El
escenario latinoamericano
Por
Claudio Katz, 26/05/06
El
ALCA, el MERCOSUR y el ALBA son las principales iniciativas de
asociación regional actualmente debatidas en América Latina. La
discusión de estas alternativas presenta dos peculiaridades en
comparación a las reflexiones tradicionales sobre la integración:
suscita atención de los
movimientos sociales y se desenvuelve en una coyuntura de agudos
desequilibrios.
Las
organizaciones populares han incorporado a su agenda popular un tema
que en el pasado solo estudiaban los diplomáticos, los empresarios y
las elites gobernantes. Este cambio ilustra una nueva percepción de
los caminos a recorrer en la batalla por reformas sociales. Entre los
movimientos de trabajadores, campesinos y pobladores se ha
generalizado la convicción que para afianzar cualquier conquista de
los oprimidos a escala nacional serían necesarios también logros
zonales. Esta visión regional incluye un cuestionamiento de la vieja
balcanización que ha sufrido América Latina.
La
integración goza de popularidad pero no tiene implicancias espontáneamente
progresivas. Todo depende del modelo que asuma y de los intereses
sociales que defienda. Compartir cierta vecindad geográfica facilita
esa convergencia, pero no asegura su legitimidad. Lo que impulsa a
distintos pueblos a compartir un proyecto histórico es la existencia
de una meta emancipatoria común. Por eso el carácter de la unidad
regional depende del programa, las prioridades y los sujetos
involucrados en ese proyecto.
El
ALCA, el MERCOSUR y el ALBA plantean distintas propuestas frente a la
crítica realidad latinoamericana. En la región se conjugan
colapsos económicos, convulsiones políticas, rebeliones sociales y
virajes ideológicos de gran envergadura. ¿Qué tipo de integración
podría emerger en estas condiciones? ¿Los proyectos en juego son
convergentes o incompatibles? ¿Podría confluir el ALCA con el
MERCOSUR y esta segunda asociación con el ALBA? ¿Qué propósito
persiguen los tratados bilaterales y las negociaciones multilaterales
que complementan a ambas iniciativas? El objetivo central de este
ensayo es responder a estas preguntas y el sentido de este capítulo
inicial es caracterizar el contexto en que se dirimen las distintas
opciones.
Turbulencias
económicas
Los
tres proyectos de asociación aparecen
al cabo de veinte
años de modelo económico neoliberal, es decir cuándo las
consecuencias de este esquema están a la vista. En el terreno
financiero, el principal efecto de esa política ha sido el aumento de
la vulnerabilidad. Los
ciclos de prosperidad y crisis han quedado más sujetos que en el
pasado a la afluencia y salida de los capitales externos. Cuándo la
rentabilidad decrece en los circuitos bancarios o bursátiles de las
economías avanzadas, fondos especulativos arriban a la región y cuándo
esta tendencia se revierte retornan a sus lugares de origen. Este vaivén
provoca agudas turbulencias.
Actualmente
predomina una corriente de ingresos de capital que favorece la
recuperación del PBI y genera una impresión de estabilidad. Pero
bajo la superficie de cierta calma, el problema de la deuda externa no
ha quedado resuelto y los desequilibrios que condujeron a la cesación
de pagos no se han disipado. El monumental default que protagonizó la
Argentina no fue un hecho excepcional. Afectó anteriormente a otros
países (Ecuador, Perú, Bolivia, Brasil, México) y su repetición
será una posibilidad siempre latente mientras continúe la acumulación
de pasivos impagables.
La
refinanciación constante de estas deudas se ha tornado más gravosa
con la nueva política de superávit fiscal, que los países
latinoamericanos implementan para pagar intereses y reducir pasivos
con organismos multilaterales.
El
neoliberalismo potenció también en la órbita comercial la
fragilidad de la región. Mediante una drástica apertura se
afianzó el papel subordinado en la división internacional del
trabajo y se consumó la desarticulación del viejo complejo
industrial a favor de las actividades de ensamblaje
que realizan las grandes corporaciones. Estas compañías lucran con
la fuerza de trabajo abaratada y con la completa ausencia de
regulaciones ambientales.
La
reducción de aranceles consolidó, además, la especialización
exportadora en productos agro–mineros y bienes manufacturados básicos
o intermedios. Este perfil acentúo la dependencia regional del
vaivén internacional que sufren los precios de las materias primas.
El crecimiento del PBI de los últimos años la región obedece en
gran medida al alto nivel de estas cotizaciones.
La
oleada neoliberal agravó el empobrecimiento de la población y
precipitó una inédita expansión de la precarización y el
desempleo. La miseria absoluta
ya no recae solamente sobre los campesinos expulsados de sus tierras,
sino que se extiende también a los obreros descalificados y a los jóvenes
desocupados. El resultado de esta tragedia social ha sido un mayor
ensanchamiento de la desigualdad social, que alcanza en América
Latina niveles muy superiores a cualquier otra región del planeta.
La
combinación de endeudamiento externo, especialización exportadora y
pauperización desembocó durante
los 80 y los 90 en una secuencia de colapsos productivos,
bancarios y cambiarios que golpeó a varios países (Ecuador, Bolivia,
Argentina, Perú, Uruguay). Estas crisis no tuvieron el impacto
acotado que prevaleció en las economías desarrolladas, sino que
alcanzaron una dimensión comparable a las depresiones de entreguerra.
