograron neutralizar la protesta social, ni tampoco aseguraron una gestión estable de los negocios. Por eso la frágil burguesía latinoamericana mantiene formas de dominación muy inestables, en comparación a los moldes vigentes en los países desarrollados.

La debacle económica erosionó a estos regímenes a lo largo de tres etapas. Durante la transición pos dictatorial (1980–86) se desmoronó la ingenua identificación de los sistemas electivos con mejoras del ingreso popular. La esperada secuencia de avances –primero en la órbita civil, luego en el plano político y finalmente en el campo social– no se corroboró en ningún país. En cambio se registró una asimilación generalizada del credo neoliberal por parte de la elite política, que reforzó la crítica popular hacia los sistemas institucionales vigentes. Ya es evidente que los regimenes latinoamericanos no constituyen democracias genuinas, sino modalidades truncas y tuteladas del modelo constitucional.

En la segunda etapa de euforia neoliberal (1986–97) el mayor compromiso de las estructuras políticas con la privatización y la apertura comercial agravó el descrédito de estas entidades. Su explícita funcionalidad con el ajuste desembocó en una pérdida de confianza de la ciudadanía hacia un sistema que empobreció al grueso de la población. Por eso en todos los países se multiplicaron las manifestaciones de indiferencia política, abstención electoral y fatiga cívica.

Esta degradación sepultó a varios los personajes derechistas (Salinas, C.A Pérez) y condujo a las crisis (1987–2002) que provocaron el desplazamiento de otros exponentes del mismo linaje (Menem, Fujimori). El nivel de corrupción exhibido por los presidentes neoliberales confirmó que este flagelo es un resultado generalizado de las apetencias capitalistas y no un efecto específico del estatismo.

Las grandes eclosiones de este período generaron una gran variedad de desmembramientos institucionales en América Latina. En ciertos países se pulverizó el poder (Bolivia, Ecuador) y en otros se desintegró el estado (Haití). Pero el curso predominante ha sido la reconstitución convulsiva del sistema político (Argentina) y el recambio institucional en orden (Chile, Brasil, Uruguay, México).

Los regímenes latinoamericanos actuales no son democracias auténticas. Pero esta carencia no obedece a la escasa consolidación, madurez o estabilidad de sus estructuras. Lo que impide someter a la voluntad popular las principales decisiones de la sociedad es el control que ejercen las clases dominantes sobre este sistema. Estas limitaciones son más importantes en América Latina que en los países centrales.

La derecha interpreta que los obstáculos a la democracia provienen del caudillismo, los vicios populistas y el desprecio a las normas republicanas. Pero olvida que los mandatarios neoliberales siempre ejercen un presidencialismo descontrolado. Los conservadores solo resaltan la debilidad de los aspectos republicanos, liberales y tecnocráticos de los regímenes actuales que obstaculizan la acumulación capitalista.

A la derecha no le preocupa la falta de democracia sino su “exceso”. Registra con inquietud la amplitud de los espacios conquistados por la lucha popular y teme que estos logros estimulen la batalla por reformas sociales. Por eso añora los modelos políticos represivos que por ejemplo prevalecen en el Sudeste Asiático.

Las libertades públicas que permiten en Latinoamérica ejercer el derecho a la protesta horrorizan a los poderosos. Preferirían erradicar esas conquistas para consolidar los sistemas híbridos que se han impuesto en toda la región. Estas estructuras combinan autoritarismo, tecnocracia, elitismo y privatismo. El primer rasgo prevalece cuándo el antagonismo social alcanza picos de crisis y el segundo se afirma cuándo una capa de altos funcionarios afianza su manejo del estado. El tercer aspecto se manifiesta mediante mecanismos institucionales utilizados para bloquear la movilización popular y la cuarta modalidad se impone para ensayar la continuidad del modelo neoliberal. En oposición a esta mixtura de liberalismo republicano y elitista la conquista de democracia es una tarea pendiente en la región.

Virajes ideológicos

América Latina presenta varias singularidades en el terreno ideológico. Al igual que en Europa Occidental se ha forjado una nueva conciencia antiliberal en la resistencia contra la ofensiva derechista. Pero los rasgos de estas convicciones difieren en ambas regiones por la mayor intensidad –que hasta ahora– presenta la lucha social en Latinoamérica.