Los
neoliberales atribuyen estas eclosiones al carácter incompleto de las
reformas, como si la escala de esas transformaciones hubiera sido
menor. Ocultan que el ajuste fue mayúsculo y que la eliminación de
las viejas regulaciones keynesianas tuvo efectos devastadores sobre
las economías dependientes.
El
neoliberalismo periférico no solo atropelló las conquistas de las
mayorías populares, sino que también condujo a una pérdida de
posiciones económicas de América Latina en el mercado mundial. Este
retroceso se verifica en todos los indicadores de competitividad,
inversión o ingreso per capita y contrasta con la evolución de China
o el Sudeste asiático. Este resultado constituyó un fracaso para las
clases dominantes.
La
fractura entre actividades prósperas de exportación y producciones
en declive destinadas al mercado interno agravó el tradicional
dualismo de la economía latinoamericana. Esta segmentación afecta
los beneficios de los capitalistas, porque acrecienta la dependencia
de la acumulación de la demanda internacional y de la frágil
competitividad de cada economía. Además, la reducción de los costos
laborales no compensó la contracción de los mercados internos y esta
declinación del poder adquisitivo afecta la consistencia de los
negocios. Esta acumulación de problemas ha inducido a los giros en la
política económica que actualmente se observan en la región.
A
comienzos del 2006 la coyuntura está signada por la reactivación, la
afluencia de capitales y la bonanza exportadora. Pero la secuela de la
crisis está presente y este legado explica la intensidad de las polémicas
que rodean al ALCA, al MERCOSUR y al ALBA.
Rebeliones
populares
El
curso de la integración se dirime en la arena de la lucha social y no
en serenas reflexiones de opciones macroeconómicas. América
Latina ha sido en los últimos
años en un gran epicentro de rebeliones populares. Estos
levantamientos generaron la interrupción de varios mandatos
presidenciales y provocaron desde 1989 la salida anticipada de 11
presidentes. Los casos más importantes se registraron en tres
naciones: Argentina, Bolivia y Ecuador.
La
sublevación del 2001 en el primer país alcanzó una dimensión inédita.
La confluencia de los desocupados y la clase media empobrecida se
plasmó en una revuelta que incluyó asambleas populares masivas y una
ocupación perdurable de las calles. Aunque este nivel de convulsión
ha decaído una nueva variedad de protestas se verifica en la
actualidad. Esta vitalidad del movimiento social irrita a la derecha,
desconcierta al gobierno y desespera a los capitalistas. En un marco
favorable para obtener conquistas populares, los asalariados han
recuperado visibilidad y tradiciones combativas.
En
mayo del 2005 se registró en Bolivia la mayor insurrección del
continente. Este levantamiento profundizó el nivel de combatividad,
participación popular y radicalización
política que anticiparon varias sublevaciones previas. La mayoría
popular exige la nacionalización
de los hidrocarburos, en un país depredado por las compañías
extranjeras y empobrecido por el cierre de las minas y la erradicación
de la coca. El nuevo gobierno de Morales afronta este cuadro en un
clima de expectativa y alerta de los movimientos sociales.
También
el estallido que conmocionó a Ecuador en
abril del 2005 coronó una sucesión de levantamientos
anteriores, que primero protagonizaron los campesinos e indígenas y
luego la clase media urbana. Estas acciones demolieron a un gobierno
que debutó con discursos progresistas y concluyó adoptando políticas
reaccionarias. Las demandas de los sublevados han chocado con la
incapacidad de las elites para gobernar, en un país arruinado por la
emigración y la amenaza de fracturas territoriales.
Estos
levantamientos en tres países sudamericanos han sido los episodios más
convulsivos del nuevo ciclo de rebeliones que recorre a la región.
Movimientos campesinos en Perú, demandas de los pueblos indígenas en
México, irrupciones antiimperialistas en Venezuela, protestas contra
los tratados de libre comercio en Colombia y resistencias a las políticas
de ajuste en Centroamérica han signado el cuadro social de la última
década.
La
intensidad de estas acciones difiere en cada caso y en varios países
claves –como Brasil, Uruguay o Chile– las luchas populares
mantienen un perfil menos relevante. Pero en términos generales y en
comparación a la década precedente se ha registrado un importante
cambio en las relaciones de fuerza entre las clases dominantes y
dominadas. La gran ofensiva perpetrada por los capitalistas en los 90
enfrenta un serio límite y los opresores han perdido la iniciativa
que mantuvieron durante el cenit del neoliberalismo. La consistencia
de las revueltas sociales refleja una continuidad de tradiciones
combativas en Latinoamérica que la derecha no ha podido destruir.
Distintos
sectores populares han protagonizado huelgas, movilizaciones y
rebeliones de la última década. En algunas regiones prevalecen las
comunidades indígenas (Bolivia, Ecuador, México) y en otras los
campesinos (Brasil, Perú, Paraguay). Pero también los asalariados
urbanos (Argentina) y los precarizados (Venezuela, Caribe, Centroamérica)
han jugado un rol dominante.
Esta
centralidad de la protesta ha modificado la apreciación de los
actores que podrían comandar una transformación socio–política.
Durante los años 80 muchos teóricos atribuyeron ese rol a los
ciudadanos y en los 90 lo redujeron a la intervención de los
individuos. Pero al calor de la resistencia popular, los movimientos
sociales son nuevamente observados como artífices de estos cambios.