Esta diferencia no supone el contraste absoluto que registran algunos analistas. Quiénes contraponen las “puebladas primitivas” en la región (preeminencia callejera) con las reacciones “civilizadas” en el Viejo Mundo (plebiscitos contra la Unión Europea) distorsionan la realidad. En Europa hay numerosas manifestaciones de acción directa (especialmente Francia) y en América Latina se acrecienta el repudio a la derecha en el terreno electoral. En un mismo cuadro de resistencia el nivel de movilización en la región es superior, porque también ha sido mayor la agresión patronal contra las conquistas sociales.

Un rasgo peculiar de Latinoamérica es la confluencia espontánea de la acción antiliberal con las reivindicaciones antiimperialistas. Este empalme en la región obedece, en parte, a la ausencia de clases dominantes con ambiciones de supremacía en el mercado mundial. Por la misma razón tampoco la diferenciación cultural con Estados Unidos constituye un componente significativo de la batalla contra la dominación norteamericana.

La irradiación ideológica del neoliberalismo ha sido importante en la región. Pero el empobrecimiento de la clase media bloqueó el arraigo de estas creencias en ese sector. La penetración de los valores de la competencia y el individualismo es reducida en comparacióna los patrones vigentes , por ejemplo, en los países anglosajones.

El neoliberalismo se encuentra más desacreditado en Latinoamérica que en Europa del Este por dos razones. La región no padeció la opresión burocrática que caracterizó al denominado “socialismo real” y la llegada del thatcherismo no fue recibida con expectativas liberadoras. Además, América Latina no participa de un proceso de integración regional vinculado a la gestación de un polo dominante en el mercado mundial. Esta desconexión atenúa la carga de ilusiones en el librecomercio que actualmente rodea a la ampliación de la Unión Europea y permite a la izquierda ocupar un lugar más relevante en el escenario político.

La rebelión antiimperialista tampoco incluye en la región los rasgos fundamentalistas de confrontación ética y religiosa que predominan en el mundo árabe. El blanco de la movilización popular son los bancos y las empresas norteamericanas y no el pueblo estadounidense. Ningún proyecto significativo recurre en la zona al sustento religioso para legitimar la batalla contra el opresor. Este perfil laico y democrático genera mayor atracción, simpatía e interés internacional por la lucha social latinoamericana. Esta acción presenta una proyección universal faltante en el mundo árabe.

La combinación de convicciones antiliberales y antiimperialistas que caracterizan a la resistencia latinoamericana no es un dato unívoco en toda la región. Es más visible en Bolivia, Venezuela o Argentina, que en Chile o Paraguay. Pero la radicalización política popular es un rasgo contagioso que se propaga de país en país.

Neoliberalismo y antiimperialismo

El cuestionamiento al neoliberalismo y el desafío al imperialismo son dos características centrales de la realidad latinoamericana actual. La crisis del proyecto derechista en la región es muy visible en la región, aunque el balance general de ese programa es un tema más controvertido. Muy pocos gobiernos preservan actualmente un discurso fanático a favor de la liberalización financiera o comercial. Pero los atropellos sociales persisten y se implementan con otra cobertura ideológica. Por eso no resulta fácil dirimir si el retroceso de corto plazo que afecta al neoliberalismo equivale a su declinación estructural.

Muchos analistas estiman que el fracaso económico, el agotamiento teórico y el descrédito político de la propuesta derechista ha restringido su influencia al terreno ideológico–cultural. Otros pensadores consideran que el debilitamiento neoliberal se concentra en la cultura y en la ideología, pero no se extiende a la economía o la política. Lo que resulta incuestionable es la pérdida del impulso que exhibían los cultores del libremercado en la década pasada. Por eso el mantenimiento de estas políticas actualmente exige un nuevo despliegue de retórica antiliberal.

En cada país el grado de continuidad neoliberal depende también del balance de los 90 que ha extraído por cada clase dominante nacional. El recuento de pérdidas que han hecho los capitalistas de Argentina difiere del cómputo de ganancias que, por ejemplo, realizan sus colegas de Chile. Pero en todos los casos predomina un contexto crítico hacia el neoliberalismo.

Este marco afecta también la intervención tradicional del imperialismo en su “patio trasero”. La impresión que Estados Unidos “no presta atención” a Latinoamérica o disminuye su presencia en la zona  es completamente equivocada. Basta observar la ingerencia regional del Pentágono, para notar cuán importante es para Washington su retaguardia latinoamericana.