La
noción de pueblo ha reconquistado gravitación y las
caracterizaciones de clase han recuperado interés. No solo reaparece
la distinción entre dominadores y dominados, sino también la
preocupación por precisar el rol de los explotados dentro del
espectro de los oprimidos. Es evidente que ese sector reúne a la
clase trabajadora en un sentido amplio y cuenta con mayor capacidad
para afectar los centros del poder del capitalismo.
El
éxito de las luchas populares depende de la confluencia de todos los
oprimidos en torno a reivindicaciones y metas comunes. Esta conclusión
sobrevuela todos los debates sobre el ALCA, el MERCOSUR o el ALBA que
se desenvuelven en las organizaciones populares. En este ámbito la
integración es un tema asociado con la
resistencia y discutido junto a consignas, programas y propósitos
de lucha. La tónica de las reflexiones sobre la integración que
predomina en los encuentros regionales de tecnócratas y empresarios
es obviamente muy diferente.
Conmociones
políticas
El
neoliberalismo comenzó en América Latina durante las dictaduras pero
se consolidó con los regímenes constitucionales. Esta continuidad ha
provocado un profundo deterioro del sistema político que sustituyó a
las tiranías.
Con
el fin de las dictaduras las clases opresoras perdieron su viejo
recurso de represión masiva contra el pueblo y el fracaso de los
gobiernos militares fue tan contundente que resulta muy improbable su
reinstalación futura. La opción golpista perdió eficacia, además,
porque la propia capa militar tiende a fracturarse bajo la presión
popular.
Con
mecanismos constitucionales se han instrumentado en los últimos años
terribles políticas de ajuste, pero la efectividad de este atropello
ha sido muy limitada. No lograron neutralizar la protesta social, ni
tampoco aseguraron una gestión estable de los negocios. Por eso la frágil
burguesía latinoamericana mantiene formas de dominación muy
inestables, en comparación a los moldes vigentes en los países
desarrollados.
La
debacle económica erosionó a estos regímenes a lo largo de tres
etapas. Durante la transición pos dictatorial (1980–86) se desmoronó
la ingenua identificación de los sistemas electivos con mejoras del
ingreso popular. La esperada secuencia de avances –primero en la órbita
civil, luego en el plano político y finalmente en el campo social–
no se corroboró en ningún país. En cambio se registró una
asimilación generalizada del credo neoliberal por parte de la elite
política, que reforzó la crítica popular hacia los sistemas
institucionales vigentes. Ya es evidente que los regimenes
latinoamericanos no constituyen democracias genuinas, sino modalidades
truncas y tuteladas del modelo constitucional.
En
la segunda etapa de euforia neoliberal (1986–97) el mayor compromiso
de las estructuras políticas con la privatización y la apertura
comercial agravó el descrédito de estas entidades. Su explícita
funcionalidad con el ajuste desembocó en una pérdida de confianza de
la ciudadanía hacia un sistema que empobreció al grueso de la
población. Por eso en todos los países se multiplicaron las
manifestaciones de indiferencia política, abstención electoral y
fatiga cívica.
Esta
degradación sepultó a varios los personajes derechistas (Salinas,
C.A Pérez) y condujo a las crisis (1987–2002) que provocaron el
desplazamiento de otros exponentes del mismo linaje (Menem, Fujimori).
El nivel de corrupción exhibido por los presidentes neoliberales
confirmó que este flagelo es un resultado generalizado de las
apetencias capitalistas y no un efecto específico del estatismo.
Las
grandes eclosiones de este período generaron una gran variedad de
desmembramientos institucionales en América Latina. En ciertos países
se pulverizó el poder (Bolivia, Ecuador) y en otros se desintegró el
estado (Haití). Pero el curso predominante ha sido la reconstitución
convulsiva del sistema político (Argentina) y el recambio
institucional en orden (Chile, Brasil, Uruguay, México).
Los
regímenes latinoamericanos actuales no son democracias auténticas.
Pero esta carencia no obedece a la escasa consolidación, madurez o
estabilidad de sus estructuras. Lo que impide someter a la voluntad
popular las principales decisiones de la sociedad es el control que
ejercen las clases dominantes sobre este sistema. Estas limitaciones
son más importantes en América Latina que en los países centrales.
La
derecha interpreta que los obstáculos a la democracia provienen del
caudillismo, los vicios populistas y el desprecio a las normas
republicanas. Pero olvida que los mandatarios neoliberales siempre
ejercen un presidencialismo descontrolado. Los conservadores solo
resaltan la debilidad de los aspectos republicanos, liberales y
tecnocráticos de los regímenes actuales que obstaculizan la
acumulación capitalista.
A
la derecha no le preocupa la falta de democracia sino su “exceso”.
Registra con inquietud la amplitud de los espacios conquistados por la
lucha popular y teme que estos logros estimulen la batalla por
reformas sociales. Por eso añora
los modelos políticos represivos que por ejemplo prevalecen en el
Sudeste Asiático.
Las
libertades públicas que permiten en Latinoamérica ejercer el derecho
a la protesta horrorizan a los poderosos. Preferirían erradicar esas
conquistas para consolidar los sistemas híbridos que se han impuesto
en toda la región. Estas estructuras combinan autoritarismo,
tecnocracia, elitismo y privatismo. El primer rasgo prevalece cuándo el
antagonismo social alcanza picos de crisis y el segundo se afirma cuándo
una capa de altos funcionarios afianza su manejo del estado. El tercer
aspecto se manifiesta mediante mecanismos institucionales utilizados
para bloquear la movilización popular y la cuarta modalidad se impone
para ensayar la continuidad del modelo neoliberal. En oposición a
esta mixtura de liberalismo republicano y elitista la conquista de
democracia es una tarea pendiente en la región.