Lo peculiar del momento es la dificultad que enfrenta la primera potencia para actuar con mayor virulencia contra sus enemigos en la región. El pantano que afrontan los marines en Irak, le impide a Bush tratar a Chávez como a Sadam o ensayar una agresión más abierta contra Cuba.

La hostilidad hacia el imperialismo en Latinoamérica es dato fácil de corroborar. El deslumbramiento que acompañó la primavera de Clinton ha sido reemplazado por un contundente rechazo a Bush. La difusión de las torturas y asesinatos preventivos que ejercita la CIA socava, día a día, la credibilidad de los funcionarios estadounidenses.

La extraordinaria irrupción callejera de los latinos en las grandes ciudades norteamericanas introduce otro factor de impacto regional. Estas comunidades mantienen estrechos lazos con sus países de origen, mediante las remesas que giran a los familiares y como consecuencia deel abaratamiento del transporte y las comunicaciones.

En este cuadro son muchos los gobiernos que ya no obedecen ciegamente a los mandatos del Norte. La vieja subordinación del pasado no funciona, ni permite preservar el status quo. Por eso muy pocos presidentes latinoamericanos acompañaron la aventura norteamericana en Irak. El Departamento de Estado igualmente recurre al auxilio regional para implementar sus operativos de intervención. El caso más reciente ha sido Haití. Pero el fracaso del intento de fraude electoral –montado en la isla para perpetuar un gobierno creado por el Pentágono– demuestra la inconsistencia de estas acciones.

La batalla contra el ALCA

Los cambios registrados en Latinoamérica han desembocado en tres alineamientos políticos: un bloque comandado por Estados Unidos, un eje centroizquierdista y una dupla antiimperialista.

En el primer segmento se ubican los aliados de Bush en el plano militar –(Uribe en Colombia), en el terreno político (Toledo en Perú, presidentes de Centroamérica) y en la esfera económica (Fox en México, Lagos en Chile). Esta confluencia sostuvo el lanzamiento del ALCA y su reformulación actual.

El bloque de centroizquierda estuvo inicialmente compuesto por los nuevos gobiernos sudamericanos (Kirchner en Argentina, Lula en Brasil y Tabaré en Uruguay), que han tomado distancia de las exigencias norteamericanas, pero evitan cualquier confrontación con Estados Unidos. Estas administraciones buscan recuperar el margen de autonomía política que resignaron sus antecesores neoliberales y replantean  el MERCOSUR en esta dirección.

El tercer polo está conformado por dos gobiernos antiimperialistas (Fidel en Cuba y Chávez en Venezuela), que rechazan activamente la dominación norteamericana y recurren a la movilización popular para afrontar esta opresión. El lanzamiento del ALBA constituye un aspecto de esta resistencia.

En el capítulo sobre el ALCA explicamos porqué fracasó esta iniciativa y que objetivos persiguen los tratados bilaterales que negocian los gobiernos del bloque pro–norteamericano. El primer convenio intentaba reforzar la supremacía estadounidense mediante una asociación privilegiada de las corporaciones del Norte con los grupos exportadores de Latinoamérica. Pero el proyecto –apoyado dentro y fuera de Estados Unidos por las firmas más internacionalizadas– fue objetado por los sectores más dependientes de cada mercado interno y quedó empantanado por los conflictos entre empresarios, divergencias entre los gobiernos y resistencias populares.

En el mismo capítulo precisamos en qué medida los tratados bilaterales radicalizan la agenda neoliberal y aumentan la indefensión de las economías latinoamericanas. Señalamos que esos convenios son utilizados por la primera potencia para bloquear una concurrencia europea que no desafía la supremacía político–militar  norteamericana, pero plantea serias problemas a las empresas de ese país. Estados Unidos no necesita forjar una estructura estatal asociada con otros países para reforzar su hegemonía y por eso impulsa tratados muy diferentes a los propiciados por la Unión Europea. Estos convenios acentúan los desniveles en los mercados de trabajo, impiden el surgimiento de monedas comunes y bloquean la introducción de fondos de compensación regional.