Virajes
ideológicos
América
Latina presenta varias singularidades en el terreno ideológico. Al
igual que en Europa Occidental se ha forjado una nueva conciencia
antiliberal en la resistencia contra la ofensiva derechista. Pero los
rasgos de estas convicciones difieren en ambas regiones por la mayor
intensidad –que hasta ahora– presenta la lucha social en Latinoamérica.
Esta
diferencia no supone el contraste absoluto que registran algunos
analistas. Quiénes contraponen las “puebladas primitivas” en la
región (preeminencia callejera) con las reacciones “civilizadas”
en el Viejo Mundo (plebiscitos contra la Unión Europea) distorsionan
la realidad. En Europa hay numerosas manifestaciones de acción
directa (especialmente Francia) y en América Latina se acrecienta el
repudio a la derecha en el terreno electoral. En un mismo cuadro de
resistencia el nivel de movilización en la región es superior,
porque también ha sido mayor la agresión patronal contra las
conquistas sociales.
Un
rasgo peculiar de Latinoamérica es la confluencia espontánea de la
acción antiliberal con las reivindicaciones antiimperialistas. Este
empalme en la región obedece, en parte, a la ausencia de clases
dominantes con ambiciones de supremacía en el mercado mundial. Por la
misma razón tampoco la diferenciación cultural con Estados Unidos
constituye un componente significativo de la batalla contra la
dominación norteamericana.
La
irradiación ideológica del neoliberalismo ha sido importante en la
región. Pero el empobrecimiento de la clase media bloqueó el arraigo
de estas creencias en ese sector. La penetración de los valores de la
competencia y el individualismo es reducida en comparacióna los
patrones vigentes , por ejemplo, en los países anglosajones.
El
neoliberalismo se encuentra más desacreditado en Latinoamérica que
en Europa del Este por dos razones. La región no padeció la opresión
burocrática que caracterizó al denominado “socialismo real” y la
llegada del thatcherismo no fue recibida con expectativas liberadoras.
Además, América Latina no participa de un proceso de integración
regional vinculado a la gestación de un polo dominante en el mercado
mundial. Esta desconexión atenúa la carga de ilusiones en el
librecomercio que actualmente rodea a la ampliación de la Unión
Europea y permite a la izquierda ocupar un lugar más relevante en el
escenario político.
La
rebelión antiimperialista tampoco incluye en la región los rasgos
fundamentalistas de confrontación ética y religiosa que predominan
en el mundo árabe. El blanco de la movilización popular son los
bancos y las empresas norteamericanas y no el pueblo estadounidense.
Ningún proyecto significativo recurre en la zona al sustento
religioso para legitimar la batalla contra el opresor. Este perfil
laico y democrático genera mayor atracción, simpatía e interés
internacional por la lucha social latinoamericana. Esta acción
presenta una proyección universal faltante en el mundo árabe.
La
combinación de convicciones antiliberales y antiimperialistas que
caracterizan a la resistencia latinoamericana no es un dato unívoco
en toda la región. Es más visible en Bolivia, Venezuela o Argentina,
que en Chile o Paraguay. Pero la radicalización política popular es
un rasgo contagioso que se propaga de país en país.
Neoliberalismo
y antiimperialismo
El
cuestionamiento al neoliberalismo y el desafío al imperialismo son
dos características centrales de la realidad latinoamericana actual.
La crisis del proyecto derechista en la región es muy visible en la
región, aunque el balance general de ese programa es un tema más
controvertido. Muy pocos gobiernos preservan actualmente un discurso
fanático a favor de la liberalización financiera o comercial. Pero
los atropellos sociales persisten y se implementan con otra cobertura
ideológica. Por eso no resulta fácil dirimir si el retroceso de
corto plazo que afecta al neoliberalismo equivale a su declinación
estructural.
Muchos
analistas estiman que el fracaso económico, el agotamiento teórico y
el descrédito político de la propuesta derechista ha restringido su
influencia al terreno ideológico–cultural. Otros pensadores
consideran que el debilitamiento neoliberal se concentra en la cultura
y en la ideología, pero no se extiende a la economía o la política.
Lo que resulta incuestionable es la pérdida del impulso que exhibían
los cultores del libremercado en la década pasada. Por eso el
mantenimiento de estas políticas actualmente exige un nuevo
despliegue de retórica antiliberal.
En
cada país el grado de continuidad neoliberal depende también del
balance de los 90 que ha extraído por cada clase dominante nacional.
El recuento de pérdidas que han hecho los capitalistas de Argentina
difiere del cómputo de ganancias que, por ejemplo, realizan sus
colegas de Chile. Pero en todos
los casos predomina un contexto crítico hacia el neoliberalismo.
Este
marco afecta también la intervención tradicional del imperialismo en
su “patio trasero”. La impresión que Estados Unidos “no presta
atención” a Latinoamérica o disminuye su presencia en la zona
es completamente equivocada. Basta observar la ingerencia
regional del Pentágono, para notar cuán importante es para
Washington su retaguardia latinoamericana.
Lo
peculiar del momento es la dificultad que enfrenta la
primera potencia para actuar con mayor virulencia contra sus enemigos
en la región. El pantano que afrontan los marines en Irak, le impide
a Bush tratar a Chávez como a Sadam o ensayar una agresión más
abierta contra Cuba.