El  ALCA no ha prosperado en su modalidad original, pero tiende a recrearse a través de los acuerdos bilaterales. Bush logró sustituir las conversaciones entre bloques por convenios entre partes, que favorecen las exigencias de un gigante frente a interlocutores dispersos. Las clases dominantes latinoamericanas buscan compensar esta asimetría con el aumento de las exportaciones al mayor mercado del mundo, pero los ganadores y perdedores de esta ecuación son grupos capitalistas muy distintos.

Los nuevos convenios enfrentan severas resistencias. En México la demanda de revisar el NAFTA se afianza ante los nefastos efectos de este acuerdo en materia agrícola, laboral y ambiental. También el convenio con Chile que acentuó la primarización exportadora genera oposición y en Centroamérica se amplían los cuestionamientos a las monumentales asimetrías que provocarán los TLCs. Pero la batalla más inmediata se ubica en la región Andina, porque las negociaciones con Perú, Colombia y Ecuador están muy avanzadas. En esta zona la resistencia gana adeptos y los cuestionamientos populares se multiplican.

La incertidumbre del MERCOSUR

¿La asociación comercial del Cono Sur podría perfilarse como una alternativa del ALCA? Intentamos responder a este interrogante en los dos capítulos referidos al MERCOSUR.

Este tratado surgió con rasgos neoliberales y su aplicación inicial acentuó la fractura socio–geográfica de la región. El convenio fue propiciado por las empresas transnacionales para abaratar costos, enfrentar la concurrencia externa y contrarrestar la estrechez de los mercados. Pero la implementación efectiva del acuerdo quedó afectada al poco tiempo por las grandes crisis de las últimas dos décadas. Estas debacles  paralizaron la marcha de la asociación y crearon grandes dudas sobre su futuro.

Nadie sabe si el MERCOSUR tiende a decaer o resurgir. Por un lado el tratado parece recobrar fuerzas con el fin del ciclo depresivo y el amoldamiento de su estructura a los intereses de los grupos que sobrevivieron a la crisis. Estos sectores aplican con mayor pragmatismo los criterios de librecomercio, mientras promueven el pago de la deuda externa (que solventa la mayoría popular), para afianzar su integración al circuito financiero internacional.

En nuestro análisis ilustramos como el MERCOSUR expresa la relación de asociación y rivalidad que mantienen las clases dominantes de la región con el capital externo. Esta tensión confirma que estos grupos no se han disuelto en un proceso de transnacionalización y por eso promueven cierta resurrección del industrialismo desarrollista a escala regional. El problema radica en que este ensayo tiende a enfrentar las mismas dificultades que frustraron su aplicación en el pasado.

El MERCOSUR combina cierta Unión Aduanera precaria con una Zona de Libre Comercio incompleta y no logra plasmarse en un Mercado Común. El convenio se encuentra atravesado por conflictos que oponen a Argentina con Brasil y que obedecen al retroceso competitivo del primer país frente al segundo. El acuerdo está amenazado, además, por la eventualidad de un tratado de Uruguay con Estados Unidos y por la controversia que ha suscitado la construcción de las papeleras. El trasfondo de estos obstáculos es la persistencia de un modelo de integración que acentúa las disparidades regionales y las desventajas de los pequeños países.

¿En qué terrenos diverge el MERCOSUR con el ALCA? En nuestro texto puntualizamos estas diferencias, explicitando porque el proyecto sudamericano no se perfila como una alternativa a la iniciativa norteamericana. Los conflictos entre ambas propuestas giran en gran medida en torno a los subsidios estadounidenses al agro y el curso de estas subvenciones tiende a determinar la relación entre ambas asociaciones.

Brasil y Argentina

El futuro inmediato del MERCOSUR depende del rumbo que adopten los nuevos gobiernos de centroizquierda. Estas administraciones incrementan la intervención económica del estado, rechazan la apertura comercial exagerada y objetan las privatizaciones descontroladas. También promueven políticas favorables a las burguesías locales e intentan actuar en forma conjunta en las negociaciones diplomáticas internacionales. Ninguno de los tres gobiernos cuestiona en la práctica los atropellos del neoliberalismo. Al contrario, legitiman las agresiones patronales consumadas durante los 90, resisten las concesiones sociales y mantienen la redistribución regresiva del ingreso.