La
hostilidad hacia el imperialismo en Latinoamérica es dato fácil de
corroborar. El deslumbramiento que acompañó la primavera de Clinton
ha sido reemplazado por un contundente rechazo a Bush. La difusión de
las torturas y asesinatos preventivos que ejercita la CIA socava, día
a día, la credibilidad de los funcionarios estadounidenses.
La
extraordinaria irrupción callejera de los latinos en las grandes
ciudades norteamericanas introduce otro factor de impacto regional.
Estas comunidades mantienen estrechos lazos con sus países de origen,
mediante las remesas que giran a los familiares y como consecuencia
deel abaratamiento del transporte y las comunicaciones.
En
este cuadro son muchos los gobiernos que ya no obedecen ciegamente a
los mandatos del Norte. La vieja subordinación del pasado no
funciona, ni permite preservar el status quo. Por eso muy pocos
presidentes latinoamericanos acompañaron la aventura norteamericana
en Irak. El Departamento de Estado igualmente recurre al auxilio
regional para implementar sus operativos de intervención. El caso más
reciente ha sido Haití. Pero el fracaso del intento de fraude
electoral –montado en la isla para perpetuar un gobierno creado por
el Pentágono– demuestra la inconsistencia de estas acciones.
La
batalla contra el ALCA
Los
cambios registrados en Latinoamérica han desembocado en tres
alineamientos políticos: un bloque comandado por Estados Unidos, un
eje centroizquierdista y una dupla antiimperialista.
En
el primer segmento se ubican los aliados de Bush en el plano militar
–(Uribe en Colombia), en el terreno político (Toledo en Perú,
presidentes de Centroamérica) y en la esfera económica (Fox en México,
Lagos en Chile). Esta confluencia sostuvo el lanzamiento del ALCA y su
reformulación actual.
El
bloque de centroizquierda estuvo inicialmente compuesto por los nuevos
gobiernos sudamericanos (Kirchner en Argentina, Lula en Brasil y Tabaré
en Uruguay), que han tomado distancia de las exigencias
norteamericanas, pero evitan cualquier confrontación con Estados
Unidos. Estas administraciones buscan recuperar el margen de autonomía
política que resignaron sus antecesores neoliberales y replantean
el MERCOSUR en esta dirección.
El
tercer polo está conformado por dos gobiernos antiimperialistas
(Fidel en Cuba y Chávez en Venezuela), que rechazan activamente la
dominación norteamericana y recurren a la movilización popular para
afrontar esta opresión. El lanzamiento del ALBA constituye un aspecto
de esta resistencia.
En
el capítulo sobre el ALCA explicamos porqué fracasó esta iniciativa
y que objetivos persiguen los tratados bilaterales que negocian los
gobiernos del bloque pro–norteamericano. El primer convenio
intentaba reforzar la supremacía estadounidense mediante una
asociación privilegiada de las corporaciones del Norte con los grupos
exportadores de Latinoamérica. Pero el proyecto –apoyado dentro y
fuera de Estados Unidos por las firmas más internacionalizadas– fue
objetado por los sectores más dependientes de cada mercado interno y
quedó empantanado por los conflictos entre empresarios, divergencias
entre los gobiernos y resistencias populares.
En
el mismo capítulo precisamos en qué medida los tratados bilaterales
radicalizan la agenda neoliberal y aumentan la indefensión de las
economías latinoamericanas. Señalamos que esos convenios son
utilizados por la primera potencia para bloquear una concurrencia
europea que no desafía la supremacía político–militar
norteamericana, pero plantea serias problemas a las empresas de
ese país. Estados Unidos no necesita forjar una estructura estatal
asociada con otros países para reforzar su hegemonía y por eso
impulsa tratados muy diferentes a los propiciados por la Unión
Europea. Estos convenios acentúan los desniveles en los mercados de
trabajo, impiden el surgimiento de monedas comunes y bloquean la
introducción de fondos de compensación regional.
El
ALCA no ha prosperado en su modalidad original, pero tiende a
recrearse a través de los acuerdos bilaterales. Bush logró sustituir
las conversaciones entre bloques por convenios entre partes, que
favorecen las exigencias de un gigante frente a interlocutores
dispersos. Las clases dominantes latinoamericanas buscan compensar
esta asimetría con el aumento de las exportaciones al mayor mercado
del mundo, pero los ganadores y perdedores de esta ecuación son
grupos capitalistas muy distintos.
Los
nuevos convenios enfrentan severas resistencias. En México la demanda
de revisar el NAFTA se afianza ante los nefastos efectos de este
acuerdo en materia agrícola, laboral y ambiental. También el
convenio con Chile que acentuó la primarización exportadora genera
oposición y en Centroamérica se amplían los cuestionamientos a las
monumentales asimetrías que provocarán los TLCs. Pero la batalla más
inmediata se ubica en la región Andina, porque las negociaciones con
Perú, Colombia y Ecuador están muy avanzadas. En esta zona la
resistencia gana adeptos y los cuestionamientos populares se
multiplican.
La
incertidumbre del MERCOSUR
¿La
asociación comercial del Cono Sur podría perfilarse como una
alternativa del ALCA? Intentamos responder a este interrogante en los
dos capítulos referidos al MERCOSUR.
Este
tratado surgió con rasgos neoliberales y su aplicación inicial
acentuó la fractura socio–geográfica de la región. El convenio
fue propiciado por las empresas transnacionales para abaratar costos,
enfrentar la concurrencia externa y contrarrestar la estrechez de los
mercados. Pero la implementación efectiva del acuerdo quedó afectada
al poco tiempo por las grandes crisis de las últimas dos décadas.
Estas debacles paralizaron
la marcha de la asociación y crearon grandes dudas sobre su futuro.
Nadie
sabe si el MERCOSUR tiende a decaer o resurgir. Por un lado el tratado
parece recobrar fuerzas con el fin del ciclo depresivo y el
amoldamiento de su estructura a los intereses de los grupos que sobrevivieron
a la crisis. Estos sectores aplican con mayor pragmatismo los
criterios de librecomercio, mientras promueven el pago de la deuda
externa (que solventa la mayoría popular), para afianzar su integración
al circuito financiero internacional.
En
nuestro análisis ilustramos como el MERCOSUR expresa la
relación de asociación y rivalidad que mantienen las clases
dominantes de la región con el capital externo. Esta tensión
confirma que estos grupos no se han disuelto en un proceso de
transnacionalización y por eso promueven cierta resurrección del
industrialismo desarrollista a escala regional. El problema radica en
que este ensayo tiende a enfrentar las mismas dificultades que
frustraron su aplicación en el pasado.
El
MERCOSUR combina cierta Unión Aduanera precaria con una Zona de Libre
Comercio incompleta y no logra plasmarse en un Mercado Común. El
convenio se encuentra atravesado por conflictos que oponen a Argentina
con Brasil y que obedecen al retroceso competitivo del primer país
frente al segundo. El acuerdo está amenazado, además, por la
eventualidad de un tratado de Uruguay con Estados Unidos y por la
controversia que ha suscitado la construcción de las papeleras. El
trasfondo de estos obstáculos es la persistencia de un modelo de
integración que acentúa las disparidades regionales y las
desventajas de los pequeños países.
¿En
qué terrenos diverge el MERCOSUR con el ALCA? En nuestro texto
puntualizamos estas diferencias, explicitando porque el proyecto
sudamericano no se perfila como una alternativa a la iniciativa
norteamericana. Los conflictos entre
ambas propuestas giran en gran medida en torno a los subsidios
estadounidenses al agro y el curso de estas subvenciones tiende a
determinar la relación entre ambas asociaciones.
Brasil
y Argentina
El
futuro inmediato del MERCOSUR depende del rumbo que adopten los nuevos
gobiernos de centroizquierda. Estas administraciones incrementan la
intervención económica del estado, rechazan la apertura comercial
exagerada y objetan las privatizaciones descontroladas. También
promueven políticas favorables a las burguesías locales e intentan
actuar en forma conjunta en las negociaciones diplomáticas
internacionales. Ninguno de los tres gobiernos cuestiona en la práctica
los atropellos del neoliberalismo. Al contrario, legitiman las
agresiones patronales consumadas durante los 90, resisten las
concesiones sociales y mantienen la redistribución regresiva del
ingreso.
Una
crisis regional común indujo el ascenso de Lula, Kirchner y Tabaré .¿Pero
estos gobierno desenvuelven orientaciones coincidentes? Cada
administración intenta actuar en función de las condiciones que
rodearon el inicio de sus gestiones.
Mientras
que el presidente de Brasil asumió en un marco de adversidad económica
cíclica, su colega argentino llegó al gobierno al concluir una
depresión sin precedentes. Por eso promovió la reconstitución del
proceso de acumulación con políticas más heterodoxas que el
continuismo ortodoxo implementado por Lula. Esta diferencia se
comprueba, por ejemplo, en la forma de negociar la deuda que adoptó
cada mandatario. Lo que sí comparten ambos presidentes es la misma
renuencia a satisfacer las demandas sociales. Por eso la reforma
agraria se encuentra congelada en Brasil y la retracción de los
ingresos populares perdura en Argentina, a pesar de la recuperación
de la producción y la rentabilidad empresaria.
Lula
ascendió en un contexto de limitada movilización popular, en
comparación al clima de revuelta social que acompañó la asunción
de Kirchner. Esta brecha se ha mantenido, porque las luchas agrarias
(y en menor medida urbanas) que se desarrollan en Brasil no presentan
la intensidad que caracteriza al movimiento social de Argentina.
Mientras que Lula obstaculiza los reclamos populares, Kirchner ha
debido recurrir a cierta combinación de desgaste, deslegitimación (y
amenazas de criminalización), para aplacar al movimiento sindical más
organizado de la región. Confronta, además, con un nivel de
conciencia antiliberal y antiimperialista más significativo. Esta
diferencia se puso de manifiesto, por ejemplo, durante la gira de Bush
a fines del 2005, cuándo el repudio a esta visita fue más
significativo en Argentina que en Brasil.
Mientras
que Lula llegó a la presidencia siguiendo las normas institucionales,
el arribo de Kirchner
coronó una tormentosa sucesión de mandatos transitorios. Esta
diferencia de origen se ha extendido al comportamiento de ambos
gobernantes. El primero sigue todos los pasos del vaciamiento socio
liberal de un proyecto reformista. Defrauda a su electorado, incumple
promesas e incrementa las concesiones a la derecha. Ha transformado al
PT en un partido del status quo, desgarrado por grandes escándalos de
corrupción. En cambio Kirchner intenta construir su propio poder
desde la cúspide del estado, aprovechando la quiebra del
bipartidismo, la disolución de las viejas identidades partidarias, el
afianzamiento de los liderazgos locales y la degradación de los
mecanismos de representatividad.