Una crisis regional común indujo el ascenso de Lula, Kirchner y Tabaré .¿Pero estos gobierno desenvuelven orientaciones coincidentes? Cada administración intenta actuar en función de las condiciones que rodearon el inicio de sus gestiones.

Mientras que el presidente de Brasil asumió en un marco de adversidad económica cíclica, su colega argentino llegó al gobierno al concluir una depresión sin precedentes. Por eso promovió la reconstitución del proceso de acumulación con políticas más heterodoxas que el continuismo ortodoxo implementado por Lula. Esta diferencia se comprueba, por ejemplo, en la forma de negociar la deuda que adoptó cada mandatario. Lo que sí comparten ambos presidentes es la misma renuencia a satisfacer las demandas sociales. Por eso la reforma agraria se encuentra congelada en Brasil y la retracción de los ingresos populares perdura en Argentina, a pesar de la recuperación de la producción y la rentabilidad empresaria.

Lula ascendió en un contexto de limitada movilización popular, en comparación al clima de revuelta social que acompañó la asunción de Kirchner. Esta brecha se ha mantenido, porque las luchas agrarias (y en menor medida urbanas) que se desarrollan en Brasil no presentan la intensidad que caracteriza al movimiento social de Argentina. Mientras que Lula obstaculiza los reclamos populares, Kirchner ha debido recurrir a cierta combinación de desgaste, deslegitimación (y amenazas de criminalización), para aplacar al movimiento sindical más organizado de la región. Confronta, además, con un nivel de conciencia antiliberal y antiimperialista más significativo. Esta diferencia se puso de manifiesto, por ejemplo, durante la gira de Bush a fines del 2005, cuándo el repudio a esta visita fue más significativo en Argentina que en Brasil. 

Mientras que Lula llegó a la presidencia siguiendo las normas institucionales, el arribo de  Kirchner coronó una tormentosa sucesión de mandatos transitorios. Esta diferencia de origen se ha extendido al comportamiento de ambos gobernantes. El primero sigue todos los pasos del vaciamiento socio liberal de un proyecto reformista. Defrauda a su electorado, incumple promesas e incrementa las concesiones a la derecha. Ha transformado al PT en un partido del status quo, desgarrado por grandes escándalos de corrupción. En cambio Kirchner intenta construir su propio poder desde la cúspide del estado, aprovechando la quiebra del bipartidismo, la disolución de las viejas identidades partidarias, el afianzamiento de los liderazgos locales y la degradación de los mecanismos de representatividad.

Ambos presidentes mantienen una conducta de similar equidistancia y colaboración con Bush en el terreno internacional. Pero Lula es más cordial porque tiene aspiraciones de liderazgo regional y protagonismo en la ONU. Esta asimetría resucita las posturas de mayor afinidad y conflicto hacia Estados Unidos, que históricamente exhibieron las burguesías brasileñas y argentinas. En nuestro análisis del MERCOSUR retratamos las consecuencias de esta diferenciación.

Lo ocurrido en Uruguay se asemeja a la Argentina en la magnitud de la depresión económica, pero converge con Brasil en la menor intensidad de la resistencia social y el alto grado de estabilidad política. Las sublevaciones populares han sido tan infrecuentes como las rupturas institucionales, en un país gobernado por un sólido sistema de partidos políticos. La gestión de Tabaré reproduce la ortodoxia económica de Lula en materia de ajustes y asistencialismo. Pero los tratados con Estados Unidos y su aval a las papeleras han provocado una crisis de consecuencias imprevisibles para la continuidad del MERCOSUR.

Venezuela, Cuba y el ALBA

El tercer eje político de Latinoamérica ha quedado establecido en torno al  nacionalismo antiimperialista que prevalece en Venezuela. Los gobiernos centroizquierdistas de Argentina, Brasil y Uruguay difieren de la política implementada por Chávez en tres planos: no implementan reformas sociales significativas, concilian posiciones con el imperialismo y desalientan la movilización popular. Estos tres rasgos importan al momento de establecer si los choques con la derecha constituyen un dato real o un episodio más de la vida política.

En nuestro capítulo sobre el ALBA explicamos en qué medida este proyecto forma parte de un proceso que emergió en Venezuela, a partir de un levantamiento popular y una revuelta militar que se plasmaron en éxitos electorales. El gobierno de Chávez se ha radicalizado bajo el impulso de la movilización social contra las conspiraciones imperialistas, especialmente luego de la crisis del 2002. Los viejos partidos de las clases dominantes han sido doblegados y sus representantes fueron desplazados del estado. La derecha quedó severamente golpeada por el fracaso de sus ensayos golpistas y por la decidida resistencia gubernamental a las campañas desestabilizadoras de la CIA.