Ambos
presidentes mantienen una conducta de similar equidistancia y
colaboración con Bush en el terreno internacional. Pero Lula es más
cordial porque tiene aspiraciones de liderazgo regional y protagonismo
en la ONU. Esta asimetría resucita las posturas de mayor afinidad y
conflicto hacia Estados Unidos, que históricamente exhibieron las
burguesías brasileñas y argentinas. En nuestro análisis del
MERCOSUR retratamos las consecuencias de esta diferenciación.
Lo
ocurrido en Uruguay se asemeja a la Argentina en la magnitud de la
depresión económica, pero converge con Brasil en la menor intensidad
de la resistencia social y el alto grado de estabilidad política. Las
sublevaciones populares han sido tan infrecuentes como las rupturas
institucionales, en un país gobernado por un sólido sistema de
partidos políticos. La gestión de Tabaré reproduce la ortodoxia
económica de Lula en materia de ajustes y asistencialismo. Pero los
tratados con Estados Unidos y su aval a las papeleras han provocado
una crisis de consecuencias imprevisibles para la continuidad del
MERCOSUR.
Venezuela,
Cuba y el ALBA
El
tercer eje político de Latinoamérica ha quedado establecido en torno
al nacionalismo
antiimperialista que prevalece en Venezuela. Los gobiernos
centroizquierdistas de Argentina, Brasil y Uruguay difieren de la política
implementada por Chávez en tres planos: no implementan reformas
sociales significativas, concilian posiciones con el imperialismo y
desalientan la movilización popular. Estos tres rasgos importan al
momento de establecer si los choques con la derecha constituyen un
dato real o un episodio más de la vida política.
En
nuestro capítulo sobre el ALBA explicamos en qué medida este
proyecto forma parte de un proceso que emergió en Venezuela, a partir
de un levantamiento popular y una revuelta militar que se plasmaron en
éxitos electorales. El gobierno de Chávez se ha radicalizado bajo el
impulso de la movilización social contra las conspiraciones
imperialistas, especialmente luego de la crisis del 2002. Los viejos
partidos de las clases dominantes han sido doblegados y sus
representantes fueron desplazados del estado. La derecha quedó
severamente golpeada por el fracaso de sus ensayos golpistas y por la
decidida resistencia gubernamental a las campañas desestabilizadoras
de la CIA.
El
lanzamiento del ALBA expresa también la consolidación de la alianza
que Venezuela ha establecido con Cuba. De una colaboración inicial
frente al embargo se ha pasado a una asociación más estrecha, que
supera la provisión de petróleo y la retribución en alfabetización
y asistencia sanitaria de un socio a otro. En nuestro estudio
analizamos en qué medida el intercambio cooperativo que realizan Cuba
y Venezuela podría constituir el embrión de un nuevo modelo de
integración, que sustituya los principios de la competencia y el
librecomercio por normas de complementación y solidaridad.
Pero
también explicamos que el desarrollo del ALBA requiere forjar la
unidad antiimperialista de la región y que esta meta no podrá
alcanzarse mediante alianzas con las clases dominantes. Subrayamos que
los capitalistas sudamericanos defienden intereses opuestos a
la integración popular y planteamos que un modelo genuinamente
progresista debería avanzar de manera prioritaria en tres áreas. En
el plano energético habría que eliminar la apropiación capitalista
de la renta petrolera mediante la nacionalización integral de los
hidrocarburos. En el plano financiero se impondría conformar un banco
regional con los fondos surgidos de la suspensión del pago de la
deuda externa y en la órbita comercial correspondería adoptar
medidas que permitan mejoras inmediatas del nivel de vida popular.
El
ALBA podría conquistar legitimidad asumiendo las reivindicaciones de
los oprimidos y promoviendo reformas sociales radicales. Pero esta
perspectiva depende del curso que adopte el proceso bolivariano, cuya
evolución actual es muy
contradictoria. El control estatal del petróleo le brinda a Venezuela
un margen para implementar auxilios sociales. Pero las políticas y
contratos que guían la gestión de estos recursos despierta muchos
cuestionamientos.
Es
cierto que se avanza en algunas expropiaciones de tierras
improductivas y en la formación de cooperativas semi–estatales en
empresas abandonadas por sus patrones. Pero también se consolidan los
negocios con un sector del empresariado gestado a la sombra del
chavismo y se posponen las transformaciones sociales requeridas para
erradicar la pobreza y el desempleo.
El
proceso de Venezuela enfrenta serias encrucijadas y no podrá
desenvolverse conciliando rumbos opuestos. O avanza por el camino de
la revolución cubana o retrocede hacia el curso seguido por el PRI y
el peronismo. La movilización popular y la radicalización política
apuntalan el primer rumbo, pero la burocracia, la estructura del viejo
estado y la ausencia de autonomía de los movimientos sociales
contrapesan esa evolución.
El
planteo socialista
La
instrumentación del ALCA, el MERCOSUR o el ALBA están sujetos a una
dinámica política que en lo inmediato parece inclinarse hacia la
centroizquierda o el nacionalismo. Los resultados electorales de
Bolivia, Chile y Perú en los primeros meses del 2006 confirman una
tendencia, que podría afianzarse en México y Nicaragua en la segunda
mitad del año.
Quiénes
reducen estos procesos a un denominador común simplificado
(“victoria de la izquierda” o “derrota del neoliberalismo”)
omiten las diferencias entre mandatarios (Morales no es igual a
Bachelet) y entre movimientos sociales de distinta influencia y
combatividad. Pero sobre todo desconocen la existencia de una
estrategia de neutralización de cualquier cambio por parte de las
clases dominantes y el Departamento de Estado. Ambos sectores apuestan
a que la centroizquierda contenga los reclamos populares y cumpla un
papel moderador de los impulsos antiimperialistas de Cuba y Venezuela.
Esta expectativa estabilizadora se basa en la existencia de un eje
socio–liberal dentro del espectro de la “izquierda moderna”. Los
gobiernos que más giran hacia la derecha –especialmente en Uruguay
y Brasil– tienden a emular al modelo chileno y a seguir las huellas
de Tony Blair y Felipe González. Esta involución terminaría
sepultando cualquier vestigio reformista.
En
nuestro ensayo contraponemos a esta sombría perspectiva los
lineamientos de un proyecto de integración popular. Pero subrayamos
que esta opción liberadora requiere discutir no solo la factibilidad de los proyectos en danza, sino también su
conveniencia para los oprimidos. De esta caracterización extraemos
dos conclusiones. Por un lado es ingenuo suponer que “otro
MERCOSUR” constituiría una
alternativa popular frente al ALCA y por otra parte, el ALBA solo
tiene futuro en una estrategia socialista.
Nuestro
enfoque retoma la importancia de un proyecto socialista, recogiendo el
embrionario interés que se observa por esta perspectiva en Latinoamérica.
Este resurgimiento se apoya en la permanencia de la Revolución Cubana
al cabo de 45 años de embargos, sabotajes y agresiones imperialistas.
Esta resistencia no solo facilitó la continuidad de la lucha social
en la región, sino que ha resultado vital para la perdurabilidad de
un planteo emancipatorio. El impacto sobre Latinoamérica de una
repetición de lo ocurrido en la URSS o Europa Oriental habría sido
políticamente devastador.
Pero
también la convocatoria de Chávez a construir el denominado
“socialismo del siglo XXI” induce a discutir los caminos para
alcanzar esta meta. Este llamado confirma que el proceso bolivariano
difiere de otros ensayos nacionalistas por su apertura hacia el
pensamiento de izquierda. Por eso Caracas se ha convertido en un
centro de reflexión sobre estos temas, comparable al papel que
jugaron en el pasado La Habana o Managua.
El
renacimiento del planteo socialista ha despertado también las
objeciones a este proyecto. Ciertos analistas estiman que el sujeto
social de este proceso permanece ausente. Entienden que la clase
obrera es minoritaria y ha quedado adicionalmente debilitada por la
expansión de la exclusión. Pero esta visión sustituye una evaluación
política por consideraciones sociológicas y no percibe la
potencialidad anticapitalista de los sectores que protagonizan la
lucha social. La historia del siglo XX ha demostrado que los países
periféricos cuentan con una clase trabajadora numéricamente inferior
a los países avanzados, pero también enfrentan mayor necesidad de
erradicar el capitalismo. Y se ha probado que esta contradicción
puede superarse si los oprimidos desenvuelven una acción
emancipatoria.
Algunos
teóricos plantean que una larga etapa capitalista deberá preceder al
inicio del socialismo. Estiman que un modelo regulado y más humano de
capitalismo crearía condiciones óptimas para la transición al
socialismo. ¿Pero cómo se implementaría ese período? ¿Qué
precedentes desenvolvería? ¿Cómo podría neutralizar las presiones
hacia el atropello social que genera la concurrencia internacional?
Quiénes
reconocen estas dificultades y aceptan la inviabilidad de un modelo
nacional de capitalismo progresista (especialmente en el actual período
de mundialización), proponen reemplazar esta alternativa por un
equivalente regional. Destacan que esta opción podría generar
condiciones favorables para alguna forma de socialismo ulterior en
toda la zona.
Pero
lo que no registran es la incompatibilidad de las demandas sociales
con los elevados beneficios requeridos para erigir ese capitalismo
regional. Además, no se entiende porque las clases dominante
modificarían su tradicional hostilidad hacia la unidad
latinoamericana. ¿O acaso en los próximos años concretarían la
confluencia que no consumaron durante los dos últimos siglos?
El
socialismo es posible y necesario en Latinoamérica. Pero la batalla
por alcanzarlo exige propiciar una dinámica de reformas sociales
consecuentes, que abra el rumbo para desbordar al capitalismo. Esta
estrategia es incompatible con la subordinación de las
reivindicaciones populares a la inverosímil construcción de un
capitalismo regional.
La
meta del socialismo brinda un norte a los proyectos de los movimientos
de lucha. Pero este horizonte solo puede clarificarse difundiendo la
idea, aclarando su contenido y debatiendo las experiencias
precedentes. Es mucho más productivo reflexionar sobre el socialismo,
que dilucidar si alguna vez podrá emerger “otro capitalismo” en
la región.
El siguiente artículo corresponde al capítulo primero del libro
“ALCA, MERCOSUR y ALBA. Una visión desde la izquierda” de próxima
aparición. Este texto constituye, a su vez, la versión definitiva del borrador: “Resistencias y
proyectos en América Latina” presentado al “Seminario por el
reagrupamiento de la izquierda y los luchadores”, que se realizó
en Buenos Aires el 27 y 28 de mayo del 2006. Algunos temas específicos
sobre estrategia socialista tratados en el borrador y excluidos de
esta versión final serán expuestos detalladamente en un próximo
análisis.
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