El lanzamiento del ALBA expresa también la consolidación de la alianza que Venezuela ha establecido con Cuba. De una colaboración inicial frente al embargo se ha pasado a una asociación más estrecha, que supera la provisión de petróleo y la retribución en alfabetización y asistencia sanitaria de un socio a otro. En nuestro estudio analizamos en qué medida el intercambio cooperativo que realizan Cuba y Venezuela podría constituir el embrión de un nuevo modelo de integración, que sustituya los principios de la competencia y el librecomercio por normas de complementación y solidaridad.

Pero también explicamos que el desarrollo del ALBA requiere forjar la unidad antiimperialista de la región y que esta meta no podrá alcanzarse mediante alianzas con las clases dominantes. Subrayamos que los capitalistas sudamericanos defienden intereses opuestos a la integración popular y planteamos que un modelo genuinamente progresista debería avanzar de manera prioritaria en tres áreas. En el plano energético habría que eliminar la apropiación capitalista de la renta petrolera mediante la nacionalización integral de los hidrocarburos. En el plano financiero se impondría conformar un banco regional con los fondos surgidos de la suspensión del pago de la deuda externa y en la órbita comercial correspondería adoptar medidas que permitan mejoras inmediatas del nivel de vida popular.

El ALBA podría conquistar legitimidad asumiendo las reivindicaciones de los oprimidos y promoviendo reformas sociales radicales. Pero esta perspectiva depende del curso que adopte el proceso bolivariano, cuya evolución actual es muy contradictoria. El control estatal del petróleo le brinda a Venezuela un margen para implementar auxilios sociales. Pero las políticas y contratos que guían la gestión de estos recursos despierta muchos cuestionamientos.

Es cierto que se avanza en algunas expropiaciones de tierras improductivas y en la formación de cooperativas semi–estatales en empresas abandonadas por sus patrones. Pero también se consolidan los negocios con un sector del empresariado gestado a la sombra del chavismo y se posponen las transformaciones sociales requeridas para erradicar la pobreza y el desempleo.

El proceso de Venezuela enfrenta serias encrucijadas y no podrá desenvolverse conciliando rumbos opuestos. O avanza por el camino de la revolución cubana o retrocede hacia el curso seguido por el PRI y el peronismo. La movilización popular y la radicalización política apuntalan el primer rumbo, pero la burocracia, la estructura del viejo estado y la ausencia de autonomía de los movimientos sociales contrapesan esa evolución.

El planteo socialista

La instrumentación del ALCA, el MERCOSUR o el ALBA están sujetos a una dinámica política que en lo inmediato parece inclinarse hacia la centroizquierda o el nacionalismo. Los resultados electorales de Bolivia, Chile y Perú en los primeros meses del 2006 confirman una tendencia, que podría afianzarse en México y Nicaragua en la segunda mitad del año.

Quiénes reducen estos procesos a un denominador común simplificado (“victoria de la izquierda” o “derrota del neoliberalismo”) omiten las diferencias entre mandatarios (Morales no es igual a Bachelet) y entre movimientos sociales de distinta influencia y combatividad. Pero sobre todo desconocen la existencia de una estrategia de neutralización de cualquier cambio por parte de las clases dominantes y el Departamento de Estado. Ambos sectores apuestan a que la centroizquierda contenga los reclamos populares y cumpla un papel moderador de los impulsos antiimperialistas de Cuba y Venezuela. Esta expectativa estabilizadora se basa en la existencia de un eje socio–liberal dentro del espectro de la “izquierda moderna”. Los gobiernos que más giran hacia la derecha –especialmente en Uruguay y Brasil– tienden a emular al modelo chileno y a seguir las huellas de Tony Blair y Felipe González. Esta involución terminaría sepultando cualquier vestigio reformista.

En nuestro ensayo contraponemos a esta sombría perspectiva los lineamientos de un proyecto de integración popular. Pero subrayamos que esta opción liberadora requiere discutir no solo la  factibilidad de los proyectos en danza, sino también su conveniencia para los oprimidos. De esta caracterización extraemos dos conclusiones. Por un lado es ingenuo suponer que “otro MERCOSUR” constituiría  una alternativa popular frente al ALCA y por otra parte, el ALBA solo tiene futuro en una estrategia socialista.

Nuestro enfoque retoma la importancia de un proyecto socialista, recogiendo el embrionario interés que se observa por esta perspectiva en Latinoamérica. Este resurgimiento se apoya en la permanencia de la Revolución Cubana al cabo de 45 años de embargos, sabotajes y agresiones imperialistas. Esta resistencia no solo facilitó la continuidad de la lucha social en la región, sino que ha resultado vital para la perdurabilidad de un planteo emancipatorio. El impacto sobre Latinoamérica de una repetición de lo ocurrido en la URSS o Europa Oriental habría sido políticamente devastador.

Pero también la convocatoria de Chávez a construir el denominado “socialismo del siglo XXI” induce a discutir los caminos para alcanzar esta meta. Este llamado confirma que el proceso bolivariano difiere de otros ensayos nacionalistas por su apertura hacia el pensamiento de izquierda. Por eso Caracas se ha convertido en un centro de reflexión sobre estos temas, comparable al papel que jugaron en el pasado La Habana o Managua.

El renacimiento del planteo socialista ha despertado también las objeciones a este proyecto. Ciertos analistas estiman que el sujeto social de este proceso permanece ausente. Entienden que la clase obrera es minoritaria y ha quedado adicionalmente debilitada por la expansión de la exclusión. Pero esta visión sustituye una evaluación política por consideraciones sociológicas y no percibe la potencialidad anticapitalista de los sectores que protagonizan la lucha social. La historia del siglo XX ha demostrado que los países periféricos cuentan con una clase trabajadora numéricamente inferior a los países avanzados, pero también enfrentan mayor necesidad de erradicar el capitalismo. Y se ha probado que esta contradicción puede superarse si los oprimidos desenvuelven una acción emancipatoria.

Algunos teóricos plantean que una larga etapa capitalista deberá preceder al inicio del socialismo. Estiman que un modelo regulado y más humano de capitalismo crearía condiciones óptimas para la transición al socialismo. ¿Pero cómo se implementaría ese período? ¿Qué precedentes desenvolvería? ¿Cómo podría neutralizar las presiones hacia el atropello social que genera la concurrencia internacional?

Quiénes reconocen estas dificultades y aceptan la inviabilidad de un modelo nacional de capitalismo progresista (especialmente en el actual período de mundialización), proponen reemplazar esta alternativa por un equivalente regional. Destacan que esta opción podría generar condiciones favorables para alguna forma de socialismo ulterior en toda la zona.

Pero lo que no registran es la incompatibilidad de las demandas sociales con los elevados beneficios requeridos para erigir ese capitalismo regional. Además, no se entiende porque las clases dominante modificarían su tradicional hostilidad hacia la unidad latinoamericana. ¿O acaso en los próximos años concretarían la confluencia que no consumaron durante los dos últimos siglos?

El socialismo es posible y necesario en Latinoamérica. Pero la batalla por alcanzarlo exige propiciar una dinámica de reformas sociales consecuentes, que abra el rumbo para desbordar al capitalismo. Esta estrategia es incompatible con la subordinación de las reivindicaciones populares a la inverosímil construcción de un capitalismo regional.

La meta del socialismo brinda un norte a los proyectos de los movimientos de lucha. Pero este horizonte solo puede clarificarse difundiendo la idea, aclarando su contenido y debatiendo las experiencias precedentes. Es mucho más productivo reflexionar sobre el socialismo, que dilucidar si alguna vez podrá emerger “otro capitalismo” en la región.


[1] El siguiente artículo corresponde al capítulo primero del libro “ALCA, MERCOSUR y ALBA. Una visión desde la izquierda” de próxima aparición. Este texto constituye, a su vez,  la versión definitiva del borrador: “Resistencias y proyectos en América Latina” presentado al “Seminario por el reagrupamiento de la izquierda y los luchadores”, que se realizó en Buenos Aires el 27 y 28 de mayo del 2006. Algunos temas específicos sobre estrategia socialista tratados en el borrador y excluidos de esta versión final serán expuestos detalladamente en un próximo análisis.